Sencilla Madrugada [Privado Django]

por **Gianella Massone** Lun Sep 05, 2011 11:59 pm

Esa era una zona que había visitado muy pocas veces, pero las veces que lo había hecho había tenido sucesos bastante extraños y anormales. ¿Mera coincidencia? ¿O era porque estaba rodeada de Gitanos, tan extrañamente mal valorados y hasta temidos como ella? Ellos no hacían nada malo, sólo vivían a su manera...sin causar problemas a nadie, aunque eso no era tan absoluto. De hecho, ese era el motivo por el que Gianella estaba dando los primeros pasos allí, acompañada de la madrugada parisina.

-"Es una carpa roja y amarilla, está algo rota pero me gusta así como está"

La voz infantil de seis años resonaba en su mente dejando que sus recuerdos de la noche anterior revivieran: iban a matarlo; lo perseguían unos vampiros que ella ahuyentó tras un enfrentamiento algo violento quedando con unos cuantos raspones. Eran de esos vampiros recién convertidos que ya había visto y que ya había confrontado. La víctima no había salido herida, y eso tranquilizó más aún a la italiana que no dudó en cargarlo entre sus brazos tras darle un poco de agua y una fruta que tenía en el bolsillo. Sí, se había jugado el pellejo para conseguir ese alimento, pero el niño lo necesitaba más que ella.

El abrigo roto que utilizaba ahora cubría de sobra la humanidad del pequeño de cabellos rubios que dormía plácidamente en los fuertes brazos de la mujer loba, quien rastreó con rapidez el lugar en donde debía dejarlo. Y antes de siquiera alcanzar los veinte metros de distancia con la carpa, su visión le mostró a una mujer que lloraba desconsolada en el regazo de su esposo. Ambos jóvenes, y ambos con toda una vida por delante. Sin embargo, al ver a la pelinegra con un bulto la fémina reaccionó con una sorpresa entendible, y una angustia mayor aún. Gianella sabía lo que iba a preguntar, así que habló antes.

- Sólo está dormido. No se preocupe.

Los ahora aliviados padres se acercaron al mismo tiempo que Gianella, y ésta entregó al niño aún con el abrigo puesto. Seguro que lo necesitaba tanto él como sus progenitores, quienes rompieron en llanto de felicidad al verlo a salvo.. Ella robaría otro abrigo, no le costaba nada; tal y como no le costó proteger y salvar a quien más lo necesitaba.

Esa era su vida.