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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por André Sirot Jue Oct 30, 2014 6:36 pm

Recuerdo del primer mensaje :

En su oficio siempre se corrían riesgos: enfermedades, pobreza, clientes sádicos que disfrutaban torturando a quienes simplemente buscaban sobrevivir de la manera más honrada posible; vale, que este último punto no se aplicaba a él que, por ocio, renunció a un empleo “digno” para convertirse en lo que era, una marioneta de quien le pagara. Pero también tenía sus grandes ventajas, como la que disfrutaba en ese preciso momento en una amplia y mullida cama repleta de almohadas y sábanas tan suaves que lo invitaban a pasar la eternidad ahí desnudo, como estaba.

Esa noche fue el acompañante de una dama, ¿cuál era su nombre? Anne, Louise, algo así, pero en verdad no importaba. La mujer, nada despreciable estéticamente hablando, se fue apenas terminó su sesión de intimidad, le pagó generosamente y tuvo la bondad de permitirle pasar la noche en la lujosa habitación, además de permitirle comprar lo que quisiera; jamás dudó de su capacidad como amante, pero eso le parecía llegar a extremos que no le fue posible rechazar. Como quiera que fuere, la noche apenas comenzaba y no tenía nada más que hacer. Podría dormir hasta que le doliera la cabeza, pero eso le quitaría toda la diversión al asunto.

Arregló sus ropas, nada despreciables, y luego de una deliciosa y muy minuciosa ducha se vistió y preparó para ver qué cosas podía ofrecerle el hotel. ¿Un cliente nuevo, quizá? Jamás despreciaría el sexo y menos la pasta bien ganada. Energía le quedaba de sobra y huéspedes solitarios sobrarían. Damas, caballeros, cualquiera serviría para su propósito. Aunque, muy en el fondo, preferiría bajar a cenar, tomar una copa y pasear por los pasillos hasta perderse.

Satisfecho con el aspecto que el espejo le ofrecía, con el cabello ligeramente enmarañado y la barba algo crecida, salió de la habitación. Lo primero que pudo percibir, sin la distracción de la dama de antes, fueron los perfumes mezclados. Aromas dulces, otros pesados, otros tan agradables que provocaban sonrisas. Las ropas de los huéspedes del hotel lucían todas, sin excepción, lujosas: vestidos pomposos, manos enguantadas en finas telas, trajes impecables y sombreros elegantes. ¿Y él? Bueno, su apariencia no dejaba conocer su profesión, como tampoco le hacía pasar desapercibido.

Bajó, pues, en busca del restaurante del hotel. Fue guiado por un mozo hasta una mesa que ocuparía él solo, sin nadie que hablara sin parar de temas obscenos o cosas que no entendía, sin tener que fingir que le importaba lo que le dijeran. Estaba él, la carta y el mozo esperando su orden.

-La especialidad, por favor, y el mejor vino que tengan -devolvió el menú. No tenía ánimos de leer cada platillo y hacer las preguntas de rigor sobre los ingredientes, así que tomó la salida fácil. Y apenas se quedó solo notó lo mucho que desencajaba en el lugar donde todos cenaban, por lo menos, en parejas. Un suspiro silencioso salió de sus labios delgados. Tal vez, sólo tal vez, debería esforzarse un poco más en llevarse bien con la gente y, quizá, esa noche habría invitado a sus amigos a cenar. Si tuviera amigos.


Última edición por André Sirot el Dom Nov 16, 2014 11:54 pm, editado 2 veces
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Mensaje por André Sirot Sáb Nov 29, 2014 11:25 pm

Sucedió como en un sueño, todo tan irreal y al mismo tiempo nítido y natural. Sus instintos y sentidos le dictaban la dirección que debía seguir en adelante, pero sus demonios lo jalaban reteniendo su avance. A pesar de todo, las palabras que salieron de su boca con ese acento, ese tono, esa muestra de una emoción más grande que cualquier otra, le quitaron las cadenas que en toda su vida le mantuvieron cautivo e impidieron aventurarse hacia algo nuevo.

Estrechó el abrazo, agradeciendo a cualquiera que fuese quien controlara el momento, ellos, un dios, hadas y duendes, lo que fuera. No conocía un argumento que pudiera ofrecer tras tremenda confesión que ambos compartieron, esas palabras con tanta fuerza y potencial que los destruiría o uniría. Y pensar que él dijo que tenía sólo tres días… Que gran estupidez de su parte. Quitó el cabello que le cubría la espalda y le besó el omóplato, siguiendo un camino hacia su hombro, su cuello y su mejilla, y se detuvo ahí, pues vio el brillo de la luz sobre sus lágrimas. Heather lloraba, y le rompió el corazón.

Con el ceño fruncido la movió despacio hasta verla a la cara, con una mano limpió la humedad sobre su piel y frotó la piel tersa de su mentón. ¿Por qué tenía que ser tan espectacular? No sólo su belleza física le impactaba, ni siquiera pensaba en sus capacidades sobrenaturales. Era su espíritu el que le llamaba a permanecer a su lado por el tiempo que le quedara en ese mundo. Pasó el pulgar, húmedo, por el labio inferior de la dueña de todo él, sin poder despegar la mirada de sus ojos afectados por el llanto y un brillo especial que, a saber cómo, adjudicó al reciente estatus entre ellos.

-Hermosa, no llores… -no reparó en que su voz apenas fue un susurro ahogado por la pena que le embargaba. Una cosa más aprendió esa noche, y era que las lágrimas de una hechicera en especial no tenían cabida. Heather jamás lloraría de nuevo, no mientras él pudiera evitarlo -Aunque sea de emoción, mejor ríe, salta, grita, pero jamás dejes que tus ojos derramen una sola lágrima más.

Se sentó y buscó el borde de las sábanas, lo jaló y cubrió ambos cuerpos en un intento de darse más intimidad. Compartir el lecho de ese modo, casto hasta cierto punto, sin sexo de por medio, sin negocios interrumpiendo, sin la única compañía de la lujuria, jamás se le antojó más cómodo. Previamente, cuando ella le contara que sospechaba que fuese un hombre casado la simple idea le provocó náuseas, y ahora… Ahora sentía la repentina necesidad de arrodillarse y ponerle en el dedo lo primero que encontrara; una absoluta barbaridad, dado que, por más que fuera cierta la historia sobre la migración de las almas, apenas acababan de encontrarse, o reencontrarse dado el caso. Además ella era una dama de buena cuna, y él no era más que un remedo de hombre, una escoria, lo peor que la sociedad podía ofrecer. Si tan sólo sus hechizos pudieran obrar en él un milagro que le quitase esa sensación de suciedad y el sentimiento de ser despreciable e indigno, mandaría al infierno los miedos y prejuicios, si con eso lograba ver más sonrisas que iluminasen los ojos verdes como el bosque de la mujer a quien pertenecía su corazón.
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Mensaje por Heather McDowell Lun Dic 01, 2014 3:43 am

Las cálidas manos de André borraron las lágrimas que aún mojaban sus mejillas y al hacerlo lograron también desplazar cualquier residuo de tristeza que al contemplarle no podía reencontrar cabida en ella, especialmente tras haber expresado en voz alta las palabras más sinceras que había dicho en toda su vida y encontrar en su rostro la confirmación de lo que ambos acababan de expresar al otro. Se perdió un momento en su mirada y siguió con interés sus movimientos sin estar muy segura de que estaba haciendo y sin poder evitar sonreir al encontrarse bajo el refugio de las sábanas.

Estiró los brazos hacia él cuando le vió acercarse de vuelta y girando sobre su costado le indicó que se recostase a su lado en la cama de manera que ambos estuvieran frente a frente muy cerca el uno del otro, deslizó su cuerpo lo más cerca posible al suyo, no quería dejar de sentirle, de gozar de el calor que le irradiaba y de la intimidad que compartían.

-No lloraré más.- prometió y se sintió dichosa con mirar su rostro mientras su mano no desperdiciaba la oportunidad de acariciar su brazo cariñosamente, llegar a su hombro, detenerse a repasar su clavícula con las yemas de sus dedos y subir suavemente por un lado de su cuello. Por un momento se contentó con eso sin sentir la necesidad de decir palabras y sin que ello le hiciese sentir incómoda en lo absoluto, simplemente estaba gozando de él, de todo lo que él era y del amor que acababan de descubrir que compartían.

-Empecemos algo nuevo juntos.- Tras un momento se acercó más, besó sus tibios labios y le tomó la mano sonriendo al estarse acostumbrando a enlazarla con la suya. No estaba dispuesta a dejarle marchar después de tres días, y si él se atrevía a hacerlo pues, después de lo que le había dicho lo seguiría adonde fuera para recordarle que lo amaba y que no pensaba renunciar a él.

-Dejémos todo atrás, dejémos el pasado adonde pertenece...- Comenzaba a estar segura de que no era algo imposible y lo cierto era que al decirlo en voz alta le parecía más factible. Deseaba despertar junto a él, compartir todo lo que pudieran, aprender todo lo que a él le gustaba, que él fuera lo último que viera por la noche y que nunca se cansaran de hacer el amor. Observó sus azules ojos y se sintió hechizada nuevamente, tenía razón, debían reir, saltar, gritar, solo él le importaba.

-Podemos buscar algún lugar que sea nuestro...- Lo observó un momento y luego lo abrazó rodeándolo con sus brazos, descansó su mejilla en su pecho y besó esa zona negándose a soltarle. -Permíteme amarte André... no sólo esta noche sino todo el tiempo que nos resulte posible...- Ahora sabía que había sido una tontería creer que no deseaba compartir su vida con nadie cuando lo único que deseaba y lo único que le parecía que tenía sentido era iniciar el resto de la suya con él.
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Mensaje por André Sirot Lun Dic 01, 2014 10:48 pm

Refugiado en sus brazos, tras haber aceptado la cálida invitación, no notó que sonreía de manera involuntaria, por primera vez totalmente inconsciente de su aspecto cuidado, de sus gestos calculados o de sus palabras cuidadas. Todo lo que hacía estando en compañía de la irlandesa salía con naturalidad, a pesar de que le costaba un poco de trabajo, como una puerta que cuesta abrir después de años de no usarse. André comenzaba abrirse gracias a la llave que su hermosa dama usó en él. De pronto la cercanía comenzó a calentarle la sangre, el roce de esos senos hermosos contra su torso desnudo, sus manos unidas, su aliento chocando contra su boca y luego sus bocas unidas por un breve espacio de tiempo…

-¿Empezar algo? -regresó de golpe a la realidad. La chica hablaba de cosas serias y, por más que aceptara y abrazara la idea de amarla incondicionalmente, empezar no era precisamente su fuerte.

De todas formas, le acariciaba el cabello y la mejilla, acomodó un mechón tras su oreja, un gesto que ya disfrutaba. Sonrió con los labios apretados, la duda adueñándose de él. ¿Sería capaz de llenar las expectativas de Heather? Era un hombre fuerte, duro, pero si llegaba a decepcionar a quien amaba jamás se perdonaría. Y justo como el miedo llegó, se desvaneció. Su cuerpo comenzaría resentir tantos cambios de humor si ella seguía provocando tantas emociones de golpe cada dos minutos.

-Cielo, te seguiré hasta el fin del mundo si me lo pides -si existía un motivo por el cual dijo tal cosa, le vendría bien que alguien se lo explicara, porque simplemente sonó su voz llena de seguridad pero la voz de la prudencia, arrumbad al fondo de su consciencia, le susurraba que debía meditar mejor las cosas. Pero ahí estaba, lo dijo -No tengo ni un céntimo de sobra, y odiaría tener que volver a la vida que tuve antes de… esto, pero por ti, mi hada, lo que sea -excepto valerse de los medios comunes de supervivencia, quizá. O quizá no.

Con el fin de quitarse de la cabeza tantas dudas y vacilaciones la besó profundamente, empujando hasta que sus cuerpos no dejaron ni una zona sin tocarse, apasionado y posesivo. Sí, quería estar con ella para siempre, hacerla feliz, ser testigo de esas orbes flotando alrededor de ambos cada vez que le causaba un orgasmo. Sí, quería darle todo eso y mucho más, quería ofrecerle el mundo entero.

-¿Qué pensabas hacer tan lejos de casa, además de practicar el idioma? -comentó con cierto humor, muy cerca de ella, rozando sus labios todavía y tomando sus pechos con ambas manos ahora que estaba prácticamente sobre ella -Me duele tanto tenerte de esta manera… me quemas la piel… -el deseo lo consumía de nuevo, acabaría al borde de la locura. Pero más allá del deseo, se encontraba esa sed insaciable por sus labios y el sonido cantarín de su risa. Si amar a alguien significaba valorar esos pequeños detalles, entonces estaba perdido de amor.

Una vez más al mando, cambió esa pasión abrasadora y en lugar de devorar sus labios de nuevo, besó su frente y volvió a recostarse a su lado, excitado y necesitado, pero bastante controlado. Antes que su propio beneficio siempre buscaría el bienestar de la mujer de sus sueños, la que creía que sólo existía en sus pensamientos. Su Heather, quien se convertiría en más que su compañera en el momento en que salieran del hotel y volvieran al mundo real.
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Mensaje por Heather McDowell Mar Dic 02, 2014 4:28 am

Observaba cada uno de sus gestos mientras hablaba, los cuales parecían cambiar de un momento a otro aunque sin que lograra ninguno ser menos fascinante para ella que el anterior. Por momentos le veía serio y pensativo, en otros parecía más relajado y le regalaba otra de esas sonrisas que comenzaban a embelesarle y que estaba segura no se cansaría de observar por más tiempo que transcurriese. Y eso que comenzaba a notar en él diferentes tipos de sonrisa, algunas más graves que otras, otras más relajadas y despreocupadas, al igual que las traviesas aunque tenía que admitir que algunas veces simplemente observaba sus labios y volvía a sentir el deseo intenso de probarlos.

Así era como una parte de ella se estaba concentrando en la conversación y la otra en el deseo que aunque satisfecho increíblemente hace unos minutos comenzaba a resurgir y que para nada menguó al compartir el profundo beso que hizo que su sangre corriera disparada por sus venas y que le urgiese a desear repetir lo que acababa de probar y que ahora le parecía no era suficiente para toda una noche por delante. ¿Cómo iba a tener una conversación normal si la tocaba así tensándole el cuerpo de necesidad?

Suspiró intentando aclarar sus ideas y reflexionó en lo que le estaba diciendo. -¿Qué era lo que hacías antes?- Lo observó con gravedad, si la tarea le había parecido aborrecible no deseaba de ninguna manera que volviera a lo mismo. No era ella quien le iba a exigir que se convirtiera en uno de los caballeros estirados y afectados a los que siempre había evadido ni mucho menos lo orillaría a convertirse en algo que no desease.

-No tenemos prisa... podemos meditar que hacer sobre la marcha.- No tenía aún todas las respuestas pero deseaba tener fe en que estas llegarían de la mejor manera. Comenzó a pasear sus manos lentamente sobre el torso masculino, un único beso no era suficiente, le había despertado una sed que no iba a calmar más que probándo más de él así que demandante cambió de posición inclinándose contra su cuerpo, fundió nuevamente sus bocas y su mano viajó sobre su muslo deslizándose hacia arriba entre sus piernas, ahuecó en ella su miembro y su pulgar comenzó a trazar caricias sobre la cabeza del mismo buscando una reacción acorde con lo que le había provocado a sus pechos.

Profundizó el nuevo beso hasta elevar la temperatura de sus cuerpos comenzando a notar como su miembro pulsante y caliente se endurecía bajo el estimulo por lo que procuró esmerarse en atenderlo de la mejor manera. -Tenía planeado hacer algo con mi música, especifícamente con mi violín... Paris es la ciudad del arte... Pensé que aquí podría aprender más, llegar a presentarme ante el público o algo así...-

Se trataba de sueños que por momentos se le antojaban como quimeras al no saber si podrían realizarse, especialmente por lo que era. Si se llegara a saber... con toda seguridad los fanáticos religiosos la lanzarían a la hoguera. Lo observó y no se pudo imaginar un destino así, no cuando pretendía tener a su lado a su francés, no iba a permitir que los temores le dominaran. Ahora ni siquiera la música le importaba tanto, su único sueño era él. -No estoy segura de que te hayas percatado de cuanto te necesito otra vez...-
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Mensaje por André Sirot Mar Dic 02, 2014 10:45 pm

El interés que Heather mostraba por él era conmovedor, y comenzaba a calmar sus ansias carnales cuando, de pronto, ella tomó el control y comenzó a acariciarlo, a excitarlo, y todas las ideas coherentes volaron lejos de él. Gimió cuando ella le besó y fue incapaz de negarse; lo disfrutaba demasiado. Asió su cuerpo rodeando su cintura con ambos brazos, bien apretada, hasta que de nuevo separaron sus bocas y pudo organizar a medias una oración que respondiera sus dudas.

-Era banquero… -su expresión era de pena al admitir que laboraba en un círculo tan diferente, en uno lleno de hombres respetables a su modo, estirados y aburridos. Rió levemente y volvió a besarla pero sin esa intensidad abrasadora, sino con una ternura que decía sólo una cosa: te amo.

Escuchó sus planes, sus sueños. Así que ella hacía música; saberlo le daba una respuesta a esa armonía que derrochaba, como si toda ella fuera una melodía que alegraba su velada. Pero esa era la calma antes de la tormenta, porque su traviesa mano lo tenía al borde de la locura y comenzaba a moverse inquieto debajo de ella, pidiendo más, rogando más. Y no se quedó a esperar a que ella decidiera dar un paso más, él la movió separando sus piernas, haciendo que se acostara sobre él de nuevo, que lo apretara. Tomó sus preciosas nalgas apretando la tierna piel entre sus dedos con suficiente fuerza para demostrar su punto: era suya.

-¿Me necesitas? -fingió una actitud sumisa, aun cuando el lenguaje de su cuerpo afirmaba todo lo contrario -Soy todo tuyo, amor, hoy y siempre -siempre era mucho tiempo, significaba que se dedicaría a ella y sólo a ella. Pero la fidelidad no sería un problema, no cuando la amaba tanto y tenía la seguridad de que era imposible que sintiera algo remotamente similar por alguien más. Si en veintiséis años nadie lo cegó como ella, ni en otros veintiséis, cuarenta o cien años volvería a suceder. Ella era la indicada.

¿De qué vivirían? ¿Qué hablaría la sociedad de su Heather? ¿Cuántas personas le reconocerían como el tipo que se follaron alguna vez cuando les vieran paseando de la mano por las calles de París o en la sala de ópera? La verdad es que temía avergonzarla, y si debía abandonar el gusto del sexo con extraños y el dinero apropiado para una vida cómoda, pues lo haría. Lo haría sin rechistar, por ella, por la posibilidad de compartir el resto de su vida con una bruja pelirroja. Si ella era capaz de perdonarlo por sus pecados antes de conocerla, todo estaba bien. Si ella era capaz de amarlo con todo y sus errores, jamás volvería a dudar.

En ese momento tuvo una gran idea luego de la bruma del deseo entre ambos, de esas chispas que volaban a causa de la lujuria y amor entre ambos, y con el breve lapso de cordura, habló fuerte y claro:

-Casémonos -la idea más loca que tuvo en toda su vida y la que más sentido tenía: casarse con Heather, de quien desconocía su nombre completo, su ciudad natal, sus gustos, vaya, ni siquiera sabía si Heather era su nombre real y ella desconocía exactamente lo mismo sobre él. Vaya propuesta, y con todo no cabía nada más perfecto y apropiado, ni siquiera cuando la propuesta salió justo antes de hacer el amor nuevamente. La situación más incoherente y más perfecta.
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Mensaje por Heather McDowell Jue Dic 04, 2014 8:45 am

Así que había sido banquero. Procesó la información con interés sonriendo al escucharlo reir, le gustaba el sonido de su risa y no lograba imaginarle enfundado de seriedad detrás de un escritorio o de una ventanilla contando dinero y procesando cheques o rastreando depósitos, aunque se tratara de una profesión respetable, los convencionalismos podían resultar mortalmente aburridos.

Ondas de electricidad chispeaban entre sus pieles y repentinamente le dominaron los celos al pensar en cualquier otra persona que después de esa noche se atreviese a tocarlo, besarlo o peor aún, compartir su cama. La sola idea le apretó poderosamente el corazón, exprimiéndolo y robandole aire a sus pulmones. De pequeña siempre había sido muy guardiana de lo suyo por lo que se había alegrado de ser hija única y no tener que competir por la atención de sus padres ni por el cariño que deseaba únicamente para ella, ahora era el deseo era igual pero infinitamente más poderoso, deseaba a su amor exclusivamente para ella.

Entrecerró los ojos al pensar en eso y cuando él la acostó sobre él se sintió febril y deseosa pero también posesiva. Despacio fue reclamando su miembro y adueñándose de el mientras este ya previamente excitado entraba hinchado y palpitante en su cavidad provocándole de inmediato oleadas de placer. Le apretó en su estrechez y el calor que producían sus cuerpos tiñó de carmesí su blanca piel al igual que sus mejillas. Otra vez comprobaba la manera tan perfecta en que se amoldaban el uno al otro, se mantuvo inmóvil apreciando esa perfección, disfrutando de algo que hubiera deseado prolongar toda la noche, toda la vida.

Lo escuchó llamarla amor y decirle que iba a ser suyo siempre, como si le hubiera leído el pensamiento sin necesidad de que ella le expresara lo que sentía provocando que de sus labios escapara un ligero gruñido. Alzó la mirada para buscar la verdad en sus ojos y le bastó un segundo para encontrarla, en ellos vió amor. Su corazón palpitó velozmente y lo adoró con todo su ser. -También soy tuya, solo tuya para toda la vida...-

Comenzó a besar su pecho, colocando y jalando la piel suavemente entre sus dientes, usando su lengua para excitarla y besarla, reclamando cada centímetro como suyo. Inició el suave y acompasado vaivén de sus caderas que al chocar con las de él enviaban destellos que viajaban a todo lo largo de su cuerpo. Entonces escuchó su propuesta y su corazón se detuvo un momento. Casémonos.

Era una locura, casarse con André, tan solo tres días después de haber llegado a Paris, y solo un par de horas después de haberle visto en el restaurante, especialmente porque durante veintiún años se repitió a si misma que el matrimonio no era necesario, que no entraba en sus planes. Le bastó escucharle decir esa palabra para enviar todas esas previas ideas al demonio. Le parecía infinitamente correcto casarse con él, tenerlo siempre junto a ella, continuar escuchando su risa, encontrando una expresión de amor en su rostro, intercambiar besos, sonrisas, estrecharle siempre en sus brazos. ¿Qué importaba el tiempo transcurrido? Lo importante era el que transcurriese de allí en adelante y no lo quería sin él.

-Si.- Lo dijo firmemente y rió alegremente contra su piel, toda su esencia llenaba su alrededor convirtiéndose en algo más vital que el aire, en ese momento él era su aire y eso le llenaba de dicha. -Si amor.- Atacó su cuello con una lluvia de amorosos besos, llegó a su barbilla, la mordió juguetonamente y se detuvo cerca de sus labios. -Casémonos cuando quieras, casémonos hoy mismo si es posible.-
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Mensaje por André Sirot Jue Dic 04, 2014 9:50 pm

El calor del sexo lo inundaba con la misma gracia que la voz de la pelirroja, era como vivir en un constante éxtasis y si eso significaba que los años transcurrirían de tal modo, no tenía objeciones. La acunó entre sus brazos una vez que aceptó la descabellada propuesta, que de haber formulado para otra mujer sería olvidada en cuanto el sol apareciera en el horizonte. Besó su perfumada melena, ya descubría una obsesión con su cabello que no podía describir, simplemente quería verlo desparramado a su lado todas las noches.

Sin mediar palabra, buscó su boca y la besó despacio, saboreando la tersa carne, dándose tiempo de asimilar que ahora estaba prometido. Quiso reír de pronto, embargado por una alegría que le quemaba los pulmones y el estómago. Retomó el movimiento de sus cuerpos unidos por ese íntimo lazo carnal y le hizo el amor de nueva cuenta, ahora menos preocupado puesto que no se trataba ya de cuidar que el momento en que su barrera se rompiera no fuera extremadamente doloroso. Ahora la disfrutaba mejor, todavía preocupado por ella, cuidando cada detalle de cada movimiento, procurándole el mayor de los placeres porque, ahora que lo sabía, sus gemidos eran la melodía más adorable que la noche puede ofrecer.

Giró retomando el control. Se irguió, de rodillas, y le elevó la cadera con las piernas abiertas. No le dio oportunidad de cubrirse, ya no tenía sentido, pues quería ver, quería conocer lo que su futura esposa y perpetua amante escondía con tanto celo de todo el mundo. Y lo que vio fue hermoso. Ambos cuerpos enlazados por lo que casi parecía mágico, un acto tan subestimado por él durante toda su vida desde su despertar sexual. Jamás halló belleza en ello, puro placer, y en ese momento se hallaba completamente deslumbrado por el modo en que Heather le recibía, cómo su pequeño y pálido cuerpo se bamboleaba al ritmo que él marcaba, y cómo su intimidad se enrojecía más a causa de la fricción, igual que cada parte que él le tocaba: los muslos, la cadera, los pechos; su piel era tan blanca como la leche y tersa como el terciopelo, y si acaso existía algo más perfecto que ella seguramente sería una divinidad.

Deslizó las manos por sus muslos hasta sus caderas y luego por sus costados para, finalmente, apoyarse a cada lado de su cabeza, hundiendo el colchón bajo su peso, pero ahora podía ver más claramente sus ojos, cómo adquirían un brillo especial, mucho más reluciente, y sus pupilas dilatadas le conferían aún más puntos a su de por sí despampanante belleza. Decir que la adoraba era poco. Expresar su amor se quedaba corto. No existía un adjetivo para aquello que sucedía en su interior.

El movimiento de sus cuerpos se hacía cada vez más vigoroso, más urgente. El único sonido que llenaba la habitación era el de sus cuerpos perlados de sudor chocando constantemente, los gemidos de ambos y el crujir de la maciza madera de la cama. Afortunadamente no fueron a la habitación que le fue prestada a él, no soportaría hacer el amor a su hechicera donde antes profanara tal acto. De repente su corazón dio un vuelco, lleno de emoción: ella quería casarse de inmediato, ¿por qué no hacerlo? Legalmente no podrían hasta la mañana siguiente, pero si existía un Dios, éste no exigiría más que amor puro y total responsabilidad. En eso consistía el matrimonio, según tenía entendido. Testigos tendrían en el registro civil, por ahora lo único que necesitaba era hacerla tocar las estrellas, que gritara, que le hiciera daño con sus dedos clavándose en la piel de su espalda, que le marcara como él la marcaba a ella dejando su semilla en su interior.

-Te amo… te amo… -jadeó lleno de ese calor en su pecho, al grado que sentía que lloraría como un crío si alguien osara arrebatarla de sus brazos. André jamás fue un hombre dependiente, ni siquiera de niño, y ahora no se veía en otro lado más que bajo el cuidado de esa mujer que se entregó a él sin miramientos, con todo y la cruda verdad.
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Mensaje por Heather McDowell Vie Dic 05, 2014 5:20 pm

Decir que la necesidad que sentía de André escapaba a su comprensión sería justo, cada uno de sus sentidos lo anhelaba y se encendía en flamas bajo cada nuevo contacto que establecía con cada parte de él. Era tan intensa la necesidad que esta la embargaba por completo y le impedía pensar en otra cosa que no fuera la urgencia de explorar cada rincón, cada recoveco de su cuerpo y cada misterioso espacio de su piel con sus manos, con su boca y con sus dientes, sensual y apasionadamente, elevando la necesidad de fusionarse más allá de una unión meramente carnal, deseaba transimitirle su amor y que él se estremeciese tanto como lo hacía ella con cada nuevo roce de sus cuerpos cada vez que estos entraban en contacto.

Sonreía, abrazándolo fuertemente, sintiendo la piel de su pecho presionar contra el suyo logrando que sus pezones se deslizaran erectos contra su piel al seguir el maravilloso compás que dictaban armoniosamente sus caderas. La sensación era tan increíble que no podía evitar preguntarse si cualquier mujer sentía lo mismo que ella al hacer el amor o si se trataba de un regalo que les había sido otorgado especialmente a ellos inclinándose tanto su corazón como su mente a creer que se trataba de lo último. Sus manos acariciaron su rostro, besaron amorosamente su frente, sus párpados, sus pómulos, su barbilla, regalándole en cada uno de sus besos el amor que él le había despertado, hasta alcanzar su boca y fusionarse con ella una vez más para besarle lentamente permitiendo que sus lenguas se entretuvieran en una danza que seguía la especial sinfonía que producía música en sus corazones y que le expresara en silencio lo mucho que lo adoraba.

Sus ojos le observaban nublados por el deseo y el amor, su pecho agitándose al notar como él observaba esas áreas secretas de su cuerpo que nunca antes había permitido que nadie viese y que nunca permitiría que nadie descubriese más que él. Solo él tenía derecho sobre ella. Solo él en sus veintiún años la había hipnotizado de tal manera y estaba segura de que solo él sería capaz de producirle el éxtasis tan extraordinario que compartían a cada segundo tanto sus cuerpos como sus almas, sin necesidad de decir palabras, lo veía en sus bellos ojos azules dilatados por la misma pasión y el amor que ella sentía.

Sus piernas ahora se encontraban a la altura de sus hombros descansando sobre ellos mientras elevaba su pelvis con la ayuda de él y sentía la fricción de sus embestidas sin atinar ahogar ninguno de los gemidos que libremente acompañaban los suyos. Fue bajando sus piernas para colocarlas a sus costados y abrazarlo firmemente con ellas permitiendo que sus caderas se movieran más rápido. Ahora que su primera vez ya había pasado oleadas de placer la recorrían al encontrarse a merced de las fuertes embestidas que su cavidad acogía palpitante en su estrechez acompañando a su aliento que siseaba al exhalar prolongados y lentos gemidos y a sus manos que se hundían en su espalda arañándola y dejándole marcas que probablemente aún serían notorias por la mañana.

El aire a su alrededor se había condensado por la temperatura de ambos cuerpos provocando el sudor en ellos, pequeñas gotas comenzaban a brillar sobre sus pieles, la de él siendo tan atractiva ante sus ojos, tan suave y a la vez firme debido a sus atractivos músculos que sus manos no se cansaban de repasar deslizándose por su torso, sus hombros y por su espalda hasta llegar a sus nalgas las cuales procuraba empujar con sus dedos exigiéndole que llegara más profundamente dentro de ella.

Volvió a liberar su magia para crear la ilusión de un cielo nocturno perlado de brillantes estrellas que tomaban el lugar del techo de la habitación y que iluminaban su alrededor sin necesidad de la luz de los candelabros, pareciendo cada pequeño astro tan cercano que de estirar los brazos los tocarían. Con un vigoroso impulso cambió sus posiciones para que ambos estuvieran ahora sentados, ella aún abrazando con sus piernas su cintura, continuando la misma danza de sus caderas pero disminuyendo su rapidez para poder encontrar la forma de hilvanar palabras o de lo contrario no podría.

-Te amo André...- Sus dedos apartaron los sudorosos mechones rubios que caían sobre su frente deseando no perder detalle de su azul mirada. Si habían de contraer matrimonio y de acuerdo con la ley debían esperar a que pudieran presentarse frente a un juez, no podía esperar tanto tiempo, quería ser su esposa desde ese momento. Tomó la mano de él en la suya y la llevó hasta su pecho a la altura de su corazón para que sintiese como latía por él. -Quiero acompañarte... durante el resto... de nuestras vidas...-
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Mensaje por André Sirot Mar Dic 09, 2014 1:05 pm

Un extraño ritual se estaba llevando a cabo dentro de los altos muros de la habitación acompañado de los cánticos angelicales de su mujer, su amante, su amiga y compañera. Eso debía ser lo que sentían los clérigos cuando se hallaban en pleno arrebato, iluminados por la santidad de los ángeles y guiados por una fe ciega que los conminaba a entregarse por completo en cuerpo y alma. Pues él ya pertenecía por completo a la chiquilla que luchaba por no desvanecerse debajo suyo, y que creaba obras de arte a su alrededor sin tener que mover un solo dedo, sólo dejándose llevar por algo que él hacía; quizá fuese el saber que él era responsable de la espontánea felicidad de Heather lo que provocaba que su corazón se acelerara.

La cercanía de sus cuerpos ahora que ella cambió de nuevo la posición le hizo abrir más los ojos, jamás tuvo ningún encuentro como ese, donde la intimidad rebasara la barrera de la lujuria. La abrazó sosteniéndola bien por la cintura y escuchó atento, aunque sus sentidos alterados y la visión a su alrededor le ponían demasiado distraído. Rió suave y reposó la frente sobre la de ella, moviéndose despacio y quejándose porque estaba a punto de terminar; no quería que la experiencia acabara jamás.

Los femeninos dedos de Heather tocándole el cabello de esa forma terminaron por llevarlo al límite, junto con sus hermosas palabras, y su cuerpo reaccionó empujando más deprisa, sus labios buscando su boca y sus manos ancladas a la piel de su espalda tan juntos que parecía que fueron hechos en un mismo molde. La idea no podía ser más correcta.

Con un ronco gemido volvió a llenarla, sin pensar en consecuencias, sin pensar en su futuro, porque lo importante era el momento que vivían juntos sobre la desordenada cama y rodeados de una visión que era el deleite de sus sentidos. Aminoró poco a poco las fuertes embestidas y, sonriendo, besó la sonrojada mejilla de la irlandesa, le acarició el cuello y se adoptó una postura que buscaba el calor de la fémina. Guardó silencio unos segundos, escuchando los latidos de ambos corazones que antes pudo además sentir en su mano. Ella le amaba, ¿acaso había algo mejor en la vida?

Por supuesto que lo había, y no tenía mejor oportunidad que esa en la que ambos se hallaban sumidos en una bruma de placer y felicidad. La recostó cuidadosamente y se levantó de la cama, pasándose el dorso de la mano por la frente distraídamente mientras rebuscaba en la habitación. Tenía que haber algo por ahí… Se le ocurrió una mejor idea. Se puso una bata, cortesía del hotel, se acercó a la cama y le dio un beso en la frente a la pelirroja, sin mediar palabra, y salió de la habitación, descalzo incluso. Volvió al cuarto que le correspondía, antes tuvo la precaución de guardar su dinero en un buen sitio, por si acaso volvía a pasar la noche aburrido y solo. Movió el colchón ligeramente, sacó el efectivo que obtuvo por su trabajo y algo más. Cuando la dama de antes se fue, descubrió en el piso un pequeño anillo, insignificante en comparación con el resto de su joyería, pero serviría. Lo analizó: de buen tamaño para los dedos de Heather, de oro con tres pequeñas piedras azules y un diseño sencillo. Cumpliría su función, ya que tenía pensado algo mejor que darle algo que no tenía valor sentimental. Simplemente era un sustituto, un regalo simbólico que, si quería, después podría tirar a la basura o regalarlo.

Volvió apresurado, mordiéndose el labio inferior para no sonreír demasiado. ¿Qué diablos estaba haciendo? Siempre supuso que el momento llegaría, pero no tan pronto ni bajo esas circunstancias.

-Perdona que me fuera, es que tenía que ir por algo -sacó del bolsillo de la bata el dinero y lo metió en el de su pantalón, tirado en el piso, y mantuvo la mano derecha que resguardaba la baratija -. Disculpa que sea demasiado tonto para entender lo que significa un compromiso tan grande, sé que normalmente se pide matrimonio antes del sexo… -se le acercó con paso tímido. André jamás fue tímido, nada en esa noche parecía tener sentido -Vale, aquí voy… Heather, aunque he profanado tu pureza y he cometido crímenes injustificables antes de conocerte… ¿Me harías el honor de casarte conmigo? -sentía que el color le subía por el cuello y teñía toda su cara. Parecía un tonto cuando tomó la mano izquierda de la irlandesa y, con dedos temblorosos, colocó el anillo en el anular. Le quedaba un poco flojo, pero por ahora serviría -Te daré uno mejor, sólo finge que te gusta, por favor.
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Mensaje por Heather McDowell Miér Dic 10, 2014 5:25 am

Aún abrazada al cuerpo masculino, con todos sus sentidos obnubilados de él, las yemas de sus dedos por momentos recorriendo la piel de su espalda y en otros hundiéndose en sus omóplatos al disfrutar de la fuerza de sus penetraciones, no podía pensar en otra cosa que no fuera él. Lo estrechó con fuerza en sus brazos necesitando que la sostuviera pero sin dejar de reclamar cada parte suya al fusionarse en un solo ser.

Creyó recuperar un recuerdo realmente antiguo aunque no pudiera recordar detalles, únicamente sensaciones, como su aroma, el roce de sus dedos o el sabor de sus labios, pero le resultó posible ahondar demasiado en ello, no podía concentrarse demasiado en algo que no estuviera relacionado con la inminente necesidad de él. Sus labios, que de otra manera seguramente hubieran gritado de placer, se vieron oportunamente callados por un nuevo beso permitiéndole entregarse a su esencia y a su amor hasta sentir que alcanzaba las alturas y que su cálido líquido se derramaba en su interior.

Una lenta sonrisa apareció en su rostro al descubrir que, a pesar de que le había preocupado la posibilidad de no complacerle, ahora estaba segura de que había sentido lo mismo que ella. Sus dedos acariciaron su rostro perezosa y cariñosamente, su olfato se impregnó de su olor aún estando abrazada a él. Descansó un momento la mejilla en su hombro demasiado dichosa como para intentar moverse, disfrutando el mero hecho de estar así. Si eso es lo que le aguardaba el resto de la noche, si las horas traerían consigo la perfecta felicidad entonces no quería que se terminara, solo deseaba acostarse a su lado y apreciar como su respiración armonizaba con la propia.

Le sorprendió y no pudo evitar arrugar un poco el entrecejo al ver que la abandonaba momentáneamente sin estar segura de que estaba haciendo. Lo observó con interés sin poder evitar su marcha apresurada pero sin llegar a preocuparse porque estaba segura de que sea lo que fuere pronto volvería. Se sentó en la cama tomándo una de las almohadas y se percató de que tenía impregnado el aroma de su loción, sonrió acercándola a su nariz para inhalarlo y luego suspiró. ¿Adónde habría ido?

Se levantó y caminó por la habitación, se colocó una bata para poder asomarse a la puerta pero no vió nada. Volvió a entrar y divertida recordó como habían pretendido estar casados frente al personal del hotel y como lo que habia sido un juego ahora sería la más maravillosa  realidad. Tenía ganas de cantar y lo hubiera hecho si él no hubiera entrado por la puerta justo en ese instante. -¡André!- Su rostro se iluminó al verlo sin comprender a que se refería con que habia ido a buscar algo y notando que estaba repentinamente nervioso presintió que fuera lo que fuera debía ser importante.

De repente se sintió igualmente nerviosa sin tener la menor idea del por qué, y cuando lo escuchó y vió que guardaba algo en su mano sintió un fuerte nudo en su vientre. Fue incapaz de apartar la mirada de su rostro y cuando vió lo que guardaba entre sus dedos no supo como logró contener el retumbar de sus latidos. El le estaba colocando un anillo y le pareció brillante y precioso como el amor que sentían. Amó el anillo y lo amó más a él.  

-¡Es hermoso!- Se arrojó en sus brazos tan fuertemente que casi los tumba a los dos. En ningún momento le pareció más atractivo que en ese instante y si hubiera podido de alguna manera retratarle y capturar la expresión de su bello rostro para poder contemplar esa pintura una y otra vez en los años venideros no hubiera dudado en hacerlo, aunque tenerle a él era un millón de veces mejor.

-¡Claro que si amor! No deseo otra cosa que no sea casarme contigo.- Le echó los brazos al cuello y le besó los labios con dulzura. -No importa el orden en que han sucedido las cosas, a lo que te hayas dedicado, o que para muchos yo no sea más que una bruja, ni tampoco lo que sucedió antes de que nos conociéramos. Lo que importa es el aquí, el ahora, tenerte conmigo, saber que me amas y amarte igual o más y jurarte que siempre te voy a amar de igual manera, con todas mis fuerzas.- Su mirada se clavó en la de él y todo se detuvo, sus azules ojos le transmitían amor y los de ella eran su reflejo. -Te amo André.- Lo volvió a besar y al hacerlo le embargo la felicidad.

-Este sería un buen momento para conocer tu apellido ¿no crees?- Riendo lo tomó de las manos y le guió hacia la cama tirando de él para que ambos cayeran sobre el colchón y entre dulces besos buscó su calor intuyendo que esa noche por primera vez en meses dormiría tranquila y que entre sus brazos las pesadillas no volverían.  
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Mensaje por André Sirot Miér Dic 10, 2014 9:27 pm

Por un instante creyó que el alma abandonaba su cuerpo, literalmente, y volvía a él en el momento que ella aceptaba con tanto ímpetu. No se dio cuenta que aguantaba la respiración hasta que exhaló un largo suspiro de alivio y le llegó el leve mareo después de no oxigenarse por unos segundos. La estrechó fuertemente y besó sus cabellos rojizos hasta que ella decidió impedirle tal acción y colocar en su boca la boca de ella. Así que eso era lo que los enamorados sufren, espasmos fríos y sudores incontrolables en las palmas de las manos, además de dolor en el pecho y la sensación de no haber dormido por un día entero. Nada de mariposas y cosquilleo agradable, era terror lo que le embargaba en ese instante, un miedo irracional a que la chica se desvaneciera en la nada.

Su risa lo despertó de su letargo y, contagiado por ella, rió también. Eran un par de tontos que no tenían ni idea del otro, sólo sabían que se amaban y nada más les importaba. Se acostó como ella indicó pero antes le abrió la odiosa bata pasando las manos deliberadamente por sus pechos y su vientre al alejar la tela que cubría su blanca piel, y tras besar su pequeña nariz, le respondió.

-Es Sirot -sentenció con su acento parisino sin pronunciar la última consonante. La miró unos instantes sin mediar palabra, creyendo atisbar algo especial en su mirada cristalina; no supo qué era, una especie de reconocimiento quizá, así que le restó importancia -¿y el tuyo, mi bella prometida? -tomó su mano izquierda, la que portaba el anillo, y besó sus nudillos con natural galantería, acariciando sus deditos luego de hacerlo.

Tantas preguntas que quería hacerle, comenzando por sus verdaderos motivos para viajar a Francia por su cuenta. Le preocupaba haberse interpuesto en su camino, si bien no sería un problema seguirla adonde ella indicara, así fuera el mismísimo infierno. También quería indagar acerca de sus poderes, si se le podía llamar de esa manera. ¿Sus habilidades serían todas ilusiones? No la imaginaba creando pociones de amor o invocando espíritus, quizá sí hablando con plantas y rescatando animalitos indefensos. La sola idea le hizo sonreír. Su Heather era una mujer impresionante le mirase por donde le mirara, inteligente, perspicaz, intrépida, honesta, divertida y, lo más importante, podía confiar en ella.

-Algo me dice que ese anillo no llegó a mis manos por mera coincidencia -sonrió con la vista fija en la joya, imaginando que algún duende irlandés le jugaba una treta durante toda su vida para luego recompensarle con esa mujer, dejándole todas las vías libres y sin un solo cabo suelto. Ciertamente había mucho de mágico en la situación actual, y no pensaba cuestionarlo, simplemente disfrutar y esmerarse por no arruinar todo.

Se deshizo de su propia bata y jaló de nueva cuenta las sábanas más revueltas que antes, pasó un brazo por debajo de la cabeza de la hechicera ofreciéndolo como almohada y la otra mano fue a caer sobre su vientre. Inconscientemente comenzó a acariciar la zona, como si fuese lo más común, lo que hiciera todas las noches. Al menos sabía que era justo lo que le deparaba el futuro junto a una mujer tan mística como la noche misma en que se cruzaron sus destinos.
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Mensaje por Heather McDowell Jue Dic 11, 2014 6:33 pm

Lo observó un momento estremecida por su tacto, complacida al notar como sin titubear les había despojado del estorbo de las batas que de haber seguido presentes les habrían robado el calor que encontraban en la piel del otro. Inmediatamente se acercó a él buscando esa zona junto a su cuerpo que la entibiase nuevamente, colocó su cabeza sobre el brazo que le ofrecía sintiéndose feliz de sentir sus caricias sobre su vientre. Sus dedos le acariciaron el pecho dibujando figuras geométricas que pronto fueron reemplazadas por el trazo de pequeños corazones. Se sentía alegre como una niña pero al mismo tiempo se sentía plena como mujer, había perdido su virginidad junto al hombre que descubrió amar y había despertado en ella esa sexualidad de la que no era conocedora pero que su lado le parecía sumamente natural, al igual que lo parecía el estar simplemente así, acostados uno al lado del otro, como si hubieran nacido para eso.

-Sirot...- sonrió uniendo los dos nombres en su mente, André Sirot... y prestó especial atención a la manera en que lo había pronunciado. -Me gusta.- No había otro nombre más apropiado para su rubio francés, para su amor, y para el hombre con el que deseaba continuar sus pasos en Paris y en cualquier otro lugar adonde les llevara el destino. -Es McDowell.- Elevó una de sus manos enredándola en las hebras del rubio pelo de su hermoso amante y futuro esposo, jugando con ellas y descendiendo con sus dedos por su cuello. Meditó en su propio apellido y en lo mucho que le gustaría que en algún momento el viajase a Irlanda con ella. Lo llevaría al lugar donde creció, al condado de Mayo, a su hogar natal y a las inmediaciones del castillo de Ashford, adonde solía escapar a jugar cuando era niña. Le presentaría a su padre y quizás, tan solo quizás, se animaría a viajar con él de vuelta al lugar donde creció con los druidas.

Se apretó más a él, incapaz de pensar en la posibilidad de perderle también pero cuando alzó la mirada y encontró en su rostro una expresión alegre y serena sus inquietudes desaparecieron. -Estoy segura de que nada de esto ha sido coincidencia...- Observó su anillo y alzó su mano, admirando la hermosa joya que pensaba conservar celosamente con ella de allí en adelante. Repentinamente una idea le vino a la mente, lo besó rápidamente en los labios, abandonó el lecho, corrió hacia una de las maletas que tenía en la habitación, la abrió, hurgó en uno de los forros laterales y encontró una pequeña caja que sostuvo sonriendo de oreja a oreja. La abrió, sacó el contenido y lo guardó en su puño cerrado.

Corrió de vuelta hacia la cama y se lanzó sobre él. -Esto es para ti.- exclamó riendo, extendiendo su palma para que él viera a que se refería. Había adquirido el objeto en Irlanda, un día antes de viajar a Paris cuando al pasar frente a una pequeña tienda de antiguëdades había visto la cadena para hombre en la vitrina con un dije de nudo celta bañado en plata, la admiró desde el primer instante y por más que intentó pasarla por alto no pudo. Sin entender el por qué sus pasos regresaron a la vitrina una y otra vez hasta que cediendo a la tentación compró la cadena de un impulso.

-Mira, este símbolo de cuatro esquinas cerradas, indica que no tiene principio ni fin, es un símbolo celta de eternidad.- Se inclinó hacia él para colocarla alrededor de su cuello, ahora comprendía por qué la había comprado. Apretó los ojos sin mirarlo y luego los abrió lentamente. -Si te parece algo tonto no lo digas, pero... me gustaría mucho que le conserves. Significa que... que nuestro amor es eterno...- El rubor acudió a sus mejillas y volvió a recostarse junto a él, acurrucándose en el lado de su cuerpo que se estaba convirtiendo en su favorito para descansar y jalando las sábanas de vuelta sobre ellos. Permaneció un rato en silencio al lado de su amor y comenzó a adormecerse un poco. -Mañana... en algún momento debemos ir al bosque... Quiero enseñarte un poco más acerca de mi...-


El dije celta:
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Mensaje por André Sirot Sáb Dic 13, 2014 11:23 pm

McDowell. El apellido le quedaba tan bien que apenas se daba cuenta de que no había siquiera imaginado otro antes de escucharlo con ese acento cantarín y fuerte al mismo tiempo. Tenía tantas ganas de abrazarla para siempre y pronunciar su nombre hasta quedarse sin voz y pudo al menos hacer lo primero, hasta que ella se levantó. La observó ir de allá para acá, sostener algo, pensar, y todo en su majestuosa desnudez que a poco estuvo de excitarlo sexualmente de nuevo de no ser porque su belleza lo debilitaba al mismo tiempo. Se sentó recargado en la cabecera de la cama, intrigado.

Una calidez le llenó desde dentro, muy distinta a la que el cuerpo de su ahora prometida le provocaba con cada roce de su piel y de su aliento, era más bien algo emocional. Y le gustaba mucho. Permaneció inmóvil primero embobado en el regalo que ella le ofrecía y luego porque ella se lo estaba colocando alrededor del cuello. De cierta manera le estaba retribuyendo por el anillo y era justo, pero también un detalle hermoso. Ambas joyas tenían su razón de ser y todavía su mente no se ajustaba a esa cantidad de coincidencias.

Podía entender coincidencias como preferir no salir de casa y que, horas más tarde, cayera una lluvia torrencial; o apostar por un artista que le vendiera una pieza muy barata y en cuestión de meses todas sus obras se hicieran tan populares que no podría costear ni una pequeña; o aceptar estar con una mujer desconocida en un hotel donde conocería a la mujer con quien quería pasar el resto de su vida. Rió por lo bajo. Toda su vida estaba llena de coincidencias más bien poco creíbles, cuestionar que los símbolos de su amor aparecieran de la nada no tenía cabida.

-No me parece tonto en absoluto -aclaró acariciando su mejilla con el dorso de la mano. La atrajo hacia él acunándola como a una niña pequeña y besó su coronilla, oculta bajo su cabello despeinado después de dos rondas de exhaustivo sexo lleno de amor.

Que ella hablara acerca de ir al bosque le dio una gran idea, pero tendría que escaparse de su cama antes de que ella despertara. El plan era perfecto, y pensar que se le acababa de ocurrir. Le peinó el cabello con los dedos tratando de no dejar entrever que algo pasaba por su mente en ese momento que maquinaba a toda velocidad un entretejido plan junto con medidas de prevención por si algo no salía como esperaba. Pero claro que todo sería perfecto.

-¿Me mostrarás más esferas de colores y estrellas? -en ese momento no necesitaba nada más, le bastaba con saber que su felicidad se manifestaba de ese modo, tan enérgico y bello, y que sólo él tenía derecho de apreciar tal espectáculo visual. Recorrió el contorno de su rostro con el índice hasta tocar la punta de su pequeña nariz y apretarla a modo de juego.

El día les traería experiencias nuevas y estaba temiendo que la magia que se cernía sobre ambos menguara drásticamente. Era de su conocimiento que la noche tenía la capacidad de magnificar cada acto y cada emoción, y que el día solía poner a prueba todo lo que por la noche parece sencillo. No permitiría que nada aminorase lo que sucedía entre ellos, jamás, ni siquiera cuando el sueño ya lo estaba venciendo. Ojalá no necesitara dormir y pudiera permanecer toda la noche admirando el rostro de su hermosa irlandesa.
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Mensaje por Heather McDowell Lun Dic 15, 2014 2:29 am

Se sintió completamente dichosa al escuchar su risa y giró sobre un lado buscando más del calor que le irradiaba su cuerpo, colocó su cabeza suavemente sobre su pecho y lo abrazó sintiendo su armoniosa respiración en contraste con la suya, logrando envolverla con su mera presencia en un abrigo de serenidad. Depositó pequeños besos cariñosos sobre su cuello y detuvo su mirada un momento para comparar el color de sus pieles, convencida de que no existía combinación más hermosa ni más perfecta que el contraste que observaba entre ellas. Se preguntó si habría algo mejor que ese momento, el poder descansar entre los brazos del hombre que amaba después de haber hecho el amor y de intercambiar las palabras más maravillosas y saber que ambos las habían pronunciado con sinceridad era más de lo que ella podría haberle pedido a los dioses.

Se preguntó si merecía el que se hubieran entrecruzado sus caminos y al no conocer la respuesta se prometió a si misma que haría todo lo que estuviera a su alcance para preservar lo que tenían. Ya le había sido arrebatado mucho de lo que amaba en esta vida y no permitiría que volviese a suceder, esta vez lucharía contra lo que fuera por estar siempre al lado de André sin importar los prejuicios o cuan diferentes fuesen las respectivas sociedades de las que provenían.

Sonrió de medio lado al escuchar que le agradaba el regalo, aún le faltaba aprender más cosas acerca de su francés, conocer sus gustos, sus pasatiempos, al igual que sus disgustos pero estaba segura de que contarían con mucho tiempo para eso. Sus párpados comenzaron a entrecerrarse e hizo un esfuerzo por permanecer despierta, no deseaba dormir aún, quería seguir escuchando su voz o simplemente perderse en lo que veía en su mirada.

Rió al escucharlo y sentir que le apretaba la nariz y alzó el rostro para contemplarlo una vez más. -No, las esferas las produces tú y sabes el por qué.- Sonrió traviesamente al decirlo pero tuvo que admitir que si a él le sorprendía ella no se encontraba menos intrigada por el hecho. Nunca le había sucedido que su magia fuese liberada por la influencia que ejerciese alguien más en su estado de ánimo. Antes de esa noche todas las imágenes que había proyectado requerían que se concentrara en la mente de la persona sobre la que deseaba influir, pero las esferas... estas habían aparecido espontáneamente. Se trataba de algo novedoso e inusitado, completamente fuera de lo común incluso para la druidesa que tan acostumbrada estaba a todo tipo de hechizos. Sabía de acuerdo con la historia que le habían transmitido los druidas que en situaciones extraordinarias algo similar podía llegar a suceder pero no entre personas comunes...

Descansó su mejilla en su pecho y sonrió lentamente. -Sólo deseo conocerte un poco más y que tú me conozcas más a mi...- El anillo, la cadena con el dije del símbolo de eternidad, el haberlo encontrado en el restaurante e incluso que su magia se hubiera manifestado sorpresivamente después de que la hubiese sellado voluntariamente hace meses... Heather tenía la certeza de que su francés era mucho más extraordinario de lo que él mismo percibía.

-Casi no puedo esperar a que sea mañana...- Sin percatarse demasiado pronunció las palabras apenas por encima de un susurro. Finalmente se había rendido a la agradable comodidad que le brindaba el encontrarse sobre las suaves sábanas abrazada a André y poco a poco sus párpados se tornaron más pesados. Entre la bruma del inminente sueño sus pensamientos le indicaban que tenía que ser así, que el día siguiente debía superar a la noche aunque pareciera algo casi imposible de creer y que no debía sentir temor de despertar y encontrarse con el lecho vacío a su lado y descubrir que todo había sido únicamente un sueño.

Su mente comenzó a viajar por los senderos que guían al mundo de los sueños y al llegar a ellos vió a un pequeño duende que trepado en un árbol se descubría ante ella entre las ramas llamándola Moira. Sintiéndose hipnotizada por la visión se fue acercando mientras el personaje descendía ágilmente cayendo sobre tierra frente a ella. Descubrió entonces que no era pequeño como había creído y que no era un duende sino un hombre alto, rubio y de ojos azules como el óceano que acercándose lograba disparar sus latidos, la estrechaba entre sus brazos llenándola de calidez y le susurraba en el oído unas cuantas palabras en un extraño idioma que únicamente los dos podían comprender y que en realidad era una canción de amor.
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Heather McDowell
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