Sin rumbo fijo (François)

por Invitado Jue Jul 21, 2011 7:45 am

La mente y los recuerdos. Recuerdos que transitaban las mentes sin detenerse un solo instante para dejar al pasado reposar en paz. Qué difícil era lograr un momento de evasión cuando no tenías otra cosa que hacer que ver el tiempo pasar, esperando algo que no sabías qué era ni si alguna vez llegaría. Ese sol casi mediterráneo era un buen compañero, después de todo. Y más aún si su calor te envolvía haciéndote sentir protegido de alguna forma. Pero al parecer la serpiente no era la única que lo estaba tomando, sino que toda la ciudad era bañada por él con una cala de alegría.

Andando sobre los adoquines y esquivando algún que otro coche de caballos cierto cambiaformas se paseaba por París en busca de ese algo que en su guarida no iba a encontrar. No tenía posibilidad de abrir su corazón a nadie más, pero eso no quería decir que no abriera sus brazos a nuevas amistades. Algo que, francamente, a Daze le costaba hacer. Su desconfianza lo había llevado varias veces a la pérdida de buenas amistades pero que, al no haberlas profundizado, cuya existencia nunca logró percibir. Sin embargo, utilizaba como argumentos en defensa de sí su propia experiencia. Estaba harto de oír que debía abrirse, que no todo era siempre malo, que si esto, que si lo otro…
Pero con el paso del tiempo había aprendido a vivir sólo y en soledad. Ahora Daze era una persona que necesitaba estar sola, pero rodeada de gente. Y quizá era eso ese algo que buscaba. Caminar y explorar una ciudad hermosa y atrayentemente nueva para él pero sin querer pensar que se iba a encontrar en alguna situación incómoda. Su paso lo expresaba bien: rápido y firme. Y sus ojos permanecían en pugna con las alturas y el suelo, sin ser capaz de decantarse por ninguno de los dos bandos.

De pronto comenzó a oler a hierba en el ambiente, y sus instintos animales lo condujeron rápidamente hacia una especie de plaza enorme y llena de verdor por todas partes. Le pareció bastante hermosa estando constituida únicamente por naturaleza: vegetación y piedra. Y la belleza de la piedra de la que se componían suelo y bancos lo invitó a recorrer, bajo la atenta mirada de otro animalillos que correteaban por ahí escondidos, toda la plaza. Se sintió fascinado por la comodidad del lugar, de la tranquilidad que inspiraba. Dejó entonces que el momento lo dominara y se dejó llevar por él, yendo a parar a uno de los bancos frente al cual se hallaba una fuente que manaba agua a través de las bocas de unas figuras de animales. Sonrió y se quedó embelesado mirando dicha fuente, escuchando el sonido del agua y rememorando así las playas de su Holanda natal.

por Invitado Dom Ago 07, 2011 10:25 pm

Correr, saltar, brincar, huir. No puedo parar porque me vienen siguiendo, siempre me vienen siguiendo. “¡Ladrón!” es ahora mi epíteto favorito, atrás quedaron los días en los que me molestaba o me hacía sentir inferior. Ahora me gusta, me hace sentir especial, y tan descarado me he vuelto que entre ratos tengo la osadía de bajar la velocidad simplemente para sentir la adrenalina: hacerle creer a mi persecutor que está a punto de atraparme y recuperar lo que, hace minutos atrás, era suyo. Pero no, no soy ningún tonto, me doy cuenta del momento en el que estira su mano para atrapar mi andrajosa camiseta y me agacho, esquivo su agarre y corro más rápido.

“¡Canalla!” Me grita y yo giro a verlo por encima de mi hombro y le sonrío. Inclino mi cabeza en señal de respeto y le deseo mejor suerte para la próxima. ¿Aunque de qué le sirve?, ¿qué es un simple humano frente a un animal? Nada, no es nada. Mis pies comienzan a desacelerarse cuando me aseguro que ha desaparecido toda amenaza y camino para calmar mi respiración. Mi corazón late a mil por hora pero ni eso puede quitarme la sonrisa de mi rostro. No sé cuánto dinero hay en aquella bolsa que sujeto entre mis manos, pero estoy seguro que es más que suficiente como para vivir una semana.

Me encuentro en el centro de París, lo sé por la cantidad de gente que hay. Odio estas horas, mis callejones se encuentran infestados por escorias burguesas que no hacen más que mirarme con desprecio como si el sólo hecho de olerme fuera a contagiarlos de cólera o algo semejante. ¡Ridículos! Pero no me importa, saco pecho y camino erguido haciendo alarde de mi talle.

El callejón termina y desemboca en la plaza central de la ciudad. Mis vivarachos ojos observan de acá para allá hasta que finalmente encuentran lo que andaban buscando: la pileta. Me acerco a grandes pasos y, antes de acuclillarme frente a ella, me percato de que no hubiera ningún guardia cerca. ¡Cómo odiaba a esos condenados, y cómo me odiaban ellos a mí! Desde el primer día no tuvimos buena química: ellos dejaron claro que no querían verme lavándome el rostro en la pileta y yo les dejé claro que no iba a hacerles caso. ¿Cómo no llevarse mal con objetivos tan opuestos?

Pero bueno, ese día el campo estaba despejado así que sin pensarlo dos veces comencé a enjuagarme el rostro con ayuda de mis manos. Y, ya que andábamos en esas, aproveché para limpiarle los antebrazos también. -¿Qué?- Me dirijo a un señor que se encontraba por allí cerca observando hacia la fuente con cara de perdido. Seguramente ni siquiera me estaba mirando a mí, pero ya era la costumbre. -¿Qué mira?-

por Invitado Jue Ago 11, 2011 4:50 pm

El sonido del agua le hacía recordar los ríos alemanes. Algunas gotas caían con tanta fuerza que terminaban salpicando el suelo y mojándole los brazos; aquella sensación tan fresca era una delicia teniendo en cuenta el calor que hacía. No tardó tampoco su mente en evadirse de nuevo. Recordó cómo la primera vez que vio un río de niño se asustó creyendo que era una gran serpiente que se dirigía hacia él y se escondió llorando en las faldas de su madre, quien lo abrazaba mientras reía y le decía que no sucedía nada malo. También recordó la cara de su padre, un semblante quizá algo frío que delataba que no aprobaba esa actitud en un hijo suyo. - No seas gallina, Johann. Un Den Adel nunca tendría miedo de nada… - eran las palabras que él recordaba en el momento en el que salió del regazo materno para volver a acercarse a la barandilla del puente de madera que unía las dos partes del camino. Observó el agua recorrer el verde sendero por donde transitaba y poco a poco se fue desinhibiendo, adoptando una actitud más confiada. Después de ese día, el pequeño Daze no volvió a tener problemas con el agua, es más, pasó a encantarle. Y, paradójicamente, ahora era aquel animal al que tanto había temido al principio.

Eso podía explicar por qué miraba la fuente con tanta atención. Le recordaba a sus padres, cómo una lo arropaba y el otro lo envalentonaba. Pero ahora la serpiente estaba sola, prácticamente. Porque aunque llevaba años conviviendo con cierto vampiro, éste lo veía como un objeto a pesar del lazo tan fuerte que los unía. Y estaba anocheciendo. Pronto tendría que volver a verlo… Pero no ahora. En ese preciso momento se encontraba en una plaza que adoraba desde que había visto, sentado en un hermoso banco de piedra y observando una fuente que escupía agua que corría fuerte como en sus recuerdos.

Sin embargo, sus ojos estaban tan perdidos en esos recuerdos que apenas se habían percatado de la llegada de alguien que comenzó a chapotear y a echarse agua y que lo devolvió a la realidad hablándole de una forma un tanto brusca - Eh… A usted no, desde luego… - respondió sin mover un solo músculo excepto los párpados, que subían y bajaban de forma intermitente a causa de la sorpresa. Se quedó así unos instantes hasta que después reaccionó - ¿Qué hace? No puede hacer eso… La fuente es algo público - comentó frunciendo el ceño, pero después vio que el calor no disminuía. Se levantó y se acercó a la fuente, apoyando las manos en el borde de la misma y mirando las hondas que hacía el agua - Quizá refrescarse un poco tampoco sea tan malo… - comentó con una pequeña sonrisa, algo avergonzado.

por Invitado Sáb Ago 20, 2011 11:47 am

“Eh… A usted no, desde luego…”

Escucho que habla aquel sujeto y lo miro. Me han llamado la atención dos cosas: primero, el tono dubitativo que ha empleado para pronunciar aquella frase; y, segundo, que no me ha gritado, ni insultado, ni cualquier otra cosa que se le parezca. Puntos extras para el caballero y, únicamente por eso, reconsidero la idea de portarme arisco con él. –Mejor.- Me decido a responderle y continúo con mi minuciosa limpieza. Quizá en una segunda ocasión necesitaré sumergirme por completo para limpiarme como es debido pero, por el momento, bastará con eso.

Froto mis ojos y la parte detrás de mis orejas que es dónde más suciedad acumulo y, de repente, vuelvo a escuchar la voz de aquel caballero. Ahora me dice que no debo hacer eso, que la fuente es “algo público”. ¡Ja!, ¿y quién era él para decirme qué hacer y qué no hacer? –Por eso, caballero.- Destilo cinismo. –Es pública, como bien ha dicho, y no creo que le haga mal a nadie si me limpio un poco en ella.- Prosigo con mis asuntos cuando escucho un chapoteo a mi izquierda, ¿ahora qué pasaba? Giro mi rostro para observar al monsieur y mi sorpresa es grande cuando lo veo de cuclillas frente a la fuente, formando ondas en la superficie del agua.

-¿Qué está haciendo?- Pregunto confundido y miro hacia atrás y luego a la derecha para cerciorarme de que nadie nos está viendo. –No puede estar tan cerca de la plebe, caballero, no está bien visto.- Me pongo de pie y lo miro contrariado. Ya sé, claro que sé el motivo de su cercanía. Básicamente lo que quiere es opacarme, hacer que la gente nos mire y se dé cuenta de las diferencias sociales entre nosotros.

“Un noble de cuclillas frente a una fuente, está verificando su apariencia; un plebeyo de cuclillas frente a una fuente, está ensuciando la cristalina agua con sus puercas manos.”

-Manténgase a distancia, no vayan a pensar que estoy intentando robarle.- Camino un poco alrededor de aquella imponente construcción de cemento y me acuclillo en otro sitio. ¡Vaya suerte la mía!, ¡un franco! Se me pasa el mal humor de inmediato y meto la mano hasta tocar el fondo de la pileta para apoderarme de aquella moneda.

–Lo encontré allí.- Me pongo a la defensiva de inmediato.

por Invitado Dom Ago 21, 2011 3:22 pm

Se lo había quedado mirando con una pequeña sonrisa aflorando en los labios. En cierta forma le recordaba a él mismo, cuando se había tenido que buscar la vida entre gente que lo perseguía para cortarle las manos por ladrón. Pero, ahora que se acordaba de aquello, no podía evitar recordar también qué pasó la noche en la que casi murió. Tenía una herida feísima a causa de un maldito cazador pero alguien impidió el remate y lo curó, llevándoselo consigo. Aquel vampiro distante y arrogante que sin embargo le había arrancado el corazón poco a poco hasta hacerlo vibrar con sólo hablarle o mirarlo… Y cuyo pensamiento desechó moviendo la cabeza enérgicamente.

Volvió a centrarse en el hombre que tenía en frente y en lo que hacía. Verlo mojarse, en cierto modo, le hacía pensar en que tenía un agradable atractivo. Esos ojos, esos labios… Eran más que dignos de ser mirados y… Quizá en sueños, besados. A Daze se le antojó que lo gritaban a los cuatro vientos.
Sonrió y mantuvo esa pequeña y tímida sonrisa en su rostro hasta que escuchó unas palabras que no le agradaron precisamente - No diga bobadas, a mí no me importa si la gente habla o no - respondió a regañadientes repitiendo una vez más aquella frase - Por mí no se preocupe, usted no me molesta en absoluto. Tampoco lo voy a juzgar por echarse un poco de agua - añadió antes de bajar nuevamente la mirada hacia el agua y observar su reflejo, creyendo estar admirando el más horrendo de los rostros posibles.

Tantos años sin tratar con más personas de una forma más humana que cruzar unas cuantas palabras… Echaba de menos una conversación, aunque fuera charlar sobre chorradas, como también añoraba unas palabras de cariño, por simples que fueran. Y en algún recoveco de su pecho se había instalado la esperanza de poder hacerlo con aquel hombre, y por eso le supo mal que se alejara. Lo miró de reojo y por una parte le hizo gracia, pero por otra le pareció extraño. Daze había sido amigable y sin embargo el otro se alejaba, rehuía. ¿Por qué? Frunció el ceño y miró el agua por tercera vez hasta que unas nuevas palabras, esta vez de defensa, llegaban a sus oídos. ¿En serio Daze había sido así años atrás? - P-¿Por qué me da explicaciones? ¿Usted lo ha encontrado, no? Entonces es suyo.

Y finalmente, abatido y creyendo que lo incomodaba, alternó la mirada varias veces entre el hombre y el agua y terminó alejándose, volviendo al banco donde había estado sentado. La única diferencia, es que ahora su pecho estaba aún más vacío que antes y sus ojos miraban al cielo, contemplando las estrellas que acompañaban siempre a la ya presente noche.

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