El Desembarco de "La Bestia"

por **Jan Mijden Plantagenet** Miér Ago 17, 2011 6:00 pm

Desembarcó en París como hubiera podido desembarcar en cualquier otra parte del mundo, solo. Su equipaje se componía sencillamente de un viejo saco de la marina, nada espectacular, nada de opulencia. Era mejor de esa manera, menos ojos posándose en él, menos riesgos para su bolsillo y mejor forma de dominar a “la bestia”.

Aspiró el aire del puerto. Pescado, suciedad, el sudor rancio de los estibadores y el licor que consume a los marineros mientras se encuentran anclados, estaba en su medio natural. Aunque la fortuna le hubiese favorecido, aquel era su mundo; el mundo de las correrías entre callejas, de las damas de moral ligera, de los marinos rudos y fuertes que buscan camorra hasta por el simple gusto de después beber hasta el cansancio con el oponente, el mundo de la picardía por el que tanto amaba deambular.

Dibujó en su rostro una media sonrisa y comenzó a caminar con su saco al hombro. Las cosas a su alrededor se movían a un ritmo frenético, se preguntó si los demás podrían ver en él lo que realmente era, o si, por otro lado, la vorágine de la ciudad luz le engulliría en los tenues brazos de la sombra de la ignominia. La grandilocuencia de su pregunta le hizo sonreír más ampliamente.

Pero había algo que le encantaba de llegar a una ciudad nueva. No estaba seguro de si se debía a que la vida parecía comenzar de nuevo sin importar quien eras, o a que te dedicabas. Bien podría decirse que la emoción de entrar en un nuevo coto de caza era la responsable de aquel entusiasmo. Podría fácilmente ser una mezcla de ambas cosas.

Una dama de ropa ligera pasó caminando a su lado, le dedicó una inclinación de cabeza cual si la joven fuese de la más pura sangre real y le dedicó una mirada coqueta. La chica le respondió con un guiño, Jan, siguió su camino, divertido con aquel flirteo.

A simple vista,pasaba por un marino como cualquier otro. Sus letras de crédito y otros medios ya deberían estar en posesión de su apoderado en la ciudad luz, al menos lo esperaba así. Lo único que debía hacer era ir al distrito comercial y asegurarse de que todo estaba en orden y listo para poder establecerse en París ¿durante cuanto tiempo?, podrían ser horas, meses, años. Jamas se había considerado harina de un solo costal, la cuestión era ver si la ciudad luz le iba a enamorar lo suficiente.

por **Angelique Valois** Jue Ago 18, 2011 9:08 pm

El sol bajaba lentamente por el oeste anunciando la prematura llegada del otoño. Los días eran cada vez más cortos y Angelique se preguntaba si no hubiera sido mejor idea dejar esos asuntos para otro día. Definitivamente, no.

El presupuesto era cada vez más ajustado. Al parecer, París se encontraba pobre de misterios o a lo sumo los pobres eran sus ciudadanos. No había quedado pues, otro remedio que aceptar la limosna de la esposa de un marinero que deseaba saber un poco más acerca de su marido.

El olor era repugnante y el trabajo duro. No entendía como Rachel, la esposa del marinero, no estaba interesada en los amoríos de su marido. Mirando a su alrededor, no podía evitar notar a la innumerable cantidad de cortesanas ofreciendo sus servicios y de marineros aceptando. Pero no, a Rachel no le interesaba eso.

Caminó entre toda aquella inmundicia en dirección a su objetivo. Sí, aquel era el hombre. Se quedó muy quieta en su lugar, no quería caer. Como una leve ráfaga de viento su espíritu atravesó la distancia que la separaba de él y se metió en su carne. Pasó la vista por la lista que tenía en sus manos y volvió velozmente a su cuerpo.

Rachel tenía razón y ahora Angelique sabía el monto exacto de la paga que recibía su esposo. Era hora de volver a casa.
Aceleró el paso, la noche estaba demasiado próxima y no le agradaba el puerto de noche. Le asombraba lo musculosos que eran los marineros, a pesar del olor que la rodeaba, no podía negar que disfrutaba la visita al puerto, adoraba los hombres. Y fue así como cayó en cuenta de que sus ojos se habían posado demasiado tiempo en el cuerpo de uno de ellos.

por **Jan Mijden Plantagenet** Jue Ago 18, 2011 9:49 pm

Sintió un leve escalofrío, como un dedo helado que recorriese lentamente su espalda y de pronto se detuviera en la nuca. Aquello no era raro, no debía serlo. Las ciudades como París, según su propia experiencia, eran reductos de seres preternaturales, guaridas perfectas que permitían al tipo de gente como él pasar desapercibida.

De haber sentido aquello unas horas más tarde no habría dudado en dar rienda suelta a sus facultades animalisticas. Pero, como ha de comprenderse, en medio de aquel bullicio hubiera sido equivalente a un linchamiento publico, demasiado pedir a la gente de la era de la ilustración. Acercó, por todo movimiento, la mano a su cintura. El acero estaba ahí, listo, a la mano. No dudaría en utilizarlo de ser necesario.

Entonces, tan súbitamente como había llegado, el escalofrío se fue. Aunque el sentimiento de alerta se quedó con él. Poco a poco aquello se fue transformando en curiosidad. La bestia le decía que algo extraño estaba ocurriendo, el ser humano no podía asegurar de que se trataba. Cual rayo de iluminación pareció darse cuenta de una pequeña presencia que destacaba entre la muchedumbre.

Buscó aquella presencia con sus ojos, no pudo captarla claramente. La busco entonces con el sentido de la bestia, ese que pocos como él logran controlar. La encontró a cierta distancia, no la suficiente como para decir lejos, pero lo suficientemente prudente como para evitar el contacto directo.

Aquella chiquilla era, sin duda alguna, un verdadero dulcecito para la vista. Aunque parecía un elemento fuera de lugar. Como ver a un noble pidiendo limosna. No. La chiquilla no era una cortesana de mal pagar. Tampoco parecía el tipo de mujer que buscara liarse con los marinos comunes. Fue ese hecho, el de asegurarse de que su visión bizarra era real, lo que le llevó a acercarse. Lo hizo rápido, aunque no sobre humano, lo suficiente para que la joven no pudiese escapar.

-Mademoiselle- dijo haciendo una pequeña caravana

-Disculpe el atrevimiento, no pude dejar de notar a una...- dudó un momento, no sabía si niña o jovencita podrían resultar de mal gusto. Él, después de todo, podría ser el abuelo de la chiquilla, “Como si eso le importara” -... dama tan joven y hermosa como usted entre toda ésta fealdad. Espero me permita acompañarle a un lugar mas adecuado, claro si es que no se encuentra en compañía de algún galante caballero-

Incluso entre el barullo se dio cuenta de lo distinto que el acento marsellés debía sonar. También
Se dio cuenta de algo más, le daba por las mismísimas pelotas el tener que construir aquellos rebuscados modismos de la sociedad galante y dejar de lado su alegre jerga marinera. En fin, el caso requeriría galantería y ¿quien era él para negarse una aventura interesante?.

por **Angelique Valois** Vie Ago 19, 2011 8:39 pm

De pronto, el pecho del marinero que estaba observando se acercó. Levantó la vista para centrarla en sus ojos azules. Había algo extraño en aquel hombre. Un escalofrío recorrió su cuerpo pero ella mantuvo la compostura al tiempo que tomaba su vestido con ambas manos y realizaba una pequeña reverencia.– Monsieur.-

Su acento le erizó los vellos de la nuca. No comprendía la razón por la que aquel ser le parecía tan extraño. No era miedo, no. Era la sensación de que no se encontraba frente a un humano. Sin embargo, esto jamás le había sucedido y había estado en presencia de vampiros en repetidas ocasiones, gajes del oficio.

La noche caía sobre sus cabezas y Angelique se sentía tentada a aceptar la oferta del caballero, pero no estaba tan segura de cuan caballero sería. La noche estaba llena de criaturas extrañas: degenerados, ladrones y, lo más temido, seres de la oscuridad. Bien podría librarse de cualquier ser humano, temía pues por aquellos que no lo eran.

-Me temo que me disculpará usted, Monsieur, pero debo preguntar, antes de aceptar su propuesta, la naturaleza de la misma.- decidió tantear un poco más el terreno antes de rechazarlo. Si sus intenciones eran buenas, quizás podría tener una agradable compañía para llegar a salvo a su hogar.- Dígame, ¿A qué lugar más adecuado estaría usted dispuesto a acompañarme?-

por **Jan Mijden Plantagenet** Dom Ago 21, 2011 5:15 pm

Enarcó una ceja y se acercó un poco más a la joven. Algo en ella le resultaba atrayente, embriagador. Sin duda el instinto de la bestia era lo suficientemente fuerte como para considerarla un plato atractivo, aunque por un momento, fugaz si se quiere, supuso que eran las feromonas, no el hambre, lo que le resultaba magnético.

-Mademoiselle...- comenzó tomando la mano de la joven y llevándola lentamente a unos milímetros de sus labios – Mi propuesta es respetuosa y bien intencionada- tal vez las intenciones no fueran de lo más buenas, según el cristal con que se vieran.

La humedad del aire parecía aumentar minuto a minuto y el viento otoñal comenzaba a sentirse helado.

-En cuanto a un lugar más adecuado...- se encogió de hombros -Me parece que usted no pertenece a un lugar como éste, cuando menos no en una hora tan peligrosa. ¿Sabe?, en el puerto es precisamente en este momento, el crepúsculo, que la sangre comienza a correr. Por supuesto, si usted gusta, podemos caminar hasta un lugar que no resulte tan peligroso para una damita como usted-

Le ofreció entonces el brazo de forma caballerosa, nada habitual en él que prefería la acción directa en compañía de las damas de la noche pero, sin duda, un acto que le resultó de lo más natural.

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