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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Ago 08, 2011 7:02 pm

[Privado con Dominique]

El lujo del Palacio Royal, los que bailan se divierten, los que beben se embriagan y los que copulan se satisfacen. Durante el día la gente fingía tener una vida moral, iban a la iglesia, confesaban sus pecados y se arrepentían ante un sacerdote aunque en sus conciencias no hubiera un completo arrepentimiento. La noche era el hogar de lo prohibido, los demonios emergían de cada ser, los mortales se entregaban a los excesos porque en la oscuridad de la noche ¿Quién podría reconocerlos? Así los que de día eran unos, de noche eran otros y se entregaban a los más satisfactorios vicios o pecados capitales sin el menor atisbo de arrepentimiento. Uno de los clérigos estaba en una de las fiestas de máscaras cogiéndose a la chica de quince años que ese mismo día le había confesado tener pensamientos pecaminosos, la esposa de algún conde participaba en una orgía donde su devota imagen de ama de casa se quedaba en el vestido que le acababan de arrancar, el príncipe de Escocia que era un caballero, aunque no de día pero si ante la ‘refinada’ sociedad, se encontraba oculto en el jardín sin pantalones y dando fuertes embestidas contra el cuerpo de una mujer de veinte y tantos años que joven había quedado viuda y que necesitaba de quien le hiciera gritar lo que en la cama solo le quedaba recordar en sus noches solitarias.

Empecé a lastimarla por la fuerza con la que la penetraba, sus gritos de placer se mezclaron con los de dolor y a la vez que pedía que siguiera también pedía que me detuviera pero lastimosamente, por el contrario de lo que ella creía, no me importaban en lo más mínimo sus deseos. Era una rubia de ojos grises y cuerpo descomunal, las esculturas de las diosas griegas le tenían envidia pero fuera de ello…estaba completamente vacía. Prácticamente se me había ofrecido desde que le dirigí una mirada, su cuerpo solo quería ser tocado y maltratado porque no tenía ningún pudor. Tenía el cerebro de un pájaro, había pensado que Escocia se encontraba en algún lugar del nuevo mundo y no pude evitar reírme de su estupidez cuando ella pensaba que me reía por parecer agradable ante ella. Terminamos y me puse de pie, la otra en el suelo aun no podía recobrar el aliento o…¿la cordura? No le dirigí ninguna mirada ni palabra, me puse los pantalones y salí del jardín aún con la camisa desarreglada.

Apenas eran las diez de la noche cuando volví al Palacio Royal, decidí ir un momento a recobrar la buena ‘imagen’ arreglándome la ropa, había olvidado donde deje tirado el saco y el chaleco pero teníamos un guardarropas de emergencia en el segundo piso, no era el único de la familia que se daba esas licencias. Todos seguían en su mundo en las fiestas y volver a cualquiera daba lo mismo a no volver porque no me interesaba estar con otra mujer esa noche, al contrario de mis hermanos no necesitaba estar con un harem en una misma noche para poder divertirme. Subí, me cambie de ropa, bebí una copa de vino o una botella de vino, no importaba. Como ‘nuevo’ volví a bajar hacia los salones y en la puerta de uno de ellos reconocí a un conocido aunque el creyera que era mi amigo, generalmente las personas se atribuyen lugares que no les corresponden pero es divertido verlos actuar mientras tratan de impresionar. Al ser el de la nobleza sabía que no me gustaban las famosas venias a la llegada, entre mas conservara en secreto mi identidad era mejor para mis fines. El conocido seudoamigo me invito a la fiesta, era una fiesta de la alta clase parisina donde todos eran mortales con excepción de los dos.

Como no tenía nada mejor que hacer acepté y entramos al salón, bebimos una copa de whisky como se acostumbra en las altas esferas y por poco lo escupo en la cara del mesero pero simplemente volví a dejar el vaso sobre la bandeja; en comparación al whisky escocés aquello parecía agua sucia con unas gotas de alcohol etílico. De pronto el seudoamigo se rió al observar una escena, me mostro a unos pasos de donde estábamos a una mujer joven, obviamente hermosa y por alguna extraña razón destacaba de entre el resto de las mortales allá presentes. Él me explico que se trataba de la princesa de Francia, una Fontaine. La chica solía ofrecer fiestas con regularidad en el Palacio Royal y rodearse de sus amistades aunque no permitiera que cualquiera se le acercara, acababa de dar una negativa a uno de los nobles de Francia para salir a bailar. Según el conocido la chica era conocida por su carácter, al parecer toda una fiera o…todo un reto para empezar un juego.

Debía aprovechar esa oportunidad, ella aún no me conocía ya que acababa de llegar hace solo un par de semanas, seguramente en el futuro nos presentarían como corresponde pero prefería conocerla antes de que el juego de etiquetas interrumpiera en esas eternas veladas donde todos son ‘su majestad’ y ‘mi reina’. Por supuesto, ya había conocido a muchas princesas, algunas hermosas, otras feas como focas ya sean por producto del incesto o por deformaciones de nacimiento. No sabía cómo era aquella princesa, una mirada vanidosa, por ahora podía verla desde allí pero no parecía ser el tipo de princesa a la que estaba acostumbrado conocer, ese arquetipo de princesa moldeada a semejanza de los padres que solo pensara en tener un marido noble, hijos y más riqueza y poder, siempre era el mismo cuento.

Sin despedirme del psudoamigo me dirigí tranquilamente hacia donde estaba la princesa, incluso paseaba por el lugar, una mujer se me puso enfrente pero la esquive como si no la hubiera mirado, la verdad que me interés estaba dirigido solo a una persona. La princesa estaba parada y detrás se veían dos damas de compañía, como si alguien se fuera a atreverse a robarla entre tantas personas…o quizá si fuera una posibilidad. Me pare a su lado con una actitud disfrazada de amabilidad, después de todo no se me antojaba dar mi identidad ni que ella la descubriera, fingí ser un chico tímido que había tenido suerte de estar en aquella fiesta y que no conocía quien era ella -A riesgo de que me rechace, ¿puedo pedirle humildemente que me regale unos minutos de su compañía solo para una pieza?- dije mientras disimulaba muy bien las ganas de reír a carcajadas por como acababa de hablar, siempre me imaginaba como sonaba cuando hablaba con la propiedad de la realeza, el mismo acto al que estaba acostumbrado en una noche que podía ser como cualquier otra pero por lo menos ella no lo era.
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Mensaje por Lydia Sforza Lun Ago 22, 2011 7:10 pm

“Los muertos no comparten,
aunque extienden su mano hacia nosotros
desde la tumba
(juro que lo hacen)
No tienen sus corazones,
tienden sus cabezas,
la parte que mira.”
Stan Rice


Desde la ventana del carruaje se me permitía apreciar la serenidad de las románticas calles parisinas. Hacia un par de horas que despojados habíamos sido de la seguridad del fulgor solar y no nos quedaba más remedio a nosotros los mortales que andar con tiento en otra noche mas, placida y engañosa, cuidándonos de los peligros que entre sus sombras se encubren. Con sorpresa silenciosa me pecarte de la luna dorada que coronaba la noche y mis pensamientos se fueron mas allá de lo que en estos últimos días me había permitido liberarlos, ¿Cómo la estaría pasando mi estimado Conde Greymark?, ¿O Gianella?, ¿Qué había sido de esa bestia sin consuelo? Resultaba irónico que lo que para unos podía ser el estigma de un momento difícil y siniestro, para otros no era más que un espectáculo encantador, a veces nostálgico y otras tantas algo afable. Si, bastante irónico y común… no era una novedad que mientras la mitad del mundo pudiese estarla pasando muy mal, para otros no era impedimento para disfrutar hasta el último segundo de la noche.

Dentro del vehículo las copas de Champagne pasaban de mano a labio con la ligereza festiva de las fechas importantes. La madame de Lamballe no dejaba de amenizar la velada con sus habladurías sobre la corte inglesa y prometiendo mil maravillas ante la celebración a la que nos dirigíamos. Distraídamente prestaba atención y entre las bromas y risas me entere que la fiesta del Palace Royal se debía a la llegada de los monarcas ingleses en nuestras tierras, habían venido aquí por negociaciones mayores y las festividades en dicho edificio continuarían toda la semana para darle la bienvenida a la patria hermana. El duque de Choiseul, un hombre aunque joven mucho más maduro, dio una llamada de atención a toda la corte joven que nos acompañaba, haciendo un marcado hincapié a mi persona al afirmar que era importante mostrar más cortesía y reverencia hacia los anfitriones e invitados de la reunión. Entorne la mirada y volví a prestar atención a la ventana donde ya podía admirarse el frontispicio real del Palacio.

Varios guardias custodiaban la entrada y le pidieron al chofer las respectivas invitaciones antes de permitirnos el acceso. Tuve un mal presentimiento mientras cruzábamos la senda iluminada de sus jardines y no desapareció aun cuando salimos del carruaje y nos encaminados al dorado salón donde rostros familiares y desconocidos se confundían en un paisaje de vanidad y banalidad sin igual. El grupo con el que veníamos se disperso en el salón para reunirse con sus iguales y rechazando una copa de whisky que me ofrecieron di un paseo siendo escoltada por mi cortejo de damas mientras saludaba con una sonrisa apenas fingida y una reverencia no muy pronunciada.

Los violoncelos se escuchaban a los lejos alzando el furor de sus voces cual soberbio varón resaltando la imposición de su presencia, sin dejar en ningún momento de luchar contra la seducción de los sutiles y vibrantes cantos de los violines que oprimían con su gracia la brutalidad de los otros y cedían a la armonía del réquiem. En un arrebato delicioso la música consentía hasta la suavidad de los susurros románticos y en un progresivo, apasionado y violento aumento llevaba a la música creando toda una revolución de sentidos tan propia de las composiciones de Ludwig Spohr. Si me lo hubiesen permitido, habría estado satisfecha con salir al jardín y abstenerme solo a escuchar la música… pero tenía que estar ahí, atendiendo los cuchicheos de mis damas que me señalaba quien eran el adinerado que acaba de comprar un titulo, a quien habían descubierto en un lugar indebido, la dama que recién había perdido el derecho de llamarse tal, etc, etc, etc…

Gracias a Jean y su manía por llamar a todos “iguales” y pedirles que lo trataran de “tu”, algunos nobles creían que podían hacer lo mismo conmigo, llegaban con la sonrisa del mejor amigo invitando a una tarde de “té” o preguntándome por mis familiares, un Vizconde de apellido sin importancia que tenia lo de insignificante, lo mismo que de osado se atrevió a pedirme un baile.

“Ves lo que se gana por ser amable, querido hermano? De pronto olvidan cual es el lugar que les corresponde” Dije palabras que preferí guardarme al momento que desdeñaba al atrevido con un gesto. Mis acompañantes disimularon una risa que no pude evitar corresponder y me volví hacia ellas apunto de incitarles lo decepcionada que estaba del festejo, tan encantador y ordinario como lo eran todos los demás. Fue entonces cuando una de mis damas me señalo con una mirada la presencia de alguien interrumpiendo nuestra charla, sin mucho afán gire con delicadeza sobre sus talones. Una mirada profunda y orgullosa sostuvo la mía, pese a que su expresión y la suavidad de su voz trataban de asegurar humildad. Un muchacho gallardo, nada extravagante fuera de la autoridad de su porte. Por el desenfado con el que había llegado, sin una presentación o reverencia adecuada, suponía que no tenía idea de con quien estaba hablada.

“Otro desconocido e insignificante aventurero? Que encantador” Nuevamente… mis damas rieron.

---
A riesgo de que se decepcione… --- Respondí imitando su tono y dedicándole una sonrisa “complaciente”--- no suelo aceptar ls peticiones de aquellos que olvidan sus modales en una debida presentación--- Hice un ligero mohin de ironia y luego inclime muy ligeramente el rostro para el joven. --- Ahora si me disculpa, Caballero… --- En un gesto elegante mis damas entendieron la orden de retomar el camino y se acercaron a nosotros.
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Mensaje por Invitado Sáb Sep 03, 2011 3:16 pm

¡Eres un bello cielo de otoño, rosado y claro!
Pero la tristeza sube en mí como el mar,
Y deja, al refluir, en mis morados labios
El recuerdo hiriente de su limón amargo

(C. Baudelaire)

Zapateos, zapateos, taconazos y manoseos, como en todas las cortes los bailes eran lo mismo de siempre, un montón de mortales e inmortales rozándose entre ellos. En todos los salones se seguía el mismo protocolo, aquel lugar con sus lujosos salones era el centro de encuentro de la mayoría de la nobleza parisina y la clase alta, obviamente la nobleza extranjera también se daba cita para hacer notar su presencia en Sodoma. Las mujerzuelas estaban disfrazadas de condesas, duquesas y demás, los libertinos se escondían detrás de la máscara de la caballerosidad, misma que se olvidaba una vez que se tenía a la amante desvestida. Allí me encontraba después de una primera diversión pasajera en los jardines, mi atención ahora estaba dirigida a la princesa de Francia, me la habían señalado y por lo que había escuchado de ella en mis pocos días en Paris me parecía que podría divertirme sin que lo hubiera planeado con anticipación, tocaría improvisar.

La chica era altanera como toda princesa, los demás adjetivos eran cualidades de todo miembro de la realeza así que no me preocuparía por esos detalles, de la misma forma en que me importaba un leproso me importaba un título ¿Por qué? Digamos que el único título que tenía validez para mí era el propio y quizá el de mis hermanos solo por considerarlos familia, lo demás era puro protocolo en una sociedad donde no es sí y donde las tontas aspiraciones de la mayoría se desvanecen más rápido que la felicidad provisional que creen tener en su relativo poder. Si me dieron una advertencia antes de partir hacia ella no la escuche, ya estaba sobre mis pasos cuando escuche que el seudoamigo me llamaba. No hice más caso que a mis impulsos y me acerque a ella aparentando ser cualquier tipo, como me gustaba jugar ese papel para reírme cuando los que se creían importantes resultaban siendo vasallos de quien tenían delante. ¡Máscaras! Esta no era una fiesta de máscaras pero todos los presentes usaban una, la mayoría de ellos una máscara que les diera mas estatus del que en realidad tenían.

Una frase, ¡qué risa! Cuando la pronuncie actué creíblemente según yo pero ella no pareció tomarlo a bien o quizá todo se debía, como ella decía, a una falta de protocolo. Había olvidado llegar de rodillas ante su majestad…un momento, lastimosamente nunca me vería de rodillas ante ella por mas princesa que fuera. Sonreí después de escuchar su respuesta y mi mirada se dirigió a la más hermosa de sus acompañantes –Espero que tu no dejes que la princesa decida por ti, déjame decidir por ti, ven conmigo- volví a sonreír porque la muchacha, en cuyos ojos mantenía la mirada fija, se acerco como si hubiera perdido el dominio de ella misma y se me entrego con tanta facilidad que era un acto natural –En seguida te la devuelvo- le dije a Dominique dirigiéndole la mirada por unos segundos para luego irme con su acompañante a ¿bailar?, digamos que a bailar en el medio de la pista, sin duda seguíamos el esquema tradicional de los pasos de baile aunque a su oído pronunciara tantas obscenidades que ella empezara a mostrarse avergonzada por el color de sus mejillas. A una mujer le gustaba sentirse deseada, era fácil entrar su cabeza y hacerla imaginar las escenas más pudorosas que un ‘desconocido’ podría otorgarle, una gota de sudor resbalo por su frente como si estuviera a punto de experimentar las palabras que entraban por su oído y que procesaba su mente de tal forma que la hacían suspirar. Lastimosamente para ella la pieza concluyo, los hombres besaron la mano de sus acompañantes mientras yo solo me dirigí con la mirada hacia la princesa encontrándola en el mismo lugar donde la había dejado. Le regrese a su dama de compañía quien parecía haber pisado tierra y mantenía la mirada tratando de evadir todas las demás que la juzgaban alrededor.

La orquesta se estaba preparando para empezar la nueva pieza cuando con la sola presencia a mi paso las mujeres fueron haciéndose a un lado, después de todo, ¿quién se atrevería a meterse en medio de mi camino?. Llegue hacia ella por detrás y la sujete con una mano por la cintura y con la otra de un brazo, ella era tan ligera que desde esa posición hasta podría levantarla un par de centímetros y llevarla a bailar –Los caballeros suelen decir que es mejor pedir perdón que permiso princesa, debo advertirle que en adelante no espere ninguna de las dos acciones de mi parte- le dije al oído fuerte y claro aunque me encontraba tan cerca de ella que nuestros cuerpos rozaban. Fue fácil dar el primer paso hacia el frente esperando a que ella decidiera moverse por su cuenta –Sólo un baile, por lo menos te quitara el puchero que traes en los labios y lo sustituirá por una expresión iracunda en mi honor, ¿o prefieres hacer un papel enfrente de todos los presentes?, no tengo nada que perder- dije sonriente y divertido. Negarse a bailar con uno de los anfitriones de todas las fiestas seguro daría de que hablar, ¿a mí me importaba? En lo mas mínimo que no, el enojo de los demás me complacía y si ella se mostraba enojada por mi comportamiento podría gritarlo si quería, hasta podría ordenar que me sacaran del lugar pero su orden quedaría sin efecto ante los guardias, lo más divertido de todo aquello era que ella no lo sabía.

Los lacayos están para cumplir las órdenes de la realeza, ella era la todopoderosa princesa, la que rechazaba a mil y un caballeros y quien ordenaba muchas cosas en Paris. Sin embargo, yo no era un caballero cualquiera como le había hecho creer con mi presentación y mucho menos era alguien que bajaría la mirada ante la suya, mi mirada estaba sobre ella, vigilando sus gestos, reflejándome en sus ojos azules, sonriendo por el hecho de infortunarla. Era un juego de poderes donde sabia que ella no cedería, ¿era una malcriada y mimada princesa no?, lastimosamente para ella este príncipe había obedecido al mismo comportamiento por más de quinientos años y por ello sabia participar en el juego donde antes ella se creía la ficha intocable.
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Mensaje por Lydia Sforza Sáb Sep 10, 2011 5:38 pm

Tan diferentes a las celebraciones que solían llevarse a cabo en la corte francesa, las festividades en el Palace Royal solían ser de carácter más formal. Sin espectáculos excéntricos o demasiado exceso. Todo se volvía más encantadoramente… ¿Recatado? Los ingleses solían ser así en comparación con nosotros, mucho más sobrios, mucho más fríos. Como si las arquitecturas de los arcos y los altos techos, los escudos, las banderas y el silencioso poderío ingles provocaran un oscuro influjo en sus invitados. Con sobrada bellaquería mis labios sonrieron burlones, pareciera que por un segundo el encanto del lugar nos hiciera olvidar que verdaderamente éramos franceses.

Mientras la marea de faldas danzantes provocaba olas armoniosas con la melodía, a los alrededores de la pista de baila residían el resto de los invitados en cúmulos representativos. Por un lado se encontraban los viejos pilares de la corte, antiguos duques, viudas condesas y avaros marqueses que poco a poco perdían su autoridad ante las nuevas generaciones de nobles que llegaban a relucir con su encanto y ambición lozanos. Solían ser más arrogantes de la cuenta y eran como lo buitres a la espera de la carroña, atentos al primer bocado de carne mobiliario para abalanzarse sobre el… si te descuidabas, podían arrancarte los ojos.

Charlotte, viuda de Du Vantelle y Condesa de La Fayette al notar el escrutinio de mis ojos desprendió la más agradable de sus sonrisas y alzo la mano enguantada de negro en pos del saludo lejano, llevada por el hilo de mis pensamientos no pude evitar ver el reflejo de sus garras en el gesto y me reí, imitando su cortesía. Estaba dispuesta a ir a entablar una charla con ella si era necesario para sacarme al descortés galán de encima, normalmente bastaba con un refinado insulto para que el caballero dejara de importunar mi valioso tiempo, sin embargo el individuo en cuestión mantuvo la imposición de su presencia y actuando con el desenfado de los campesinos se llevo a una de mis damas a la pista de baile. Frunci el ceño, observando como mi dama de compañía, Meredith se deslizaba a los brazos del hombre como llevada por la música del flautista… sin pedirme siquiera un permiso, como debería ser. Apenas los vi perderse entre el resto de las parejas tome del brazo a mi restante dama y le susurre a su oído que averiguara cuanto antes quien era y de donde venia el atrevido y la empuje de forma disimulada para apremiarla a actuar rápido. Esa actitud tan confiada resultaba sospechosa… normalmente los nuevos ricos eran torpes y vulgares, mas no impositores.

Mientras esperaba una princesa extranjera llego a saludar, dejando en el aire la promesa de un próximo reencuentro y despidiéndola con mil favores seguí con la mirada su camino, encontrando finalmente al círculo de Montrell, uno de los consejeros de mi padre y una de las cabezas más influyentes de la corte. Siempre me había gustado su manera de ser, tenía la elocuencia, la gracia y crueldad de los genios de la lámpara, la mayoría de los varones de su círculo le desdeñaban tanto como lo admiraban. Si las cosas se volvían tediosas, ya tenía a quien recurrir para evadir al ocio.

Mi dama volvió con la prontitud de sus pasos justo a tiempo para que la pista de baile terminara. El venturoso desconocido volvía junto con una Meredith totalmente aturdida y ruborizada, como si el vals hubiese sido demasiado atrevido, justo en el momento que me susurraban al oído la misteriosa identidad… ¿Un Windsor?, ¿Acaso era una broma? Gire sobre mis talones para toparme con la expresión de mi dama que aseguraba veracidad y justo antes de que pudiera articular palabra un brazo masculino rodeo mi cintura acercándome a su cuerpo. Respingue poniéndome de inmediato en tensión… un susurro burlón fluyo a mis oídos, notado de arrogancia que lo único que provoco fue airar mas a mi carácter. ¿Quién se creía para venir a tratarme así? Estábamos muy lejos de su reinado para seguir sus reglas. Aun y con toda la indignación en mi garganta fruncí mis labios evitando articular palabras ofensivas… era el primer contacto con esa familia y no me habían dado la mejor de las imágenes, pero por lo que indicaba la situación... apenas era el comienzo.

---
¿Un baile a cambio de la verdad, mi señor? --- Pregunte con una supuesta cortesía que para el buen oyente percibiera el espectro del sarcasmo y la burla. Cedí a sus pasos caminando en dirección a donde me guiaba y disimule las muecas por un gesto frio… Detestaba que no supieran respetar mi espacio personal y cada paso que daba servia para romper con la cercanía impuesta y disimulaban a la vez una aceptación que evitaría las escenas --- Creo que tengo derecho a saber quién es el que me fuerza a obedecer y además se jacta de poder contra una dama, como si de verdad fuera algo muy admirable. --- Hice un ligero mohín ---. En verdad que debería decírmelo, en vista que usted sabe quien soy yo... al menos así mis indignaciones, molestias y reproches llevaran un nombre.
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Mensaje por Invitado Jue Sep 15, 2011 5:53 pm

Arrogante, petulante, los aires de superioridad, la barbilla levantada, la mirada retadora, la curvatura de los labios dibujando una sonrisa burlona…era la primera vez que aquella descripción la compartía con alguien que le acompañara, el reflejo de mis gestos y alardes prácticamente me fascinaba. Desde donde yo estaba ella conservaba la imagen de mármol y eso que no era una inmortal! Dominique, bella, hermosa, ¿encantadora?, fría, evasiva, suspicaz, altanera, irrespetuosa princesa, ¿podía ser más perfecta?, eso esperaba porque si ese era el caso ambos nos divertiríamos en la compañía del otro, por lo menos por esa noche. Su dama por el contrario, demostraba ser por lo demás servicial, como la mayoría de las mujeres a las que estaba acostumbrado conocer. En otro caso me reía con las aparentes muestras de exhibición de realeza y en un dos por tres eran las mejores putas gratuitas y entregadas, por lo menos las cortesanas tenían un poco mas de tacto y cobraban algo a cambio…por supuesto que ninguno era el caso de la mujer que estaba a lo lejos con sus damas, una de ellas en mis brazos suspirando y casi desmayada ante cada palabra lasciva que se deslizaba por su oído y que la recorría hasta causar el cosquilleo entre sus piernas.

Un, dos, tres, el baile había finalizado y regresamos a darle encuentro a la mujer que por carácter y demás se hacía respetar, odiar y seguramente envidiar por muchas de las presentes que no dejaban de dirigirle miradas, que mas, mi compañía un motivo más para ser envidiada. En el mismo momento en que le devolvía a su apasionada dama la otra pareció regresar de otro lugar, le dijo algo al oído y una mirada cambio a otra, esperaba que no fuera lo que creí porque en ese caso no sería tan divertido para mí. Chismes y mas chismes, las mujeres viven de chismes pero son unas expertas en el arte de saber cosas antes que los demás. El que dijo, el quien dijo, como lo dijo y para que lo dijo, hasta ciertos puntos predecibles, por ello mismo débiles por donde no debían serlo. Para que perder más tiempo allí parados, me la lleve tomada de la cintura, a regañadientes, con la clara desaprobación en la mirada, con los labios arrugados y refunfuñando, no sabía si lo hacía para complacerme, porque en efecto lo hacía, o porque realmente no sabía cómo salir de esa.

La sostuve con fuerza rozándola con mi cuerpo ya que aunque ella parecía forzar el alejamiento estaba soñando si creía que la dejaría, el juego empezaba y solo éramos dos piezas en manos de las sombras que teníamos de almas, ¿no era cierto?, tenía el extraño don de sacar lo peor de las personas cuando me lo proponía, olvidaban su educación, sus modales, sus creencias, se quitaban las máscaras de refinamiento ya sea por miedo ya sea por no soportar más los puñales con formas de sílabas y ritmos, nadie toleraba la verdad pero todos la mentira, lastimosamente me importaba un carajo la reacción ante el efecto de mis palabras o de mis acciones; el hombre es por naturaleza cruel, el vampiro es por naturaleza un demonio, una mezcla de ambos era mi esencia. –Una verdad que no prometí pero dime ¿Cuál es la verdad que quieres escuchar?, ¿la verdad hipócrita de quienes nos rodean o la verdad de alguien a quien le importa poco que seas una princesa?- respondí cerca de su oído para luego alejarme y rodearla, el baile lo ameritaba por ahora. La tome de la mano para seguir la perfecta sincronía de todos los danzantes, un cambio de parejas para dar un par de giros, la venia, el regreso a la pareja con la que había empezado el baile para tomarla con un brazo por la cintura y con el otro sujetarla de la mano, mas giros y mas sonrisas alrededor, por supuesto que la voz ya había corrido y ahora éramos el centro de la fiesta o más bien, el centro de las miradas, habladurías y suposiciones de nobles francés e ingleses.

Ella volvió a pronunciar palabra, yo volví a sonreír burlonamente porque tocaba separarnos de nuevo para seguir la inquebrantable danza, costumbre de décadas, protocolos que tanto ella como yo nos habíamos visto obligados a aprender desde niños aunque en muy diferentes tiempos. Regresamos una vez mas y las palmas de nuestras manos se juntaron después de levantar a la altura del rostro nuestros brazos, la miraba directamente a los ojos –Más bien te fuerzo a romper tu usual comportamiento, no me agradezcas, no es necesario. Sin embargo, quizá tienes razón en tu pedido de saber con quién tratas como yo tengo el ¿derecho?, más bien en placer de ocultar, si quiero, quien soy, ¿acaso a las mujeres no les gusta el misterio?- respondí y reí para tomarla de la cintura y seguir la rutina antes seguida, caminando alrededor de la sala con esos saltos cortos, pasos elegantes e inclinaciones que el cuerpo acostumbrado a lo mismo hacia mecánicamente aunque con ella prácticamente lo estaba disfrutando, el molestarla me complacía en gran medida.
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Mensaje por Lydia Sforza Vie Sep 23, 2011 7:13 pm

--- Una verdad que le estoy pidiendo a cambio de tolerar semejante imposición.

Mis palabras eran un murmullo suave pero severo ante toda su frialdad. Sin poder hacer mucho caminaba hacia el centro del salón percibiendo como cada tanto las miradas se posaban sobre nosotros, a lo lejos Montrell evaluaba la situación y en un ademan indiferente le hice restarle importancia. “Todo está bajo control”, solo había que poner en su lugar a un deslenguado y mal educado príncipe.

¿Que le pasaba a la Nobleza extranjera? Los ingleses no eran los únicos que entraban en el margen de mis desaprobaciones, los aristócratas italianos gozaban también de un desenfado de protocolo y de un carácter tan blando… al menos eso me habían demostrado las visitas. ¿O qué tal si mencionaba a los Españoles? Aquellos que día a día anunciaban algún bastardo recién reconocido de linajes mezclados con la clase media y demostraba los excesos de su nuevo y joven rey. ¿Es que acaso no habían tomado ninguna instrucción acerca del decoro?, ¿Tenían un mínimo de idea de lo que podría provocar un mero rumor? La corte estaba llena de cuervos al acecho y serpientes arrastrándose y ocultándose tras los elegantes atavíos... un pequeño error, un pequeño rumor podía ser tomado y usado para destruirte. ¿Qué si la reina oso darle unas monedas de mas a un desconocido? “Seguro tiene favor por él, algo deben de tener”, de ese pequeño comentario podrían salir acusaciones mas fuertes que podrían llegar a costarte la corona o el titulo. O podían acontecerte la suerte de mi estimado Nigel, que después de su calumnioso matrimonio se había ganado el desden de quienes antes le reverenciaban y el protagonista de las burlas más hirientes, casi un exiliado de la corte que antes pudo haber sido su hogar mismo… en Francia nadie perdonaba un detalle en falso. ¿Era distintos en las otras noblezas?, ¿Seriamos acaso nosotros demasiado excesivos? Tampoco decia que era necesarios ser rectos, pero cuando menos si haces las cosas... hay que saber ocultarlas.

Hice una ligera mueca y gire sobre mis talones siguiendo los pasos del varon, sujete la sobrefalda de mi atuendo e hice una reverencia, elegante y sin una pronunciada inclinación, para mi acompañante aceptando el comienzo del baile. En ningún momento mis ojos dejaron de sostener los ajenos, mostrando un apice del temperamento que aunque femenino no admitia a cualquier varon por encima de su persona.

---
Una respuesta genuina, sin adornos, burlas o desdenes a cambio de una danza --- Le recordé en mesurado y frio tono.... Y como si los músicos hubiesen conspirado con el insolente príncipe, el humilde vals anterior cambio a la impetuosa composición de Rameau. Les Indes galantes cantaba en jovial énfasis exaltando la osadía y el romance, la diversión y la promisoria de los jóvenes. Alrededor las faldas se mecían en un giro sincronizado y las acompañe a su juego con soltura y gracia, sonriendo al caballero que danzaba aun lado de nosotros y luego volviendo a otorgar mi atención a mi compañero disimulando mas el gesto, mi mano se poso en su hombro sin apoyarse de verdad en él y me deja llevar aparentemente dócil a su mandato dancístico.

La música envolvía maravillosa, distrayéndome unos segundos del peculiar Windsor e invitándome a abandonar su guía dando otro giro en direccion opuesta... hasta hacerme recordar al destino y volver a Aidan junto con la realidad misma. Alce mis manos aun enfundadas en los mitones cortos tejidos de seda azul, los hilos metálicos del guante hacían brillar el escudo de los Fontaine que brocado en lamina había sido tejido sobre el reverso de la palma. Nuevamente me acerque para facilitarle el siguiente paso y entorne mi mirada ante sus juguetonas palabras. No, dudaba realmente que nosotros fuéramos nobles exigentes, más bien los demás eran decepciones, intentos de aristócrata. Vagos, campesinos, soldados o bufones con titulo.

---
Nada tengo que romper además de esta imagen que le muestro, monseñor --- Respondí con una condescendencia aunque no pude evitar sonreír con burla. Me sujete a su cuello y deje que inclinara mi cuerpo en un descenso de la melodía, le dedique una mirada de reojo antes de dejarle perderse en el brillo del salón --- A las mujeres nos encanta el misterio, pero a las princesas nos encanta mucho más un caballero…--- Finalice dejando que me reincorporara. --- ¿Es inocencia la mía creer que pueda haber algo de eso en usted? Debe de tenerlo, de lo contrario los nobles señores de esta morada no lo habrían invitado. ¿No lo cree asi?
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Mensaje por Invitado Sáb Oct 22, 2011 5:11 pm

Sonreí burlonamente en respuesta a sus palabras, como si ella pudiera pedir lo que quisiera de mi cuando le diera la gana, ¿estaba mal acostumbrada?, quizá no, simplemente ambos habíamos tenido la misma educación y cada uno era consciente del poder que tenia sobre los demás pero entre nosotros no existía tal. ¿Modales?, en eso nos diferenciábamos, ella era la princesita hija de su papi, mimada, adorada, temida…etc. Por supuesto que también, como todo príncipe y princesa, era el objeto del deseo de muchos por lo que no le faltaban pretendientes y por lo mismo que ella estaba acostumbrada a tratar a todos con desdén. Lastimosamente para ella no me presentaba como pretendiente, tal vez si viera a las mujeres como más que entretenimiento fuera ello posible en algún universo, pero mi verdadera intención era solo una: molestarla y divertirme con ello. Mis modales serian los propios con una ‘dama’ y que risa me daba pensar en la máscara de caballero que uno tenía que llevar pero esto no significaba que la sátira estuviera ausente de una noche que se veía prometedora, por lo menos para uno de nosotros.

De tal forma seguimos protocolarmente el baile que se nos presentaba, más de las cortes, la riqueza de los pasos, la alegría de los lascivos, la vida de los nobles mientras que los pobres de aquí o de allá se conformaban con roer el hueso que el conde de quien sabe donde tiro desde su carruaje. Era un mundo perfecto para los que habíamos nacido en cuna noble, desgraciadamente si vivías tanto tiempo en el mismo lugar el tedio terminaba aburriéndote, la noche eterna se tornaba rutinaria, aburrida, sin sentido y solo el demonio ofrecía nuevas posibilidades de sentirse vivo. La veía hermosa y altanera y me hacia recordar a las princesas que había conocido cuando aún estaba vivo, antes de que la locura dominara mi razón. En ese entonces era tan…humano que el solo recordarlo me daba asco, obviamente ese Aidan le hubiera agradado mas a Dominique ya que tenia los modales de un príncipe que hasta entonces no había visitado el infierno ni se había complacido en el.

¿Alguna vez ella vería con esos ojos?, la nueva vida era muy diferente a lo que muchos creían. La mayoría se dejaba llevar por los sueños de la inmortalidad pero eso no era todo y como la veía tan fresca e insolente me preguntaba si aquella joven seria la misma que ahora veía quinientos años después o tal vez solo seria polvo siguiendo el destino común de todos los mortales. Volví a sonreír al verla girar, sus ojos fijos en los míos como si me retara a darle las respuestas que pedía. El complacer a los demás no era uno de mis dones, mis hermanos eran los principales testigos de ello, pero quizá pudiera darle alguna respuesta a la Fontaine, sin que esto significara que fuera precisamente la que ella deseaba. –¿No te cansas de actuar?, siempre el mismo papel de la princesa refinada…quisiera ver si en ti hay algo más que un titulo- respondí al tiempo de que cambiaba el tono de la danza. Hablábamos y aun así no descuidábamos ni el más mínimo detalle en cada paso como si nuestros cuerpos estuvieran acostumbrados a ello por naturaleza, quizá era así –Si pudieras olvidar que eres princesa por un minuto, ¿Quién serias en este momento?- pregunte acercándome a su oído aprovechando uno de los pasos en los que la sujetaba por detrás para avanzar en una fila ordenada entre las demás parejas.

Ese era mi juego, todos esperaban algo de un príncipe o, en su caso, de una princesa, pero era realmente una osadía estar en contra de un protocolo. No era cuestión de desdeñar el titulo sino de desdeñar a las personas que esperaban la perfección de alguien que había nacido para ser perfecto. Dominique era la imagen, el tótem, de una nación que se enorgullecía de su familia real como en Inglaterra se enorgullecían de mi familia, pero ¿realmente hacia lo que ella quería o hacia lo que los demás querían de ella?, tenía un carácter fuerte y mi papel allí era precisamente provocarla para quitarse los zapatos en los que la habían calzado, por decirlo metafóricamente. Solo así dejaría de molestarla, solo así reconocería que su existencia era provechosa, porque habían muchos nobles, muchos títulos, muchas coronas y la mitad de ellas las portaban seres tan insignificantes como los despojos del valle de los leprosos.

-¿Y cómo romperías tu imagen?- respondí con la mirada posada sobre ella adquiriendo el mismo aire retador que ella misma había portado desde el inicio del baile. Desvié la mirada por unos segundos hacia alrededor, como supuse la gente aun nos miraba como si hubieran encontrado la nueva comidilla de los chismes en Paris, esto en verdad me divertía ya que no me imaginaba como Dominique rompería si ‘imagen’ en medio de la multitud, en caso de que lo hiciera. Como fuera el baile continuaba y cada vez eran menos las parejas que se quedaban a nuestro alrededor pero aun las que salían de la pista se quedaban al borde del salón observando, las mujeres hablando ocultando los labios en sus abanicos, los hombres fingiendo dar sorbos a sus copas para soltar alguna de sus inquisitivas observaciones. Sociedad, sociedad, sociedad…se baila en la boca de la gente, se vive de la imagen, se sigue la costumbre también inmortal. –Lamento que mi caballerosidad no sea la que esperabas…espera, la verdad no lo lamento en lo mas mínimo, esta noche no tengo ganas de fingir que me importa quién eres, quizá en otra ocasión lo haga- respondí guiñándole y sonriendo al mismo tiempo. Su siguiente comentario sí que me dio risa, los nobles señores de aquel palacio…como decirle que yo era uno de ellos o más bien como seguir postergando el no decírselo –Pues hay mucho de eso en mi, podría llenarte de mentiras hermosas y podrías creerlas pero nunca serán verdad. Tu estas acostumbrada a recibir palabras de admiración pero ¿crees que todas son reales?, la gente solo dice lo que le conviene con quien le conviene quedar bien. Los nobles señores de esta morada saben cuál es mi parecer y aunque no lo comparten lo aceptan mientras use la máscara de la cordialidad- respondí explicándome sin descuidar el siguiente paso en el que nos separábamos para cambiar de parejas, dos o tres giros con una mujer que no conocía y volvi a encontrarme con Dominique al final del salón, donde tomados de la mano en alto avanzábamos a la par de otras parejas por el medio de la pista de baile.
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Mensaje por Lydia Sforza Sáb Nov 12, 2011 9:45 pm

De reojo observaba a la orquesta, jóvenes con el mentón en alto y los ojos cerrados que se entregaba apasionados a su música, golpeando con el arco sobre las cuerdas haciéndoles vibrar y suspirar en armonioso tono. Finalmente algo de francés en aquel escenario extranjero! No solamente las cuerdas eran víctimas de la vibración embrujante, casi mágica, alrededor de nosotros, más parejas iban y venían con sincronizado paso, pero con diferente y bien disimulada intención… algunas damas se ofrecían como amantes, como futuras esposas en un giro de danza, otras trataban de encontrarle el placer a las reuniones monótonas de la etiqueta. Un juego de mascaras a pesar de toda la artística magia y el disfrute. Sin embargo para todo había una excepción, algunas de verdad disfrutaban de todo esto: la elegancia de los vestidos y las joyas, la música grácil, la galante compañía, el exceso… y otras como yo, confundíamos en un baile primicias de competencia y reto. ¿El Príncipe malcriado quería jugar? Juego tendría.

Con una sonrisa altanera y de disfrute me apartaba de su agarre para dar un giro lento y armonioso, deleitándome con cada paso que daba de los pequeños placeres que las artes pueden darnos. Escuche sus palabras, sus preguntas y su deseo por encontrar en mi algo más que la marcada estampa de princesa. De pronto un recuerdo súbito de mi imagen disfrazada de ordinaria parisina, las monedas con las que pagaba el silencio y la continuidad de mis delitos, mis escapadas a la ciudad, mis encuentros calumniosos con los seres de la media noche, el placer de un beso robado y el lograr la ruina de un enemigo… no, nadie era inocente. Nadie podía ser solamente un titulo, por mucho que se intentara… sin embargo eso no significaba que fuera a contárselo a él, o cualquiera que me lo preguntase. Todos fingíamos por nuestra propia sobrevivencia, los protocolos y la apariencia lo eran todo. El orden social a cambio de nuestra libertad era un mal trato… pero el único que teníamos. Así pues, también existían las excepciones para estos sacrificios, y de tanto fingir a veces se olvida lo que uno es… y de tanto a veces también le encuentras el placer del juego. Me eche a reír con aparente inocencia.

---
Debería ofenderme por su obstinada imposición en creer que soy una farsante. Que no soy una princesa, sino una actriz que finge serlo…. --- Asevere con mi sonrisa pertinaz y cortando mi oración al momento de girarme para acompañar la fila, entregándome dócil al agarre de sus manos sobre mi cadera y el susurro oscuro de sus palabras a mi oído ---… pero no lo hago --- Retome mis palabras, fingiendo que no escuchaba su última pregunta, aunque vaya que causo eco en mi interior. ¿Qué seria de no ser princesa? Ni siquiera quería imaginarlo. Era tan estremecedor como el valor con ese osado varón. ---. Le encuentro ingenuo y encantador a un modo infantil… ¿le producen placer estos acertijos de identidad?, ¿Son algún consuelo para su desdén hacia la nobleza?... ¿Qué seria usted de no haber nacido en su noble cuna y en vez de ello en un triste pesebre?

De acuerdo a un molinete progresivo de la música volví a girar sobre mis talones para encontrarme frente a frente. “Probablemente seguiría siendo el mismo vago deslenguado” pensé a mis adentros, mordiéndome la lengua y seguir aparentando afabilidad. Sin duda el titulo podía no significar nada para algunos, pero para otros podía definirlos por completo. Y más pocos aun podrían comprender este último principio…

---
Me azora tanta insistencia…. ¿de que forma podre convencerlo de que no hay nada en mi que romper? Esto que ve es todo lo que verá en mí, pues es todo lo que hay. Lamento si esto le parece delusorio… --- Palabras más suaves, con una pizca de fingida condolencia y sumisión, enfatizada a un modo tan remarcado que hasta el más ciego podría notar la burla en ello. ¿Tanto le disgustaba que fingiera? Pues ya tenia mas razones para criticar. --- Tal parece que ninguno de los dos pudo encontrar lo que deseaba en la compañía, espero que eso no atrofie la diplomática relación.--- Una a una las parejas abandonaban la pista de baile para dejar de ser actores y convertirse en espectadores. No era una novedad ser la protagonista de alguna puesta en escena pero si que lo era trabajar con semejante antagónico...

Evadí su mirada unos momentos buscando entre los rostros del público alguno familiar. “Todos fingen”, “Todos mienten”, “Todos hacen lo que les conviene” Me decía el malcriado príncipe con obstinación. ¿Creía acaso que tenía 5 años?, ¿Qué era la primera vez que presenciaba un baile, una presentación social?... todas las macaras estaban ahí, hechas de carne, hueso y piel. ¿Cuándo haría o diría algo que no supiera ya?

---
Tomare sus palabras, pese a ser osadas, como loables consejos, mi señor --- Respondí sujetándome de sus hombros y acercándome a su cuerpo en disimulado movimiento de los pasos. La dureza de su torso sobre las telas fue palpable. --- ¿Y dónde está su máscara cordial ahora? --- Mi mano enguantada paso por su cuello a su nuca, obligándole apenas inclinarse para mirarme--- Veo el antifaz de la irreverencia, de la travesura y el reto… pero ¿cordialidad? Oh, monseñor. Debería cumplir la palabra que le ha dado a los honorables monseñores de esta morada. Sino por mi, que soy tachada por usted con total injusticia... al menos por ellos que en usted confían.

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Mensaje por Invitado Sáb Dic 10, 2011 2:31 pm

Sonreí y luego, no pude evitarlo, reí de tal forma que muchos de los de nuestro alrededor giraban los rostros ante el súbito desconcierto pues ¿Dónde se ha visto que un caballero se ría de una dama?, lamentablemente no me importaba tener la cara larga de la que la mayoría se hacía para estar ante la clase alta y la realeza. Sin embargo, no deje de bailar ni lo haría, de las muchas fiestas que se realizaban en el lugar finalmente había encontrado una donde podía divertirme y de qué forma… -Creo que no dije algo semejante pero me alegra que semejante confesión brote de sus labios- comenté y volví a reír pues si hubiera querido proclamarla farsante no me hubiera molestado en preguntarle si había algo mas en ella que el título pero al parecer eso era todo, ¿decepción?, más bien costumbre, confirmaba que me encontraba ante una princesa, con todas las letras de la palabra y acepciones posibles, nada mas allá de lo extraordinario.

Sus siguientes preguntas me tuvieron sin cuidado, esbocé una sonrisa condescendiente porque esa mujer nunca entendería que para un inmortal como yo daba lo mismo haber nacido alguna vez como humano porque lo único que recordaba era mi segundo nacimiento, aquel en el que el vientre de mi concepción era tejido por los cadáveres aflorados en medio de los que sucedió mi transformación y entre los cuales se me revelaron los códices secretos de la locura, una sabiduría digna de pocos. –Me produce placer el que se vea obligada a responder con el signo infalible de la molestia, la hace en verdad encantadora- dije antes que nos separáramos para seguir esa rutina bien dictada de lo que era un paso y el otro, y el giro, y la inclinación, y toda esa sarta de protocolos que se han inventado incluso para los bailes como si la vida de los que llenaran los salones obedecieran a hilos invisibles, como marionetas, como seres sin cerebro autónomo aunque en verdad lo eran, solo ganado.

-La verdad creo que si hay mucho que romper solo que para un obstinación como la tuya la ceguera ha cubierto toda posibilidad- dije conteniendo la risa, en verdad podía imaginar las muchas formas de un quiebre, de una ruptura, incluso disfrutar el sonido cada imperceptible para los que no se encontraran cerca. –Te equivocas, a diferencia tuya no esperaba encontrar una persona diferente a una princesa y es justo lo que he encontrado, me hubiera decepcionado de que fuera lo contrario porque de lo contrario no hubiera recibido aquellas brillantes respuestas que me han divertido, debo confesar, en demasía- respondí ante su afirmación. La princesa se daba mucha importancia, quería sorprender o decepcionar pero siempre provocar algún efecto en las personas que se encontraban a su alrededor, algo natural para alguien que está acostumbrada a ser el centro de atención pero lamentablemente no podía darle ninguno de los gustos, ni el de la decepción, simplemente no me importaba su existencia más que los minutos en los que pudiera distraerme con cualquiera de sus salidas.

El baile seguía, con menos gente de lo que naturalmente se esperaba, las miradas sobre nosotros y yo que sentía esa irrefrenable manía del momento del quiebre ¿de qué?, de su paciencia. –Esa máscara la he dejado en casa, si hubiera sabido con anticipación que me encontraría con una princesa la habría traído y seguramente le hubiera recitado versos empalagosos, promesas fáciles de romper y modales costumbristas- respondí y luego sonreí por su premisa. Hasta ahora me había dado a entender que tenía una mínima idea sobre quién era yo pero no sabía cuál de los tres hermanos, ¿palabra dada a los monseñores del lugar?, claro, yo era uno de ellos y la única palabra que valía era la fiel a mí mismo. Mis hermanos habían comprendido hace cientos de años que era así y que la única forma de convivir conmigo era dejarme ser. Por poco suelto una risa tan repentina como la que había tenido el placer de disfrutar antes pero me contuve, la respuesta que se me había cruzado por la cabeza develaría mi identidad y no era mi intención hacerlo.

-No se preocupe por los ‘monseñores’ del lugar, ellos no están aquí esta noche, ninguno de los tres- mentí riéndome porque el momento de terminar el baile había llegado y yo ya tenía listo el final. Nuestros cuerpos estaban relativamente cerca, tanto que podía sentir el calor que su piel expedía, volví a mirarla a los ojos y sonreí –Discúlpame princesa, creo que no soy un buen bailarín- confesé divertido antes de que terminara haciéndola girar mientras la sostenía con un brazo por la cintura desprendiendo al principio con delicadeza y luego en un solo jalón la tela de su vestido de modo que cuando ella termino de girar se vio desprovista del pedazo que sostenía la parte inferior de su vestido a la superior. El pedazo de tela cayó en medio de los dos tras que los violines dejaran de tocar y mi mano extendida estuviera señalando a su figura mientras conservaba una marcada sonrisa en el rostro.

Si tan solo hubiera tomado un rango más amplio de tela la hubiera dejado con las piernas al descubierto pero no era la idea, era un lugar público y ella cuidaba su reputación. Yo entonces no representaba a ningún príncipe, era el joven sin nombre que había invitado a una princesa a bailar. La gente empezó a murmurar y las mujeres, que esperan que siempre algo malo le pase a una mujer más bella que ellas como era el caso de Dominique, soltaron risas detrás de sus abanicos. Me acerque a la princesa, hice una venía curvando una sonrisa de satisfacción y me retire en silencio con la mirada de muchos siguiéndome, farfullando tal atrevimiento o falta de delicadeza por ser el responsable de romper un vestido de la dama que todos hubieran deseado tocar. Cuestión de dos dedos para un quiebre, desgarre, ruptura. Cuestión de dos personas para hacer de una noche como aquella un escenario de la comedia o ¿tragedia?
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Mensaje por Lydia Sforza Vie Dic 23, 2011 4:06 pm

Su risa era una resonancia excesiva, molesta y descarada. Nada digna de alguien que pudiera considerar tener clase. Mi mirada se afilo y mi gesto se torno más frio a medida que transcurría la charla, cansada ya de su hueca pedantería. La sonrisa que le regale a modo de respuesta al resto de sus chuscos comentarios era sarcástica, aunque pretendiese ser condescendiente. Para quienes me conocían bien, no era una buena señal la expresión que vino a escapárseme, aunque al mismo tiempo debían preguntarse: ¿Por qué no lo había abofeteado ante tanta insolencia? Y la respuesta era sencilla: porque precisamente eso era lo que él quería. Exaltarme, verme enrojecer de coraje o pena, un quiebre, el que fuera!, que los argumentos se me escaparan de los labios cuando menos. Quizás Aidan al verme así, a la inalcanzable Dominique Fontaine, reducida a tomar las conductas de una mujer ordinaria a la que indignan, iba a sentirse muy especial. Lo cierto es que no lo era. Solo era un patán jugando a ser ingenioso, jugando a ser un príncipe malcriado. De verdad qué era una profunda decepción la que me provocaban los Windsor teniendo entre los suyos a este vago vestido de seda.

---
Me da gusto oír que se divierte de mis argumentos, eso significa que cuando menos los escucha---. Sujetando la sobrefalda de mi vestido, me vi obligada a dar un giro lento según el dictamen silencioso del Vals, me esforcé en no entornar mi mirada, ni decir algún comentario ofensivo. Que él no tuviera modales, no significaba que yo no iba a tenerlos. Ante todo, el salón de baile era una sala de juicio, nuestros verdugos estaban alrededor de nosotros, con ojos en cada acción prestos a declarar sentencia--- Ahora, el siguiente paso es que los comprenda, señor mío ---- Bien… no podía quedarme callada con todo, además no tardaría en terminar el vals y marcharme. Tanto había cedido con él y ahora tanto me arrepentía! Habían existido en mi las esperanzas de que al menos fuera entretenido estar con él, a veces en el descaro puedes encontrar hilaridad, gracia, astucia pero de tanto en tanto me fue defraudando.

Tuve un mal presentimiento cuando se acerco más de lo que el baile permitía, un recordatorio de la sensación que había experimentado una vez llegada al Palace Royal, mayor fue mi desconfianza cuando se disculpo y acto seguido me percate del tirón de tela que arruino la sobrefalda de mi elegante vestido. Por un segundo la incredulidad me gobernó y tarde en hilar su acción, los murmullos y los comentarios disimulado tras los abanicos me hicieron percatarme de forma gradual de su actitud y la situación tan humillante en la que estaba situándome. ¿Qué demonios estaba haciendo?, ¿Era idiota?

Aunque cosa extraña, el vestido había sido confeccionado esa misma mañana, con esmero y esfuerzo, y muchos sujetadores y costuras sobre la tela. Resultaba entonces sorprendente que con un mero jalón tan simple como el que pareció dar Aidan, lograra arrancarlo de un tajo. Y tanto eran mis pensamientos indignados, como los curiosos por esta acción, los que se revolvían en mis pensamientos. Sin embargo mi expresión perfectamente trabajada jamás se altero, dentro de mí el coraje y la indignación crecieron a grados que hace tiempo no experimentaba. Tan solo mostré estupor y lo seguí con la mirada viéndole marchar. Fruncí el ceño y tome aire, mis damas corrieron a mi encuentro en medio del salón y una de sirvienta se apresuro a levantar el trozo de tela. De reojo mire a Montrell, el consejero de mi padre que seguramente lo había visto todo. Este asintió, con ojos tan indignados como los míos y marcho a encaminarse hacia donde Aidan se había dirigido. Posiblemente a reñir su conducta, el duque de Choiseul y otros tantos conocidos hicieron lo mismo, sin embargo no me quede a verlo.

Ordene a mis acompañantes que no marcháramos de inmediato y así fue. Todo el cortejo de jóvenes de Versalles tomaron sus cosas y apenas dieron una despedida rápida. Nadie acoto comentarios hasta que nos encontramos Madame de Lamballe no dejaba de despotricar y lanzar injurias ante la corte Inglesa, a la que anteriormente había halagado tanto.

Ofenderme de tal modo había sido como ofender a Francia. Si Aidan Windsor creía que se saldría con la suya y que las cosas se iban a quedar así, estaba muy equivocado.
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