AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ficha de Daze
Página 1 de 1.
Ficha de Daze
Nombre del Personaje:
Daze
(Johann Den Adel)
Edad:
25, pero por la barba que suele llevar aparenta unos 27
Especie:
Cambiaformas reptil
Tipo y Clase Social:
Clase alta
Orientación Sexual:
Homosexual
Lugar de Origen:
Germano-holandés
Habilidad/Poder:
Enorme resistencia a ataques directos, poca velocidad, pero gran habilidad de camuflaje
Descripción Física:
Víbora áspid:
Descripción Psicológica:
Daze es reacio a abrirse a nuevas personas de buenas a primeras, pero una vez que ve que puede nacer una buena amistad abre sus puertas a quien sea. Es muy tierno y cariñoso con las personas que quiere y nunca vacilaría en ayudar a quien se lo pidiese o necesitase.
Dependiendo de su estado de ánimo, puede ser ese dulce hombre que te sonríe ampliamente o, por otro lado, un vil asesino sin escrúpulos. No le teme a nada, salvo aquello a lo que no puede enfrentarse… porque no lo tiene delante para ello.
Es bastante seductor sin apenas proponérselo, tanto como con hombres como con mujeres, habiendo llegando incluso a enamorar a más de una persona sin hacer más que ser él mismo. Esto le acarreó ciertas dudas cuando era joven y todavía no estaba seguro de qué era la homosexualidad, cosa que aceptó sin problemas y la cual defendió siempre sin prestar atención a los comentarios de los cerrados de mente tradicionalistas.
Es fácil entablar conversación con él; lo difícil es que la siga si no le interesa.
Ama todo lo que tenga que ver con la libertad y, sobretodo, con la naturaleza, en especial la tierra.
Se frustra con facilidad, sobretodo cuando él entrega lo que tiene y no obtiene nada a cambio. Sí es altruista, pero esa frustración viene sobretodo en temas amorosos, cuando él ama y no es correspondido, o no como él querría serlo.
En ocasiones es traicionero y manipulador. No le importa acudir a las mentiras y los engaños si con ellos es capaz de llegar a donde se propone.
Historia:
Quizá fue un 20 de diciembre, o tal vez un 16 de marzo. ¿O fueron los dos? Lo cierto es que, cuando el pequeño Johann vino al mundo cubierto de la sangre de su madre y llorando fuertemente, era 20 de diciembre de 1775. Pero la visita a su familia paterna por Navidad se alargó inesperadamente con su nacimiento. El parto fue complicado, y tanto él como su madre, Andrea, quedaron débiles tras él. Y el gélido clima de las montañas alemanas no ayudaba en exceso a la pronta recuperación de ambos. Aunque el niño había nacido sano nadie podía asegurar que ese invierno no enfermaría y moriría como tantos otros por aquella época.
Durante sus primeros días de vida, el pequeño Johann fue un buen niño. Apenas lloraba, comía con ganas y hasta se podía palpar en su piel alguna que otra escama que se dejaba ver bajo ésta. Sus padres, que habían luchado durante años por conseguir un hijo que nunca había llegado, se sumieron en tal estado de felicidad que lograron olvidad todas las lágrimas derramadas por los anteriores fracasos y se dedicaron única y exclusivamente a su hijo.
Tras el tiempo estimado por el médico para permanecer en reposo, Andrea era liberada de su período de estancamiento postrada en una cama tal vez a mediados de febrero. Al levantarse, tuvieron que pasar varias semanas hasta que pudo volver a tomar fuerza en las piernas. Finalmente cuando lo logró, la familia Den Andel, ahora compuesta por tres miembros, regresaba a su residencia en Holanda a principios de marzo. No obstante, al llegar a la frontera entre Alemania y Holanda los detuvieron con la excusa de algún control rutinario. Los obligaron a bajarse del coche de caballos y registraron todo. Uno de los guardas se fijó en el pequeño Johann y se percató de una manchita oscura en uno de sus antebrazos exteriores. Entonces el guarda comenzó a hacer preguntas sobre la mancha y los padres tuvieron que mentir sobre su procedencia. Alegaron que era una simple marca de nacimiento por un antojo durante el embarazo. El guarda siguió insistiendo. Entonces Anceld, el padre, comenzó a perder la paciencia y aventuró que a qué se debía tanta pregunta sobre un recién nacido. Al guarda no le hizo gracia su actitud y le pidió papeles e hizo más preguntas. Evidentemente, no tenían papel alguno sobre Johann o su nacimiento. ¿Por qué? Pues porque sus padres no iban a empadronarlo en un país que no era el suyo. Estaban esperando a volver a Holanda para ello, pero tuvieron tan mala fortuna que el guarda les obligó a realizarlo, o les vetaría el cruce de fronteras acusándolos de ladrones de recién nacidos. De modo que no tuvieron más remedio que hacerlo, dando día exacto de su nacimiento, aquel pasado 20 de diciembre. Una vez satisfecho y con papeles en mano, el guarda dejó camino libre a la familia Den Adel. Por suerte, el resto del viaje fue tranquilo.
Con una sonrisa en los labios y viendo sus edificios conocidos, la familia llegó a la puerta de su casa holandesa. Tras las acomodaciones y demás, ambos padres supieron qué hacer. Si algún día aquel guarda decidía hacerles daño, no tendría más que hacer saber que un niño empadronado solo, sin padres y recién nacido había desaparecido. Y al encontrarse en otro país y además sin pertenecer a él, sería motivo más que de sobra para la condena a muerte. Así que corrieron al ayuntamiento e hicieron lo mismo, ahora de forma oficial. No dieron datos sobre su primer empadronamiento, al no estar registrado en ningún lugar. Todo salió bien, y la familia desde aquel día, 16 de marzo, fue feliz.
Y pasaron los años en los que Johann fue creciendo. Anceld veía poco a su familia por culpa de su trabajo de comerciante y Andrea se quedaba siempre con él, aunque también había veces en las que prefería atender sus llamadas sociales con sus amigas. Ella le enseñó muchas cosas, las que no aprendió en el colegio. Pero poco a poco la suerte y la felicidad de la familia fueron mermando hasta ser prácticamente nulas. A pesar de su notas, Johann fue perdiendo interés por los estudios que sus padres querían para él. Y conforme avanzaban los años el negocio de su padre iba perdiendo tanto fluidez como ganancias. Su madre cayó enferma y se vio esclavizada a una medicina de coste considerable. Los primeros años la cosa se pudo sobrellevar con más o menos normalidad, pero Andrea empeoró de repente y fue necesario tomar medidas drásticas. Según los médicos era necesaria una operación que solamente había tenido impulso en EEUU, de modo que si Andrea quería vivir, tenían que irse allí.
No tardaron una semana en embarcar, pero el viaje fue largo y penoso. Casi tres meses de travesía en los que se pasó frío, pues volvían a estar en invierno una vez más, y desesperación, pues la largura del viaje hizo que Andrea empeorara más aún a causa de los cambios de temperatura y los vaivenes que no la dejaban reposar ni dormir tranquila.
Nada más desembarcar en el Nuevo Mundo y tras acomodarse se comenzó el proceso de hospitalización de Andrea. No fue fácil. Se quejaba todo el día, y no era para menos cuando el estómago se le estaba pudriendo.
Comenzaron a pasar los días, y mientras éstos iban quedando atrás en sus vidas, tanto Johann como su padre sabían que algo no quedaría bien o, al menos, no como antes. Andrea no mejoraba a pesar del maravilloso tratamiento y ello provocó que Anceld comenzara a querer despejar su cabeza. Y sucedió lo inevitable. Una noche, borracho, acabó en el burdel, o mejor dicho, en una habitación del burdel y acompañado de una elegante mujer con atractivas curvas. Y después de aquello Anceld no volvió a ser el mismo. Cada vez salía con más frecuencia y entonces Johann se quedaba solo en el hotel, provocando que un día se cansara de no ser nadie importante en la vida de su padre e iniciara una serie de salidas por la ciudad, sobretodo por la noche para poder utilizar su escurridizo don. En una de estas escapadas fue donde descubrió lo que hacía su padre tan a menudo. Johann se vino abajo. Esa noche se marchó y estuvo varios días lejos, en cualquier parte. Se instaló en un bosquejo y allí conoció a un anciano cuyo nombre ni él mismo recordaba ya. Resultó ser un hombre ermitaño que se había dedicado casi por completo a vivir entre biodiversidad y a convivir con ella armónicamente. Acogió al pequeño Johann y con sus palabras le fue haciendo ver que en ocasiones las personas no eran dueñas de sus actos porque no era la razón la que dominaba, sino el corazón. Y entonces comprendió que su padre lo único que quería hacer era paliar todo el dolor que su alma sentía en esos momentos. No obstante, no pudo perdonarle que dejara de ir a ver a su madre por estar casi todas las mañanas fuera o con resaca. Y no, nunca lo perdonó. Ese anciano y él se entendían a través de gestos y de algunas palabras que se parecían entre sí. Y siempre le hizo gracia al anciano la manera de Johann de pronunciar “the days”, ya que su acento germano-holandés le hacía decir algo parecido a un “deisz”. Tanta gracia y ternura le inspiró, que el anciano terminó por llamarlo siempre así, Daze. Y Johann lo aceptó al venir de alguien tan bueno y que además tenía imaginación.
Y también ese tiempo lo dedicó a reflexionar sobre sí mismo. Porque se había dado cuenta con esas palabras de que entonces él no era ni hacía nada malo cuando miraba a otros chicos. Descubrió que así era él y así se aceptó fervientemente, ignorando por completo los estereotipos y las “normas” sociales que te marcaban el destino desde incluso antes de nacer.
Pasaron semanas y el anciano murió. Johann lo enterró como pudo a la entrada de su improvisado hogar y con lágrimas en los ojos volvió al hotel. Cuando su padre volvió le preguntó que qué tal se lo había pasado. Y a Johann se le partió el corazón. ¿Realmente ni se había dado cuenta del tiempo que había pasado? Lo odiaba… Cada día lo odiaba más y más…
Inexplicable y milagrosamente Andrea despertó una mañana completamente “curada”. Johann se había encargado de ir a verla y de todo lo que hiciese falta mientras su padre ahora había decidido que dormir en una cama llena de perfume todas las noches era lo correcto y acertado en ese momento. Había pasado días sin verle, incluso.
Lo que en realidad le pasaba a Andrea era que prácticamente estaba podrida por dentro. Una fase terminal que quería terminar en su tierra, en su casa, en su cama. Evidentemente, no le dijo nada ni a su marido ni a su hijo, aunque Johann sospechaba de aquel repentino cambio.
Durante los días en los que su madre se administró con consentimiento de los médicos altas dosis de calmantes y sustancias que apoyaban esos calmantes, Johann se encargó de hacer volver a su padre en sí antes de que su madre se enterara. Lo logró tras largas charlas de “hombre a hombre” y Anceld volvió a la realidad, alegrándose enormemente por la noticia. Finalmente retomaron un barco que los devolvería a su cuna europea.
La normalidad volvió a instalarse en sus vidas. Al menos, durante el tiempo que vivió Andrea (no más de unos dos meses), pareció como si nada hubiese acontecido.
Andrea Den Adel murió una tarde plácidamente desinhibida a orillas de este mundo. Entonces, nuevamente, todo cambió. Daze, quien había pedido explícitamente que lo llamaran así, ya era casi un hombre. Tenía casi diecinueve años y una mente abierta y despierta que no quería cerrar a cal y canto como su padre pretendía. Anceld no dejaba de llorar y entró en una profunda depresión que le acarreó el final de su carrera, de su empresa y prácticamente de su vida poniéndole fin a ésta a través de una bala del calibre 25. Y Daze se quedaba solo en el mundo.
Evidentemente, en el testamento figuraba él como heredero, pero al no haber nada sólido que heredar, sólo le fueron adjudicadas deudas, deudas y más deudas, deudas que no podría pagar nunca porque ya no tenía dinero con qué hacerlo.
Pasaron muchísimas cosas por su mente, pero quizá la más significativa fuere la idea de realizar su sueño de viajar por todo el mundo, ser lo que nunca fue, libre. Libre como un ave que surca los cielos, libre como una cabra emperatriz de las montaña… Y libre como una serpiente que vive pegada a la tierra.
Un día, Johann Den Adel desapareció y nunca más se volvió a saber nada de él.
Pasaron los años. El nuevo Daze se había convertido en un hombre libre que, sirviéndose de la naturaleza a la par que convivía con ella, recorría el mundo a su manera, a su ritmo, en solitario y disfrutando de cada instante bajo el sol o la lluvia. No obstante, también había adoptado la fama de ser uno de los mejores y más hábiles ladrones jamás conocidos y capaz de eludir cualquier problema, incluidos los intentos de captura y condenas a muerte. Empero, tras una noche de fuerte lluvia en la que la tierra se había convertido en barro, Daze cayó a un agujero mientras en forma de cobra huía de alguien que sabía qué o quién era él. Ese agujero había sido excavado con la clara intención de atraparlo, ya que lo habían conducido hasta él. Entonces, a causa del golpe se destransformó mientras ese hombre que lo perseguía lo observaba. No tuvo escapatoria alguna herido y con un rifle apuntando directamente a su cabeza.
Los días posteriores a la captura los pasó en una carroza con barrotes y más delincuentes dentro. Se dirigían hacia ninguna parte, ya que todos estaban condenados a muerte por cargos graves o reincidir. Una noche, mientras acampaban, Daze aprovechó un descuido de los guardias durmientes y transformándose en una veloz áspid se deslizó por entre los barrotes, pero con tan mala suerte que al saltar al suelo tiró con él un cubo de metal que hizo ruido al caer. Él no le dio importancia a un detalle superfluo cuando su prioridad era escapar, pero con el sonido el guardia más próximo a la salida se despertó y lo vio. Dio rápidamente la voz de alarma y unos cuantos hombres se dirigieron en su busca. Ya lo conocían. Era rápido, astuto y escurridizo. Pero nunca nadie podría haber adivinado lo que pasó esa noche.
Daze se movía majestuosa y magistralmente por entre la naturaleza acorazada de vida que se alzaba ante él como una cascada de diversidad. Llegado a un punto en el que el terreno era demasiado escarpado para una serpiente, recobró la forma humana y saltó de piedra en piedra hasta alcanzar un terreno llano. A pesar de creerse “a salvo”, un sonido ensordecedor profanó el lugar retumbando y haciendo eco más allá de donde la vista podía alcanzar. Y no sólo retumbaba en los oídos de Daze por el hecho de ser un sonido potente, no. Retumbaba porque ahora de la herida que tenía en su abdomen resbalaba una gruesa hilera de sangre a causa de la injuria producida por la bala. Dio unos cuantos pasos y cayó de bruces al suelo, lo que aprovechó el cazador para asestarle un fuerte golpe en la cabeza y dejarlo listo para el remate. Y ese maldito cazador ya alzaba una de sus armas… Cuando de pronto y como si del cielo hubiese caído, un ser frío, intimidante y de mirada penetrante se interpuso en su camino. Era un vampiro. Daze pudo olerlo en su delirio y su olfato no le había fallado nunca. Pero, ¿qué hacía un vampiro en una montaña perdida? O mejor aún, ¿por qué lo “salvaba”? ¿Acaso pretendía matar a la competencia para después desangrarlo a succiones?
El cazador cayó al suelo sin vida degollado por su propia daga, y entonces Daze perdió el conocimiento. Despertó en otro lugar al lado de aquel inmortal ser. Apenas unas palabras cruzaron, pero tras una atractivísima oferta que no pudo rechazar Daze aceptó acompañar a aquella criatura en un viaje de locos cuya meta no conocería hasta más adelante, cuando aquella hermética capa de frialdad y blancura decidiera abrirse un poco de cara a la serpiente fugitiva.
Datos Extras:
- Sisea al hablar.
- Suele alimentarse cazando como serpiente.
- Le gusta el buen vino.
- Se tensa bastante si ve alguien enfermo, le recuerda a su madre.
Daze
(Johann Den Adel)
Edad:
25, pero por la barba que suele llevar aparenta unos 27
Especie:
Cambiaformas reptil
Tipo y Clase Social:
Clase alta
Orientación Sexual:
Homosexual
Lugar de Origen:
Germano-holandés
Habilidad/Poder:
Enorme resistencia a ataques directos, poca velocidad, pero gran habilidad de camuflaje
Descripción Física:
- Spoiler:
Víbora áspid:
- Spoiler:
- Spoiler:
- Spoiler:
- Spoiler:
Descripción Psicológica:
Daze es reacio a abrirse a nuevas personas de buenas a primeras, pero una vez que ve que puede nacer una buena amistad abre sus puertas a quien sea. Es muy tierno y cariñoso con las personas que quiere y nunca vacilaría en ayudar a quien se lo pidiese o necesitase.
Dependiendo de su estado de ánimo, puede ser ese dulce hombre que te sonríe ampliamente o, por otro lado, un vil asesino sin escrúpulos. No le teme a nada, salvo aquello a lo que no puede enfrentarse… porque no lo tiene delante para ello.
Es bastante seductor sin apenas proponérselo, tanto como con hombres como con mujeres, habiendo llegando incluso a enamorar a más de una persona sin hacer más que ser él mismo. Esto le acarreó ciertas dudas cuando era joven y todavía no estaba seguro de qué era la homosexualidad, cosa que aceptó sin problemas y la cual defendió siempre sin prestar atención a los comentarios de los cerrados de mente tradicionalistas.
Es fácil entablar conversación con él; lo difícil es que la siga si no le interesa.
Ama todo lo que tenga que ver con la libertad y, sobretodo, con la naturaleza, en especial la tierra.
Se frustra con facilidad, sobretodo cuando él entrega lo que tiene y no obtiene nada a cambio. Sí es altruista, pero esa frustración viene sobretodo en temas amorosos, cuando él ama y no es correspondido, o no como él querría serlo.
En ocasiones es traicionero y manipulador. No le importa acudir a las mentiras y los engaños si con ellos es capaz de llegar a donde se propone.
Historia:
Quizá fue un 20 de diciembre, o tal vez un 16 de marzo. ¿O fueron los dos? Lo cierto es que, cuando el pequeño Johann vino al mundo cubierto de la sangre de su madre y llorando fuertemente, era 20 de diciembre de 1775. Pero la visita a su familia paterna por Navidad se alargó inesperadamente con su nacimiento. El parto fue complicado, y tanto él como su madre, Andrea, quedaron débiles tras él. Y el gélido clima de las montañas alemanas no ayudaba en exceso a la pronta recuperación de ambos. Aunque el niño había nacido sano nadie podía asegurar que ese invierno no enfermaría y moriría como tantos otros por aquella época.
Durante sus primeros días de vida, el pequeño Johann fue un buen niño. Apenas lloraba, comía con ganas y hasta se podía palpar en su piel alguna que otra escama que se dejaba ver bajo ésta. Sus padres, que habían luchado durante años por conseguir un hijo que nunca había llegado, se sumieron en tal estado de felicidad que lograron olvidad todas las lágrimas derramadas por los anteriores fracasos y se dedicaron única y exclusivamente a su hijo.
Tras el tiempo estimado por el médico para permanecer en reposo, Andrea era liberada de su período de estancamiento postrada en una cama tal vez a mediados de febrero. Al levantarse, tuvieron que pasar varias semanas hasta que pudo volver a tomar fuerza en las piernas. Finalmente cuando lo logró, la familia Den Andel, ahora compuesta por tres miembros, regresaba a su residencia en Holanda a principios de marzo. No obstante, al llegar a la frontera entre Alemania y Holanda los detuvieron con la excusa de algún control rutinario. Los obligaron a bajarse del coche de caballos y registraron todo. Uno de los guardas se fijó en el pequeño Johann y se percató de una manchita oscura en uno de sus antebrazos exteriores. Entonces el guarda comenzó a hacer preguntas sobre la mancha y los padres tuvieron que mentir sobre su procedencia. Alegaron que era una simple marca de nacimiento por un antojo durante el embarazo. El guarda siguió insistiendo. Entonces Anceld, el padre, comenzó a perder la paciencia y aventuró que a qué se debía tanta pregunta sobre un recién nacido. Al guarda no le hizo gracia su actitud y le pidió papeles e hizo más preguntas. Evidentemente, no tenían papel alguno sobre Johann o su nacimiento. ¿Por qué? Pues porque sus padres no iban a empadronarlo en un país que no era el suyo. Estaban esperando a volver a Holanda para ello, pero tuvieron tan mala fortuna que el guarda les obligó a realizarlo, o les vetaría el cruce de fronteras acusándolos de ladrones de recién nacidos. De modo que no tuvieron más remedio que hacerlo, dando día exacto de su nacimiento, aquel pasado 20 de diciembre. Una vez satisfecho y con papeles en mano, el guarda dejó camino libre a la familia Den Adel. Por suerte, el resto del viaje fue tranquilo.
Con una sonrisa en los labios y viendo sus edificios conocidos, la familia llegó a la puerta de su casa holandesa. Tras las acomodaciones y demás, ambos padres supieron qué hacer. Si algún día aquel guarda decidía hacerles daño, no tendría más que hacer saber que un niño empadronado solo, sin padres y recién nacido había desaparecido. Y al encontrarse en otro país y además sin pertenecer a él, sería motivo más que de sobra para la condena a muerte. Así que corrieron al ayuntamiento e hicieron lo mismo, ahora de forma oficial. No dieron datos sobre su primer empadronamiento, al no estar registrado en ningún lugar. Todo salió bien, y la familia desde aquel día, 16 de marzo, fue feliz.
Y pasaron los años en los que Johann fue creciendo. Anceld veía poco a su familia por culpa de su trabajo de comerciante y Andrea se quedaba siempre con él, aunque también había veces en las que prefería atender sus llamadas sociales con sus amigas. Ella le enseñó muchas cosas, las que no aprendió en el colegio. Pero poco a poco la suerte y la felicidad de la familia fueron mermando hasta ser prácticamente nulas. A pesar de su notas, Johann fue perdiendo interés por los estudios que sus padres querían para él. Y conforme avanzaban los años el negocio de su padre iba perdiendo tanto fluidez como ganancias. Su madre cayó enferma y se vio esclavizada a una medicina de coste considerable. Los primeros años la cosa se pudo sobrellevar con más o menos normalidad, pero Andrea empeoró de repente y fue necesario tomar medidas drásticas. Según los médicos era necesaria una operación que solamente había tenido impulso en EEUU, de modo que si Andrea quería vivir, tenían que irse allí.
No tardaron una semana en embarcar, pero el viaje fue largo y penoso. Casi tres meses de travesía en los que se pasó frío, pues volvían a estar en invierno una vez más, y desesperación, pues la largura del viaje hizo que Andrea empeorara más aún a causa de los cambios de temperatura y los vaivenes que no la dejaban reposar ni dormir tranquila.
Nada más desembarcar en el Nuevo Mundo y tras acomodarse se comenzó el proceso de hospitalización de Andrea. No fue fácil. Se quejaba todo el día, y no era para menos cuando el estómago se le estaba pudriendo.
Comenzaron a pasar los días, y mientras éstos iban quedando atrás en sus vidas, tanto Johann como su padre sabían que algo no quedaría bien o, al menos, no como antes. Andrea no mejoraba a pesar del maravilloso tratamiento y ello provocó que Anceld comenzara a querer despejar su cabeza. Y sucedió lo inevitable. Una noche, borracho, acabó en el burdel, o mejor dicho, en una habitación del burdel y acompañado de una elegante mujer con atractivas curvas. Y después de aquello Anceld no volvió a ser el mismo. Cada vez salía con más frecuencia y entonces Johann se quedaba solo en el hotel, provocando que un día se cansara de no ser nadie importante en la vida de su padre e iniciara una serie de salidas por la ciudad, sobretodo por la noche para poder utilizar su escurridizo don. En una de estas escapadas fue donde descubrió lo que hacía su padre tan a menudo. Johann se vino abajo. Esa noche se marchó y estuvo varios días lejos, en cualquier parte. Se instaló en un bosquejo y allí conoció a un anciano cuyo nombre ni él mismo recordaba ya. Resultó ser un hombre ermitaño que se había dedicado casi por completo a vivir entre biodiversidad y a convivir con ella armónicamente. Acogió al pequeño Johann y con sus palabras le fue haciendo ver que en ocasiones las personas no eran dueñas de sus actos porque no era la razón la que dominaba, sino el corazón. Y entonces comprendió que su padre lo único que quería hacer era paliar todo el dolor que su alma sentía en esos momentos. No obstante, no pudo perdonarle que dejara de ir a ver a su madre por estar casi todas las mañanas fuera o con resaca. Y no, nunca lo perdonó. Ese anciano y él se entendían a través de gestos y de algunas palabras que se parecían entre sí. Y siempre le hizo gracia al anciano la manera de Johann de pronunciar “the days”, ya que su acento germano-holandés le hacía decir algo parecido a un “deisz”. Tanta gracia y ternura le inspiró, que el anciano terminó por llamarlo siempre así, Daze. Y Johann lo aceptó al venir de alguien tan bueno y que además tenía imaginación.
Y también ese tiempo lo dedicó a reflexionar sobre sí mismo. Porque se había dado cuenta con esas palabras de que entonces él no era ni hacía nada malo cuando miraba a otros chicos. Descubrió que así era él y así se aceptó fervientemente, ignorando por completo los estereotipos y las “normas” sociales que te marcaban el destino desde incluso antes de nacer.
Pasaron semanas y el anciano murió. Johann lo enterró como pudo a la entrada de su improvisado hogar y con lágrimas en los ojos volvió al hotel. Cuando su padre volvió le preguntó que qué tal se lo había pasado. Y a Johann se le partió el corazón. ¿Realmente ni se había dado cuenta del tiempo que había pasado? Lo odiaba… Cada día lo odiaba más y más…
Inexplicable y milagrosamente Andrea despertó una mañana completamente “curada”. Johann se había encargado de ir a verla y de todo lo que hiciese falta mientras su padre ahora había decidido que dormir en una cama llena de perfume todas las noches era lo correcto y acertado en ese momento. Había pasado días sin verle, incluso.
Lo que en realidad le pasaba a Andrea era que prácticamente estaba podrida por dentro. Una fase terminal que quería terminar en su tierra, en su casa, en su cama. Evidentemente, no le dijo nada ni a su marido ni a su hijo, aunque Johann sospechaba de aquel repentino cambio.
Durante los días en los que su madre se administró con consentimiento de los médicos altas dosis de calmantes y sustancias que apoyaban esos calmantes, Johann se encargó de hacer volver a su padre en sí antes de que su madre se enterara. Lo logró tras largas charlas de “hombre a hombre” y Anceld volvió a la realidad, alegrándose enormemente por la noticia. Finalmente retomaron un barco que los devolvería a su cuna europea.
La normalidad volvió a instalarse en sus vidas. Al menos, durante el tiempo que vivió Andrea (no más de unos dos meses), pareció como si nada hubiese acontecido.
Andrea Den Adel murió una tarde plácidamente desinhibida a orillas de este mundo. Entonces, nuevamente, todo cambió. Daze, quien había pedido explícitamente que lo llamaran así, ya era casi un hombre. Tenía casi diecinueve años y una mente abierta y despierta que no quería cerrar a cal y canto como su padre pretendía. Anceld no dejaba de llorar y entró en una profunda depresión que le acarreó el final de su carrera, de su empresa y prácticamente de su vida poniéndole fin a ésta a través de una bala del calibre 25. Y Daze se quedaba solo en el mundo.
Evidentemente, en el testamento figuraba él como heredero, pero al no haber nada sólido que heredar, sólo le fueron adjudicadas deudas, deudas y más deudas, deudas que no podría pagar nunca porque ya no tenía dinero con qué hacerlo.
Pasaron muchísimas cosas por su mente, pero quizá la más significativa fuere la idea de realizar su sueño de viajar por todo el mundo, ser lo que nunca fue, libre. Libre como un ave que surca los cielos, libre como una cabra emperatriz de las montaña… Y libre como una serpiente que vive pegada a la tierra.
Un día, Johann Den Adel desapareció y nunca más se volvió a saber nada de él.
Pasaron los años. El nuevo Daze se había convertido en un hombre libre que, sirviéndose de la naturaleza a la par que convivía con ella, recorría el mundo a su manera, a su ritmo, en solitario y disfrutando de cada instante bajo el sol o la lluvia. No obstante, también había adoptado la fama de ser uno de los mejores y más hábiles ladrones jamás conocidos y capaz de eludir cualquier problema, incluidos los intentos de captura y condenas a muerte. Empero, tras una noche de fuerte lluvia en la que la tierra se había convertido en barro, Daze cayó a un agujero mientras en forma de cobra huía de alguien que sabía qué o quién era él. Ese agujero había sido excavado con la clara intención de atraparlo, ya que lo habían conducido hasta él. Entonces, a causa del golpe se destransformó mientras ese hombre que lo perseguía lo observaba. No tuvo escapatoria alguna herido y con un rifle apuntando directamente a su cabeza.
Los días posteriores a la captura los pasó en una carroza con barrotes y más delincuentes dentro. Se dirigían hacia ninguna parte, ya que todos estaban condenados a muerte por cargos graves o reincidir. Una noche, mientras acampaban, Daze aprovechó un descuido de los guardias durmientes y transformándose en una veloz áspid se deslizó por entre los barrotes, pero con tan mala suerte que al saltar al suelo tiró con él un cubo de metal que hizo ruido al caer. Él no le dio importancia a un detalle superfluo cuando su prioridad era escapar, pero con el sonido el guardia más próximo a la salida se despertó y lo vio. Dio rápidamente la voz de alarma y unos cuantos hombres se dirigieron en su busca. Ya lo conocían. Era rápido, astuto y escurridizo. Pero nunca nadie podría haber adivinado lo que pasó esa noche.
Daze se movía majestuosa y magistralmente por entre la naturaleza acorazada de vida que se alzaba ante él como una cascada de diversidad. Llegado a un punto en el que el terreno era demasiado escarpado para una serpiente, recobró la forma humana y saltó de piedra en piedra hasta alcanzar un terreno llano. A pesar de creerse “a salvo”, un sonido ensordecedor profanó el lugar retumbando y haciendo eco más allá de donde la vista podía alcanzar. Y no sólo retumbaba en los oídos de Daze por el hecho de ser un sonido potente, no. Retumbaba porque ahora de la herida que tenía en su abdomen resbalaba una gruesa hilera de sangre a causa de la injuria producida por la bala. Dio unos cuantos pasos y cayó de bruces al suelo, lo que aprovechó el cazador para asestarle un fuerte golpe en la cabeza y dejarlo listo para el remate. Y ese maldito cazador ya alzaba una de sus armas… Cuando de pronto y como si del cielo hubiese caído, un ser frío, intimidante y de mirada penetrante se interpuso en su camino. Era un vampiro. Daze pudo olerlo en su delirio y su olfato no le había fallado nunca. Pero, ¿qué hacía un vampiro en una montaña perdida? O mejor aún, ¿por qué lo “salvaba”? ¿Acaso pretendía matar a la competencia para después desangrarlo a succiones?
El cazador cayó al suelo sin vida degollado por su propia daga, y entonces Daze perdió el conocimiento. Despertó en otro lugar al lado de aquel inmortal ser. Apenas unas palabras cruzaron, pero tras una atractivísima oferta que no pudo rechazar Daze aceptó acompañar a aquella criatura en un viaje de locos cuya meta no conocería hasta más adelante, cuando aquella hermética capa de frialdad y blancura decidiera abrirse un poco de cara a la serpiente fugitiva.
Datos Extras:
- Sisea al hablar.
- Suele alimentarse cazando como serpiente.
- Le gusta el buen vino.
- Se tensa bastante si ve alguien enfermo, le recuerda a su madre.
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