AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Desembarco en París ~ priv.
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Desembarco en París ~ priv.
La joven estaba en la cubierta cuando París empezó a hacerse visible. Algo emocionada por el final de su viaje, apretó la mano de Sei conforme la niebla arreciaba a su alrededor. El olor precedía a la urbe, una mezcla de estiércol y humo provocada por la aglomeración de personas en un mismo sitio. Fluía a través del Sena junto con la helada brisa otoñal, ahogando el límpido aroma propio del río. Junto a él llegaron las primeras sombras, definiéndose conforme la embarcación se acercaba a la capital. Edificios que aparecían de repente entre la niebla, farolas que adornaban las amplias avenidas cercanas al canal. Puentes con aspecto regio tallados en mil volutas, estrías y estatuas pintadas del color del sol. El frío las dotaba de un aspecto tan misterioso como regio, fantasmas con una historia tan antigua como la de la ciudad. Y Lyre quería conocerla, lo supo tan pronto como su mirada se posó en ellas. Todas las historias que los marineros le habían explicado sobre París vinieron a su mente con rapidez. Canciones sobre la Revolución, en la que los campesinos se juntaban con ilustrados de todas las clases sociales para deshacerse de la tiranía. De los pariisii de la antigüedad, que acabaron sucumbiendo como tantos otros pueblos bajo las legiones de Roma. Incluso acudieron a su mente algunas historias sobre martirios, que jamás le habían gustado por cómo había despreciado la Iglesia a su madre. Parecían revestidas de una magia especial ahora que estaban a su alcance, pensó mientras miraba de reojo a su hermano. Y es que ¿quién sabía mejor que ellos mismos cómo las leyendas podían volverse realidad?
Una ráfaga de helado viento meció sus cabellos con brusquedad, enredando a aquellos que no estaban sujetos en el tocado. Aun así, Lyre no se molestó en volver a girar su rostro hacia la ciudad. Ya tendrían tiempo de descubrirla, tan pronto como hubieran encontrado alojamiento y trabajo para ambos. Pensativa, continuó mirando a su hermano. Una oleada de cariño la invadía siempre que lo hacía, recordándole que no estaba sola. Que a su lado, se sentía capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Incluso a las viejas leyendas, si estas decidían intentar matarlos. Sei le devolvió la mirada, sonriéndole levemente para darle a entender que la comprendía. El moreno parecía igual de nervioso que ella misma, aunque no a ojos ajenos. Un desconocido no habría sido capaz de interpretar aquellos ojos entrecerrados, que lejos de representar la calma en su interior, le evocaban inquietud. No le gustaba lo desconocido, igual que a ella misma. Sin embargo, era lo único que les quedaba; a sus espaldas sólo dejaban dolor y sufrimiento, y ellos no se resignarían a ese destino. Se forjarían uno nuevo, a sangre y fuego si era necesario. Eran los Lachance. No tenían miedo. Y que París se preparase si alguien osaba dañarlos otra vez.
El muelle estaba cada vez más cerca, repleto de barcos que, como el suyo, acababan de llegar a la ciudad. El capitán de su navío, a gritos, dio los datos al vigilante real que allí los aguardaba. Origen, cargamento y tiempo de estadía; suficiente para que el hombre pudiera calcular qué clase de impuesto les correspondía pagar. Pareció quedar satisfecho, porque también a voces, les indicó que tenían el permiso de Su Majestad para desembarcar. Ya estaba. Habían llegado. Los marineros empezaron a darse palmadas mútuas de alegría, que el capataz se apresuró a acallar mientras les indicaba que se pusieran en marcha. Eran una panda de haraganes, les dijo; y si no dejaban de pensar en sus mujeres y el vino, les explicaría lo de las putas que habían pagado en la última escala. El comentario levantó una oleada de protestas, y también de risas. Nada podía apagar la satisfacción de los hombres de estar de nuevo en el hogar. Que ahora también el suyo, pensó; suyo y de Sei. No debía olvidarlo. Nunca más.
Ellos fueron los primeros en desembarcar en tierra. Cargados con un pequeño hatillo que incluía todas sus posesiones, bajaron con seguridad por la tabla que unía el navío con el puerto. A su alrededor, la actividad era tal que quedó abrumada durante unos instantes. Hombres proclamando a voces la mercancía de sus navíos, que iba de todas las clases imaginables de productos: exóticas sedas procedentes de China, así como especias tan caras y escasas como el azafrán, el cardamomo o la canela. Prostitutas pintarrajeadas y engalanadas con capas de colores pregonaban también su mercancía, enseñándole los pechos blandos a todos aquellos hombres que parecían interesados en ellas. Pescaderos con la captura del día, esclavos haciendo la compra de sus señores. En una esquina había incluso un par de gitanos danzando, golpeando el suelo con sus pies descalzos al ritmo de gaitas y panderetas. Sin soltar la mano de Sei, cambió la posición de su bolsa hasta dejarla por debajo de sus ropas. No iba a darle la oportunidad a los rateros de acabar con sus escasos ahorros, por más fascinada que hubiera quedado por todo lo que los rodeaba.
- Es todo tan... distinto - Dijo por fin, mirando fijamente a Sei con sus grandes ojos castaños. - Y ahora formamos parte de todo esto, de algún modo. Aunque todavía no sé cómo.
Una ráfaga de helado viento meció sus cabellos con brusquedad, enredando a aquellos que no estaban sujetos en el tocado. Aun así, Lyre no se molestó en volver a girar su rostro hacia la ciudad. Ya tendrían tiempo de descubrirla, tan pronto como hubieran encontrado alojamiento y trabajo para ambos. Pensativa, continuó mirando a su hermano. Una oleada de cariño la invadía siempre que lo hacía, recordándole que no estaba sola. Que a su lado, se sentía capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Incluso a las viejas leyendas, si estas decidían intentar matarlos. Sei le devolvió la mirada, sonriéndole levemente para darle a entender que la comprendía. El moreno parecía igual de nervioso que ella misma, aunque no a ojos ajenos. Un desconocido no habría sido capaz de interpretar aquellos ojos entrecerrados, que lejos de representar la calma en su interior, le evocaban inquietud. No le gustaba lo desconocido, igual que a ella misma. Sin embargo, era lo único que les quedaba; a sus espaldas sólo dejaban dolor y sufrimiento, y ellos no se resignarían a ese destino. Se forjarían uno nuevo, a sangre y fuego si era necesario. Eran los Lachance. No tenían miedo. Y que París se preparase si alguien osaba dañarlos otra vez.
El muelle estaba cada vez más cerca, repleto de barcos que, como el suyo, acababan de llegar a la ciudad. El capitán de su navío, a gritos, dio los datos al vigilante real que allí los aguardaba. Origen, cargamento y tiempo de estadía; suficiente para que el hombre pudiera calcular qué clase de impuesto les correspondía pagar. Pareció quedar satisfecho, porque también a voces, les indicó que tenían el permiso de Su Majestad para desembarcar. Ya estaba. Habían llegado. Los marineros empezaron a darse palmadas mútuas de alegría, que el capataz se apresuró a acallar mientras les indicaba que se pusieran en marcha. Eran una panda de haraganes, les dijo; y si no dejaban de pensar en sus mujeres y el vino, les explicaría lo de las putas que habían pagado en la última escala. El comentario levantó una oleada de protestas, y también de risas. Nada podía apagar la satisfacción de los hombres de estar de nuevo en el hogar. Que ahora también el suyo, pensó; suyo y de Sei. No debía olvidarlo. Nunca más.
Ellos fueron los primeros en desembarcar en tierra. Cargados con un pequeño hatillo que incluía todas sus posesiones, bajaron con seguridad por la tabla que unía el navío con el puerto. A su alrededor, la actividad era tal que quedó abrumada durante unos instantes. Hombres proclamando a voces la mercancía de sus navíos, que iba de todas las clases imaginables de productos: exóticas sedas procedentes de China, así como especias tan caras y escasas como el azafrán, el cardamomo o la canela. Prostitutas pintarrajeadas y engalanadas con capas de colores pregonaban también su mercancía, enseñándole los pechos blandos a todos aquellos hombres que parecían interesados en ellas. Pescaderos con la captura del día, esclavos haciendo la compra de sus señores. En una esquina había incluso un par de gitanos danzando, golpeando el suelo con sus pies descalzos al ritmo de gaitas y panderetas. Sin soltar la mano de Sei, cambió la posición de su bolsa hasta dejarla por debajo de sus ropas. No iba a darle la oportunidad a los rateros de acabar con sus escasos ahorros, por más fascinada que hubiera quedado por todo lo que los rodeaba.
- Es todo tan... distinto - Dijo por fin, mirando fijamente a Sei con sus grandes ojos castaños. - Y ahora formamos parte de todo esto, de algún modo. Aunque todavía no sé cómo.
Lyre Lachance- Cazador Clase Baja
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 24/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
Una silla de madera, levemente balanceada, y los pies encima de la mesa evitaban que el vaivén de las olas le tiraran al suelo. Llevaba dormido prácticamente todo el viaje. Tapaba su rostro con un viejo gorro, cruzaba sus brazos, y con las piernas cruzadas sobre si misma y encima de la vieja mesa, pasaba las horas. Llevaban días navegando y aquello le resultaba aburrido. De vez en cuando se dejaba llevar por el nerviosismo de Lyre y disfrutaba vacilandola, pero rápidamente volvía a su silla y a escuchar la aburrida voz de los marineros charlas sobre putas que se iban a follar cuando llegasen a tierra firme.
La voz de un marinero llamándole le hizo abrir los ojos con desgana. Le avisaban de que pronto llegarían y que quizás disfrutaría más en compañía de su hermana, que estaba en cubierta. Sei no tenía ganas de fiesta recién levantado, pero sabía cuan ilusión le haría a Lyre compartir ese momento con él. Se levantó y estiró los brazos sobre su cabeza, dejó el sombrero sobre la mesa, y se colocó su cinturón con armas en la cadera. Caminó fuera de la cabina bostezando y rascándose el pecho con la mano derecha.
El viento le despertó de golpe y vio frente a él París. Apoyó ambas manos en la madera y Lyre le apretó la mano. Una sonrisa de ternura se dibujó en sus labios, sin apartar la vista de lo que sería el comienzo de su nueva vida.
Desembarcaron de los primeros, y no pararon de caminar para no molestar a los que venían detrás. Los embarcaderos no eran amplios pasillos y el trabajo no debía ser interrumpido, cada minuto valía oro - Tienes razón, en Francia la gente anda con dos piernas, que extraño es Lyre, me costará acostumbrarme a ello - bromeó entrando en la zona portuaria de mercado - Tengo hambre ¿Buscamos algún lugar donde... - Sei chasqueó la lengua negando con la cabeza, apoyó su mano en un Noray y la otra en su estomago. El vomito no tardó en llegar, cayendo a las aguas estancadas del puerto - Joder - masculló pasando su mano por su rostro - Ya tengo hueco, vamos a comer algo por favor - le pidió volviendo a echar a andar. No el había sentado bien el cambio a tierra firme, al igual que cuando montaba en un navío, los primeros días los pasaba realmente enfermo.
La voz de un marinero llamándole le hizo abrir los ojos con desgana. Le avisaban de que pronto llegarían y que quizás disfrutaría más en compañía de su hermana, que estaba en cubierta. Sei no tenía ganas de fiesta recién levantado, pero sabía cuan ilusión le haría a Lyre compartir ese momento con él. Se levantó y estiró los brazos sobre su cabeza, dejó el sombrero sobre la mesa, y se colocó su cinturón con armas en la cadera. Caminó fuera de la cabina bostezando y rascándose el pecho con la mano derecha.
El viento le despertó de golpe y vio frente a él París. Apoyó ambas manos en la madera y Lyre le apretó la mano. Una sonrisa de ternura se dibujó en sus labios, sin apartar la vista de lo que sería el comienzo de su nueva vida.
Desembarcaron de los primeros, y no pararon de caminar para no molestar a los que venían detrás. Los embarcaderos no eran amplios pasillos y el trabajo no debía ser interrumpido, cada minuto valía oro - Tienes razón, en Francia la gente anda con dos piernas, que extraño es Lyre, me costará acostumbrarme a ello - bromeó entrando en la zona portuaria de mercado - Tengo hambre ¿Buscamos algún lugar donde... - Sei chasqueó la lengua negando con la cabeza, apoyó su mano en un Noray y la otra en su estomago. El vomito no tardó en llegar, cayendo a las aguas estancadas del puerto - Joder - masculló pasando su mano por su rostro - Ya tengo hueco, vamos a comer algo por favor - le pidió volviendo a echar a andar. No el había sentado bien el cambio a tierra firme, al igual que cuando montaba en un navío, los primeros días los pasaba realmente enfermo.
Sei Lachance- Cazador Clase Baja
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 25/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
Lyre puso los ojos en blanco al ver la aportación de su hermano nada más llegar. El chico vomitó copiosamente sobre las oscuras aguas del río, haciendo unos ruidos que captaron la atención de algunos de los marineros de la zona. Todos sin excepción estallaron en carcajadas, lo que provocó que la morena frunciera el ceño y los mirase de un modo fulminante. Eso sólo hizo que aumentar el volumen de las risas; sin duda, consideraban muy divertido que alguien tan diminuto como ella pudiera sentirse molesta por su actitud.
- Hombres - Susurró la cazadora, sacándose un pañuelo de tela de la chaqueta para que Sei pudiera limpiarse la boca con él. Se lo tendió al moreno, que todavía seguía sujetándose con firmeza al noray, mientras vaciaba lo poco que su estómago pudiera contener tras la larga travesía. - Ni te inmutaste con lo del vampiro, pero ves tierra firme y tu mundo se desmorona. Menuda entrada triunfal a París, hermano.
El tono en el que pronunció la última frase era jocoso, para que Sei percibiese que no le importaba el incidente. Habían pasado demasiado tiempo en el barco; era normal que se sintiera extraño en un lugar sólido y estático. Y que tuviera hambre después de haber pasado toda una noche completa en ayunas. Palpando su pequeña bolsa con los dedos, contó mentalmente cuantos francos les quedaban para gastar. La cantidad era tan exigua que repitió dos veces más las cuentas realizadas, para asegurarse de que no había alguna moneda oculta a sus sentidos.
Con un suspiro, echó a andar tras el moreno en cuanto este se recuperó un poco. No sabía cómo iban a llenar de nuevo sus reservas, pero había algo que estaba claro; no podían permitirse gastar demasiado en la comida. Apretando el paso, se puso a la altura de su hermano mientras recorrían el puerto. Una mano la llevaba en la bolsa; la otra, en un cuchillo oculto bajo el abrigo.
- Tal vez podamos comprar una hogaza de pan en una taberna, y pedir que nos la mojen en la grasa de lo que sea que estén cocinando para quienes coman allí - Sugirió Lyre al muchacho, pensando en que tal vez podría pedir trabajo como camarera en algún lugar. El problema era que no estaba dispuesta a dejarse tocar por nadie, tal y como era habitual en el oficio. Era lo que había hecho su madre, y así le había ido. Con una hija de un hombre al que apenas conocía, malviviendo con lo que ganaba tras noches enteras de soportar a borrachos. - Y en cuanto a dormir... bueno, la ciudad parece muy grande. Seguro que encontraremos algún lugar seco en el que resguardarnos. Todavía tenemos muchas horas por delante. ¿Qué opinas, Sei?
- Hombres - Susurró la cazadora, sacándose un pañuelo de tela de la chaqueta para que Sei pudiera limpiarse la boca con él. Se lo tendió al moreno, que todavía seguía sujetándose con firmeza al noray, mientras vaciaba lo poco que su estómago pudiera contener tras la larga travesía. - Ni te inmutaste con lo del vampiro, pero ves tierra firme y tu mundo se desmorona. Menuda entrada triunfal a París, hermano.
El tono en el que pronunció la última frase era jocoso, para que Sei percibiese que no le importaba el incidente. Habían pasado demasiado tiempo en el barco; era normal que se sintiera extraño en un lugar sólido y estático. Y que tuviera hambre después de haber pasado toda una noche completa en ayunas. Palpando su pequeña bolsa con los dedos, contó mentalmente cuantos francos les quedaban para gastar. La cantidad era tan exigua que repitió dos veces más las cuentas realizadas, para asegurarse de que no había alguna moneda oculta a sus sentidos.
Con un suspiro, echó a andar tras el moreno en cuanto este se recuperó un poco. No sabía cómo iban a llenar de nuevo sus reservas, pero había algo que estaba claro; no podían permitirse gastar demasiado en la comida. Apretando el paso, se puso a la altura de su hermano mientras recorrían el puerto. Una mano la llevaba en la bolsa; la otra, en un cuchillo oculto bajo el abrigo.
- Tal vez podamos comprar una hogaza de pan en una taberna, y pedir que nos la mojen en la grasa de lo que sea que estén cocinando para quienes coman allí - Sugirió Lyre al muchacho, pensando en que tal vez podría pedir trabajo como camarera en algún lugar. El problema era que no estaba dispuesta a dejarse tocar por nadie, tal y como era habitual en el oficio. Era lo que había hecho su madre, y así le había ido. Con una hija de un hombre al que apenas conocía, malviviendo con lo que ganaba tras noches enteras de soportar a borrachos. - Y en cuanto a dormir... bueno, la ciudad parece muy grande. Seguro que encontraremos algún lugar seco en el que resguardarnos. Todavía tenemos muchas horas por delante. ¿Qué opinas, Sei?
Lyre Lachance- Cazador Clase Baja
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 24/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
Ignoró a su hermana mientras caminaba arrastrando los pies. Sei era una de esas personas que la mayoría del tiempo pensaban en comer y dormir. Todo le daba pereza, desde los días soleados por tener que ir con los ojos medio cerrados, hasta los días nublados por tener que aguantar cada dos por tres chaparrones. Realmente podía considerarse una persona amargada. Amargada de la vida que les había tocado, de la naturaleza, del entorno. Todo le podía provocar un gruñido. Eso sí, había aprendido a dejar de gruñir en presencia de Lyre, porque no soportaba escucharla gruñir a ella porque el gruñía.
Alzó al vista - Primero el pan, después buscaremos una de esas casas abandonadas a la orilla del bosque. He escuchado muchas leyendas de que las hay, alguna tiene que ser cerca - se paró frente a un restaurante - ven, probemos aquí - la despeinó un poco y pellizco sus mejillas - venga, mendiga - bromeo empujándola un poco hacía la parte trasera del bar donde solía estar la puerta de la cocina. Apoyó su espalda sobre la pared y una pierna. La mano sobre una daga bien larga por si tenía que ponerse sería la cosa.
Normalmente estas cosas solían hacerlas ella. Sabían que daba más resultado una muchacha indefensa que un muchacho que podía servir de mula en cualquier trabajo. Pero Sei no iba a separarse de Lyre, y todas las ofertas que podían caerle, eran alejándose de ella. Para el cazador no había nada mas indefenso que dejar a Lyre sola en las calles. Le parecía una chica fea, y arrugosa, pero no dejaba de ser su hermana. No podía permitir que nadie la mirase, y menos tocase.
Alzó al vista - Primero el pan, después buscaremos una de esas casas abandonadas a la orilla del bosque. He escuchado muchas leyendas de que las hay, alguna tiene que ser cerca - se paró frente a un restaurante - ven, probemos aquí - la despeinó un poco y pellizco sus mejillas - venga, mendiga - bromeo empujándola un poco hacía la parte trasera del bar donde solía estar la puerta de la cocina. Apoyó su espalda sobre la pared y una pierna. La mano sobre una daga bien larga por si tenía que ponerse sería la cosa.
Normalmente estas cosas solían hacerlas ella. Sabían que daba más resultado una muchacha indefensa que un muchacho que podía servir de mula en cualquier trabajo. Pero Sei no iba a separarse de Lyre, y todas las ofertas que podían caerle, eran alejándose de ella. Para el cazador no había nada mas indefenso que dejar a Lyre sola en las calles. Le parecía una chica fea, y arrugosa, pero no dejaba de ser su hermana. No podía permitir que nadie la mirase, y menos tocase.
Sei Lachance- Cazador Clase Baja
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 25/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
La cazadora continuó hablando mientras andaban, aunque tenía la impresión de que su hermano no estaba escuchando lo que decía. Tenía aquella expresión que utilizaba habitualmente para perderse en sus pensamientos, en un lugar tan lejano que ni siquiera Lyre podía acceder a ellos. Ausente, difusa, pensativa. La morena no estaba segura de querer conocer el contenido de sus cavilaciones; y fue por ello que no hizo ni una sola pregunta al respecto. Porque en el fondo, más allá de cualquier razón lógica para ello, ya sabía la respuesta. Y no era algo que le entusiasmase.
Había crecido con Sei, y sabía que, a diferencia de ella, él no era de los que luchaban por cambiar las cosas. Era un chico tranquilo, cuya máxima aspiración en la vida era tener un plato caliente en la mesa, un techo bajo el que refugiarse, y el calor de una familia apoyándole en silencio. Sólo se movía cuando no le quedaba más remedio; cuando la vida le hacía escoger entre luchar o morir. Había sido así desde siempre, repitiéndose sus reacciones desde que eran dos mugrientos mocosos en la lejana Nueva Orleans. Cuando tres niños mayores que él habían intentado pegarle pensándose que sería una presa fácil, y habían acabado huyendo de su furia. Cuando pasaron cuatro días sin comer, y decidieron robar en el mercado. Cuando sus respectivas madres murieron asesinadas, y tuvieron que replantearse su vida al completo. Y cuando el vampiro había intentado beber de ella en el barco, marcando el inicio de su vida como cazadores. Lyre estaba completamente convencida de que, si Sei quería, era capaz de cambiar las cosas; y cuando eran ambos los que luchaban, no había nada que se les resistiera. Eran los Lachance, y podían hacer cualquier cosa. Incluso cambiar su destino, por más cerrado que pareciera. Pero él no lo veía así, y se limitaba a invertir el resto de su tiempo en lamentaciones oscuras y deprimentes. Incapaz de ver la felicidad que proporcionaban las cosas más pequeñas de la vida, en las que Lyre creía para evitar caer en el mismo pozo que su hermano.
Sus pasos se detuvieron al llegar al lateral de una taberna, repleto de cubos que se llenarían de desperdicios a no mucho tardar. En él había una ajada puerta de madera, abierta de par en par para dejar salir el abundante humo de las antiguas cocinas. El aroma era tan delicioso a la cazadora se le hizo la boca agua, pero sabía que tenía que ser realista. Que aunque lograran obtener algo de piedad cristiana, no sería tan sólida como para oler de esa manera. Aun así, se dejó despeinar cariñosamente por su hermano mientras trazaba un plan mentalmente. Con el estómago lleno, Sei sería mucho más receptivo a sus ideas. Especialmente, a las que requirieran algo de esfuerzo por su parte. De manera que valía la pena intentar conseguir algo decente para comer, si a cambio contaba luego con algo más que un jarrón a su lado.
- Si no nos da comida, tengo una idea que no es demasiado legal. - Le susurró a Sei con seriedad, poniéndose de puntillas para susurrarle cerca del oído. - Tú limítate a coger toda la comida que puedas si te quedas sólo. Quesos, panes; algún saco habrá que puedas llenar. Y no me sigas. Sé cuidarme sola. Nos vemos en el puente nuevo.
Una vez acabó de susurrarle, la morena se separó un par de pasos de él. Como si no le conociera, y simplemente estuvieran ambos allí por pura casualidad. Después, echó un vistazo al interior de la cocina antes de aflojarse ligeramente las telas con las que cubría su cuerpo, dejando al descubierto una pequeña porción de su pálido y terso escote. Sus dedos temblaban mientas lo hacía, porque sabía lo que se jugaba si la estafa salía mal. Demasiado por un simple saco de comida. Pero a diferencia de lo que creía Sei, ella no era ninguna estúpida; podía cuidar de sí misma, y eso era lo que haría. Por los dos.
Por ese nuevo comienzo que necesitaban con tanta desesperación.
Con pasos vacilantes, la muchacha se acercó a la puerta de la cocina. En su interior, un hombre de unos cuarenta años trajinaba entre los fogones. Preparaba carne en un espetón, a la que añadía cada pocos minutos una mezcla de especias para embadurnarla en sabor. El líquido chisporroteaba en la leña al caer sobre ella, evaporándose e impregnando al subir de nuevo la carne. En una olla, se cocían los restos del animal para hacer un espeso potaje. Y en otra, estaba preparando caldo de pescado.
Al principio no reparó en su presencia. Estaba demasiado ocupado vigilando la comida, de espaldas a ella. Sin embargo, en cuanto se giró para coger un cucharón de madera de uno de los soportes, la vio allí. Y su rostro pasó de la confusión a la comprensión, en tan pocos segundos que Lyre comprendió que no le iba a dar nada.
- ¡Márchate! Estoy harto de pilluelos en busca de limosna. - Le gritó el hombre a la morena, haciéndole un gesto con ambas manos para que se marchase. No había visto a Sei, lo cual ya le convenía; así sería más sencillo hacerle creer su versión de la verdad.
Todavía temblorosa, Lyre se acercó lentamente a él. La curiosidad fue lo único que impidió que el hombre reaccionase bruscamente; o puede que no fuera la primera vez que vivía una situación por el estilo. El caso es que no necesitó más que unas pocas palabras para convencerle de intercambiar un plato de comida por algo más. Y él no tuvo que pensárselo dos veces para aceptar. Con una sonrisa ladina dibujándose lentamente en su rostro, le hizo un gesto para entrar en la posada. Dirigiéndose a continuación hacia la primera planta, en la que numerosas habitaciones se alquilaban a los huéspedes que pudieran necesitarlas. No entró él primero al cuartucho, sino que esperó a que Lyre lo hiciese para cerrar la puerta con llave. Una medida de seguridad que habría bastado para impedir que cualquier otra escapase. Pero no ella.
Al ver que no podría encerrarle en una habitación como había pensado inicialmente, la morena no tardó mucho en reaccionar. Cogió la única silla que había en el dormitorio y se la estampó al cocinero en la cabeza, con tanta fuerza que quedó inconsciente de un golpe. No sabía si Sei habría acabado ya de robar comida suficiente, pero por si acaso, decidió hacer las cosas bien. Rebuscó en los bolsillos del hombre hasta que encontró la llave de la habitación, y se la guardó entre los pliegues de sus prendas. Así no podría avisar a las autoridades antes de que los Lachance estuvieran lejos, sino que se quedaría allí atrapado hasta que alguien rompiera la puerta.
Por esa misma razón tampoco salió de vuelta al pasillo. Huiría por la ventana, que tampoco estaba demasiado alta para ella. Nadie sospecharía, pensando que el cocinero estaba disfrutando de un merecido descanso con alguna prostituta. Ilusión que se rompería si bajase de nuevo a la taberna, cuando hacía tan poco que habían subido ambos arriba.
Había crecido con Sei, y sabía que, a diferencia de ella, él no era de los que luchaban por cambiar las cosas. Era un chico tranquilo, cuya máxima aspiración en la vida era tener un plato caliente en la mesa, un techo bajo el que refugiarse, y el calor de una familia apoyándole en silencio. Sólo se movía cuando no le quedaba más remedio; cuando la vida le hacía escoger entre luchar o morir. Había sido así desde siempre, repitiéndose sus reacciones desde que eran dos mugrientos mocosos en la lejana Nueva Orleans. Cuando tres niños mayores que él habían intentado pegarle pensándose que sería una presa fácil, y habían acabado huyendo de su furia. Cuando pasaron cuatro días sin comer, y decidieron robar en el mercado. Cuando sus respectivas madres murieron asesinadas, y tuvieron que replantearse su vida al completo. Y cuando el vampiro había intentado beber de ella en el barco, marcando el inicio de su vida como cazadores. Lyre estaba completamente convencida de que, si Sei quería, era capaz de cambiar las cosas; y cuando eran ambos los que luchaban, no había nada que se les resistiera. Eran los Lachance, y podían hacer cualquier cosa. Incluso cambiar su destino, por más cerrado que pareciera. Pero él no lo veía así, y se limitaba a invertir el resto de su tiempo en lamentaciones oscuras y deprimentes. Incapaz de ver la felicidad que proporcionaban las cosas más pequeñas de la vida, en las que Lyre creía para evitar caer en el mismo pozo que su hermano.
Sus pasos se detuvieron al llegar al lateral de una taberna, repleto de cubos que se llenarían de desperdicios a no mucho tardar. En él había una ajada puerta de madera, abierta de par en par para dejar salir el abundante humo de las antiguas cocinas. El aroma era tan delicioso a la cazadora se le hizo la boca agua, pero sabía que tenía que ser realista. Que aunque lograran obtener algo de piedad cristiana, no sería tan sólida como para oler de esa manera. Aun así, se dejó despeinar cariñosamente por su hermano mientras trazaba un plan mentalmente. Con el estómago lleno, Sei sería mucho más receptivo a sus ideas. Especialmente, a las que requirieran algo de esfuerzo por su parte. De manera que valía la pena intentar conseguir algo decente para comer, si a cambio contaba luego con algo más que un jarrón a su lado.
- Si no nos da comida, tengo una idea que no es demasiado legal. - Le susurró a Sei con seriedad, poniéndose de puntillas para susurrarle cerca del oído. - Tú limítate a coger toda la comida que puedas si te quedas sólo. Quesos, panes; algún saco habrá que puedas llenar. Y no me sigas. Sé cuidarme sola. Nos vemos en el puente nuevo.
Una vez acabó de susurrarle, la morena se separó un par de pasos de él. Como si no le conociera, y simplemente estuvieran ambos allí por pura casualidad. Después, echó un vistazo al interior de la cocina antes de aflojarse ligeramente las telas con las que cubría su cuerpo, dejando al descubierto una pequeña porción de su pálido y terso escote. Sus dedos temblaban mientas lo hacía, porque sabía lo que se jugaba si la estafa salía mal. Demasiado por un simple saco de comida. Pero a diferencia de lo que creía Sei, ella no era ninguna estúpida; podía cuidar de sí misma, y eso era lo que haría. Por los dos.
Por ese nuevo comienzo que necesitaban con tanta desesperación.
Con pasos vacilantes, la muchacha se acercó a la puerta de la cocina. En su interior, un hombre de unos cuarenta años trajinaba entre los fogones. Preparaba carne en un espetón, a la que añadía cada pocos minutos una mezcla de especias para embadurnarla en sabor. El líquido chisporroteaba en la leña al caer sobre ella, evaporándose e impregnando al subir de nuevo la carne. En una olla, se cocían los restos del animal para hacer un espeso potaje. Y en otra, estaba preparando caldo de pescado.
Al principio no reparó en su presencia. Estaba demasiado ocupado vigilando la comida, de espaldas a ella. Sin embargo, en cuanto se giró para coger un cucharón de madera de uno de los soportes, la vio allí. Y su rostro pasó de la confusión a la comprensión, en tan pocos segundos que Lyre comprendió que no le iba a dar nada.
- ¡Márchate! Estoy harto de pilluelos en busca de limosna. - Le gritó el hombre a la morena, haciéndole un gesto con ambas manos para que se marchase. No había visto a Sei, lo cual ya le convenía; así sería más sencillo hacerle creer su versión de la verdad.
Todavía temblorosa, Lyre se acercó lentamente a él. La curiosidad fue lo único que impidió que el hombre reaccionase bruscamente; o puede que no fuera la primera vez que vivía una situación por el estilo. El caso es que no necesitó más que unas pocas palabras para convencerle de intercambiar un plato de comida por algo más. Y él no tuvo que pensárselo dos veces para aceptar. Con una sonrisa ladina dibujándose lentamente en su rostro, le hizo un gesto para entrar en la posada. Dirigiéndose a continuación hacia la primera planta, en la que numerosas habitaciones se alquilaban a los huéspedes que pudieran necesitarlas. No entró él primero al cuartucho, sino que esperó a que Lyre lo hiciese para cerrar la puerta con llave. Una medida de seguridad que habría bastado para impedir que cualquier otra escapase. Pero no ella.
Al ver que no podría encerrarle en una habitación como había pensado inicialmente, la morena no tardó mucho en reaccionar. Cogió la única silla que había en el dormitorio y se la estampó al cocinero en la cabeza, con tanta fuerza que quedó inconsciente de un golpe. No sabía si Sei habría acabado ya de robar comida suficiente, pero por si acaso, decidió hacer las cosas bien. Rebuscó en los bolsillos del hombre hasta que encontró la llave de la habitación, y se la guardó entre los pliegues de sus prendas. Así no podría avisar a las autoridades antes de que los Lachance estuvieran lejos, sino que se quedaría allí atrapado hasta que alguien rompiera la puerta.
Por esa misma razón tampoco salió de vuelta al pasillo. Huiría por la ventana, que tampoco estaba demasiado alta para ella. Nadie sospecharía, pensando que el cocinero estaba disfrutando de un merecido descanso con alguna prostituta. Ilusión que se rompería si bajase de nuevo a la taberna, cuando hacía tan poco que habían subido ambos arriba.
Lyre Lachance- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 24/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
Observaba dentro de la cocina con concentración, tratando de trazar un plan en que salir ambos airosos sin arriesgar demasiado - Escucha, Lyre, esto es París, recuerda que la gente anda con dos piernas, no sabemos como va a reaccionar - le susurró con sigilo, pues no quería llamar la atención de nadie. Ella seguía alzada a su lado, observando el interior con la misma concentración. Pero entonces su cabeza se giró hacía la de él, que la inclinó levemente para escucharle con atención. Confiaba ciegamente en ella, a lo que otro pudiera haberle alarmado, Sei se limitó a asentir y acomodarse las ropas para ser más ágil.
Esperó a que Lyre entrara mientras observaba desde la esquina de la ventana, desde fuera. La ventana estaba tan sucia que apenas reconocía a ambos dentro, eran dos manchurrones de color rojo y blanco. Cuando hubieron desaparecido, Sei abrió la puerta y metió la cabeza, al no ver a nadie se hizo con un saco que estaba cuartamente lleno de patatas. Observó a su alrededor y comenzó a meter cosas duraderas, entre ellas pan, calabaza.. Cuando no entraba más vio otro saco y cogió cosas frescas. Era el golpe del siglo.
Caminaba con tranquilidad por la calle camino a la vieja casa cuando notó a alguien pegarse a él - ¿Ha sido sencillo? - la preguntó esbozando una sonrisa. Se fijó en que aun llevaba el escote marcado - ¿Y sólo por eso? Pero si estás planisima - le vaciló. Nunca se había fijado en ella de esa manera, y ahora... tampoco tenía tiempo.
Esperó a que Lyre entrara mientras observaba desde la esquina de la ventana, desde fuera. La ventana estaba tan sucia que apenas reconocía a ambos dentro, eran dos manchurrones de color rojo y blanco. Cuando hubieron desaparecido, Sei abrió la puerta y metió la cabeza, al no ver a nadie se hizo con un saco que estaba cuartamente lleno de patatas. Observó a su alrededor y comenzó a meter cosas duraderas, entre ellas pan, calabaza.. Cuando no entraba más vio otro saco y cogió cosas frescas. Era el golpe del siglo.
Caminaba con tranquilidad por la calle camino a la vieja casa cuando notó a alguien pegarse a él - ¿Ha sido sencillo? - la preguntó esbozando una sonrisa. Se fijó en que aun llevaba el escote marcado - ¿Y sólo por eso? Pero si estás planisima - le vaciló. Nunca se había fijado en ella de esa manera, y ahora... tampoco tenía tiempo.
Sei Lachance- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
- Más de lo que esperaba -. Le dijo la morena a su hermano, enseñándole la bolsa de monedas que había cogido también en la habitación. - Ese hombre parecía acostumbrado a pagar con comida a las muchachas. Lo que le convierte en una persona despreciable por aprovecharse de su situación. Robarle ha sido pura justicia. Y a nosotros nos irá mucho mejor con sus francos y su comida. - El comentario de Sei sobre su escote hizo sonrojar a Lyre que, avergonzada, le dio un puñetazo en el hombro algo más fuerte de lo habitual. - Cállate. - Le espetó, abrochándose la camisa hasta la altura del cuello. Sabía que tenía poco pecho para su edad, y aunque tampoco era una señorita, en ocasiones desearía sentirse tan hermosa como cualquiera de ellas. Especialmente cuando las veía pasear, adornadas con brocados y sedas, en sus lujosos carruajes por las calles de Nueva Orleans.- Tal vez tendrías que haber subido tú arriba, Sei. - Contraatacó, con expresión ceñuda. - La tienes tan pequeña que, antes de que te la encontrase, te habría dado tiempo a robar la posada entera. Podríamos estar durmiendo en colchones de plumas, en lugar de buscando alguna casa abandonada. Para la próxima, ya sabes.
Era un comentario malicioso, que no tenía porqué corresponderse con la realidad. Y es que Lyre preferiría aguantar mil comentarios de Sei antes que dejar que fuera él quien se arriesgase. El moreno era todo lo que le quedaba en el mundo; sin él, estaba sola. Y por ello, la mera idea de perderle estremecía cada fibra de su ser.
Alternando bromas y silencios, los hermanos caminaron durante una hora hasta atravesar la urbe francesa. Aunque no sabían orientarse, los edificios eran una señal de que cada vez se alejaban más de la zona central. Las casas, antes limpias y ornamentadas, eran cada vez más escasas; y aunque algunas tomaban el tamaño de mansiones, también había pequeñas zonas de barriadas, repletas de chozas, perros y niños de caras sucias y pies descalzos. Al parecer, pensó Lyre, todas las ciudades tenían dos caras. La que mostraban al mundo exterior, que se correspondía con la realidad de unos pocos privilegiados, y su verdadera naturaleza.
La cazadora se veía reflejada en cada chiquillo mugriento, cuyos ojos, grandes y brillantes, parecían expresar una queja muda al mundo. Fue por ello que, cuando dos de ellos empezaron a seguirles, les entregó un grueso pan de uno de sus sacos de provisiones. Igual que Sei y ella, los pequeños tendrían que aprender a vivir sin depender de nadie. Pero aquella comida podía salvarles la vida un par de días más, y sentía que era lo mínimo que podía hacer como ser humano que era.
Era un comentario malicioso, que no tenía porqué corresponderse con la realidad. Y es que Lyre preferiría aguantar mil comentarios de Sei antes que dejar que fuera él quien se arriesgase. El moreno era todo lo que le quedaba en el mundo; sin él, estaba sola. Y por ello, la mera idea de perderle estremecía cada fibra de su ser.
Alternando bromas y silencios, los hermanos caminaron durante una hora hasta atravesar la urbe francesa. Aunque no sabían orientarse, los edificios eran una señal de que cada vez se alejaban más de la zona central. Las casas, antes limpias y ornamentadas, eran cada vez más escasas; y aunque algunas tomaban el tamaño de mansiones, también había pequeñas zonas de barriadas, repletas de chozas, perros y niños de caras sucias y pies descalzos. Al parecer, pensó Lyre, todas las ciudades tenían dos caras. La que mostraban al mundo exterior, que se correspondía con la realidad de unos pocos privilegiados, y su verdadera naturaleza.
La cazadora se veía reflejada en cada chiquillo mugriento, cuyos ojos, grandes y brillantes, parecían expresar una queja muda al mundo. Fue por ello que, cuando dos de ellos empezaron a seguirles, les entregó un grueso pan de uno de sus sacos de provisiones. Igual que Sei y ella, los pequeños tendrían que aprender a vivir sin depender de nadie. Pero aquella comida podía salvarles la vida un par de días más, y sentía que era lo mínimo que podía hacer como ser humano que era.
Lyre Lachance- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 24/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
Caminaban tranquilos mientras Sei deboraba una manzana. Observó de reojo a su hermana atándose la camisa, medio sonrojada. Sabía que vendría el ataque poco después, y así fue - ¿Me has visto el rábano? - le preguntó alzando una ceja, escupiendo un trozo de la manzana que estaba más arenoso de lo normal - Que cochina - esbozó una sonrisa, tratando de quitarle importancia. Sabía que sus palabras la habían herido, y su forma de disculparse era volver a meterse con ella, atacándola de nuevo de una forma más jocosa.
Caminaron en silencio camino a alguna casa abandonada mientras Lyre iba haciendo de moja de la caridad. No se iba a oponer a lo que hacía, le era totalmente indiferente, ella vería que hacía con lo que ella había robado, a saber si esos niños tenían o no para comer, o sólo era una faceta que utilizaban para sacar cuartos a la gente como Lyre.
Cuando se hubo alejado de ella y dejando bastante atrás, se giró para llamarla - Espabila, que va a llover - le informó desde la lejanía volviendo a retomar camino. Se moría de ganas de encontrar la casa idea, y así fue. Se adentró a esperar a Lyre bajo unos arboles, de forma apartada del camino, cuando vio una mansión enorme claramente abandonada a la lejanía, escondida entre las malezas. Absorto y enamorado por la visión caminó hacía allí sin pausa.
Caminaron en silencio camino a alguna casa abandonada mientras Lyre iba haciendo de moja de la caridad. No se iba a oponer a lo que hacía, le era totalmente indiferente, ella vería que hacía con lo que ella había robado, a saber si esos niños tenían o no para comer, o sólo era una faceta que utilizaban para sacar cuartos a la gente como Lyre.
Cuando se hubo alejado de ella y dejando bastante atrás, se giró para llamarla - Espabila, que va a llover - le informó desde la lejanía volviendo a retomar camino. Se moría de ganas de encontrar la casa idea, y así fue. Se adentró a esperar a Lyre bajo unos arboles, de forma apartada del camino, cuando vio una mansión enorme claramente abandonada a la lejanía, escondida entre las malezas. Absorto y enamorado por la visión caminó hacía allí sin pausa.
Sei Lachance- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
La mansión era el edificio más impresionante que la morena había visto jamás. De gruesos cimientos de ladrillo de un oscuro color rojizo, la casa contaba con dos plantas distribuidas en forma de u. Unas estriadas columnas blancas sostenían la deslustrada fachada amarillenta, cuya pintura, cuarteada por el tiempo, se había desprendido en innumerables puntos. Multitud de ventanas de guillotina se abrían en las paredes, cuyos cristales, todavía intactos, denotaban en su suciedad la prolongada ausencia de sus habitantes. Algo que convenía a los cazadores, que pensaban que habían encontrado por fin un lugar al que poder llamar hogar. Y mucho mejor que cualquiera de los que podrían haberse pagado con su dinero.
- Es perfecta – Susurró Lyre, mientras avanzaba un par de pasos en dirección a la puerta. Frunciendo el ceño, observó con más detalle la cerradura principal, tan inmaculada como el resto de la vivienda. Lo que implicaba que, si no estaba abierta y desbloqueada, tendrían que forzarla para entrar.- Sabía que los nobles de París tenían segundas residencias distribuidas en las afueras, pero jamás habría creído que eran así de no tener la casa ante mis ojos. Si estuviera limpia y recién pintada, sería casi tan majestuosa como la plantación de los Lachance.
Intercambió una mirada con Sei, recordando los días previos a su partida de Nueva Orleans. Como no sabían si volverían al continente americano alguna vez en su vida, los muchachos habían viajado a pie hasta la plantación para poder verla por si mismos. Lo que encontraron, una inmensa casa colonial junto a la cual se levantaban las cabañas de los esclavos, los dejó a ambos más impresionados de lo que creían. Y es que jamás habían visto tanta opulencia y derroche, aun sin traspasar las puertas externas de los límites de la plantación.
- Es perfecta – Susurró Lyre, mientras avanzaba un par de pasos en dirección a la puerta. Frunciendo el ceño, observó con más detalle la cerradura principal, tan inmaculada como el resto de la vivienda. Lo que implicaba que, si no estaba abierta y desbloqueada, tendrían que forzarla para entrar.- Sabía que los nobles de París tenían segundas residencias distribuidas en las afueras, pero jamás habría creído que eran así de no tener la casa ante mis ojos. Si estuviera limpia y recién pintada, sería casi tan majestuosa como la plantación de los Lachance.
Intercambió una mirada con Sei, recordando los días previos a su partida de Nueva Orleans. Como no sabían si volverían al continente americano alguna vez en su vida, los muchachos habían viajado a pie hasta la plantación para poder verla por si mismos. Lo que encontraron, una inmensa casa colonial junto a la cual se levantaban las cabañas de los esclavos, los dejó a ambos más impresionados de lo que creían. Y es que jamás habían visto tanta opulencia y derroche, aun sin traspasar las puertas externas de los límites de la plantación.
Lyre Lachance- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 24/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
Caminó primero para hacer hueco entre la maleza, tumbándola a medida que pasaba. Ambos miraban con admiración la majestuosa casa que se mantenía de pie con altivez frente a ellos pese a los años de dejadez que llevaba encima. Era como siempre habían soñado y deseado, y la idea de hacerse con ella estaba más que clara en los dos "hermanos". Sei se mojó los labios observando la cerradura mientras dejaba las cosas en el suelo, en el magnifico y gran hall de madera roída - Los Lachance solo sabían follar, tener bastardos y después vivir del dinero de sus padres - sus palabras desprendían más dolor que odio, no soportaba la idea de que Lyre fuera hija de ellos y nunca la hubiesen reclamado.
Sacó una pequeña barita de metal fino, parecía un pasador del pelo, pero no lo era, era la llave maestra de Sei, lo que usaba para entrar y salir de cualquier lugar. Desde una celda hasta de su propia casa. Forzó con destreza y suavidad la puerta, que abrió con cuidado. Observó en el interior y dio un paso al frente - Vamos - invitó a la muchacha agarrando los sacos de nuevo. Una vez dentro, y con la puerta cerrada, disfrutaron de la luz que entraba por las sucias ventanas para moverse con tranquilidad - YO PRIMERO - gritó soltando todo para subir arriba en busca de la habitación más amplia que tuviese una zona de aseo.
Sacó una pequeña barita de metal fino, parecía un pasador del pelo, pero no lo era, era la llave maestra de Sei, lo que usaba para entrar y salir de cualquier lugar. Desde una celda hasta de su propia casa. Forzó con destreza y suavidad la puerta, que abrió con cuidado. Observó en el interior y dio un paso al frente - Vamos - invitó a la muchacha agarrando los sacos de nuevo. Una vez dentro, y con la puerta cerrada, disfrutaron de la luz que entraba por las sucias ventanas para moverse con tranquilidad - YO PRIMERO - gritó soltando todo para subir arriba en busca de la habitación más amplia que tuviese una zona de aseo.
Sei Lachance- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/12/2016
Re: Desembarco en París ~ priv.
Sei hizo gala de sus conocimientos de los bajos fondos, abriendo la puerta de entrada con una facilidad pasmosa. Un par de segundos trajinando en la cerradura bastaron para que ésta emitiera un fuerte clic, desbloqueando el mecanismo que les daba la bienvenida a su nuevo hogar. Más relajada que en mucho tiempo, Lyre echó a correr a toda velocidad tras su hermano, al escuchar que quería escoger la mejor habitación. Ni hablar, pensó; la más grande iba a ser para ella, y si Sei lo estaba dudando, era porque no recordaba cuán tozuda podía llegar a ser.
Las primeras dos habitaciones que abrieron los jóvenes resultaron ser un baño y una especie de despacho. Ambas tenían los muebles cuidadosamente cubiertos por paños, para evitar que el polvo y las termitas hiciesen mella en ellos. Sin embargo, la siguiente habitación resultó ser un inmenso dormitorio ostentosamente decorado; justo lo que ambos hermanos habían ido a buscar. Rematado en el dorado que tanto gustaba a los nobles, pinturas campestres decoraban las empapeladas paredes. Los suelos eran de madera noble, decorados con intrincadas alfombras que se hallaban cubiertas de polvo. Los muebles, una vez liberados de la tela blanca protectora, mostraban tallas de flores de lis; el mismo símbolo que predominaba en las rojizas paredes, y en la preciosa araña del techo. En un lateral, una puerta pintada de blanco daba paso al aseo de la habitación. Cuyos enseres de mármol remarcaban el hecho de que se trataba del dormitorio de los señores de la casa.
Lyre sabía que Sei querría aquel cuarto por el simple hecho de ser el más grande de la casa; mientras que a ella le gustaba por ser la viva imagen de todo aquello con lo que siempre habían soñado. Si ella y su hermano hubieran nacido donde les correspondía, habrían crecido rodeados de lujos y terciopelos. Ahora tenían una oportunidad para saber qué era lo que se habían perdido, y sin necesidad de tener que soportar a incómodos parientes o convenciones sociales propias de la nobleza.
- Voy a investigar el resto del piso.- Le dijo la morena al cazador, dejando caer sus escasas pertenencias sobre la polvorienta cama con dosel. Era tan grande que podrían dormir cuatro como ellos en su superfície, y aun así, seguiría sobrando sitio para quien quisiera compartirla con los Lachance. - Tiene que haber como mínimo dos o tres dormitorios más, y además, tenemos que asegurarnos de que no haya más inquilinos indeseados. O que los habitantes de la casa no estén a punto de volver, porque no me creo que nadie abandone un lugar tan estupendo como este por voluntad propia.
Su hermano no le respondió, ocupado en admirar el contenido de cajones y armarios. En su búsqueda había encontrado ya varios vestidos de cara manufactura, mantas para salvaguardar del frío a la mitad de París e incluso un pequeño y caro juego de ajedrez. Las baldosas, negras y blancas, relucían pese a la capa de polvo que las cubría. Las fichas eran de un marfil tan inmaculado que ni una sola grieta cruzaba su superfície.
Fascinada ante la idea de encontrar más tesoros ocultos, Lyre salió del dormitorio y recorrió el resto del pasillo. Lo examinó todo, incluso los solemnes cuadros que decoraban el papel pintado de flores de lis. Media hora después, había encontrado cuatro dormitorios más y un desván oculto, así como dos baños más, uno para los señores y otro para el servicio. Todos se encontraban en el mismo estado que el principal; polvorientos pero no completamente abandonados, sin duda ante la incapacidad de sus propietarios de cargar en un sólo carruaje todas sus caras pertenencias.
Al acabar la exploración, los Lachance tomaron un poco de pan y queso de su botín y subieron al tejado. Las estrellas refulgían en el firmamento como pequeños y lejanos diamantes, titilando cada segundo hasta formar un bello espectáculo. Cansados por las emociones fuertes del día, se tumbaron el uno junto al otro y dieron cuenta de su cena. Nada interrumpía su silencio, salvo el sonido de sus propios gestos y el de los grillos que surgía desde lo más profundo del bosque.
- Este lugar es perfecto para volver a empezar, Sei - Dijo finalmente Lyre, clavando sus grandes y oscuros ojos en los del otro Lachance. Bajo la luz de la luna, parecían más llenos de luz que de costumbre; y por primera vez desde que habían desembarcado en París, esperanzados.- Aquí podemos tener un futuro. Aprender a ser cazadores para convertirnos en alguien de quien nuestras madres estarían orgullosas. Y todavía hay mil cosas de la ciudad que no hemos visto. Mañana podríamos...
Un suave ronquido interrumpió sus palabras. La morena, que había desviado su mirada hacia el cielo mientras soñaba despierta, se dio cuenta de que su hermano había caído al fin en las garras de Morfeo. Su cabeza se inclinaba levemente hacia delante, y de sus manos había resbalado el exiguo trozo de que so que no se había comido todavía.
- No tienes remedio - Susurró la cazadora, esbozando media sonrisa tierna. No dijo nada más; se limitó a tumbarse de nuevo junto a él, sumida en sus pensamientos mientras la oscuridad los engullía por completo.
Las primeras dos habitaciones que abrieron los jóvenes resultaron ser un baño y una especie de despacho. Ambas tenían los muebles cuidadosamente cubiertos por paños, para evitar que el polvo y las termitas hiciesen mella en ellos. Sin embargo, la siguiente habitación resultó ser un inmenso dormitorio ostentosamente decorado; justo lo que ambos hermanos habían ido a buscar. Rematado en el dorado que tanto gustaba a los nobles, pinturas campestres decoraban las empapeladas paredes. Los suelos eran de madera noble, decorados con intrincadas alfombras que se hallaban cubiertas de polvo. Los muebles, una vez liberados de la tela blanca protectora, mostraban tallas de flores de lis; el mismo símbolo que predominaba en las rojizas paredes, y en la preciosa araña del techo. En un lateral, una puerta pintada de blanco daba paso al aseo de la habitación. Cuyos enseres de mármol remarcaban el hecho de que se trataba del dormitorio de los señores de la casa.
Lyre sabía que Sei querría aquel cuarto por el simple hecho de ser el más grande de la casa; mientras que a ella le gustaba por ser la viva imagen de todo aquello con lo que siempre habían soñado. Si ella y su hermano hubieran nacido donde les correspondía, habrían crecido rodeados de lujos y terciopelos. Ahora tenían una oportunidad para saber qué era lo que se habían perdido, y sin necesidad de tener que soportar a incómodos parientes o convenciones sociales propias de la nobleza.
- Voy a investigar el resto del piso.- Le dijo la morena al cazador, dejando caer sus escasas pertenencias sobre la polvorienta cama con dosel. Era tan grande que podrían dormir cuatro como ellos en su superfície, y aun así, seguiría sobrando sitio para quien quisiera compartirla con los Lachance. - Tiene que haber como mínimo dos o tres dormitorios más, y además, tenemos que asegurarnos de que no haya más inquilinos indeseados. O que los habitantes de la casa no estén a punto de volver, porque no me creo que nadie abandone un lugar tan estupendo como este por voluntad propia.
Su hermano no le respondió, ocupado en admirar el contenido de cajones y armarios. En su búsqueda había encontrado ya varios vestidos de cara manufactura, mantas para salvaguardar del frío a la mitad de París e incluso un pequeño y caro juego de ajedrez. Las baldosas, negras y blancas, relucían pese a la capa de polvo que las cubría. Las fichas eran de un marfil tan inmaculado que ni una sola grieta cruzaba su superfície.
Fascinada ante la idea de encontrar más tesoros ocultos, Lyre salió del dormitorio y recorrió el resto del pasillo. Lo examinó todo, incluso los solemnes cuadros que decoraban el papel pintado de flores de lis. Media hora después, había encontrado cuatro dormitorios más y un desván oculto, así como dos baños más, uno para los señores y otro para el servicio. Todos se encontraban en el mismo estado que el principal; polvorientos pero no completamente abandonados, sin duda ante la incapacidad de sus propietarios de cargar en un sólo carruaje todas sus caras pertenencias.
Al acabar la exploración, los Lachance tomaron un poco de pan y queso de su botín y subieron al tejado. Las estrellas refulgían en el firmamento como pequeños y lejanos diamantes, titilando cada segundo hasta formar un bello espectáculo. Cansados por las emociones fuertes del día, se tumbaron el uno junto al otro y dieron cuenta de su cena. Nada interrumpía su silencio, salvo el sonido de sus propios gestos y el de los grillos que surgía desde lo más profundo del bosque.
- Este lugar es perfecto para volver a empezar, Sei - Dijo finalmente Lyre, clavando sus grandes y oscuros ojos en los del otro Lachance. Bajo la luz de la luna, parecían más llenos de luz que de costumbre; y por primera vez desde que habían desembarcado en París, esperanzados.- Aquí podemos tener un futuro. Aprender a ser cazadores para convertirnos en alguien de quien nuestras madres estarían orgullosas. Y todavía hay mil cosas de la ciudad que no hemos visto. Mañana podríamos...
Un suave ronquido interrumpió sus palabras. La morena, que había desviado su mirada hacia el cielo mientras soñaba despierta, se dio cuenta de que su hermano había caído al fin en las garras de Morfeo. Su cabeza se inclinaba levemente hacia delante, y de sus manos había resbalado el exiguo trozo de que so que no se había comido todavía.
- No tienes remedio - Susurró la cazadora, esbozando media sonrisa tierna. No dijo nada más; se limitó a tumbarse de nuevo junto a él, sumida en sus pensamientos mientras la oscuridad los engullía por completo.
Lyre Lachance- Cazador Clase Baja
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