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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por André Sirot Jue Oct 30, 2014 6:36 pm

Recuerdo del primer mensaje :

En su oficio siempre se corrían riesgos: enfermedades, pobreza, clientes sádicos que disfrutaban torturando a quienes simplemente buscaban sobrevivir de la manera más honrada posible; vale, que este último punto no se aplicaba a él que, por ocio, renunció a un empleo “digno” para convertirse en lo que era, una marioneta de quien le pagara. Pero también tenía sus grandes ventajas, como la que disfrutaba en ese preciso momento en una amplia y mullida cama repleta de almohadas y sábanas tan suaves que lo invitaban a pasar la eternidad ahí desnudo, como estaba.

Esa noche fue el acompañante de una dama, ¿cuál era su nombre? Anne, Louise, algo así, pero en verdad no importaba. La mujer, nada despreciable estéticamente hablando, se fue apenas terminó su sesión de intimidad, le pagó generosamente y tuvo la bondad de permitirle pasar la noche en la lujosa habitación, además de permitirle comprar lo que quisiera; jamás dudó de su capacidad como amante, pero eso le parecía llegar a extremos que no le fue posible rechazar. Como quiera que fuere, la noche apenas comenzaba y no tenía nada más que hacer. Podría dormir hasta que le doliera la cabeza, pero eso le quitaría toda la diversión al asunto.

Arregló sus ropas, nada despreciables, y luego de una deliciosa y muy minuciosa ducha se vistió y preparó para ver qué cosas podía ofrecerle el hotel. ¿Un cliente nuevo, quizá? Jamás despreciaría el sexo y menos la pasta bien ganada. Energía le quedaba de sobra y huéspedes solitarios sobrarían. Damas, caballeros, cualquiera serviría para su propósito. Aunque, muy en el fondo, preferiría bajar a cenar, tomar una copa y pasear por los pasillos hasta perderse.

Satisfecho con el aspecto que el espejo le ofrecía, con el cabello ligeramente enmarañado y la barba algo crecida, salió de la habitación. Lo primero que pudo percibir, sin la distracción de la dama de antes, fueron los perfumes mezclados. Aromas dulces, otros pesados, otros tan agradables que provocaban sonrisas. Las ropas de los huéspedes del hotel lucían todas, sin excepción, lujosas: vestidos pomposos, manos enguantadas en finas telas, trajes impecables y sombreros elegantes. ¿Y él? Bueno, su apariencia no dejaba conocer su profesión, como tampoco le hacía pasar desapercibido.

Bajó, pues, en busca del restaurante del hotel. Fue guiado por un mozo hasta una mesa que ocuparía él solo, sin nadie que hablara sin parar de temas obscenos o cosas que no entendía, sin tener que fingir que le importaba lo que le dijeran. Estaba él, la carta y el mozo esperando su orden.

-La especialidad, por favor, y el mejor vino que tengan -devolvió el menú. No tenía ánimos de leer cada platillo y hacer las preguntas de rigor sobre los ingredientes, así que tomó la salida fácil. Y apenas se quedó solo notó lo mucho que desencajaba en el lugar donde todos cenaban, por lo menos, en parejas. Un suspiro silencioso salió de sus labios delgados. Tal vez, sólo tal vez, debería esforzarse un poco más en llevarse bien con la gente y, quizá, esa noche habría invitado a sus amigos a cenar. Si tuviera amigos.


Última edición por André Sirot el Dom Nov 16, 2014 11:54 pm, editado 2 veces
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Mensaje por André Sirot Dom Nov 16, 2014 1:17 pm

Le fue imposible reprimir una leve risa, por más que le incomodara abrirse de ese modo con cualquiera. Agachó el rostro y se dejó mimar por esos dedos tersos que no ejemplificaban del todo la inexperiencia, pero no dijo nada, no la halagaría por temor a cohibirla, pero la compensaría con la misma honestidad.

-Canallas que no saben esperar y ganarse el corazón y confianza de una dama -vale, que él tampoco lo estaba haciendo del todo bien, pero no la forzaba a nada. Buscó esa mano curiosa y la tomó, colocando ambas palmas unidas a la altura de sus rostros, y flexionó los dedos despacio apresando la bonita y delicada mano de un ser que tenía más de mágico que las mismas hadas -Sin embargo, el que no hayas… accedido a estar con otros hombres, me pone algo nervioso, ¿sabes? Porque yo… -de nuevo dudaba. Se maldijo entre dientes por ser tan cobarde, ¿a qué le temía? Pues a que lo echara de su cama, por supuesto -Soy de lo peor, Heather. Sigo a quien me prometa una buena paga -soltó al final, con el ceño fruncido. Nunca antes encontró peros a su profesión, de hecho adoraba la libertad que ésta le daba, hasta ahora.

Recargó la frente en su hombro, rodeando su cintura con un brazo y sin atreverse a soltar su mano que hallaba tibia y calmante. Bueno, pues lo dijo, y entendería que le echara a patadas de la habitación. No sería la primera vez, pero sí la primera que no fuera causada por la vergüenza de haber cometido un acto de “impureza” y haber contratado al mismísimo diablo para acompañarle en tal actuar. Pero le quedaba un as bajo la manga: la segunda parte de la verdad.

-Antes de que me eches, déjame decir algo más -se irguió, haciendo uso de todo el orgullo que le quedara, si es que alguna vez lo tuvo . Me gustas mucho y he venido contigo porque me place y porque me has invitado, no por negocios. Y esa es la verdad, ya dependerá de ti lo que pase o no pase a continuación -besó su mejilla, dispuesto a alejarse cuanto antes, largarse del hotel y refugiarse en su cómoda habitación. Probablemente beber algo de vino y leer antes de dormir tanto como el deseo frustrado le permitiese.

No quería que nada de eso sucediera, y mucho menos quería dejar ver que le entristecía la idea de ser rechazado por la extranjera. No porque hiriera su ego, que nada tenía que ver en ese asunto, sino porque le dio un poco del elíxir de su ser y bastó para crearle una adicción incontenible, abrasadora y mortal. No exageraba, o al menos no lo creía. La chica tenía un poder sobre él que del que no podía escapar ni quería hacerlo, de cualquier manera. Quizá fuera la belleza de su rostro, esos hoyuelos en sus mejillas al sonreír o la mirada pícara y llena de curiosidad, o quizá simplemente fuera toda ella, de pies a cabeza, con su melena roja como el fuego.
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Mensaje por Heather McDowell Lun Nov 17, 2014 2:58 am

Los dedos femeninos respondieron de forma natural al encuentro de las palmas, ella percibió con la mirada el tamaño de la otra y la manera en que ambas parecieron calzar tan bien entre ellas, flexionó suavemente sus dedos para entrelazarlos con los de él y luego devolvió la mirada hacia su rostro prestando atención a sus palabras. Notó la pausa producida al hablar sin estar muy segura de por qué repentinamente se le veía nervioso.

Escuchó el resto de sus palabras y permaneció inmóvil procesando la información mientras sentía como él la abrazaba. ¿Qué era exactamente lo que acababa de escuchar? Sus ojos se entrecerraron un instante y antes de que pudiera pensar en otra cosa escuchó sus siguientes palabras. Recordó entonces todas las que él había intercambiado con ella desde que le vió en el restaurante, le había dicho que no era un caballero y mucho menos respetable. Así ella lo comprendió en ese momento pero encontró algo tan irresistible y tan atrayente en él que pese a su advertencia lo invitó a su habitación.

Mentiría si dijera que no estaba sorprendida a pesar de todo. Lo observó detenidamente y lo que vió fue exactamente lo mismo que había visto en el restaurante. Un hombre extraordinariamente interesante y atractivo, alguien que despertaba su curiosidad y que le resultaba excitante y tan pillo como podía llegar a ser ella a pesar de que le aventajara en experiencia según acababa de comprender.

Sabía que podía llenarse de remilgos en ese momento, decirle que había cambiado de opinión, actuar escandalizada y echarle de la habitación. Lanzarle su ropa encima y empujarlo fuera. ¿Cuantas personas hasta la fecha lo habrían lanzado fuera de una habitación? Su mano regresó al rostro masculino y acarició su mejilla con el dorso de sus dedos. La otra aún seguía entrelazada a la de él, ella lo notó ahora y llevó esa mano hasta sus labios y besó cada uno de los nudillos de sus dedos sin dejar de mirarlo.

-Por un momento creí que me dirías que estabas casado, que tenías diez hijos y que debías volver con ellos.- Sonrió lentamente. ¿No había decidido ya ella al pisar la habitación que deseaba mandar cualquier prejuicio al demonio con tal de estar con él? Por otro lado acababa de decirle que había accedido porque ella le gustaba. -Tú también me gustas mucho.- Se inclinó hacia su rostro, besó sus labios y al hacerlo sintió exactamente la misma embriaguez de hace unos minutos atrás. Se separó apenas, mantuvó su frente sobre la de él y sonrió de lado. -Por otro lado, lamento decirte que tus lecciones de francés fallan porque mientras tú estás bastante tranquilo yo ya no sé como contenerme otro minuto.-
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Mensaje por André Sirot Lun Nov 17, 2014 6:39 pm

Sus finos dedos le atraparon la mano de igual forma, sus gestos mostraban el desconcierto previo a una reacción tan conocida; la resignación siempre sería la mejor medicina cuando de rechazos se trata. Pero ocurrió algo inesperado y su cuerpo se tensó ligeramente en un acto reflejo. Ella no lo rechazó, sino que comenzó a tratarle tan cálidamente que sintió un fuego incómodo en el estómago, y la expresión del francés se volvió un tanto más dura hasta que escuchó la respuesta más disparatada.

-Cielos, no, ¿yo casado? -la sola idea le causaba repulsión y un miedo irrefrenable. Era imposible, ¿cierto? Alguien como él atado a una persona… no -Y si lo fuera, ¿por qué no preguntaste? Podrías estar a punto de enredarte con alguien prohibido -sonrió de medio lado y le besó la frente. La comodidad que anidaba entre ellos no le gustaba precisamente porque le gustaba demasiado. No era correcto.

Rió mordiéndose el labio inferior y señaló abajo con un pequeño gesto de la cabeza. No estaba tranquilo en absoluto, por el contrario, su miembro viril se erguía beligerante a causa de la belleza de la dama. No necesitaba mayor explicación. El estar tan cerca de esa manera íntima le ponía de nervios, debía aceptarlo, y no de una manera negativa. Era como el momento previo a recibir un regalo esperado por mucho tiempo, o cuando se espera en la estación del tren a un familiar querido: ansia, felicidad anticipada y un deje de duda.

De la misma manera que ella le besó los nudillos, él aflojó el agarre hasta soltarse y tomar su mano de forma distinta, juntando la mejilla a la palma cálida y blanca de ésta. Cerró los ojos un momento, disfrutando de la sensación, y le besó la zona una sola vez, entregándose a su voluntad, pero al mismo tiempo la acercó más a su sexo, demostrando que, así como era capaz de doblegarse a ella, también podía ser exigente. Ahora la cuestión era por dónde comenzar, pues siendo ella virgen no tenía la menor idea de cómo actuar. Algunas mujeres adoraban que usara la boca para darles placer, otras preferían saltarse el juego previo e ir al grano. Heather necesitaría preparación, lograr que se relajase y, como un girasol por las mañanas, se abriera a él.

-Sólo relájate y deja el resto a tu maestro de francés -la cogió con firmeza por los muslos y cambió de posición, acostándola en la cama con la cabeza sobre las mullidas y perfumadas almohadas. Pero aunque quería comenzar de inmediato, nuevamente se vio atrapado por una especie de hipnosis demasiado fuerte. Su cabello desparramado, contrastando con el color de la ropa de cama, sus ojos mirándole desde abajo, sus labios carnosos, sus pechos firmes cayendo ligeramente hacia los lados, la curva de su cintura… y más abajo sus piernas abiertas atrapándole a él en el medio para dar paso a unos muslos perfectamente torneados. Si tan solo pudiera admirarla de esa manera para siempre.

Recobró la compostura y se inclinó a besarle la comisura de los labios, jugando con ella a hacerse el difícil en un juego en el que ambos ganarían por igual. Bajó rozando con la boca su cuello y sus hombros, yendo hacia el centro de sus senos. La textura suave de la piel y el calor que de ella emanaba le llenó de deseo al grado de sentirse ansioso, algo que acaso le sucediera tan sólo dos o tres veces en la vida.
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Mensaje por Heather McDowell Mar Nov 18, 2014 2:00 am

Arqueó una de sus finas cejas al escuchar su respuesta. No le conocía lo suficiente como para ser conocedora del significado de cada una de sus expresiones faciales pero estas sumadas a sus palabras le intrigaron un poco. Su semblante había cambiado, lo notaba más serio que hace unos minutos. Ahora que podía comprender la renuencia de cualquiera a imaginarse casado por una razón muy simple, contrario a muchas jóvenes de su edad que se desvivían día tras día buscando a aquel que pidiese su mano ella era completamente feliz en su actual estado civil y no tenía la menor intención de complicarse la existencia añadiendo un matrimonio a la misma y mucho menos cuando por primera vez en su vida ella era la única que tenía el completo control sobre la misma.

-No por que algo sea prohibido he de rehuirle, asumiendo que encuentre la suficiente motivación es posible que cree el efecto opuesto y me sienta más inclinada a ir tras ello.-  Sonrió tranquilamente al decirlo y siguió con sus verdes ojos la indicación de su cabeza sin pensar que al hacerlo se encontraría con su virilidad erguida. Al percatarse se sintió sorprendida y súbitamente se le acaloró el rostro, no lo había notado hasta ahora y por otro lado el descubrimiento y la visión del mismo le resultaban fascinantes, tanto más al pensar que ella era quien lo provocaba y sin tener la menor idea de en que momento había sucedido.

«Oh cielos.» Heather fue presa de una mezcla de sensaciones igualmente fuertes, una suave e hipnótica al sentir la mejilla de él bajo su palma seguida por la sensación de su tibio beso y la otra más arrebatadora y fulminante al haber sentido el breve pero directo contacto de sus sexos. Con las mejillas aún arreboladas se dejó caer sobre las almohadas. -Si señor.- dijo obediente, rió levemente debido a su comentario y era cierto que en ese momento lo que más deseaba era ser su alumna.

Lo observó mientras él se encontraba por arriba de ella y la visión de él le provocó una dulce ansiedad. Su flequillo rubio cubría su frente y sus bellos ojos se habían tornado en un azul más oscuro pero poderosamente atrayente que lograba producirle una inquietud que no menguaba al fijarse su mirada en los músculos bien marcados de su torso y de su vientre y en su firme virilidad. Sin embargo se percató también de que no era solo atracción física lo que sentía sino algo más que no se atrevió a definir.  

Tragó saliva y sintió que su cuerpo estaba reaccionando involuntariamente ante el mero hecho de mirarlo, sintió una tibia sensación en su vientre y un cosquilleo que bajaba hasta su feminidad y que aumentó al ser presa del roce de sus cálidos y húmedos labios. Llevó sus manos a su pelo y lo acarició antes de permitir que las yemas de sus dedos trazaran un camino sobre los hombros y sobre  la espalda masculina a la vez que un callado gemido escapó de su garganta.

Se sorprendió sobremanera al escucharse a si misma y se maldijo interiormente por no saber si debía ser sumisa o intrépida. Todo era territorio nuevo para ella pero quería asegurarse de que era capaz de otorgar en la misma medida en que recibiera. -No estoy muy segura de que debo hacer.- Se sinceró decidiendo confiar en él. -Tampoco sé si es normal desear tan intensamente que estés en mi interior.-


Última edición por Heather McDowell el Mar Nov 18, 2014 11:40 pm, editado 2 veces
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Mensaje por André Sirot Mar Nov 18, 2014 10:28 pm

Cada músculo de su cuerpo se tensó ante la sensación de los femeninos dedos tocándole la piel y el cabello, suspiró exhalando directamente contra su piel húmeda por un reciente beso. Rodeó su cuerpo con ambos brazos reposando un poco el peso sobre ella, tomando entre los labios uno de sus bonitos pezones que se endureció al instante que empezó a estimularlo con la lengua. Una perfecta reacción, sumada al gemido que logró captar y le lanzó un fuerte estremecimiento por cada nervio.

Alzó la cabeza sonriéndole y fue a besar su otro pecho, con ternura, sin prisa, únicamente con el fin de dejarle claro la cantidad de cosas que podía sentir en tan poco tiempo. Cosas que él mismo sentía de una manera inexplicable y deliciosa.

-¿No prefieres jugar un poco antes de dar el gran paso? -mordió la curva de su redondo seno apenas rozando con los dientes, volvió a colocarse en la posición previa, apoyado en la cama completamente, y tomó sus caderas, jalándola hacia abajo, a sentirse más cerca de ella de un modo plenamente sexual. Percibió una cálida humedad que le indicaba que el joven cuerpo estaba listo para recibirlo, sin embargo más le preocupaba si su mente lo estaba.

Alguna vez una persona le dijo que una mujer necesita sentirse amada, saber que hay cierta dependencia hacia ella, para abrirse por completo, de lo contrario lo único que ofrecería serían sonrisas simuladas y placer a medias. Una virgen, término que repudiaba, al no tener la menor experiencia debía requerir más de todo eso, y la irlandesa le daba motivos para amarla y… ¿amarla? Mordió el hueso sobresaliente de su cadera, muy cerca de su sexo. Ya le urgía saborear el dulce néctar femenino.

-Jamás me sentí como en este momento… -murmuró sincerándose. Decir la verdad era lo más cercano al amor y podía herir de la misma forma, yendo directo al orgullo, o sanar con la misma rapidez, inundando el alma -Lo único que debes hacer es disfrutar, y así yo disfrutaré -se atrevió a mirarle a los ojos sin apenas cambiar de posición, esos ojos como esmeraldas que parecían consumirlo e insuflarle vida al mismo tiempo.

La respiración comenzaba a hacerse pesada, y sin esperar respuesta alguna se dispuso a satisfacer su paladar. Primero fue un beso tímido en el monte de su feminidad, seguido por el mismo trato que podría dar a una boca que le besara con pasión, usando los labios, la lengua e incluso los dientes. Las manos le tomaban de los muslos, manteniéndolos separados e impidiendo que la muchacha le negara el placer de saborearla. Tan dulce, tan exquisita, justo como toda ella, como esa sonrisa que hacía que sus ojos se iluminaran y se formaran pequeños hoyuelos en sus mejillas. Cerró los ojos completamente concentrado en esta labor, acostado totalmente bocabajo y sirviendo a su reina, a su bruja, a su luna en esa noche que pensó iba a pasar totalmente solo.
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Mensaje por Heather McDowell Jue Nov 20, 2014 12:42 am

Durante su vida nunca deseó a nadie como le deseaba a él ni tampoco pensó que sería capaz de sentir ni siquiera la décima parte de cada una de las sensaciones que en este momento provocaba en ella. Se percató por primera vez de que no conocía completamente su propio cuerpo ni mucho menos esperaba que cada uno de sus sentidos reaccionase de una forma tan extraordinaria. En su rostro se dibujó una juvenil sonrisa al observarle y soñadoramente deseó que esta no fuera la primera y la última vez que le tuviera a su lado.

Al parecer no se encontraba en control de los sonidos que producía porque escuchó otro gemido que provenía de ella al sentir como le besaba juguetonamente los pechos y cariñosamente se entretenía con uno de sus pezones logrando que múltiples oleadas de un agradable calor le recorrieran de la cabeza a los pies. Con la respiración algo agitada y con una mezcla de alegría y nerviosismo mezclados con anhelo se mordió el labio inferior al notar que él se estaba levantando. No mentía cuando decía que lo deseaba intensamente y en ese momento lo necesitaba más que el aire que entraba en sus pulmones.

Alzó una ceja al escuchar su pregunta y antes de poder decir nada se sintió jalada hacia él. Sus latidos se aceleraron pero no fue solo por la proximidad física, había escuchado sus palabras a pesar de que fueran dichas apenas por arriba de un murmullo. En su rostro se reflejó la sorpresa y sus ojos comenzaron a tornarse cálidos y cargados de afecto, en su pecho comenzó a crecer un sentimiento inesperado pero poderoso y fuerte, algo que no había sentido desde que perdiera a los suyos y que no esperaba que volviera a albergarse en ella.

No atinó a volver a la realidad con el suficiente tiempo como para percibir que se encontraba vulnerablemente expuesta bajo su rostro y tarde notó que este comenzaba a descender hacia ella. -Espera, ¿qué...?- Intuitivamente quiso cerrar las piernas pero estas se vieron refrenadas por sus manos y la frase permaneció en el aire. Su cuerpo se estremeció y los latidos de su corazón igualaron a los de su intimidad que palpitó desbocadamente al notar como la besaba y luego se adentraba en ella. Sus manos se aferraron a las sábanas, en un  principio su pudor quiso obligarle a ofrecer resistencia pero la manera en que él la estaba invadiendo era demasiado deliciosa, la estaba enloqueciendo.

Sin percatarse de lo que estaba haciendo arqueó su espalda y sus manos alcanzaron su rubio cabello mientras sus piernas se abrieron más para él, intentó mirarlo pero su visión estaba nublada. Gimió y susurró su nombre. -Ahhh... André....- Su centro se humedeció cada vez más sin poder evitarlo y el saber que bebía de ella la hizo sentirse excitada y mayormente perdida.

-Tampoco... me sentí nunca así...- Las palabras apenas lograron articularse ordenadamente en su boca pero ella necesitaba decirlo. Su subconsciente entonces liberó algo de la hechicera produciendo la ilusión de múltiples imágenes de pequeñas esferas multicolores que realizaban una danza circular alrededor de ellos en la habitación y que al tener los ojos cerrados él no llegó a ver pero que expresaron el gozo de lo que le hacía sentir. Todo en su bello francés era sorprendente, así lo supo cuando lo vió sentarse en su mesa en el restaurante y cuando se sintió conquistada por sus azules ojos y por su pícara sonrisa cuya visión le seguiría siempre.
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Mensaje por André Sirot Jue Nov 20, 2014 7:08 am

La voz de la joven danzaba alrededor de él como la melodía más dulce jamás escuchada, y esto le animaba a no detenerse, a buscar los rincones menos explorados de su ser y a ofrecerle todo lo que estuviera en sus manos con el fin de prolongar los tiernos gemidos que escapaban de su boca. Los dedos de ella acariciándole el cabello de nuevo le hicieron gemir involuntariamente, presa de un inesperado placer que no se concentraba en el sexo, sino en la armonía entre ambos. Jamás creería que algo como esto era posible si alguien se lo contara,  y aun viviéndolo en carne propia se atrevía a ponerlo en duda.

Fue deteniendo poco a poco el fervor de su boca hasta convertir su ansia en un tierno beso a la intimidad femenina, una oración silenciosa a la santidad de su sola existencia. Apoyó la mejilla en uno de sus muslos y poco a poco abrió los ojos, temiendo que el hechizo entre ambos se rompiera. Lo que vio le impactó. Un destello de algo a su alrededor, algo que se desvaneció y le hizo pensar que era resultado de su propia excitación, pero más que eso, la imagen de una joven irlandesa con las mejillas teñidas de un color a juego con el del fuego que adornaba su cabello, su pecho subiendo y bajando en una respiración afectada y una mueca tan adorable. Todo afectó al francés, que tuvo que tragar saliva y buscar la compostura en lo más recóndito de su conciencia.

Se relamió los labios cual minino después de un festín de leche y urgió a su cuerpo a reaccionar y acudir al encuentro del seno de la mujer más asombrosa que jamás conoció. Se recostó a su lado, manteniendo una calma imposible mientras le acariciaba el cabello y admiraba sus rasgos, más específicamente las gemas de sus ojos. Le sonrió con ternura, entregado a ella y a su corazón más que a su cuerpo, si eso era posible.

-Detesto las promesas, pero quiero que me hagas una -susurró posando luego los labios sobre su frente, la atrajo en un abrazo con tintes posesivos que a la vez la convertía en su refugio de tanta porquería que veía a diario en la vida -. Promete que me permitirás dormir a tu lado, no importa si por la mañana me echas y no quieras verme más. Promete que me dejarás amarte esta noche -tomó su pequeña mano y la colocó sobre su pecho, justo a la altura del corazón. Éste latía desbocado por ella, dolorido y al mismo tiempo feliz, una mezcla irracional, llena de algo que pareciera ficticio a los ojos de un hombre que jamás en su vida sintió amor, ni siquiera por sí mismo.

Sus ojos, que toda la vida fueron de un azul gélido, no demostraban más esa frialdad. Se negaba a creer que todo era gracias a la pelirroja que derritió el hielo con su fuego y lo reemplazaban con algo cálido. No podía sostener más su mirada, temía que rompiera lo poco que acababa de construir en cuestión de minutos, desde que la viera sentada sola y enfurruñada, y luego siguiendo el juego a un completo desconocido. La cuestión entre ambos no se limitaba a un acostón, si bien el cuerpo contrario le provocaba tal deseo que arrancaba su cordura a cada segundo que se privaba de penetrar en ella y compartir el calor que en ambos abrasaba todo a su paso.

No quedaba lugar a dudas, había algo de mágico en su Heather, su irlandesa. Porque era suya, por lo menos hasta el amanecer.
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Mensaje por Heather McDowell Jue Nov 20, 2014 8:08 pm

Fue así como sin que lo esperase gracias a él despertó en ella esa parte de si misma que erróneamente creía dormida para siempre y que ahora de forma espontánea y maravillosa se había manifestado proyectándose a su alrededor en forma de las esferas de luz. Las mismas se desvanecieron pero no así cada una de las emociones que le había despertado. Su cuerpo aún disfrutaba del apasionado trato que él le prodigaba en su interior y el escucharle gemir no solo aumentó su excitación sino la convicción de que el sentimiento que acababa de descubrir era real.

Poco a poco su cuerpo se tensó hasta alcanzar algo parecido al éxtasis y luego se fue relajando, su mirada entonces regresó ansiosamente hacia él y cuando le vió regresar a ella para recostarse a su lado se dejó abrazar sin poder dejar de contemplarle, algo había cambiado en él. Le observó intentando descubrir que era, su mano le acarició la mejilla con el dorso de los dedos y luego estos jugaron a entretenerse con su barba, el afecto que descubrió en su sonrisa caldeó su alma y por primera vez en meses dejó de sentirse sola.

Entonces comprendió que era lo que había cambiado, eran sus ojos. La estaba mirando de forma diferente y ese indescriptible azul que tanto le atraía a pesar de ser un completo misterio para ella ahora por primera vez le permitía ver sus emociones. Le era imposible dejar de mirarle, se sentía hipnotizada por lo que descubría y lo que le escuchó decir aceleró tanto sus latidos como los que pudo percibir debajo de la palma de su mano y que le parecieron increíbles. Su mano acarició cariñosamente el pecho de él justo donde él la había colocado, a la altura de su corazón y tomando la mano de él la atrajo hacia ese mismo lugar sobre su propio pecho para que percibiese los de ella.

-Lo prometo.- Sonrió y tomó su otra mano para juntar sus palmas y enlazar afectuosamente los dedos con los de él. -Pero me sería imposible echarte de mi lado y lo único que deseo es amarte de la misma manera esta noche.- Acercó su rostro al de él y besó sus labios suavemente, lo estrechó en sus brazos descansando su mejilla en su hombro y sintió temor de no volver a verlo otra vez.

-Hay algo que debes saber de mi.- Suspiró y cerró los ojos un momento concentrándose en todo lo que percibía de él, luego los abrió y alzando el rostro volvió a mirarle. Todo su ser deseaba unirse a él, entregarle su cuerpo y amarle esa noche entregándole también su corazón pero él se había sincerado con ella y no podía ocultarle ya nada, aún si con eso se arriesgaba a perder la manera en que la estaba mirando y que fuese él quien deseara marcharse.

-Vine a Francia porque creí que debía dejar una parte de mi atrás pero ahora creo que quizás estaba equivocada al intentarlo.- Buscó las palabras adecuadas. -Lo que intento decir es que soy algo diferente.- Colocó la palma de su mano hacia arriba y proyectó sobre ella la imagen de un pequeño corazón apagado y silencioso. Una delgada flecha de fuego lo atravesó haciéndole latir y despertó en el un intenso brillo que iluminó de rojo las sábanas sobre las que reposaban como un símbolo de lo que él había hecho en el corazón de ella. Sin apartar la mirada de él permitió que la ilusión se fuese desvaneciendo y dejó caer su mano a un costado deseando poder leer sus pensamientos e intentando apartar el temor del rechazo.  
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Mensaje por André Sirot Jue Nov 20, 2014 8:47 pm

Verdaderamente parecían una pareja y no dos amantes que acababan de conocerse. Le gustaba la forma en que le besaba y nunca perdía oportunidad de devolver el gesto. Sus manos unidas de nuevo daban ese toque especial a lo que sucedía en la privacidad de la habitación, entre sábanas revueltas y cuerpos a punto de ebullición. Acarició su pecho, aceptando que el compartir un sentimiento no era malo, ni lo hacía débil, sino todo lo contrario. Su promesa, por otro lado, colaboró a aumentar tal presión en el pecho.

Bastante preocupado por su repentina necesidad de confesarse, se acomodó de tal manera que pudiera verle mejor y apreciar ese extraño gesto. Le sonrió para darle ánimos, sin necesidad de hablar para no cortar la confianza que parecía haber reunido, y el valor que, por lo visto, hacía falta para contarle algo. Ahora era él quien divagaba: ¿estaría comprometida? Bueno, no le costaría trabajo imaginar que alguien en su posición fuese prometida a temprana edad o antes de nacer, a un noble caballero. ¿Sufriría una enfermedad mortal? No, tenía buen color y ánimo. ¿Entonces qué era eso tan importante y difícil de contar?

-No hay nada de malo en ser… di… diferente… -sus ojos, de por sí grandes, se abrieron como platos, su boca entreabierta, las cejas arqueadas y todos los músculos tensos. No podía ni siquiera levantarse de la cama y alejarse, como cualquier humano corriente haría. Respiraba como si hubiese corrido por horas, no comprendía lo que sus ojos veían. ¿Acaso le estaba diciendo que él le hizo eso a su corazón…? Más importante, ¿cómo demonios hacía eso? Mil palabras de atoraron en su garganta en un intento de salir todas de golpe, y ninguna terminó por formarse.

En cuanto esa cosa, lo que fuera, se desvaneció, trató de calmarse. Se alejó despacio de ella, sentándose con la cara hundida entre las manos y encorvado como queriendo protegerse de cualquier intruso que invadiera su burbuja personal y el momento en que trataba de aclarar sus ideas. Se frotó el rostro, decidiendo que nada que hiciera un ser como ella podía ser malo. El hombre, a través de la historia, hizo cosas atroces por miedo, entre ellas crucificar a quien les dijo incontables veces que era el mecías. Pues, siendo así, ¿por qué temer?

-No… no entiendo nada… -se puso de pie, extrañamente excitado por el desconcierto y una especie de pánico ante la duda. De hecho, su miembro sufrió un pequeño espasmo exigiendo atención. Se pasó una mano por el cabello echando atrás los mechones rebeldes que se empeñaban en taparle los ojos. El rostro de la pelirroja demostraba tristeza, miedo quizá, algo similar a lo que él pasaba -Dios, ¿qué eres? -sonrió de repente, sorprendiéndose a sí mismo, y volvió a colocarse sobre ella, empuñando un falo poderoso, rígido y de buen tamaño, y buscando la hendidura en el cuerpo femenino. Sea lo que fuere, la deseaba, y quería ver más de esas cosas que hacía, intuyendo que lo que viera antes, esas pequeñas orbes, eran también creación de la irlandesa.

La abrazó y besó su cuello, tratando de decir con eso que no importaba lo que fuera, un ángel, un demonio, una hechicera o un hada; daba igual. Lo único que importaba era que la deseaba y la adoraba de una forma inconcebible para alguien de su tipo, que daba su cuerpo a cualquiera sin importar si se trataba de un hombre o una mujer, sin importar qué cosas le hicieran, siempre que el dinero le brindara placer. Y ahí estaba, sintiendo placer sin necesidad de dinero, un placer que comenzaba en su pecho y se expandía por todo su cuerpo que se estremecía ante la cálida humedad que le recibía a las puertas del paraíso.
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Mensaje por Heather McDowell Vie Nov 21, 2014 9:18 pm

En cuestión de segundos todo aquello nuevo que había descubierto en el rostro de él se desvaneció y fue reemplazado por una expresión que se sintió como si le hubiesen propinado una fuerte puñalada en el pecho. No era solo sorpresa lo que él expresaba con su gesto sino que privándola del calor de su cuerpo se fue alejando de ella provocándole un vacío difícil de explicar. Se mantuvo quieta, pensando que si él se alejaba no querría que ella le siguiese y sin comprender el por qué se sintió inmensamente triste al pensar que se había equivocado al enseñarle lo que ella era y que allí acababa todo lo que habían compartido esa noche.

Sin embargo lo peor de todo no era que él le rechazase lo peor era que pudiese temerle. En el pasado algunos le habían temido al no comprender quien era y había aprendido que el temor a veces podía escalar hasta convertirse en odio. Un odio irracional a lo desconocido, hacia lo que iba más allá de la comprensión humana o hacia lo que ellos consideraban una abominación ante los ojos de Dios. Ante esos ojos juiciosos ella era poco menos que un ser humano, era una hereje, una blasfemia, una bruja.

Pero nada de eso tenía relevancia en ese momento, lo cierto es que ella nunca usaría sus habilidades para dañar a alguien tan hermoso como él. Sus ojos siguieron sus movimientos deseando explicarse mejor pero antes de tan si quiera intentarlo sufrió un alegre sobresalto al verle sonreir y regresar con ella. -Soy una hechicera...- respondió perdiendo el aliento. El contacto de su cuerpo volvió a elevar su temperatura a la par de la de él, podía sentir su demandante miembro apretándose contra ella para buscar entrada en su cavidad provocando así que esta se humedeciera cada vez más, que ella se sintiera mareada de placer y que su cuerpo temblara.

Sus labios en su cuello y su abrazo le hicieron comprender que él la estaba aceptando, su corazón latió cálidamente, le abrazo cariñosa y anhelante e intuitivamente su pelvis buscó la de él ansiosamente para brindarle el acceso a su interior y ayudarle a que la penetrara. Gimió al sentir como su miembro comenzaba a llenarla y sus dedos se hundieron en su espalda. La sensación era abrumadora y exquisita, la simetría de sus cuerpos lanzaba pequeñas descargas eléctricas por todo su ser aunque a medida que él entraba el dolor también se apoderaba de ella.

Jadeó y mordió el hombro masculino, deseaba moverse pero al mismo tiempo temía hacerlo, su respiración entrecortada hacia subir y bajar sus pechos, sin embargo confiaba en él, él sabía más de esto que ella y ella tenía la seguridad de que no le haría daño. Depositó dulces besos en sus hombros y dejó que fuera él quien guiara sus cuerpos mientras lentamente comenzaba a liberarse del dolor y a mecer sus caderas. 
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Mensaje por André Sirot Sáb Nov 22, 2014 6:56 pm

Conque una hechicera. Pues podía ser un dragón, como los de las viejas historias de esos seres que tomaban forma humana temporalmente, y de cualquier manera le daba lo mismo. Lo que importaba era que él la vio antes que otro hombre, que era él quien la sedujo, él quien la estaba amando en la cama y a él a quien le confesó tal secreto que otros habrían usado de maneras increíblemente poco humanitarias. Él ni siquiera pensaba en usarla.

El movimiento de sus caderas dándole permiso para adentrarse y luego la abrasadora sensación caliente, apretada y húmeda de su cuerpo recibiéndole con la reticencia natural de las mujeres que jamás probaron antes el sexo, por poco le arranca la cordura. Se mantuvo, no obstante, lo más firme posible, y no se amedrentó ante tal obstáculo. Por el contrario, no la presionó, sino que aguardó a que ella le diera señales de que el dolor remitía. Detuvo el movimiento de su cuerpo y se concentró en besarle el cuello y la mandíbula, y disfrutar de los besos que la hermosa chiquilla le regalaba, junto con la presión de sus dedos contra su piel.

Y finalmente sucedió, logró entrar casi por completo en ella, y no queriendo forzar demasiado la resistencia de un cuerpo inexperto retrocedió hasta casi salir y volvió a entrar, comenzando un cuidadoso y lento vaivén, entre leves gruñidos ahogados contra el cabello rojo esparcido en la almohada. Pero quería, necesitaba ver su rostro, así que se irguió lo suficiente para admirar la expresión en tan bonitas facciones, y lo que vio por poco le detuvo el corazón. Se detuvo unos segundos, totalmente embargado por algo desconocido que le asustó. No le temía a ella, para nada, le temía a lo que le provocaba, que no tenía nombre. Pasó los dedos por su mejilla, bajaron por su fino cuello hasta su pecho y el roce terminó, sobrecogido en demasía.

-¿Me has hechizado? -su miembro, aún demasiado ansioso, salió totalmente de ella. La tomó de la cintura y la hizo sentarse para después cambiar posiciones. Pechos tan hermosos merecían estar libres y moverse al compás del resto de su cuerpo. Tocó, con manos temblorosas, la blanca piel de sus muslos hasta perderse en el nacimiento de su feminidad y continuar el paseo por sus brazos y de regreso a sus manos. Las apretó y besó sus nudillos, entregado en su totalidad.

Le dejó el control, y estando ella encima se movería a su ritmo. Siempre creyó que a los inexpertos era mejor guiarlos, pero su instinto le decía que ella, una mujer diferente en más de un sentido, con habilidades sobrenaturales que no creía que fueran más que jugarretas de gitanos y magos de feria, o el tema principal de los cuentos para niños, debía aprender de otra manera, a base de experiencia propia y no de lo que un guía pudiera contarle o señalarle. Sus cuerpos se acoplaban con asombrosa armonía, y tomar el ritmo que satisficiera a ambos no les tomaría mucho tiempo. Además, la noche apenas comenzaba, y no había planes de una retirada temprana.

Y, de hecho, el pensar en la oportunidad que se le mostraba de permanecer hasta la mañana siguiente, hizo que la curiosidad le picara: ¿cuántas veces más harían lo que estaban haciendo? ¿Una, dos, cinco o diez veces? Y si pensaba en reciprocidades, a cambio de buen sexo le pediría a cambio una pequeña demostración más de esa magia curiosa que antes vio, esa ilusión tan real que por un momento le aterró y luego le ayudó a entender lo especial que era la preciosa Heather.
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Mensaje por Heather McDowell Dom Nov 23, 2014 12:54 am

El dolor que sintió en un inicio fue cediendo poco a poco a medida que el miembro masculino se adentró en su intimidad llevándose así su virginidad y también la previa incomodidad que había experimentado para ceder el paso a la indescriptible sensación que le provocó cada uno de los iniciales movimientos en vaivén que compartían. Una vez desvanecido el dolor cada una de las lentas embestidas de André envió sucesivas descargas de placer a lo largo de cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo logrando que un delicioso delirio se apoderara de ella mientras la entrecortada respiración de él se entremezclaba con los guturales gemidos de ella.

El calor que irradiaba su cuerpo en contacto con el suyo, el cálido aliento que podía sentir golpear su piel al encontrarse su rostro tan cerca, el aroma masculino que embriagaba sus sentidos, todo le arrebataba cualquier posibilidad de hilvanar pensamientos coherentes más alla de la necesidad de tocarlo o de desear besar cada rincón de su cuerpo. No estaba segura de que era lo que cada mujer sentía en su primera experiencia sexual pero en el momento en que él alzó el rostro y sus miradas se encontraron el mismo fulminante sentimiento volvió a golpear su pecho tornándose este pesado de manera que por un momento no se atrevió a respirar.

Mordió su labio inferior al notar que él salía de ella ya que el que lo hiciera tan repentinamente le provocaba una necesidad y una insatisfacción demasiado grandes pero se dejó cambiar de posición sin apartar la mirada de su bello rostro. -Hechizarte...- La idea le hizo reir levemente. -Me temo que existen cosas que ni el más grande hechicero podría provocar.-

Suspiró al sentir la manera en que la tocaba, le encantaba su tacto, sus manos, sus húmedos besos, la manera en que la miraba. Nada de ello podría ser provocado por un hechizo ni existía alguno que pudiera obligar a alguien a amar a otro... Amar... La palabra permaneció suspendida en sus pensamientos, no estaba segura de por qué le había llegado de golpe y el solo pensar en ella le provocó una emoción muy intensa.

-En todo caso tú me has hechizado de igual manera...- Sonrió de medio lado y comenzó a colocarse a horcajadas sobre él. Suavemente tomó el miembro masculino en su mano y pemitió que sus dedos lo acariciaran mientras lo guiaba hacia el interior de su intimidad permitiendo que encajara perfectamente en ella y le produciera un delicioso y cálido hormigueo que aumentó rápidamente su temperatura, más por instinto que por una experiencia de la cual carecía comenzó a mover su cadera circularmente para inducir las embestidas que tanto necesitaba y que en ese momento demandaba.

El placer se adueñó otra vez de ella de tal manera que pensó en lo exquisito que sería el poder repetir esa experiencia con él una y otra vez. Mientras se mecían sus manos acariciaron su torso, su cuello y su mandíbula, y se detuvieron repasando sus atrayentes labios. -Creo que... me podría acostumbrar a esto... que me podría acostumbrar a ti...- Antes de que respondiera inclinó su rostro hacia él para besar sus labios de una manera un poco menos tierna y más pasional.
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Mensaje por André Sirot Dom Nov 23, 2014 12:10 pm

El hecho de que pudieran sostener un remedo de conversación significaba que, pese al deseo, subsistía una necesidad de un contacto más allá del ámbito físico, que se acoplaban más allá del tema sexual, y no lo ponía en duda ni por un segundo. En vez de gemir y jadear constantemente y sin sentido, ella le hacía reír y sentirse pleno. Por ello, cuando afirmó que no existía ningún hechizo para ese tipo de cosas, le creyó y no insistió más, aunque ahora tendría que comprender solo qué era lo que pasaba y darle un nombre.

A nada estuvo de responderle a su especie de reclamo, pero comprendió que ella hablaba de otro tipo de hechizo. Por otro lado, que lo llevara de nuevo a ese sitio místico de su cuerpo de nuevo rompió cualquier hilo de pensamientos que hubiese logrado formar. Sus movimientos eran perfectos, le ayudaban a llegar profundamente dentro de ella, en su de por sí apretada cavidad. Si el paraíso existía, debía estar en el cuerpo de la irlandesa.

-¿Me estás diciendo que quieres hacer esto algo habitual? -si su voz no sonaba demasiado afectada era porque estaba haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no flaquear, por ella. Lo cierto es que a él le apetecía también repetir el encuentro tantas  veces como fuera posible, y no exclusivamente esa noche. Pues sí, estaba decidido: le pediría que le permitiera visitarla en el futuro próximo.

Tomó las riendas de nuevo, puesto que comenzaba a perder la paciencia y no quería que ella perdiera su nivel de libido. Con las manos ayudó a elevarle un poco la cadera, tan sólo unos pocos centímetros, y comenzó a arremeter contrario a los movimientos de ella, causando una colisión exquisita entre sus cuerpos, y eso ayudó a que el cuerpo del francés comenzara a cobrar fuerzas y más vida de la que tuvo jamás. Ella lo arrancaba de ese estado de total desinterés hacia todo, le llenaba de pasión, de curiosidad, de emociones jamás experimentadas con anterioridad. Por supuesto, el saber que estaba acostado bajo el dominio de una hechicera ayudaba, y que fuera virgen, bueno, al final resultó mejor de lo esperado. No hubo la exagerada cantidad de sangre que todo el mundo decía que era el resultado de robar la virginidad de alguien (aunque, a decir verdad, ni siquiera se fijó mucho en eso), ni el dolor que las mujeres proclamaban, vaya, ni siquiera le costó comenzar a excitarla. Acaso eso se debía a que ambos trabaron una conexión inmediata, como dos viejos amigos que se convertían en amantes. De alguna forma percibía que se conocían más de lo que era posible.

Olas de placer comenzaban en su sexo y terminaban en la última de las fibras de su cuerpo, erizando su piel y arrancándole gemidos roncos, que intentaba contener tanto por no ser demasiado ruidoso e incomodarla, como para no perder la capacidad de conversar con ella, hacerle peticiones, guiarla y, sobre todo, recordarle lo hermosa, valiosa y especial que era ella para él. El porqué ya luego lo averiguarían juntos, y decía juntos porque le importaba lo que ella pensara. Curioso que sucediera tal cosa cuando hacía una hora su única preocupación era que no le hicieran demasiado daño y le pagaran como era debido, pues sobre su aspecto ya era bastante consciente. Y ahí estaba esa chiquilla sobre él, con su melena revuelta cayendo por su espalda y sus hombros, con sus mejillas sonrojadas y su exquisita boca volviéndole loco, y haciéndole preguntarse si valdría suficiente para ganársela y por cuánto tiempo. Con suerte no sería una aventura, y con más suerte conocería de primera mano lo que era una hechicera y las cosas que podía hacer.
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Mensaje por Heather McDowell Lun Nov 24, 2014 1:02 am

Heather se dejó llevar por lo que le indicaba su cuerpo y por lo que lograba intuir por parte de cada nuevo movimiento que él le regalaba y que le robaba toda capacidad de entendimiento. En determinado momento sonrió simplemente por el placer que la embargaba y por el hecho de que por primera vez en los tres días que llevaba en Paris se sentía plena y completamente a sus anchas. Habían transcurrido meses desde la última vez que había logrado pasar una buena noche encontrándose estas plagadas de insomnio o pesadillas que incluso en un hotel como este acudían invariablemente una vez que se presentaban las horas nocturnas y aunque el francés no lo supiera era precisamente él quien le había devuelto esa chispa y ese espíritu animoso que siempre la había caracterizado pero que últimamente se había visto opacado por las cargas emocionales que llevaba consigo.

Era por eso que al mirarlo su corazón volvía a saltarse otro latido y no era sólo el hecho de que fuese indiscutiblemente atractivo aunque cada vez que lo contemplaba volvía a descubrir algo más que le gustaba de él. Sin embargo intuía que esa perfecta sincronía que existía entre ellos no era algo ordinario ni se presentaba todos los días y aunque la idea de encariñarse demasiado con él le atemorizaba por momentos era cierto que deseaba seguirlo viendo más allá de esa noche.

-Si... eso deseo... vernos habitualmente... para... repetirlo... ¿todos los días?- A pesar de lo mucho que le costó hablar rió alegremente. Por supuesto lo que dijo era una utopía, no le podía pedir que estuviera siempre a su disposición ni iba él a dejar lo que estuviera haciendo en todo momento para correr al lado de ella simplemente porque se le antojase.

Deslizó su cuerpo hacia adelante para acercarse más a él de manera que sus piernas pudieran rodear mejor su cintura y así su miembro se enterrase más profundamente en su interior con cada nueva colisión de sus caderas. Cada embestida la hacía temblar, él se sentía tan duro y caliente en su cavidad, a cada momento le arrancaba estremecimientos y su tacto, su sabor, todo él le gustaba tanto, le provocaba ternura y pasión a la vez. Le costaba creer que pudiera sentirse tan bien con alguien a quien acababa de conocer y a quien aún deseaba conocer mucho más.

Lo abrazó deseando sentir su calor y su piel se erizó al sentir como su aliento golpeaba su pecho. Su magia volvió a emerger al latir su corazón desaforadamente, una oleada de placer mucho más fuerte que las anteriores tensó su cuerpo y las esferas de luz reaparecieron en el dormitorio pero esta vez no las reprimió. A pesar del recelo que le caracterizaba había revelado su secreto abiertamente por el mero hecho de desear que la conociera en su totalidad y algo en su interior le decía que ese secreto estaba a salvo con él. Permitió que las orbes flotaran alrededor de ambos y cuando sintió que su interior se tensaba maravillosamente augurando una inminente explosión estas emitieron una fulgurante luz que con toda su intensidad se reflejó sobre ellos.

Su mirada se fijó en André y fue en ese momento cuando al ver su vigoroso cuerpo perlado de pequeñas gotas de sudor, al fijarse en el brillo que proyectaban los mechones de su rubio cabello bajo las luces multicolores, al ahondar en los ojos azules que en ese momento la observaban de vuelta comprendió finalmente por qué le había atraído desde el primer momento, por qué quiso invitarlo a su habitación y por qué su cuerpo y sus emociones sincronizaban tan perfectamente con las de él. Una tenue sonrisa se dibujó en sus labios, para bien o para mal, aunque le doliese con la misma intensidad con la que le inundaba de dicha, aunque no tuviese la menor idea de lo que significaba para ella el que hubiese sucedido tan pronto y que fuese demasiado tarde para evitarlo, por primera vez en sus veintiún años de vida conocía lo que nunca conoció antes, por primera vez se había enamorado...
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Mensaje por André Sirot Mar Nov 25, 2014 9:49 pm

Si creyera en santos y vírgenes, Heather sería uno de ellos. Estaba obrando milagros en ese mismo instante con él, con su cuerpo y con su alma, derritiendo ambos y fundiéndolos para luego volverlos a separar debidamente, una especie de éxtasis que a ratos le dejaba saborear para luego alejárselo y dejarle con ganas de más. Pues si ese era el juego, lo único que debía hacer era complacer a ambos y terminar el acto de amor más entretenido jamás experimentado.

Tan sumido en el placer estaba que no tuvo tiempo de reprenderse por pensar de nuevo en tal adjetivo. Ambos cuerpos abrazados moviéndose al mismo compás de un baile no premeditado, pero ejecutado como la pieza de arte más hermosa. Sin soltarla, y tras besar su mejilla de forma juguetona ahora que sabía que ella también quería más, rodó por la cama hasta quedar sobre ella, sin apenas separarse. La besó; no, besar es poco, se apropió de su boca y le hizo cosas con la propia que jamás antes probara con otra persona. Maldijo entre dientes, sonriendo a pesar de todo, tras caer en la cuenta de lo que estaba sucediendo al tiempo que empujaba contra ella sin parar, en movimientos cortos pero rápidos y certeros, siempre procurando no hacerle el menor daño.

Transcurrieron lo que se le antojaron como años, décadas, hasta que por fin alcanzó a ver la cima de la montaña que escalaba con ella, el maldito éxtasis que ponía el punto y aparte en la oración. Torpe de su parte, pero no se retiró en el preciso momento en que todo él explotaba acompañado de un gruñido y jadeos, entre suspiros y repeticiones del nombre de la pelirroja. Y ni así se detuvo, quería, necesitaba más de ella, y hasta no estar seguro de que la joven obtuviera lo mismo que él, ese breve pero maravilloso instante de alegría infinita, no descansaría.

A su alrededor flotaban esas cosas que vio antes, y le encantó, le maravilló poder ser testigo de un espectáculo tan único y especial, y pudo intuir, sin tener que recurrir a hechizos, que simbolizaban la alegría de la autora de tan hermosa vista. El sudor le pegaba los cabellos a las sienes y hacía que los mechones que caían sobre su frente se sintieran pesados y estorbaran más, sin embargo no cesó de abrazarla, de besar cada espacio de blanca piel que le quedaba al alcance de su boca hambrienta. Pero como todo en la vida, el mejor sexo hasta el momento (pues estaba seguro de que habría mejoras a futuro), tuvo que terminar. Y así, poco a poco, bajó el ritmo de sus embestidas hasta convertirlas en nada, unidos por el mismo vínculo carnal, y se recostó sobre ella, buscando sus manos con movimientos perezosos.

Agitado, algo cansado y tremendamente satisfecho, jugueteó con uno de sus pezones. Sus manos entrelazadas y sus cuerpos sudorosos y calientes demostraban una verdad de la que nadie podría renegar; pero no sería él quien lo dijera, por lo menos no todavía. ¿Y si, por ser un pobretón promiscuo, rechazaba esa parte de él que comenzaba a conocer y apreciar? Era un riesgo, en cambio si ella le dijera que rodara, se hiciera el muerto y ladrara, sin pensarlo obedecería. Sonrió ante la idea, agradeciendo porque ella no pudiera verle el rostro, aun teniendo el pequeño botón erguido de su pecho entre los labios. El bebé que llegara a mamar la vida de ella nunca sabría lo afortunado que sería de poder saborear la piel delicada de la zona que él, sin lugar a dudas, guardaría siempre en un lugar especial en su corazón.
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Mensaje por Heather McDowell Miér Nov 26, 2014 4:11 am

A pesar de que era joven y de que era la primera vez que compartía su lecho con alguien más Heather no era ingenua. Sabía perfectamente que existía el deseo carnal, al crecer había sido testigo de como las druidesas escogían el amante que les dictaba su voluntad por el tiempo que así lo deseaban por lo que había observado a las jóvenes parejas que al mirarse denotaban una cierta ansia y necesidad física que a ella le parecía curiosa pero sin llegar al punto de pensar que ella misma carecía de algo. Ahora entre sus brazos tuvo que replantearse sus previas percepciones porque de todo lo que había conocido nunca había sentido, olido, tocado, oido y saboreado algo tan exquisito y tan adictivo como lo era cada rincón de él.

Cada una de sus acciones la estaba enloqueciendo, la manera en que su boca se fundía con la suya demandante y exigente de una manera tan avasalladora y apasionada mareándola, nublando su razón, orillándole a emitir pequeños gemidos que al vertirse en sus labios expresaban su placer. Aunque no se le podía llamar así, placer era una palabra que no alcanzaba a definirlo, era mucho más que eso, un beso nunca le provocó tantas sensaciones o comenzaba a creer que en toda su vida nunca supo lo que era ser besada. Cualquier cosa que hubiera experimentado antes no llegaba ni a la duodécima parte de lo que le estaba provocando,  como lo eran las flamas incendiarias que recorrían su piel chispeando dondequiera que sus cuerpos hacían contacto. Sus manos se dedicaron a acariciar cada rincón que pudo encontrar a su paso, el cuerpo masculino le resultaba extraordinario y su boca al ser liberada aprovechaba para besar todo lo que podía.

Las embestidas se sucedían más velozmente y sin percatarse demasiado animaba a sus caderas a moverse más fuertemente para aumentar las penetraciones y ese acoplamiento que le hacía sentir que tocaba las nubes. El hecho de escuchar los jadeos de él y que la estuviera llamando por su nombre funcionó más que un afrodisíaco, de sus labios también brotó repetidamente el nombre de André y alcanzó esa explosión que pareció desintegrar cada átomo de su cuerpo para luego volver a materializarse sin estar segura de como aún respiraba. Una sonrisa de complacencia apareció en su rostro al sentir el cálido líquido del rubio en su interior y de hecho el saber que él había alcanzado el mismo pináculo y la emoción de sentir su semilla adentro hizo que alcanzara un segundo orgasmo.

Sus latidos aun golpeaban impetuosamente su pecho cuando finalmente su cuerpo se relajó acabando de esa manera de hacer el amor y es que no existía otra palabra para expresar lo que acababa de suceder entre ellos. Heather suspiró alegremente, su rojo cabello permanecía desparramado sobre las sábanas, su pecho aún no se reponía y el hecho de que él aún estuviera encima de ella hacía que sus pezones aún se endureciesen al percibir el roce de su piel. Sus dedos se movían en las manos de él acariciando sus palmas y el dorso de las mismas sin cansarse de lo bien que estas calzaban la una con la otra. El calor de su cuerpo le fascinaba, le encantaba tenerlo cerca y el sentir lo que le estaba haciendo a sus pechos provocaba pequeños roncos gruñidos que salían cómodamente de su garganta mientras cortas corrientes placenteras viajaban por su cuerpo y se estiraba plácidamente como una traviesa gatita que acaba de despertarse.

Sin permitirle alejarse ni un milímetro giró sus cuerpos para quedar suspendida por encima de él. Al parecer aunque fuese increíble aún le restaba algo de energía para ser capaz de realizar tal maniobra. Observó su bello rostro un momento, bastante fascinada por lo que veía y los dedos de su diestra acariciaron los sensuales y carnosos labios. -Eres perfecto.- Lo dijo con una sonrisa de medio lado, otra vez volvía a sentir un agridulce dolor en el pecho. Ante sus ojos él era más que perfecto con su pelo algo rebelde y despeinado, era increíblemente sexy y solo mirarlo era tan maravilloso que dolía.

-¿Qué debo hacer para que me repitas las lecciones?- Alzó una ceja y juguetonamente mordisqueó su labio inferior un par de veces, besó las comisuras de sus labios y se acomodó encima de él pero sin dejar que el miembro masculino se escurriese fuera de su intimidad, al contrario se movió de manera que aún pudiese aprisionarlo y friccionó suavemente su sexo contra el de él emitiendo una especie de ronroneo mientras comenzaba a besarle el cuello repetidamente. -Dime que no nos veremos solo esta noche... que vendrás a verme mañana y pasado y los siguientes días y que haremos el amor una y otra vez...-

Lentamente se recostó sobre él, sus  manos volvieron a entrelazarse con las suyas y sus labios depositaron suaves besos sobre su pecho. Estaba enamorada, así lo había comprendido y aunque no esperaba que él llegase a sentir lo mismo no deseaba que un día más transcurriese en Paris sin poder compartirlo con él.
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Mensaje por André Sirot Jue Nov 27, 2014 7:36 am

Todavía no se reponía de la habitual pérdida de energía momentánea tras el acto sexual y ya volvía a tener la necesidad de repetirlo, y todo gracias a las atenciones que la irlandesa prestaba a todo él. Ese movimiento que lo dejó más que sorprendido no por la fuerza que demostró, sino por sus ganas de estar arriba luego de mostrarse tímida al inicio, le hizo reír por lo bajo, complacido en extremo. Tal movimiento le estimuló poco, pero suficiente para alimentar esas ganas que nacían de quién sabe qué lugar de su cuerpo que parecía tener aún energía suficiente.

Omitió por voluntad propia hacer comentarios acerca de una supuesta perfección. No lo era, era todo lo contrario a un ser perfecto, pero discutir, llevarle la contraria, no figuraba en sus planes de momento. Por otro lado, su siguiente pregunta sí que le hizo sonreír alzando ambas cejas y mostrando la sorpresa en él. El movimiento de sus caderas aumentó esa sonrisa y se movió contra ella igualmente por un breve momento, para luego dedicarse a acurrucar entre sus brazos a la joven y adorable dama que robó algo importante de su ser.

-En tres días no tengo absolutamente nada qué hacer y no pienso buscar… negocios -hizo una mueca que afortunadamente ella no podía ver dada la posición de ambos. Pasó los dedos por su cabello mientras la otra mano yacía sobre su espalda disfrutando de la textura de ésta -Y aun si mi agenda estuviera repleta, siempre habrá espacio para ti, mi pequeña hada -esperaba con ansias que su visita a París no se redujera a unas semanas o pocos meses, eso le daría oportunidad de pasar más tiempo con ella, aprender de ella, conocerla, y probablemente sacudirse ese temor bien fundado que se cernía sobre él: que, al final, su profesión se interpusiera entre lo que ella pudiera sentir por él.

Nunca le pediría que rebajase su honor a andar con un cualquiera como lo era el francés, y mucho menos que soportara que tuviese que abandonarla casi todas las noches y varios días para meter en su lecho a quienquiera que tuviese el siguiente turno. Eso, sin dudarlo, nadie lo merecía. Pero tampoco es que quisiera volver a trabajar en un banco aburrido lleno de caras largas. Suspiró con resignación. La mejor solución al caso vendría siendo olvidar que la quería de un modo especial y evitar a toda costa amarla más conforme pasara el tiempo.

-¿Heather? -su voz reflejó la misma duda y el terrible augurio que daba a lo que fuera que pasara entre ambos -Si… suponiendo, claro… si no eres capaz de hechizar a nadie para eh… -¿enamorar? Demasiado pronto, decidió -encandilarlo, ¿crees que exista una explicación racional a esto? -señaló a ambos con un breve movimiento de la mano que le abrazaba, volviendo pronto a esa parte de su espalda más cálida por el tacto entre ambos.

La curiosidad mató al gato, dicen por ahí, pero André preferiría morir antes que quedarse a ciegas en un tema que necesitase resolver. ¿Qué era, pues, eso que pasaba ahí en palabras de la pelirroja? Simple y llano sexo, definitivamente no. Enamoramiento, posiblemente. Urgencia, necesidad, una conexión inevitable… muy probablemente.
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Mensaje por Heather McDowell Jue Nov 27, 2014 8:41 pm

Se sentía extremadamente cómoda y satisfecha acurrucada así, junto a él. Acariciaba con las yemas de sus dedos juguetonamente su pecho trazando líneas imaginarias y si colocaba su palma a su izquierda podía perfectamente percibir sus latidos, cosa que de vez en cuando hacía tan solo para deleitarse con ese ritmo. Le escuchó con atención y su gesto alegre adquirió un matiz algo sombrío al escuchar el tiempo con el que contaba de libertad antes de regresar a lo que llamo sus negocios.

Se sintió abatida y cerró los ojos intentando no pensar en que seguramente después de tres días lo perdería. Era una curiosa manera de sentir porque en realidad el francés no era de ella y al mismo tiempo le costaba creer que solo lo conocía de hace apenas un par de horas. Sin embargo existía una filosofía druida que ella nunca había puesto en duda y que sus abuelos le habían inculcado, que el alma era indestructible y que simplemente pasaba de un inquilino a otro después de la muerte, de esa manera si habías conocido a alguien anteriormente en la nueva vida podías sentir una conexión inmediata.

Sonrió levemente al pensar que en sus anteriores vidas pudo haber conocido al rubio y suspiró abriendo los ojos. -Depende de lo que te parezca racional.- Tomó su mano nuevamente y la llevó hasta sus labios rozando el dorso y luego colocándola contra su mejilla. -Existe una vieja leyenda irlandesa acerca de Moira, un hada luminosa y Krull, un duende oscuro. Provenían de razas opuestas y tenían absolutamente prohibido acercarse entre ellas. Sin embargo bastó una primera mirada entre ambos para que a pesar de sus naturalezas contrarias y del riesgo que conllevaba sintieran un inminente flechazo como si se conocieran de toda la vida y no provinieran de mundos completamente diferentes.- Hizo una breve pausa, en ocasiones había puesto en tela de duda la veracidad del relato pero ahora no le cabía la menor duda de que debió ser tal y como se la habían contado.

-Pienso que a lo largo de la vida puedes llegar a experimentar algo que te sorprende por escapar a toda lógica pero no por ello deja de ser muy real.- Meditó un poco en ello, se encontraba muy lejos de su antiguo hogar pero si cerraba los ojos podía verse a si misma en el, cuando era muy joven y comenzaba a ser testigo de cosas que hasta ese momento le habían parecido imposibles. Decididió no ensombrecer el momento con ningún pensamiento sombrío de incertidumbre que amenazase con hacer presencia. Durante el tiempo que pudiesen compartir disfrutaría de ese regalo con el que no contaba al llegar a tierra extranjera y que ahora simplemente atesoraría porque les brindaría la oportunidad de conocerse más el uno al otro.

Alzó su rostro deseosa de observarle y al mirarlo no articuló inmediatamente las palabras, no estaba muy segura de que todos los hombres presentaran ese aspecto después del acto carnal pero ciertamente el suyo le robaba el aliento. Sonrió lentamente indagando en sus azules ojos  -¿Me estás diciendo que te encandilé?- Una de sus cejas se arqueó invadida por la curiosidad. -¿Qué tanto?-
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Mensaje por André Sirot Vie Nov 28, 2014 7:12 am

A ratos no soportaba lo que veía en los ojos de la chica, demasiado intenso, demasiado real, y en el momento en que comenzó a narrar la historia agradeció que no estuvieran frente a frente, o que algún dios le ayudase a sobreponerse de lo que le quemaba las entrañas. Sostuvo con firmeza su mano, no sin ello ser suave. Se atrapó pensando en ella como suya, en que nadie tenía derecho a cogerle la mano de esa manera aparte de él, y que nadie más poseía autorización de escuchar las historias que pronunciaran sus labios. Mejor no hacer caso de eso y dejarlo fluir.

Pero no dejaba fluir el hecho de que le gustó el nombre del hada de su historia, e imaginó un pequeño ser pelirrojo de ojos azules llamada de esa forma. Se mordió el interior de la mejilla derecha y prosiguió prestando atención a sus palabras, que de racional tenían poco, pero a fin de cuentas, ¿qué era racional? Ni siquiera lo era ella, mucho menos lo que pasaba entre ambos. Durante la pausa que hizo miró al techo sin buscar nada en especial, tan sólo dejándose llevar por la situación.

-Ahora lo veo -murmuró para sí mismo, aceptando, como quien es derrotado en su propio juego, que no tenía caso buscarle tres pies al gato, las cosas eran como eran y punto.

La cabeza pelirroja se alzó y él fue atrapado por las orbes esmeralda, y no escapó. Sonrió ligeramente y esa sonrisa fue borrada en el preciso momento en que formuló la primera pregunta. Decir que fue encandilado sería aceptar una atracción puramente física, era perder la vista momentáneamente a causa de algo tan brillante que hacía palidecer el resto del mundo. No, no era encandilamiento. Con el mismo semblante férreo, frío si se quiere, la recostó en la cama y luego la obligó a girarse, teniendo  su espalda delante de él. La envolvió con  un brazo, sus cuerpos amoldados a la perfección, y besó el hombro desnudo que quedaba al alcance.

-Demasiado -contestó sin más. Permaneció inmóvil y silencioso lo que le pareció una eternidad.

Más que derrotado, humillado y acorralado no tenía otra alternativa que salvar su orgullo y evitar el dolor de la mentira. Tragó saliva y apoyó los labios en su nuca. Al diablo el jueguito de ver quién era más débil y soltaba la confesión primero. Al diablo los prejuicios, los miedos y las inseguridades. Al diablo el mundo.

-Creo que… no, no creo, estoy seguro -sonrió de manera triste, oculto tras la melena perfumada de la mujer más especial del mundo entero, la que le detenía y aceleraba el pulso al mismo tiempo -. Tú y yo nos conocimos en otra vida y no me has encandilado. Simplemente me recordaste que te amaba -y ahí estaba, lo dijo. Y le dolió más de lo que pudo pensar. Ella lo echaría. Ella le gritaría. Ella le rompería el corazón. Y, a pesar del riesgo, no podía moverse de su lado, no quería soltarla. No quería aprender a no amarla.
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Mensaje por Heather McDowell Vie Nov 28, 2014 7:53 pm

Algo había cambiado en él, lo notó enseguida, su cálida sonrisa y la transparencia de sus ojos fueron reemplazados por un gesto adusto y distante haciéndole imposible leer lo que hasta ese momento le había expresado sin palabras, tan solo con sus gestos, sus acciones y sus apuestos rasgos. No comprendió enseguida el por qué del cambio y el hecho de que su mirada volviera a ser tan indescifrable como la que se topó en el restaurante le produjo una temible opresión en el pecho.

¿Qué haría ella si él dejaba de mirarla, de hablarle o de tocarla como lo había hecho hasta ahora? Tuvo que volver a plantearse esa misma pregunta, ese mismo abatimiento que la embargaba al imaginarse privada de él. ¿Podía realmente concentrarse en su francés ahora e intentar no pensar en un después en el que no pudiera contemplarle a su lado, en el que girase en su lecho entre las sábanas y al no encontrarle se conformase con recordar como era estar entre sus brazos o sentir la intensidad volcada en cada uno de los besos compartidos, tener que soportar la necesidad de tocar su piel o las ansias de perderse en el éxtasis que le provocó la unión de sus cuerpos, la cual, lo sabía muy bien, iba más allá de un deseo meramente físico, era mucho más que eso, acaso la necesidad de dos almas que de forma increíble encontraban su complemento en la otra.

Lo dejó que la acomodase como quería en la cama, estremeciéndose al sentir su abrazo y erizándose su piel por el contacto de su cuerpo contra el de ella. Le embriagaba sentir su aliento chocar contra su cuello y un sólo beso suyo le provocaba una oleada de calor en el vientre tan intensa que amenazaba con quemarla. Sus dedos apretaron las sábanas al escuchar la única palabra que provino de él y durante el largo silencio que siguió en el cual solo podía percibir el compás de ambas respiraciones agitadas comprendió que después de esta noche no se acostumbraría a no tenerle a su lado ni podría siquiera permitir que ningún otro hombre que no fuera él la tocase. Su bello francés de sonrisa pícara, que rescatara a una completa extraña del posible asedio de un par de hombres y que la pusiera tan nerviosa simplemente con mirarla se había colado en su corazón y ahora lo hacía latir desbocadamente tras haber escuchado lo último que le había dicho y que por un instante la paralizó por completo.

Sus ojos se nublaron y las lágrimas brotaron corriendo silenciosamente por sus mejillas. Lloraba si, porque creía que la capacidad de volver a albergar cualquier sentimiento de afecto había muerto para siempre en ella hace meses y ahora él le decía que le amaba y con esas palabras le derretía el corazón y le demostraba que no debía temer ni reprimir la necesidad que le urgía a expresar lo que sentía en voz alta, a que él lo supiera.

-Tú eres mi duende oscuro... - Aún dándole la espalda alcanzaba a imaginar su rostro y no le cabía la menor duda de que en otra vida lo había contemplado y lo había amado de igual manera. -En otra vida, en esta, en las que vengan, estoy segura de que te he amado y te amaré como lo hago ahora.- No existia ya razón alguna para no decirlo y al hacerlo cualquier temor desapareció y fue reemplazado por la plenitud que le otorgaba el haberle reencontrado, por más irracional que pareciese a cualquiera que lo oyese en realidad no lo era, se lo confirmaba cada uno de los sentimientos que embargaban su ser y el sentir su cuerpo unido al de ella en ese abrazo que volvía a hacerle temblar completamente.
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