Frustración (Cyara)

Salió de aquel cuchitril impregnada de asco. En qué mala hora había aceptado ese trato de boca de un viejo gordo y borracho… Nada más abrirse la puerta se dio cuenta de que todo había sido un vil engaño. No era un viejo gordo y borracho el que la esperaba, no, sino que había tres y a cada cual más pestilente. En adicción, ninguno de los tres llevada ni un franco encima, hecho que terminó por arrancarle insultos y desprecios de la boca de una forma cruel antes de que saliera rápidamente del lugar y con un enfado encima notable. ¿Qué se habían creído? ¿Hasta dónde era capaz de llegar la gente por un polvo? Increíblemente increíble…

Ya en la calle y alejada de allí aminoró la marcha. Con algo que parecían unos ojos húmedos se detuvo un instante y se apoyó en la pared de espaldas, cerrando los ojos y suspirando. Menudo día… Y pensar que por la mañana se había levantado extrañamente de buen humor… Seguramente fuera porque esa mañana se había despertado sola, sin desconocidos a su lado. Fuera como fuese estaba claro que algo impedía que al menos una sonrisa apareciera en sus labios.

Cuando retomó la marcha se dio cuenta de que al menos había podido sacar fuerzas para enfrentarse a los tres hombres que pretendían utilizarla como entretenimiento. ¿Por qué? ¿Sería por su ebriedad? ¿O sencillamente había defendido inconscientemente la poca dignidad que le quedaba como persona? Quién sabe…
Sus pasos terminaron conduciéndola hasta algunas calles que apenas conocía, con lo que no le quedó más remedio que mantener la vista alta para encontrar carteles con sus nombres. Pero aquello no le impidió observarlo todo y ver cosas que hasta el momento desconocía. Casas, establecimientos e incluso señales en el suelo que informaban acerca de la existencia de un puesto callejero justo ahí. Le fascinaba aprender. Por eso se frustraba sabiendo que poco aprendería estando como estaba.

Fue dejando atrás las calles desconocidas para ir adentrándose poco a poco en lugares que sí conocía. Pero en ese momento estuvo a punto de doblar la esquina que la llevaba de regreso al burdel y se detuvo. Observó que había varios hombres solos en la puerta que seguramente la buscarían al verla acercarse. Y no, ya había tenido suficiente por esa noche. Suspiró y se dio la vuelta, con cuidado de que ningún/a compañero/a la viera y diera el chivatazo, y se encaminó de nuevo hacia lo desconocido.

Me encontraba andando por calles y más calles de la ciudad más famosa de Francia, París. En una de mis manos portaba una cesta con montones de juguetes fabricados por mí, en la otra intentaba contener los juguetes más grandes, los que no cabían en la pequeña cesta. Estaba frustrada, no, más bien estresada. ¿Quién me había mandado a mí hacerle caso a mi vecino?

"Prueba con la venta ambulante si tanto se aburre dentro de la tienda, srta. Seery"

Estaba claro que no me gustaba estar encerrada día tras día en la pequeña juguetería que había conseguido con mis ahorros, no soportaba ver a la gente moviéndose tras las ventanas estando yo encerrada, intentando ganarme el pan de cada día. Refunfuñé un poco como una niña pequeña. Era la siguiente casa. Tenía una puerta de color blanco, aquella casa era irreconocible. Allí vivía un niño de nombre Jacques, el cual era muy enfermizo, y siempre que podía se pasaba por mi tienda para ver solamente como fabricaba los juguetes. Últimamente no había acudido a visitarme y me había extrañado, por lo tanto seguí sus indicaciones y llegué a su casa perfectamente. Supuse que estaría enfermo, de ahí su ausencia, por lo tanto había hecho un soldado de madera pensando en él. ¡Un regalo para su recuperación!

Dejé la cesta en el suelo, me arreglé como pude el vestido y toqué la puerta, preparando mi mejor sonrisa. Tardó un poco, pero una señora bastante rellenita y con pecas en la cara me abrió en la cara. Portaba una expresión para nada agradable, a causa de éso, me puse nerviosa. Me miró de arriba a abajo, estudiándome. Se paró durante unos instantes en los juguetes que llevaba entre mis manos, después en la cesta que había dejado al lado mío.

-¿Qué es lo que quiere?

-¿Vive aquí un chico que se llama Jacques?

-Sí, ¿por?

-Verá señora, su hijo visita habitualmente mi juguetería y como he notado su ausencia, he decidido traerle un regalo -le ofrecí el soldado de madera, pintado por mí con cautela la pasada noche.

La señora me volvió a mirar de arriba a abajo, su cara cada vez se ponía más roja.

-¡O sea que es usted la responsable que mi hijo me esté pidiendo todos los días que le compre un maldito juguete! ¡No, gracias! ¡No aceptamos ofrendas, no somos mendigos! -y me cerró la puerta blanca delante de mis narices, dejándome con la palabra en la boca.

-¡No sé como un crío tan amigable haya podido salir de una mujer como usted! -le grité a la puerta, puede que la señora me escuchase, pero no respondió.

Ofuscada, enfadada, recogí mi cesta y proseguí mi camino intentando vender mis juguetes. Torcí una esquina y me encontré con unos cuantos hombres delante de una puerta. Recordé que ahí era donde se encontraba el burdel, era lógico que tantos hombres tan nauseabundos se encontrasen ahí. Levanté la cabeza, y sin dirigirles la mirada, caminé en frente de ellos. Sentí como me miraban divertidos y tras silbarme me dijeron:

-¿Por qué lleva tantos juguetes señorita? ¿Acaso quiere utilizarlos con nosotros? -y todos estallaron en una risotada.

Antes de que intentaran tocarme el culo o hacer alguna de sus estupideces, avancé mi camino sin dejar de mirar atrás y entonces me choqué con una persona provocando que los juguetes que llevaba entre mis brazos cayeran. Debía asegurarme que ninguno se había roto, pero primero era disculparse antes de ponerse a recoger del suelo...

-Lo siento muchísimo. ¿Está bien?

Hacía pocos minutos que se había empezado a anochecer y el cielo se teñía de un naranja intenso. Un naranja que le recordaba a Morgana el color que adoptaban las playas de Grecia justo en esos mismo atardeceres de su infancia. Con algo de melancolía se quedó mirando el cielo y dejó que varios suspiros abandonaran su boca.
Deseaba tanto poder volver… No, no, volver no. Seguir adelante, empezar una nueva vida, ser alguien… Pero no en el mismo lugar del que tuvo que huir por miedo a lo establecido por personas que no eran ella misma.

Y entonces algo de ese mismo temor se instaló en su pecho. De noche… En la calle… Una prostituta sola… En fin… Debería resignarse si alguien la requería en un desafortunado encuentro por la calle. Aunque evidentemente no tenía por qué mantener relaciones sexuales, tan sólo podían solicitar su compañía como algo afectivo. Por Dios santo… Qué ridículo era pensar eso. ¿Quizá esperanza? ¿Esperanza? Casi la había perdido por completo…

Con todo eso en su cabeza y tan metida en su mundo estaba que no se dio cuenta de que estaba caminando sin mirar hacia adelante, sino al frío suelo de piedra. Pasos y más pasos que eran delatados por el sonido de los tacones sobre los cuales se sostenía su amargada figura.

Todo se rompió y desapareció cuando en un inesperado choque (quizá producido por su falta de concentración en mirar hacia adelante) la hizo tambalearse y casi caer al suelo. Se agarró a una oportuna farola y tras estabilizar su equilibrio se percató de que había chocado contra otra mujer a la que se le habían caído montones de… ¿Juguetes? De una cesta que también terminó tirada por ahí. Con el ceño algo fruncido se acercó a ella y la ayudó a levantarse - Sí, sí… ¿Se encuentra bien usted? - preguntó mientras su mirada danzaba entre los juguetes y la muchacha.

Juguetes… Juguetes con los que los niños pequeños se divertían. Juguetes que seguramente habrían tomado su tiempo para ser fabricados y que ahora, seguramente por su culpa, algunos acabarían rotos o con desperfectos. Pero… ¿Por qué de pronto sentía cierta nostalgia?
- Lo lamento, de verdad… - se disculpó de nuevo y con un tono que llegaba a rozar la pena.

-Sí, por supuesto. Lamento haber chocado con usted, estaba más pendiente en los hombres que usted puede ver detrás, no quería que me pillasen desprevenida -entonces me agaché con cuidado para recoger primero los juguetes que habían resultado de algún modo "heridos". Noté que la mujer con la cual había chocado sentía de verdad la casi pérdida de mis juguetes, alcé la cabeza y le sonreí con alegría, no había motivo alguno para estar enfadada o pagar mi frustración con ella-. Tranquila, no pasa nada. Después de todo está anocheciendo y debería volver a mi casa, podré devolverles su aspecto de antes -expliqué mientras recogía las partes de una réplica pequeña de un carruaje de princesa.

Cuando había acabado de llenar la cesta con los juguetes rotos me fijé en la mirada de la mujer, ¿en qué estaría pensando? Prefería mantenerme callada por el momento, parecía preocupada o... Bueno, no era muy buena leyendo los rostros de la gente. Cuando me di cuenta que al estar rotos los juguetes ocupaban más sitio en la cesta y quedaban muchos más esparcidos por el suelo, sentí casi pánico. No podía dejarlos ahí, en mitad de la calle. Entonces, se me ocurrió una idea. Levanté mi mirada y miré fijamente a la joven con cara de súplica y ayuda. Quizá no quisiera ayudarme, pero por probar no pasaba nada...

-Creo que no voy a poder llevar todos los juguetes yo sola a mi casa, si no le importa a usted... ¿Podría ayudarme con ellos? Sé que está anocheciendo y que seguramente usted tendrá otras cosas mucho más importantes que hacer, así que si se niega lo comprendo perfectamente -repentinamente, mi sentido de peligro se encendió y en acto reflejo giré mi cabeza hacia donde estaban los hombres de antes. Tragué saliva y le susurré a la mujer-. Esos hombres no han apartado la vista de aquí ni un segundo, lo mejor sería que comenzáramos a andar, con normalidad por supuesto. Entonces, ¿me ayudará? -pregunté con una medio sonrisa.

Reparó entonces en que la muchacha, cuyo nombre todavía desconocía, tenía toda la pinta de llevar la razón. Se sintió entonces observada y disimuladamente giró la cabeza, comprobando que efectivamente todavía estaban los hombres con miradas que rozaban la perversión en toda su amplia gama de sentidos - Está bien… - dijo muy a su pesar, quizá por miedo a los hombres o sencillamente por cumplir. O una mezcla de los dos. O quizá por cortesía. Ni idea…

Se acercó a ella y con picardía le susurró - Cargue los que pueda en la cesta y yo llevaré el resto - y aunque su ofrecimiento era altruista cien por cien no pudo evitar tener dificultades para agacharse y moverse con esa ropa tan incómoda que llevaba - Disculpe… - susurró casi diciéndoselo a sí misma, maniobrando para moverse sin enseñar nada digno de escándalo.

Y una vez más la prostituya amargada se vio envuelta en un lío del que debía escabullirse si no quería terminar como siempre, callándose y aguantándose. Pensó entonces en que sería acertado demostrar educación, ya que pese a las circunstancias nunca debía dejarse de lado la humildad - Mi nombre es Morgana… - explicó en tono neutro - ¿Cuál es el suyo?

Mientras hablaba la ayudaba a recoger y cuando veía que algún juguete o que un trozo de no cabía en la cesta se lo colocaba en el regazo, con cuidado de no dejar que volviera al frígido suelo.

Por unos instantes creía que me iba a dejar tirada con todos los juguetes, tampoco me iba a sorprender después de la "fantástica" bienvenida de la madre de Jacques. Le agradecí con la mirada a la mujer su ayuda, hasta que finalmente se presentó. Su nombre era Morgana y preguntó por el mío.

-Me llamo Cyara, Cyara Seery -dije mientras me levantaba ya que había acabado de llenar la cesta de los juguetes rotos.

Me fijé en como las manos, los dedos de Morgana se movían: con delicadeza pero a su vez con precisión, con cuidado de no dejar caer ninguna pieza. Supuse que debía de ser por lo menos de clase media o alta, ya que a lo largo de los años aprendí a reconocer las clases sociales de cada persona por el movimiento de sus manos. Cuando me aseguré que ningún clavo se había quedado en el suelo, ayudé a Morgana a levantarse -llevaba un vestido de lo más ostentoso y parecía dificultar bastante los movimientos de espalda y piernas- y durante unos momentos olí el aire. Olía a perfume y a sudor de hombre. Para romper un poco el hielo y no quedarnos las dos calladas, le sonreí y le dije:

-Muchísimas gracias, en serio srta. Morgana. Ya verá, la juguetería no se encuentra muy lejos. Puede usted llevar la cesta, ya me encargo yo de las piezas más grandes y pesadas -le cambié las cosas para facilitarle el camino, me sentía mal al dejar a aquel tipo de mujer llevar todo el destrozo de mis juguetes.

Debíamos caminar con cuidado, vigilando nuestras espaldas ya que Morgana también se había fijado en aquellos hombres. Aún así no parecía realmente preocupada.

-Por su acento puedo deducir que usted no es francesa, ¿de dónde viene? -pregunté para hacer más ameno el camino, aparte que siempre me gustaba conocer a gente nueva en París, habían muchas personas y todas tan distintas...

De ningún modo había pensado negarse, pero realmente le había costado tomar esa decisión. Aunque mirando el lado positivo quizá se distraería e incluso podría conocer alguien nuevo en la ciudad, aunque quizá nunca más volvieran a verse. Agradeció enormemente el cambio realizado, ya que vestida así, con tremendos tacones y encima llevando peso… Era hacer más dificultoso lo difícil. Y bueno, por sus indicaciones no habría que caminar tanto.

Cierto era que los pies ya le empezaban a doler, pero no le quedaba más remedio que hacer aquello. Y no es que le pesara… al menos no del todo; pero no podía quejarse ya que había tenido suerte incluso. Si no se hubiera dado la vuelta y cruzado con la muchacha llamada Cyara ahora quizá estaría en plenos preliminares con alguno de los babosos de la puerta. Señor… Tremendo escalofrío le recorrió la espalda con tan sólo imaginárselo.
Reparó entonces en que aquella mujer era bastante guapa. Había poca luz y la anaranjada de las farolas no ayudaba mucho, pero, con aquella piel blanquita, su rubia y larga cabellera y esos ojos entre verdes y marrones -no distinguía bien- se parecía a una princesa. Y además con esa sonrisa que le otorgaba un toque afable, además de transmitirle a Morgana cierta confianza.
-Eh… No, no soy francesa… Eh… Soy de Grecia… ¿Tanto se me nota?- preguntó con un leve sonrojo producido por la situación y por cómo se tenía ver gracias a los caprichos de la vida.

Y así comenzó a caminar a su lado, observando de nuevo las calles, las paredes, los carteles, los bancos, etc., todo lo que podía ver y más.

Noté como a Morgana se le iluminaba el rostro a la vez que se le enrojecía ante mi comentario. Esperaba no haber sonado brusca, pero algo me decía que ella no estaba molesta conmigo. Ante su curiosa pregunta, alcé una ceja divertida mientras portaba los juguetes rotos y dije mientras sonreía:

-La verdad es que no. Usted habla con mucha fluideza, pero en ciertas palabras el acento no es el mismo -me escuché a mí misma y daba a entender que yo sí que hablababa perfectamente el francés, lo cual era todo lo contrario-. A mí me ocurre lo mismo, como se habrá dado cuenta, yo tampoco soy de aquí. Soy irlandesa, aunque mi padre era francés y por eso tengo ese oído para los acentos -expliqué mientras le sonreía, esperaba no estar haciéndole más pesado el camino, era lo que menos deseaba.

París se alzaba ante nosotras y mientras anochecía, la gente se apartaba, adentrándose en sus casas. Al ver que Morgana se mantenía callada, decidí volver a ser una pesada y deslenguada y continuar la conversación antes empezada.

-Siento ser descarada pero... ¿Qué le ha traído a una ciudad como París? Tengo entendido que Grecia se encuentra bastante lejos de Francia...

Estaba pareciendo como una persona demasiado curiosa, pero, ¿qué se le iba a hacer? Aquella mujer de cabellos negros y mirada misteriosa que vestía ropas caras había llamado mi atención...

Su mente sufría una dicotomía entre el asombro y el agradecimiento. Estaba caminando al lado de una mujer que le contaba cosas que podrían haber aburrido o incluso molestado a otras personas, pero no la estaban molestando a ella, al contrario. Estaba escuchando con la oreja bien puesta a pesar de estar algo desorientada y cansada por todo. Y sí, Morgana tenía un buen oído y el acento de la señorita parecía puro francés - Bueno… Tampoco llevo mucho aquí… - respondió tímida.
Y de pronto, como si de un dardo envenenado se tratara, algo se le clavo en el pecho. ¿Qué qué hacía lejos de casa? Pfff… Ni ella misma lo recordaba ya. Pero ahora algo se le removía por dentro y eso le hizo adoptar un semblante mucho más serio, quizá demasiado - Sí, mucho… Demasiado… - murmuró únicamente mirando al frente y apretando los juguetes con las manos, presa de la rabia de tener que recordar que prácticamente ahora era una bastarda al haber recibido el reniego de sus padres.

Un corazón cerrado que una vez estuvo abierto. ¿O un corazón cerrado que nunca antes estuvo de otra forma?

La miraba con curiosidad, casi con diversión. Cada vez más quería saber de ella, hablar más con ella hasta que nuestro camino se acabase. Me di cuenta que mi pregunta tocó un recuerdo pasado a causa de su voz tímida, casi susurrante. Era de pocas palabras, pero me había decidido a seguir hablando con ella ya que la había arrastrado conmigo, no iba a hacer ni mucho menos que aquel camino fuese aburrido. Sus manos agarraban contra su pecho mis juguetes medio destrozados. Sabía qué le estaba ocurriendo, a mí también me ocurría y lo que siempre hacía era acudir a una buena amiga -o amigo-. Quizá era lo que ella también necesitaba.

-No es necesario, ni mucho menos, que me cuente la razón de su estancia aquí en París. Sé que es duro estar lejos de casa, sean las razones que sean las que le han traído hasta esta ciudad. Me gustaría decirle que hay mucha gente como tú que ha acudido aquí, huyendo de su pasado y comenzar una nueva vida. Sé que los recuerdos nunca se podrán borrar -y quise añadir un "como me ocurre a mí", pero aquello era tomarse demasiada confianza y mi boca ya había dicho mucho. Esperaba que mi comentario no le molestase, lo había dicho con la atención de ayudarla.

No le molestaba el hecho de estar contando cosas íntimas sobre su vida, sino el tener que hacerlo sí o sí. No, claro que no iba a tener la desfachatez de ignorarla cuando casi podría decir que era gracias a ella que no estaba con ningún hombre en ese mismo momento. Suponía que quizá quisiera hacerle el camino más llevadero, pero no estaba tocando ni mucho menos un tema que le gustara continuar. Suspiró escuchándola y cortésmente la miró un par de veces para sonreírle. Le estaba costando un trabajo inmenso no salir corriendo, de modo que optó por lo más simple frente a un desconocido: mentir. - No, no hay nada de malo. Estoy de vacaciones en casa de mi hermana y había salido a dar un paseo pero me perdí. Ya había descubierto el camino de vuelta pero me crucé con hombres en la puerta de un escandaloso edificio y supuse qué querían, así que me di la vuelta y… - calló porque ambas sabían el resto.

Lo que no podía era ocultar un ligero nerviosismo que se atrevió a desafiar la buena máscara que estaba mostrando. ¿La causa? Su ropa, su maquillaje, sus altísimos zapatos, su actitud evasiva y callada. Las apariencias engañaban, pero no había nada como el miedo, el alcohol o la inocencia infantil para delatar que se estaba mintiendo.

En mis largos años vividos, no había llegado a comprender por completo los sentimientos de las personas. Las razones por las que mataban, asesinaban, robaban, mentían; pero había aprendido a no juzgarlos, primero, intentaba comprender el motivo de sus acciones. Era aquéllo lo que había decidido hacer con Morgana. Arquée ligeramente las cejas cuando escuché como llamaba al burdel "aquel escandaloso edificio", intentaba desviar mi atención de su localización allí. Me parecía extraño además, que una mujer como ella vistiera de una manera tan elegante sólo para salir a dar un paseo, ¿y si fuera de clase alta? Lo dudaba mucho. Había una razón misteriosa por la cual me estaba mintiendo, no debía molestarme siquiera. Erámos dos personas completamente desconocidas que habían chocado por razones del destino, y yo forzosamente le había pedido que me ayudase. Antes de responderle, me giré durante unos instantes detrás nuestra, y para mi sorpresa, aquellos hombres que se aburrían tanto, nos seguían con mirada ociosa. Sabía que si llegaban a ponernos las manos encima, yo me podría defender, pero ¿y Morgana? A pesar de conocerla de hacía poquísimo tiempo, no percibía mucha fuerza física.

-Sí, causas del destino. Es lo que ocurre a veces, la gente choca y... -no sabía ni por qué me molestaba en seguir hablando. Habían cosas más importantes que comentar-. Por cierto, no sé si esos hombres han cogido algún interés en usted o en ambas, pero nos llevan siguiendo desde que torcimos la primera esquina -olí el aire durante unos instantes, ligeramente, para que Morgana no lo percibiese-. Estarán borrachos seguramente y querrán algo de diversión. Mejor será que aligeremos un poco el paso.

Caminé más deprisa, haciendo que mi compañera de camino me siguiera el ritmo. Lentamente, paré de andar para colocarme detrás de Morgana. Los hombres se habían dado cuenta de nuestras intenciones y nos miraban divertidos, e incluso nos gritaban. Respiré hondo, pero ya estaba enfadada con lo anteriormente ocurrido. Observé a Morgana desde atrás, parecía una chica buena y frágil. Quizá por causas del destino, se quería que yo protegiese aunque fuera por unos instantes a aquella mujer.

-Siento haberla metido en ésto, pero la juguetería está cerca... -y lo sentía de verdad.

Todavía con el corazón en un puño mantenía sus pasos firmes y seguros, a pesar de los tacones. Se había quedado pensando en un millón de cosas y al mismo tiempo en nada concreto, pero Morgana era de tener siempre la cabeza ocupada para no pensar en las razones de su desdichada vida. Volvió a sonreírle una vez más mientras hablaba, pero entonces oyó aquello de los hombres y se giró impulsivamente para comprobarlo con sus propios ojos - Oh, Dios mío… - murmuró. Las estaban siguiendo tres cubas andantes - Sí, lo están. ¿No ve cómo se tambalean? - dijo nerviosa, empezando a apresurar sus pasos, ahora sin importarle el dolor de pies que aquello pudiera acarrear.

La siguió y por poco tropieza, pero logró mantenerse en pie. La experiencia de varios años… Aceleró sus pasos al igual que su acompañante imprevista y su respiración comenzó a agitarse. Su mente comenzó a tergiversar ideas inocentes para mezclarlas con miedo e intenciones, provocándole un miedo horrible. Lo que le faltaba en su lista de desgracias, una violación…
Se dejó guiar desde delante por Cyara y torcieron alguna esquina, pero aquellos necesitados no dejaban de perseguirlas. Esperaba de todo corazón que no les sucediese nada malo, pues los hombres, aún borrachos, poseían bastante fuerza, lo sabía de primera mano - No, no. La que lo lamenta soy yo, Cyara. Me siguen a mí, nos conocemos de vista del burdel. Usted ya se lo habrá figurado por mis pintas. Sí, soy una puta.

Después de confesarlo sus mejillas se tiñeron de un rojo apagado que delataba claramente que no era precisamente lo que le gustaría haber sacado a la luz. - ¿Falta mucho? - dijo queriendo dejar ese tema atrás, aunque sabía que era imposible, para intentar buscar otra cosa a la que darle importancia.

Sorprendida por su confesión, paré mi paso, aún dándoles más ventaja a los borrachos que supuestamente iban tras Morgana. Su trabajo daba respuestas, por ejemplo, su manera de vestirse -demasiado llamativa para una mujer de clase media-. Por lo tanto, no estaría en París de visita con su prima. ¿Por qué entonces me había mentido? En cierto modo, lo entendía. Era una desconocida y seguramente no sabría cómo iba a actuar. De todos modos, yo no había mostrado interés por su trabajo, por lo tanto no me había mentido de forma directa. Me fijé en que sus mejillas se habían sonrojado. Debía de ser duro trabajar como cortesana, lo sabía porque una de mis amigas se ganaba la vida así, y muchos de los días acababa con moratones y heridas en el cuerpo. Suspiré para mí misma y le solté una sonrisa.

-Me da lo mismo lo que seas. No voy a permitir que estos hombres vayan a hacer con nosotras lo que quieran -seguramente al ir con Morgana también se pensarían que yo sería una puta, pero me daba lo mismo, íbamos a salir de allí-. No tienen derecho sobre ti, después de todo, ahora mismo no te encuentras en el burdel, ¿verdad? -le di otra sonrisa para llenarla de confianza, ya que la había notado algo fría conmigo. Le tomé la mano y controlando mi fuerza, la llevé conmigo hasta el final de una calle, allí se podía ver mi jugutería. Solté su mano y señalé la juguetería-. ¡Ahí está! Ya hemos llegado...

Pero para mi sorpresa, los borrachos estaban a dos pasos de nosotros. Gruñí, pero quedó disimulado por los gritos de aquellos hombres. Sentía mucha furia en mi interior, pero debía controlarme, después de todo me encontraba delante de una humana. Tenía una idea, pero era demasiado arriesgada. Me coloqué delante de Morgana, protegiéndola y le susurré:

-Ya sabes donde estña la juguetería, ¡corre! Yo me encargaré de ellos... Aunque no lo parezca, me sé algunos trucos para ahuyentar a los hombres. Tú te encargas de hacerles sentir placer y yo dolor. Tranquila no me pasará nada -y para provocarlos les grité-. ¡Eh, cabezas de puerco! ¿Es qué nunca os satisfacéis?