AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
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¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
Recuerdo del primer mensaje :
Al llegar a París mis pensamientos se desviaron a mis ansias de ver todas las novedades de aquella ciudad, compartir ruidosas cenas con mi viejo amigo y camarada William, ¿ Qué habrá sido de él?, siempre me preguntaba aquello. Sin embargo, mi estadia en París fue extremedamente corta, esa misma noche tuve que partir hacia España.
El Reina del Mar, era sin duda uno de los más rápidos navíos de ese tiempo.
Al llegar al puerto, Zaire me ayudó a subir. En mi espalda el dolor se agudizaba más y mi muñeca izquierda palpitaba. De mi sobretodo negro, saqué una petaca de Whisky, con mi mano temblorosa por el viento frío del mar la destapé y di tres pequeños sorbos, no quería estar ebrio mientras conducía a mi tripulación por aquellas aguas.
Mi compañero y amigo, me alcanzó el bastón que tenía en mi camarote. Me afirmé tanto a su mango que desde aquel momento la seguridad volvío a mí.
- ¡Buenas noches mi Capitán!...- gritó un joven de aspecto desalineado. Faltaban unos minutos para zarpar.
Lo miré a los ojos marrones, aquel muchacho tenía tanta tristeza, tantos malos pasares que me vi ayudándolo a subir conmigo al barco, sin escuchar las quejas de Zaire y del maestre. Sin mencionar palabra alguna, llegué a mi camarote que servía como oficina, me senté en mi viejo sillón de madera y me quedé observándolo.
- Habla muchacho...- Quería saber la causa de su tristeza, quizá lo podría ayudar.
- Señor.- hizo una pausa.
- Amelhíon.
- Amelhíon... ¿ Tiene algún puesto para mí?...
Aquella iniciativa, en éstos tiempos era díficil verla en la juventud. Incluso en mis tiempos de joven preferíamos los bailes y la diversión antes que el compromiso y la responsabilidad. Dejé a un lado mi viejo bastón.
- Joven, no tiene fuerza y dudo que conozca el arte de la navegación...- hice una pausa.- Pero será mi ayudante... lo que le pida que me lo alcance...
- Se lo alcanzo Señor...- terminó el joven. Me levanté renovado, le di una palmada en su hombro y continúe.
- Aceptado.
- Gracias Señor...digo...Amelhíon.
El joven ya se estaba yendo por la puerta, cuando vi la necesidad de preguntarle algo.
- Niño...¿ Cúal es tu nombre?...
- Marem, mi Capitán.
Sonreí al escuchar aquel nombre.
- Suena como el Mar...- murmuré acompañándolo hacia la puerta. El barco comenzaba a zarpar, todos los tripulantes comenzaban sus tareas. Largué una carcajada cuando desde lo lejos se escuchaba el repiquetear nervioso de los zapatos de Zaire.
A las siete de la mañana llegamos al puerto de Madrid, salí del camarote. El viento era suave, como una caricia. En la cubierta se encontraba Zaire boquiabierto, seguí su mirada a una bella joven que se encontraba subiendo al barco. Me apresuré como pude y le di un buen susto a mi amigo.
- ¡ Mi Capitán!...- gritó Zaire.
- Tranquilo amigo... Ve por ella...- sonreí satisfecho. Mi primera broma del día. Aquella jovencita no se podría fijar en Zaire, él era más frío que yo, incluso más desalmado. Sin tener en cuenta que su prosedencia era africana y lo más probable era que lo mandara a volar. En cuanto a mí, Zaire era el amigo que siempre habría deseado tener.
Él negó con la cabeza, Marem pasaba por allí esperando una señal de mi parte, sólo le mostré una sonrisa. Contento, buscó la compañía de Zaire y juntos desaparecieron de mi vista.
Lentamente me acerqué a la joven, todos los pasajeros ya habían subido y estaban siendo atendidos por la tripulación.
- ¡Miren lo que ha traido la marea..!- mi voz era fría, maliciosa. Le guiñé el ojo, demostrándole que no le haría nada. Quería demostrarle a los lobos feroces de mi tripulación que aquella muchacha tenía mi protección.
- Capitán Amelhíon Do Crucerois, para servirle señorita.- Aunque mi castellano no era muy bueno, sabía defenderme bastante.
Al llegar a París mis pensamientos se desviaron a mis ansias de ver todas las novedades de aquella ciudad, compartir ruidosas cenas con mi viejo amigo y camarada William, ¿ Qué habrá sido de él?, siempre me preguntaba aquello. Sin embargo, mi estadia en París fue extremedamente corta, esa misma noche tuve que partir hacia España.
El Reina del Mar, era sin duda uno de los más rápidos navíos de ese tiempo.
Al llegar al puerto, Zaire me ayudó a subir. En mi espalda el dolor se agudizaba más y mi muñeca izquierda palpitaba. De mi sobretodo negro, saqué una petaca de Whisky, con mi mano temblorosa por el viento frío del mar la destapé y di tres pequeños sorbos, no quería estar ebrio mientras conducía a mi tripulación por aquellas aguas.
Mi compañero y amigo, me alcanzó el bastón que tenía en mi camarote. Me afirmé tanto a su mango que desde aquel momento la seguridad volvío a mí.
- ¡Buenas noches mi Capitán!...- gritó un joven de aspecto desalineado. Faltaban unos minutos para zarpar.
Lo miré a los ojos marrones, aquel muchacho tenía tanta tristeza, tantos malos pasares que me vi ayudándolo a subir conmigo al barco, sin escuchar las quejas de Zaire y del maestre. Sin mencionar palabra alguna, llegué a mi camarote que servía como oficina, me senté en mi viejo sillón de madera y me quedé observándolo.
- Habla muchacho...- Quería saber la causa de su tristeza, quizá lo podría ayudar.
- Señor.- hizo una pausa.
- Amelhíon.
- Amelhíon... ¿ Tiene algún puesto para mí?...
Aquella iniciativa, en éstos tiempos era díficil verla en la juventud. Incluso en mis tiempos de joven preferíamos los bailes y la diversión antes que el compromiso y la responsabilidad. Dejé a un lado mi viejo bastón.
- Joven, no tiene fuerza y dudo que conozca el arte de la navegación...- hice una pausa.- Pero será mi ayudante... lo que le pida que me lo alcance...
- Se lo alcanzo Señor...- terminó el joven. Me levanté renovado, le di una palmada en su hombro y continúe.
- Aceptado.
- Gracias Señor...digo...Amelhíon.
El joven ya se estaba yendo por la puerta, cuando vi la necesidad de preguntarle algo.
- Niño...¿ Cúal es tu nombre?...
- Marem, mi Capitán.
Sonreí al escuchar aquel nombre.
- Suena como el Mar...- murmuré acompañándolo hacia la puerta. El barco comenzaba a zarpar, todos los tripulantes comenzaban sus tareas. Largué una carcajada cuando desde lo lejos se escuchaba el repiquetear nervioso de los zapatos de Zaire.
A las siete de la mañana llegamos al puerto de Madrid, salí del camarote. El viento era suave, como una caricia. En la cubierta se encontraba Zaire boquiabierto, seguí su mirada a una bella joven que se encontraba subiendo al barco. Me apresuré como pude y le di un buen susto a mi amigo.
- ¡ Mi Capitán!...- gritó Zaire.
- Tranquilo amigo... Ve por ella...- sonreí satisfecho. Mi primera broma del día. Aquella jovencita no se podría fijar en Zaire, él era más frío que yo, incluso más desalmado. Sin tener en cuenta que su prosedencia era africana y lo más probable era que lo mandara a volar. En cuanto a mí, Zaire era el amigo que siempre habría deseado tener.
Él negó con la cabeza, Marem pasaba por allí esperando una señal de mi parte, sólo le mostré una sonrisa. Contento, buscó la compañía de Zaire y juntos desaparecieron de mi vista.
Lentamente me acerqué a la joven, todos los pasajeros ya habían subido y estaban siendo atendidos por la tripulación.
- ¡Miren lo que ha traido la marea..!- mi voz era fría, maliciosa. Le guiñé el ojo, demostrándole que no le haría nada. Quería demostrarle a los lobos feroces de mi tripulación que aquella muchacha tenía mi protección.
- Capitán Amelhíon Do Crucerois, para servirle señorita.- Aunque mi castellano no era muy bueno, sabía defenderme bastante.
Invitado- Invitado
Re: ¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
El ser humano es dotado de dos virtudes o debilidades, depende el punto de vista de quien lo juzgue. Se dice que el ser humano posee un ángel y un demonio, un ángel protector, un demonio enloquecedor. ¿ Habría algún caso de que un ser humano tuviera sólo uno de los dos?.
Era simple mi pregunta, tan simple como las curiosidades encerradas en la mente de un niño inocente, pero su respuesta...¡ Ay su respuesta no era para nada sencilla!. Según mis ojos cansados, que pedían a gritos ahogados un descanso temporal, estaba en presencia de la respuesta a aquella pregunta, Marianne Louvier era la respuesta, un ángel protector que por medio de su vida terrenal se encontraba protegiéndome en éstos momentos donde Zaire tendría que hacerlo. Dejé que me ayudara, no porque luchaba contra mi soberbia era, más bien el hecho de que aquella joven cuidara de mí, un completo desconocido.
- Es usted un ángel señorita Louvier...- murmuré mientras la ayudaba a recostarme en mi cama. Puso el vaso de agua junto con una jarra cerca de mi cuerpo. Sin esperarlo de otra forma, mis ojos calleron en punto muerto cuando me sentí calmo.
Antes de dormirme, pude decir:- Si su corazón le dice que se quede aquí. Hágale caso, si dice lo contrario, también hágale.... cas...- Morfeo me cubrió con aquel polvillo mágico de sueño profundo, así fue como aquella noche de magia y misterio, el sueño vencía a éste brujo.
Era simple mi pregunta, tan simple como las curiosidades encerradas en la mente de un niño inocente, pero su respuesta...¡ Ay su respuesta no era para nada sencilla!. Según mis ojos cansados, que pedían a gritos ahogados un descanso temporal, estaba en presencia de la respuesta a aquella pregunta, Marianne Louvier era la respuesta, un ángel protector que por medio de su vida terrenal se encontraba protegiéndome en éstos momentos donde Zaire tendría que hacerlo. Dejé que me ayudara, no porque luchaba contra mi soberbia era, más bien el hecho de que aquella joven cuidara de mí, un completo desconocido.
- Es usted un ángel señorita Louvier...- murmuré mientras la ayudaba a recostarme en mi cama. Puso el vaso de agua junto con una jarra cerca de mi cuerpo. Sin esperarlo de otra forma, mis ojos calleron en punto muerto cuando me sentí calmo.
Antes de dormirme, pude decir:- Si su corazón le dice que se quede aquí. Hágale caso, si dice lo contrario, también hágale.... cas...- Morfeo me cubrió con aquel polvillo mágico de sueño profundo, así fue como aquella noche de magia y misterio, el sueño vencía a éste brujo.
El día siguiente se estaba acercando con total rápidez, las olas habían
bajado su frecuencia atrayente y en ocasiones furiosa para ser transformar al mar en un mar calmo sin problemas. Era notable que Mareia no se encontraba en el lugar.
Abrí mis ojos lentamente, sin mucho en qué pensar pues mi protectora había limpiado mi cuerpo físico, mental y espiritual. Con voz dulce, algo raro en mí, saludé a la joven Louvier que me había ayudado en la noche.
- Buenos días señorita Marianne.- dije mientras me incorporaba en la cama.
bajado su frecuencia atrayente y en ocasiones furiosa para ser transformar al mar en un mar calmo sin problemas. Era notable que Mareia no se encontraba en el lugar.
Abrí mis ojos lentamente, sin mucho en qué pensar pues mi protectora había limpiado mi cuerpo físico, mental y espiritual. Con voz dulce, algo raro en mí, saludé a la joven Louvier que me había ayudado en la noche.
- Buenos días señorita Marianne.- dije mientras me incorporaba en la cama.
Invitado- Invitado
Re: ¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
En tu reflejo me vi hoy al despertar
entre tus pasos seguí mi libertad
hasta donde tú estás.
entre tus pasos seguí mi libertad
hasta donde tú estás.
¿Qué le dictaba el corazón?
Esa era una buena pregunta, porque si lo oía, definitivamente tenía la respuesta. Así que en cuanto el Capitán cayó en un profundo sueño, ella fue a cubrirle bien el cuerpo y luego de ello, se puso en pie y miró a su alrededor, para decidir salir por unos minutos. Dirigiéndose a su propio camarote, enterando a Juan que todo estaba bien, tomando una manta y un abrigo con capucha, uno de sus cuadernos de dibujo que tenía demasiado abandonado (desde la ruptura con su prometido, justamente) y regresó al camarote del capitán, con unas manzanas en un bolsillo.
Decían que las manzanas tenían un fuerte elemento que evitaba que uno se durmiera y quizá lo fuera. Marianne se vistió con el abrigo y se acomodó en un sillón frente al Capitán. Le velaría toda la noche en caso de ser necesario. Tomó unas velas y las colocó estratégicamente para tener luz todas esas horas de oscuridad, cubriéndose las piernas con la manta y asintiendo, estaba lista para no pasar frío, tenía los elementos para estar despierta, así que nada le faltaba y podía estarse a gusto ahí.
Además, el camarote del Capitán era como esos cuartos que contaban a veces los niños que tenían los abuelos, con muchas cosas interesantes que le distraían de su cuaderno de dibujo y la hacían concentrarse en mirar, sin tocar claro. O incluso, observar los libros cuyos títulos parecían interesantes o simplemente, ver el mar a través de una ventana que el Capitán tenía.
Suspiró profundamente y miró sus dibujos, la mayoría eran de su familia, de algunos animales y... de su prometido. Verlo le causaba mucho dolor, sobre todo por la forma en que la había traicionado, intentando primero engañarla para que se casara con él, siendo que él ya tenía un matrimonio previo y luego, con el hecho de que había buscado violarla, de no ser por ese guardia, seguramente Marianne ya estuviera preparando su boda con ese desdichado.
Negó y desprendió los dibujos de su cuaderno para mirarlos y ladeó la cabeza... se decidió doblarlos y guardarlos en lo profundo del bolsillo de su abrigo y buscar qué hacer, qué dibujar. Al final, se decidió por hacer unos bocetos del capitán, recibiéndola, con esa expresión bondadosa en el rostro, pero también, decidida y autoritaria con su gente. Era un hombre que al verlo por primera vez, se sabía con quién se trataba.
Tenía tanta belleza interna, bondad, que Marianne sonríe y lo miró con mucho cariño. Sí, fue rápida la forma en que ha despertado tan bonitos sentimientos en ella, pero sobre todo el de gratitud. No le costó estar velándolo y al ver que se movía y se destapaba, se puso en pie para volver a cubrirlo, sonriendo con dulzura.
- Descansa, abuelito - dijo con alegría - mañana despertarás y el día será más brillante, descansa.
Volvió a su lugar y a dibujar. Muchas horas después, sonrió al verlo despertar y bostezó sin evitarlo, para reír y ponerse en pie, estirándose todita, sabiendo que a él no le incomodaría y se acercó a la cama.
- Buenos días, Capitán, espero esté mucho más descansado, por cierto, hace poco entró su maitré y se quedó sorprendido porque estaba aquí, al parecer, lo hacía solo, dijo - se encogió de hombros - porque él entró cuando yo fui a por mis cosas de dibujo y no supo que lo velaba, no lo castigue y por cierto, le trajo el desayuno - señaló la charola - y fue muy amable al traerme un poco de té... ahora, le dejo, voy a dormir un ratote - dijo contenta - y gracias por todo - le abrazó fuerte, fuerte - gracias - le sonrió mirándole al rostro.
Sus ojos brillaban como nunca antes, llenos de esperanza y felicidad, tenía una nueva oportunidad.
Y todo gracias al Capitán.
Bendito fuera.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
- Mensajes : 404
Fecha de inscripción : 07/08/2011
Edad : 30
Localización : París, Francia
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: ¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
Con la luz del alba anunciando un nuevo día mis posibilidades de descansar se habían agotado, tampoco eran necesarias pues aquellas horas en la que Morfeo había visitado mi camarote eran las justas para un descanso ameno.
Vi el rostro de aquella doncella que había pasado toda la noche en vela para cuidarme sin tener la obligación de hacerlo, veía cerca de la cama algunas cosas que antes no estaban, que en realidad no eran de mi propiedad por lo que supuse que pertenecían a la señorita Marianne Louvier.
La escuché mientras me despertaba, ahora recordaba todo, la llegada de la joven, el porque de la llegada de mi espíritu guardián, Mareia, su potencial de trabajo, cada palabra volvía a mi mente luego de innumerables baches que había dejado el profundo sueño provocado por tanto agotamiento de energía.
-Señorita Louvier gracias por velar mi sueño.- sonreí agradecido mientras que veía mi uniforme adecuadamente preparado arriba de la silla del escritorio antiguo. Seguramente Zaire ya había entrado a mi camarote, era su forma de ordenar, la cual llegaba a molestarme notablemente, pero lo hacía con el corazón, por el sólo hecho de querer ayudarme.
Respondí al abrazo, aquella jovencita dulce y comprensiva podría parecer mi nieta, así me imaginé en aquellas noches en las cuales el mar me rodeaba y me obligaba a suponer, a mi nieta, la cual jamás llegaría. Lo único que me confortaba era tener a aquellos brujos que deseaban aprender, ellos eran mis hijos de la vida, a quienes poder ayudarlos sin tener que recriminarles nada, sólo modificar los vientos a su favor para que el caprichoso destino nos volviera a unir tiempo más tarde.
Sonreí aún más.- Gracias a ti, Marianne Louvier…- susurré logrando así que mi voz se confundiera con el viento marítimo.- Que descanse…- dije con un hilo de voz, la tonalidad de voz que uno posee al despertarse.
Una vez que aquella joven se retiró, me levanté de aquella confortable cama. Me higienicé con el único indicio de agua dulce que había en el barco, miré mi rostro reflejado en el espejo, Mareia me había sacado algunos años, eso si se hablaba sólo del estado físico.
Me vestí de inmaculado blanco, coloqué sobre mi cabeza aquel sombrero que al igual que mi uniforme destellaba pureza, tomé mi bastón preciado y salí del camarote.
-Buenos días.- saludé con una sonrisa socarrona a mis tripulantes. Mis pasos retumbaban por la cabina del capitán, donde se encontraba el timón, mi único acompañante hasta tocar puerto.
Vi el rostro de aquella doncella que había pasado toda la noche en vela para cuidarme sin tener la obligación de hacerlo, veía cerca de la cama algunas cosas que antes no estaban, que en realidad no eran de mi propiedad por lo que supuse que pertenecían a la señorita Marianne Louvier.
La escuché mientras me despertaba, ahora recordaba todo, la llegada de la joven, el porque de la llegada de mi espíritu guardián, Mareia, su potencial de trabajo, cada palabra volvía a mi mente luego de innumerables baches que había dejado el profundo sueño provocado por tanto agotamiento de energía.
-Señorita Louvier gracias por velar mi sueño.- sonreí agradecido mientras que veía mi uniforme adecuadamente preparado arriba de la silla del escritorio antiguo. Seguramente Zaire ya había entrado a mi camarote, era su forma de ordenar, la cual llegaba a molestarme notablemente, pero lo hacía con el corazón, por el sólo hecho de querer ayudarme.
Respondí al abrazo, aquella jovencita dulce y comprensiva podría parecer mi nieta, así me imaginé en aquellas noches en las cuales el mar me rodeaba y me obligaba a suponer, a mi nieta, la cual jamás llegaría. Lo único que me confortaba era tener a aquellos brujos que deseaban aprender, ellos eran mis hijos de la vida, a quienes poder ayudarlos sin tener que recriminarles nada, sólo modificar los vientos a su favor para que el caprichoso destino nos volviera a unir tiempo más tarde.
Sonreí aún más.- Gracias a ti, Marianne Louvier…- susurré logrando así que mi voz se confundiera con el viento marítimo.- Que descanse…- dije con un hilo de voz, la tonalidad de voz que uno posee al despertarse.
Una vez que aquella joven se retiró, me levanté de aquella confortable cama. Me higienicé con el único indicio de agua dulce que había en el barco, miré mi rostro reflejado en el espejo, Mareia me había sacado algunos años, eso si se hablaba sólo del estado físico.
Me vestí de inmaculado blanco, coloqué sobre mi cabeza aquel sombrero que al igual que mi uniforme destellaba pureza, tomé mi bastón preciado y salí del camarote.
-Buenos días.- saludé con una sonrisa socarrona a mis tripulantes. Mis pasos retumbaban por la cabina del capitán, donde se encontraba el timón, mi único acompañante hasta tocar puerto.
Invitado- Invitado
Re: ¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
La esperanza siempre muere al último
mucho más cuando se tienen amigos,
los que te guardarán siempre bajo su brazo
y te protegerán contra todo...
hasta de tí misma...
mucho más cuando se tienen amigos,
los que te guardarán siempre bajo su brazo
y te protegerán contra todo...
hasta de tí misma...
Los pasos fueron lentos hasta llegar a su habitación, estaba realmente agotada, pero los dibujos que había hecho eran maravillosos, fue a dejar sus objetos en sus debidos lugares y al ver la cama, sonrió y se estiró todita, hasta el cielo, bueno, techo y rió. Ese hombre la hacía sentir muy bien, como un abuelito que jamás había tenido porque sus padres eran grandes cuando la tuvieron. Así que ese brujo despertaba en ella sentimientos muy bonitos, pero también la hacían pensar muchas cosas...
Echada en la cama, se quedó viendo al techo, ¿Existían entonces los brujos? El espíritu había dicho que sí y ella lo había aceptado, pero entonces su nana... sí, había sido una bruja y sacó la cruz que le entregara, mirándola atentamente. Recordaba que le había mencionado en sueños, creía ella, que vendría, que iría a por Marianne. ¿Hizo mal entonces al regresar a España? Pero sus padres ya no querían que se mantuviera en ese lugar por la enfermedad que había contraído ¿O acaso no fue su misma depresión? Ni la carta de Nigel la había levantado de la cama y eso que la ponían tan feliz...
Nigel... tragó saliva y se reacomodó mejor en la cama, con una expresión triste... sí, su ex-prometido ya no la encontraría tan fácilmente, estaba segura, pero ¿Qué pasaba en su corazón? Veía su mundo, su realidad y no sabía cómo había llegado a ese punto. Corrección. Sí que lo sabía, pero no quería enfrentarse a ello. No quería reconocer que cuando las cartas de Nigel dejaron de llegar, se sumió en una desesperación total... Le escribía cada mes y luego, al ver que no respondía, lo hizo cada 21 días... cada 15... cada 7... hasta que llegó a cada tercer día y su madre le pidió que ya no se martirizara.
¿Qué sabía ella de los sentimientos que tenía hacia Nigel, qué? Y de pronto, el mazo cayó sobre su pecho y su cordura al llegar la primera misiva con el sello "Devuelta a petición del destinatario". Y aún así, se negó a claudicar, continuó enviándole una tras otra y todas fueron devueltas con la misma leyenda... ¿Qué había hecho mal? ¿Qué?
Eso lo hizo más fácil para su ex-prometido. Marianne salía de una decepción amorosa y él fue tan dulce, tan adorable, tan comprensivo, que fue haciendo a un lado a Nigel -mentira, no te mientas, Nigel jamás se ha ido de tu corazón, falaz-, ella creyó que había sanado y se comprometió con él. Ahí era donde todo se había vuelto de cabeza, porque su padre le había informado de la clase de calaña con la que se metía. Se había hecho a un lado y ahora...
Ahora... sí, él no podía acercarse, pero... ¿Acaso valía tan poco para que dos personas no la quisieran a su lado por méritos propios? Nigel se había ido sin siquiera decirle el por qué y aunque ahora mismo iba hacia París, le aterraba la idea de encontrárselo o lo que es peor, buscarlo. No podía hacer eso, porque su mente estaba realmente embotada en la forma en que se habían dejado de cartear. El ir y que él no la recibiera, sería un fuerte golpe a su corazón, uno del cual jamás podría levantarse.
Sí, estaba deprimida por su ex-prometido, pero no podía describir lo que la situación de Nigel la hacía sentir. Era un hueco en su corazón que jamás sanaría. En cambio, la situación con su ex era más pasable, aguantable... en cierta forma, claro, porque ahora mismo, a solas, Marianne lloraba y entre sollozos se preguntaba lo que en su cabeza hacía mella ¿Por qué? ¿Acaso no era una joven interesante? ¿Acaso nadie se iba a fijar en ella por lo que era y no por su dinero? ¿Acaso nadie iba a permanecer a su lado hasta ser su esposo?
Los hombres parecían tan inexplicables como el por qué los caracoles le gustaban a tanta gente. Los que valían la pena estaban casados y los que no, bueno, eran los que pululaban alrededor de Marianne. Tenía que cerrar ese apartado de su vida y concentrarse sólo en alguien. Suspiró y de pronto, se sorprendió al sentir unos pasitos alrededor de ella que buscaron colarse entre las sábanas... Ante sí, tuvo a su gato, Granchester, a quien salvara en Inglaterra de un destino horrible, como lo era el ser golpeado hasta morir por un inútil que, por no verlo hermoso, había decidido matarlo. Marianne había intervenido y lo había rescatado, sorprendiéndole cómo el pequeño gatito era un amor, dulce, adorable y ronroneaba y le buscaba y se dejaba hacer...
- Tú, serás mi único amor - prometió abrazando al animal que de inmediato empezó a ronronear - de ahora en adelante, Granchester, tú serás mi pareja y que los hombres se vayan al abismo - gruñó...
El gato volteó a mirarla y, por toda respuesta, lamió el rostro de Marianne, deshaciéndose de sus lágrimas, como si la comprendiera... Como si quisiera consolarla... Marianne sonrió a su gato y se acomodó para dormir, sonriendo, siendo optimista... Llegaría a París y sería feliz...
Echada en la cama, se quedó viendo al techo, ¿Existían entonces los brujos? El espíritu había dicho que sí y ella lo había aceptado, pero entonces su nana... sí, había sido una bruja y sacó la cruz que le entregara, mirándola atentamente. Recordaba que le había mencionado en sueños, creía ella, que vendría, que iría a por Marianne. ¿Hizo mal entonces al regresar a España? Pero sus padres ya no querían que se mantuviera en ese lugar por la enfermedad que había contraído ¿O acaso no fue su misma depresión? Ni la carta de Nigel la había levantado de la cama y eso que la ponían tan feliz...
Nigel... tragó saliva y se reacomodó mejor en la cama, con una expresión triste... sí, su ex-prometido ya no la encontraría tan fácilmente, estaba segura, pero ¿Qué pasaba en su corazón? Veía su mundo, su realidad y no sabía cómo había llegado a ese punto. Corrección. Sí que lo sabía, pero no quería enfrentarse a ello. No quería reconocer que cuando las cartas de Nigel dejaron de llegar, se sumió en una desesperación total... Le escribía cada mes y luego, al ver que no respondía, lo hizo cada 21 días... cada 15... cada 7... hasta que llegó a cada tercer día y su madre le pidió que ya no se martirizara.
¿Qué sabía ella de los sentimientos que tenía hacia Nigel, qué? Y de pronto, el mazo cayó sobre su pecho y su cordura al llegar la primera misiva con el sello "Devuelta a petición del destinatario". Y aún así, se negó a claudicar, continuó enviándole una tras otra y todas fueron devueltas con la misma leyenda... ¿Qué había hecho mal? ¿Qué?
Eso lo hizo más fácil para su ex-prometido. Marianne salía de una decepción amorosa y él fue tan dulce, tan adorable, tan comprensivo, que fue haciendo a un lado a Nigel -mentira, no te mientas, Nigel jamás se ha ido de tu corazón, falaz-, ella creyó que había sanado y se comprometió con él. Ahí era donde todo se había vuelto de cabeza, porque su padre le había informado de la clase de calaña con la que se metía. Se había hecho a un lado y ahora...
Ahora... sí, él no podía acercarse, pero... ¿Acaso valía tan poco para que dos personas no la quisieran a su lado por méritos propios? Nigel se había ido sin siquiera decirle el por qué y aunque ahora mismo iba hacia París, le aterraba la idea de encontrárselo o lo que es peor, buscarlo. No podía hacer eso, porque su mente estaba realmente embotada en la forma en que se habían dejado de cartear. El ir y que él no la recibiera, sería un fuerte golpe a su corazón, uno del cual jamás podría levantarse.
Sí, estaba deprimida por su ex-prometido, pero no podía describir lo que la situación de Nigel la hacía sentir. Era un hueco en su corazón que jamás sanaría. En cambio, la situación con su ex era más pasable, aguantable... en cierta forma, claro, porque ahora mismo, a solas, Marianne lloraba y entre sollozos se preguntaba lo que en su cabeza hacía mella ¿Por qué? ¿Acaso no era una joven interesante? ¿Acaso nadie se iba a fijar en ella por lo que era y no por su dinero? ¿Acaso nadie iba a permanecer a su lado hasta ser su esposo?
Los hombres parecían tan inexplicables como el por qué los caracoles le gustaban a tanta gente. Los que valían la pena estaban casados y los que no, bueno, eran los que pululaban alrededor de Marianne. Tenía que cerrar ese apartado de su vida y concentrarse sólo en alguien. Suspiró y de pronto, se sorprendió al sentir unos pasitos alrededor de ella que buscaron colarse entre las sábanas... Ante sí, tuvo a su gato, Granchester, a quien salvara en Inglaterra de un destino horrible, como lo era el ser golpeado hasta morir por un inútil que, por no verlo hermoso, había decidido matarlo. Marianne había intervenido y lo había rescatado, sorprendiéndole cómo el pequeño gatito era un amor, dulce, adorable y ronroneaba y le buscaba y se dejaba hacer...
- Tú, serás mi único amor - prometió abrazando al animal que de inmediato empezó a ronronear - de ahora en adelante, Granchester, tú serás mi pareja y que los hombres se vayan al abismo - gruñó...
El gato volteó a mirarla y, por toda respuesta, lamió el rostro de Marianne, deshaciéndose de sus lágrimas, como si la comprendiera... Como si quisiera consolarla... Marianne sonrió a su gato y se acomodó para dormir, sonriendo, siendo optimista... Llegaría a París y sería feliz...
Esa, era una promesa...
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Re: ¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
A lo lejos, detrás de la masa de agua azulada por donde el Reina del mar, mi eterna embarcación pasaba dejando stellas blanquecinas en el agua salada se podía notar el puerto de Francia, se podían ver las banderas flameantes y algunos barcos conocidos retomar su viaje para el resto de los países europeos, sin duda el camino estaba culminando.
-¡ Señor!.- gritó Zaire. Estaba despeinado y desareglado, señal que se había levantado tarde de sus horas de descanso. No pude evitar sonreir, aquella escena era un bochorno para mi amigo puesto que él era uno de los seres más prolijos que había conocido jamás. Estiró sus manos para tomar el control del timón, acción que no se la iba a negar puesto que tendría que bajar para ir acomodando a los tripulantes, así nuestro desembarco sería más tranquilo.
Bajé con cuidado las escaleras que me separaban de la cubierta de pasajeros, la mayoría estaba despierta mirando el sol en el cielo y haciendo planes futuros.
Por lo que podía ver, la señorita Louvier no se había despertado o por lo menos no había salido de su camarote. Pobre niña, seguramente se encontraba exhausta había pasado toda la noche despierta por culpa de mi guardiana Mareia, y por mi culpa.
Negué con la cabeza, me dirigí hacia su camarote toqué tres veces la puerta de entrada y mencioné en voz clara y profunda.- Señorita Louvier en menos de veinte minutos desembarcaremos en su destino.- dije con una sonrisa pequeña en mi rostro, su vida entera cambiaría una vez que sus pies de dama tocaran las maderas ya ancianas del puerto.
Dicho ésto, giré ciento ochenta grados y salí otra vez al exterior. Miré de reojo a Zaire quien estaba cantando una reza de sus creencias para llegar sanos y salvos a puerto, sabía que al tocar tendría que hacer un hechizo de agradecimiento, por lo que pensaba en quedarme al menos un mes en mi vieja ciudad eso si fuera con suerte, porque siempre había uno que otro hermano de magia que gustaba de mi presencia en las tertulias que organizaban los brujos franceses.
Suspiré.- Mareia protégenos...- susurré a los vientos marítimos con la esperanza de que mi espíritu guardían escuchara mis palabras.
-¡ Señor!.- gritó Zaire. Estaba despeinado y desareglado, señal que se había levantado tarde de sus horas de descanso. No pude evitar sonreir, aquella escena era un bochorno para mi amigo puesto que él era uno de los seres más prolijos que había conocido jamás. Estiró sus manos para tomar el control del timón, acción que no se la iba a negar puesto que tendría que bajar para ir acomodando a los tripulantes, así nuestro desembarco sería más tranquilo.
Bajé con cuidado las escaleras que me separaban de la cubierta de pasajeros, la mayoría estaba despierta mirando el sol en el cielo y haciendo planes futuros.
Por lo que podía ver, la señorita Louvier no se había despertado o por lo menos no había salido de su camarote. Pobre niña, seguramente se encontraba exhausta había pasado toda la noche despierta por culpa de mi guardiana Mareia, y por mi culpa.
Negué con la cabeza, me dirigí hacia su camarote toqué tres veces la puerta de entrada y mencioné en voz clara y profunda.- Señorita Louvier en menos de veinte minutos desembarcaremos en su destino.- dije con una sonrisa pequeña en mi rostro, su vida entera cambiaría una vez que sus pies de dama tocaran las maderas ya ancianas del puerto.
Dicho ésto, giré ciento ochenta grados y salí otra vez al exterior. Miré de reojo a Zaire quien estaba cantando una reza de sus creencias para llegar sanos y salvos a puerto, sabía que al tocar tendría que hacer un hechizo de agradecimiento, por lo que pensaba en quedarme al menos un mes en mi vieja ciudad eso si fuera con suerte, porque siempre había uno que otro hermano de magia que gustaba de mi presencia en las tertulias que organizaban los brujos franceses.
Suspiré.- Mareia protégenos...- susurré a los vientos marítimos con la esperanza de que mi espíritu guardían escuchara mis palabras.
Invitado- Invitado
Re: ¡ Lo único que me faltaba!...de acuerdo...¿ las telas donde están?( Marianne Louvier)
El mundo se abre ante mis ojos en el despertar de este día
las sombras se refugian en los rincones buscando caridad,
puedo levantarme y caminar adelante en una sintonía
que envuelve todos mis sentidos a la nueva realidad.
las sombras se refugian en los rincones buscando caridad,
puedo levantarme y caminar adelante en una sintonía
que envuelve todos mis sentidos a la nueva realidad.
Dormía apaciblemente, con un bulto de calor entre los brazos, acomodada de lado, descansando tras tantas noches en vela, de miedos e incertidumbres. El tiempo pasaba volando cuando una se encontraba bien, por lo que cuando menos se dio cuenta, escucho al Capitán anunciar su llegada a puerto. ¿Veinte minutos? Debería apurarse.
Al ponerse en pie, Granchester renegó un poco al perder el calor que lo rodeaba, pero se quedó a gusto cuando Marianne lo colocó en su cesta, envolviéndolo. Sonrió ante su gato y cerró la canasta, para ir a desnudarse, agradeciendo internamente a Juan porque la tina de baño estaba lista... diez minutos después, estaba arreglándose con el vestido batallando un tanto, pero riendo. Su gato asomaba la cabeza y la veía con aburrimiento propio de los de su condición.
- Sí, búrlate - rió mirándole y terminando de arreglarse el cabello, para ir a ponerse los zapatos... - lo bueno es que somos muchos, tengo otros 10 minutos - rogaba porque así fuera porque realmente no sabía del todo si el Capitán fuera en ese aspecto, igual a los otros, que permitían que desembarcaran con tranquilidad. Aunque conociéndolo, seguramente sería así.
Se vio en el espejo, vestido bien colocado, ropa interior igual, medias, zapatos, peinado, todo estaba bien y afortunadamente Juan había entrado y empacado todo, por lo que parecía. Por lo que tomó su capa de viaje y se miró en el espejo con una radiante sonrisa. Tomó la canasta y avanzó a toda velocidad, con la capucha echada, para sonreírle a Zaire cuando salió a la superficie, era una de las últimas.
- Gracias por todo - hizo una reverencia y luego, le tomó la mano apretándola con la suya - muchas gracias - dijo con mucha vehemencia - ya le mandaré algo para que lo deguste en una cena con los suyos - hizo una reverencia - Dios lo bendiga - luego, caminó para desembarcar y miró al Capitán, suspirando profundamente. Le sonrió y le tomó de la mano, apretándolo contra las suyas fuertemente, aunque los ojos los tenía levemente llenos de lágrimas le abrazó haciendo a un lado la canasta - gracias... Dios le tiene un lugar en el cielo - le sonrió separándose de él unos centímetros - gracias, no le digo adiós, si no hasta pronto - tenía tantos sentimientos encontrados... gratitud, ganas de no irse, cariño, ternura, depresión, tristeza... pero sobre todo, el placer de conocer a alguien tan hermoso como él - cuídese, por favor... ya pronto tendrá noticias mías - prometió - cuídese - besó sus mejillas como se haría con un abuelo... - y Dios y la Virgen de la Macarena me lo bendigan - lágrimas resbalaban por sus mejillas ya... - hasta pronto.
Bajó del barco y miró a su alrededor, la bulliciosa París, mucho más agitada que su ciudad natal, pero comparable a Londres o Madrid. Sonrió y se dejó conducir hasta su carruaje, en pos de la casa de su mentor. Sin embargo, toda la alegría se esfumó cuando recibió una carta... la leyó y miró al frente... La pesadilla no terminaría tan fácil... entonces ¿El hechizo no había funcionado? La carta cayó a sus pies y nadie más pudo leer su contenido... Ella sólo bajó la cabeza y cerró los ojos lamiéndose los labios...
Off rol: Muchas gracias por el tema, siempre le tendré en mi corazón.- *Abrazo*
Al ponerse en pie, Granchester renegó un poco al perder el calor que lo rodeaba, pero se quedó a gusto cuando Marianne lo colocó en su cesta, envolviéndolo. Sonrió ante su gato y cerró la canasta, para ir a desnudarse, agradeciendo internamente a Juan porque la tina de baño estaba lista... diez minutos después, estaba arreglándose con el vestido batallando un tanto, pero riendo. Su gato asomaba la cabeza y la veía con aburrimiento propio de los de su condición.
- Sí, búrlate - rió mirándole y terminando de arreglarse el cabello, para ir a ponerse los zapatos... - lo bueno es que somos muchos, tengo otros 10 minutos - rogaba porque así fuera porque realmente no sabía del todo si el Capitán fuera en ese aspecto, igual a los otros, que permitían que desembarcaran con tranquilidad. Aunque conociéndolo, seguramente sería así.
Se vio en el espejo, vestido bien colocado, ropa interior igual, medias, zapatos, peinado, todo estaba bien y afortunadamente Juan había entrado y empacado todo, por lo que parecía. Por lo que tomó su capa de viaje y se miró en el espejo con una radiante sonrisa. Tomó la canasta y avanzó a toda velocidad, con la capucha echada, para sonreírle a Zaire cuando salió a la superficie, era una de las últimas.
- Gracias por todo - hizo una reverencia y luego, le tomó la mano apretándola con la suya - muchas gracias - dijo con mucha vehemencia - ya le mandaré algo para que lo deguste en una cena con los suyos - hizo una reverencia - Dios lo bendiga - luego, caminó para desembarcar y miró al Capitán, suspirando profundamente. Le sonrió y le tomó de la mano, apretándolo contra las suyas fuertemente, aunque los ojos los tenía levemente llenos de lágrimas le abrazó haciendo a un lado la canasta - gracias... Dios le tiene un lugar en el cielo - le sonrió separándose de él unos centímetros - gracias, no le digo adiós, si no hasta pronto - tenía tantos sentimientos encontrados... gratitud, ganas de no irse, cariño, ternura, depresión, tristeza... pero sobre todo, el placer de conocer a alguien tan hermoso como él - cuídese, por favor... ya pronto tendrá noticias mías - prometió - cuídese - besó sus mejillas como se haría con un abuelo... - y Dios y la Virgen de la Macarena me lo bendigan - lágrimas resbalaban por sus mejillas ya... - hasta pronto.
Bajó del barco y miró a su alrededor, la bulliciosa París, mucho más agitada que su ciudad natal, pero comparable a Londres o Madrid. Sonrió y se dejó conducir hasta su carruaje, en pos de la casa de su mentor. Sin embargo, toda la alegría se esfumó cuando recibió una carta... la leyó y miró al frente... La pesadilla no terminaría tan fácil... entonces ¿El hechizo no había funcionado? La carta cayó a sus pies y nadie más pudo leer su contenido... Ella sólo bajó la cabeza y cerró los ojos lamiéndose los labios...
Él la buscaba... él la encontraría... el hechizo no había funcionado...
Al menos, era lo que ella creía...
Al menos, era lo que ella creía...
Off rol: Muchas gracias por el tema, siempre le tendré en mi corazón.- *Abrazo*
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 07/08/2011
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