AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El río suena | Privado
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El río suena | Privado
E n una inusualmente caluroso anochecer de otoño en París, el pueblo se retiraba a guarecerse en sus casas de los peligros nocturnos, amenazas circundantes y sobretodo de sus traicioneros semejantes. Esa era la normalidad, excepto para Capucine, a quien le urgía una tarea imposible de postergar. Sobre las usualmente calmas aguas de su ducado, pequeñas perturbaciones engullían la paz, removiendo antiguos escombros y generando nuevos conflictos a partir de ellos. La duquesa había presenciado escenarios similares en anteriores ocasiones y ya sabía que, si no se actuaba en el momento oportuno, esas minúsculas tormentas se convertían en calamidades descomunales.
Algo ocurría con los Cavey, una de las familias que había que tener en consideración si se quería mantener a la aristocracia alineada. Haytham Cross había sido leal a aquella familia desde hacía tiempo ya, pero de un instante a otro se había marchado, o así le habían notificado a la duquesa. Eso junto con una valiosa información de la que no disponían los Cavey: Cross estaba de vuelta. Capucine, obsesiva compulsiva por deporte, se hallaba determinada a escudriñar en lo que estaba pasando y por eso lo había convocado a su residencia. Una orden que, si Cross sabía lo que le convenía, no podía ignorar.
– Háganlo pasar – ordenó a la servidumbre. No necesitaron ni siquiera anunciarlo. Lo había visto llegar desde uno de sus telescopios. Quien decía que la astronomía y la diplomacia no combinaban, estaba rotundamente equivocado, por suerte.
Apenas tuvo a su invitado de frente, y mientras duraban las alargadas introducciones, Capucine se concentró en examinar a su objetivo. Aproximadamente diez centímetros más alto que ella, caucásico, un poco menos de cuarenta años y mirada melancólica. El cansancio de su faz no se condecía con el brío de su postura. Qué novedoso.
Los criados por fin cerraron la boca y Capucine sonrió como si fuese una antigua amiga de aquel hombre. Podía estar vaticinando el futuro o jugando con él. – Señor Cross, me temo que no nos conocíamos, pero estaría denostando vuestra alta reputación si fingiese que no sabemos nada del otro. No es preciso agotar vuestra paciencia y mi tiempo con vacuidades de esa calaña tan vulgar. Nunca llegaron a mis oídos rumores acusando un proceder de esa índole por parte de los Cavey. Así pues, sugiero que nos ahorremos la plática insípida y nos limitemos a lo que nos convoca. ¿Estáis de acuerdo? Podría comenzar con una ronda de preguntas, pero no quisiera instalar una especie de tribunal bajo mi propio techo y me rehúso a trataros como a un imputado. No habéis hecho nada malo. Por eso es menester saber si hay algo en que pudiera beneméritamente ayudaros.
Algo ocurría con los Cavey, una de las familias que había que tener en consideración si se quería mantener a la aristocracia alineada. Haytham Cross había sido leal a aquella familia desde hacía tiempo ya, pero de un instante a otro se había marchado, o así le habían notificado a la duquesa. Eso junto con una valiosa información de la que no disponían los Cavey: Cross estaba de vuelta. Capucine, obsesiva compulsiva por deporte, se hallaba determinada a escudriñar en lo que estaba pasando y por eso lo había convocado a su residencia. Una orden que, si Cross sabía lo que le convenía, no podía ignorar.
– Háganlo pasar – ordenó a la servidumbre. No necesitaron ni siquiera anunciarlo. Lo había visto llegar desde uno de sus telescopios. Quien decía que la astronomía y la diplomacia no combinaban, estaba rotundamente equivocado, por suerte.
Apenas tuvo a su invitado de frente, y mientras duraban las alargadas introducciones, Capucine se concentró en examinar a su objetivo. Aproximadamente diez centímetros más alto que ella, caucásico, un poco menos de cuarenta años y mirada melancólica. El cansancio de su faz no se condecía con el brío de su postura. Qué novedoso.
Los criados por fin cerraron la boca y Capucine sonrió como si fuese una antigua amiga de aquel hombre. Podía estar vaticinando el futuro o jugando con él. – Señor Cross, me temo que no nos conocíamos, pero estaría denostando vuestra alta reputación si fingiese que no sabemos nada del otro. No es preciso agotar vuestra paciencia y mi tiempo con vacuidades de esa calaña tan vulgar. Nunca llegaron a mis oídos rumores acusando un proceder de esa índole por parte de los Cavey. Así pues, sugiero que nos ahorremos la plática insípida y nos limitemos a lo que nos convoca. ¿Estáis de acuerdo? Podría comenzar con una ronda de preguntas, pero no quisiera instalar una especie de tribunal bajo mi propio techo y me rehúso a trataros como a un imputado. No habéis hecho nada malo. Por eso es menester saber si hay algo en que pudiera beneméritamente ayudaros.
Capucine de La Tousche- Realeza Francesa
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Re: El río suena | Privado
No llevaba demasiado tiempo en París, es más aún no había hecho denotar su presencia en aquellas calles, ni en la casa de los Cavey. Llevaba tiempo moviéndose por distintas localizaciones europeas, siguiendo pistas de los implicados en aquel crimen. Había terminado con la fuente principal de aquello, y en su campaña para que su conciencia con sed de justicia estuviese calmada, se le había unido ex compañeros del ejército, muchos habían terminado sus carreras en una decadencia injusta, cuando los ricos y poderosos conseguían puesto de alto mando gracias a las influencias de su familia.
Un barco y a hacer lo que mejor sabia, la guerra y la escolta. Mercenarios y contrabandista, en eso se había convertido y Haytham tras reaparecer entre ellos como un fantasma del pasado hizo que su causa fuese la de ellos. Ciega fidelidad a quien los lidero y fue protector de ellos. No iba a dudar derramar un poco de sangre por él, y sobre por la injusticia y acto cruel que la esposa había sufrido.
“De La Toushe”, claro que aquel apellido era conocido bastante bien, para no hacerlo. Haytham con otro nombre y otra identidad, había acabado con la vida con una de los miembros de su familia. Su mujer se había convertido en el capricho y recibido abusos, y fruto de ello vino una “hija bastarda” y el suicidio del amor de su vida. Tras descubrir la existencia de aquella “hija” que le llamaba “tío”, ajena a su verdad, Haytham decidió protegerla de todo pasado y su presencia no existiría para nadie que estuviese relacionado con él o con su verdadera familia. Seguiría siendo la hija de la que fue su sirvienta en un pasado.
No supo cómo, pero aquella familia debía de tener una gran influencia cuando en su regreso lograron localizarlo. ¿Qué sería esta vez? Pensó por un momento que debía de estar relacionado con la familia Cavey, ya que lo convocaron con el nombre de su identidad de hace más de 10 años, y como la del hombre que fue y murió ejecutado por su crimen.
Debía de estar poco actualizado sobre el hecho, de que Haytham Cross ya no servía a la familia Cavey.
Igualmente fue a reunirse con la persona que le había convocado, aún tenía sed de justicia con respecto a aquella familia y acercarse al enemigo le serviría para encontrar al resto de implicados.
Entrada a la sala, esta vez iba bien afeitado y vestido con ropas oscuras y formales para la ocasión. Así dejaba atrás su aspecto fiero, a pesar de que su gran corpulencia y semblante seguía imponiendo.
Para su sorpresa le recibió una mujer demasiado joven. Emitiendo juicio pensó que sería un hombre o una persona de más edad, pero aquella chica debía de tener más o menos la edad de Valeria incluso. Una joven heredera seguramente.
Ademán de cortesía, y luego vinieron las primeras palabras. Por un momento ambos parecían querer hablar el mismo idioma, ya que Haytham, hombre poco conversador prefería ser claro, conciso e ir al grano; y aquella joven también.
-Aclarar en primer lugar, por sí no habéis sido informada, que llevo meses sin servir a la casa de los Cavey, si me convocáis con algo relacionado con ellos, o por cualquier escándalo relacionado con ese proceder. Puede que os éste haciendo perder el tiempo, y tal vez a mí también. -Su voz era calma, con un tono un tanto tranquilizador pero contundente. Aquel hombre no se sujetaba la lengua dentro de lo educado que podría ser. Aunque era cierto que para él no era una pérdida de tiempo aquella visita, estaba entrando justo en el lugar que quería. -Vaya al grano, y haga sus preguntas, si se le hace menester hacer de juez, que creo que aquí no es el caso. Su ofrecimiento de ayuda me suena a algo tardío y una mera excusa para tratar otros temas… Sea clara, ¿qué es lo que desea realmente de mí?
Haytham Cross- Humano Clase Alta
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Re: El río suena | Privado
A y, qué pena. La amabilidad no había funcionado. La diplomacia había fallado, cayendo estrepitosamente a los pies de los convocados. Dos de los guardias de Capucine esperaron la orden de la duquesa para proceder a disciplinar al deslenguado por su falta de acatamiento y delicadeza, pero la mujer los detuvo con un gesto de su mano. Ella entendía que, para que un hombre actuara de esa manera tan osada en lugar de mostrarse dócil, sólo podía tratarse de un vulgar iletrado o de alguien que sentía que no tenía nada que perder, ni siquiera su vida. La primera opción la descartaba de plano. Así fue como Lady La Tousche se dijo a sí misma que la clave de su misión estaba en desentrañar el porqué de la segunda.
La mujer apoyó la espalda en el respaldo de su asiento y levantó ligeramente el mentón. Podía seguir así toda la noche, si el susodicho quería. – Felicidades, señor Cross. Habéis tratado nuestro asunto principal. Justamente porque ya no sois leal a los Cavey es que estáis aquí. Sin embargo, no está de más recordaros que aquí las órdenes las doy yo. Si vuestra actitud es la de un pedigüeño, así seréis tratado. – advirtió antes de seguir. Tenía una imagen que cuidar incluso delante de su servidumbre. Procedió sin la dulzura del primer diálogo, pero sin perder la solemnidad. – Las ilustres familias de París conforman los cimientos de Francia. Y todo lo que tiene que ver con mi tierra, especialmente con mi ducado, para bien o para mal, tiene que ver conmigo. Si los súbditos tienen un problema, por voluntad real me corresponde resolverlo. Catalogaría vuestra partida como un síntoma de una enfermedad hasta el momento desconocida para mí. Derechamente quiero saber por qué os habéis separado de la familia a la cual incondicionalmente servisteis, qué os llevó a dejar París, y por último y más importante, por qué razón habéis vuelto. Transparente como el Sena, señor. Sin trucos.
La mujer apoyó la espalda en el respaldo de su asiento y levantó ligeramente el mentón. Podía seguir así toda la noche, si el susodicho quería. – Felicidades, señor Cross. Habéis tratado nuestro asunto principal. Justamente porque ya no sois leal a los Cavey es que estáis aquí. Sin embargo, no está de más recordaros que aquí las órdenes las doy yo. Si vuestra actitud es la de un pedigüeño, así seréis tratado. – advirtió antes de seguir. Tenía una imagen que cuidar incluso delante de su servidumbre. Procedió sin la dulzura del primer diálogo, pero sin perder la solemnidad. – Las ilustres familias de París conforman los cimientos de Francia. Y todo lo que tiene que ver con mi tierra, especialmente con mi ducado, para bien o para mal, tiene que ver conmigo. Si los súbditos tienen un problema, por voluntad real me corresponde resolverlo. Catalogaría vuestra partida como un síntoma de una enfermedad hasta el momento desconocida para mí. Derechamente quiero saber por qué os habéis separado de la familia a la cual incondicionalmente servisteis, qué os llevó a dejar París, y por último y más importante, por qué razón habéis vuelto. Transparente como el Sena, señor. Sin trucos.
Capucine de La Tousche- Realeza Francesa
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Re: El río suena | Privado
Ademán de los guardias ante el acto osado, Haytham solo pudo dedicarles a ambos hombres mirada fría, no hubo ni gesto de tensión ante amenaza, aquel hombre era templanza y frialdad.
Se había enfrentado a lo peor, y no tenía temor en su manera de desafiarle, es más por un instante había deseado que ella le echará los “perros”, para tomar medidas. Aquella familia no había pagado lo suficiente por sus crímenes, y a él la venganza y sed de justicia le devoraba por dentro.
Ya desde que había entrado en la sala, ni había tomado asiento dejando atrás la cortesía, aunque con sus palabras afiladas intento ser lo más educado que podía.
-Creo que el verdadero asunto que quiere tratar conmigo debería hacerlo con más discreción. –Apoyó sus grandes manos en la mesa, enorme cuerpo inclinado en un susurro discreto. Señal de que debería ambos quedar a solas, y de que hacerle entender de que sabía que ella sabía más de la cuenta.
Para nada era tonto, no se tragaba que lo hubiese llamado por algún asunto debido a la familia Cavey o simplemente ofrecerle ayuda. Llevaba demasiado tiempo en París, y en ese tiempo no había sido llamado por aquella familia prestigiosa y con poder en la capital.
Le parecía demasiado casualidad que ahora que se había desvelado su verdad, su identidad que aún seguía ocultando bajo el apellido Cross. Su viaje, y el saber de los nombres de los hombres que había convertido en pesadilla la vida de su mujer, hasta obligarla a acabar con la suya.
-Creo que el problema no viene por parte del súbdito, su problema viene de dentro de su propia “Familia”. Dejémonos de formalidades, y sea franca conmigo, duquesa. -Sus ojos verdes se fijaron en los de ella. -Usted sabe perfectamente, que mi contrato con la familia Cavey finalizo en cuanto el padre falleció, la heredera me entrego lo que necesitaba y yo volví a mi hogar para saber que fue de los míos, nada más. Y ahora sea usted clara como el Sena.
Haytham tenía un plan en su mente con respecto aquella familia, y este se comenzó a reformular cuando descubrió que la heredera era una mujer, y una demasiado joven.
¿Qué le impedía hacerle a ella lo que le hicieron a su esposa? Robar su querida presencia entre los suyos, y hacerles sufrir por un tiempo.
Haytham Cross- Humano Clase Alta
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Re: El río suena | Privado
H aytham tenía razón; la familia La Tousche sí tenía que ver, pero Capucine no lo sabía. La duquesa ignoraba que, el que entre Francia y Malta hubiera una distancia más que considerable, tenía consecuencias enormes para las verdades, como que éstas pudieran silenciarse por años, e incluso para toda la vida en la mayoría de los casos. Si ella creía que sus orígenes revueltos, sucios e inmorales, constituían el mayor de sus desasosiegos, estaba fatalmente errada.
Reaccionó la fémina como lo hacen los ignorantes: con inocencia e indignación. – ¡Me insultáis! Rechazáis mi hospitalidad, despreciáis los parámetros mínimos de tratamiento protocolar, y ahora atacáis directamente a mi honra. ¿Quién os habéis imaginado que sois? No os convoqué porque vuestra presencia me complazca ni para que os creáis con el derecho de decirme cómo me debo comportar. Sólo el rey tiene esa facultad, señor Cross. No os consideréis por encima de quien provee del pan que os lleváis a la boca. – se quejó indignada, entreabriendo sus labios. – Seré joven, pero no ingenua. Mujer, pero no maternal. Los contratos son meras formalidades, despreciables ante el consenso. Es costumbre entre las familias conservar a sus más fieles servidores renovando o creando nuevos contratos. Abuelos, padres, hijos de linajes enteros han servido generación tras generación a los mismos núcleos, pero vos escapáis a esa regla. Y cuando a un colaborador como usted, que ha tenido vínculos más que cercanos con la hija de la familia, es dejado ir, ya no es una excepción, sino una anomalía.
Dejó en claro que estaba enterada de que Valeria Cavey tenía una manera muy particular de firmar contratos, bastante escandalosa. Eso porque los ojos de Capucine se distribuían en diferentes casas de renombre. Por desgracia, esos mismos observadores se limitaban a Francia, por lo que en países como Malta la duquesa estaba ciega. Para eso había tenido que, desafortunadamente, llamar a Cross.
¡Ah!, ¿por qué no podía aquel hombre ser la mitad de transparente que sus ojos? Jugaba con su paciencia. – Habladme, pues, de vuestra estadía en Malta. ¿Hallasteis lo que buscabais?
Reaccionó la fémina como lo hacen los ignorantes: con inocencia e indignación. – ¡Me insultáis! Rechazáis mi hospitalidad, despreciáis los parámetros mínimos de tratamiento protocolar, y ahora atacáis directamente a mi honra. ¿Quién os habéis imaginado que sois? No os convoqué porque vuestra presencia me complazca ni para que os creáis con el derecho de decirme cómo me debo comportar. Sólo el rey tiene esa facultad, señor Cross. No os consideréis por encima de quien provee del pan que os lleváis a la boca. – se quejó indignada, entreabriendo sus labios. – Seré joven, pero no ingenua. Mujer, pero no maternal. Los contratos son meras formalidades, despreciables ante el consenso. Es costumbre entre las familias conservar a sus más fieles servidores renovando o creando nuevos contratos. Abuelos, padres, hijos de linajes enteros han servido generación tras generación a los mismos núcleos, pero vos escapáis a esa regla. Y cuando a un colaborador como usted, que ha tenido vínculos más que cercanos con la hija de la familia, es dejado ir, ya no es una excepción, sino una anomalía.
Dejó en claro que estaba enterada de que Valeria Cavey tenía una manera muy particular de firmar contratos, bastante escandalosa. Eso porque los ojos de Capucine se distribuían en diferentes casas de renombre. Por desgracia, esos mismos observadores se limitaban a Francia, por lo que en países como Malta la duquesa estaba ciega. Para eso había tenido que, desafortunadamente, llamar a Cross.
¡Ah!, ¿por qué no podía aquel hombre ser la mitad de transparente que sus ojos? Jugaba con su paciencia. – Habladme, pues, de vuestra estadía en Malta. ¿Hallasteis lo que buscabais?
Capucine de La Tousche- Realeza Francesa
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Re: El río suena | Privado
-Por muy Duquesa que seáis, para mi es una mujer de carne y hueso como otra cualquiera. Con un poco más de suerte que el resto. -Fue por última vez desafiante, desde hacía mucho tiempo su esquema sobre el poder de las clases se había quedado resquebrado, y más cuando había visto todos los pecados que eran capaz de cometer la clase acomodada, y sus otras peculiaridades.-La familia y yo teníamos un contrato que me convertía en su más fiel servidor y casi esclavo, teníamos una simple deuda de vida; tras fallecer el señor Cavey, la hija decidió liberarme. -Sí, se había dado cuenta por su tono y referencia que ella sabía bien los rumores no tan inciertos sobre el escándalo que viajaba tras el lecho de la más joven de los Cavey. -La señorita Cavey pronto se casará, y los perros viejos ya no se hacen necesarios, cuando le ampara la protección de un marido con cierta posición.
Buen ojo tenía para la mentira, sabía leer en los gestos, en las palabras. Para su sorpresa aquella jovencita no mentía en sus afirmaciones y el por su parte se había sobrepasado con su actitud desafiante. Pero, al fin y al cabo, a pesar de moverse por altas esfera como una sombra invisible, no se había visto más impuesto que por el poder del que había sido su señor y amo, el fallecido señor Cavey. Y todo ello por una especie de deuda y chantaje.
-Acepte mis disculpas, entonces. -Dijo con voz calma y sosegada. -Peca usted de inocente, sin saber la mancha y deshonra que oculta su apellido. -Se había cruzado de brazos, pensativo por su pregunta, al parecer bien seguían sus pasos, seguro que había sido descuidado, pero igualmente ella seguía ignorando detalles que le ponía a él en peligro, y a ella en la víctima perfecta dentro de su venganza. -Hallé lo que deseaba y más. Quería saber que encontré en Malta, exactamente, su apellido avenido junto el de otros. Sus súbditos saben borrar ciertas acciones en el extranjero, pero no lo hacen del todo bien. Un juicio hace uno 10 o 12 años, donde se vio involucrada su familia, nada más. Y si no requiere más de mi presencia, o no tiene más preguntas, quiero que me permita marcharme.
Buen ojo tenía para la mentira, sabía leer en los gestos, en las palabras. Para su sorpresa aquella jovencita no mentía en sus afirmaciones y el por su parte se había sobrepasado con su actitud desafiante. Pero, al fin y al cabo, a pesar de moverse por altas esfera como una sombra invisible, no se había visto más impuesto que por el poder del que había sido su señor y amo, el fallecido señor Cavey. Y todo ello por una especie de deuda y chantaje.
-Acepte mis disculpas, entonces. -Dijo con voz calma y sosegada. -Peca usted de inocente, sin saber la mancha y deshonra que oculta su apellido. -Se había cruzado de brazos, pensativo por su pregunta, al parecer bien seguían sus pasos, seguro que había sido descuidado, pero igualmente ella seguía ignorando detalles que le ponía a él en peligro, y a ella en la víctima perfecta dentro de su venganza. -Hallé lo que deseaba y más. Quería saber que encontré en Malta, exactamente, su apellido avenido junto el de otros. Sus súbditos saben borrar ciertas acciones en el extranjero, pero no lo hacen del todo bien. Un juicio hace uno 10 o 12 años, donde se vio involucrada su familia, nada más. Y si no requiere más de mi presencia, o no tiene más preguntas, quiero que me permita marcharme.
Haytham Cross- Humano Clase Alta
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Re: El río suena | Privado
Q ué atrevido y petulante. Qué situación de locos. Orgullosa estaba Capucine de su sangre (ambos lados) y del apellido que llevaba. Le habían enseñado a ser paciente y gentil con las adversidades, incluyendo a los que las provocaban con sus rudimentarios modales y actitudes inmorales, pero con Cross no se podía. Su padre le había enseñado que había ciertas personas con las que no se podía llegar a entendimiento. Maldita y cierta lección.
– ¡Momento! ¡Basta! – exclamó Capucine, cortando el aire y su propio coraje.
¿Eso era ser una duquesa? ¿Aguantar que pisotearan el honor de su buen nombre? ¡No! No podía dejar que su orgullo le impidiera ver lo que se escondía detrás de las palabras de Cross. Iba más allá de una provocación. ¿Por qué querría mentirle? ¿Qué ganaría, si era más que evidente que el peligroso camino que estaba tomando era del tipo de los que no daban pasaje de vuelta? Algo no encajaba. Si caía en sus provocaciones, no encontraría la pieza faltante. Eso, para una mujer adicta a la perfección de la astronomía, era fatal. Miró a su guardia con determinación, pues había tomado una decisión.
– Dejadnos. – quedaron estupefactos, mirándose entre ellos, dubitativos, torpes y lentos. Lentitud, justo lo que Capucine no necesitaba – ¿Vosotros también me subestimaréis? ¡Largaos! – repitió, con un rastro de compasión por los que estaban a su servicio, mas disipándolo por lo que ganaría: carácter.
Así se fueron los defensores. Capucine miró con sus ojos negros al maltés, con la fiereza de su lado asiático, gente nutrida por trabajo, arroz y humedad. No era una cobarde ocultándose de las garras del enemigo. Sólo una fémina frente a Cross quedó. Él pronto entendería que una mujer era mucho más de temer que una duquesa. No porque le fuera a imponer a otros consecuencias, sino porque elegiría las propias. Se gobernaba a sí misma. Por eso no evitaba ser honesta con Cross, ni con cualquier otro.
– No es la primera vez que viene a mí alguien que intenta difamarme. Difícilmente podría calificarlo como un aspecto que me ensalce, pero con tanto charlatán que pretende destruirme, se aprende a diferenciar a los habladores de los advertidos – dijo aumentando la severidad de su tono – Usted no se irá a ninguna parte, hasta que me demuestre de qué está hablando. Si hay trapos sucios de los que me deba enterar, lo he de recompensar. Si no, váyase, pero me encargaré de que, cualquiera sea su objetivo, se hunda con vuestro deleznable ímpetu. Es mi última palabra.
– ¡Momento! ¡Basta! – exclamó Capucine, cortando el aire y su propio coraje.
¿Eso era ser una duquesa? ¿Aguantar que pisotearan el honor de su buen nombre? ¡No! No podía dejar que su orgullo le impidiera ver lo que se escondía detrás de las palabras de Cross. Iba más allá de una provocación. ¿Por qué querría mentirle? ¿Qué ganaría, si era más que evidente que el peligroso camino que estaba tomando era del tipo de los que no daban pasaje de vuelta? Algo no encajaba. Si caía en sus provocaciones, no encontraría la pieza faltante. Eso, para una mujer adicta a la perfección de la astronomía, era fatal. Miró a su guardia con determinación, pues había tomado una decisión.
– Dejadnos. – quedaron estupefactos, mirándose entre ellos, dubitativos, torpes y lentos. Lentitud, justo lo que Capucine no necesitaba – ¿Vosotros también me subestimaréis? ¡Largaos! – repitió, con un rastro de compasión por los que estaban a su servicio, mas disipándolo por lo que ganaría: carácter.
Así se fueron los defensores. Capucine miró con sus ojos negros al maltés, con la fiereza de su lado asiático, gente nutrida por trabajo, arroz y humedad. No era una cobarde ocultándose de las garras del enemigo. Sólo una fémina frente a Cross quedó. Él pronto entendería que una mujer era mucho más de temer que una duquesa. No porque le fuera a imponer a otros consecuencias, sino porque elegiría las propias. Se gobernaba a sí misma. Por eso no evitaba ser honesta con Cross, ni con cualquier otro.
– No es la primera vez que viene a mí alguien que intenta difamarme. Difícilmente podría calificarlo como un aspecto que me ensalce, pero con tanto charlatán que pretende destruirme, se aprende a diferenciar a los habladores de los advertidos – dijo aumentando la severidad de su tono – Usted no se irá a ninguna parte, hasta que me demuestre de qué está hablando. Si hay trapos sucios de los que me deba enterar, lo he de recompensar. Si no, váyase, pero me encargaré de que, cualquiera sea su objetivo, se hunda con vuestro deleznable ímpetu. Es mi última palabra.
Capucine de La Tousche- Realeza Francesa
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Re: El río suena | Privado
Cruce de mirada, la suya oscura como pozos podía haber acabado con su vida en lo cortante y lo fiero, en cambio el semblante duro de Cross se suavizó, muy al contrario, sus ojos verdes incluso le miraron con cierta dulzura como si mirase casi a una niña que sabía poco de los tejemanejes de su familia, de la oscuridad que en ella habitaba. Sus labios se curvaron en una… ¿Sonrisa?
- ¿Quién dijo que mi intención fuese a destruirla a usted? -Miro a su alrededor ambos solos, podría hacerlo ahora, podría seguir con su plan. Pero él era calculador, medía cada movimiento, tenía que seguir el plan, tener paciencia, la venganza es un plato que se sirve frío. -Creo que debería marcharme, no váyase que le agrave más. Si le pica la curiosidad, sé que su tío fue asesinado. Debía echarle un vistazo al juicio, y a los testimonios… Aunque creo que hay una farsa bastante evidente, si tanto poder tiene… Tire del hilo, tal vez tenga respuesta que creo que yo no podría darle ahora mismo, no es el lugar adecuado, ni el moment
o. - ¿Quién dijo que mi intención fuese a destruirla a usted? -Miro a su alrededor ambos solos, podría hacerlo ahora, podría seguir con su plan. Pero él era calculador, medía cada movimiento, tenía que seguir el plan, tener paciencia, la venganza es un plato que se sirve frío. -Creo que debería marcharme, no váyase que le agrave más. Si le pica la curiosidad, sé que su tío fue asesinado. Debía echarle un vistazo al juicio, y a los testimonios… Aunque creo que hay una farsa bastante evidente, si tanto poder tiene… Tire del hilo, tal vez tenga respuesta que creo que yo no podría darle ahora mismo, no es el lugar adecuado, ni el moment
Haytham Cross- Humano Clase Alta
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