AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Caperucita (Ver2)
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Caperucita (Ver2)
Frente al parque natural de la ciudad se levantaba un vieja casa de estudiantes, sin duda en su época había albergado en su interior a un gran número de inquilinos, pero ahora solo uno vivía en aquellas antiguas instalaciones, hacía cinco años que la universidad que se encontraba cerca del lugar había cerrado por motivos desconocidos.
Ahora el único habitante de aquella vieja casa era Jean, un joven como cualquier otro, bueno, tal vez no como cualquier otro,. Ahora se encontraba en la universidad, la antigua casera de aquel lugar, siendo amiga de su madre, le había ofrecido alojamiento nadie habitaba el lugar y jean podía permitirse pagar la limpieza con regularidad
Aquella mañana salió como siempre de la casa cerrando la puerta principal con llave y bajando los viejos y rústicos escalones de la entrada lentamente observando la belleza del parque frente a el, una de las cosas por las que había aceptado vivir en aquel lugar a pesar de lo alejado de la escuela era aquel parque, le gustaba tener tanta naturaleza cerca aun a pesar de estar en la ciudad, sin contar que era un barrio muy tranquilo, eran las 6:30 de la mañana y el cielo ya clareaba, observo las calles y tan solo vio algunos vendedores ambulantes y algunas mujeres yendo a la iglesia en contra esquina de su casa.
Sonrió por el siempre hecho de que lo deseo y suspiro, se coloco una ligera chaqueta negra y subió a su moto arrancando inmediatamente rumbo a la escuela, no tardaría más de 10 minutos en llegar. El tráfico era escaso a aquellas horas y no sería un problema.
Asistía a una escuela pública por deseo de sus padre y a el le veía muy bien, era una escuela mas o menos normal con un nivel académico muy bueno, la gente era algo mas autentica, había tantas hipocresías como en una escuela privada, con la diferencia de que también había gente muy sincera. El no solía relacionarse co los demás, no quería que lo conocieran demasiado, quería pensar que con los pocos con lo que tenía amistad le valoraban simplemente por la persona que era.
Estaba ya en su último semestre por lo que la mayoría lo conocía y sobre todo… conocía a los demás, los profesores, los alumnos… y por supuesto…a los brabucones… no faltaban los galanes. Era increíble ver, como la vida podía asemejarse tanto al cliché de una película.
Ahora el único habitante de aquella vieja casa era Jean, un joven como cualquier otro, bueno, tal vez no como cualquier otro,. Ahora se encontraba en la universidad, la antigua casera de aquel lugar, siendo amiga de su madre, le había ofrecido alojamiento nadie habitaba el lugar y jean podía permitirse pagar la limpieza con regularidad
Aquella mañana salió como siempre de la casa cerrando la puerta principal con llave y bajando los viejos y rústicos escalones de la entrada lentamente observando la belleza del parque frente a el, una de las cosas por las que había aceptado vivir en aquel lugar a pesar de lo alejado de la escuela era aquel parque, le gustaba tener tanta naturaleza cerca aun a pesar de estar en la ciudad, sin contar que era un barrio muy tranquilo, eran las 6:30 de la mañana y el cielo ya clareaba, observo las calles y tan solo vio algunos vendedores ambulantes y algunas mujeres yendo a la iglesia en contra esquina de su casa.
Sonrió por el siempre hecho de que lo deseo y suspiro, se coloco una ligera chaqueta negra y subió a su moto arrancando inmediatamente rumbo a la escuela, no tardaría más de 10 minutos en llegar. El tráfico era escaso a aquellas horas y no sería un problema.
Asistía a una escuela pública por deseo de sus padre y a el le veía muy bien, era una escuela mas o menos normal con un nivel académico muy bueno, la gente era algo mas autentica, había tantas hipocresías como en una escuela privada, con la diferencia de que también había gente muy sincera. El no solía relacionarse co los demás, no quería que lo conocieran demasiado, quería pensar que con los pocos con lo que tenía amistad le valoraban simplemente por la persona que era.
Estaba ya en su último semestre por lo que la mayoría lo conocía y sobre todo… conocía a los demás, los profesores, los alumnos… y por supuesto…a los brabucones… no faltaban los galanes. Era increíble ver, como la vida podía asemejarse tanto al cliché de una película.
Última edición por Jean Baptiste Fontaine el Jue Jun 23, 2011 10:11 am, editado 1 vez
Jean Baptiste Fontaine- Realeza Francesa
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Re: Caperucita (Ver2)
No todo en la vida de Penny era miel sobre hojuelas, últimamente y gracias a un tropezón financiero de su familia, la vida que ella había conocido de opulencia y abundancia se había venido abajo. La hermosa casona en la que habían vivido había sido rematada para pagar las deudas, los muebles, cuadros, el hermoso piano de cola de la pelirroja, había sido subastado para poder pagar lo que la familia debía mas tener algo de dinero para rentar un espacio en una vieja vecindad, en el cual vivir. Su padre había salido del país, tratando de ver de donde volver a escalar, era demasiado orgulloso para dejarse ayudar por sus amigos y quería volver a tener a su familia de nuevo como antes, así que fue a probar fortuna al país vecino.
Su madre estaba enferma de las piernas, no podía caminar debido a la polio que había sufrido apenas unos años atrás, pero tampoco se daba por vencida, se dedicaba a coser ropa y a hacer panquecitos que Penny vendía por las mañanas fuera de las escuelas y los parques. La situación era difícil, pero Penélope no se iba a dar por vencida tan fácilmente. No iba a dejar que solo su madre viera por ella y mientras su padre no estaba, ella también debía cuidarla, así que consiguió empleo en una taberna, le dejaban llegar después de las 3 de la tarde y salía muy noche, pero no le importaba desvelarse con tal de ayudar a llevar el sustento de cada día. Las propinas eran buenas, por lo que son eso la iban pasando.
Aquella mañana se levantó temprano, se aseó, preparó el desayuno y mientras su madre terminaba la elaboración de los parquecillos, ella le ayudaba a zurcir los calcetines que debían entregar a una vecina. Una vez estuvieron listos, Penny se colocó la caperuza roja, lo único que le quedaba de su antigua vida de niña rica, era una caperuza hermosa, hecha de una fina seda que su padre había conseguido de comerciantes chinos. Se cubrió con ella y salió a las frías calles en dirección a la universidad, que era donde mas vendía, pues las muchachas y los muchachos que entraban a sus clases tendían a comprarle para almorzar mas tarde.
Así pues se colocó en el lugar de siempre, frente a uno de los edificios principales, con la canasta de mimbre colgando de su diestra y con un parquecillo en la izquierda ofreciendo con su dulce y alegre voz su mercancía, casi con un timbre cantarín. Sus mejillas rosadas que resaltaban de su nívea piel ayudaban a atraer muchachos, que le compraban mas para acercarse a ella que por realmente querer el panecillo, pero ella les sonreía amablemente y por lo regular conseguía que le compraran mas de uno.
-Parquecillos joven… ¿no gusta un parquecillo? Son de miel y vainilla, también tengo de pasas y moras silvestres también.- habló con su armoniosa voz, clavando sus inocentes ojos verdes en aquel muchacho que pasaba a su lado
Su madre estaba enferma de las piernas, no podía caminar debido a la polio que había sufrido apenas unos años atrás, pero tampoco se daba por vencida, se dedicaba a coser ropa y a hacer panquecitos que Penny vendía por las mañanas fuera de las escuelas y los parques. La situación era difícil, pero Penélope no se iba a dar por vencida tan fácilmente. No iba a dejar que solo su madre viera por ella y mientras su padre no estaba, ella también debía cuidarla, así que consiguió empleo en una taberna, le dejaban llegar después de las 3 de la tarde y salía muy noche, pero no le importaba desvelarse con tal de ayudar a llevar el sustento de cada día. Las propinas eran buenas, por lo que son eso la iban pasando.
Aquella mañana se levantó temprano, se aseó, preparó el desayuno y mientras su madre terminaba la elaboración de los parquecillos, ella le ayudaba a zurcir los calcetines que debían entregar a una vecina. Una vez estuvieron listos, Penny se colocó la caperuza roja, lo único que le quedaba de su antigua vida de niña rica, era una caperuza hermosa, hecha de una fina seda que su padre había conseguido de comerciantes chinos. Se cubrió con ella y salió a las frías calles en dirección a la universidad, que era donde mas vendía, pues las muchachas y los muchachos que entraban a sus clases tendían a comprarle para almorzar mas tarde.
Así pues se colocó en el lugar de siempre, frente a uno de los edificios principales, con la canasta de mimbre colgando de su diestra y con un parquecillo en la izquierda ofreciendo con su dulce y alegre voz su mercancía, casi con un timbre cantarín. Sus mejillas rosadas que resaltaban de su nívea piel ayudaban a atraer muchachos, que le compraban mas para acercarse a ella que por realmente querer el panecillo, pero ella les sonreía amablemente y por lo regular conseguía que le compraran mas de uno.
-Parquecillos joven… ¿no gusta un parquecillo? Son de miel y vainilla, también tengo de pasas y moras silvestres también.- habló con su armoniosa voz, clavando sus inocentes ojos verdes en aquel muchacho que pasaba a su lado
Penélope Ravenclaw- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/06/2011
Re: Caperucita (Ver2)
(espero que el lobo no se enoje por que entre yo de nuevo)
Estaciono la moto en el aparcamiento de la universidad, se quito el casco y se acomodo un poco el pelo con los dedos, no era en extremo vanidoso pero tampoco quería entrar a el edificio con el cabello peor que el que tenia cuando tenia 5 y corría de los baños y cepillos como si fuesen la peor cosa que se hubiese inventado en este mundo.
Caminaba rumbo a la entrada del edificio principal cuando diviso una figura roja a unos metros, solo verla le gruño el estomago. Aquella caperuza era sinónimo de comida para su estomago. La joven que los vendía había comenzado a aparecer por ahí hacia relativamente poco, el ya estaba en la escuela cuando había sucedido, ella, había añadido un icono mas a la escuela. Como siempre al entrar podías encontrarte al grupo de porristas, no le agradaba mucho la imagen superficial que daban pero las respetaba. Es decir cargaban dos veces sus peso y seguramente podría correr mucho mas de lo que el con toda su buena condición podría. Tampoco es que los saltos en el aire que daban parecieran la cosa mas facil del mundo... por otro lado los deportistas, obviamente salían con las porristas, seguramente mucho ni siquiera se gustaban demasiado pero bueno, era asi como giraba el mundo. Pero la niña de la capa roja... esa jovencita había roto estándares y como había mencionado, había agregado un icono mas a la escuela.
No era una porrista ni estaba en el cuadro de honor. Ni squiera era estudiante, pero estaba ahi, con el rostro inocente, la piel blanca las mejillas sonrosadas y y aquellos preciosos y grandes ojos verdes, con aquel aire frágil se paraba ahí vendiendo panquesillos. La mayoría de los jóvenes de su edad ni iban por ahi comprado paquesillos, pero para los chicos de la escuela se había convertido en una forma de acercarse, con el tiempo aquella muchacha, bonita y humilde se había convertido en el trofeo mas deseado de la comunidad estudiantil. Y el agradecía eso, ¿de que otra manera podia acercarse y comprar tres panecillos diarios sin que lo criticaran?
- buenos dias- le saludo llegando a su altura- uno de pasas uno de moras y uno de vainilla- pidió mientras sacaba la cartera del bolsillo trasero de su pantalón.
Le gustaban las cosas dulces y los paquesillos de la chica era especialmente buenos... aunque... no iba a mentir, también era agradable ver un rostro tan lindo por las mañanas.
- siempre te compro pero nunca te lo eh preguntado, como te llamas? Seria bueno poder saludarte por tu nombre es vez de solo: quiero ese ese y ese- intento no parecer un acosador y deseo en serio haberlo logrado. Quería aprovechar el que nadie mas se había acercado de momento...pero no tardarían en aparecer alguno mas por ahí.
Estaciono la moto en el aparcamiento de la universidad, se quito el casco y se acomodo un poco el pelo con los dedos, no era en extremo vanidoso pero tampoco quería entrar a el edificio con el cabello peor que el que tenia cuando tenia 5 y corría de los baños y cepillos como si fuesen la peor cosa que se hubiese inventado en este mundo.
Caminaba rumbo a la entrada del edificio principal cuando diviso una figura roja a unos metros, solo verla le gruño el estomago. Aquella caperuza era sinónimo de comida para su estomago. La joven que los vendía había comenzado a aparecer por ahí hacia relativamente poco, el ya estaba en la escuela cuando había sucedido, ella, había añadido un icono mas a la escuela. Como siempre al entrar podías encontrarte al grupo de porristas, no le agradaba mucho la imagen superficial que daban pero las respetaba. Es decir cargaban dos veces sus peso y seguramente podría correr mucho mas de lo que el con toda su buena condición podría. Tampoco es que los saltos en el aire que daban parecieran la cosa mas facil del mundo... por otro lado los deportistas, obviamente salían con las porristas, seguramente mucho ni siquiera se gustaban demasiado pero bueno, era asi como giraba el mundo. Pero la niña de la capa roja... esa jovencita había roto estándares y como había mencionado, había agregado un icono mas a la escuela.
No era una porrista ni estaba en el cuadro de honor. Ni squiera era estudiante, pero estaba ahi, con el rostro inocente, la piel blanca las mejillas sonrosadas y y aquellos preciosos y grandes ojos verdes, con aquel aire frágil se paraba ahí vendiendo panquesillos. La mayoría de los jóvenes de su edad ni iban por ahi comprado paquesillos, pero para los chicos de la escuela se había convertido en una forma de acercarse, con el tiempo aquella muchacha, bonita y humilde se había convertido en el trofeo mas deseado de la comunidad estudiantil. Y el agradecía eso, ¿de que otra manera podia acercarse y comprar tres panecillos diarios sin que lo criticaran?
- buenos dias- le saludo llegando a su altura- uno de pasas uno de moras y uno de vainilla- pidió mientras sacaba la cartera del bolsillo trasero de su pantalón.
Le gustaban las cosas dulces y los paquesillos de la chica era especialmente buenos... aunque... no iba a mentir, también era agradable ver un rostro tan lindo por las mañanas.
- siempre te compro pero nunca te lo eh preguntado, como te llamas? Seria bueno poder saludarte por tu nombre es vez de solo: quiero ese ese y ese- intento no parecer un acosador y deseo en serio haberlo logrado. Quería aprovechar el que nadie mas se había acercado de momento...pero no tardarían en aparecer alguno mas por ahí.
Jean Baptiste Fontaine- Realeza Francesa
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