"Huir suena demasiado extremo... Digamos trazar una vía de escape ante una situación desesperada" [Loukas] +18

- Oh, ya lo creo, madame, las flores de su jardín están magníficas en esta época del año. Quizá en alguna ocasión tenga la amabilidad de hacernos una visita a mis padres y a mí y revelarnos el secreto de su esplendor. - "Ante todo, mantén la sonrisa, sin vacilar. No, no bosteces, al menos que ella no te vea, claro. ¿Por qué hace tanto calor aquí dentro? Creo que me está empezando a faltar el aire... ¿Este maldito corsé no está demasiado apretado hoy?" En cuanto la mirada de la mujer volvió a recaer sobre mí, me obligué a cortar el hilo de mis pensamientos y ensanchar la exageradamente forzada sonrisa que trataba de mantener en el semblante.
Era la octava vez, por lo menos, que mencionaba la hermosura de sus jardines, la magnificencia de su residencia, lo perfecta que era toda su vida y lo cuantiosa que era su fortuna y a mí, para mi desgracia, no me quedaba otra salida que asentir una y otra vez y seguir aumentado su ya desmesurado ego. Por mucho que ella lo repitiese, a mí el lugar no dejaba de parecerme de lo más ostentoso. Las inmensas lámparas de araña que colgaban sobre nuestras cabezas, obviamente recubiertas de una brillante capa dorada, ocupaban casi más de la mitad del techo. El mobiliario, en mi modesta opinión, con tantos intrincados dibujos y decoraciones, eran horribles. La mujer, como queriendo ir acorde con el mismo, llevaba un atuendo todavía más recargado que el mío (lo cual era difícil de superar después de que mi madre se encaprichase por pedirle a la modista "algo que hiciese justicia al nombre de la familia"). La mención de mi vestido, por cierto, me hizo pensar nuevamente en lo embutida que me sentía bajo esas capas de tela.
Agité nerviosamente mi abanico, mientras con la otra mano sostenía la copa de champagne que el camarero de manera muy cortes me habría ofrecido. La bebida había mitigado mi incomodidad, puesto estaba fresca y resultaba agradable para mi garganta, pero en cuanto el calor del alcohol comenzó a hacerse patente, juré y perjuré no beber la segunda copa que un segundo hombre había colocado en mi mano. Miré desesperada a mi alrededor, divisando a mi padre, el cual hablaba animadamente con un amplio grupo de hombres trajeados. Él no iba a brindarme la ayuda que necesitaba y, por descontado, mi madre tampoco. Ella, mientras tanto, me comentaba con un joven de manera muy cordial, e incluso me pareció que, en cierta ocasión, sus miradas se dirigieron hacia mí.
Aquello iba a desembocar en un ataque de ansiedad como no pensase en algo para salir de allí.
Presenté mis disculpas a la anfitriona, excusándome con que necesitaba tomar un poco el aire, algo que no iba del todo desencaminado, aunque, después de todo, yo tuviese otros planes.
Justo cuando me alejaba, obligándome a hacerlo lentamente, con la espalda erguida y la actitud correcta, con alguna escueta sonrisa de saludo hacia quienes me mirasen, la música empezó a sonar con mayor ímpetu, acto que anunciaba el comienzo del baile. Me pregunté cuánto tiempo podría ausentarme sin que mis padres se percatasen de que no danzaba entre la multitud.
Bueno, sólo había un modo de averiguarlo.
Cuando por fin llegué hacia una de las grandes terrazas, esperé, paciente, a que los presentes se resguardasen en el interior del gran salón para emprender el baile. Me aseguré de que nadie me viese, asomando con rapidez la cabeza para ver si algunos ojos recaían en mí. No fue así. Con mayor seguridad, me acerqué hacia el bordeado de piedra pulida del balcón. Era alto, pero no lo suficiente como para impedirme que lo superase. Mirando solo una vez más hacia mis espaldas, pasé una pierna por encima de la barandilla pedregosa, y la piel de mi pierna entró en contacto con el frío material. Eché a continuación la otra y, ya sobre la superficie, con un pequeño salto, ya había aterrizado sobre tierra firme sin ninguna magulladura. No pude reprimir la sonrisa, jubilosa, victoriosa, mientras avanzaba a hurtadillas por el jardín, refugiándome entre los rosales que tanto me había cansado de alabar y que ahora tenían mi más sincera gratitud.
Al fin mis pasos desembocaron en la calle principal sin que ningún testigo reparase en mí.
O eso creía.
Estaba tan concentrada en vigilar mis espaldas que, ante tal descuido, no me percaté de que alguien estaba justo delante de mí. No pude evitar el choque, ya era demasiado tarde, aunque sí que agradecí que esa persona evitase mi torpe caída aferrándome por el antebrazo.
- Lo siento, yo... - Ante mí, un hombre joven, uniformado, me observaba con el ceño fruncido. Claramente no sabía qué pensar. "Lyssandra, te has lucido."

Se trataba de una fiesta privada de alto estatus social. Resumiendo, una juerga por y para los ricos. Esbocé una mueca cuando recordaba la conversación con mi superior...

- Mañana irá a una fiesta de las grandes, Giorkas.- comentó él, desde su butacón del despacho mayor.- Habrá gente adinerada y de importancia considerable, así que irás como guardaespaldas a vigilar la zona como expreso deseo de los anfitriones.

- Disculpe mi osadía, señor, pero mi trabajo es la Criminalística.- discrepé con tono serio.

Él me miró de hito a hito y sonrió mientras jugaba con sus dedos, tranquilo y relajado como si estuviese solo en aquél habitáculo.

- Justamente por eso, Giorkas.- dijo desviando la mirada a un montón de papeles amontonados en un rincón de su mesa.- No queremos ningún problema, ¿verdad?

Y dicho eso, me hizo un gesto con la mano para que me retirase. Con un escueto "Au revoir" por mi parte, me marché de ahí refunfuñando como nunca. Odiaba que pese a haber ascendido, siguiera llevando casos tan estúpidos como la protección de unos pocos adinerados cuando podría estar resolviendo muertes misteriosas.

Suspiré y giré la esquina para dirigirme a una entrada trasera, para que mi presencia y la del resto de compañeros que ya se encontraban ahí no alarmara a los invitados. De pronto, vi cómo una damisela saltaba un balcón y corría entre unos rosales, siempre mirando tras de ella. Examiné sus gestos y sus pasos con asombro, dudando en si debía detenerla y pedirle su identificación, pues bien podía tratarse de una ladrona o quién sabe que. Sin embargo su vestido delataba su clase social, así que no creía que alguien como ella necesitara robar en una casa como aquella.

Y dudando, dudando, la joven chocó contra mi pétro cuerpo y antes de que cayera, yo la tomé del antebrazo, sosteniéndola con los ojos fijos en ella.

- ¿Puedo preguntar qué hacía saltando por el balcón y de quién huye?- le pedí con voz grave, omitiendo por completo sus disculpas y centrándome en lo que realmente me interesaba ahora.

Sabía que aún la tenía agarrada del brazo y seguramente debí soltarla entonces, pero pensé que si lo hacía, ella se marcharía y yo me quedaría con la duda eternamente. O bien podría seguirla, pero entonces me jugaba el cuello en la Comisaría. Por ello decidí retenerla frente a mí, deseando que me lo aclarara cuanto antes.

Aquel hombre poseía una mirada impasible. Sus ojos verdes me escrutaban con insistencia, como si pretendiese averiguar mis motivos con el simple contacto visual. Mas, ¿qué otra opción me quedaba si no confesar? Mi interior era un revuelto de emociones: rabia, vergüenza, desilusión... Ya casi saboreaba la libertad para privarme de ella por un estúpido fallo de cálculos. Bueno, un gran fallo de cálculos, tenía que admitirlo.
Desde luego, por su expresión, debía de pensar que yo me trataba de alguna clase de ladrona, o quizás una damisela con grandes problemas de cleptomanía. Aún así, dudaba que fuese a cachearme para ver si había robado algo. Las palabras no salían de mi boca, no sabía qué contestar, puesto que su aparición me había dejado helada. Si hablaba, si me delataba y me devolvía a la fiesta frente a todos, se desatarían nuevas habladurías, defraudaría a mis padres y, maldita sea, todos los esfuerzos por parecer una insulsa muchachita más de la alta sociedad habrían sido para nada.
De pronto, el corsé parecía haber ejercido mucha más presión en torno a mi pequeña cintura y el calor en mi cabeza parecía haberse incrementado.
- Señor, verá... - su mano mantenía una férrea sujeción sobre mí. - No es lo que cree. - No sabía cómo explicarme, ni siquiera si debería explicarme. ¿Qué debía contar? ¿Que quería escaparme como una colegiala para divertirme un rato antes de regresar al martirio? Sí, era una buena explicación. - Deje que me explique, por favor, tan sólo... Bien, estaba escapando, pero no he cometido ningún delito, a no ser que tratar de abandonar una fiesta de lo más aburrida se tenga que pagar ante la justicia. - Traté de bromear, aunque no estaba del todo segura de que eso me fuese a resultar de ayuda. Su agarre comenzaba a hacerme daño. - Oiga, le juro que no huiré, le doy mi palabra, pero, ¿podría soltarme? O al menos aflojar la presión, o me quedará un bonito cardenal en el antebrazo.
Miré a mi alrededor. Por descontado, si ese guardia estaba ahí, no cabía duda de que no habría venido solo. Lo más probable es que sus camaradas estuviesen resguardando algún otro lugar del perímetro donde tenía lugar el festejo y, ante el alboroto o las voces podrían verse atraídos hacia nosotros.
Rogué con todas mis fuerzas de que aquel hombre tuviese, por un casual, un instante de benevolencia y no me delatase o, mucho peor, que me entregase a las garras ávidas de chismes de los invitados del interior.

Sus primeras palabras no me habían hecho muy buena impresión. Más bien me recordaron a la típica escena en la que un hombre entraba en su alcoba después de un duro día de trabajo y se encontraba a su esposa en el lecho matrimonial con otro hombre que, sorprendentemente, no era él. Entonces venía cuando la mujer infiel alzaba las manos como si de una inocente se tratara y decía "Cariño, ésto no es lo que parece" y de mientras, el segundo hombre se envuelve con las sábanas con cara de haber tenido el mejor polvo de su vida. Aquella absurda secuencia cómica me hizo sonreír, pero tal gesto amistoso lo borré de inmediato, recordando que me encontraba de servicio y tenía a una extraña mujer frente a mí. Pero entonces, ella habló de nuevo, indicando lo aburrida que encontraba la fiesta. Aquello me hizo coincidir con ella y quien sabe si fue eso o su promesa de no huir lo que me llevó a soltarla completamente.

- Está bien... ¿cuál es tu nombre?- le pedí.

No tenía intención de devolverla a la fiesta, aunque probablemente era lo que debía hacer como policía encargado del recinto. Sin embargo, pesó más mi lado rebelde y por ello ahora le hablaba como un ciudadano más, aparcando mi oficio por unos minutos. Y mientras ella me respondía, yo la envidiaba. Porque de haber podido, yo también hubiera saltado del despacho de mi superior en cuanto me propuso aquella estúpida misión proteccionista. Pero ahí estaba, aguantando mecha. Sin embargo, algo me empujaba a huir ahora y pensar luego. ¿Lo haría? Quizás.

El guardia, no sabría decir el motivo, terminó por soltarme, tras esbozar una tenue y fugaz sonrisa. Quizá mi intento fallido de fuga le hubiese resultado cómico. A decir verdad, para cualquiera que me viese debería de habérselo parecido. En aquel momento me pregunté hasta dónde había visto de mi peripecia. Esperaba que el vestido no hubiese dejado al descubierto demasiado cuando salté por el balcón… Evité que el sonrojo se apoderase de mí y traté de serenarme, permitiéndome tranquilizarme un poco, antes de contestar.
- Soy Lyssandra, Lyssandra Bardoux, caballero. – No sabía si me reconocería, si había escuchado hablar sobe mi familia o algo parecido. Después de todo, supuse que el apellido debía al menos sonarles, puesto que todas las fuerzas de la ley se habían movilizado cuando tuvo suceso lo de mi hermana. Volví a mirar a mi alrededor. Me asaltaba la certeza de que, de seguir ahí de pie, alguien terminaría por descubrirnos. Puesto que había prometido no echarme a correr como si fuese una vulgar ratera, me limité a sugerir. – Oiga, si quiere puede preguntarme lo que le plazca, ¿de acuerdo? Pero que sea en un lugar donde no nos vea nadie con tan sólo decidir dar un paseo por el jardín.
Dicho esto, sin esperar una respuesta por su parte, fui yo quien agarró su mano, acelerando el paso una vez más, con él tras de mí, para alejarnos lo antes posible de ese maldito baile. Teniendo en cuenta que en algún momento tendría que regresar, procuré no alejare demasiado de la zona, pero sí lo suficiente para poder gozar de un poco de tranquilidad y soledad. Lo único bueno que tenían ese tipo de acontecimientos, es que las calles estaban considerablemente vacías, puesto que gran parte de los ciudadanos acudían a esa clase de eventos.
Nuestros pasos resonaban sobre el trecho adoquinado. Para mi sorpresa, el hombre no se había resistido en ningún momento en acompañarme, hecho en el que no había reparado hasta entonces. Después de todo ¿no podría meterse en problemas por mi causa? No estaba segura, pero supongo que ese pensamiento fue el que me hizo frenar la marcha cuando estaba al cien por cien segura de que ningún transeúnte despistado nos divisaría.
Recuperé el aliento, con lentitud gracias a la presión del corsé sobre mi pecho. A nuestro alrededor, una pequeña callejuela nos aportaba absoluta soledad. Sonreí, después de todo había logrado mi propósito. Las pequeñas residencias, humildes pero aparentemente acogedoras, dejaban una pequeña humareda al final de sus chimeneas, que se mezclaban entre sí en su ascenso a los cielos. Aquellas pequeñas cosas, no sabía por qué, pero me transmitían una sensación de calidez y hogareña.
Reparé en que aquel guardia todavía permanecía junto a mí. Me volví, pues, para enfrentarme a su mirada, que ya no contenía tanta severidad como curiosidad. Me acerqué unos pasos hacia él, ensanchando la sonrisa de mis labios por la euforia que no dejaba de crecer en mi interior.
- Mil gracias, señor, por ayudarme y acompañarme. – hablé, sin abandonar en ningún momento la sonrisa de gratitud. – Desde luego he tenido suerte de encontrarme con el hombre más gentil y caballeroso de todo el cuerpo policial. – Me apoyé contra uno de los muros de piedra, que aportaron a mi entumecido cuerpo un poco de frescor. – No obstante, yo siempre cumplo mi palabra, así que si quiere puede preguntarme todo lo que quiera en lo referente a mí huida… Oh vaya, que mal queda eso. Huir suena demasiado extremo… Digamos, mejor, trazar una vía de escape ante una situación desesperada. – Ahora que todo el rastro de tensión había desaparecido de mi cuerpo, bromear me resultaba de lo más sencillo.

Asentí satisfecho cuando al fin pronunció su nombre. Su apellido, sin embargo, fue lo que me llevó a etiquetarla como alguien rica y poderosa, probablemente se trataba de una niña de papá algo rebelde. Rebelde... aquella palabra me gustó. Entonces, ya por mera educación, entreabrí mis labios para presentarme, pero ella se avanzó, tirándome entonces de la mano para arrastrarme lejos de aquél lugar, hacia una calle poco soleada y en la que a penas había transeúntes. Ella recostó su espalda en un muro y yo me crucé de brazos a la altura del pectoral, mirándola con fijeza.

- En realidad me alegro de tener una excusa para ahorrarme el vigilar su fiestecita.- comenté cuando ella me agradeció el gesto de permitir su huída, percatándome entonces que me había convertido en su cómplice.- ¿Por qué no quiere estar en aquella fiesta?- le pregunté frunciendo el ceño, pues sabía que a las damiselas y sobretodo a las benestantes, adoraban aquellos convites y bailes en los que podían ensalzar sus miserables vidas rodeadas de poder y dinero. Ya me las imaginaba embutidas en aquellos insulsos vestidos bufados de colores sin vida, joyas deslumbrantes y pesadas, maquillaje que más bien me recordaba a las máscaras en Carnaval, sus perfumes que mareaban a cualquiera de lo fuertes e intensos que eran y todo eso, sin descuidar su altanería y soberbia característico. Entonces, mis ojos volvieron a posarse en la figura de la muchacha y no pude evitar sonreír al percatarme que ella entraba en aquellos marcos establecidos por la alta sociedad. Sin embargo, en ella no veía ni un atisbo de soberbia y aquello me sorprendió.

- Disculpe, no me he presentado.- corté de pronto, acercándome a ella para tomar una de sus manos y besarla efímeramente.- Soy Loukas Giorkas.

Esperé unos segundos con mis labios aún rozando su piel y me erguí de nuevo, soltando elegantemente su mano y moviendo las mías tras mi espalda como gesto de respeto. Aunque la joven pareciera una rebelde de su clase no significaba que pudiera tratarla de la misma calaña que a mis amigos.

Agarró mi mano suavemente, para depositar un beso sobre ella de modo sutil, un mero roce. Bajo esa pose rígida, profesional y severa, parecía esconderse un hombre no tan sombrío. Continuaba observándome, evaluadoramente, mas no me mostré cohibida en ningún momento. Estaba claro que para él yo debía de ser una doncella tonta y vacía más. En cierto modo sí, me molestaba, pero era el papel que me tocaba interpretar, por mucha rabia que me despertase el solo recuerdo. Traté de apartar cualquier pensamiento desagradable, no queriendo empañar la felicidad de aquel pequeño respiro.
- Es un placer, señor Giorkas. – le respondí, sin apartar la sonrisa aunque no pude evitar que aquella no fuese tan emocionada como la anterior. Traté que continuar con la conversación, así que lo mejor sería comenzar a explicarle un poco la situación en la que me veía sometida pero, claro, tampoco tenía demasiada ciencia si uno se paraba a pensar sobre el tema. – Y, en fin, sobre su pregunta… - Alcé la mirada al cielo, demorándome en la contemplación de las esponjosas nubes que lucían sobre el manto celeste. – Verá, quizá le resulte raro viniendo de alguien como yo, pero ¿alguna vez se ha parado a contemplar la frivolidad de esos acontecimientos? Por favor, con tan sólo la cubertería que se expone en la mesa podría dársele de comer a mitad de la población parisina. Esas galas tan solo sirven para alimentar el ya enorme ego de los invitados, hablar sobre temas carentes de importancia y sobre el estado de la banca y demás. Y mientras tano, las mujeres no hacen más que pavonearse con miles de joyas, luchando por superar el atuendo sobrecargado de la otra o compitiendo para ver quién acapara a más hombres en el baile y cuál le convendría más para ser su marido. – Bufé, cruzándome de brazos mientras comenzaba a pasearme nerviosamente de un lado hacia otro. – Quizá ellas, bajo su pequeña burbuja de lujos y festejos, no se percaten en la falta de personalidad, en la carencia de espíritu que tienen. Yo, por otro lado, odio todo ese círculo de pretenciosos pero, como no, una muchachita en mi situación no puede hacer otra cosa que cerrar la boca y asentir ante las peticiones de sus padres.
Sí, definitivamente había explotado y, nada más y nada menos que frente a un completo desconocido, sobre el cual únicamente sabía que pertenecía al cuerpo de policía. Al menos aquello había servido para calmar mis nervios y desahogarme un poco tras verme envuelta en aquel ambiente sobrecargado demasiado tiempo del que podía aguantar. Contemplé mis manos, enguantadas, entrelazándolas nerviosamente hasta que terminé por retirar de ellas la prenda que las cubría.
Alcé la vista nuevamente hacia mi acompañante. Sin duda, su expresión no tenía precio. ¿Me consideraría una majara sin remedio? No obstante, no pude contener una pequeña sonrisa ante su semblante.
- En fin… - suspiré, recobrando la compostura después de tanta habladuría. – Creo que esa es la respuesta a su pregunta, caballero. Espero no haberle aburrido con mis problemas e inconformismos. – Volvía a estar parada frente a él y, en aquel instante, reparé en que era mucho más pequeña incluso con los tacones calzados. Sin embargo, sabía que no tenía el aspecto de una chiquilla, si no el de una mujer, aunque aquel aparatoso vestido fuese a convertirme en una mujer moribunda. ¿Dónde había dejado mi abanico? Oh, claro, en la fiesta. Maldita sea.

Sin dudarlo, extendí mis brazos y a la vez que una amplia sonrisa se dibujaba en mis labios mis palmas aplaudieron las palabras de aquella desconocida muchacha de ideas tan parecidas a las mías. Lo único que nos diferenciaba en aquél momento es que ella iba vestida de la forma que acababa de criticar y yo no.

- Salgamos de aquí, Lyssanda.- le propuse con un guiño, tomándome la libertad de llamarla por su nombre de pila y tutearla.- Conozco un local que sirven unos tés helados para chuparse los dedos.

Sí, era cierto que no la conocía. Sí, también era cierto que ella pertenecía a la alta sociedad y yo a penas me mantenía en la media. Sí, era una locura invitarla a un té. Y no, no había cambiado de opinión cuando empecé a guiarla por las calles parisinas en busca de aquél Café.

El calor era asfixiante para ambos y aunque intentaba llevarla por la sombra en la que corría algo de aire fresco, las temperaturas parecían ser los únicos obstáculos que nos impedían avanzar por las callejuelas. Cada vez que recordaba el sabor del té de limón con hielo se me hacía la boca literalmente agua y una gota de sudor resbalaba por mi frente. Acalorado, me desabroché la corbata del traje policial y me abrí unos cuantos botones de la camisa. Aquello me recordó que en principio me encontraba de servicio y que mis compañeros se preguntarían por mi ausencia. Ya tenía preparada la respuesta para darle a mi superior cuando, hecho un energúmeno, me preguntara por mi paradero durante la fiesta. Le iba a decir que me había entretenido en la supervisión personal de una de las invitadas. Con eso sabía que me bastaría. Sonreí para mis adentros y giré una esquina, viendo a lo lejos el cartel que anunciaba al Café dónde nos dirigíamos.

Estaba preparada para cualquier tipo de burla, para que me tratase como una completa majara o que incluso se riese de mí pero, desde luego, aquel aplauso me pilló completamente desprevenida. De pronto, cualquier atisbo de seriedad que pudiese continuar en su rostro, fue sustituido por una ancha y afable sonrisa. Al menos al fin había encontrado a alguien que compartía mi punto de vista.

Complacida por su oferta, asentí, caminando a la par de aquel encantador guardia que, a cada minuto que pasaba, conseguía ganarse mi simpatía. No obstante, por muy animada que me encontrase en ese aspecto, no podía ignorar el imperante sol que continuaba reinando en el cielo. A este paso me daría un golpe de calor. Envidié al hombre, que no tuvo más que desatarse la corbata y un par de botones para refrescarse un poco. En mi caso, cualquier prenda de ropa que me quitase resultaría un escándalo aunque, bueno, tampoco era sencillo desenmarañar ese conjunto de encajes y costuras elaboradas. A esas alturas, el té helado que me ofrecía Loukas era para mí como maná caído del cielo.
Finalmente pude divisar el local al que suponía que me guiaba. Era un pequeño establecimiento, parecía acogedor y, nada más tenerlo frente a mí, me refugié dentro para así tratar de mitigar un poco mi acalorado cuerpo. Y no me equivocaba. Para mi agrado, dentro había una temperatura agradable y soportable.
El guardia se situó tras de mí, retirando caballerosamente mi silla cuando alcanzamos una mesa. No podía evitar sonreír, la frescura ya mitigaba mi piel.
Un atento camarero no tardó en atender nuestro pedido, para, a continuación, volvernos a dejar disfrutando de la tranquilidad del local. Para mí, que me había pasado todo el día entre completos desconocidos que sabían más de mi vida que yo misma y no dejaba de pasearse de un lado hacia otro privándome de cualquier espacio vital que pudiera tener, aquella intimidad era toda una delicia.
- ¿Sabes, Loukas? - Me permití tutearle, puesto que él había hecho lo mismo y resultaba mucho más cómodo. - Esto era justo lo que necesitaba. Tranquilidad, deshacerme de todas esas miradas y voces chillonas que me taladraban los tímpanos. - dije con burla, lo cual le arrancó una suave risa. - Este lugar es perfecto. Ah, y además he de agradecerte que me hayas salvado la vida, porque te aseguro que no hubiese aguantado por mucho más tiempo ese calor abrasador del exterior. Terminaría por desmayarme y, créeme, por muy delgada que pueda ser yo - Señalé mi estrecha cintura. -, no sería favorable para tu espalda cargar con este pesado vestido. - continué bromeando, complacida por su compañía. Luego, con cierta picardía, añadí. - Mm, no aproveches esta excusa para devorarme con la mirada. - Le mostré una ancha sonrisa tras lo cual, dejé mis guantes sobre la mesa, tamborileando rítmicamente con las uñas sobre la superficie de madera.
Tras unos instantes, el camarero nos trajo nuestro pedido, dos deliciosas tazas de té helado. Me apuré en darle un largo sorbo y aquella bebida me pareció el mayor manjar sobre la paz de la Tierra.
- Y bien, ¿por qué no me hablas ahora un poco sobre ti? - Pareció sorprendido ante mi pregunta, por lo que no quise forzarlo demasiado. - No te sientas obligado, es solo que tengo curiosidad. No eres como el típico guarda con uniforme que parece carecer de cualquier tipo de emoción o voluntad propia. Siento si sueño dura, supongo que son tus compañeros, pero... En fin, estoy segura de que ninguno de ellos me habría acompañado de estar en tu lugar, lo cual, desde luego, te coloca en un lugar de eterna gratitud por mi parte.

Entramos en el local y la guié hacia la mesa más alejada de la entrada y por ende, del calor asfixiante que entraba por ella. Esperé a que se sentara en la silla que le indicaba y la acerqué a la mesa antes de dejarme caer sobre el asiento de enfrente, molido por aquella temperatura.

- Un par de tés helados.- le pedí al camarero cuando vino a preguntar qué deseábamos.

Él se marchó tras una descarada mirada hacia mi acompañante y nos trajo un par de vasos congelados con cubitos en su interior y un líquido ámbar que me empujaba a beberlo de golpe. Pero me mantuve en mis casillas, dando un leve sorbo sin apartar la vista de la señorita que tenía delante. Ella habló entonces entre bromas y risas y yo le iba siguiendo el juego.

- ¿Cómo no deborarla con la mirada?- ironicé con una sonrisa traviesa y juguetona, para terminar soltando una carcajada sonora.

Entonces ella se interesó por mi vida privada y aunque era algo receloso de mi intimidad, no me importó contarle algunas pinceladas sobre mí, aunque obviamente, tuve que omitir los detalles sobre mi faceta como licántropo.

- Mi vida no creo que tenga demasiado interés, realmente.- comenté sin borrar la sonrisa del momento.- Nací y me crié en Atenas hasta que murió mi padre, así que como ya no me quedaba nada ni nadie allí, decidí probar suerte en París. Por suerte encontré trabajo en la Policía Criminalística a la que me acaban de ascender aunque como puedes ver, sigo haciendo algunas misiones de noveles.- suspiré apesadumbrado.- Vivo en una modesta casa a las afueras de la capital, sigo soltero y disponible, y... bueno, ¿qué quieres saber de mí?- interrumpí de pronto tras aquél comentario que había hecho con picardía, tentando el terreno.

Tomé el vaso entre mis manos y volví a sorber el te, quedándose la mitad del contenido.

Atendí con interés a sus palabras, mientras saboreaba la refrescante bebida, con lentitud, soltando una coqueta risa ante su última frase. Volví a dejar el vaso sobre la mesa, para entrelazar los dedos de mis manos entre sí y dejar descansar sobre ellos mi mentón. Lo escruté con curiosidad, mientras una sonrisa bailoteaba en mis labios.
- Soltero y disponible, ¿eh? – repetí, divertida, para luego continuar hablando. – Lo cierto es que, aunque te empeñes en decir lo contrario, tu vida me resulta increíble. Al fin y al cabo, hablas con alguien que en pocas ocasiones se le permite salir de casa si no es para alguna que otra compra matutina o una de estas galas. – resoplé, asqueada ante esa realidad. – Además, siempre tuve un gran interés por la cultura griega, sobre todo por su arte. Desde que comencé a informarme sobre ella me cautivó. – Ante su mirada sorprendida, añadí. – Sí, una lee mucho para ocupar la mente y no mortificarse con un sinfín de pensamientos pesimistas. Concretamente, adoro la obra plástica de la Ménade, de Scopas, aunque no sea una de las más salientables del segundo clasicismo griego comparado con el Apoxiómeno de Lisipo, por ejemplo. Pero es impresionante; se plasma en ella a una sacerdotisa que daba culto al Dios Dionisio, Baco, el Dios del vino y de las fiestas, precisamente de ahí viene el nombre de las fiestas bacanales y… - su ancha sonrisa y aquel brillo de diversión en su rostro, me hizo enrojecer. – Vaya, lo siento, he empezado a hablar y hablar sin parar, ¿verdad? No lo puedo evitar, me pasa muchas veces. Digamos que estos temas me entusiasmas demasiado. – bromeé, tratando de apartar el rubor de mis mejillas que había originado mi vergüenza. No quería quedar como una listilla, a fin de cuentas, él se había criado allí, ¿quién era yo para soltarle tal parrafada?
Escuché su risa y aquello me relajó. Parecía animado, no molesto por mis palabras. No obstante, yo todavía tenía un tema que deseaba abordar.
- Cambiando de tema. Has dicho que trabajas en criminalística, ¿no? ¿Has estado vinculado con algún caso interesante? – Quería sacarlo a la luz de manera sutil pero, existía una posibilidad, aunque fuese muy remota, de que Loukas se hubiese ocupado, junto con otros, del caso perteneciente a la muerte de mi hermana. Siempre había tenido lagunas sobre lo sucedido, imágenes que se me escapaban y, sobre todo, la corazonada de que había sucedido algo mayor para que Clarisse se precipitase al agua y… No pude evitar tragar pesadamente e hice mil y un esfuerzos para apartar de mi mente aquellas dolorosas imágenes.

La muchacha empezó a hablar, entusiasmada con los que se le iba ocurriendo decir. Habló del arte griego con verdadera admiración y eso era algo que adoraba ver otras personas con distinto origen al mío. Dejé que ella parloteara sin cesar mientras mi sonrisa ganaba terreno en mi rostro cuando, de pronto, ella cambió de tema para volver a centrar su atención en mí. ¿Por qué perder el tiempo con mi aburrida vida privada? Oh, claro... ahora me preguntaba por mi trabajo. Eso me daba cierta ventaja para expresarme, aunque lógicamente, estaba limitado. No podía hablarle de casos concretos, estaba prohibido y había jurado mantener el secreto de sumario de cada misión que me asignaban. Pero sí podía dar algunas sencillas pinceladas a lo que era mi día a día en comisaría.

- Estoy en varios casos a la vez.- comenté encogiéndome de hombros y dándole un sorbo al te.- Sobretodo me muevo en desapariciones y crímenes ocurridos en extrañas circunstancias.

Eché una mirada escrutadora a sus ojos, intentando hallar una pizca de incomodidad o de temor, pues a la mayoría de mujeres que les hablaba de eso se les ponía la piel como escarpias, sólo de recordar la maldad que existía en el mundo y el saber que en cualquier momento podrías acabar como uno de esos fiambres a los que me enviaban a investigar. Nada ni nadie estaba a salvo en aquellas calles. La muerte no tiene en cuenta ni el apellido de aquella persona, ni sus logros, ni su personalidad amable, ni su posición social, ni su riqueza económica. Ante la muerte todos éramos iguales. Y eso solía provocar malestar.

Acompañando sus palabras, pude observar cierto escrutinio por su parte. Podría él mismo sospechar que trataba de sonsacarle algo indirectamente, pero a aquellas alturas ya poco me importaba ser o no sutil. Después de todo, ¿tan malo podía ser preguntar por un poco de información acerca de un asco en el que yo misma figuraba?
Con ese pensamiento, me armé de valor, apurando con un último sorbo la bebida que me quedaba. Volví a mirarlo, decidida, sin ningún tipo de duda o vacilar antes de hablar. Él enarcó una ceja, supongo que curioso ante la repentina dureza de mi semblante.
- Quizá entonces recuerdes este caso. Un caso en el que se vieron envueltas dos jóvenes de la alta clase parisina. Clarisse y Lyssandra Bardoux.
Hablar de mí misma en tercera persona resultaba de lo más extraño. Su rostro, de pronto, volvió a endurecerse y en mi pecho se alojó la fuerte mancha de la desilusión. No semejaba estar por la labor de hablar sobre aquello, pro todavía no había perdido la esperanza. Entrelacé las manos nerviosamente sobre la mesa, retirando la mirada hacia algún lugar lejano de la sala. Ni yo sabía qué era lo que tanto me podía llamar la atención.
- Supongo que no estarás autorizado para hablar de esto con cualquier pero, en fin, ¿tan temible sería si lo hablas con una involucrada directa? – Suspiré. De pronto, el ambiente se había cargado con una tensión palpable. – Yo estaba allí y ni yo misma sé exactamente lo que ocurrió, por eso te pregunto a ti, por eso te pregunto qué fue lo que se archivo en los informes, qué consideraron que ocurrió en aquel lugar. – Respiré profundamente, tratando de mantener la compostura. – Lo cierto es que, en muchas ocasiones, cuando me detengo a pensar en lo sucedido, tengo la constante corazonada de que hay algo que se me escapa. Clarie no pudo resalaras así, sin más, no sé… - Cerré los ojos unos instantes y la imagen de mi hermana, sonriente, inocente, apareció tras mis párpados. Era ella quien me animaba siempre a hablar sin titubear y no dejarme sucumbir ante la pena. Los abrí y mi mirada volvió a ser tan segura como antes. Miré a Loukas y no supe interpretar la expresión de su semblante. – Bueno, -hablé tratando de dedicarle una sonrisa. - ¿puedes hablarlo conmigo? Si es un no, pues, en fin, al menos lo he intentado.

Su rostro se endureció y sus palabras fueron directas al grano. Odiaba sentirme como una pieza a la que usar por el único motivo de tener información privilegiada. A penas me veían como persona, pues a la que dejaba entrever mi oficio, las puertas de la amistad se cerraban y sólo veían en mí un montón de documentos a los que probablement eyo hubiera puesto el ojo encima. Y aquella muchacha sólo deseaba información. Meneé la cabeza y suspiré profundamente.

- Siento lo que le ocurrió a usted y a d¡su familia, madmoiselle.- dije con un tono quizás demasiado frío y severo dado a que había regresado a tratarle de usted.- Pero como se habrá dado cuenta, no puedo hablar de ello, aunque sea usted una de las víctimas.- me removí en el asiento, algo incómodo por la situación.- Si desea información debería dirigirse hacia el inspector que lleva su caso.

Tomé el vas entre mis manos y de un sorbo terminé la bebida. Alcé la vista hacia ella y vi su tristeza reflejada en sus ojos. Mordí mi labio inferior y volví a bajar mi mirada.

- No piense que no la entiendo.- musité sin mirarla.- Sé lo que se siente porque yo mismo lo sufrí hace años.

Y dando por terminada aquella conversación, me alcé de la mesa con el rostro vuelto en cartón piedra, no dejando que las emociones me controlaran. Me acerqué a la barra y pagué el importe que me pidieron. Me giré hacia la muchacha y esperé su reacción, averiguando si se marcharía del local o si la cabezonería la empujaba a permanecer allí.

Definitivamente, había echado a perder toda la situación. Aunque no pudiese decirme nada, era algo que ya tenía prácticamente asumido. Después de todo, era una ciudadana de a pie, algo que me vedaba de cualquier información recopilada en los archivos policiales. Pero no era aquello lo que me había hecho sentir tan mezquina, si no mi comportamiento con alguien que únicamente me había ayudado desde el primer momento. Él se incorporó, dirigiéndose hacia a la barra para pagar las bebidas, mientras yo me devanaba los sesos pensando en un modo de remediar aquello, aún más cuando mis palabras le había hecho recordar también su propio dolor. Estaba claro, no obstante, que no le preguntaría por qué le había sucedido, no me concernía y no haría más que meter el dedo en la yaga.
Loukas no tardó en volver, y en su semblante volvió a alojarse aquella expresión seria y tensa con la que me había topado en mi fuga.
- Lamento haberte hablado sobre esto. - continué tuteándolo, aunque él renunciase a ello. - No quería meterte en un compromiso y mucho menos molestarte, cosa que es más que obvio que he logrado. - Me cubrí las manos con los guantes, que se ajustaron a mis finos dedos con rapidez, la tela moldeándose a la piel. - Supongo que hablar de trabajo es lo que menos te apetece cuando puedes tener unos minutos de respiro, te entiendo perfectamente y por eso te pido disculpas. - Le miré y esperé que en sus ojos hubiese algún atisbo de relajación. - No me gustaría que nuestra pequeña escapada terminase de un modo tan espantoso.
Me incorporé, dando unos pasos hacia él, que todavía no parecía muy convencido de volver a mostrarse tan afable como instantes atrás.
Pero mi tozudez y persistencia eran atributos que jamás me abandonarían, por lo cual, no iba a desistir hasta que lograse que el ambiente volviese a ser sereno y jovial.
- Así que, ¿qué te parece si ponemos rumbo a la siguiente parada de nuestro paseo? No creas que te voy a dejar libre tan fácilmente, no al menos hasta que vuelva a conseguir ver esa diversión y picardía de la que antes muy bien hiciste gala. - Traté de bromear, quizá eso me ayudase a volver a encauzar la situación. Alcé las manos, en un gesto cómico de rendición. - Prometo que el trabajo, roles sociales y demás estarán fuera del resto del trayecto. Tan sólo tú y yo, ¿qué te parece? - Con total descaro, me acerqué hasta rodear su brazo. Sí, era un poco descarada, pero ¿qué demonios? La vida, como ya habíamos discutido, no estaba para ceñirse a absurdas normas mundanas. Con unos ojos que me aseguré que mostrasen arrepentimiento, finalicé diciendo - Vamos, ¿me darás otra oportunidad?

Dejé que la muchacha hablara, se disculpara y se lamentara durante varios minutos, valorando mientras tanto si debía dejar que aquella situación continuara. Ella prometió no volver a hablar del trabajo y aquello me hizo dudar, pues no estaba dispuesto a soportar otro interrogatorio. Escruté sus ojos en busca de sinceridad y creí vislumbrarla tras aquellos ojos llenos de rebeldía. Sonreí levemente y asentí sólo una vez, respondiendo así a su propuesta. Hice un gesto con mi brazo derecho y le indiqué con la cabeza que podía enredar su brazo en el mío, pues de ese modo solía llevar un caballero a una dama, pese a ser ambos desconocidos.

Salimos del local y por fin el Sol nos daba una tregua, deslizándose por el cielo en busca del horizonte para ocultarse tras él, dejando paso a una tímida luna que poco a poco escalaba hacia su trono. Juntos vimos el crepúsculo de aquél día tan sofocantemente caluroso y le sonreí cuando vi sus ojos iluminarse de un color rojizo como reflejo del firmamento. Paseamos por las calles sin rumbo fijo, dejando que los pasos nos guiaran hacia dónde desearan, sin importarme realmente el lugar.

- Si todos los trazados de una vía de escape ante una situación desesperada fuesen como éste, creo que huiría más a menudo de mi trabajo.- bromeé, haciendo alusión al matiz que ella misma había hecho momentos antes sobre el término huir.

En una de las calles más transitadas de París hallé un banco solitario con vistas al río Senna, por lo que me deshice del agarre de la muchacha y le ofrecí asiento como un caballero solía hacerlo, con un gesto con la mano y una leve reverencia. Cuando ella lo hizo, me senté a su lado y extendí mis brazos tras el banco, recostando mi espalda en el respaldo.

Para mi agrado, aquella incómoda situación parecía haberse resuelto. Ensanché la sonrisa, a medida que salíamos del establecimiento, yo cogida del brazo de Loukas, para encaminarnos, sin un rumbo marcado, por las diversas calles de la ciudad. El tiempo parecía pasar sin tregua, por lo que me sorprendí cuando el crepúsculo se cernió sobre nuestras cabezas. Era un paisaje apacible, sereno y, para nuestro agrado, el sol se había llevado consigo el calor abrasador. Ahora, aunque las temperaturas continuaban siendo elevadas, eran más que soportables. Continuamos nuestro avance hacia un pequeño banco solitario, en una zona íntima con unas preciosas vistas del río Senna. Durante el avance, no pude evitar reírme por su ocurrencia con respecto a mi frase que trataba de justificar mi escapada. A medida que pasaba el tiempo me sentía más y más cómoda en compañía de aquel caballero.
Me ofreció asiento, el cual acepté, para luego él acomodarse a mi lado. Sus brazos se extendieron a lo largo del banco, descansando su espalda, también, sobre su superficie. Dirigió la vista al cielo, donde la luna nos deleitaba con su presencia, alzándose hermosa sobre el manto oscurecido.
Mi vista se tomó su tiempo en gozar de aquella imagen, que tanta paz me transmitía siempre. No obstante, no pude evitar mirar hacia mi acompañante, el cual continuaba con la mirada perdida. Con una sonrisa jugueteando en mis labios y, haciendo gala de mi total descaro y desparpajo, me deslicé, a su igual, hacia atrás, dejando que mi cabeza reposase por uno de sus brazos extendidos. Acto seguido me miró, entre perplejo y divertido, motivo por el cual no pude evitar ensanchar la sonrisa.
- He de admitir que esto es de lo más cómodo. - puntualicé, continuando con la broma aunque, a decir verdad, no había mentira alguna tras mis palabras. Volví a observar a mi alrededor, percatándome de que continuábamos gozando de total soledad. - ¿No me traerías aquí para seducirme, verdad? - Su mirada se topó con la mía y en sus ojos pude divisar nuevamente ese atisbo de picardía que había lucido con anterioridad. Aleteé de manera coqueta las pestañas, para luego dejar que mi vista se desviada, intencionadamente, hacia los cielos, tratando de ocultar la sonrisilla que todavía persistía en mis labios.

¿Qué pensaba decirle a mi superior? No debía regresar a comisaría hasta las diez de la noche, así que me quedaban un par de horas para pensar una buena excusa. Desde luego no podía decirle que me había fugado con aquella damisela que ahora apoyaba su cabeza en uno de mis brazos. Le sonreí con picardía tras su comentario y le agradecí con la mirada que me sacara de mis cavilaciones, pues no quería hundirme en mentiras y falsas coartadas.

- ¿Seducirla?- repetí tras una carcajada sonora.- Creía que eso ya lo había logrado en el café.

Le guiñé el ojo y volví a sonreír, sabiendo que aquello no estaba bien. Yo me encontraba en horas de servicio a la comunidad y no podía coquetear con ninguna mujer, por muy bella que sea ni por muy solitario que fuese el lugar. Aquello me recordó que todo cuanto había hecho aquél día se salía de lo establecido en el cuerpo de policía: no podía desacatar una misión y lo había hecho, no podía irme a comer o a refrescarme con un te durante mi turno de trabajo y lo había hecho, no podía sentarme a descansar y allí estaba, sentado junto a la tentación más grande del día.

- ¿No debería regresar a casa, madmoiselle?- le pregunté alzando una ceja, preguntándome si su familia no la echaría en falta.- Puedo acompañarla a su residencia si así lo desea.

Por supuesto, aquello sería lo único bueno que haría aquél día. Proteger a una ciudadana para evitar que divagara sola por aquellas calles oscuras, desiertas y silenciosas en las que siempre acechaban seres sedientos de sangre o cosas peores. Hice un gesto para alzarme del banco pero uno de mis brazos permanecía atrapado por el peso de la cabeza de la joven, recostado en mi miembro. Le miré divertido e hice un gesto para que me diera libertad, aunque algo me dijo que no pensaba hacerlo. No todavía...

Observé como pretendía incorporarse pero yo, todavía juguetona, no aparté mi cabeza del lugar que ocupaba sobre su brazo. Su mirada volvió a dirigirse hacia mí, y pude vislumbrar la lucha entre lo correcto y la tentación en su semblante. Aquello me arrancó una sonrisa, no pude evitarlo. Acorté, tan sólo unos centímetros, la distancia que había entre ambos, teniendo únicamente como testigo y confidente a la luna en los cielos.
- ¿Otra vez volvemos a los formalismos? Creía que ya habíamos vencido esa barrera. - susurré suavemente, como queja, al tiempo que sentía como sus profundos ojos verdes escrutaban cada zona de mi rostro. - Aunque es de lo más galante tu propuesta - proseguí -, el único lugar al que puedo regresar sin conseguir una regañina es al baile. No obstante, todavía disponemos de tiempo, ¿no crees? Bueno, tampoco quiero forzarte y luego hacerme responsable de tu pérdida de empleo. - apunté con cierta burla, no creyendo realmente en esa probabilidad.
Loukas todavía seguía en silencio, contemplándome de un modo que, por un momento, consideré que lograría ruborizarme.
Traté de no cohibirme, jamás lo hacía, y ensanché la sonrisa en mis labios, a medida que los humedecía con lentitud. Sin más, vencí la minúscula distancia que todavía reinaba entre ambos, depositando un beso próximo a una de las comisuras de su boca. Mi aliento golpeó su boca, de igual modo que sentí la frescura del suyo rozando mi piel. Tras unos segundos me aparté, volviendo a colocar la cabeza sobre su brazo, mostrando una mirada inocente aunque divertida.
- Si realmente nuestro paseo está llegando a su fin, al menos debía mm... mostrarte mi gratitud por tu grata compañía. - me expliqué, todavía con aquella picardía brillando en mis ojos.

¿Creía que estaba sentada junto a un enorme osito de peluche? ¿O quizás creía que era un trozo de piedra modelado en forma humana? Tragué saliva, intentando mantener mi compostura tras aquél beso tan cercano a mis labios. Carraspeé e incluso desvié la mirada de su rostro, pero no lograba calmar mi ansiedad. La miré de reojo forjando una máscara de severidad. ¿Porqué jugaba conmigo? ¿Porqué me tentaba de aquél modo? Debía frenar eso si no quería que....

- Lamento si ésto le incomoda, señorita, pero aquí tiene a un hombre y como tal tiene sus debilidades.- me expresé, con el máximo de tacto posible, pese a que mis instintos, tanto los humanos como los lobunos, me empujaban a tomar su rostro entre mis manos, tumbarla en aquél banco, enredar mis piernas entre las suyas y dejar que mi boca conquistara sus húmedos labios, convirtiéndome en el dueño de su cuerpo sólo por una noche.

Meneé mi cabeza, suspirando entonces. Estaba harto de comportarme según lo establecido y aunque veía un atisbo de complicidad en sus ojos, llenos de picardía e ilusiones que quizás buscaban lo mismo que yo... me mantuve en mis casillas, sin moverme de dónde estaba. Mi respiración se fue acompasando aprovechando aquellos segundos de silencio, calmándome de nuevo aunque sintiendo a mi lobo interior gritándome que la hiciera mía. Intenté ahogar a mis instintos con otro carraspeo y la miré de nuevo, dejando que su mirada me hipnotizara.