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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por André Sirot Jue Oct 30, 2014 6:36 pm

En su oficio siempre se corrían riesgos: enfermedades, pobreza, clientes sádicos que disfrutaban torturando a quienes simplemente buscaban sobrevivir de la manera más honrada posible; vale, que este último punto no se aplicaba a él que, por ocio, renunció a un empleo “digno” para convertirse en lo que era, una marioneta de quien le pagara. Pero también tenía sus grandes ventajas, como la que disfrutaba en ese preciso momento en una amplia y mullida cama repleta de almohadas y sábanas tan suaves que lo invitaban a pasar la eternidad ahí desnudo, como estaba.

Esa noche fue el acompañante de una dama, ¿cuál era su nombre? Anne, Louise, algo así, pero en verdad no importaba. La mujer, nada despreciable estéticamente hablando, se fue apenas terminó su sesión de intimidad, le pagó generosamente y tuvo la bondad de permitirle pasar la noche en la lujosa habitación, además de permitirle comprar lo que quisiera; jamás dudó de su capacidad como amante, pero eso le parecía llegar a extremos que no le fue posible rechazar. Como quiera que fuere, la noche apenas comenzaba y no tenía nada más que hacer. Podría dormir hasta que le doliera la cabeza, pero eso le quitaría toda la diversión al asunto.

Arregló sus ropas, nada despreciables, y luego de una deliciosa y muy minuciosa ducha se vistió y preparó para ver qué cosas podía ofrecerle el hotel. ¿Un cliente nuevo, quizá? Jamás despreciaría el sexo y menos la pasta bien ganada. Energía le quedaba de sobra y huéspedes solitarios sobrarían. Damas, caballeros, cualquiera serviría para su propósito. Aunque, muy en el fondo, preferiría bajar a cenar, tomar una copa y pasear por los pasillos hasta perderse.

Satisfecho con el aspecto que el espejo le ofrecía, con el cabello ligeramente enmarañado y la barba algo crecida, salió de la habitación. Lo primero que pudo percibir, sin la distracción de la dama de antes, fueron los perfumes mezclados. Aromas dulces, otros pesados, otros tan agradables que provocaban sonrisas. Las ropas de los huéspedes del hotel lucían todas, sin excepción, lujosas: vestidos pomposos, manos enguantadas en finas telas, trajes impecables y sombreros elegantes. ¿Y él? Bueno, su apariencia no dejaba conocer su profesión, como tampoco le hacía pasar desapercibido.

Bajó, pues, en busca del restaurante del hotel. Fue guiado por un mozo hasta una mesa que ocuparía él solo, sin nadie que hablara sin parar de temas obscenos o cosas que no entendía, sin tener que fingir que le importaba lo que le dijeran. Estaba él, la carta y el mozo esperando su orden.

-La especialidad, por favor, y el mejor vino que tengan -devolvió el menú. No tenía ánimos de leer cada platillo y hacer las preguntas de rigor sobre los ingredientes, así que tomó la salida fácil. Y apenas se quedó solo notó lo mucho que desencajaba en el lugar donde todos cenaban, por lo menos, en parejas. Un suspiro silencioso salió de sus labios delgados. Tal vez, sólo tal vez, debería esforzarse un poco más en llevarse bien con la gente y, quizá, esa noche habría invitado a sus amigos a cenar. Si tuviera amigos.


Última edición por André Sirot el Dom Nov 16, 2014 11:54 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Heather McDowell Jue Oct 30, 2014 10:56 pm

Había llegado recientemente a Paris luego de la conversación sostenida con mi padre en la cual le indicaba mi deseo de alejarme de casa por un tiempo. Me había costado convencerle pero al final cedió comprendiendo que mis pesadillas no cesarían si no cambiaba de aire al menos durante una temporada. Así fue como me embarqué en este viaje que pensé, me ayudaría a encontrar mi paz interior. Esperaba con todas mis fuerzas que así fuera.

Llevaba un par de días en la habitación del hotel ordenando servicio al cuarto, tumbada en la cama leyendo el periódico o las revistas de moda, intentando no pensar en Irlanda e ignorando que apenas dos días de haberme marchado ya quería regresar. Hice lo posible por relajarme, me envolví en las sábanas hecha un ovillo y dormité casi todo el tiempo hasta que llegó la noche. Repentinamente escuché una especie de silbido proveniente del exterior. Me levanté y me aproximé a la doble puerta que daba al balcón, la abrí y las luces de diferentes colores me iluminaron como si se tratase de un arco iris. Eran fuegos artificiales. Sonreí al verlos, siempre me habían gustado.

Estuve un rato observando el espectáculo hasta que este terminó, entonces respiré profundo el aire fresco nocturno y mirando hacia abajo noté a los huéspedes que deambulaban por el jardín y los alrededores de la alberca, eso fue lo que finalmente me hizo decidirme a abandonar la habitación.

Volteé decidida, me dirigí al baño, abrí la llave del agua y me sumergí en la tina de manera reconfortante, tanto que por un momento volví a adormecerme. No estoy segura de cuanto tiempo permanecí así hasta que finalmente parpadeé y me percaté de que volvía a la misma "actividad". Abandoné el baño y busqué un vestido que fuese bonito para la ocasión aunque cuando comparaba mi ropa con la que había visto en las ilustraciones de las revistas mis ropajes Irlandeses, aunque elegantes, no eran tan exquisitos como los parisienses. Me encogí de hombros, no tenía por qué envidiarle nada a nadie y sabía que podía lucir radiante si me lo proponía así que me dediqué a cepillar mi cabello y luego me dispuse a salir.

Recorrí el pasillo y me detuve frente a la pared del corredor que se encontraba junto a la escalera. Había un letrero que indicaba las diferentes áreas públicas del hotel. Por supuesto estaba escrito en francés, idioma que tenía años de no leer y mucho menos practicar pero rápidamente comenzó a desempolvarse este en mi mente y tras tomar nota mental de donde estaba el restaurante me dirigí a él.

Al llegar uno de los meseros enfundado en un pulcro uniforme me acompañó a una mesa para dos adonde obviamente yo era la única que le ocuparía y me entregó el menú el cual repasé brevemente acercándolo a mi rostro mientras por encima de el curioseaba observando a los presentes y percatándome de que era la única que no tenía acompañante esa noche. ¿Qué acaso toda la gente en Paris andaba en pares?

Me sentí ligeramente desolada hasta que casualmente vi a un hombre joven que debió ocupar una de las mesas adyacentes en los últimos minutos. Vaya, al menos no era la única, a menos que... estuviese esperando a alguien, lo cual era bastante posible. Aún con el menú cubriendo parcialmente mi rostro desvié la mirada hacia el área por donde había entrado y luego de vuelta al caballero y de regreso al menú. Seguramente dentro de unos minutos volvería a desentonar. -Qué es exactamente un boeuf à la provencale?-
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Mensaje por André Sirot Jue Oct 30, 2014 11:36 pm

Dada su falta de compañía, el zumbido de conversaciones ajenas comenzaba a molestarle. Risas chillonas, exclamaciones exageradas, ruido de cubiertos rechinando sobre platos; estaba de mal humor y desconocía el motivo. Jamás fue el tipo de chico urgido por atención, sin embargo esa noche en especial la necesitaba. Hablar con alguien de lo que fuera siempre termina por ser necesario. Alzó la mirada, que tenía fija en la mesa, con los codos sobre ésta y las manos enlazadas firmemente sosteniendo su frente en la posición más aburrida posible, y se encontró con una joven que, igual que él, estaba sola. Una rápida ojeada y supo que no esperaba compañía. Tenía entendido que una dama nunca debía llegar antes que su acompañante y, siendo una doncella, especialmente jamás debía andar sin compañía. Raro, pensó.

Por no ser maleducado volvió a agachar la mirada, casi dormitando hasta que el mozo entregó algo con un nombre larguísimo; todo se reducía a hígado de pato. ¿En verdad los acaudalados morían por eso? Él podía cazar un pato en el lago, sacarle el hígado y cocinarlo a un costo muy bajo. Dio las gracias amablemente y comenzó a comer. Nada mal… El vino también lo encontraba exquisito. Entendió en ese instante que su mal humor era causado por el hambre que tan comúnmente embarga al cuerpo después del coito.

Pero la soledad seguía tan patente que casi podía ver un letrero sobre su cabeza que anunciaba que era un perdedor comiendo hígado de pato carísimo. Apretó los labios escondiendo una sonrisa ante tan ridículo pensamiento. Picó con el tenedor la masa que conformaba el ingrediente principal del platillo y comenzó a escudriñar a los presentes: el matrimonio de ancianos de la mesa más cercana a la entrada principal parecía no ponerse de acuerdo en cuanto al vino; los caballeros a la derecha de los ancianos cuchicheaban en voz baja y con las cabezas muy juntas, y uno de ellos mostraba una quemadura de cigarro en la solapa de su chaqueta; en una mesa más grande, toda una familia comía en absoluto silencio, mandato de la cabeza de la familia, una mujer rechoncha de aspecto temible. Y llegó a la muchacha solitaria que, en efecto, seguía sola. Frunció el entrecejo cuando notó que los caballeros que vio momentos antes fijaban sus miradas en la joven y no le gustó lo que vio en sus ojos y tan bien conocía, lujuria, deseo, una completa falta de respeto hacia las mujeres. ¿Cómo alguien podía no adorar a tan bellos seres?

Apretó la mandíbula cuando vio que dos de esos caballeros pasados de copas, como pudo observar por su andar, iban en dirección a la dama. Hizo un gesto con la mano al mozo que le atendió y éste se acercó a escuchar la orden del francés.

-Lleva todo a esa mesa, con la dama. Es mi acompañante -se excusó con una sonrisa tenue de la que nadie, jamás, desconfiaba. Se puso de pie, arregló un poco su ropa y, con paso seguro y firme, deshizo la distancia entre sus mesas, tomó asiento delante de ella dando la espalda a los sujetos antes de que pudieran alcanzar su objetivo y se colocó la servilleta sobre los muslos con ademanes naturales.

-Pensé que no te vería hoy, querida, hasta que me fue avisado que ya estabas aquí -movió los labios dando la orden silenciosa: “sígueme el juego”. El mozo colocó el plato y la copa delante suyo, ignorando por completo a los nada contentos caballeros que, a fin de cuentas, sí tuvieron la deshonra de acercarse y no apartar la mirada de la joven -Dios mío, ¿es que nadie puede hacer nada con estos caballeros? Llevan bebiendo desde la tarde -fingió un acento aristocrático lleno de indignación que, de no depender su noche de su actuación, le habría hecho reír a carcajadas. Y, de hecho, sus mejillas comenzaban a traicionarle cuando dos camareros se acercaron a pedir amablemente la retirada de los sujetos desagradables. Increíble cómo la alta sociedad podía llegar a comportarse tan vil y seguir sintiéndose superiores. Ya todo más tranquilo, dedicó una sonrisa simple a la dama y continuó cenando, impertinente y sinvergüenza como siempre.
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Mensaje por Heather McDowell Sáb Nov 01, 2014 12:17 am

Continuó observando las diversas opciones del menú pero lo cierto es que veía las letras sin prestarles atención. Su mente por momentos viajaba de vuelta a Irlanda, recordaba el momento en que había ido al puerto y había subido al barco, poco a poco su tierra se fue empequeñeciendo ante su mirada para ser reemplazados únicamente por las gaviotas y el océano azul a su alrededor. Resultaba un poco decepcionante recordar que era precisamente aproximadamente en esta fecha cuando sus compatriotas celebraban una de las fiestas más esperadas del año y que al encontrarse aquí se la perdería y no solo eso, sino que tendría que gozar de su propia compañía.

Enfurruñó el gesto, se reprendió por tanto autolamento y decidió que haría que esta noche valiera la pena aunque fuera debido al placer de degustar la cocina parisina y no era por nada que algunos de los chefs más afamados de Europa se encontraban albergados precisamente en este lugar. Claro, eso era si en algún momento lograba descifrar cuales eran los platillos que estaba leyendo.

Estaba bastante concentrada en sus opciones cuando una abrupta interrupción la hizo brincar en su asiento.

-Pensé que no te vería hoy, querida, hasta que me fue avisado que ya estabas aquí -

¿Qué diablos...? Observó boquiabierta al caballero que ahora ocupaba la silla colocada directamente frente a ella y quien, dicho sea de paso, había traído su plato consigo y ahora degustaba lo que parecía ser pollo o pato. Odió al extraño un minuto simplemente porque el aroma de su comida era exquisito y llegaba hasta sus fosas nasales invadiéndolas de tal manera que hizo que su hambre aumentase mientras él comía plácidamente frente a su campo visual.

-Disculpe, pero qué...?- no terminó la frase porque notó como el invasor movía los labios dándole a entender que le siguiera la corriente. Por un momento pensó que el hombre debía estar fuera de sus cabales pero una mirada alrededor le bastó para comprender que un par de hombres más se acercaban. ¿Tenía acaso un letrero puesto que decía adelante, vengan a sentarse conmigo?

-No recuerdo haber avisado que...- repentinamente comenzó a comprender lo que sucedía, bastó con una rápida mirada en dirección a los hombres y luego otra de vuelta al primero. -Como siempre llegas tarde querido. Siempre pecando de despistado y yo aquí aguantando hambre. No me cuidas ni un poco.-

La situación era por demás extraña, altamente embarazosa, perturbadora, desconcertante y había que admitirlo no carente de humor. Sobretodo cuando el rubio caballero despotricó con sus manos en la mesa en tono tan indignado que hizo que finalmente los meseros se movieran y alejaran al vil par de hombres que... apuró agua del vaso que tenía cerca de sus manos. ¿Era posible que la hubieran confundido con una mujer fácil por el mero hecho de encontrarse sola? Apretó los labios, aún tenía mucho que aprender de las costumbres francesas.

Volteó entonces a ver de nuevo a su improvisado "marido" y se sorprendió al ver su expresión desenfadada. Seguía comiendo frente a ella. No pudo contenerse, tomó tenedor y cuchillo y acercándolos al plato ajeno partió impertinentemente un pequeño trozo que rápidamente llevó a su boca y masticó lentamente, dicen que el hambre es el mejor condimento y quien lo dijo fue seguramente una persona muy sabia.

-Perdona querido pero no pude resistirme.- Colocó cuchillo y tenedor sobre su servilleta y dirigiéndose al mesero que aún estaba al lado de la mesa ordenó el mismo plato ahorrándose así el tener que meditar más acerca de su elección de alimento.

En cuanto el uniformado se alejó volvió a tomar el vaso de agua y tomó un sorbo sin dejar de ver a quien al parecer acababa de rescatarle. Por un instante creyó discernir en él un cierto aire de pillo y no estaba muy segura de a qué se debía ya que parecía un caballero de buen porte y modales, aunque ciertamente de ser esto último cierto la Irlandesa no era en lo absoluto el tipo de dama convencional con el que te encuentras en la alta sociedad, siendo en ocasiones algo impertinente y nada dócil, eso debido a su crianza Irlandesa y a sus raíces druidas en las cuales las mujeres gozaban de mucha más libertad de la que se imponía en un ambiente como en el francés adonde las mujeres eran más recatadas, al menos en público ya que lo que sucediese en ambientes más íntimos dependía mucho de la crianza y costumbres de cada cual.

-No estoy muy segura de lo qué es lo que acaba de suceder.- Notó entonces que en medio de la sorpresa se había desenvuelto en el idioma francés sin ningún esfuerzo lo cual le alegró haciendo que se relajara y se despertase en ella un tanto de curiosidad hacia quien estaba al otro lado de la mesa.
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Mensaje por André Sirot Sáb Nov 01, 2014 6:39 pm

Que asunto más cómico. La dama sabía actuar bastante bien y al menos no se ofendió con su intromisión tan irrespetuosa. Se le notaba, además, que no era francesa y eso, para su mala suerte, la ponía en una situación un tanto más peligrosa en cuanto a los depredadores. Como él, por ejemplo. Ni se molestó ni se inmutó porque ella comiera de su plato, de hecho hizo que le cayera bien al instante con sus modales extranjeros.

-¿De dónde nos visita, mademoiselle? -con años de trabajar en el negocio de las “relaciones públicas”, como una vez un caballero llegó a nombrar su trabajo, poco le costaba identificar a un extranjero sin que tuviera que hablar. La ropa, los ademanes, incluso el modo de andar, destilaban respuestas sobre sus orígenes. Se apostaba los calcetines a que era británica, la cuestión era de dónde en especial.

Cuando el camarero reapareció con el plato de la señorita, él, en venganza infantil por la previa actuación de ella, se tomó la intrépida libertad de robar un bocado de su plato, aunque en el suyo todavía quedaba de esa cosa nada desdeñable. Lástima que hubiese olvidado el nombre, un pequeño problema que le pasaba con todo y todos: borraba de su memoria nombres, rostros, identidades como si se trataran de detalles sin importancia. Seguía trabajando en corregirlo.

Observó a detalle los cabellos de la joven, eran de un color llamativo y bonito, poco común. No era un castaño, mucho menos rubio, era un rojo increíble. De la nada se le ocurrió que las pelirrojas suelen ser muy candentes en la cama, con esas pecas traviesas manchándoles la piel como pequeños estigmas por sus atrevimientos, y las adoraba a todas. Claro, ésta que tenía delante ni de lejos era cliente potencial, seguro era más virgen que la mismísima madre de Jesús. Apartó la mirada antes de que resultara demasiado descortés de su parte, a sabiendas de que sus ojos a veces tenían la tendencia de parecer demasiado inquisidores, con ese tono azul helado que los coloreaba. No era su intensión en absoluto, sino ser amable con la joven que más valía cuidar, tanto por diversión como por amabilidad hacia quien seguro creía en llegar virgen al matrimonio. Menuda ciudad eligió para mantener ese voto, con tantos haraganes en busca de carne fresca.

Se bebió lo que quedaba en su copa y la alzó con un gesto casi elegante hacia el camarero para que la rellenara, viéndose forzado a mantener su papel de buen colega, o marido, a saber, de la joven extranjera. Hasta ese minuto no se dio cuenta de que no fue lo suficientemente atento para presentarse. Total, no es como si fuera a invitarlo a pasar a sus habitaciones y pedirle que le aflojara el corsé. Aunque… bien, no se negaría si se lo pidiera, y gratis, por esa belleza incomparable y algo indómita. Una belleza difícil de encontrar y digna de ser plasmada y recordada. Lástima que de artista tenía lo mismo que de filántropo.
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Mensaje por Heather McDowell Dom Nov 02, 2014 12:48 am

No era demasiado sorprendente que de alguna manera su acompañante se hubiese percatado de que no era francesa por lo que no se sorprendió al escuchar la pregunta. -Recién llego de Irlanda monsieur.- respondió con un breve suspiro sintiéndose algo impaciente al notar que los camareros se dirigían una y otra vez a cualquier mesa cercana excepto a la de ellos demorando la llegada de su platillo y es que su hambre había aumentado al probar del ajeno. Por supuesto toda la culpa de eso recaía en su acompañante.

Transcurrió algo más de tiempo antes de que finalmente el mismo mesero que les atendía previamente se acercase a la mesa y colocase frente a ella el plato ordenado. Mejoró inmediatamente su humor y tomó el primer bocado degustandolo con lentitud y devolvió su atención al joven que por su perfecta entonación del francés denotaba a leguas su nacionalidad. Rió por lo bajo al notar que le robaba un bocado de su comida lo cual le hizo pensar que en efecto era un pillo, de inmediato le vino a la mente la idea de un lobo con piel de oveja.

Mientras alzaba su copa para probar el vino que había ordenado se permitió observarlo con más detenimiento y por qué no admitirlo, con interés. Era él un hombre muy apuesto, de cabello rubio y ojos de un azul muy intenso, con una barba que a ella le pareció tenía el único propósito de aumentar más su atractivo. No parecía que estuviera esperando a nadie como ella había asumido en un principio, descubrimiento que le resultó bastante grato. Ahora si hubiera alguna manera en que ella pudiera prolongar esa compañía más allá de la cena...

-Tráiganos otra botella de vino.- Se dirigió al camarero, le preguntó acerca de las cosechas y escogió una de las mejores ya que contaba con bastantes medios y bien podía darse ese gusto. El uniformado sonrió complacido ante la elección, alabó el gusto de Heather y dando media vuelta otra vez volvió a encaminarse a la cocina.

-¿Está usted hospedado aquí monsieur?- Devolvió la mirada hacia el joven y realizó la pregunta con tono casual, como si le hubiera preguntado cualquier nimiedad, no estuviera realmente interesada en ello y no acudieran otro par más a su mente, como ¿por cuánto tiempo permanecerá en el hotel? y ¿le está esperando alguien en su habitación? preguntas que desafortunadamente no tenían respuesta.

-Por cierto...- inclinó su espalda en el respaldo de su silla y alzó una ceja al mirarlo. -¿Planea decirme su nombre o prefiere que lo llame mi rescatista?- Sonrío con un pequeño deje de descaro. -No es que suene mal y que no me encantaría llamarle asi pero creo que cuando el mesero regrese se podría extrañar de que lo hiciera.-
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Mensaje por André Sirot Dom Nov 02, 2014 10:28 pm

Otra botella de vino, eso sí que no se lo esperaba. Aunque no tenía un plan, supuso que bastaría con desaparecer en cuanto nadie pudiera juzgar la conducta de ambos, y que eso pasaría bastante pronto. Le gustaba cada vez más la actitud de la joven y la forma en que parecía analizar todo lo que hacía. Ya estaba acostumbrado al escrutinio, era imposible no estarlo cuando vivía de su imagen y, si quería buena pasta, más le valía aceptar cualquier tipo de análisis que le hicieran.

- Habla muy bien el francés para ser irlandesa, ma petite chérie -instruida era, y aunque aprender francés era la moda en prácticamente todo el mundo, algunas personas batallaban con la suave pronunciación de sus consonantes, como los irlandeses, de hecho.

Se sirvió más vino y rellenó la copa de ella, antes de que siquiera pensara en tomarse la molestia. Esperó unos segundos para responder a su pregunta, ¿cómo decirle que fue una recompensa por su buena labor en la cama sin que se ofendiera? Difícil, más con las raíces católicas que reinaban en la tierra de la forastera.

- Sólo vine a pasar esta noche, ya sabe, para salir de la rutina -medio sonrió, suavizando un poco sus facciones hasta el momento un poco congeladas. El plato vacío delante suyo ya no representaba más que su entretenimiento, jugueteando con el tenedor y los restos de salsa - . Lo lamento, mi nombre es André, pero Monsieur Rescatista no suena nada mal, ¿y cómo debo llamar a la hermosa damisela en apuros? -se notaba el buen humor en su voz que, aunque normalmente no era muy expresivo, sonaba natural y no fingido, pues no buscaba atraparla y llevarla a la cama.

La perspectiva de retozar con una irlandesa pelirroja no sonaba nada mal. Se decía de las pelirrojas que eran brujas, mujeres místicas con poderes más allá de toda posibilidad terrenal, con capacidad de comunicarse con espíritus y esas cosas. No las creía, obviamente, pero no descartaba que su poder fuera un tanto menos… supersticioso.

- Ah, pero antes de que se presente, tengo una pregunta, querida -la interrumpió a tiempo, de su respuesta dependía si quería o no permanecer un rato más con ella, tal vez perderse juntos en los pasillos en lugar de hacerlo solo - ¿Hay planes para esta noche? -la respuesta podía ser casi cualquiera, desde que fuera a la ópera, que esperase a su prometido (cosa que no dudaba, ¿qué haría una extranjera en un hotel si no era esperar confirmación para un acuerdo nupcial? Impensable), fuera a reunirse con su nana o, lo más optimista, que tuviera la noche libre. Jugaba con la copa balanceando el fino cristal entre sus dedos que, a cualquier descuido, estaba expuesto a deshacerse en pequeños trozos titilantes a la luz de los elegantes candelabros.
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Mensaje por Heather McDowell Lun Nov 03, 2014 4:03 am

Poco a poco iba terminando la comida en su plato, se le antojaba deliciosa, como si el mejor chef de toda Europa lo hubiese preparado especialmente para ella, y el vino... no se quedaba atrás, era el complemento perfecto. Sin embargo no eran ni el vino ni la comida lo que a ella le parecía que de un momento a otro había mejorado la perspectiva de una noche que hasta hace tan solo media hora antes le parecía poco más que llevadera y mortalmente aburrida.

-Le agradezco sus palabras aunque lo cierto es que no he practicado el francés desde hace años. Y si he de ser sincera aparte de tres o cuatro palabras intercambiadas con el servicio del hotel no lo había vuelto a practicar hasta este momento, me ha ayudado usted a desempolvarlo.-

Tomó la copa que él le había llenado y escuchó lo que le decía, que solo estaba hospedado por una noche, también notó que su plato estaba ya casi a punto de vaciarse lo cual significaba que pronto terminaría la comida y que después de unas cuantas cortesías cada uno se iría por su lado con lo cual perdería su compañía. Sonrió divertida al escuchar el epíteto de Monsieur Rescatista, ahora que, para seguirlo llamando así tendría que pasar más tiempo con él en lugar de limitarse a observarlo salir por la puerta del restaurante.

Fue en ese momento cuando Heather decidió que deseaba seguir gozando de su compañía, aunque fuese un lobo como ella se había imaginado momentos antes. No le importaba, los lobos eran criaturas feroces pero igualmente intensas y excitantes y ella no era precisamente una oveja asustadiza que corría a esconderse ante el riesgo de ser devorada. ¿O... acaso era eso lo que ella quería? Se daba cuenta de una cosa, él le gustaba, le parecía muy atractivo y también interesante de una manera novedosa.

Escuchó sus últimas palabras y bebió el último trago de vino. -Y si le dijera que el único plan que tengo es seguir gozando de su compañía el resto de la noche.- Lo observo con tranquilidad, ya lo había dicho. Así era ella, muy poco recatada y bastante directa. No porque contara con mucha experiencia, al contrario, era precisamente así porque era joven y no conocía otra manera de actuar, y porque a pesar de que Irlanda fuese un país católico, su educación no provenía del catecismo ni las misas sino en gran parte de las druidesas que le habían rodeado mientras crecía y que le habían inculcado que como mujer poseía la libertad para escoger la compañia de quien le agradase no la que la sociedad esperaba que tuviera.

-Soy Heather.- Apoyó el codo en la mesa para descansar la mejilla en la mano pero sin apartar la mirada de él. -Nótese que al ser usted Monsieur Rescatista necesitaré de su compañía o de lo contrario volveré a estar expuesta al posible asedio de los anteriores caballeros o de alguien peor. Y lo cierto es que esas compañías no me resultarían gratas de ninguna manera. Pero la de usted si. La de usted me agradaría bastante.-
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Mensaje por André Sirot Mar Nov 04, 2014 3:30 pm

Ni remotamente se iba a tragar la historia de que estaba oxidada en la práctica de la lengua francesa, lo hacía muy bien. Pues perfecto, bien podía tomar la excusa de ayudarle a afinar sus habilidades lingüísticas para entretenerse con ese carácter tan curioso. De hecho, esa cualidad extraña en ella hizo relajar al francés hasta el punto de olvidarse de su propia posición y verse, de alguna forma, como iguales.

-Ah, bonita, pero si pasar tiempo conmigo no será barato -alzó una ceja y sonrió de medio lado, con una expresión pícara y maliciosa -además sería perjudicial si alguien se entera que una joven soltera anda sola con un hombre soltero -echó un vistazo a su mano izquierda, no había anillo en ella, así que acertó. No pensaba tratarla como un cliente, la pereza le ganaba esa noche, además ya se sentía más o menos satisfecho gracias a la dama de antes. Seguía sin poder recordar su nombre.

Como un experto, analizó el color del licor en su copa, la consistencia, el efecto que tenía en el cristal de la copa. Al final descartó toda observación y vació todo el contenido en su boca, disfrutando del calor que llenaba su garganta y estómago, el ligero cosquilleo en las extremidades como señal de los efectos del alcohol. No había mejor sensación que esa, la ligera embriaguez tan similar a la felicidad de observar la belleza más pura, a una mujer o un hombre hermoso mirándole de vuelta. Alzó la vista hacia la pelirroja y le invadió el mismo cosquilleo. En efecto era preciosa, esos labios debían ser tan… tan… se mordió el labio inferior conteniendo cualquier pensamiento que le guiara a verla como algo más que una chica divertida.

-¿Has venido con tu nana o alguna doncella? -dejó de tratarla formalmente, ya veía que se harían buenos camaradas al menos por la noche, y si la joven se lo pedía, no se negaría a darle un tour por la ciudad y sus sitios más hermosos, una noche en la ópera, otra en el teatro, una tarde en el museo o un agradable almuerzo en el parque.

Volteó ligeramente hacia la derecha, notó una mirada sobre él. Era un caballero y su rostro se le hacía conocido. Quizá hubiese tenido negocios con él en algún momento antes. Daba igual, desvió la vista cortésmente y se enfocó en la dama, sonriéndole como sólo él sabía hacer, de una forma entre inocente y subliminal. ¿Cómo sería debajo de tantas capas de ropa?
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Mensaje por Heather McDowell Miér Nov 05, 2014 5:03 am

Continuó en la misma posición, escuchando las palabras del francés, habiendo vaciado nuevamente una copa de vino este le producía una grata sensación, no solo en el paladar sino que a la vez le hacía sentir más ligera, con un agradable calor que le recorría todo el cuerpo. Jugó con sus dedos trazando círculos en la copa, preguntándose si eran los efectos del vino los que lograban que a cada segundo que transcurriese su acompañante le pareciese cada vez más atractivo.

-Le agradezco que me advierta del peligro que corre mi reputación pero al menos ante el servicio del restaurante está bien resguardada por ahora, a menos que usted les saque del error todos creen que usted y yo somos una honorable- meditó las palabras. -ya sabe.- No pudo evitar soltar una risita. Le divertía la situación, la pequeña charada que sin planearlo había sido montada ante los presentes, como si fueran un par de actores en una escena improvisada.

Aunque no podía saber que opinión se estaba formando en la mente de él acerca de ella. Después de todo con su observación había dado en el clavo. Era una mujer joven que siendo aún soltera se paseaba sola por el hotel. Algo escandaloso el que fuera así en lugar de andar acompañada de una estricta chaperona que estuviera pegada a sus talones y que le recordase en todo momento el valor del recato, la prudencia y la virtud, que le dijese que era inapropiado hablar con un completo extraño y que se escandalizase si supiera lo que ella estaba pensando en ese momento al mirarlo. Y es que repentinamente se preguntaba que sentiría si se aproximase a su rostro y sintiese el roce de su barba contra su piel... De alguna manera sentía curiosidad... ¿Le haría cosquillas? O le induciría a querer... besarlo. Y si se animase a hacerlo, como serían sus labios... acaso tan dulces como el vino que acababa de probar... seguramente que si.

Terrible asunto, el que nunca lo fuera a saber porque seguramente estaba casado y tenía una hilera de niños. Niños rubios de ojos azul intenso que al volver a casa corrían hacia él en tropel y le tiraban del pantalón obligándolo a alzar en sus brazos a cuantos de ellos pudiera. Claro que si, en realidad era un hombre de hogar que se había apresurado a resguardar la virtud de una desconocida, algo encomiable y que nada tenía que ver con las alocadas fantasías que le venían a la mente al observarlo y desear que en lugar de volver a su casa se quedase en el hotel con ella.
 
-Me encuentro sola, aunque no por gusto propio, quien debía acompañarme no pudo hacerlo al encontrarse indispuesta en el momento en que partía, y tampoco tenia deseos de aplazar el viaje debido a eso.- Sonrió levemente observando su plato vacío. En realidad nada hubiera logrado que ella dejase de viajar hace dos días, estaba decidida en ese momento.

Alzó la mirada y le pareció que él acababa de estar observando a alguien más aunque no logró percatarse de quien podía haber sido o quizás fue solo su imaginación. -¿Y de que manera saldrá caro el que goce de tu compañía esta noche?- Al principio le resultó extrañó tutearle así que volvió a probar. -Por otro lado, intuyo que aunque sea así valdrá la pena pasar la velada contigo.- Se dibujó en su rostro una sonrisa ladeada algo traviesa. El mesero había vuelto, retiró su plato de la mesa y preguntó si habían disfrutado de la cena.

-Si, muchas gracias.- Repentinamente siguió un impulso al decir lo siguiente. -Por cierto, nos gustaría ordenar otra botella de vino, pero no para tomar acá, sino que sea llevada a la habitación.- Sus ojos se fijaron en los de azul intenso antes de añadir. -A la número 504.- Fue esa su manera de invitarlo a ir con ella, aunque no tenía manera de saber como reaccionaría. No es que tuviera un plan tampoco, simplemente no había podido resistir el deseo de que la acompañara. Definitivamente esa noche el vino se le había subido a la cabeza.  
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Mensaje por André Sirot Jue Nov 06, 2014 6:02 pm

Aún le hacía gracia que pensaran en ellos como una joven y feliz pareja, especialmente cuando él en definitiva no daba el ancho para el papel. Prestó toda su atención a la joven, siempre mirándole a los ojos, más por costumbre que por intentar ser bueno en el arte de escuchar al prójimo. De hecho, uno de sus grandes defectos era ese, que sólo fingía oír las peroratas que soltaban sus clientes cuando en realidad su mente se hallaba a kilómetros de sus camas. Este caso era distinto, sí estaba escuchando la voz de timbre agradable de la irlandesa. También intuía la intensa mirada que le dedicaba, ¿qué buscaba en él?

-Es una verdadera pena viajar sola a París, es la ciudad del amor -alzó una ceja, dándose cuenta de algunas opciones sobre su viaje -¿Vienes a encontrarlo, acaso? Porque, de ser así, podría acompañarte a algunas reuniones, conozco alguna que otra persona que podría presentarte con un caballero respetable porque yo, así como me ves, de caballero tengo poco, y de respetable tengo menos -sonrió gozando de la autoimagen que tenía. Cierto, era un hombre de modales, bien educado, pero por su propia vanidad decidió ser lo que es. En público era agradable, en privado la historia era otra.

Se sentía honrado de ser el centro de atención de una señorita tan hermosa. Intuía inocencia en ella, y era por ello que se frenaba de hacer comentarios inapropiados. Tampoco es que quisiera tirársela sobre la mesa… se pasó la lengua por el labio inferior inconscientemente de sólo pensar en ella con la espalda contra el mantel y las piernas abiertas para recibirle.

Sufrió un sobresalto con la petición que su compañera hizo al camarero. ¿Ir a su habitación? ¿A qué? Reprendió a esa vocecilla en su cabeza que renegaba de la compañía, cuando momentos antes deseaba con tanto ímpetu relacionarse mejor con todos, ser menos huraño y más agradable y atento. Pues aceptaba, por supuesto, ni modo que delante del camarero se negara. Dejaría al descubierto que la doncella estaba sola y él no tenía nada que ver con ella, y en un hotel esa era la peor de las más tontas ideas.

-¿Estás completamente segura de esto, querida? -esperó a que se hallaran a solas en la mesa de nuevo para hacerle la pregunta. No rechazaría la invitación ni en un millón de años, ya fuera por la belleza de la chica o por el poco ánimo de andar solo en un hotel tan grande donde aparentemente todos se conocían o al menos tenían con quien perder el tiempo, fumar o beber.

Con una sonrisa tenue se puso de pie y se encaminó a ayudar a la chica a levantarse de la mesa, ofreciendo su mano derecha. Como un chiquillo, la emoción se le notaba en los azules ojos, si bien su rostro más parecía una máscara tranquila que la cara de un hombre a disposición de la belleza de una ninfa, una criatura mágica como las hadas, quizá, con poderes extraños sobre él. Y es que, aunque no fuera algo formal, en su código de conductas estaba bien clara una norma: no acostarse con vírgenes ni mujeres solteras. Los riesgos eran demasiado grandes para ambos, ya fuera un embarazo o, peor, que uno de los dos perdiera la cabeza, y estaba claro que no sería André quien se enamorara. Ya no era un muchacho, si fuera a querer a alguien con quien pasar la vida ya habría comenzado la búsqueda, y claro estaba que no se encontraba listo para dejar una vida de placeres y lujos que nunca conseguiría atado a una mujer. A menos, claro… a menos que esta mujer fuera una diosa adinerada que lo tuviese siempre a sus órdenes, cumpliéndole cada capricho y obligándole a hacerle el amor a todas horas y en todos lados.

Pero qué tonterías pensaba. Sostuvo la delicada mano ajena y le besó los dedos en un gesto meramente formal, más que uno sentimental. El olor de su piel era embriagador, quizá fuera un perfume exótico o el aroma natural de su cuerpo. De ser así, estaba perdido.
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Mensaje por Heather McDowell Vie Nov 07, 2014 10:22 pm

Las ideas se atropellaron en la mente de Heather intentando imaginar que pensaba su acompañante de su súbita invitación. ¿Lo estaba comprometiendo y de alguna manera obligándole a aceptar por el mero hecho de que el camarero estaba frente a ellos o él sentía lo mismo que ella? Una atracción tan fuerte que por momentos le ponía nerviosa y en otros le hacía sentir entre nubes, todo provocado por el mero hecho de haberse topado con él.

No podía compararlo con algo que le hubiese sucedido antes. Si, había sentido interés por otras personas, les había encontrado atractivas pero esto era diferente. Era como una ráfaga intensa que la empujaba hacia él y le obligaba a desechar sus advertencias aunque hubiera dicho que no era un hombre respetable. Los caballeros estaban sobreestimados de todas maneras, eran aburridos, pretenciosos, sabelotodos, condescendientes y bastante pesados. Ella hubiera preferido caminar descalza sobre carbones encendidos antes que verse obligada a tener que aceptar las pretenciones de cualquiera de ellos.

-Por supuesto, estoy segura.- respondió firmemente y sonrió leve al mirarlo, certeza que aumentó al verlo levantarse de la mesa y acercarse para que ella pudiese levantarse tomando la mano que le ofrecía. Se puso de pie y sin moverse de lugar apreció el roce de los dedos masculinos sobre los suyos, le agradó su tacto, la sensación que provocaba ese leve roce sobre su piel por lo que no quiso soltarla aún, y cuando sintió sus labios en ese cortés gesto supo que estos eran como ella se los había imaginado, dulces y suaves.

Heather apretó sus labios un poco, acababa de imaginar esos mismos labios besando otras partes de su cuerpo, presionando los suyos, dejándose explorar lentamente al perderse en las sensaciones que seguramente le provocaría... Sintió un nudo en el estómago, así de fácil, tan solo provocado por ese breve contacto, pero hizo un esfuerzo para recomponerse y mantener un aire casual, nada más alejado de lo que experimentaba. -¿La ciudad del amor?- Fijó su mirada en el francés y comenzó a caminar junto a él para salir por la puerta del restaurante.

-No recordaba que se le llamaba así.- Rió ligeramente mientras caminaban por los pasillos sin dejar de lanzar breves miradas en su dirección. -Por favor no me vaya a presentar a ninguno de sus conocidos. Es decir, le agradezco el gesto pero créame, yo no sería compañía grata para ellos.- Lo dijo con un tono más serio, al pie de la escalera, deteniéndose un instante a observarlo y preguntándose si de alguna manera él intuía la razón. «No me interesan porque me interesa usted.»

No supo ni como llegaron a la puerta de la habitación, la número 504, comenzó a buscar las llaves en su bolso de mano y le pareció que tardaba una eternidad en encontrarlas. De repente se sentía muy inexperta, era una sensación extraña porque nunca había pensado eso de si misma. Se concentró en meter la llave en el cerrojo ya que su pulso no se lo estaba permitiendo y sentía que él lo notaba, que no perdía ningún detalle.

-Creo que está atorada.- Se disculpó con él hasta que finalmente sintió el click al entrar la llave y abrir el cerrojo. Giró para mirarlo una vez más mientras abría la puerta y entonces se acercó a él y tomándole de la mano le guió al interior. -¿Deseas beber algo? Creo que... hay un mini bar aquí en algún lado...-
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Mensaje por André Sirot Sáb Nov 08, 2014 8:30 pm

No tenía mucho qué decir, iba en dirección a la habitación de una joven dama de buena cuna a la que parecían temblarle las rodillas por el simple hecho de ir tomada de su brazo, y eso, junto con su conversación nerviosa, le causaba mucha gracia.

-Claro, con tantas luces, tantos perfumes, tantos lujos, ¿cómo no ser la ciudad del amor? Además, con mujeres como tú visitándonos, ¿quién no podría enamorarse? -no deseaba sonar pretencioso, pero era cierto. En el poco tiempo que llevaban recorriendo la distancia del restaurante hasta su habitación contó al menos a cinco hombres que la miraban con algo más que deseo, con admiración genuina. De no ser porque en ese momento iba acompañada de él, más de uno habría tomado el coraje necesario para hablarle o al menos preguntar su nombre. Heather. De hecho era un nombre bonito y fuerte, como ella.

Sonrió con notable amabilidad cuando la chica se excusó por su fallido intento de abrir la puerta. Cada vez que provocaba eso en una persona, la vanidad del francés aumentaba como pequeños espasmos llenando su cuerpo de una calidez embriagadora. Nada le hacía más feliz que las muestras de emoción provocadas por él. Entró, sintiendo el golpe directo de la fragancia de la irlandesa, el perfume que tanto le gustara desde el inicio. Caminó rozando con las yemas de los dedos los muebles a su paso, hasta la ventana.

-Estoy bien, gracias -se echó el cabello liso hacia atrás, un gesto ni masculino ni femenino, sino ambos. Los caballeros le decían que era una forma de mostrar su delicadeza, las damas decían que era sumamente varonil. Le daba igual, sólo le molestaba que los mechones despeinados le picaran los ojos. Sonrió ligeramente, alzando la comisura derecha de sus labios, y deshizo el tramo caminado, tomó a la irlandesa de la cintura y de un tirón juntó sus cuerpos, siempre atento a los gestos contrarios.

Se inclinó ligeramente hacia ella, hacia su boca, ansiando sentir sus labios carnosos, devorarle, hacerle temblar con un roce simple; sonrió suspirando cuando llamaron a la puerta, anunciando el delicado licor que probaran minutos antes. Se separó de ella, con pesar, y fue a abrir la puerta y recibir la botella con dos preciosas copas, despachando al joven mozo de inmediato y con poca delicadeza. Colocó los frágiles objetos donde pudo, donde hubiera espacio. Le daba igual la bebida, sólo ansiaba tenerla a ella por una extraña atracción. No pensaba cobrarle absolutamente nada, esa noche se trataba de regocijarse y ser libre, no esclavizarse por una miserable paga.

-Una vez más haré la pregunta: ¿estás segura de querer mi compañía? -a decir verdad, no era el honor de la dama lo que le preocupaba, sino su propia salud mental. De imaginarse saliendo de esas habitaciones sin tener el placer de probar la dulzura que su piel escondía en rincones ocultos de su anatomía su ánimo descendía hasta los suelos. La deseaba, la necesitaba, no comprendía por qué, sólo le importaba el cuándo.
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Mensaje por Heather McDowell Dom Nov 09, 2014 4:44 am

La mirada de Heather siguió los movimientos del apuesto francés, sin perder detalle de lo que estaba haciendo o diciendo, incluyendo la manera en que sus manos acariciaban ligeramente los muebles, gesto que aunque desenfadado por parte de él lograba que ella prestase atención a las mismas preguntándose que sentiría si más bien estas la acariciasen a ella. Se sorprendió al descubrir que no había notado en que momento él había dejado de estar al otro lado de la habitación y al sentir su cuerpo chocar contra el suyo sintió el deseo irreflenable de descubrir finalmente el sabor de sus labios.

El impulso tuvo que verse refrenado obligatoriamente por el ruido de los golpes en la puerta. Contuvo un suspiro de desilución y al ser testigo del breve intercambio entre mozo y acompañante una imperceptible línea de satisfacción se dibujó en su boca. No era la única que se había sentido frustrada, a él también le había alterado la repentina interrupción. Contuvo una sonrisa al descubrirlo y luego lo observó algo seria. El volvía a hacerle la misma pregunta. ¿Por qué? ¿Se debía a qué quería volverle a brindar la oportunidad de arrepentirse o se debía a algo más?

Alzó una ceja y le observó algo intrigada. ¿Quién era él realmente? Intuyó que había algo más de lo que saltaba a la vista, aparte de apuesto y pillo, pero fuera lo que fuese no le importaba en realidad, le bastaba con saber que era el hombre que le había cautivado esa noche -Creo que esa pregunta ya la he respondido.-

Comenzó a caminar en dirección a él. Si, la presencia del apuesto francés la ponía nerviosa por momentos haciéndole sentir inexperta y extremadamente juvenil, de una manera extraña y novedosa, como nunca se había sentido alrededor de alguien. ¿Pero y él? ¿Qué efecto producía ella en él?

-Deseo tu compañía André.- Pronunció por primera vez su nombre de pila y se dió cuenta de que le gustaba su sonido, le calzaba perfectamente.  Se detuvo a escasa distancia y acercó su mano derecha a su mejilla acariciándola con el pulgar lenta y suavemente con un delicado roce sobre su piel. Sus dedos se deleitaron en esta y continuaron hasta su barba. No pudo evitar sonreir, era rasposa y picaba. Su mirada se desvió hacia sus seductores labios y se detuvo en ellos. ¿De verdad era francés? Si no hubiese estado segura de lo contrario hubiera creído que se trataba de un druida que tomándole ventaja se había anticipado a lanzarle un hechizo. Sonrió levemente al cruzarse por su mente tan absurda idea.

-En este momento deseo tu compañía más que cualquier otra cosa.- Lo dijo seriamente tomando las manos masculinas en las suyas y guiándolas hacia su cuerpo para colocarlas de vuelta en su cintura. Lo último que deseaba era que él se marchase. Al diablo las buenas costumbres si esto no se consideraba como parte de ellas, su sangre irlandesa ardía de deseo y atracción hacia él. Alzó la mirada para encontrar sus azules ojos, se inclinó hacia su apuesto rostro y deteniéndose en su mejilla depositó un beso cerca de la comisura de sus labios adonde se detuvo disfrutando de ese contacto y descubriendo su adictivo olor.
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Mensaje por André Sirot Lun Nov 10, 2014 10:01 pm

¿Qué era esa mujer? Se preguntó. Nunca antes le provocó tantos deseos de poseer un cuerpo, necesitaba desahogar esa necesidad dentro de ella, y con urgencia. Su voz, su acento, sus gestos, todo en ella le resultaba exótico, extraordinario. Tal vez algún día viajaría a Irlanda, a investigar si todas las mujeres eran igual de mágicas. Tomó su pequeña cintura cubierta por los kilos y kilos de tela innecesaria, ni siquiera podía disfrutar del tacto como quería. Buscó discretamente el modo de deshacerse de las prendas, moviendo las manos hasta colocarlas casi en su espalda, rozando con los dedos los bordes de la costura fina de su vestido.

-Tal vez deba decirte, en este punto, que soy… -no quería decirlo, pero engañar a una mujer no estaba en su lista de prioridades -No soy como tú, hermosa, yo… -no hallaba las palabras correctas, y jamás en su vida despreció tanto su profesión. Al diablo, lo más probable es que jamás la volvería a ver. Deshizo la distancia entre ambos, uniendo sus bocas, ambos hambrientos de probar lo que el otro ofrecía. Y no se decepcionó. Sus carnosos labios sabían a gloria, y lo mejor era que no eran los de una muchacha tímida y mojigata, sino los de una mujer hecha y derecha. Su curiosidad sobre el país de origen de la dama entre sus brazos aumentó.

El beso duró casi nada, se separó sorprendido y agitado. Su rostro, que pocas expresiones mostraba normalmente, era la viva imagen del desconcierto. ¿Qué fue eso que sintió? Algo raro, desconocido, y más agradable de lo que pudiera haber esperado de un simple beso. Intentó de nuevo, volviendo a atacar esa boca y obtuvo el mismo resultado, pero no volvió a separarse de ella. Apretó los dedos sobre su corsé deseando tener garras que arrancaran la inútil prenda que de nada servía además de quitar tiempo cuando las necesidades corporales llamaban.

Dejó salir un gemido involuntario, y de nuevo sorprendido por ese hecho sonrió mordiendo ligeramente el labio inferior de la chica, y cuando al fin el beso llegó a su final subió una mano a tocar la suave mejilla de Heather. Si supiera la cantidad de cosas que le provocaba física y mentalmente, seguro se reiría de él, como si fuera un inexperto en las artes del amor.

-Lo siento si te he ofendido, no puedo contenerme esta noche -se excusó acariciando el mentón de la bella muchacha. El hombre que ganara su corazón sería tan afortunado… sonrió de medio lado, prefería no pensar en ello o quizá comenzara a desarrollar una obsesión malsana hacia ella. No le costaría nada contratar un detective que le dé santo y seña de la localización de la chica cuando le diera la gana, y podría seducirla y meterse entre sus sábanas.

Caminó de espaldas, sin soltarla, hasta chocar con la cama y caer sentado en el colchón, dándole absoluto control a la irlandesa. Fijó la ansiosa vista en su escote por una fracción de segundo, que le bastó para imaginar lo que escondería el corsé. Se mordió el labio, su cuerpo le estaba traicionando de la peor forma, igual que un adolescente en su primer encuentro íntimo.
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Mensaje por Heather McDowell Jue Nov 13, 2014 1:18 am

Le pareció que transcurría demasiado tiempo hasta que finalmente ambos rostros se acercaron el uno al otro permitiendo que sus labios colisionaran entre sí acoplándose perfectamente. Una serie de agradables vibraciones recorrieron el cuerpo de la joven y sus manos se aferraron al cuello de la camisa de André dejándose seducir por la embriaguez que le provocaba el beso. Sus labios eran mucho más de lo que ella había imaginado por lo que al separarse sintió una insatisfacción muy grande, le hacían falta. Se mordió el labio inferior a modo de protesta mientras observaba el apuesto rostro de quien acababa de provocarle tantas cosas en tan breve espacio de tiempo.

Sonrió felizmente cuando los labios masculinos volvieron a los suyos y alzó una de sus manos para acariciar el rubio pelo, pegando su cuerpo al ajeno, la otra mano acarició su espalda sobre la tela ávida de sentir más de él. No comprendía muy bien que era lo que estaba experimentando pero sabía que era algo nuevo, maravilloso e inquietante. No deseaba que la sensación le abandonase ni un segundo y volvió a sonreír cuando sin que el uno dejara ir al otro cruzaron la mirada al dirigirse hacia la cama.

Los azules ojos le parecían irresistibles, no deseaba dejar de mirarlos ni apartar la mano de su mejilla y dejar de acariciarla. Pensó un segundo en lo que él había dicho, parecía que había estado a punto de revelarle algo aunque ella no podía saber a que se refería. ¿Qué estaba casado quizás? Si era así en ese momento detestaba vehementemente a su pareja porque alguien que pudiese recibir sus besos y sus caricias todo el tiempo era demasiado afortunado.

Cayó sobre el colchón a la par de él apenas a una distancia de centímetros. -No me has ofendido.-  Arqueó las cejas pensativamente y se acercó para besar su cuello. Despacio tiró del extremo inferior de su camisa subiéndola y atreviéndose a acariciar su piel mientras lo hacía, estudiando los músculos de su abdomen con las yemas de sus dedos al igual que los de su pecho y sonriendo suavemente al sentir el contacto de su piel y obligarle a levantar los brazos para deshacerse de la tela.

Lo miró unos segundos admirándole y sintiendo que su respiración se agitaba. Repentinamente no deseaba pensar que sólo le vería esta noche y que luego no volvería a saber nunca nada más de él. Deseaba volver a verlo, salir con él, escucharle hablar, que le ayudara a practicar su francés, deseaba compartir con él esa intimidad que solo pueden tener los amantes y volver a ver su sonrisa de hombre poco respetable como se describía él.

-Creo que... necesito que me ayudes...- Giró dándole la espalda para que le ayudara a aflojar las cintas de su corsé mientras ella soltaba los ganchos que recogían su rojizo cabello a ambos lados de su cabeza y al encontrarse este libre lo recogíó momentáneamente a un lado sobre su hombro mientras contenía la respiración a medida que las cintas se iban liberando una a una y ella lograba sentir la cercanía de sus manos. Podía sentir su respiración tan cerca al igual que su cálido aliento y este provocaba que la piel de su espalda se erizase de anhelo. De repente los pensamientos se atropellaron en su mente. Y si ella no era lo que él esperaba... o sino le parecía atractiva...
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Mensaje por André Sirot Jue Nov 13, 2014 9:18 pm

Gran satisfacción halló en el hecho de que ella tomara cierta iniciativa en el acto que estaban a punto de llevar a cabo, el inminente encuentro que luchaba por retrasar más en favor de la dama que por negarse un placer a sí mismo. No sería justo para ella, mucho menos cuando se enterase de lo que era él, el tipo de hombre al que se estaba entregando. Y a pesar de todo permitió que besara su cuello y le subiera la camisa, sintiéndose desfallecer de puro gozo con tan simple acto.

Le permitió seguir adelante y quitarle la camisa sin rechistar, toda ella era como el opio, le quitaba la capacidad de razonar y negarse a consumirla más. Conocía a la perfección los atributos propios, que si bien tenía una complexión delgada sus músculos bien trabajados resaltaban dándole ese deje de virilidad que tanto gustaba a las damas. Ni siquiera se quejó porque ella lo mirase de la misma manera que las demás. Aparte, sus dedos se sentían demasiado bien como para ahuyentarla pronto, de hecho anhelaba sentir más de esos dedos en otras zonas de su cuerpo.

Se sentó obedeciendo su tímida petición de ayudarle con el corsé, y lo hizo ágilmente, con dedos expertos en arrancar ropas complejas. Con cada cinta que halaba estaba más cerca de descubrir el tesoro que buscaba. Finalmente la prenda cedió y dejó que fuera ella quien la retirase por completo, admirando su espalda femenina y sus hombros estrechos, sus curvas decentes y bien moldeadas.

-¿Sucede algo, hermosa? -aventuró una vez que notó un deje dubitativo en sus movimientos, un leve indicio de inseguridad, ¿pero inseguridad por qué? Acaso recapacitara sobre lo que sucedía en la alcoba y debiera volver a vestirse, despedirse y largarse del hotel para no importunarla más. El solo pensamiento le causó dolor de estómago. La quería, la necesitaba, y a menos que saciara su hambre no estaría satisfecho en absoluto.

La tomó de los hombros, aún detrás de ella, y subió tocando con las palmas hasta su cuello, jugueteando con su larga melena. Besó detrás de su oreja dándole el ánimo que necesitaba, y susurró en un tono confidencial, con su voz grave y suave al mismo tiempo.

-Eres tan bella como una sirena, y si quisieras matarme moriría feliz -hizo caer el vestido dejándola en ropa interior, la ligera tela no representaba más un obstáculo para sus sentidos, y desde su posición le era fácil notar sus firmes pechos erguidos, orgullosos y tiernos. La boca se le tornó pastosa, la necesidad de mamar sus senos se intensificó a pasos agigantados con tan poco incentivo, y sin embargo era tan magnífico que otra parte de él le pedía que no hurgara más, que resguardara su honor y lo reservara para quien valiera la pena.

Al demonio con esa voz, quiso matarla a gritos, demostrarle que el honor poco valía para quien se vendía por algunas monedas, y siendo el caso, ¿no se merecía obtener algo por puro mérito en vez de hacerlo por compromiso? Como si una escoria mereciera a tan exquisita dama.
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La noche sorprende a quien sueña despierto [Heather McDowell +18] Empty Re: La noche sorprende a quien sueña despierto [Heather McDowell +18]

Mensaje por Heather McDowell Vie Nov 14, 2014 2:05 am

Cerró los ojos al sentir el tacto de sus manos sobre su espalda desnuda, los labios que al besar su oreja lograron que nuevamente el deseo de él le atenazara todo el cuerpo. El aliento en su oído bastaba para tensar su vientre y lograr que una oleada de calor le recorriera despertando una necesidad física tan fuerte que ella no podía pensar que por alguna razón no se le permitiese apaciguarla con él. Una sonrisa de medio lado se dibujó en sus labios, las palabras que acababa de escuchar de su boca fueron las únicas que lograrían precisamente lo que ella necesitaba en ese momento, comprender que la atracción era mutua y la necesidad igualmente imperiosa para los dos.

Abandonó entonces sus dudas y giró para mirarlo de frente. Habían algunos detalles que ella aún no le había dicho, por ejemplo, que no había sido una simple joven en Irlanda sino una druidesa que practicaba hechicería, que había escapado de su tierra buscando refugio en Paris pero para escapar de sus pesadillas no para conocer la ciudad del amor. Aunque nada de eso importaba en este momento, las palabras sobraban, solo importaban las acciones.

Detuvo su mirada en los ojos azules mientras sus manos se ocupaban en alcanzar su espalda para soltar el broche de su sujetador y de esa manera liberar sus pechos de la única prenda que les resguardaba, dejó caer a un lado la tela quedando estos expuestos bajo la mirada masculina. En el pasado siempre había estado orgullosa de esa parte de su anatomía y cuando se miraba al espejo le parecía que eran bonitos y bien formados y que no tenía nada que envidiarle a otras mujeres aunque el que él la estuviera observando lograba inquietarla a niveles estratosféricos. Sus manos se ocuparon de sus bragas, tiró de ellas y las lanzó lejos, probablemente al otro lado de la habitación pero ¿qué importaba adonde fueran a dar?

Se encontró entonces completamente desnuda frente a él pero le pareció que no era justo que no estuvieran en igualdad de condiciones por lo que acortó el espacio existente y empujando suavemente su pecho le tumbó sobre la cama resultándole fácil despojarle de sus pantalones y su ropa interior. Llegado ese punto no pudo evitar detenerse a contemplarlo. Se mordió el labio al posar su mirada en él  y la apartó rápidamente. No podía evitarlo, a pesar de la situación en que se encontraban y de que ella no era ninguna puritana no estaba acostumbrada a ver a un hombre completamente desnudo.

-Matarte no es precisamente lo que ronda por mi cabeza.- Lo dijo mirando la pared y luego se decidió a devolver la mirada hacia él, esta segunda vez lo contempló apartando la verguënza, admirándole y sintiendo que su cuerpo se estremecía al hacerlo. Sonrió al acercarse a sus labios soltando su respiración sobre ellos y mordió sensualmente el inferior. -En realidad todo lo que quiero es que me ayudes a practicar el francés...- Sonrió entre sus labios y se percató de que él era extraordinariamente apuesto y de que lo quería.
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Mensaje por André Sirot Sáb Nov 15, 2014 10:23 am

La visión de la sirena desnuda no se comparaba ni por poco con la imagen que tenía en la mente, sobrepasando cualquier expectativa que tuviera. Quedó, literalmente, sin aliento. Lo que no podía explicar era cómo una joven, que en general lucen iguales, lograba tal efecto en él, tan acostumbrado a ver cuerpos desnudos sin sentir más que la punzada del deseo carnal, misma que desaparecía en cuanto terminaba con su trabajo. Las comisuras de su boca se elevaron ligeramente, muy apenas, en señal de aprobación.

No opuso la menor resistencia cuando ella lo tumbó y le quitó el resto de la ropa. Apoyado en los codos se elevó un poco, suficiente para ver mejor y sentir el cálido aliento de la fémina darle contra la boca sedienta de ella. Todo lo que le hacía le resultaba nuevo y digno de admirar, ella siendo el resultado de dos partes opuestas: la tímida y la intrépida. Más que interesante sería conocer el resultado que tal mezcla era capaz de obtener. El francés podía ser de todo, menos desconsiderado, y si la dama necesitaba incentivos, se los daría.

Muy despacio fue sentándose y tomándola de una muñeca y un muslo, de forma que la colocó a horcajadas sobre él con enorme delicadeza, saboreando cada movimiento en que sus cuerpos se rozaban al punto de sacar chispas. Rió bajo por esa ocurrencia, pues si quería aprender francés… bueno, el francés le enseñaría a ella.

-Temo incomodarte, pero debo preguntar -acarició su mejilla y colocó un mechón de su sedoso cabello tras su oreja, ladeando ligeramente la cabeza -¿Eres virgen, pequeña? -pregunta obligada, para empezar, por su código personal y, en segundo lugar, porque se odiaría a sí mismo por mucho tiempo si la impaciencia lo llevara a lastimarla aunque fuera un poco; decidido estaba ya de darle tanto placer que el cuerpo entero se le debilitaría por un buen rato -No me lo tomes a mal, querida, es por tu bien -aclaró restando importancia al asunto. ¿Qué importaba si una mujer quería o no hallar otra fuente de placer? Jamás comprendería ese afán de negarles a las jovencitas la felicidad de la exploración sexual si a los varones se les celebraba cada “hazaña”.

Se dedicó a darle pequeños besos en el cuello, las clavículas y los hombros, abrazando su menudo cuerpo con más calidez que con lujuria. Cierto que se le quemaban las entrañas de deseo, sin embargo no hallaría jamás el gozo que buscaba si forzaba la situación. El hecho de lograr que la chica le retribuyera y no se limitara a yacer en la cama esperando el final para cualquiera de los dos, sin duda significaba el mejor de los premios, el saber que era tan capaz de follar como de hacer el amor. Sorprendido de sí mismo por pensar en esa palabra, permaneció unos segundos con los labios adheridos a la piel blanca de la chica, con los ojos abiertos y fijos en el color rojo que inundaba su visión. Él no hacía eso, nada más quería complacer y complacerse.

Sus manos abandonaron la espalda de la chica y se coloraron en sus caderas al tiempo que se separaba, como embriagado, de su cuello y miraba sus labios carnosos. Llevó una mano a tomar su mentón y acarició el labio inferior con el pulgar, tan suave y femenino. Muchas preguntas le azotaron acerca de la identidad de la joven. Su nombre ya lo conocía, ¿pero quién era en realidad? Nada podía ser peor que él, ocultándole la verdad, exponiéndola a la vergüenza, sin embargo sí le inquietó bastante que cupiera la posibilidad de que fuese más que una dama de privilegiada cuna o, peor aún, de la más privilegiada cuna de su país.
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Mensaje por Heather McDowell Dom Nov 16, 2014 1:04 am

Heather perdió momentáneamente el aliento al encontrarse en horcajadas sobre él, el que ambos cuerpos entrasen en contacto y que la piel masculina tocase la suya resultaba más que simplemente placentero, lograba que la de ella se erizara completamente y que todo su ser se sintiera embargado de sensaciones novedosas y sorprendentes. Le gustaba que la estrechara en sus brazos y cada nuevo beso de sus labios le parecía exquisito aunque también había algo dulce en la manera en que él la estaba tratando, como si la cuidara y eso más que cualquier otra cosa logró que ella se relajara y se sintiera a gusto con él.

Cada detalle de su rostro era perfecto, ella le echó los brazos al cuello y sonrió mientras acariciaba su nuca permitiendo que sus dedos jugaran con su rubio pelo y se enredaran en el. -Mmm... veamos.- Adquirió un aire pensativo. Por supuesto durante su vida había tenido pretendientes y varios la habían besado pero...

-Deaglan MacBranain intentó sobrepasarse conmigo a pesar de que su esposa era una mujer bella y adorable y unos años después Lochlan Mulrennan intentó lo mismo el día de la fiesta de San Patricio. A ambos los pateé lo más fuerte que pude en la entrepierna.- Rió y mientras hablaba uno de sus dedos acarició suavemente el cuello y la garganta masculina, la clavícula y el torso, encontrando irresistible el tocarle y sintiendo una intensa electricidad envolviéndoles a ambos como si fuera algo mágico.

-Y... hace un par de años comencé a salir con Ronan O'Hannigan, pudo haber sucedido algo sino fuera porque en el momento preciso su borrachera le hizo perder el conocimiento. Al día siguiente lo mandé a volar, me bastaba con que a mi padre le gustara empinar el codo frecuentemente.- Se encogió de hombros y el leve movimiento hizo que su cuerpo temblara involuntariamente al rozar el de él. Entonces se le cruzó por la mente la idea de lo agradable que sería despertar más de una vez a su lado y darse el gusto de ver repetidas veces esos ojos azul intenso. Sería tan maravilloso que él se quedara con ella durante su estadía en el hotel. Si tan solo ella pudiera proponérselo ¿qué le respondería?
 
Su rostro adquirió un tono más grave al mirarlo antes de responder. -Si. Soy virgen.- No le gustaba la palabra porque parecía una etiqueta. Intentó adivinar que pensaba de esa revelación, le preocupaba demasiado que cambiase de opinión y decidiese que no quería estar con ella. -Si es mi honor lo que te preocupa por favor no pienses en eso. Sé exactamente lo que estoy haciendo.- Lo abrazó, depositó suavemente múltiples besos en su cuello y en su garganta y aspiró el aroma de su loción. Olía tan bien, todo él se sentía tan bien, tan perfecto y a cada segundo que transcurría ella moría de deseo por él.-No quiero que te vayas. Lo único que me preocuparía en este momento es que debido a mi falta de experiencia no pudiera llegar a complacerte.-
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