AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Conspiradores (Marianne)
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Conspiradores (Marianne)
Sábado, 21:00 de la noche.
Todavía había revuelo en la mansión. El servicio iba y venía con bandejas llenas de vasos, platos y cubiertos sucios. Todo iba a parar a la cocina donde serían lavados por más servicio. Pietro aún estaba sentado en la mesa con su copa de coñac en la mano, observándola mientras le daba pequeñas vueltas, sin beber. Tan sólo la miraba y se preguntaba cuánto habría costado siquiera esa copa que él tenía, y cuántas personas podrían haber comido con lo que saliera de esa deducción. Suspiraba y de vez en cuando levantaba la vista hacia los comensales para observar caras llenas de felicidad, escuchar risas y demás. Él también se reía, pero… ¿Acaso a él se le empañaban los ojos cuando lo hacía? ¿Acaso a nadie más le dolía pensar que mientras ellos se dejaban comida en el plato había gente muriendo de hambre, matándose por unas migajas de pan? Definitivamente… ¿Nadie más se daba cuenta de que quien tenía realmente el poder y les daba de comer con su trabajo, su esfuerzo y su entrega, era el propio pueblo que ellos mismos gobernaban? ¿Es que tan sólo había déspotas en la cumbre? ¿Tan solo estaba?
Poco a poco la presión que su mano ejercía sobre el refinado y absurdo cristal fue en aumento. Tanto fue así, que cuando Pietro salió de sus pensamientos la copa estaba temblando bajo su sujeción de dedos tensos y llenos de rabia. Frunciendo el ceño la dejó sobre la mesa, tan llena como se la habían servido. Era una buena bebida, sí, de eso no cabía la menor duda. Pero no podía disfrutar de algo exquisito cuando detrás de ese resultado fermentaban los recuerdos muertos de los que se dejaron la piel en el campo.
Ese día iba a volver a hacerlo. Todavía nadie se había dado cuenta de sus salidas nocturnas, lo que podía considerarse un gran punto a su favor. Algunas noches, como aquella, Pietro eludía todo y a todos y se retiraba a algún lugar en donde se hubiera concertado una cita previamente. En aquellas citas ocurría algo que, si se descubría, sería calificado mucho más duramente que incluso un adulterio o alguna práctica antirreligiosa. En esos encuentros Pietro se reunía con gente para hablar. Fuese quien fuese. Él siempre estaba dispuesto a escuchar y a ayudar a quien lo necesitase. Si aquello se descubría sería como lo ya mencionado. Pero sería peor si se descubriera qué se decía en esas reuniones clandestinas…
Se levantó de la mesa con una excusa a la que ya había tomado cariño y se retiró con una leve reverencia, fingiendo una sonrisa cuando en realidad estaba haciendo una mueca de asco. Por fin fuera del comedor y lejos del acaparo de poder se dirigió hacia las caballerizas, donde Dimitry, su único hombre de absoluta confianza, lo estaría esperando como se había previsto. Y así era, cuando Pietro llegó su caballo y el de Dimy (como lo llamaba cariñosamente) ya estaban listos para cabalgar - Vamos, Dimy, no sería cortés hacer esperar a una dama - le dijo a su guarda con una sonrisa y se subió a su caballo. Esperó a Dimy y, silenciosamente y con los cascos de los caballos cubiertos por telas que amortiguaban el ruido, salieron de la mansión sin, una vez más, ser descubiertos.
21:37 de la noche.
Dejaron los caballos atados a un árbol y allí esperaron. No quedaba mucho para que la hora a la que había sido establecido el encuentro llegara. Mataron el tiempo con risas y alguna que otra broma de índole subida de tono. ¿Qué? Eran hombres al fin y al cabo…
- ¿Y cómo me dijo que se llamaba ella? - preguntó Dimitry encogiéndose de hombros.
- Marianne, se llama Marianne. Es una de las mujeres más sorprendentes que he conocido nunca - respondió el conde algo nervioso, ya que por fin iba a hablar de algo tan serio e importante para él con una mujer y no con otro hombre.
Se quedaron hablando un poco más y tras unos minutos comenzaron a escuchar ruidos. Ambos miraron hacia el mismo lugar
- ¿Es ella? - inquirió Dimitry -
-Seguramente, ya es la hora - En su reloj de bolsillo, Pietro vio que se marcaban las 21:58 de la noche.
Invitado- Invitado
Re: Conspiradores (Marianne)
I used to rule the world
Seas would rise when I gave the word
Now in the morning I sweep alone
Sweep the streets I used to own
Seas would rise when I gave the word
Now in the morning I sweep alone
Sweep the streets I used to own
Revisó por enésima vez sus ropas, echadas sobre la cama, asintiendo con la satisfacción de saber que todo saldría bien, que tenía lo necesario para ir a la cita, conversar con él y luego, regresar sin ser detectada por su tutor. Si no, bueno, seguramente tendría problemas muy grandes. Sus padres normalmente la dejarían salir siempre y cuando llevara a Juan, pero en cambio, Sebastián no era sus progenitores, por lo que podría ser que se pusiera demasiado mal en cuanto supiera en primera, que se iría de noche, pasadas las 9, justamente. En segunda, que se iría a ver a un hombre y no le diría por qué o a qué, simple y sencillamente, se iría con un varón y no cualquier varón, el Conde de Rumanía. Y en tercera, que se iba a un cementerio, ¿A qué? No se lo diría.
Sí, se metía en demasiados problemas, quizá para un hombre fuera muchísimo más fácil ausentarse de casa a esas horas de la noche, pretextar ir con los amigos a un bar o a una taberna o un burdel y salirse sin más conflicto que el cuidarse. Una mujer no lo tenía tan sencillo, pero Marianne podría arreglárselas. Buscar el momento propicio para escaparse y rogar porque Marcelo, el mayordomo de su tutor, no lo descubriera o si lo hacía, convencerlo de que estaría bien y de que suficiente tenía con Juan para protegerla.
I used to roll the dice
Feel the fear in my enemy's eyes
Listen as the crowd would sing:
"Now the old king is dead! Long live the king!"
Feel the fear in my enemy's eyes
Listen as the crowd would sing:
"Now the old king is dead! Long live the king!"
Lo tuvo más fácil cuando fue invitada a una sala de lectura, así que con permiso de su tutor y llevando a Juan, pudo salir de su hogar, llegando a la reunión y "divirtiéndose" como nunca. Falsas palabras y experiencias, porque la mayor parte de las personas se consideraban grandes, fastuosas, elegantes y magníficas en sus formas, regodeándose de la pobreza a su alrededor, indiferentes de lo que había sucedido hacía tiempo con sus antiguos reyes, muertos, decapitados... Olvidándose de que el mismo pueblo, enardecido por tantas humillaciones, había buscado su destrucción y que si una vez lo habían logrado, faltaría poco para que lo volvieran hacer, si es que empezaban a impacientarse de que algunos tuvieran los beneficios y los demás, la gran mayoría, sólo la pobreza, tristeza y decadencia constantes.
¿Qué harían ellos, grandes señores prepotentes y engreídos, contra una horda de personas furiosas? ¿Podría su dinero y sus concesiones evitar que los despellejaran? ¿Que los llevaran a su destrucción? Los nuevos reyes se alzarían bajo la sangre de los antiguos nobles y gente de la clase alta. ¡Ahora el viejo rey ha muerto, larga vida al rey!
One minute I held the key
Next the walls were closed on me
And I discovered that my castles stand
Upon pillars of sand, pillars of sand
Asentía, hacía grandes reverencias y lentamente, iba despegándose, iba haciéndose menos visible a la mayoría, alejándose de toda esa decadencia, podredumbre y perdición contenidas en un saloncito tan pequeño comparado al mundo restante. Suspiró feliz, cuando pudo ocultarse en un balcón y luego, corrió como le permitieron sus zapatitos altos, confeccionados por el mejor de los zapateros de su padre, sujetándose las faldas de un vestido saturado en detalles que parecía gritar: ¡Soy rica, mírenme, soy rica!.
Llegó hasta las caballerizas y sonrió a Juan. El indígena siempre había sido como un segundo padre para ella, puesto que le cuidaba, mimaba y protegía todo el tiempo, incluso de sí misma. Nunca la dejaba sola, ni a sol ni a sombra y era, cuanto más, su mejor y gran confidente. Marianne dudaba que pudiera tener a alguien tan fiel como Juan, incluso, que algún hombre pudiera ganarse su confianza al grado tal de contarle todo y saber que él estaba para servirla, incluso si sus planes eran tan disparatados como ahora. Ir a un cementerio... bonita cosa.
I hear Jerusalem bells are ringing
Roman Cavalry choirs are singing
Be my mirror my sword and shield
My missionaries in a foreign field
For some reason I can not explain
Once you know there was never, never an honest word
That was when I ruled the world
(Ohhh)
Roman Cavalry choirs are singing
Be my mirror my sword and shield
My missionaries in a foreign field
For some reason I can not explain
Once you know there was never, never an honest word
That was when I ruled the world
(Ohhh)
Poniéndose la túnica que su sirviente le diera, montó su caballo, sin dudarlo siquiera, tan buena amazona era, siempre de lado, como una dama luciera. Se colocó la capucha ocultando el rostro, mientras Juan se afanaba en ocultar por todos los medios su vestido con esa gran túnica que había conseguido al efecto, aprovechando que el caballo la elevaba varios metros del suelo. No quería que la descubrieran y alguien hablara mal de ella. Era su deber y su convicción, cuidarla de todo y de todos. Para eso estaba, para eso vivía y por ello, daba todo, absolutamente todo por una niña que hacía muchos años le había robado el corazón y le daba ahora tantas satisfacciones.
Espejo, espada y escudo, eso era Juan, desviviéndose todos los días, callando comprensivamente al conocer cada uno de sus secretos escondidos, sin necesidad de palabras, sólo viéndola, sólo siguiéndola, como una segunda sombra, listo para cualquier eventualidad. Su pequeña niña, su sol, su luna. La hija que jamás había tenido.
It was the wicked and wild wind
Blew down the doors to let me in.
Shattered windows and the sound of drums
People could not believe what I'd become
Revolutionaries Wait
For my head on a silver plate
Just a puppet on a lonely string
Oh who would ever want to be king?
Blew down the doors to let me in.
Shattered windows and the sound of drums
People could not believe what I'd become
Revolutionaries Wait
For my head on a silver plate
Just a puppet on a lonely string
Oh who would ever want to be king?
Cabalgaba a toda velocidad, sin descanso alguno, sin titubear. Ansiosa de llegar y conversar, de estar y contestar. De ser quien era, sin fingimientos ni ataduras, libre de toda presión y coacción. Capaz de decir lo que su corazón sentía y lo que tanto su alma anhelaría. La luna en el cielo, hermosa media luna que todo lo iluminaba, bendecía su marcha entre hermosos rayos, permitiéndole ver más adelante siempre, constante y perenne, eterna y dueña de la noche. Ocultándola debidamente, mientras el caballo volaba, galopando con una velocidad impresionante, pero que a Marianne agradaba.
Tras ella, su fiel Juan, cuidando siempre de que nadie los atajara o bien, de que los alcanzara. Ella tenía que llegar a tiempo, pero nunca antes que la persona que la aguardaba, no era propio de una dama esperar, pero sí desearse anhelar. Dando y quitando, ofreciendo y rechazando. Siempre limpia, impoluta, serena y hermosa. Un gran trofeo para quien quisiera tenerlo a su lado, si es que lo conquistaba.
Sin embargo, Marianne era completamente diferente a las demás, tenía educación, pero también, tenía criterio. "Confeccionadora de ropa de día y en mis ratos libres, revolucionaria anhelante de tener la cabeza de un rey en una bandeja de plata". Sí, así era su pequeña niña, crítica, pensante, siempre un paso adelante. Algo que no cualquier hombre permitía, soportaba y aceptaba. Nada maleable, tozuda y hasta adiestrante, rebelde y cabezota cuando algo se le metía en la mente.
Un vaso de agua refrescante o de agua turbia, dependiendo de quien quisiera beberla. De los ojos que la observaban. De la mente que la catalogaba. Del alma que la conquistaba.
I hear Jerusalem bells are ringing
Roman Cavalry choirs are singing
Be my mirror my sword and shield
My missionaries in a foreign field
For some reason I can not explain
I know Saint Peter will call my name
Never an honest word
And that was when I ruled the world
(Ohhhhh Ohhh Ohhh)
Roman Cavalry choirs are singing
Be my mirror my sword and shield
My missionaries in a foreign field
For some reason I can not explain
I know Saint Peter will call my name
Never an honest word
And that was when I ruled the world
(Ohhhhh Ohhh Ohhh)
No podía negarlo, le daba bastante repelus que la hubieran citado en el cementerio, lugar de fantasmas y muertos. Quizá algo poético para sus labores. Había conocido al noble en una reunión hacía unas semanas y se habían quedado curiosamente platicando cuando intentaron escapar del barullo de la fiesta y se encontraron en un balcón. Las palabras intercambiadas habían creado puentes, donde podían escuchar cantos en sus corazones, al encontrar otra persona que compartiera sus ideas y no sólo eso, si no que fuera de un estrato social parecido al suyo (una gran diferencia entre un noble y una plebeya).
Campanas sonando y ellos platicando, sin darse cuenta de que el tiempo pasaba a toda velocidad, impidiéndoles continuar su conversación, él había pedido volverse a ver. Y ella había aceptado encantada de encontrar en él alguien que la viera por quien era y no por las joyas o la posición de su padre. Mucho tiempo antes incluso de haber roto su compromiso con su ex-prometido. Y había sido un rato maravilloso e increíble. Algo que por supuesto quería repetir, porque por fin tenía a alguien que tenía su misma visión y le preocupaba lo mismo que a ella.
Un aliado en la batalla...
Hear Jerusalem bells are ringings
Roman Cavalry choirs are singing
Be my mirror my sword and shield
My missionaries in a foreign field
For some reason I can not explain
I know Saint Peter will call my name
Never an honest word
But that was when I ruled the world
Oooooh Oooooh Oooooh"
*** "Viva la vida" Coldplay
Los cascos de los caballos resonaban cada vez más fuerte y las enormes rejas del cementerio se alzaban ante los jinetes. Un rayo de luna iluminó parte de ésta, donde el escudo se fijaba. Marianne sonrió y espoleó más al caballo para que avanzar a mayor velocidad, ignorante de la hora que marcaba el reloj, pero segura de que aún no era la acordada. El sereno seguramente estaría dando su rondín en el momento en que las 10 sonaran y eso era también para ella, un toque de queda.
El caballo se detuvo con un relinchar fuerte, al tiempo que ella se sostenía magníficamente y dirigía al animal hacia donde otros dos pastaban, sin haberse bajado de él. Acercándose también a los dos hombres que esperaban con paciencia, aunque también, entre risas y palabras. Descubrió hábilmente la capucha, dejándola aún puesta, pero permitiendo que pudiera verse su rostro delicioso, apenas cubierto pecaminosamente por algunas hebras de su cabello, que sólo la hacían ver más vulnerable de lo que toda mujer podía llegar a serlo.
- Caballeros - dijo en un español con un acento exótico - buenas noches - continuó, pero ahora en francés - es un honor estar aquí - hizo una inclinación de cabeza.
Juan llegaba tras ella, desmontando y yendo a tomar las riendas del caballo de su señora, se observaba perfectamente que podía hacer una cosa, pero no ayudarla a desmontar. ¿Alguno tendría la caballerosidad de separar a la amazona de su caballo? ¿Sería capaz de arriesgarse a oler el aroma a manzana y canela de su piel y a rozar su pequeña, pero firme cintura?
Última edición por Marianne Louvier el Dom Sep 18, 2011 7:45 pm, editado 1 vez
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Conspiradores (Marianne)
De una forma casi instantánea Pietro miró de reojo a Dimitry, sonrió, se encaminó hacia donde Marianne estaba y le ofreció sus manos al mismo tiempo que respondía a su reverencia con otra igual - Buenas noches, señorita Louvier. El honor es todo mío, sin dudarlo - y una vez la ayudó a bajar tomándola de la cintura suavemente le dedicó una bonita sonrisa - Gracias por haber aceptado este encuentro que bien podría acarrearnos problemas a los dos - Volvió a sonreírle y después miró al hombre que la acompañaba, seguramente su acompañante. Se le acercó y le ofreció la mano - Buenas noches a usted también, caballero - saludó educadamente como siempre, sin importarle quién fuera esa persona que tenía en frente - Soy Pietro Anghel, conde de Rumania - se presentó. Después le presentó a Marianne y al hombre a Dimitry y sonrió complacido - Será mejor que entremos al cementerio o alguien podría vernos. No se preocupen por el enterrador… No creo que aparezca, y… En caso de hacerlo, no nos delataría - Unos días antes, Pietro se había encargado de hablar con él personalmente - De modo que a no ser que los muertos se levanten, nadie tendrá por qué saber que estamos aquí -bromeó -
Al llegar a la entrada Pietro abrió la verja y todos entraron, aunque Dimitry insistió en quedarse algo alejado de ambos para ofrecerles una mayor privacidad, quedándose en la puerta, mirando los caballos. Le ofreció su brazo a Marianne e hizo un gesto con la cabeza - ¿Me acompaña a dar un paseo, madame Revolucionaria? - bromeó otra vez de forma simpática y esperó a que aceptara, mirándola y mirando después las tumbas.
En ese momento Pietro se perdió en sus pensamientos y se dedicó casi de forma inconsciente a observar los sepulcros. Era un cementerio muy variado. Poseía lápidas de todo tipo, e incluso había tumbas formadas únicamente por un montículo de tierra y una cruz de madera mal tallada, y ese en el mejor de los casos, pues había montículos cubiertos sólo por piedras, o incluso sólo por polvo. Otras, en cambio, poseían elegantes lápidas erguidas en mármol o piedra exquisitamente talladas por unas manos que habían sido bien pagadas por realizar semejante trabajo. También había panteones, de los cuales uno le llamó especialmente la atención. Era una tumba en cuya base figuraba tallada la figura de una mujer desnuda tirada en el suelo, como si se hubiera caído después de no poder andar más tras un gran sufrimiento.
Eran hermosas figuras, sí, pero era una belleza macabra la que representaban. Al conde no se le escapaba de la cabeza ni por casualidad el pensamiento de que incluso a veces la muerte tenía preferencias. ¿Por qué, sino, iban a morir siempre las buenas personas que no habían hecho mal a nadie, y los déspotas orgullosos y embriagados de poder eran los que no sufrían en la vida ni un triste catarro de verano? El mundo era un lugar triste, muy triste, y la vida no era justa. Aún así Pietro no perdía la esperanza de que algún día aquello podría cambiar. Quizá soñaba con una utopía, pero su interés por el pueblo ya era un gran paso teniendo en cuenta lo poco que importaba el pueblo a los monarcas. Definitivamente, no había mejor remedio para la soberbia que sucumbir a la soberbia aún mayor de otro. O en otras palabras: padecer para aprender qué es verdaderamente padecer.
Nervios y ansiedad se apoderaban del conde cada vez que presenciaba una injusticia, pero pocas veces podía hacer nada. Con sólo el apoyo de unos pocos, sólo daba protección verdadera a unos ideales que estaban penados incluso con la muerte en ciertos lugares. Aún así la iniciativa permanecía en los corazones fuertes y humildes como el suyo - Dígame… - empezó a decir mientras comenzaba a andar - ¿Qué le parece este lugar? Y no me diga que le da repelús, eso ya lo sé, me lo dijo el otro día - rió e intercambió alguna mirada con Dimy y el hombre que acompañaba a Marianne - Por cierto… ¿Él es su hombre de confianza? - preguntó tras meterse una mano en el bolsillo del pantalón y mirar a la mujer a la cara - Si le digo la verdad, yo meto la mano en el fuego por Dimy. Es casi mi mejor amigo, se lo aseguro.
Al llegar a la entrada Pietro abrió la verja y todos entraron, aunque Dimitry insistió en quedarse algo alejado de ambos para ofrecerles una mayor privacidad, quedándose en la puerta, mirando los caballos. Le ofreció su brazo a Marianne e hizo un gesto con la cabeza - ¿Me acompaña a dar un paseo, madame Revolucionaria? - bromeó otra vez de forma simpática y esperó a que aceptara, mirándola y mirando después las tumbas.
En ese momento Pietro se perdió en sus pensamientos y se dedicó casi de forma inconsciente a observar los sepulcros. Era un cementerio muy variado. Poseía lápidas de todo tipo, e incluso había tumbas formadas únicamente por un montículo de tierra y una cruz de madera mal tallada, y ese en el mejor de los casos, pues había montículos cubiertos sólo por piedras, o incluso sólo por polvo. Otras, en cambio, poseían elegantes lápidas erguidas en mármol o piedra exquisitamente talladas por unas manos que habían sido bien pagadas por realizar semejante trabajo. También había panteones, de los cuales uno le llamó especialmente la atención. Era una tumba en cuya base figuraba tallada la figura de una mujer desnuda tirada en el suelo, como si se hubiera caído después de no poder andar más tras un gran sufrimiento.
- La tumba:
- https://www.youtube.com/watch?v=2NAwML3VcIQ
Eran hermosas figuras, sí, pero era una belleza macabra la que representaban. Al conde no se le escapaba de la cabeza ni por casualidad el pensamiento de que incluso a veces la muerte tenía preferencias. ¿Por qué, sino, iban a morir siempre las buenas personas que no habían hecho mal a nadie, y los déspotas orgullosos y embriagados de poder eran los que no sufrían en la vida ni un triste catarro de verano? El mundo era un lugar triste, muy triste, y la vida no era justa. Aún así Pietro no perdía la esperanza de que algún día aquello podría cambiar. Quizá soñaba con una utopía, pero su interés por el pueblo ya era un gran paso teniendo en cuenta lo poco que importaba el pueblo a los monarcas. Definitivamente, no había mejor remedio para la soberbia que sucumbir a la soberbia aún mayor de otro. O en otras palabras: padecer para aprender qué es verdaderamente padecer.
Nervios y ansiedad se apoderaban del conde cada vez que presenciaba una injusticia, pero pocas veces podía hacer nada. Con sólo el apoyo de unos pocos, sólo daba protección verdadera a unos ideales que estaban penados incluso con la muerte en ciertos lugares. Aún así la iniciativa permanecía en los corazones fuertes y humildes como el suyo - Dígame… - empezó a decir mientras comenzaba a andar - ¿Qué le parece este lugar? Y no me diga que le da repelús, eso ya lo sé, me lo dijo el otro día - rió e intercambió alguna mirada con Dimy y el hombre que acompañaba a Marianne - Por cierto… ¿Él es su hombre de confianza? - preguntó tras meterse una mano en el bolsillo del pantalón y mirar a la mujer a la cara - Si le digo la verdad, yo meto la mano en el fuego por Dimy. Es casi mi mejor amigo, se lo aseguro.
Invitado- Invitado
Re: Conspiradores (Marianne)
Era agradable ver que el varón era caballeroso y atento. Ayudándola a bajar sin dudarlo, permitiéndole ponerse en pie y arreglarse la capa, para ser irreconocible y no sólo lastimar su propia reputación de doncella casadera, si no también la del propio Conde.
- No tiene qué agradecer - le miró a los ojos, los suyos sonreían - al contrario, es todo un gran placer intercambiar más que simples palabras de cortesía.
Observó cómo se presentaba ante Juan y lo tomó como un punto a su favor, porque normalmente nadie prestaba atención al grandullón indígena que la acompañaba hasta que era demasiado tarde y él tenía que defenderla.
Juan Morelos y Pavón era no sólo un hombre al que todos miraban por abajo del hombro, si no que era el primer ser que Marianne lograra poner en libertad, con ayuda de su padre. El primero de muchos, se había prometido y no el último.
Al conocer a Dimitry hizo una profunda reverencia, como si él fuera el mismísimo Pietro. Si el señor estaba ahí, seguramente sería porque se lo había ganado y aunque sentía curiosidad del por qué, se mantuvo prudentemente callada.
"Todo a su tiempo", se prometió.
Estuvo completamente de acuerdo en entrar al cementerio, al inicio por temor de que la hubieran seguido alguno de los sirvientes de su tutor y éste pusiera el grito en el cielo; pero también, porque alguien reconociera a Don Anghel y los problemas con Sebastián fueran más que meros sueños a comparación de las pesadillas que se podrían desatar.
- De modo que a no ser que los muertos se levanten, nadie tendrá por qué saber que estamos aquí.
Su boquita formó una "O" redondita, con ojos acusadores y una mueca que podría incitar a comérsela a besos o algo más divertido.
- Qué desconsiderado de su parte - pero ya caminaba dentro - sabiendo el miedo que me causa el lugar, que hable de ello - negó y se concentró en pensar en la belleza de las lápidas y sus diseños tan garigoleados en algunas y tan simplistas de otras, lamentándose de no traer su cuaderno de dibujo y al mismo tiempo agradeciéndolo, porque sería una grosería haber sido citada ahí para hablar de un tema tan importante y ella se dedicara a hacer garabatos.
- ¿Me acompaña a dar un paseo, madame Revolucionaria?
No dudó siquiera, tomó su brazo y le sonrió a su vez. Le gustaba hablar con el Conde, tenía tantas ideas que revoloteaban como las mismas palomas de las que atacaban la cabecita de Marianne y no sólo eso, si no que parecían intercambiarse lugar de cabeza en cabeza, creando magníficas y espléndidas ideas cuando las decían en voz alta.
- Un placer, My Lord, aunque a la luz de la luna se convierta de sal - susurró poéticamente inventándose una frase, mientras admiraba las obras de arte que se ennegrecían con la tierra y el paso del tiempo, perdiendo su belleza en algunas y en otras, siendo inmortalizadas palmo a palmo, como la dama sobre la tierra.
La Justicia había sido simbolizada a últimas fechas por una dama con una balanza en las manos, con una banda que cubría sus ojos. Decían que la Justicia era ciega, pero ¿Era cierto? No le parecía. Ahora mismo, mientras miraba esa figura de mármol, entendía que hasta la Justicia caía en manos de personas egoístas, que todo lo habían tenido y al final, nada querían soltar.
Así pues, cargaban contra la vida con esas enormes manazas y gordos vientres voluminosos y asquerosos la mayor parte del tiempo, pensando que todo lo podían, todo lo merecían, todo lo tendrían...
- Dígame… ¿Qué le parece este lugar? Y no me diga que le da repelus, eso ya lo sé, me lo dijo el otro día. Por cierto… ¿Él es su hombre de confianza? Si le digo la verdad, yo meto la mano en el fuego por Dimy. Es casi mi mejor amigo, se lo aseguro.
Volteó a mirarle, permitiendo que los demonios que la atormentaban se alejaran por escasos intervalos de tiempo y se encogió de hombros, mirando de nuevo el lugar y después de ello, al Conde. Su rostro limpio, sus ojos tan agradables, que la hizo sonreír levemente.
- Se lo diré así:
"Pobre y frágil Justicia, jamás llegarás al ideal que los buenos hombres te dieron en sus mentes y sueños, donde las personas podían estar en un edén de total igualdad y misericordia. Sea pues, Justicia que tus anhelos y quereres serán abofeteados por aquéllos malsanos sentimientos que engrandecen los bolsillos de los rastreros humanos. ¿Dónde será, Justicia, que serás honrada y tu nombre tendrá un real significado si alguien descubriera que Dios, el cielo y el infierno, se han evaporado?"
Tras ello, suspiró y miró la figura de la mujer.
- Juan Morelos y Pavón, es su nombre, mi fiel guardián, el primero que rescaté de una muerte segura, apoyándome en mi padre, a quien oyeron más que a la pequeña que le sostenía la mano... pero quiero creer - miró a Juan - que fui yo quien tuvo el mérito... que yo convencí a mi padre de que sería un buen protector mío... que era grande, fuerte y evitaría me metiera en problemas... No, Lord Anghel, para mí Juan no es un hombre por el cual meter las manos al fuego.
Anduvo unos pasitos más, hasta que miró una escultura de un hombre que tomaba de la mano a una niña de pequeños rizos. Sonrió recordando cuántas veces había ido así de la mano con Juan y cuán paciencia le había tenido mientras la cuidaba y se divertía.
- Juan para mí, es mi padre, mi guardián, mi protector, mi confesor, mi todo - volteó a mirarle - es por eso que daría quien soy, no sólo unas manos quemadas, por su bienestar. Es por él y muchos como él, que entendí que ayudar al prójimo da más alegría que atesorar pertenencias que - golpeó a la figura que cayó al piso y se estrelló - ups... - dijo sin sentirlo - desaparecen por la egolatría de gente sin corazón...
- No tiene qué agradecer - le miró a los ojos, los suyos sonreían - al contrario, es todo un gran placer intercambiar más que simples palabras de cortesía.
Observó cómo se presentaba ante Juan y lo tomó como un punto a su favor, porque normalmente nadie prestaba atención al grandullón indígena que la acompañaba hasta que era demasiado tarde y él tenía que defenderla.
Juan Morelos y Pavón era no sólo un hombre al que todos miraban por abajo del hombro, si no que era el primer ser que Marianne lograra poner en libertad, con ayuda de su padre. El primero de muchos, se había prometido y no el último.
Al conocer a Dimitry hizo una profunda reverencia, como si él fuera el mismísimo Pietro. Si el señor estaba ahí, seguramente sería porque se lo había ganado y aunque sentía curiosidad del por qué, se mantuvo prudentemente callada.
"Todo a su tiempo", se prometió.
Estuvo completamente de acuerdo en entrar al cementerio, al inicio por temor de que la hubieran seguido alguno de los sirvientes de su tutor y éste pusiera el grito en el cielo; pero también, porque alguien reconociera a Don Anghel y los problemas con Sebastián fueran más que meros sueños a comparación de las pesadillas que se podrían desatar.
- De modo que a no ser que los muertos se levanten, nadie tendrá por qué saber que estamos aquí.
Su boquita formó una "O" redondita, con ojos acusadores y una mueca que podría incitar a comérsela a besos o algo más divertido.
- Qué desconsiderado de su parte - pero ya caminaba dentro - sabiendo el miedo que me causa el lugar, que hable de ello - negó y se concentró en pensar en la belleza de las lápidas y sus diseños tan garigoleados en algunas y tan simplistas de otras, lamentándose de no traer su cuaderno de dibujo y al mismo tiempo agradeciéndolo, porque sería una grosería haber sido citada ahí para hablar de un tema tan importante y ella se dedicara a hacer garabatos.
- ¿Me acompaña a dar un paseo, madame Revolucionaria?
No dudó siquiera, tomó su brazo y le sonrió a su vez. Le gustaba hablar con el Conde, tenía tantas ideas que revoloteaban como las mismas palomas de las que atacaban la cabecita de Marianne y no sólo eso, si no que parecían intercambiarse lugar de cabeza en cabeza, creando magníficas y espléndidas ideas cuando las decían en voz alta.
- Un placer, My Lord, aunque a la luz de la luna se convierta de sal - susurró poéticamente inventándose una frase, mientras admiraba las obras de arte que se ennegrecían con la tierra y el paso del tiempo, perdiendo su belleza en algunas y en otras, siendo inmortalizadas palmo a palmo, como la dama sobre la tierra.
La Justicia había sido simbolizada a últimas fechas por una dama con una balanza en las manos, con una banda que cubría sus ojos. Decían que la Justicia era ciega, pero ¿Era cierto? No le parecía. Ahora mismo, mientras miraba esa figura de mármol, entendía que hasta la Justicia caía en manos de personas egoístas, que todo lo habían tenido y al final, nada querían soltar.
Así pues, cargaban contra la vida con esas enormes manazas y gordos vientres voluminosos y asquerosos la mayor parte del tiempo, pensando que todo lo podían, todo lo merecían, todo lo tendrían...
- Dígame… ¿Qué le parece este lugar? Y no me diga que le da repelus, eso ya lo sé, me lo dijo el otro día. Por cierto… ¿Él es su hombre de confianza? Si le digo la verdad, yo meto la mano en el fuego por Dimy. Es casi mi mejor amigo, se lo aseguro.
Volteó a mirarle, permitiendo que los demonios que la atormentaban se alejaran por escasos intervalos de tiempo y se encogió de hombros, mirando de nuevo el lugar y después de ello, al Conde. Su rostro limpio, sus ojos tan agradables, que la hizo sonreír levemente.
- Se lo diré así:
"Pobre y frágil Justicia, jamás llegarás al ideal que los buenos hombres te dieron en sus mentes y sueños, donde las personas podían estar en un edén de total igualdad y misericordia. Sea pues, Justicia que tus anhelos y quereres serán abofeteados por aquéllos malsanos sentimientos que engrandecen los bolsillos de los rastreros humanos. ¿Dónde será, Justicia, que serás honrada y tu nombre tendrá un real significado si alguien descubriera que Dios, el cielo y el infierno, se han evaporado?"
Tras ello, suspiró y miró la figura de la mujer.
- Juan Morelos y Pavón, es su nombre, mi fiel guardián, el primero que rescaté de una muerte segura, apoyándome en mi padre, a quien oyeron más que a la pequeña que le sostenía la mano... pero quiero creer - miró a Juan - que fui yo quien tuvo el mérito... que yo convencí a mi padre de que sería un buen protector mío... que era grande, fuerte y evitaría me metiera en problemas... No, Lord Anghel, para mí Juan no es un hombre por el cual meter las manos al fuego.
Anduvo unos pasitos más, hasta que miró una escultura de un hombre que tomaba de la mano a una niña de pequeños rizos. Sonrió recordando cuántas veces había ido así de la mano con Juan y cuán paciencia le había tenido mientras la cuidaba y se divertía.
- Juan para mí, es mi padre, mi guardián, mi protector, mi confesor, mi todo - volteó a mirarle - es por eso que daría quien soy, no sólo unas manos quemadas, por su bienestar. Es por él y muchos como él, que entendí que ayudar al prójimo da más alegría que atesorar pertenencias que - golpeó a la figura que cayó al piso y se estrelló - ups... - dijo sin sentirlo - desaparecen por la egolatría de gente sin corazón...
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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