Visita a un difunto (libre)

Añoraba el sol. No el sol bajo el cual la gente transitaba o vivía, no. Añoraba el sol que por las mañanas regalaba amaneceres llenos de ternura y de color. Hacía tantísimo tiempo que no veía tan siquiera un pequeño rayo de lejos… De no verlo sus ojos se habían vuelto tan o más cristalinos que los de un vampiro normal. Y es que la edad, ciertamente como se comentaba por ahí, no perdonaba. Los años no pasaban en balde para nadie, ni siquiera para los eternos. Pero su visión se mantenía perfecta. Aprendió a ver incluso detrás de los objetos concentrándose en ello y también a sentir y percibir sensaciones provinentes de materia carente de vida, como la piedra. Unas ventajas que suplían en gran parte su añoranza.

Pero aquella noche no llovía y la lluvia era lo que realmente la hacía sentirse bien. Antaño lo fue el siempre presente sol de su Grecia querida, pero ahora había aprendido a amar a su más fiel contrario, la noche y su frialdad. Ahora ella también era fría como el hielo y se fundía entre las nieblas y las brumas de los anocheceres más frígidos del impasible invierno. Sin embargo, aquel inconveniente no impedía que buscara una suplencia especial. Ter era una mujer fuerte y de corazón grande aunque inerte y no se dejaba vencer fácilmente. Esa noche, iluminada por el destello de las estrellas, contemplaba a una gélida figura caminando paso a paso con un andar lento y firme que la estaba transportando hacia las afueras de la ciudad, a donde quería ir, sin duda. Sus tacones repiquetearon en el pétreo suelo hasta que el camino de losa se volvió de tierra y pasó a estar rodeado de árboles y de vegetación, lo que aportó algo de frescor al ambiente. Algo de su agrado.

Cuando el entorno se tiñó de muerte y de dolor esbozó una macabra sonrisa que dejó entrever unos perlados colmillos que tintinearon con pequeños reflejos de luz. Penetró en el camposanto con los brazos cruzados y la vista fija en la primera lápida que encontró. Tenía el nombre desgastado por el paso del tiempo, como tantas otras en aquel antiguo cementerio francés. Echó un vistazo rápido al lugar y después cerró los ojos aspirando para llenar sus pulmones de aire, aunque de poco sirviera. Se deleitó con el sonido del silencio y disfrutó… Hasta que un leve olor de algo más que conocido por la vampiresa llegó hasta su sensible nariz. Sal. La sal especial de unas lágrimas que brotaban de un cuerpo dolido y desesperado por eso mismo. Repitió el movimiento de cabeza y entonces sonrió al ver una figurita arrodillada en el suelo. Su sonrisa se esfumó y se acercó muy lentamente quedando detrás de ella y liberando en un mudo suspiro el poco aire que dentro de su cuerpo quedaba desde la última vez que había intentado volver a sentir el frescor en su interior.