Por imposible que sea... [Adonis Komadina]

Como todas las noches no tenía otro pensamiento más que el de salir y divertirse con aquel trabajo que había llevado a cabo desde un tiempo hasta esta parte. Era posible que la gente de la alta sociedad no lo viese bien porque era un hombre que tenía dinero, era un hombre que podía convertirse en una de las personas más ricas de todo el país en poco tiempo y aún así gastaba su tiempo en negocios como aquellos. Las mujeres lo entendían de otra manera, puesto que la mayor parte de ellas habían caído en sus encantos y habían terminado pagándole por sus servicios. AL menos las más jóvenes. Las de edad más avanzada le veían seguramente como un mujeriego o un pervertido pero continuaban pensando, por la época machista en la que nos encontramos, que era mejor que un hombre se dedicase a hacer ese tipo de cosas a que lo hiciese una mujer. Por parte de los hombres no había más que desprecio en algunos casos, admiración y envidia en otros e indiferencia en los mejores, en esos que hacían negocios con él por el día para que las fábricas que poseían se viesen beneficiadas de aquel acuerdo.

La mayoría de sus noches no tenían diferencia a todas las demás en absoluto, a excepción de algunas que habían tenido lugar hacía un par de días, noches que podrían cambiar completamente su vida. Aún así, esa noche pensaba volver al burdel, buscar a alguna mujer que quisiera perderse entre sus brazos o disfrutar de él y después ya se vería lo que pasaba. Sin embargo hubo algo que le pilló totalmente de sorpresa y no era otra cosa más que una carta que llegó en el mismo momento en el que pretendía abandonar la casa que aún era por escritura de su abuelo. Tomó la carta, que parecía ser para él sin problemas y aunque pensó en un primer momento en dejarla sobre la mesa y leerla cuando volviese, puesto que debía ser algún contrato para firmar más… algo le llamó la atención, algo le decía que debía abrirla, por lo que sin más lo hizo, encontrándose ni más ni menos que una letra que ya conocía casi a la perfección. Sus ojos navegaban por aquel papel dibujado en tinta, leyendo cada una de las palabras… esa noche parecía que iba a tener un cambio de planes…

Tras guardársela en uno de los bolsillos del pantalón negro que llevaba y colocarse mejor aquel chaleco a juego con éstos y el cuello de su camisa blanca, comenzó a caminar hacia el lugar que estaba indicado en esa carta. Sabía perfectamente quién le había escrito y debía admitir que hacía un tiempo que no sabía de esa extraña mujer que en parte le recordaba a su “yo nocturno”, ya que tan solo la veía cuando el sol se ocultaba. Muchas veces se había preguntado cuál sería el motivo de éste hecho pero jamás había dado con la respuesta adecuada. Podría ser una mujer parecida a él, que por el día llevase una vida totalmente diferente… podía ser que no le gustase el sol por esas modas pasajeras que existían por las que ahora mismo las mujeres de piel blanca parecían gustar más a los hombres… Lo que sabía era que ella no buscaba lo mismo que la mayor parte de las mujeres de la aristocracia y eso se le resultaba curioso.

Caminó durante un par de minutos, a paso ligero ya que en la carta especificaba una hora demasiado temprana con respecto al momento en el que le había llegado esa carta, pero llegaría puntual, como lo hacía siempre. Una de las manías que tenía Adonis era que odiaba a la gente que no era puntual y él no iba a romper eso en absoluto.

Tal y como pensó, justo a la hora en la que habían quedado, él pisaba ya esa laguna, bordeándola para encontrar a la mujer con la que había quedado. No tardó en observar, a lo lejos, aquellos rubios cabellos que tantas veces se habían encontrado ya con él y con sus manos. Sonrió levemente antes de acercarse por uno de los laterales, con las manos guardadas en sus bolsillos. Una vez estuvo al lado de ella, se agachó y le tomó una mano, blanca, fría… como el mismísimo hielo, pero tan suave que cualquier podría estremecerse. La llevó hasta sus labios, en el mismo gesto que hacía siempre y besó el dorso de la mano, mirándola fijamente a sus ojos del mismo color que los de él

- Buenas noches mi señora… Siento haber tardado un poco más de lo debido pero su carta me llegó hace a penas unos minutos… - algo que hacía siempre… la miró de arriba abajo, asintiendo después tan solo una vez con su cabeza. Una mujer que tenía estilo, que sabía vestir perfectamente para la época en la que estábamos y aún así rompía con todo lo conocido - Como siempre estáis arrebatadora my lady… Sea la estación del año que sea conseguís formar parte de esta época y a la vez destrozais todos los ideales puritanos de París… Aunque nunca está de más ver algo más de piel que la necesaria… - rió divertido antes de sentarse a su lado, sin apartar los ojos de ella - Me alegra volver a veros, Celeste. ¿Cuál es el motivo de este... inesperado encuentro? - siempre directo, no se tomaba esas formalidades de hablar de “señorita Giovanni” porque pensaba que entre ellos eso ya era historia…