Nueva y disfrazada...(LIBRE)

Nadie que la viese pensaría que es una vagabunda. Nadie, absolutamente nadie.
Iba vestida con un precioso vestido azul sencillo, pero hermoso, con un poco de escote y algunos encajes que le habían sido remendados bastantes veces.
La joven entró en la catedral y la admiró de arriba abajo. Nunca había creído demasiado en Dios, pero admiraba la buena arquitectura, muy a su pesar, algo que le habían inculcado en una infancia que hacía mucho tiempo que había dejado atrás.
Llevaba el pelo suelto, pero muy bien peinado, y tenía la intención de hacerse pasar por una ciudadana de clase media. Así nadie la echaría de ninguna parte. Había ganado algunas monedas con una actuación que había hecho aquella mañana, por lo que tenía para comer.
Y se apoyó en una pared, mirando al techo y sintiendo unas ganas increíbles de echarse a reír. Nunca había creído mucho en el Dios que pintaban en las iglesias, pero siempre había pensado que había alguien allí arriba. Aunque le hubiese gustado mucho saber quién.
No había mucha gente aquella noche, lo que la alegraba...si hubiese mucha gente le hubiese costadoc omprobar si estaba a salvo. Aunque en aquel momento poco le importaba semejante cosa.
Era nueva en la ciudad, había llegado la otra noche, por lo que aún estaab algo perdida, tenía mucho por recorrer. Sonrió delicadamente y se acercó a la puerta, para quedarse por allí cerca andando, como si quisiese rezar o algo parecido.

Noche estrellada. Las calles en penumbra y los cánticos de algunas lechuzas aportaban al ambiente una tenebrosidad que incluso la luna envidiaba. Ella, que con su marmórea luz lograba petrificar los corazones temerosos ante situaciones macabras, anhelaba algún día poder proferir sonidos de ultratumba que añadir a sus tétricas obras. Porque ella poseía cantos también, pero eran cantos melódicos, melancólicos, lamentaciones que nacían desde lo más profundo de las almas heridas y condenadas… No los aberrantes gritos y gemidos que emitían las gargantas de quienes realmente padecían el castigo del miedo extremo. Obviamente, sólo los que han sobrevivido a la muerte saben burlar esta situación. Porque los demás sufrirán para siempre el temor de la muerte venidera.

¿Qué puede apreciar entonces una criatura que ha vivido lo suficiente como para aprender, ella misma, a objetar distintos puntos de vista sobre un tema en concreto? Muchas cosas. Aprender y avanzar son los recursos que la vida propone al ser humano para sobrevivir y mejorar. Y él, inconscientemente, los toma a cambio de ceder su destino a la nada. Así, solamente le queda seguir adelante y no retroceder. ¿Qué cambios en la historia se efectuarían si se pudiera realizar semejante utopía anacrónica?

Algunas de esas visiones se profundizan más que otras, ya dependiendo de la persona y sus tendencias. Y de alguien como Ter, de cuna tan polivalente, no se podía esperar sino la increíble apreciación por el arte, la filosofía o la sociología que ella destilaba con cada paso de su frígida y esbelta figura. Esa noche, con un sencillo y hermoso vestido rojo que contrastaba con su palidísima piel, volvería, una vez más, a posar sus ojos sobre la arquitectura que distaba mucho de la suya natal griega, aunque, por supuesto, mantenía ciertos vestigios presentes en sus paralelas curvas.

Detuvo sus pasos ante la colosal puerta de madera remachada con adornos en hierro y levantó la vista observando todos y cada uno de los detalles que la piedra grisácea de Notre Dame se descubría y desvelaba ante sus cadavéricos y avellanados ojos. Cada vez que la veía la fascinaba de manera semejante o incluso superior al anterior. Sí, siempre aprendía algo nuevo. Pero, paradójicamente, nunca aprendía (o no quería aprender) que ese edificio representaba algo mucho más espiritual que la belleza material. En su mente incluso sus dioses, crueles y aberrantes, habían perdido consistencia y se habían ido difuminando con el paso de los milenios. No obstante, su respeto por las distintas culturas era superior a su decisión de dejar decaer ciertas lecciones. Eso significaba que aunque la fúnebre noche se alzara ante ella, entendía perfectamente que algunas personas se escabulleran y se refugiaran dentro de aquella edificación que representaba toda su vida espiritual: a su Dios.

Una sonrisa se escapó de sus labios cuando, para su beneficio, contempló de reojo la puerta entreabierta. Entonces no lo dudó y avanzó hasta abrirla lo suficiente como para permitir el paso de su cuerpo. Al entrar y observarlo todo, se quedó maravillada una vez más. Qué hermosura, qué elegancia, qué mensajes más sublimes se transmitían a través de aquella Biblia hecha de piedra. Una vez le pareció ridículo, pero… ¿Acaso no habían sido sus dioses unos de los más antiguos y a la par los que tuvieron cientos de templos e imágenes para honrar? Ahora lo entendía y respetaba.

Una risita la sacó de sus profundos pensamientos e inmediatamente giró la cabeza en un gesto casi imperceptible y posó su implacable y bella mirada sobre una muchacha que le había parecido ver antes. De nuevo sus mortecinos labios se curvaron hacia abajo creando una sensual sonrisa, y una risita se escapó de entre ellos - ¿Vienes a rezarle a Él o sencillamente a deleitarte con los placeres prohibidos de los que sus mismos seguidores disfrutan? - preguntó con una voz helada y suave, como una fresca brisa que acaricia los sueños y las esperanzas de quienes los habían dejado escapar, congelándolos en el tiempo a la espera de que alguien volviera, alguna vez, a creer en ellos.

Devolvió su mirada al altar sin esperar a obtener una respuesta y echó la cabeza hacia atrás al elevar la mirada para poder admirar con paciencia las gigantescas cristaleras y más tarde un alto y sombrío techo, sonriendo de forma déspota y mostrando sus dientes (también sus afilados colmillos).
Suspiró sonoramente y, debido a su corta paciencia al querer obtener algo, chasqueó los dedos al seguir sin respuesta - Habla - ordenó.

Pamela salió de su
distracción perenne y se giró al escuchar la orden del habla. Había oído antes
a la persona que le hablaba, pero como ésta se había girado sin esperar
respuesta, entonces no se había molestado en responderle…pero las cosas eran
muy distintas ahora, así que, encogiéndose de hombros, y con algo de melancolía
incluso, algo poco propio de ella, respondió:


-Pues supongo que lo segundo…pues Dios no es tal como lo
cuentan…-eso fue lo único que respondió, y era, en su opinión, una grandísima
verdad, ya que no había otra cosa que pudiese responder. Me daba igual lo que
me dijesen los demás acerca de eso, si se escandalizasen o no, pero eso es lo
que diría hasta la muerte, sin importarme lo más mínimo lo que me pudiesen
decir después, incluso en mi apurada situación.


Observó fijamente a la mujer que le había hablado y se sintió algo fascinada, no pudo evitarlo
.Era bastante hermosa, lo suficiente para que Pamela se sintiese un
poquitín acomplejada por primera vez en su vida, pues siempre había estado muy
a gusto con su cuerpo, no por un motivo en concreto, sino simplemente porque
deseaba serlo, y punto. Su piel pálida y su voz le hicieron desear ser algo más
bella, pero trató de sacudirse aquellos pensamientos de su cabeza.


-¿Y vos qué hacéis aquí? ¿Por el mismo motivo o para adorar a Dios... -le
pregunté en un tono bastante educada, en un intento de cumplir bien mi papel
haciéndome pasar por una mujer de clase media. Todavía no había intentando
hacerme pasar por una señorita rica, aunque sería un poco más fácil, ya que es
eso lo que había sido antes de tener que huir de casa…

Cuántas hazañas habían ganado sus propios héroes. Eran muchos, porque muchas eran las creencias del pueblo griego, así como fueron muchas sus batallas, historias y leyendas propagadas por toda la cuenca del mediterráneo. Pasaban los años y todo permanecía igual, inamovible; lo único que variaba era la forma de interpretar lo ya interpretado. Pero había algo en el trasfondo de las palabras de aquella muchacha que le llamó la atención. “No es tal como lo cuentan”. ¿Por qué entonces ni los mismísimos supuestos cristianos creían en lo escrito? ¿Qué era lo que los impulsaba a casi necesitar algo en lo que creer cuando ni ellos mismos se veían capaces de creer en ello? En su mitología, tan famosa y conocida, había millones de aventuras y pequeños detalles que, de no ser por su extravagancia y fantasía, absolutamente nadie habría puesto en duda jamás. De forma contraria, había quienes luchaban por sacar adelante unas percepciones completamente distintas, había quien creía en ello. ¿Era esta entonces la verdadera razón de la existencia del ser humano? ¿El sobrevivir utilizando la famosa ley de la naturaleza de “sobrevive el más fuerte”? Entonces… Sí, verdaderamente apasionante…

Clavó entonces de nuevo la mirada en el altar y en la copa dorada que lo coronaba. Cuántos litros de vino o de sangre, lo que fuere, habrían pasado por allí y posteriormente por el estómago de quienes predicaban pobreza y miseria carnal. Y cuánta hipocresía visible tapada con mentiras… - ¿Cómo te lo imaginas tú, entonces? - preguntó devolviendo otra vez y de forma lenta su mirada hacia la humilde muchacha que se había convertido de forma casual en su incrédula acompañante de esa visita nocturna.

Y hubo una segunda pregunta que le arrancó una prófuga carcajada. ¿Orar, ella? ¿Cuánto hacía que se había olvidado de sus propias creencias? - Yo vengo aquí porque mis pasos me han traído hasta aquí esta noche. Quizá mañana me lleven a otra parte, no lo sé - respondió de forma cortés y con un tono suave, tranquilo - Yo no necesito de mentiras para vivir, porque yo creo en mi corazón y en el destino. No creo en algo que dijo alguien que nadie hoy día conoce. No hay un retrato, una imagen que me transmita confianza. No hay nada, absolutamente nada - prosiguió y terminó hablando desde lo más profundo, dejando entrever su poco respeto hacia los miserables que oprimían - Pero, sobretodo, vengo para ver el alma humana. ¿Ves todo esto? - preguntó levantando una mano y señalando toda la catedral, rotando sobre sí misma - Pues cada uno de estos pequeños detalles se construyó con el corazón. Es arquitectura, es plasmar algo, es arte. Por eso vengo yo, porque mi corazón busca las verdades y las verdades se muestran con los hechos que perduran en el tiempo, no con las mentiras que se descubren con su paso - y dicho esto suspiró y permaneció de pie hasta que comenzó a caminar y acarició los bancos de madera con la palma de la mano, avanzando por el pasillo entre éstos. Se paró y miró de nuevo a la muchacha - ¿Eres de las que se dejan guiar o de las que buscan su propio camino para labrarlo y luchar con sus propias manos?