AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
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¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
Hélène lograba martirizar cada día de mi eterna vida con sus prejuicios y peticiones. Si le traía un moreno no le gustaba por sus ojos verdes. Si le traía un rubio no le gustaba por sus ojos azules. Era casi imposible contentarla. Era una bruja loca más. Pero la chica era divertida. Me daba algunos objetos que podía revender en mercados y sacarme un buen pellizco. Era dinero que no solía necesitar, puesto que no gastaba, pero siempre venía bien tener algo a mano para gastar. Un carruaje, un mayordomo más, un par de hombres que traigan vagabundos a casa... cosas así.
Además de que Hélène no sólo me pagaba en objetos materiales. Tenía más formas de pagarme. Formas que hacía que se me erizara el vello de la nuca.
Por ese motivo, por el de sus peticiones, la había obligado a desplazarse al cementerio. Íbamos en un carruaje de cuatro caballos. El chófer era amigo de Hé y confiaba en él. No daría el cante. Los farolillos situados a cada esquina del carruaje hacían que el viaje fuese placentero y hermoso. La cortina de seda que había a mi lado estaba corrida y podía ver el exterior. El carruaje apestaba a cuero y lejía. Las alfombrillas que descansaban a mis pies estaban perfectamente selladas al suelo del carruaje. El habitáculo era bonito, pero algo paranóico. Daba la sensación, a cada movimiento, que se iba a caer.
Por suerte, llegamos en media hora. Abrí la puerta y la neblina nos saludó. Bajé la escalinata con pasos suaves. Llevaba un corsé que rodeaba mi cintura y apretaba a mi cuerpo un vestido largo, con un corte diagonal que iba desde medio tibial anterior de la pierna izquierda hasta el tobillo de la pierna derecha. Se mantenía firme, para no pisarlo, y el vestido se extendía hasta un escote palabra de honor. Todo de un tono gris oscuro. Excepto el corsé que era negro cual carbón. Además, unos guantes que cubrían hasta medio antebrazo -del mismo color que el corsé- adornaban las extremidades superiores de mi cuerpo. Además, para cubrir mi rostro, llevaba una pamela con un velo de rejilla.
Me giré para mirar a Hé bajar del carruaje. El cochero bajó también, con una pala y un farolillo.
-Busquemos tu maldito cadáver.
Susurré mientras me giraba y entraba al cementerio.
Además de que Hélène no sólo me pagaba en objetos materiales. Tenía más formas de pagarme. Formas que hacía que se me erizara el vello de la nuca.
Por ese motivo, por el de sus peticiones, la había obligado a desplazarse al cementerio. Íbamos en un carruaje de cuatro caballos. El chófer era amigo de Hé y confiaba en él. No daría el cante. Los farolillos situados a cada esquina del carruaje hacían que el viaje fuese placentero y hermoso. La cortina de seda que había a mi lado estaba corrida y podía ver el exterior. El carruaje apestaba a cuero y lejía. Las alfombrillas que descansaban a mis pies estaban perfectamente selladas al suelo del carruaje. El habitáculo era bonito, pero algo paranóico. Daba la sensación, a cada movimiento, que se iba a caer.
Por suerte, llegamos en media hora. Abrí la puerta y la neblina nos saludó. Bajé la escalinata con pasos suaves. Llevaba un corsé que rodeaba mi cintura y apretaba a mi cuerpo un vestido largo, con un corte diagonal que iba desde medio tibial anterior de la pierna izquierda hasta el tobillo de la pierna derecha. Se mantenía firme, para no pisarlo, y el vestido se extendía hasta un escote palabra de honor. Todo de un tono gris oscuro. Excepto el corsé que era negro cual carbón. Además, unos guantes que cubrían hasta medio antebrazo -del mismo color que el corsé- adornaban las extremidades superiores de mi cuerpo. Además, para cubrir mi rostro, llevaba una pamela con un velo de rejilla.
Me giré para mirar a Hé bajar del carruaje. El cochero bajó también, con una pala y un farolillo.
-Busquemos tu maldito cadáver.
Susurré mientras me giraba y entraba al cementerio.
Invitado- Invitado
Re: ¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
Sin ninguna duda, tener por casi amiga a una mujer rica como Katherine era todo un privilegio. Aquel carruaje que se bamboleaba al son de las pisadas de los caballos era un lugar cómodo y tranquilo, y la compañía de Kath no era para nada desagradable. En el exterior, la noche era tranquila. Una brisa suave hacía bailar las ramas de los árboles al son del viento, y la luna que pronto sería completamente llena casi bastaba para iluminar el camino.
Su querida vampira la llevaba de vuelta a casa, además de ayudarle a buscar algo de suma importancia. Con el plenilunio que estaba por llegar se avecinaba una perfecta oportunidad para llevar a cabo un ritual complicado, para el que necesitaba como ingrediente principal cabello de dos gemelos muertos al mismo tiempo. Como matar a dos personas pudiendo ahorrar tiempo y esfuerzo usando cadáveres le parecía una estupidez, le pareció mucho más productivo pedirle ayuda a Katherine. Sabía que la mujer no hacía tratos con ella por el dinero que pudiera ofrecerle. Hélène no necesitaba dinero, y Kath tampoco. Lénè porque simplemente cogía lo que le daba la gana sin pedirlo, y Katherine porque le sobraba. Hélène, gran lectora del lenguaje corporal, era más que consciente de que la vampira prefería que la hiciera volar a base de caricias y besos. Aunque había veces que le pagaba con pociones, brebajes y venenos. Que tampoco se le daban nada mal.
Cuando el elegante carruaje se detuvo, la bruja esperó con paciencia mientras su compañera salía al exterior. Ella misma la siguió con un ágil salto para sumergirse en el mar de niebla que las recibía, mientras la brisa nocturna revolvía su cabello castaño. Hacía frío, pero a Hélène le gustaba. Por ese motivo cubría su cuerpo con los restos de un vestido que antaño habría sido blanco y que ahora apenar servía para tapar su delgado cuerpo. Frente a la sensual elegancia de la vampira que la acompañaba, Hélène tenía un aspecto que rayaba lo fantasmal.
- Cadávares - rectificó la bruja, dejando que su voz susurrante se alzara con suavidad. Hélène tenía la clase de voz que se oía aunque fuera un simple susurro. Atrayente y musical, dulce - Necesito los de unos gemelos. Buscad fechas de nacimiento y muerte, tienen que ser las mismas para los dos - Siguió la figura de Katherine a través del cementerio, haciendo caso omiso al hombre que portaba el farol tras ellas.
Su querida vampira la llevaba de vuelta a casa, además de ayudarle a buscar algo de suma importancia. Con el plenilunio que estaba por llegar se avecinaba una perfecta oportunidad para llevar a cabo un ritual complicado, para el que necesitaba como ingrediente principal cabello de dos gemelos muertos al mismo tiempo. Como matar a dos personas pudiendo ahorrar tiempo y esfuerzo usando cadáveres le parecía una estupidez, le pareció mucho más productivo pedirle ayuda a Katherine. Sabía que la mujer no hacía tratos con ella por el dinero que pudiera ofrecerle. Hélène no necesitaba dinero, y Kath tampoco. Lénè porque simplemente cogía lo que le daba la gana sin pedirlo, y Katherine porque le sobraba. Hélène, gran lectora del lenguaje corporal, era más que consciente de que la vampira prefería que la hiciera volar a base de caricias y besos. Aunque había veces que le pagaba con pociones, brebajes y venenos. Que tampoco se le daban nada mal.
Cuando el elegante carruaje se detuvo, la bruja esperó con paciencia mientras su compañera salía al exterior. Ella misma la siguió con un ágil salto para sumergirse en el mar de niebla que las recibía, mientras la brisa nocturna revolvía su cabello castaño. Hacía frío, pero a Hélène le gustaba. Por ese motivo cubría su cuerpo con los restos de un vestido que antaño habría sido blanco y que ahora apenar servía para tapar su delgado cuerpo. Frente a la sensual elegancia de la vampira que la acompañaba, Hélène tenía un aspecto que rayaba lo fantasmal.
- Cadávares - rectificó la bruja, dejando que su voz susurrante se alzara con suavidad. Hélène tenía la clase de voz que se oía aunque fuera un simple susurro. Atrayente y musical, dulce - Necesito los de unos gemelos. Buscad fechas de nacimiento y muerte, tienen que ser las mismas para los dos - Siguió la figura de Katherine a través del cementerio, haciendo caso omiso al hombre que portaba el farol tras ellas.
Invitado- Invitado
Re: ¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
Agité la mano con cansancio al escucharla. Me daba igual ocho que ochenta. Era el mismo trabajo. Además, los gemelos se encontraba facilmente: nunca solían estar en nichos, siempre se guardaban en mausoleos o, si la familia no tenía el suficiente dinero, el nicho solía ser de mayor tamaño y resaltaba más entre el resto de las tumbas.
Por lo menos yo nunca había visto un par de gemelos separados en dos tumbas. Era demasiado costoso y las familias preferían pagar la mitad más por un ataúd más amplio que el doble por dos nichos.
Miré hacia atrás, hacia el cuerpo de Hé, ésta me acompañaba con sus movimientos característicos, con la luz del farol de aceite chocando contra su espalda y recortando su silueta. La luz se colaba por los espacios de su escueto y pobre vestido. Sonreí mientras giraba la cabeza y me topaba con la reja del cementerio. Un duro candado adornaba unas cadenas que rodeaban la unión de los dos portones de acero. Las cadenas estaban ligeramente oxidadas, con un tono café que hacía notar su falta de cuidado. Las agarré y, con una mera flexión de mis dedos, éstas cayeron muertas al suelo, rompiendo la capa de niebla que nos llegaba hasta media pierna y alzando el polvo del suelo.
Me adentré al cementerio y miré al cochero. Éste se nos adelantó a ambas y nos alumbró el camino que nos llevaba através de esas fantasmagóricas tumbas. Las ramas de los árboles gimoteaban por el frío viento del cementerio y los pilares que sujetaban arcángeles desgastados y con el rostro desfigurado escondían sombras que hacían que la mente de cualquier humano fuese agredida por el terror. Yo me sentía como en casa y sabía que Lénè también. ¿Cómo no hacerlo cuando una vive ahí?
El cochero siguió y me giré hacia mi 'amiga', deteniéndola con la mano en el hombro.
-Si no encontramos a tus gemelos, y me has hecho venir aquí para nada, te va a costar caro.
No era una amenaza. Me refería al precio de lo que le costaría todo. Yo no hacía nada por caridad. No necesitaba el dinero pero no me gustaba hacer buenas obras -aunque lo que hacía por Hé no se podía considerar estrictamente 'bueno'-. Hice una mueca y ascendí mi mano por su cuello para luego dar un par de palmaditas amistosas en su mejilla. Sonreí y me di la vuelta para seguir la tenue luz del farol del cochero, la cual se veía lejana entre esa niebla que, gradualmente, iba ascendiendo del suelo y nos rodeaba los cuerpos.
Los mausoleos se veían extintos en esa parte del cementerio. La niebla tapaba gran parte de las tumbas pero, aún así, podía ver la forma de los nichos gracias a mi avanzada visión que mi naturaleza neófita me había ofrecido. Todos tenían la forma de un nicho individual. Se me hacía más imposible encontrar esos malditos gemelos que Hélène necesitaba con tanto anhelo.
Por lo menos yo nunca había visto un par de gemelos separados en dos tumbas. Era demasiado costoso y las familias preferían pagar la mitad más por un ataúd más amplio que el doble por dos nichos.
Miré hacia atrás, hacia el cuerpo de Hé, ésta me acompañaba con sus movimientos característicos, con la luz del farol de aceite chocando contra su espalda y recortando su silueta. La luz se colaba por los espacios de su escueto y pobre vestido. Sonreí mientras giraba la cabeza y me topaba con la reja del cementerio. Un duro candado adornaba unas cadenas que rodeaban la unión de los dos portones de acero. Las cadenas estaban ligeramente oxidadas, con un tono café que hacía notar su falta de cuidado. Las agarré y, con una mera flexión de mis dedos, éstas cayeron muertas al suelo, rompiendo la capa de niebla que nos llegaba hasta media pierna y alzando el polvo del suelo.
Me adentré al cementerio y miré al cochero. Éste se nos adelantó a ambas y nos alumbró el camino que nos llevaba através de esas fantasmagóricas tumbas. Las ramas de los árboles gimoteaban por el frío viento del cementerio y los pilares que sujetaban arcángeles desgastados y con el rostro desfigurado escondían sombras que hacían que la mente de cualquier humano fuese agredida por el terror. Yo me sentía como en casa y sabía que Lénè también. ¿Cómo no hacerlo cuando una vive ahí?
El cochero siguió y me giré hacia mi 'amiga', deteniéndola con la mano en el hombro.
-Si no encontramos a tus gemelos, y me has hecho venir aquí para nada, te va a costar caro.
No era una amenaza. Me refería al precio de lo que le costaría todo. Yo no hacía nada por caridad. No necesitaba el dinero pero no me gustaba hacer buenas obras -aunque lo que hacía por Hé no se podía considerar estrictamente 'bueno'-. Hice una mueca y ascendí mi mano por su cuello para luego dar un par de palmaditas amistosas en su mejilla. Sonreí y me di la vuelta para seguir la tenue luz del farol del cochero, la cual se veía lejana entre esa niebla que, gradualmente, iba ascendiendo del suelo y nos rodeaba los cuerpos.
Los mausoleos se veían extintos en esa parte del cementerio. La niebla tapaba gran parte de las tumbas pero, aún así, podía ver la forma de los nichos gracias a mi avanzada visión que mi naturaleza neófita me había ofrecido. Todos tenían la forma de un nicho individual. Se me hacía más imposible encontrar esos malditos gemelos que Hélène necesitaba con tanto anhelo.
Invitado- Invitado
Re: ¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
La indiferencia y aparente fastidio de la vampira no engañaban a Hélène, y tampoco le importaba lo más mínimo. Sabía que su compañera gozaba de un mal humor bastante desarrollado en las situaciones que implicaban un esfuerzo por su parte, por lo que ni siquiera se tomaba en serio todo eso. Lénè era consciente de que si no quisiera hacerlo no estaría allí. Una sonrisa sesgada modificó la expresión de la bruja cuando su compañera se giró para observarla, tras lo cual la bruja se detuvo para ver cómo la mujer destrozaba la cadena que impedía la entrada de ambas al cementerio. Podría haberle dicho que tenía la llave de la que al fin y al cabo era su casa, pero tampoco se había molestado en preguntar.
La niebla y el polvo se arremolinaron en torno a las piernas semidescubiertas de Hélène cuando cruzó el portón, y los ojos de ésta se posaron en un punto incierto a su izquierda. Un susurro parecido a un saludo salió de sus labios. Saludaba a su madre, a esa madre que sólo ella podía ver pero que siempre le daba la bienvenida a casa. Algún día se reencontraría con ella en las profundidades del infierno. Pero mientras tanto tenía que lidiar con la vampira que la ayudaba en esos momentos. La bruja se detuvo ante la muda orden de su amiga y se mantuvo completamente inmóvil mientras ésta ascendía la mano por su cuello hasta palmear su mejilla con suavidad. Un brillo divertido en sus ojos fue la única respuesta que el Hélène dejó salir a la luz. Sin una sola palabra dejó que la vampira retomase el camino, momento que eligió para seguirla. No le costó alcanzarla de nuevo. Cuando llegó a su altura volvió a entreabrir los labios para dejar que su voz retumbase de nuevo entre las tumbas en diferentes estados de decadencia - Sabes que te pagaré bien - susurró, de puntillas junto a ella para hablar en su oido. Tras esa promesa se limitó a adelantarla, deslizándose con una suavidad casi impensable por el suelo desgastado.
Con un chasquido de lengua y un gesto de la mano le indicó al hombre del farol que girase hacia la izquierda. Sabía dónde estaba la tumba de los gemelos. Simplemente había llamado a Katherina porque excavar con sus propias manos la tierra húmeda era algo que esos momentos no le apetecía. No se giró para averiguar si su compañera la seguía, a sabiendas de que así era. La presencia de su elegante vampira era más que notoria tras ella, un halo de sensualidad y seguridad que no se podía pasar por alto. Esa mujer era casi tan imponente como las estatuas labradas en mármol blanco que las rodeaban.
La niebla y el polvo se arremolinaron en torno a las piernas semidescubiertas de Hélène cuando cruzó el portón, y los ojos de ésta se posaron en un punto incierto a su izquierda. Un susurro parecido a un saludo salió de sus labios. Saludaba a su madre, a esa madre que sólo ella podía ver pero que siempre le daba la bienvenida a casa. Algún día se reencontraría con ella en las profundidades del infierno. Pero mientras tanto tenía que lidiar con la vampira que la ayudaba en esos momentos. La bruja se detuvo ante la muda orden de su amiga y se mantuvo completamente inmóvil mientras ésta ascendía la mano por su cuello hasta palmear su mejilla con suavidad. Un brillo divertido en sus ojos fue la única respuesta que el Hélène dejó salir a la luz. Sin una sola palabra dejó que la vampira retomase el camino, momento que eligió para seguirla. No le costó alcanzarla de nuevo. Cuando llegó a su altura volvió a entreabrir los labios para dejar que su voz retumbase de nuevo entre las tumbas en diferentes estados de decadencia - Sabes que te pagaré bien - susurró, de puntillas junto a ella para hablar en su oido. Tras esa promesa se limitó a adelantarla, deslizándose con una suavidad casi impensable por el suelo desgastado.
Con un chasquido de lengua y un gesto de la mano le indicó al hombre del farol que girase hacia la izquierda. Sabía dónde estaba la tumba de los gemelos. Simplemente había llamado a Katherina porque excavar con sus propias manos la tierra húmeda era algo que esos momentos no le apetecía. No se giró para averiguar si su compañera la seguía, a sabiendas de que así era. La presencia de su elegante vampira era más que notoria tras ella, un halo de sensualidad y seguridad que no se podía pasar por alto. Esa mujer era casi tan imponente como las estatuas labradas en mármol blanco que las rodeaban.
Invitado- Invitado
Re: ¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
Su susurro no me tomó de improviso. El suelo estaba repleto de grava y a cada paso que daba Hé se escuchaba por las anchas parcelas del campo santo. Esas piedrecillas saltaban a los pasos de la bruja y cuando se inclinó hacia mí unas rocas chocaron contra mis botines y me advirtieron de que su presencia era más que cercana. Su voz, algo mustia pero elegante, hizo que una sonrisa se perfilase en mis labios. La caricia de su mentón contra mi hombro hizo que se me erizara el vello de la nuca y, cuando se adelantó, perdí mis modales y miré sin remilgos el trasero de Hélène; que se contoneaba cual pez en manos de un pescador.
Sonreí y dejé que sus pasos resonasen en el cementerio. Yo me limitaba a caminar grácilmente por la grava y césped gris de ese lugar santo. Las tumbas despedían olor a putrefacción; los árboles ya no gemían, simplemente morían y las estatuas parecían cobrar vida con la luz de la luna, la cual, hermosa, redonda y perfecta y despidiendo un tono dorado que manchaba las nubes de su alrededor, demostraba su realeza en el firmamento. Mi rostro quedó manchado por las líneas oscuras que se creaban al chocar la luz contra mi velo de rejilla. Las lápidas crecían oscuras por el suelo, acariciando mis pies. Las ramas de los árboles agarraban mis botines y brazos y sólo al lado de un enorme mausoleo podía descansar fresca y lejos de lo muerto y enterrado.
Miré a Hé al ver cómo guiaba al cochero através del cementerio. Yo me limitaba a andar, pisando tierra húmeda, tumbas de mármol y chutando trozos de rostro de arcángeles deteriorados.
Pronto, nuestro paso cesó.
-¿Hemos llegado?
Pregunté con el rostro cansado, la ceja alzada y los brazos en jarra. Miré a diestro y siniestro. El cochero dejó el farolillo en el suelo y yo avancé. La niebla parecía darme la bienvenida cuando se apartó de mi camino para acuclillarme y observar la tumba que rezaba:
Me alcé y me giré para mirar a la bruja. Caminé hacia ella y me retiré el velo. Una sonrisa fría adornaba mis perfectos labios brillosos. Mi rostro estaba oculto por la sombra y parte del de Hélène corría la misma suerte por estar mi rostro en la trayectoria de la luna.
-Felicidades.
Murmuré mientras me inclinaba para depositar un mero beso en sus labios a la vez que el cochero empezaba a hundir la pala en la tierra.
Sonreí y dejé que sus pasos resonasen en el cementerio. Yo me limitaba a caminar grácilmente por la grava y césped gris de ese lugar santo. Las tumbas despedían olor a putrefacción; los árboles ya no gemían, simplemente morían y las estatuas parecían cobrar vida con la luz de la luna, la cual, hermosa, redonda y perfecta y despidiendo un tono dorado que manchaba las nubes de su alrededor, demostraba su realeza en el firmamento. Mi rostro quedó manchado por las líneas oscuras que se creaban al chocar la luz contra mi velo de rejilla. Las lápidas crecían oscuras por el suelo, acariciando mis pies. Las ramas de los árboles agarraban mis botines y brazos y sólo al lado de un enorme mausoleo podía descansar fresca y lejos de lo muerto y enterrado.
Miré a Hé al ver cómo guiaba al cochero através del cementerio. Yo me limitaba a andar, pisando tierra húmeda, tumbas de mármol y chutando trozos de rostro de arcángeles deteriorados.
Pronto, nuestro paso cesó.
-¿Hemos llegado?
Pregunté con el rostro cansado, la ceja alzada y los brazos en jarra. Miré a diestro y siniestro. El cochero dejó el farolillo en el suelo y yo avancé. La niebla parecía darme la bienvenida cuando se apartó de mi camino para acuclillarme y observar la tumba que rezaba:
"Aquí yacen Colin y Jebediah Strauss. Murieron y descansarán como vivieron; juntos"
Me alcé y me giré para mirar a la bruja. Caminé hacia ella y me retiré el velo. Una sonrisa fría adornaba mis perfectos labios brillosos. Mi rostro estaba oculto por la sombra y parte del de Hélène corría la misma suerte por estar mi rostro en la trayectoria de la luna.
-Felicidades.
Murmuré mientras me inclinaba para depositar un mero beso en sus labios a la vez que el cochero empezaba a hundir la pala en la tierra.
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Re: ¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
Los pies de la bruja, descalzos y repletos de cortes producidos por objetos punzantes del suelo, se detuvieron frente a la tumba que ya había logrado localizar. La luz lunar era testigo de la lucha que la niebla estaba llevando a cabo contra su piel, a la que intentaba vencer en palidez; y las figuras talladas a su alrededor parecían querer saltar de sus pedestales para saludar a la única habitante viva de ése tétrico lugar.
Cuando sintió que la presencia de la vampira tras ella se detenía, se giró para quedar frente a ella. El cansancio de su rostro luchaba por minar la belleza y sensualidad de éste, sin éxito aparente. Las damas de la noche no tenían rival.
- No ha sido un paseo demasiado largo, querida - los labios de Hélène se curvaron en un atisbo de sonrisa mientras el cochero se acercaba a la tumba de aquellos dos hombres que incluso después de su muerte servirían para ayudar en algo. Sus espíritus deberían sentirse orgullosos de ello.
La bruja observó a su compañera examinar la tumba de esos dos hombres antes de incorporarse de nuevo y acercarse a ella. Katherina retiró el velo de su rostro esculpido con maestría, dejándole deleitarse una vez más con la visión de sus facciones dignas de una de las esculturas que adornaban ese lugar.
- Muchas gracias - susurró ante la felicitación de la vampira. También servía de agradecimiento por la ayuda brindada, incluso a sabiendas de que tendría que pagarle. El sonido de la pala al hundirse en la tierra de la tumba fue el anticipo al roce que los labios de Katherina le regalaron a Hélène. La lengua de la bruja se aventuró unos segundos entre sus labios para acariciar el inferior de Kath, antes de separarse un poco de ella para observarla - ¿Qué tengo que darte a cambio? - El rostro de Lénè seguía adornado por una media sonrisa que no escondía preocupación ni miedo alguno, sino más bien una insinuación divertida. Y mientras tanto el sonido de la pala al hundirse en la tierra era lo único que rivalizaba con la voz de las dos mujeres en romper el silencio del cementerio.
Cuando sintió que la presencia de la vampira tras ella se detenía, se giró para quedar frente a ella. El cansancio de su rostro luchaba por minar la belleza y sensualidad de éste, sin éxito aparente. Las damas de la noche no tenían rival.
- No ha sido un paseo demasiado largo, querida - los labios de Hélène se curvaron en un atisbo de sonrisa mientras el cochero se acercaba a la tumba de aquellos dos hombres que incluso después de su muerte servirían para ayudar en algo. Sus espíritus deberían sentirse orgullosos de ello.
La bruja observó a su compañera examinar la tumba de esos dos hombres antes de incorporarse de nuevo y acercarse a ella. Katherina retiró el velo de su rostro esculpido con maestría, dejándole deleitarse una vez más con la visión de sus facciones dignas de una de las esculturas que adornaban ese lugar.
- Muchas gracias - susurró ante la felicitación de la vampira. También servía de agradecimiento por la ayuda brindada, incluso a sabiendas de que tendría que pagarle. El sonido de la pala al hundirse en la tierra de la tumba fue el anticipo al roce que los labios de Katherina le regalaron a Hélène. La lengua de la bruja se aventuró unos segundos entre sus labios para acariciar el inferior de Kath, antes de separarse un poco de ella para observarla - ¿Qué tengo que darte a cambio? - El rostro de Lénè seguía adornado por una media sonrisa que no escondía preocupación ni miedo alguno, sino más bien una insinuación divertida. Y mientras tanto el sonido de la pala al hundirse en la tierra era lo único que rivalizaba con la voz de las dos mujeres en romper el silencio del cementerio.
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Re: ¿Y entonces, qué coño quieres? (Hélène)
Miré sus ojos sin vacilar. Observé sus pupilas y la oscuridad con la que habían sido pintadas. Una oscuridad mágica y terrible. Pero a mí eso me gustaba. Me fascinaban los poderes de Lénè. Dudaba seriamente de que fuese una bruja como de las que hablaban en los libros; escoba voladora, gato negro y caldero gigantesco. Para mí sólo era una chica -preciosa, todo sea dicho. Aunque no le sacaba juego a su belleza- que adoraba jugar con sortilegios y hacer venenos. Nada más. Aunque, como buena jugadora de póker que era, sabía que todas teníamos un as bajo la manga.
-¿Darme a cambio? Es como si fuese la primera vez que hacemos negocios... -Murmuré ladeando la cabeza para que todo el rostro de Hé se bañase con la luz dorada de la luna. Sus ojos tomaron un tono atigrado que me hizo sonreír. -... bastará con una noche en mi casa.
Zanjé el trato dándole la espalda a Hélène. El cochero seguía hundiendo la pala. A su lado una montaña de arena y raíces mostraban el progreso del humano. La pala siguió hundiéndose rápidamente, sabía que la velocidad del movimiento de la pala subiría el precio final con el que lo pagaría y por eso se daba prisas.
Respiré el aroma de la tierra removida. Las profundidades húmedas de la tumba resurgían y empapaban el aire de abono, carne podrida y hierba aplastada. El agujero no tendría más de medio metro cuando el cochero golpeó con la punta de la pala una superficie dura. Miré de reojo a Hélène y miré al cochero.
-Retire la tierra y su trabajo habrá concluido.
El cochero no me miró. Asintió y se puso a esparcir la tierra y a abrir algo más el hoyo. Yo me giré, ignorando las maldiciones en voz baja que susurraba el cochero. Maldecía, sí, pero el dinero era más poderoso que esas maldiciones que espetaban sus labios.
Mis ojos volvieron a mirar a Lénè. La luna se había envuelto en el manto de las nubes grises y nuestros rostros volvían a estar ocultos entre las sombras.
-Tengo una pregunta: ¿para qué deseas tan fervientemente unos cadáveres de gemelos? -Asentí tontamente con la cabeza. -Supongo que para hechizos y esas... cosas, pero... Bueno, voy al grano. Explícame qué demonios quieres hacer.
La voz tosca del cochero avisándonos de que ya había terminado hizo girarme y observar las tapas de los dos ataudes. Me incliné para guiar la luz del farol hacia esa zona y dejé que Hélène hiciese los honores.
-¿Darme a cambio? Es como si fuese la primera vez que hacemos negocios... -Murmuré ladeando la cabeza para que todo el rostro de Hé se bañase con la luz dorada de la luna. Sus ojos tomaron un tono atigrado que me hizo sonreír. -... bastará con una noche en mi casa.
Zanjé el trato dándole la espalda a Hélène. El cochero seguía hundiendo la pala. A su lado una montaña de arena y raíces mostraban el progreso del humano. La pala siguió hundiéndose rápidamente, sabía que la velocidad del movimiento de la pala subiría el precio final con el que lo pagaría y por eso se daba prisas.
Respiré el aroma de la tierra removida. Las profundidades húmedas de la tumba resurgían y empapaban el aire de abono, carne podrida y hierba aplastada. El agujero no tendría más de medio metro cuando el cochero golpeó con la punta de la pala una superficie dura. Miré de reojo a Hélène y miré al cochero.
-Retire la tierra y su trabajo habrá concluido.
El cochero no me miró. Asintió y se puso a esparcir la tierra y a abrir algo más el hoyo. Yo me giré, ignorando las maldiciones en voz baja que susurraba el cochero. Maldecía, sí, pero el dinero era más poderoso que esas maldiciones que espetaban sus labios.
Mis ojos volvieron a mirar a Lénè. La luna se había envuelto en el manto de las nubes grises y nuestros rostros volvían a estar ocultos entre las sombras.
-Tengo una pregunta: ¿para qué deseas tan fervientemente unos cadáveres de gemelos? -Asentí tontamente con la cabeza. -Supongo que para hechizos y esas... cosas, pero... Bueno, voy al grano. Explícame qué demonios quieres hacer.
La voz tosca del cochero avisándonos de que ya había terminado hizo girarme y observar las tapas de los dos ataudes. Me incliné para guiar la luz del farol hacia esa zona y dejé que Hélène hiciese los honores.
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