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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Vincenzo Danislăv Vie Jul 01, 2011 3:24 pm

Alli nos encontrábamos, con aquel niño por... "mascota". Gritaba casi llorando que no les abandonásemos allí, que tan solo buscaba comida y huir de los guardias que le perseguían.
Al parecer era un jóven huérfano, quizás un buen aprendiz mientras trabajaba en mi barco. La ayuda era siempre bien recibida.

Aunn no podía quitar de mi cabeza a aquella mujer. Por qué se había dejado tocar por mis manos!¿? Por qué me había dado aquella miel de sus labios si luego me la iba a arrebatar? Por qué... reaccionaba de aquella manera conmigo. Mucho pensar en que cualquier hombre la tendría en su cama cuando se le apeteciese y por qué... conmigo no..? Yo la amaba y ella... bueno, ya no sabía lo cierto que había en sus palabras de las mentiras. El cuando dejaría de jugar conmigo y con mis sentimientos. Aquel rostro de dureza debería de persistir mientras durase el viaje, sin dejarme embelesar por sus tiernas palabras al oido o su frío y placebtero tacto.

El plan andaba a la perfección, acababamos de amarrar las velas y los cabos al muelle italiano. Quedaban unas 7 u 8 horas para la salida del sol así que no habría problema alguno.

- Llamen a Pandora. Tan solo golpeen su puerta, ya saldrá cuando la apetezca.

Seguí ayudando en el barco, teníamos que volvernos a proveer de comida y demás enseres. Ella saldría del barco para alimentarse con seguridad mientras yo, seguiría en el barco. Quizás me aventurase a estirar los pies por la ciudad una sola hora. Ya lo pensaría.
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Mensaje por Sheira Lyzbeth Vie Jul 01, 2011 4:36 pm

-Pandora... su amad... -se oyeron risas al otro lado de la puerta-, el capitán nos ordena que la avisemos de que hemos alcanzado la península itálica. Quizás le gustaría saber que el capitán nos ha indicado que no la obliguemos a salir, aunque yo que usted...

-Calla animal. Al final nos echarán a patadas del barco por molestarla.

-Tienes razón - se contestaron entre susurros los marineros. Obviamente ellos no sabían que podía escucharlos. Me acurruqué más entre las sábanas-, disculpe señorita. Salga cuando la plazca. Hace una noche maravillosa...

Oí pasos alejarse. Gemí con horror. Incluso a través de la puerta había olido la exquisita sangre de los marineros. Desde que Vincenzo había destruido lo que me quedaba de cordura había permanecido encerrada en el camarote, y habría seguido en un estado catatónico de no ser por el brusco parón del barco al arrivar y el golpeteo de los marineros contra la puerta. La garganta me dolía horrores, pero no quería salir de allí. Tal vez era una actitud cobarde por mi parte, pero no quería enfrentarme a lo que tuviera que ser si Vincenzo estaba incluido en el asunto.

Me di media vuelta y sentí las manos temblar. Necesitaba comer, pero quería morir. Si. Permanecería encerrada en el camarote hasta... que muriera de hambre. Pronto comprendí que el plan tenía dos errores. El primero era que sería incapaz de morir sin comer en un barco repleto de humanos. El segundo era que un vampiro no moría por no probar la sangre... solo se debilitaba y se paralizaba notando el dolor en cada parte de su ser hasta que conseguía alimento. Bufé y me levanté a duras penas. En unos segundos comprendí que debía salir a cazaar por el bien de los que me acompañaban en aquel viaje y supe que si no quería ser vista, no tenía por qué llamar la atención. Avancé hacia el baúl que había traido incapaz de seguir paseándome con la camisa y enaguas que Vincenzo me había dejado puestas. La ropa que escogí (un vestido negro sin tirantes) parecía gritar a los cuatro vientos que mi estado era de desamparo y de decadente ilusión por la vida. Peiné mi pelo y me lavé la cara y el cuello como para despejarme. Despúes salí con cuidado del camarote, cerrando la puerta a mis espaldas.

Una vez en cubierta, me dirigí hacia la tabla de madera que habían improvisado como unión entre el barco y la ciudad. El aire olía a humedad y las nubes negras, se ceñían sobre nuestras cabezas. Sin duda no había captado la ironía en la voz del marinero que me había despertado. Bajé del barco procurando no tener encontronazos con nadie y con el semblante pétreo, di rienda suelta a mi parte animal. No tuve fuerzas ni para matar a mis presas (un vagabundo y un borracho que acababa de salir de una taberna). Les dejé inconscientes y les abandoné allí donde les había encontrado. Volví al puerto al cabo de varias horas en las que no recuerdo exáctamente qué hice. Subí a bordo y me dirigí al camarote. Nadie me salió al paso. Giré el pomo de la puerta y... no pude abrirla.

-No por favor - musité intentando abrir de nuevo, pero no dio resultado. Quise echarme a llorar.

Cerré los ojos e inspiré profundamente mientras subía de nuevo las escaleras hasta cubierta. Miré a mi alrededor. Le pregunté al primer marinero que pillé por el paradero de las llaves. "Lo siento madame pero el capitán ordenó cerrar todas las puertas para evitar robos. Él es quien posee la llave maestra". Mi agradecimiento por la información fue casi ilegible, porque de pronto todos mis músculos se habían agarrotado. No pensaba ir a pedir la llave a Vincenzo, ni mucho menos. Deseaba volver al escondrijo que me había autoadjudicado, pero no tenía fuerzas para mirarle a la cara o soportar sus desprecios. Sin darme cuenta me encaramé a la plataforma del aire (como había denominado a la tabla de madera en uno de los mástiles más altos del barco) y me abracé al cilindro que parecía tocar el cielo. Después comencé a llorar, pero la lluvia tuvo compasión de mi y cayó a la vez que mis lágrimas, disolviéndolas. Solo podía saberse de mi posición por el fragmento de vestido negro que colgaba de un extremo de aquella base circular de la que no pensaba bajar...
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Mensaje por Vincenzo Danislăv Sáb Jul 02, 2011 11:58 am

Ordené a los marineros cuales había castigado cuidasen del crio. Todo hasta que llegásemos de nuevo al puerto francés, de donde debía haberse encalomado.
Una vez dejé encargados a mis demás marineros que vigilasen el barco, los demás fueron a aprovisionarse de comida para el resto de nuestro viaje.
Creí conveniente, que a pesar del tiempo sobrante que quedaba, ya tan solo podía "disfrutar" del tiempo libre en aquella ciudad. Tomé un atajo que ya conocía de antes, hasta llegar a una taberna sencilla, pero por la cual solía entrar menos gente poco agradable por entonces.

Al menos una hora perdida en toda aquella mañana, bebiendo la pasé. No sabía como había podido llegar a tales medidas sin poder hacer nada al respecto. Mi sueño era conocer una mujer, madre de mis hijos que pudiese entenderme lo suficiente como para amarme. No era del todo como esperaba pero así lo quería y deseaba cuando encontré a Sheira. La mujer mas maravillosa del mundo pese a su condición.
Allí me encontraba, contando mis confidencias con aquel mesero, de edad avanzada, mas bien parecía como un psdre para mí ya que en ocasiones anteriores solía visitar éste lugar.

Una vez me despedí de él, me encaminé hacia el barco. La gente miraba expectante hacia mi barco y por un momento sonreí, pero ante las palabras: "Está loca!," o "se va a matar!" abrí mucho los ojos intentando encontrar el foco de aquel chismorreo.
Allí se encontraba, la mujer de mi vida en lo alto de mi barco, balanceándose entre su vaporoso vestido de color negro. Una figura bastante triste, que denotaba por lo que estaba pasando en aquellas circunstancias. Bebido como iba, y con la mirada desenfocada tomé un cuchillo de mis botas y lo puse en mi boca. Corrí hacia la red que caía en cascada desde el lugar donde se encontraba ella, para alcanzarla. Conseguí torpemente llegar a unos metros, pero el viento que azotaba el barco y la lluvia no me servían de ayuda.

- Baja ahora mismo! O quieres que te descubran¿!?

Me tambaleé junto con el barco, provocando que mi caida, de al menos unos diez metros fuese inevitable. Sentí como mi espalda chocaba contra los maderos, y como mi consciencia perdía sentido, junto con mi cordura.
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Mensaje por Sheira Lyzbeth Sáb Jul 02, 2011 12:45 pm

Aunque noté la sacudida del aire y supe que Vincenzo caería, también me di cuenta de que era imposible impedir que su frágil cuerpo humano se golpeara contra el suelo. Abrí los ojos, enrojecidos, y de pronto éstos adquirieron un matiz peligroso. Miré a los pocos presentes, tres o cuatro hombres junto a algunos marineros. Sin darme cuenta, mi mente bloqueo todas y cada una de sus percepciones. La gente comenzó a gritar, y cuando se recuperaron yo ya estaba al lado de Vincenzo. Mi corazón se resquebrajó un poco más si cabe mientras le apartaba los cabellos húmedos de la cara, pero mi rostro ya no tenía expresión alguna.

-Llevadlo a mi camarote- dije con la voz resquebrajada, una vez hube encontrado la llave maestra en el bolsillo de la chaqueta del joven.

Observé cómo entre varios marineros cargaban a Vincenzo y le metían con prisas y notable preocupación en el interior del barco. Me dirigí al resto del público, que se arremolinaba al pie del mar y que aun calándose no tenían intención de marcharse. Les insté a irse alegando que íbamos a partir y que el capitán se repondría sin problemas de la caida, aunque no las tenía todas conmigo. Guardé la compostura y avancé por los pasillos dejando un rastro de agua y pesadumbre tras de mí. Mis ojos se mostraron amenazadores cuando indiqué a los hombres que se largaran del camarote. No hubo protestas. Oí la puerta cerrarse a mis espaldas y volví a derrumbarme cuando clavé la mirada en el cuerpo moribundo de Vincenzo. Me acerqué a él con miedo de hallarle muerto y contemplé como la almohada se comenzaba a llenar de sangre. Sentí cómo una parte de mi se enervaba, pero gracias a los dioses acababa de alimentarme y podía pensar con objetividad.

Rebusqué con visible malestar entre las ropas de los armarios y en una esquina, hallé un botiquín. Me pasé casi una hora desinfectando los cortes que se había hecho el joven en la cabeza, en las manos al quemarse con las cuerdas y en una mejilla, cuando el cuchillo que llevaba le había rozado. Más tarde abrí un pequeño corte en mi propia piel para cerrárselas. Tomé un paño húmedo y se lo pasé por la piel, por el torso y los brazos incapaz de pensar en el anhelo al que aquella acción me sometía. Cuando sentí que no podía hacer nada más por él me senté en una silla y observé con pasividad la habitación. Las enaguas que me había quitado antes de marcharme a cazar yacían en el suelo. El papel que había guardado en sus pliegues se había desprendido y me saludaba casi de manera grotesca, dejando entrever mi letra temblorosa. Nada podía salir peor. Hundí la cara en las manos y me aparté el pelo empapado de la cara con impotencia. Volví a mirar a Vincenzo, hacia el suelo y otra vez hacia el joven. Me levanté y me senté a su lado sin saber qué hacer. Le acaricié el rostro aprovechando que él no se enteraría de aquella muestra de cariño, y después le tomé la mano, fría. El olor a alcohol había desaparecido tras quitarle la camisa, pero aun así me preguntaba por qué se le había ocurrido hacer aquella bobada una noche como aquella. Emborracharse... si no hubiera bebido quizás habría podido evitar aquella caida tan estúpida. Ni siquiera sabía si tenía algún hueso roto. Tendría que instarle a despertar. Me esforcé por hablar.

-Vincenzo...- mascullé. Mi rostro se contrajo. No podía hacerlo. No podía dirigirme a él y verle despertar con un rostro de rechazo hacia mí. Comencé a llorar otra vez y me odié más que nunca a mi misma por mi cobardía. Me tapé la cara con la mano libre y dejé que varios mechones me cubrieran el rostro. Tenía el don de perjudicar todo aquello a lo que deseaba. Y Vincenzo tendría un castigo mayor por mi amor si eso se cumplía. Noté un movimiento en la cama, pero no me atreví a levantar la vista.
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Mensaje por Vincenzo Danislăv Dom Jul 03, 2011 12:13 pm

Mi cuerpo pareció removerse en sueños. Quizás se trataba tan solo de imágenes sin sentido. Pero entonces lo entendí, allí se encontraba Pandora, la original, siendo yo tan solo un niño frente a ella.

- Ven aquí, querido.. - La mujer de mirada enigmática me subió para sentarme sobre sus rodillas. Llevaba un vestido sencillo, del cual tan solo le llegaba hasta sus rodillas, un completo libertinaje para con entonces.

- No tengas recelo, sigue el camino correcto, y eso tan solo lo sabes tú. Vincenzo. - Me sonrió con una calidez hermosa, mas que su propio rostro, que era el colmo de la belleza. Tras aquello, abrazó mi diminuto cuerpo, a la vez que besaba mi frente, con ternura y amor indefinidos.

- Pero Pa... - Me vi interrumpido por su suave y deliciosa voz, que rompía cualquier barrera inmortal. Capaz de despertar a un muerto de su descanso eterno. - Tranquilo, ella tan solo tiene miedo, mas del que tú tienes ahora. - Acarició mi pelo, que yacía con divertidos rizos de color negro, enmarcando mis profundos ojos verdes. - Deberás tener cuidado en éste viaje, te acompañaré con mi magia, te ayudaré cuando comiences el ritual, la última noche en barco. - Asentí, pero cómo sabia de aquello...? Quizás al formar parte de mi subsconsciente, aquellome jugase malas pasadas. Una vez mas, sentí sus cálidos y mágicos labios, que besaron mis labios en un inocente y casto beso. - Tienes que luchar, despierta mi querido, despierta de éste sueño. - Susurró finalmente.



Mis ojos se abrieron de golpe, tomando aquel sorbo de aire mas profundo de mi vida. ¿Había estado muerto?¿Aquella Pandora de mis sueños era la verdadera... o tan solo se trataba de un espejismo? El dolor estalló en mí. Sentí mi cuerpo entumecido, totalmente dolorido. Intenté que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad del lugar, cuando por fín vi como se encendía un candil. Allí estaba ella, Sheira, con el rostro demacrado y contrariado por quizás mi irreverencia al no haber sido consciente de mis actos. Tan solo recordaba que la quería bajar de aquella plataforma, furioso, pero... en aquellos instantes y con la voz de pandora aun en mi cabeza hicieron que las lágrimas acudiesen a mis ojos.
Giré mi cabeza hacia la pared, jamás había permitido que nadie me viese llorando. Era demasiada la muestra de debilidad que daba pié a ello. Quería pedirla perdon, por algo que nisiquiera supe que había hecho mal, pero simplemente la necesitaba. Pero mi ego, dañado y dolorido por lo sucedido aquel día, no se rebajaría mas a que le vieran llorando. "Los hombres no lloran.." Pensé siendo mas infantil que nunca.

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Mensaje por Sheira Lyzbeth Lun Jul 04, 2011 10:29 am

Me atreví a alzar levemente la mirada, y Vincenzo ni siquiera me miraba. Su cuerpo destilaba dolor lejos de algo físico, y éste se unía con el mío propio haciendo que en la habitación costase hasta respirar. Nunca había sentido nada parecido y mientras su desprecio me consumía, mi mente solo calculaba cuánto tiempo podría soportar aquella situación. Me obligué a tragarme más sollozos y a hablar. Al fin y al cabo Vincenzo podía estar herido, y si le ocurría algo sería únicamente mi culpa. No quería añadir más pesadumbre a mi alma.

-Me alegro de que esté consciente...- musité. Silencio. Había vuelto a tratarle de vos sin pretenderlo. Una amargura profunda me inundó y traté de corregirme. Comprendí que cuando el miedo me invadía, las distancias me consolaban-. Le... te he desinfectado las heridas pero no se si tienes algo roto.

Ni una palabra. Vincenzo mantenía la mirada clavada en la pared. Me esforcé por desviar la mía hacia la puerta y controlar una mueca. Me temblaron las manos. Me levanté y cogí la palangana con agua y un paño. Lo humedecí y escurrí con excesiva fuerza. Le pedí a Vincenzo que se incorporase. Me puse a su espalda y le tomé los hombros para ayudarle. Necesitaba verle la espalda aunque no le gustara la idea. Hizo una mueca que no logró ocultarme. Me senté tras él y posé mis dedos en su cuello deslizándolos por su columna. El contacto con su piel me enervaba, pero guardé la compostura como pude, evitando la entrada de pensamientos lejanos en los que ambos nos veíamos afectados. Vincenzo se tensó cuando toqué una de sus costillas, pero vi que le estaba saliendo un moratón. No parecía que tuviera nada roto, y así se lo comuniqué. Le dejé que se tumbara boca abajo y le pasé el paño frío, por la sangre reseca en su nuca, y los hombros. Cuando terminé volví a escurrirlo en la palangana y me sequé las manos con parsimonia. No quería enfrentarme a él. Me giré y Vincenzo volvía a estar tumbado, con los ojos cerrados. Me quedé allí de pie, estúpidamente, frotándome los brazos en un gesto que podía verse como consuelo propio. El aire parecía hacerse más denso a mi alrededor mientras observaba el cuerpo magullado del joven y su tensión y mirada perdida. Tragé saliva con esfuerzo. Necesitaba salir de allí. Recogí las enaguas tiradas en el suelo y dejé distraidamente el papel doblado sobre mi baúl. Las doblé y dejé en un cestillo. Más temblores.

-¿Por qué se te ocurrió emborracharte? El alcohol no va a solucionar nuestros problemas, lo sabes tan bien como yo...- pronuncié con demasiada brusquedad. Me di cuenta de lo que había dicho demasiado tarde. La amargura me inhundó. Me incorporé con rigidez y me dirigí a la puerta con torpeza-. Lo siento. T-tengo que irme. Volveré cuando amanezca.
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Mensaje por Vincenzo Danislăv Miér Jul 06, 2011 2:07 am

Cuando volteé la mirada, ví que se había marchado. Quizás eso hubiese sido todo, se sentía obligada a curarme tras mi ofrecimiento a llevarla a su lugar de orígen, una total estupidez por su parte, pues yo podía hacerme total cargo de mi propia subsistencia.

Con un brazo abrazándome a mí mismo me incorporé con dificultad. Los marineros parecían haber querido hacer una pequeña fiesta en las afueras del barco. Se les oía canturrear y el sonido chispeante de las botellas de ron chocar entre sí eran demasiado evidentes. A aquellos brutos no les importaba la lluvia y eso en parte lo agradecía debido a la gran complicidad que tenía con ellos a la hora de sobrellevar los viajes en barco y su evidente cuidado.

La voz de Pandora en mi cabeza aún resonaba, y eso producía en mí un estado de dolor mental inaguantable. Mi añoranza, contra aquella mujer que jamás había conocido en mi vida era grandiosa. Cómo el delirio de un hombre podía generar tanta atracción hacia una persona, cómo de aquella podía emanat tanta energía, tanta magia. Todo aquel poder se me hacía excitante inigualable e imposible de comprender. Quizás mi estado cambiase cuando abrí los ojos, quería saber mas de aquella mujer que me susurraba hermosas y disciplinarias palabras al oido, sin perder la ternura en ellas.

Parpadeé y allí me encontré, frente a la ventana del camarote. No sabía cuantas horas llevaba allí de pié inmerso por completo en mis pensamientos, como buscando algun recuerdo, algun retazo de memoria, o alguna pista de cómo volver a sentir aquella magia de nuevo, la que hizo despertarme de aquella posible y estúpida muerte.

Observé un pequeño papel doblado desigualmente sobre el baul de Sheira. Sabía que era de ella, y de todos modos no aguanté mucho para no abrirlo. Tiré de ambas esquinas y leí su contenido, solemnemente.

"Aquellas palabras me hacían daño, y posiblemente a ella tambien la estuviesen desgarrando interiormente. ¿Por qué lo hacía..? ¿Por qué simplemente no se dejaba llevar por el amor que yo sentía por ella y así diome paso y oportunidad para hacerla feliz? ¿Por qué accedía a acostarse con demás hombres pero conmigo no era capaz ni de tocarme? Deseaba observar su cuerpo en silencio, deleitandome con cada centímetro del mismo. Acariciando, pasando mis dedos provocando que su piel se volviese de gallina, entendía que aquel aspecto sería imposible pero ¿por qué me rechazaba tantas veces...? ¿Por qué no merecía recibir aquel puro amor que sentía por ella..? Toda y cada una de las escusas que me proporcionaba no eran lógicas. Si era cierto que sentía la más mínima parte de lo que yo sentía por ella, debía haberme dejado paso, debería...."

Entonces comprendí de que se trataba todo aquel teatro.

Recordé cada una de sus palabras que dirigía hacia mí desde la primera vez que nos vimos en aquel acantilado. Jamás había pronunciado aquellas palabras que haría que un hombre se rindiese a sus pies para siempre. Un Te Amo... Tan solo la había oido desechar un te quiero, pero eso no era suficiente. Me sentí el hombre menos afortunado del mundo. ¿Por qué otros hombres habían conseguido lo que yo ni siquiera había tenido el placer de conocer?

Dejé el papel donde estaba, y aun sin separar mis manos de aquello que me cortaba la respiración (las costillas) me quedé allí, de pié, mirando por la ventana, con mirada ausente. Esperando que todo aquello fuese fruto de mi imaginación, y que todo volviese a ser lo que antes era.

"Dónde estás Pandora..? Por todos los dioses, dime que es lo que tengo que hacer.." - Supliqué para mis adentros.


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Mensaje por Sheira Lyzbeth Miér Jul 06, 2011 10:53 am

Salí huyendo, cobarde, de aquella habitación. Cuando las pequeñas gotas que caían del cielo me alcanzaron el rostro, dejé de sentir nauseas y la horrible sensación de que algo me oprimía el pecho. No entendía qué nos ocurría, ni cómo nos habíamos distanciado de esa manera en unos pocos días. No entendía por qué él me instaba a pedir por algo que ambos deseábamos. ¿Qué te ocurre Vincenzo? ¿Cómo es que no te vale mi amor? ¿Por qué te cuesta tanto comprender lo dificil que es todo esto para mi? Suspiré mientras daba una vuelta a la sala de mandos. Se oía música y risas en el muelle. Los hombres habían encendido una hoguera idéntica a la que vi el día que me había incorporado a su tripulación. Les observé en silencio desde el barco, apoyada en la barandilla de madera que tenía más cerca.

Me habría subido con mucho gusto a la "plataforma del aire", pero no tenía ánimos para provocar más accidentes ni despertar el odio de los marineros o la sorpresa de los italianos que paseaban, despreocupados, por la playa. Escuché el entrechocar de vasos y botellas y de pronto, todos los hombres se pusieron a entonar una canción absurda con sus voces estridentes y tonos desafinados. Intenté comprender lo que decían, pero era algo ilegible. Desee de pronto tener cerca un piano para poder refugiarme en su música... pero estábamos en medio del mar. Podría ir a buscar un bar cercano, pero los huesos me decían que pronto amanecería. ¿Estaría Vincenzo descansando? Alargé mi control mental para detectarle en el barco y comprobé que no. Permanecía observándolo todo por la ventana del camarote... de la que había quitado las tablas que cerraban el paso a la luz que me heria. Tendría que regresar antes para colocarlas de nuevo.

Suspiré y dejé mi mente vagar por recuerdos menos dolorosos que los que le incumbían a él. Intenté vislumbrar parte del futuro, cuando arrivaramos en Egipto. Me autoconvencí de que vería las pirámides del desierto y las pinturas de mis antepasados, y que Vincenzo... No, no, no. Fruncí el ceño. Ni por esas podía alejarle de mi. Volví a suspirar, apesadumbrada y noté el entumecimiento en el cuerpo. El sol comenzaba a salir. Me di la vuelta para dirigirme al camarote y enfrentarme a Vincenzo y sus desplantes... pero me choqué con un marinero robusto que me cortó el paso sin dificultad. Tenía una sonrisa socarrona mientras me observaba, y bebía alcohol a morro de una botella cuyo contenído era de dificil identificación. Di un paso para atrás pensando con rapidez cómo escabullirme sin delatar mi condición. Miré al sol, saliendo, y después al joven. Le taladré con la mirada y pasé por su lado... sin éxito. Me cogió por el brazo y me abrazó hasta hacer crujir mis costillas.

-¡Suélteme!- grité, pataleando.

Me repetí a mi misma que era una humana, una simple humana.... y lo cierto es que no hacía falta que actuase. Las fuerzas se me iban con el amanecer. Oí la risa bobalicona del joven, en mi oido. Me soltó un poco, pero avanzó hacia mi hasta acorralarme en la cubierta. Gruñí y comencé a ponerme nerviosa. Le leí en la cara la fascinación propia de los humanos que me veían por primera vez, y también otras intenciones menos decorosas que abrazarme. "Vincenzo... necesito que vengas a cubierta ahora mismo. Uno de tus marineros a bebido más de la cuenta... y no quiero que me odies por asesinato en legítima defensa también..." envié con suavidad a la mente del joven, pero sin ocultar la urgencia de que acudiera. Solo él podía librarme de aquello con una simple orden... y pese a que no tenía ganas de verle, lo acepté con resignación.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Vie Jul 08, 2011 2:23 am

A mi cabeza llegaron nuevas palabras, pero ésta vez no eran susurros, sino amargas palabras de socorro.
Abrí la puerta del camarote, y disparé una flecha de ballesta en el hombro de aquel marinero.

- Quien vuelva a saltarse las normas de la convivencia en el barco, sufrirá peor destino.

Mi voz sonaba viváz, soberbia, digno del capitán que era. Observé la reacción de todos, como apagaban hogueras con velocidad echándole arena encima. Cómo los mas jóvenes junto con el niño, el nuevo tripulante de mi barco, corrían hacia sus puestos. Como Sheira se había quedado en el sitio, observándome.

- Izad velas, soltad amarres y no quiero ver a nadie fuera de su puesto hasta que lleguemos a Egipto a menos que esté muerto. Éstas son mis normas.
Viejas y feas costumbres que tenía, de vez en cuando cuando algo iba realmente mal, o yo mismo me encerraba en una coraza imposible de destruir. Pero todo se fué cuando observé de nuevo los ojos de Sheira, la tomé de la mano y la insté a que entrase en el camarote.

- Alguien se ha llevado los tablones.
Observé a todos lados, tan solo quedaban un par de clavos tirados en el suelo que barrí con el pié para que nadie los pisase, y menos ella. Que pese a su condición yo siempre la había tratado como lo que era, una dama.
Con un brazo rodeando mi pecho, busqué remedio alguno. La única madera que podía haber allí era la de nuestros baúles o el escritorio. Aquello era parte esencial de mi trabajo, así que tan solo tomé la decisión de romper la tapadera de mi baúl, donde descansaban mis ropas.
Me deshice de la cubierta del baúl con un par de patadas, y con una mirada dije lo suficiente como para que ella me ayudase a colocarla de forma que no necesitase clavos. Con tan solo poner la tapadera de pié contra la pared era suficiente.

- Necesito que me hagas un favor. - Tomé un gran pañuelo de seda que había adquirido en uno de mis viajes y lo hice jirones. Átame ésto de forma que el brazo quede inmovilizado. Sabrás hacerlo...? La observé esperando una respuesta por su parte, tan solo suponía que su instinto de supervivencia le sirviese de algo con aquello.

- Podrás darte una ducha cuando desees. - Señalé un cilindro en que podían caber al menos dos personas y con libertad de movimientos, que estaba empotrado en una de las paredes de madera maciza. - No podremos hacer mas paradas hasta que lleguemos a Egipto. Estiré mi espalda, dolorido aún por la brutalidad de la caída. - He leido tu nota. - me giré e intenté buscar una mirada. Algún por qué a aquellas palabras segun ella sinceras. El por qué buscaba refugio simplemente echándome la culpa de algo que habíamos cometido ambos. Pero no busqué respuesta alguna, sabía que no me las iba a dar y mejor era si seguíamos así. Dejé la ballesta colgada de la puerta, como estaba antes de utilizarla y la avisé de que se escondiese, ocultase bajo una manta o simplemente se metiese en aquella ducha, donde podría resguardarse del sol mientras yo abría la puerta.

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Mensaje por Sheira Lyzbeth Vie Jul 08, 2011 6:55 am

Me quedé parada en medio de la habitación, con el pañuelo en la mano que me había entregado. Aun no podía comprender de dónde había sacado Vincenzo ese tono de verdadero capitán de barco y esa frialdad para disparar sin miramientos a alguien de su tripulación. No había pensado hasta entonces la de peleas que habrían tenido lugar en cubierta, tanto entre marineros como entre piratas en mar abierto. Toda la sorpresa se destruyó de una patada ante la inminente declaración de Vincenzo. Moví la cabeza para buscar el papel en la habitación, y lo hallé sobre mi propio baúl. No recordaba haberlo dejado ahí, y había sido muy estúpido por mi parte. Me senté de nuevo mareada en la cama y alcé la mirada cuando Vincenzo me pidió que me escondiera de la luz, como si no me hubiera quemado horas antes al salir de la habitación, despechado. Ignoré por completo sus palabras.

-No era ese el destino del papel, no deberías haberlo leido- comenté con la voz atragantada y el disgusto reflejado en los ojos- no tenías por qué saberlo.

Y me callé porque comprendí que tenía todo el derecho a enterarse de mis sentimientos, pero desde mi punto de vista, eso me hacía más vulnerable y nos ponía en peligro a los dos. Por ello no quise darle más respuestas, me sentía incapaz. Rasgué aun más el pañuelo y pronuncié un seco "Acércate" para poder vendarle el brazo. Miré a mi alrededor y tomé sin mucho entusiasmo dos reglas que se hallaban sobre algunos planos. No creía que pudiera necesitarlas, pues los cálculos necesarios parecían hechos en los mapas. Le remangué la manga del brazo izquierdo con cuidado y guardé silencio mientras improvisaba un entablillado y le vendaba. En la guerra había hecho muchas veces curas a mis compañeros, heridos de gravedad y las piernas y brazos rotos, costillas y órganos perforados ya me tan familiares como la caza. Volví a colocarle la camisa, pero desabroché los botones para verle el torso de nuevo.

-No te alarmes, solo quiero vendarte las costillas. Te he visto sujetártelas y supongo que te duelen al respirar. Te puedo poner una cataplasma... si lo deséas- comenté esquivando sus ojos.

El hecho de que supiera mis secretos me hacia sentirme violenta y herida a la vez... sin añadir la humillación de horas antes y sus miradas de reproche. Todo el viaje se me estaba haciendo muy cuesta arriba, y no veía la hora de llegar a Egipto. Me sequé con la manga del vestido la cara, de la que pendían algunas gotas aun procedentes de la lluvia del exterior. Incluso Vincenzo se había mojado en el tiempo que estuvo controlando a sus marineros. Me acordé del niño que había visto sentado sobre unos barriles frente a la hoguera. Debía ser el nuevo tripulante. Me apunté mentalmente el preguntar por él en cuanto pudiera salir del camarote.
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Mensaje por Vincenzo Danislăv Miér Jul 13, 2011 2:29 pm

"Perdí la noción del tiempo, ya no se si es de dia o de noche D:"


Negué con la cabeza, me negaba a recibir sangre, o lo que fuere aquello que había nombrado.

- Simplemente necesito, que vendes mi brazo, atándo el cinto a mi cintura, encabestrillado, así no se moverá.

Levanté el brazo con suma dificultad, enseñándole que toda aquella parafernalia que había montado alrededor de mi brazo era inútil, así no podría hacer mis deberes como capitán.
Dejé que me curase de nuevo, retándome a dejar la mirada fija en un punto, serca de un candíl, para vencer a mis ojos, que deseaban cerrarse para sentir sus caricias sin entretenimiento alguno.
Una gota que cayó de uno de mis rizos hacia mi naríz me despertó de mis ensimismamientos. Estaba eclipsado de nuevo y tan solo creía que era importante llegar a un nuevo puerto. Necesitaría de Pandora, la mujer de mis sueños para acontecer el ritual, ella me había dicho que me acompañaría... pero cómo? Era imposible, aquello parecían tan solo ilusiones inconclusas de alguien que no existe... ella debería de haber muerto hace décadas.

- Gracias por tus cuidados.

Dije naturalmente como si nada hubiese pasado en aquel barco, así debería de haber sido en un principio sin dejar de lado aquellas ironías que me caracterizaban.
Busqué de entre mis cosas un pequeño frasco de cristal transparente y se lo tendí. Realmente no sabía como iba a reaccionar ante aquella extraña petición.

- Confías en mí..? - Seguí con mis palabras sin dejarle tiempo a que respondiese, no quería llevarme mas desilusiones por aquel día. - Necesito que llenes este pequeño frasco con tu sangre.



Última edición por Vincenzo Domani el Miér Jul 13, 2011 2:31 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Vincenzo Danislăv Miér Jul 13, 2011 2:30 pm

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