AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
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La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Basta de misterio. Había llegado la hora que Pierrot tanto había deseado desde su llegada a París. De hecho eso era justamente lo que lo había llevado a mudarse a la capital: encontrar a su familia. Le había costado meses de investigación, la cual no habría podido llevar a cabo solo, pues teniendo en cuenta su escasa educación y los pocos (o más bien casi nulos) datos que tenía sobre su verdadero origen habría sido prácticamente imposible. Todo se lo debía a Yulianna, su nueva amiga, esa que había conocido en una tienda de antigüedades hacia apenas un par meses, misma que lo había acogido en su casa varias noches con la única intención de compartir soledades y deliciosas cenas. ¡Cuando le debía a esa joven! No le alcanzaría la vida para pagarle todas sus atenciones. La misma Yulianna sabia que el encontrarse con una familia que probablemente lo creía muerto no sería tarea fácil, ni para él ni para ellos, pero Pierrot se negó rotundamente cuando esta se ofreció a acompañarlo en el esperado encuentro. Quería enfrentarse solo a su destino. El muchacho no podía negar que los nervios le carcomían el alma. Y no era para menos, ¿cómo saber como le recibirían? No podía dar por hecho que sería un abrazo y varias sonrisas con lo que se encontraría en el momento en que abrieran la puerta y vieran ese rostro, el mismo que tendría su hermano gemelo. ¿Sería realmente idéntico a él o tendrían algunas diferencias físicas?, tal vez el era mas alto o mas bajo; tal vez su hermano tenía un cuerpo más fornido y forjado a diferencia del debilucho que poseía Pierrot. ¿Y cómo sería su madre? Pensar en la sola palabra lo hacia sentir extraño, era evidente que tendría que acostumbrarse a llamarle de ese modo tarde o temprano.
No quiso alargar mas el momento tan esperado y se apresuro a vestirse con algunas prendas que la misma Yulianna le había obsequiado en su cumpleaños, mismo que había pasado apenas un par de semanas antes. También se colocó los mejores zapatos que tenía y se echo el cabello hacia atrás, pero en el momento de verse al espejo se sintió estúpido, sintió que no estaba siendo él mismo y en el último momento decidió dejarse el pelo como siempre lo usaba. Se dio unas palabras de aliento y se animo a si mismo antes de abandonar la habitación y salió directo a la caballeriza donde le esperaba su yegua Epona. Yulianna ya lo estaba ahí abajo junto al animal, acariciando el sedoso pelo de Epona para luego abandonarlo y acariciar el de Pierrot en un signo de desearle suerte a lo que el joven respondió con una sonrisa sincera.
El sol empezaba a caer cuando Pierrot salio de la residencia Osolin, montaba a Epona quien soltaba relinchos de vez en cuando asustando en ocasiones a ciertas personas que cruzaban por su camino. Pierrot sostenía una pequeña hoja en su mano izquierda donde tenía anotada una dirección. Una sola vez había sido la que había recorrido esa zona, hecho que lo hacia sentirse aun más nervioso, sería demasiado vergonzoso el regresar con el fracaso impregnado en el rostro y tener que dar como explicación que se había perdido y no había encontrado la residencia que era su destino.
Ya una vez entrado en la zona sus ojos se alzaron constantemente, pues mayoría de las residencias de esa área eran bastante lujosas y todas contaban con numerosas habitaciones que obligaban a Pierrot a alargar el cuello para poder observarlas enteramente sin perder el menor detalle. También tuvo que enfocar la vista y hacer un esfuerzo debido a la oscuridad que ya lo había alcanzado, en el fondo se lamento y se culpo de haber cometido el error de salir tan tarde a realizar su búsqueda. Era su decisión el dar media vuelta y continuar con ella al día siguiente, teniendo la luz del día como aliada, pero se negó rotundamente a seguir alargando esa espera, habían sido demasiados años lejos de ellos como para impedir encontrarlos finalmente solo por que la oscuridad le hacia un poco más difícil dar con su paradero.
Sus azules ojos siguieron moviéndose de un lado a otro, pasando de una casa a otra, unas más elegantes que otras, pero todas con un derroche de elegancia que intimidaba a cualquiera…o al menos a alguien como él. Se sintió nuevamente extraño, le costaba imaginar como habría sido su vida si jamás hubiese sido arrancado de los brazos de su madre, si en lugar de tener que pasar hambre y frío en esa casucha en la que vivió siempre hubiese podido dormir caliente bajo un techo, en una cama perfumada. Todo le resultaba extremadamente increíble, saberse de sangre aristócrata no era lo que había imaginado algún día. La vida había sido injusta con él…y lo sería nuevamente. No tuvo tiempo para pensar, no tuvo oportunidad de intentar defenderse siquiera, en segundos cayo del caballo y este a su vez estuvo revolcándolo en la tierra, destrozando sus ropas. Un vampiro había sido el culpable de aterrorizar a Epona y obligarla a actuar de esa manera, a comportarse nuevamente como si de una yegua salvaje jamás domada se tratase y hacerle daño a su amo que seguía arrastrando por el piso. El vampiro se apresuro a detener al animal antes de que terminara con la vida del muchacho, no quería que ella se le adelantara, pues muerto ya no le serviría. Pierrot apenas y pudo entreabrir los ojos, tremendo golpe en la nuca le provocaba tener una vista nublada y dudosa, no estaba seguro de lo que estaba observando, pero para ser una alucinación era bastante real. En medio de aquella oscuridad pudo ver a un hombre posándose encima de él, sonriendo de la manera más macabra que jamás había visto, abriendo la boca tan grande que dejaba a la vista un dos pares de colmillos que brillaban con las tintineantes lámparas de aquella calle. Quiso gritar, pero la saliva se obstruyó en su garganta provocándole atragantarse, acallando aquel grito de auxilio que probablemente habría sido en vano. El vampiro tomo impulso y clavo sus afilados colmillos en el joven cuello del indefenso muchacho que para ese entonces ya no sabía nada de si mismo. En medio de su inconciencia sintió un dolor punzante sobre su carne, una ligera succión constante y la muerte acercándose a pasos agigantados.
No quiso alargar mas el momento tan esperado y se apresuro a vestirse con algunas prendas que la misma Yulianna le había obsequiado en su cumpleaños, mismo que había pasado apenas un par de semanas antes. También se colocó los mejores zapatos que tenía y se echo el cabello hacia atrás, pero en el momento de verse al espejo se sintió estúpido, sintió que no estaba siendo él mismo y en el último momento decidió dejarse el pelo como siempre lo usaba. Se dio unas palabras de aliento y se animo a si mismo antes de abandonar la habitación y salió directo a la caballeriza donde le esperaba su yegua Epona. Yulianna ya lo estaba ahí abajo junto al animal, acariciando el sedoso pelo de Epona para luego abandonarlo y acariciar el de Pierrot en un signo de desearle suerte a lo que el joven respondió con una sonrisa sincera.
El sol empezaba a caer cuando Pierrot salio de la residencia Osolin, montaba a Epona quien soltaba relinchos de vez en cuando asustando en ocasiones a ciertas personas que cruzaban por su camino. Pierrot sostenía una pequeña hoja en su mano izquierda donde tenía anotada una dirección. Una sola vez había sido la que había recorrido esa zona, hecho que lo hacia sentirse aun más nervioso, sería demasiado vergonzoso el regresar con el fracaso impregnado en el rostro y tener que dar como explicación que se había perdido y no había encontrado la residencia que era su destino.
Ya una vez entrado en la zona sus ojos se alzaron constantemente, pues mayoría de las residencias de esa área eran bastante lujosas y todas contaban con numerosas habitaciones que obligaban a Pierrot a alargar el cuello para poder observarlas enteramente sin perder el menor detalle. También tuvo que enfocar la vista y hacer un esfuerzo debido a la oscuridad que ya lo había alcanzado, en el fondo se lamento y se culpo de haber cometido el error de salir tan tarde a realizar su búsqueda. Era su decisión el dar media vuelta y continuar con ella al día siguiente, teniendo la luz del día como aliada, pero se negó rotundamente a seguir alargando esa espera, habían sido demasiados años lejos de ellos como para impedir encontrarlos finalmente solo por que la oscuridad le hacia un poco más difícil dar con su paradero.
Sus azules ojos siguieron moviéndose de un lado a otro, pasando de una casa a otra, unas más elegantes que otras, pero todas con un derroche de elegancia que intimidaba a cualquiera…o al menos a alguien como él. Se sintió nuevamente extraño, le costaba imaginar como habría sido su vida si jamás hubiese sido arrancado de los brazos de su madre, si en lugar de tener que pasar hambre y frío en esa casucha en la que vivió siempre hubiese podido dormir caliente bajo un techo, en una cama perfumada. Todo le resultaba extremadamente increíble, saberse de sangre aristócrata no era lo que había imaginado algún día. La vida había sido injusta con él…y lo sería nuevamente. No tuvo tiempo para pensar, no tuvo oportunidad de intentar defenderse siquiera, en segundos cayo del caballo y este a su vez estuvo revolcándolo en la tierra, destrozando sus ropas. Un vampiro había sido el culpable de aterrorizar a Epona y obligarla a actuar de esa manera, a comportarse nuevamente como si de una yegua salvaje jamás domada se tratase y hacerle daño a su amo que seguía arrastrando por el piso. El vampiro se apresuro a detener al animal antes de que terminara con la vida del muchacho, no quería que ella se le adelantara, pues muerto ya no le serviría. Pierrot apenas y pudo entreabrir los ojos, tremendo golpe en la nuca le provocaba tener una vista nublada y dudosa, no estaba seguro de lo que estaba observando, pero para ser una alucinación era bastante real. En medio de aquella oscuridad pudo ver a un hombre posándose encima de él, sonriendo de la manera más macabra que jamás había visto, abriendo la boca tan grande que dejaba a la vista un dos pares de colmillos que brillaban con las tintineantes lámparas de aquella calle. Quiso gritar, pero la saliva se obstruyó en su garganta provocándole atragantarse, acallando aquel grito de auxilio que probablemente habría sido en vano. El vampiro tomo impulso y clavo sus afilados colmillos en el joven cuello del indefenso muchacho que para ese entonces ya no sabía nada de si mismo. En medio de su inconciencia sintió un dolor punzante sobre su carne, una ligera succión constante y la muerte acercándose a pasos agigantados.
Última edición por Pierrot el Jue Abr 12, 2012 2:30 am, editado 1 vez
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Aquella noche tenía visita. No era una simple visita de alguien cualquiera, no, sino que era de un antiguo amigo mío, humano, y que no conocía mi naturaleza ni nada relativo a mi no humanidad al margen de mi sobrenatural belleza, que como siempre se esforzaba en recordarme era soberbia. Aquel hombre era un pintor, uno de los más llenos de talento que había tenido la oportunidad de ver en la Francia que había vivido, tenía una vida a sus espaldas de alianzas fallidas con distintos regímenes: primero con el real, siendo pintor al servicio de la corte; después, con el Revolucionario; por último, con el napoleónico, que por el momento parecía el más estable de los que habían llegado en los últimos y convulsos años de la historia francesa. Jacques-Louis David, que era su nombre, se había sentido atraído por mi belleza tan poco comedida como la moda de la época en la que nos encontrábamos desde que le había encargado, por primera vez, un cuadro, y aquella relación había continuado a través del tiempo, encontrando él siempre en mí a una mecenas de su arte y que, incluso, podía gozar del privilegio de colgar cuadros suyos en las paredes de su palacete para decorar las paredes y dar vida al hogar de alguien que no podía decir, exactamente, que poseyera vida entendida como tal en el mismo sentido que los humanos la comprendían. Nuestro lazo de negocios y de protección se había ido forjando y solidificando con el tiempo, y de vez en cuando, cada ciertos meses o incluso cada año, concertábamos citas de negocios por las que adquiría más trabajos suyos y él me recordaba detalles como mi belleza, mi generosidad o mis dones con las personas con aquel francés suyo tan musical y que, como casi todo en ese idioma, daba a los halagos cierto tono meloso que si no te encontraba en un buen día te daban ciertas náuseas por lo sumamente empalagoso que podía resultar.
Aquella noche, por tanto, tras salir de mi sueño diurno y abrazar la noche sabía perfectamente lo que me iba a aguardar en mi palacete. Me deslicé entre los oscuros corredores en dirección a la enorme bañera y me sumergí en ella, relajándome antes de que fuera el momento adecuado para salir y dejar que las suaves telas me envolvieran, primero con la ropa interior de encaje negro y después con las sedas suaves del vestido estilo imperio color Burdeos que definía mis formas y caía suavemente hasta el suelo, tan elegante como su portadora, cuyos cabellos como el fuego enseguida fueron domesticados hasta que los delicados tirabuzones cayeron sobre sus hombros... los míos, llenos de vida y enmarcando la palidez espectral de mi piel y lo intenso de mis ojos azules, delimitados por unas negras y espesas pestañas que caían suave y delicadamente sobre mis párpados. Aquello, junto a unos zapatos de tacón alto, fue el final de mi preparación y el comienzo del tiempo que lo aguardaría, aunque conociéndolo, a él y a sus excentricidades de artista, ya me había terminado por esperar cualquier cosa y era consciente del detalle de que lo mismo podía haber un cambio de planes aquella noche... y lo hubo.
Un mensajero llamó a la puerta e informó, en cuanto se encontró conmigo, de que monsieur David se encontraba indispuesto por una enfermedad que lo tenía postergado en la cama y que los médicos a su alrededor trataban de curar, por lo que mi cita de negocios quedaba anulada y me quedé, automáticamente, sin ninguna ocupación para aquella jornada de mi eterna vida. Como era una buena mecenas, no obstante, me envolví en una capa de terciopelo y me escabullí entre las sombras de la noche parisina, abandonando el palacete, para ir en dirección a la buhardilla del centro de la ciudad, tan artística como su dueño, en la que el mismo reposaría, sufriendo las inclemencias de la falta de higiene, la vida humana y la mortalidad, especialmente la mortalidad. Aquel acto de piedad y lleno de buenas intenciones significaba, en realidad, atar un lazo que me convenía mantener como tal, atado y bien atado para favorecer una relación que traía beneficios a ambas partes, y como tal iba a llevarse a cabo pese a que fuera, en vista de David, un genuino gesto de preocupación de su entregada mecenas, que Dios salvara su alma.
Mi plan, sin embargo, pronto se vio truncado por una situación ajena a la que pudiera haber imaginado hasta ese instante, ¿y quién mejor para hacer eso que otro vampiro? En cuanto el aire nocturno me dio en la cara, cubierta sólo parcialmente por la capa, los sonidos de la noche revelaron la presencia de otro ser como yo, además del olor de una sangre que, de no saberlo bien, juraría que era la de Nigel Quartermane... Pero aquello era imposible, no podía ser así, porque Nigel había dejado de poseer aquel olor tan particular para deshumanizarlo y vampirizarlo en cuanto yo le había arrebatado, por su propia petición, la vida, pudiendo así darle el regalo de una vida vampírica. Aquello olía a misterio (además de a sangre y a vampiro), se mirara por donde se mirase, y atrajo lo suficiente mi curiosidad como para ignorar mis planes y dejar que mis rápidos pasos me llevaran a donde estaba teniendo lugar la escena que dejaba aquel olor en el aire: un vampiro atacando el cuello de un joven cuya cara no veía por la posición en la que estaba pero cuyo aire me recordaba a Nigel, aunque fuera imposible e ilógico. Aquel aire que tenía con él me guió a actuar, a soltar un carraspeo que apartó un momento al vampiro de la herida en el cuello del chico para enfrentarse a mi mirada, con ira pero a la vez con cierto miedo porque era más joven que yo, muchísimo más, y no le convenía meterse en problemas con alguien que estaba bastante por encima de él en la jerarquía no escrita de los no muertos. Se adelantó, no obstante, hacia mí para defender su derecho a cenar a aquel humano y tras poner los ojos en blanco me acerqué a él, rápida como una centella, y lo aparté de un empujón, musitando un simple fuera más expresivo que largas frases llenas de vacía retórica y que bastó para que huyera despavorido.
El joven en el suelo estaba semiinconsciente, a punto de perder todo contacto con la realidad y débil por la pérdida de sangre, y saqué un pañuelo de seda de la capa para, en cuanto me arrodillé, cubrir su herida. Así lo hice, pero no pude evitar girarle la cara con cierta delicadeza para ver sus rasgos y el descubrimiento me dejó helada. Aquella cara que me miraba como desde la lejanía era la de Nigel, aunque aquel joven no era Nigel, no podía serlo porque era humano y su igual no, ya no. Guiada por impulsos, que decidieron por mí antes de que yo misma lo hiciera, tapé la herida del cuello del chico y lo levanté del suelo, apoyando su peso en parte del mío y acompañándolo hasta el interior de mi palacete con la yegua siguiéndonos a mí y a su amo como para asegurarse de que él iba a estar bien. Deposité el cuerpo del joven en uno de los amplios canapés del salón y después fui a por la yegua, a guiarla hasta las caballerizas para que descansara y se alimentara porque algo me decía que iba a ser una noche bastante larga... Tenía el aspecto, al menos. Me deshice de la capa y, con ella en la mano, me dirigí a las cocinas de los criados, de donde cogí algunos alimentos humanos que por lo demás me daban náuseas, además de algo de vino, y con ellos en los brazos caminé de nuevo, con paso rápido, hacia al amplio y elegante salón, en una de cuyas sillas me senté tras haber dejado los alimentos encima de una mesa, frente al joven que iba recuperando la consciencia poco a poco y que cada uno de sus gestos gritaba Nigel por cada uno de sus poros. – ¿Quién eres? – inquirí, casi en un murmullo y con la vista clavada en cada uno de sus rasgos, que tan bien conocía... y que en él tenían algo de diferente.
Aquella noche, por tanto, tras salir de mi sueño diurno y abrazar la noche sabía perfectamente lo que me iba a aguardar en mi palacete. Me deslicé entre los oscuros corredores en dirección a la enorme bañera y me sumergí en ella, relajándome antes de que fuera el momento adecuado para salir y dejar que las suaves telas me envolvieran, primero con la ropa interior de encaje negro y después con las sedas suaves del vestido estilo imperio color Burdeos que definía mis formas y caía suavemente hasta el suelo, tan elegante como su portadora, cuyos cabellos como el fuego enseguida fueron domesticados hasta que los delicados tirabuzones cayeron sobre sus hombros... los míos, llenos de vida y enmarcando la palidez espectral de mi piel y lo intenso de mis ojos azules, delimitados por unas negras y espesas pestañas que caían suave y delicadamente sobre mis párpados. Aquello, junto a unos zapatos de tacón alto, fue el final de mi preparación y el comienzo del tiempo que lo aguardaría, aunque conociéndolo, a él y a sus excentricidades de artista, ya me había terminado por esperar cualquier cosa y era consciente del detalle de que lo mismo podía haber un cambio de planes aquella noche... y lo hubo.
Un mensajero llamó a la puerta e informó, en cuanto se encontró conmigo, de que monsieur David se encontraba indispuesto por una enfermedad que lo tenía postergado en la cama y que los médicos a su alrededor trataban de curar, por lo que mi cita de negocios quedaba anulada y me quedé, automáticamente, sin ninguna ocupación para aquella jornada de mi eterna vida. Como era una buena mecenas, no obstante, me envolví en una capa de terciopelo y me escabullí entre las sombras de la noche parisina, abandonando el palacete, para ir en dirección a la buhardilla del centro de la ciudad, tan artística como su dueño, en la que el mismo reposaría, sufriendo las inclemencias de la falta de higiene, la vida humana y la mortalidad, especialmente la mortalidad. Aquel acto de piedad y lleno de buenas intenciones significaba, en realidad, atar un lazo que me convenía mantener como tal, atado y bien atado para favorecer una relación que traía beneficios a ambas partes, y como tal iba a llevarse a cabo pese a que fuera, en vista de David, un genuino gesto de preocupación de su entregada mecenas, que Dios salvara su alma.
Mi plan, sin embargo, pronto se vio truncado por una situación ajena a la que pudiera haber imaginado hasta ese instante, ¿y quién mejor para hacer eso que otro vampiro? En cuanto el aire nocturno me dio en la cara, cubierta sólo parcialmente por la capa, los sonidos de la noche revelaron la presencia de otro ser como yo, además del olor de una sangre que, de no saberlo bien, juraría que era la de Nigel Quartermane... Pero aquello era imposible, no podía ser así, porque Nigel había dejado de poseer aquel olor tan particular para deshumanizarlo y vampirizarlo en cuanto yo le había arrebatado, por su propia petición, la vida, pudiendo así darle el regalo de una vida vampírica. Aquello olía a misterio (además de a sangre y a vampiro), se mirara por donde se mirase, y atrajo lo suficiente mi curiosidad como para ignorar mis planes y dejar que mis rápidos pasos me llevaran a donde estaba teniendo lugar la escena que dejaba aquel olor en el aire: un vampiro atacando el cuello de un joven cuya cara no veía por la posición en la que estaba pero cuyo aire me recordaba a Nigel, aunque fuera imposible e ilógico. Aquel aire que tenía con él me guió a actuar, a soltar un carraspeo que apartó un momento al vampiro de la herida en el cuello del chico para enfrentarse a mi mirada, con ira pero a la vez con cierto miedo porque era más joven que yo, muchísimo más, y no le convenía meterse en problemas con alguien que estaba bastante por encima de él en la jerarquía no escrita de los no muertos. Se adelantó, no obstante, hacia mí para defender su derecho a cenar a aquel humano y tras poner los ojos en blanco me acerqué a él, rápida como una centella, y lo aparté de un empujón, musitando un simple fuera más expresivo que largas frases llenas de vacía retórica y que bastó para que huyera despavorido.
El joven en el suelo estaba semiinconsciente, a punto de perder todo contacto con la realidad y débil por la pérdida de sangre, y saqué un pañuelo de seda de la capa para, en cuanto me arrodillé, cubrir su herida. Así lo hice, pero no pude evitar girarle la cara con cierta delicadeza para ver sus rasgos y el descubrimiento me dejó helada. Aquella cara que me miraba como desde la lejanía era la de Nigel, aunque aquel joven no era Nigel, no podía serlo porque era humano y su igual no, ya no. Guiada por impulsos, que decidieron por mí antes de que yo misma lo hiciera, tapé la herida del cuello del chico y lo levanté del suelo, apoyando su peso en parte del mío y acompañándolo hasta el interior de mi palacete con la yegua siguiéndonos a mí y a su amo como para asegurarse de que él iba a estar bien. Deposité el cuerpo del joven en uno de los amplios canapés del salón y después fui a por la yegua, a guiarla hasta las caballerizas para que descansara y se alimentara porque algo me decía que iba a ser una noche bastante larga... Tenía el aspecto, al menos. Me deshice de la capa y, con ella en la mano, me dirigí a las cocinas de los criados, de donde cogí algunos alimentos humanos que por lo demás me daban náuseas, además de algo de vino, y con ellos en los brazos caminé de nuevo, con paso rápido, hacia al amplio y elegante salón, en una de cuyas sillas me senté tras haber dejado los alimentos encima de una mesa, frente al joven que iba recuperando la consciencia poco a poco y que cada uno de sus gestos gritaba Nigel por cada uno de sus poros. – ¿Quién eres? – inquirí, casi en un murmullo y con la vista clavada en cada uno de sus rasgos, que tan bien conocía... y que en él tenían algo de diferente.
Invitado- Invitado
Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Sigiloso, sin temor al silencio Pierrot se movió por una habitación hundida en penumbras. La oscuridad le favorecía y se sentía completo con ella, sin duda la oscuridad, el silencio, lo inmóvil, le atraían en ese instante. Pero algo hacía que esa sensación de bienestar acabara: el amanecer comenzaba a aparecer, algo que jamás pensó que ocurriría. Por la ventana entraba un brillo cegador, entraba en la habitación oscura dándole significado a las formas y figuras que en la oscuridad prescindían de él. Perdió la noción del tiempo, de un momento a otro la oscuridad quedó transformada en luz, una luz que lo cegaba, no veía más que un blanco aterrador. Sus manos, con gran temor y sin absoluta delicadeza, intentaban volver en si a sus ojos, tallándolos, obligándolos. Pero era tarde, veía ya todo más claro, hubiese preferido ser ciego para no ver. Con dolor y un gran pesar, se tiró al suelo y tapó sus ojos. Teniendo aún el terror en su sangre retiró las manos de su rostro y comprobó lentamente que todo siguiera en la oscuridad, inalterable, sin significado. La oscuridad había vuelto.
Los ojos de Pierrot se abrieron de golpe, abandonando toda imagen de ese sueño en el que se había visto hundido durante quién sabe cuanto tiempo. Quizás había sido poco, un par de minutos tal vez, pero suficiente para haber logrado perturbarlo y sacarlo de esa aparente paz de la que había gozado estando perdido en la relajante nada de la inconciencia. ¿Sería verdad lo que había visto? El miedo y la incertidumbre lo invadían, en su cabeza se había instalado la vaga idea de que podía haber sido real, o simplemente una pesadilla demasiado brillante. Pero de pronto su perturbada mente pareció aclararse, llenarse de luz como en ese sueño aterrador del que acababa de ser protagonista. Había perdido la noción del tiempo, no tenía idea de cuánto tiempo había permanecido así, sin saber nada. Se encontraba tan confundido que por su cabeza pasaba la descabellada idea de que podían haber sido días o semanas las que había permanecido en ese estado de inconciencia. Idea realmente desquiciada puesto que habían sido tan sólo unas horas las que había permanecido ajeno al mundo. Recordó aquella aterradora imagen en la que un hombre se abalanzaba contra él, contra su cuello específicamente. Recordó aquella atemorizante sensación en la que su cuello era desgarrado y luego aquel sonido gutural de cómo aquel salvaje empezaba a succionar su sangre. Se llenó de terror ante aquellas memorias y como acto automático se llevó ambas manos al cuello, como reflejo a lo ocurrido. Palpó la piel de aquella zona en la que había sido mordido y se encontró con una herida que aún permanecía fresca y dolorosa al tacto. En su blanca piel aún figuraban dos orificios del mismo diámetro, con apenas un breve espacio entre uno y otro, enrojecidos, profundos. La sangre había dejado de brotar por el maravilloso acto de la cicatrización natural del cuerpo. Tenía la ropa sucia y los cabellos en una maraña, algunos mechones permanecían pegados a su frente pegajosa a causa del sudor que seguía brotando de sus poros. Tenía toda la apariencia de un indigente, de alguien carente de higiene, de ser alguien sin la menor preocupación por su apariencia física, la barba desaliñada y también sucia contribuía con tal imagen.
No recordaba nada más aparte de aquella imagen del momento en que había sido atacado, en esos instantes no existía la razón que lo había llevado a encontrarse sumergido en la espesa y desafortunada noche, ni de su yegua Epona, ni de Yulianna, su amiga. Todo lo que habitaba su mente era esa perturbadora imagen de aquel hombre, de su atacante, del que había querido arrebatarle la vida. Y lo que más le hacía sentir terror de esos recuerdos era el recordar a un hombre que parecía todo menos eso, pues recordaba ese rostro, la expresión, pero sobre todo, los ojos y los afilados colmillos sobresaliendo de su dentadura. Sabía que aquel no había sido un simple mortal, pero tampoco sabía qué había sido. ¿O lo había imaginado todo? ¿Había sido también un sueño? La confusión volvió a apoderarse de él haciéndolo ignorar por completo otras importantes cosas: el lugar donde se encontraba, la mujer frente a él, la pregunta en el aire.
Miró primero a su alrededor intentando reconocer aquel lugar, pero fue inútil. Nada en aquel sitio le resultaba familiar, de hecho le resultaba tremendamente contrastante su presencia en un lugar como ese, elegante, pulcro, objetos transpirando poder y riqueza. Era lógico que la pelirroja que seguía mirándolo en espera de una respuesta era la dueña de todo eso, pues era igual de fina y bella que el resto de la escenografía. Se encontró por primera vez con esa mirada llena de incertidumbre que logró tanto deslumbrarlo como confundirlo más de lo que ya estaba. ¿No era él quien hacer las preguntas? Aclaró su garganta antes de empezar a hablar.
— ¿Qué es este sitio? ¿Qué hago aquí? ¿Quién es usted? — La voz sonaba cansada, daba la impresión de ser mucho más grave de lo que normalmente era, él mismo tardo en reconocerla como suya. Y de pronto ocurrió algo inesperado, aquella aparente paz con la que había mirado a la mujer frente a él y con la que había hecho las preguntas pareció evaporarse en un abrir y cerrar de ojos. La mirada apacible desapareció y la tranquilidad abandonó su voz. Un sobresalto se apoderó de él al volver a tener consciencia de lo que acababa de ocurrirle. Su mente se encontraba tan trastornada que le obligaba a actuar de manera poco constante, pasando de la paz al miedo, y viceversa.
— Un hombre, me ha atacado, intento matarme, ¡era una bestia! ¿Me cree? — De pronto daba la impresión de tratarse de un muchacho totalmente trastornado, carente de lucidez, un simple loco en pleno acto de desquicia. No se dio cuenta del momento en que una mujer de apariencia vieja y cansada había entrado a la habitación y se le había acercado al grado de estar junto a él. La mujer se había aproximado al grado de haber tocado uno de sus brazos para hacerle reaccionar y que notara su presencia y la intención que tenía al llevar en las manos algunas mantas que intentaba ofrecerle con la intención de hacerlo sentir más cómodo, pero en el instante en que el aturdido muchacho sintió el tacto de la piel rugosa de la mujer este soltó un manotazo impidiéndole de manera instantánea el contacto físico. Un acto puro y lleno de supervivencia. La mujer vieja soltó un grito ahogado y abrió los ojos sobresaltada dando un paso hacia atrás en respuesta al golpe que Pierrot le había proporcionado en medio de su arrebato. No podía confiar en nadie, ni siquiera en aquella mujer joven y pelirroja que parecía ser la culpable de que el estuviera en aquel sitio. Se calmaría sólo tal vez cuando alguien pudiera darle una explicación, una coherente y real.
OFF: Nuevamente lamento la falta de tildes o errores, editaré cuando tenga internet en mi casa.
Los ojos de Pierrot se abrieron de golpe, abandonando toda imagen de ese sueño en el que se había visto hundido durante quién sabe cuanto tiempo. Quizás había sido poco, un par de minutos tal vez, pero suficiente para haber logrado perturbarlo y sacarlo de esa aparente paz de la que había gozado estando perdido en la relajante nada de la inconciencia. ¿Sería verdad lo que había visto? El miedo y la incertidumbre lo invadían, en su cabeza se había instalado la vaga idea de que podía haber sido real, o simplemente una pesadilla demasiado brillante. Pero de pronto su perturbada mente pareció aclararse, llenarse de luz como en ese sueño aterrador del que acababa de ser protagonista. Había perdido la noción del tiempo, no tenía idea de cuánto tiempo había permanecido así, sin saber nada. Se encontraba tan confundido que por su cabeza pasaba la descabellada idea de que podían haber sido días o semanas las que había permanecido en ese estado de inconciencia. Idea realmente desquiciada puesto que habían sido tan sólo unas horas las que había permanecido ajeno al mundo. Recordó aquella aterradora imagen en la que un hombre se abalanzaba contra él, contra su cuello específicamente. Recordó aquella atemorizante sensación en la que su cuello era desgarrado y luego aquel sonido gutural de cómo aquel salvaje empezaba a succionar su sangre. Se llenó de terror ante aquellas memorias y como acto automático se llevó ambas manos al cuello, como reflejo a lo ocurrido. Palpó la piel de aquella zona en la que había sido mordido y se encontró con una herida que aún permanecía fresca y dolorosa al tacto. En su blanca piel aún figuraban dos orificios del mismo diámetro, con apenas un breve espacio entre uno y otro, enrojecidos, profundos. La sangre había dejado de brotar por el maravilloso acto de la cicatrización natural del cuerpo. Tenía la ropa sucia y los cabellos en una maraña, algunos mechones permanecían pegados a su frente pegajosa a causa del sudor que seguía brotando de sus poros. Tenía toda la apariencia de un indigente, de alguien carente de higiene, de ser alguien sin la menor preocupación por su apariencia física, la barba desaliñada y también sucia contribuía con tal imagen.
No recordaba nada más aparte de aquella imagen del momento en que había sido atacado, en esos instantes no existía la razón que lo había llevado a encontrarse sumergido en la espesa y desafortunada noche, ni de su yegua Epona, ni de Yulianna, su amiga. Todo lo que habitaba su mente era esa perturbadora imagen de aquel hombre, de su atacante, del que había querido arrebatarle la vida. Y lo que más le hacía sentir terror de esos recuerdos era el recordar a un hombre que parecía todo menos eso, pues recordaba ese rostro, la expresión, pero sobre todo, los ojos y los afilados colmillos sobresaliendo de su dentadura. Sabía que aquel no había sido un simple mortal, pero tampoco sabía qué había sido. ¿O lo había imaginado todo? ¿Había sido también un sueño? La confusión volvió a apoderarse de él haciéndolo ignorar por completo otras importantes cosas: el lugar donde se encontraba, la mujer frente a él, la pregunta en el aire.
Miró primero a su alrededor intentando reconocer aquel lugar, pero fue inútil. Nada en aquel sitio le resultaba familiar, de hecho le resultaba tremendamente contrastante su presencia en un lugar como ese, elegante, pulcro, objetos transpirando poder y riqueza. Era lógico que la pelirroja que seguía mirándolo en espera de una respuesta era la dueña de todo eso, pues era igual de fina y bella que el resto de la escenografía. Se encontró por primera vez con esa mirada llena de incertidumbre que logró tanto deslumbrarlo como confundirlo más de lo que ya estaba. ¿No era él quien hacer las preguntas? Aclaró su garganta antes de empezar a hablar.
— ¿Qué es este sitio? ¿Qué hago aquí? ¿Quién es usted? — La voz sonaba cansada, daba la impresión de ser mucho más grave de lo que normalmente era, él mismo tardo en reconocerla como suya. Y de pronto ocurrió algo inesperado, aquella aparente paz con la que había mirado a la mujer frente a él y con la que había hecho las preguntas pareció evaporarse en un abrir y cerrar de ojos. La mirada apacible desapareció y la tranquilidad abandonó su voz. Un sobresalto se apoderó de él al volver a tener consciencia de lo que acababa de ocurrirle. Su mente se encontraba tan trastornada que le obligaba a actuar de manera poco constante, pasando de la paz al miedo, y viceversa.
— Un hombre, me ha atacado, intento matarme, ¡era una bestia! ¿Me cree? — De pronto daba la impresión de tratarse de un muchacho totalmente trastornado, carente de lucidez, un simple loco en pleno acto de desquicia. No se dio cuenta del momento en que una mujer de apariencia vieja y cansada había entrado a la habitación y se le había acercado al grado de estar junto a él. La mujer se había aproximado al grado de haber tocado uno de sus brazos para hacerle reaccionar y que notara su presencia y la intención que tenía al llevar en las manos algunas mantas que intentaba ofrecerle con la intención de hacerlo sentir más cómodo, pero en el instante en que el aturdido muchacho sintió el tacto de la piel rugosa de la mujer este soltó un manotazo impidiéndole de manera instantánea el contacto físico. Un acto puro y lleno de supervivencia. La mujer vieja soltó un grito ahogado y abrió los ojos sobresaltada dando un paso hacia atrás en respuesta al golpe que Pierrot le había proporcionado en medio de su arrebato. No podía confiar en nadie, ni siquiera en aquella mujer joven y pelirroja que parecía ser la culpable de que el estuviera en aquel sitio. Se calmaría sólo tal vez cuando alguien pudiera darle una explicación, una coherente y real.
OFF: Nuevamente lamento la falta de tildes o errores, editaré cuando tenga internet en mi casa.
Última edición por Pierrot el Jue Abr 12, 2012 2:30 am, editado 1 vez
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Tal y como dos gotas de agua parecen, a la vista tanto de mortales como de inmortales, iguales entre sí, las semejanzas físicas entre el chico que yacía en un canapé delante de mí y Nigel Quartermane habían alcanzado un punto en el que sus similitudes eran casi obscenas. Sólo porque a Nigel lo conocía en profundidad, literalmente y no tanto, era capaz de apreciar las sutiles diferencias que había entre él y el joven que tenía enfrente de mí. Su edad sería la misma, pero su apariencia era mucho más juvenil, más infantil... más humana, a fin de cuentas, ya que Nigel ya había dejado de serlo y quien tenía delante todavía permanecía atado a su mortalidad como un preso a las cadenas de hierro que lo sostienen contra su voluntad... o quizá a favor de ella. Su aire no era el mismo que el de Nigel, ya que mientras mi neófito era puro orgullo, la víctima del ataque que había evitado, al menos en parte, parecía encogido sobre sí mismo con miedo, confusión y duda, características todas ellas de las que su clon carecía porque no se planteaba, ni por un momento, sentirlas... Pero ahí estaba, desafiando a toda lógica frente a mí con aquellos rasgos que tan bien conocía al menos en su cincelado pero que tan poco conocía por aquel matiz, ese je ne sais quoi que los hacía diferentes de a los que me había acostumbrado, aunque esas diferencias no eran tan claras como para que cualquiera pudiera darse cuenta de ellas, no... Aquellas diferencias, muy probablemente, eran fruto de que yo conocía a la persona con la que lo comparaba hasta un punto desconocido para cualquiera ajeno a nosotros dos y, también, de que mis sentidos sobrehumanos me permitían ver cosas que los demás no podían ver, diferencias sutiles que marcaban un antes y un después y que me permitían tener la mente clara respecto a que aquel chico no era Nigel... pese a que lo pareciera.
El mismo cabello oscuro, aunque más despeinado en él; los mismos ojos azules, aunque con una mirada diferente, mucho más temerosa y confusa; los mismos labios, la misma piel, aunque más ajada por el trabajo; el mismo cuerpo... pero más encorvado, más frágil, diferente, algo que sólo podía ser fruto del miedo y de muy probablemente una vida de trabajo duro a la que Nigel no se había visto obligado por su alta posición económica. Aquella mirada era diferente, e inspiraba todo lo que Nigel Quartermane nunca había transmitido: ternura, compasión, dulzura... cierto instinto maternal que me había llevado a protegerlo y a impedir que el vampiro aquel terminara con su cena, cena que en aquel momento comenzó con una ronda de preguntas hacia mí perfectamente razonables en su posición y con una voz agravada por la debilidad, el cansancio y el esfuerzo que lo unían aún más con Nigel... aunque él quizá no fuera consciente de eso. Como si, de pronto, la falta de cordura se hubiera abierto paso en su mente su actitud cambió y abandonó la relativa tranquilidad con la que se había estado comportando hasta aquel momento para abrazar una nueva actitud casi demente: la desesperación, desesperación con la que me relataba lo que había sucedido hacía apenas unos momentos y con la que esperaba que yo le creyera... y sólo lo hacía porque lo había visto, ya que su tono no daba mucha credibilidad a sus palabras.
En un momento dado, una de las viejas criadas del palacete hizo acto de presencia en aquel salón tan elegante y lujosamente decorado, contrastando de manera casi obscena con su nuevo invitado que parecía reflejar absolutamente todo lo contrario. Marie, aquel era su nombre, se acercó al canapé donde el joven yacía con unas mantas en las manos, ofreciéndoselas para taparlo y que no perdiera el poco calor que poseía y que garantizaba su supervivencia, pero como si de un animal se tratara rechazó el contacto de la vieja ama de llaves y ésta retrocedió asustada por el arrebato de supervivencia del joven, cuyo nombre aún ignoraba pese a todo. Una mirada hacia Marie, seguida de una inclinación de cabeza, bastó para que dejara las mantas en un extremo del canapé y con una breve y temblorosa reverencia retrocediera, alejándose de allí y dejándome sola ante aquel joven de ojos claros, mirada confundida y parecido casi sobrenatural con mi neófito... un parecido demasiado descarado como para que fuera una coincidencia.
Me levanté de donde estaba y me aproximé a él, a donde estaba, quedando en el suelo para que rostro se alzara a la altura del mío y en una genuflexión que quedó completada por mis antebrazos apoyados en la tela del canapé, apenas a unos centímetros del rostro del joven que no dejaba, tampoco, de mirarme como lo estaba haciendo yo, con una curiosidad que ninguno de los dos podía contener, pese a que fui yo la primera que no lo hizo, más bien porque tenía preguntas que responder.
– Te creo, tranquilo... Lo he presenciado, sé lo que ha pasado, pero ahora estás a salvo en mi hogar. Te he traído aquí para evitar que ese monstruo terminara con tu vida y para ayudarte, igual que la vieja Marie ha intentado y cuya ayuda has rechazado, pero no te culpo, estás asustado y con razón... Trata de relajarte, es lo mejor que puedes hacer ahora que estás a salvo. – musité, acariciándole el pelo de manera distraída para que, quizá, con aquel gesto tan suave se tranquilizara y consiguiéramos ambos que no volviera a reaccionar como un animal herido y estuviera en plenas facultades para dialogar y para que solucionara la curiosidad de mi mente, aquella que me exigía, prácticamente, saber quién era él, de dónde venía, y por qué se parecía tanto a Nigel Quartermane, aunque teorías en mi cabeza no me faltaban para tratar de encontrar la razón... Prefería, no obstante, que fuera él quien me lo confirmara o me lo desmintiera para gozar, así, de mayor credibilidad.
Me levanté de mi genuflexión y me alejé un par de pasos para buscar a Marie, que permanecía escondida en un rincón atenta a mis órdenes. Con tono realmente bajo le pedí que calentara agua y me diera instrumentos para curar heridas y ella obedeció, volviendo en apenas momentos con lo que le había pedido en brazos y consiguiendo, así, mi permiso para retirarse a sus aposentos con el resto de criados ya que no iba a necesitar a ninguno de ellos, no pudiendo ocuparme yo misma de mi invitado. Volví al canapé y dejé todo (el balde de agua caliente, los trapos y telas, el alcohol etílico...) sobre una mesilla que había por allí, acariciando después la zona de piel de su cuello que mostraba la herida aún abierta y sangrante, con los dos profundos orificios que el ataque del vampiro le había provocado. Lo tapé con una manta, la de tela más suave de las que había traído Marie, y sólo entonces limpié su herida con agua y alcohol y se la vendé, con cuidado para que no supusiera impedimento para su respiración y, también, con la fuerza suficiente para que la sangre no volviera a escaparse de ambas heridas y me dieran sed, una sed sólo similar a la que Nigel Quartermane me habría provocado en su día y que había concluido conmigo transformándolo.
– Mi nombre es Amanda Smith... Y ahora es el momento de que me des el tuyo, ¿no crees? Es lo mínimo que la educación requiere... – musité, con las manos apoyadas en el regazo y la vista clavada en mi invitado, cuya vida había dejado de correr peligro en el momento en el que lo había salvado y, especialmente, en el momento en el que había atrapado mi curiosidad...
El mismo cabello oscuro, aunque más despeinado en él; los mismos ojos azules, aunque con una mirada diferente, mucho más temerosa y confusa; los mismos labios, la misma piel, aunque más ajada por el trabajo; el mismo cuerpo... pero más encorvado, más frágil, diferente, algo que sólo podía ser fruto del miedo y de muy probablemente una vida de trabajo duro a la que Nigel no se había visto obligado por su alta posición económica. Aquella mirada era diferente, e inspiraba todo lo que Nigel Quartermane nunca había transmitido: ternura, compasión, dulzura... cierto instinto maternal que me había llevado a protegerlo y a impedir que el vampiro aquel terminara con su cena, cena que en aquel momento comenzó con una ronda de preguntas hacia mí perfectamente razonables en su posición y con una voz agravada por la debilidad, el cansancio y el esfuerzo que lo unían aún más con Nigel... aunque él quizá no fuera consciente de eso. Como si, de pronto, la falta de cordura se hubiera abierto paso en su mente su actitud cambió y abandonó la relativa tranquilidad con la que se había estado comportando hasta aquel momento para abrazar una nueva actitud casi demente: la desesperación, desesperación con la que me relataba lo que había sucedido hacía apenas unos momentos y con la que esperaba que yo le creyera... y sólo lo hacía porque lo había visto, ya que su tono no daba mucha credibilidad a sus palabras.
En un momento dado, una de las viejas criadas del palacete hizo acto de presencia en aquel salón tan elegante y lujosamente decorado, contrastando de manera casi obscena con su nuevo invitado que parecía reflejar absolutamente todo lo contrario. Marie, aquel era su nombre, se acercó al canapé donde el joven yacía con unas mantas en las manos, ofreciéndoselas para taparlo y que no perdiera el poco calor que poseía y que garantizaba su supervivencia, pero como si de un animal se tratara rechazó el contacto de la vieja ama de llaves y ésta retrocedió asustada por el arrebato de supervivencia del joven, cuyo nombre aún ignoraba pese a todo. Una mirada hacia Marie, seguida de una inclinación de cabeza, bastó para que dejara las mantas en un extremo del canapé y con una breve y temblorosa reverencia retrocediera, alejándose de allí y dejándome sola ante aquel joven de ojos claros, mirada confundida y parecido casi sobrenatural con mi neófito... un parecido demasiado descarado como para que fuera una coincidencia.
Me levanté de donde estaba y me aproximé a él, a donde estaba, quedando en el suelo para que rostro se alzara a la altura del mío y en una genuflexión que quedó completada por mis antebrazos apoyados en la tela del canapé, apenas a unos centímetros del rostro del joven que no dejaba, tampoco, de mirarme como lo estaba haciendo yo, con una curiosidad que ninguno de los dos podía contener, pese a que fui yo la primera que no lo hizo, más bien porque tenía preguntas que responder.
– Te creo, tranquilo... Lo he presenciado, sé lo que ha pasado, pero ahora estás a salvo en mi hogar. Te he traído aquí para evitar que ese monstruo terminara con tu vida y para ayudarte, igual que la vieja Marie ha intentado y cuya ayuda has rechazado, pero no te culpo, estás asustado y con razón... Trata de relajarte, es lo mejor que puedes hacer ahora que estás a salvo. – musité, acariciándole el pelo de manera distraída para que, quizá, con aquel gesto tan suave se tranquilizara y consiguiéramos ambos que no volviera a reaccionar como un animal herido y estuviera en plenas facultades para dialogar y para que solucionara la curiosidad de mi mente, aquella que me exigía, prácticamente, saber quién era él, de dónde venía, y por qué se parecía tanto a Nigel Quartermane, aunque teorías en mi cabeza no me faltaban para tratar de encontrar la razón... Prefería, no obstante, que fuera él quien me lo confirmara o me lo desmintiera para gozar, así, de mayor credibilidad.
Me levanté de mi genuflexión y me alejé un par de pasos para buscar a Marie, que permanecía escondida en un rincón atenta a mis órdenes. Con tono realmente bajo le pedí que calentara agua y me diera instrumentos para curar heridas y ella obedeció, volviendo en apenas momentos con lo que le había pedido en brazos y consiguiendo, así, mi permiso para retirarse a sus aposentos con el resto de criados ya que no iba a necesitar a ninguno de ellos, no pudiendo ocuparme yo misma de mi invitado. Volví al canapé y dejé todo (el balde de agua caliente, los trapos y telas, el alcohol etílico...) sobre una mesilla que había por allí, acariciando después la zona de piel de su cuello que mostraba la herida aún abierta y sangrante, con los dos profundos orificios que el ataque del vampiro le había provocado. Lo tapé con una manta, la de tela más suave de las que había traído Marie, y sólo entonces limpié su herida con agua y alcohol y se la vendé, con cuidado para que no supusiera impedimento para su respiración y, también, con la fuerza suficiente para que la sangre no volviera a escaparse de ambas heridas y me dieran sed, una sed sólo similar a la que Nigel Quartermane me habría provocado en su día y que había concluido conmigo transformándolo.
– Mi nombre es Amanda Smith... Y ahora es el momento de que me des el tuyo, ¿no crees? Es lo mínimo que la educación requiere... – musité, con las manos apoyadas en el regazo y la vista clavada en mi invitado, cuya vida había dejado de correr peligro en el momento en el que lo había salvado y, especialmente, en el momento en el que había atrapado mi curiosidad...
Invitado- Invitado
Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Luego de aquel arrebato, de ver como la mujer que amablemente se había acercado a él con la única intención de hacerlo sentir más cómodo, sintió como las mejillas se le encendían y un calor repentino empezaba a treparle por el cuerpo. Estaba avergonzado por su manera de actuar, sabía que era la digna de un loco, incluso las declaraciones que estaba haciendo debían sonar demenciales para ambas mujeres. La criada se mantuvo en silencio y finamente se alejó, Pierrot pudo ver ese ligero movimiento de cabeza que la mujer de cabellos rojos le había hecho y supo que era había sido la razón y no su comportamiento infantil, muy en su interior borbotearon deseos de expresarle su arrepentimiento por sus poco amables actos, pero fue tarde, la mujer desapareció de su vista. Dirigió entonces la mirada a la segunda mujer que seguía observándolo y a pesar de que a ella no le había hecho una grosería como la que acaba de hacerle a Marie, también se sentía apenado en su presencia. Hubiese querido desmentir todo lo que había dicho, decir que todo había sido una alucinación de su parte, un episodio producto de su confusa noche, pero hubiese significado mentir y declararse un loco a sí mismo. Él sabía lo que había visto y jamás lo olvidaría y aunque quisiera olvidarlo sabía que sería imposible; una imagen como la de aquel ser que le había atacado era algo digno de acompañarle toda la vida. Se sintió aún más apenado al notar la manera en la que la mujer le miraba, como estudiándolo, como esas veces en las que uno cree conocer a alguien sin lograr ubicarlo del todo, cosa que era una verdadera locura, pues la única forma en la que esa elegante dama y Pierrot se hubiesen conocido era si él hubiera sido alguno de sus empleados y tal cosa no había ocurrido.
Se mantuvo en silencio, pues sabía que era mejor eso antes de seguir diciendo cosas irracionales, sabía que era mejor calmarse y tal vez más tarde, cuando su mente estuviese despejada y encontrara un poco de paz, todo sería diferente. Y como si su actual vergüenza no fuese suficiente, sumo a ella el sentirse un poco intimidado en el momento en que la mujer se acercó a él con la intención de curar sus heridas. Tenerla en esa cercanía y mirándolo de ese mismo modo en que le había mirado apenas hacia unos segundos, pero ahora con todavía más intensidad y más de cerca, lograba hacerlo sentir incluso incomodo, deseoso de abandonar aquel lugar y simplemente seguir con su vida habitual. Su "vida habitual", eso era algo a lo que no quería regresar, no por que renegara de su pobreza, del arduo trabajo que diariamente realizaba y el cual le permitía su sustento; si no por lo que significaba: había fallado. Su madre, su padre, su hermano, su familia entera, no conocería a ninguno de ellos. Se sintió molesto con él mismo, con toda la situación entera, pero por sobre todas las cosas, con la vida misma. ¿Era posible que se ensañara con él de aquel modo, impidiéndole a toda costa el encontrarse finalmente cara a cara con sus orígenes? Todo aquello tenía que ser una mala broma que Dios le hacia, una muy, muy mala broma.
— ¿Cómo dice? — Preguntó atónito al escuchar las palabras de la joven, los vellos del brazo se le erizaron al sentir el contacto frió de sus manos sobre su cuello herido, mismo que empezó a curar con tanto cuidado y con una destreza digna de cualquier médico especializado. — ¿Ha sido usted quién lo ha detenido? — La miró perplejo. ¿Cómo era posible que ella hubiese hecho algo como eso?, ¿enfrentarse a una bestia, exponer su vida para salvar a un desconocido? Pestañeó intentando asimilarlo pero le fue casi imposible, seguía pareciéndole una locura. — ¿Por qué lo ha hecho?, ¿cómo lo hizo? Él…tenía colmillos, él pudo haberla atacado… — Su voz se fue apagando conforme hablaba, ahora se sentía doblemente avergonzado y en deuda con ella. No hablo mas durante el proceso de curación, el cual duró apenas unos breves minutos debido a la rapidez y destreza que poseía su inesperada enfermera. Cuando ella finalizó volvió a mirarla y respondió a su pregunta, por que ella tenía razón, era lo menos que podía hacer en agradecimiento. — Pierrot, mi nombre es Pierrot. — Cada que el muchacho le hacia saber su nombre a las personas, todos, sin excepción se quedaban mirándolo en espera de que continuara, pero era todo lo que decía, no había ningún apellido, no para él. Esperaba que ella no hiciera lo mismo.
— Yo…le agradezco mucho lo que ha hecho por mí, créame, no sé cómo voy a pagarle todo esto y no sé tampoco por qué lo ha hecho y por eso se lo agradezco doblemente. Nada esto debió haber ocurrido, yo sólo… — Un suspiro escapó de sus labios, uno lleno de resignación y pesar. Sabía que no tenía por que continuar hablando pero lo hizo, tenía que desahogarse de algún modo de aquella desilusión que lo estaba embargando. — ...buscaba a mi familia. Esa es la única razón por la cual he venido a la capital. No los conozco, a mis padres y también sé que tengo un hermano. Yo sólo…quería poder… — Meneó la cabeza en negación por lo absurdo que resultaba todo y luego una soltó una risa que carecía de humor, más bien iba empapada de amargura y desaliento. — Hace tiempo que debí haber abandonado esa idea, es una locura. — Por primera vez en su vida Pierrot hablaba de ese modo, una de sus más notables características era su esperanza, su aliento hacia la vida, sus ganas; todo eso parecía haberse vuelto añicos en una misma noche. Sus ojos parecieron más húmedos de lo normal y la boca la sintió seca, ansiaba como nunca un poco de agua. Alzó la vista y miró fijamente a la mujer cuando esta se hubo puesto de pie, se sintió pequeño, minúsculo a su lado.
— Me iré esta misma noche, no quiero causarle más problemas, Amanda. — Su nombre era algo que tampoco olvidaría, después de todo le debía la vida. Alzó sus manos hasta el cuello y se encontró con la suavidad de una gasa que la joven le había colocado para cubrir sus heridas, todavía sentía el dolor punzante en la zona que increíblemente se extendía hasta su hombro, o quizás simplemente se había golpeado durante el ataque. Hasta ese entonces sus piernas habían estado reposando a lo largo del canapé donde yacía recostado, las movió para poder incorporarse y quedar sentado, haciendo un espacio en el mueble, uno que en realidad no esperaba que fuese ocupado por su anfitriona. Se apoyó con los brazos en el borde del mueble e intento ponerse de pie, la primera vez no lo logró, fue hasta el segundo intento que logró erguirse en medio de un leve tambaleo y finalmente se puso de pie, comprobando sorpresivamente que le llevaba unos cuantos centímetros mas a su “heroína”. Sus ojos curiosos estudiaron el lugar, desde esa perspectiva tenía una mejor visión de todo el salón que ahora le parecía doblemente elegante de lo que había creído que era; nunca había visto un lugar como aquel, nunca así, tan lleno de elegancia, tan pulcro, tan…inalcanzable.
— ¿Vive usted aquí sola? — Era una pregunta algo atrevida pero se sintió un poco en confianza luego del trato que ella le había dado, también podría resultar una pregunta estúpida, era ilógico que una mujer tan joven como ella fuera la única viviendo en un lugar tan enorme como ese, se arrepintió de haberlo preguntado.
Se mantuvo en silencio, pues sabía que era mejor eso antes de seguir diciendo cosas irracionales, sabía que era mejor calmarse y tal vez más tarde, cuando su mente estuviese despejada y encontrara un poco de paz, todo sería diferente. Y como si su actual vergüenza no fuese suficiente, sumo a ella el sentirse un poco intimidado en el momento en que la mujer se acercó a él con la intención de curar sus heridas. Tenerla en esa cercanía y mirándolo de ese mismo modo en que le había mirado apenas hacia unos segundos, pero ahora con todavía más intensidad y más de cerca, lograba hacerlo sentir incluso incomodo, deseoso de abandonar aquel lugar y simplemente seguir con su vida habitual. Su "vida habitual", eso era algo a lo que no quería regresar, no por que renegara de su pobreza, del arduo trabajo que diariamente realizaba y el cual le permitía su sustento; si no por lo que significaba: había fallado. Su madre, su padre, su hermano, su familia entera, no conocería a ninguno de ellos. Se sintió molesto con él mismo, con toda la situación entera, pero por sobre todas las cosas, con la vida misma. ¿Era posible que se ensañara con él de aquel modo, impidiéndole a toda costa el encontrarse finalmente cara a cara con sus orígenes? Todo aquello tenía que ser una mala broma que Dios le hacia, una muy, muy mala broma.
— ¿Cómo dice? — Preguntó atónito al escuchar las palabras de la joven, los vellos del brazo se le erizaron al sentir el contacto frió de sus manos sobre su cuello herido, mismo que empezó a curar con tanto cuidado y con una destreza digna de cualquier médico especializado. — ¿Ha sido usted quién lo ha detenido? — La miró perplejo. ¿Cómo era posible que ella hubiese hecho algo como eso?, ¿enfrentarse a una bestia, exponer su vida para salvar a un desconocido? Pestañeó intentando asimilarlo pero le fue casi imposible, seguía pareciéndole una locura. — ¿Por qué lo ha hecho?, ¿cómo lo hizo? Él…tenía colmillos, él pudo haberla atacado… — Su voz se fue apagando conforme hablaba, ahora se sentía doblemente avergonzado y en deuda con ella. No hablo mas durante el proceso de curación, el cual duró apenas unos breves minutos debido a la rapidez y destreza que poseía su inesperada enfermera. Cuando ella finalizó volvió a mirarla y respondió a su pregunta, por que ella tenía razón, era lo menos que podía hacer en agradecimiento. — Pierrot, mi nombre es Pierrot. — Cada que el muchacho le hacia saber su nombre a las personas, todos, sin excepción se quedaban mirándolo en espera de que continuara, pero era todo lo que decía, no había ningún apellido, no para él. Esperaba que ella no hiciera lo mismo.
— Yo…le agradezco mucho lo que ha hecho por mí, créame, no sé cómo voy a pagarle todo esto y no sé tampoco por qué lo ha hecho y por eso se lo agradezco doblemente. Nada esto debió haber ocurrido, yo sólo… — Un suspiro escapó de sus labios, uno lleno de resignación y pesar. Sabía que no tenía por que continuar hablando pero lo hizo, tenía que desahogarse de algún modo de aquella desilusión que lo estaba embargando. — ...buscaba a mi familia. Esa es la única razón por la cual he venido a la capital. No los conozco, a mis padres y también sé que tengo un hermano. Yo sólo…quería poder… — Meneó la cabeza en negación por lo absurdo que resultaba todo y luego una soltó una risa que carecía de humor, más bien iba empapada de amargura y desaliento. — Hace tiempo que debí haber abandonado esa idea, es una locura. — Por primera vez en su vida Pierrot hablaba de ese modo, una de sus más notables características era su esperanza, su aliento hacia la vida, sus ganas; todo eso parecía haberse vuelto añicos en una misma noche. Sus ojos parecieron más húmedos de lo normal y la boca la sintió seca, ansiaba como nunca un poco de agua. Alzó la vista y miró fijamente a la mujer cuando esta se hubo puesto de pie, se sintió pequeño, minúsculo a su lado.
— Me iré esta misma noche, no quiero causarle más problemas, Amanda. — Su nombre era algo que tampoco olvidaría, después de todo le debía la vida. Alzó sus manos hasta el cuello y se encontró con la suavidad de una gasa que la joven le había colocado para cubrir sus heridas, todavía sentía el dolor punzante en la zona que increíblemente se extendía hasta su hombro, o quizás simplemente se había golpeado durante el ataque. Hasta ese entonces sus piernas habían estado reposando a lo largo del canapé donde yacía recostado, las movió para poder incorporarse y quedar sentado, haciendo un espacio en el mueble, uno que en realidad no esperaba que fuese ocupado por su anfitriona. Se apoyó con los brazos en el borde del mueble e intento ponerse de pie, la primera vez no lo logró, fue hasta el segundo intento que logró erguirse en medio de un leve tambaleo y finalmente se puso de pie, comprobando sorpresivamente que le llevaba unos cuantos centímetros mas a su “heroína”. Sus ojos curiosos estudiaron el lugar, desde esa perspectiva tenía una mejor visión de todo el salón que ahora le parecía doblemente elegante de lo que había creído que era; nunca había visto un lugar como aquel, nunca así, tan lleno de elegancia, tan pulcro, tan…inalcanzable.
— ¿Vive usted aquí sola? — Era una pregunta algo atrevida pero se sintió un poco en confianza luego del trato que ella le había dado, también podría resultar una pregunta estúpida, era ilógico que una mujer tan joven como ella fuera la única viviendo en un lugar tan enorme como ese, se arrepintió de haberlo preguntado.
Última edición por Pierrot el Jue Abr 12, 2012 2:31 am, editado 1 vez
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Sabía que desde el primer momento en el que lo había mirado a los ojos había dejado de correr peligro conmigo de la misma manera, clara y cristalina, que sabía que sin sangre no podía sobrevivir o que un solo rayo de sol me quemaría la parte del cuerpo que hubiera quedado expuesta a los efectos de ese astro alrededor del cual giraba la Tierra. La razón era sencilla: me conocía, en ocasiones demasiado bien para lo que me convenía, y en aquella en particular hasta tal punto me conocía y sabía lo que sucedería con aquel joven que no necesitaba ni esperar a que sucediera ni a que respondiera a aquella pregunta que le había hecho de manera indirecta porque a mí particularmente ya me había convencido tanto con nuestro encuentro, en el que había sido la víctima, como por un aspecto, posiblemente la razón que de entrada me había llevado a inmiscuirme en los asuntos de otro vampiro, guiada por aquella curiosidad innata en mí pero, en aquel momento, perfectamente justificable... A fin de cuentas, ¿cuándo encontraba una a alguien cuyo aspecto exterior era exactamente igual, en apariencia al menos, que el del joven al que acababa de introducir en la vida vampírica como mi neófito? Y no importaba que fuera una novata en cuestión de convertir a otro vampiro porque los otros seres como yo que no lo eran tanto nunca habían sufrido, al menos en lo que a mí me había llegado, un acontecimiento semejante. Tampoco es que me importara, en realidad, no tener otro ejemplo a seguir y verme obligada a buscar el mío propio ya que me había pasado media vida haciendo eso mismo y por otra vez más no iba a pasar nada, pero aún así... Aún así la curiosidad me devoraba entera, me hacía incapaz de apartar la mirada de los huidizos ojos azules de aquel chico, tan iguales pero a la vez tan diferentes de los que solían mirarme con soberbia apenas disimulada o apenas mitigada por mí y mi naturaleza de creadora... Tan similares pero a la vez tan alejados de los de Nigel.
Porque aquel chico no era Nigel, en absoluto. Ya no sólo porque era imposible que, siendo humano, fuera mi neófito, sino más bien por su actitud. De haber sido mortal y haberse encontrado al lado de quien parecía su modelo ante mis ojos por haberlo conocido antes habría sido capaz de distinguirlos pese a la sorpresa inicial, y es que las diferencias entre ambos me quedaban más y más claras a medida que mi mirada recorría sus rasgos, su piel labrada por el trabajo y cada arruga que se formaba en ella por esa misma circunstancia, que sólo ignoré cuando él volvió a la carga con una nueva serie de preguntas que mucho mejor que cualquier otra cosa ponían en claro su curiosidad, aquella que parecía impedirle, a tenor de lo que escuché, creer que yo había sido quien lo había liberado de la amenaza del otro vampiro, preocupándose por mi seguridad... Qué tierno. Todo aquello vino antes de que me dijera su nombre, Pierrot, y antes también de que continuara con aquella estúpida idea que se le había metido entre ceja y ceja de irse, incluyendo no obstante también con anterioridad a que se levantara algo interesante... la búsqueda de su familia. A pesar de sacarme, al igual que su clon, varios centímetros de altura, mi presencia igualaba o incluso superaba al suya por encontrarme en mi terreno, algo que él no podía decir y que lo situaba en una situación inferior a la mía, aunque fuera a ignorarla de mala manera porque no iba a permitir que se fuera, no con la curiosidad medio satisfecha que corría por mi interior.
– Encantada, Pierrot.... Y no, no vivo aquí sola. Aparte de Marie, el resto del servicio tiene este palacete como residencia, al menos las partes que no quedan totalmente a la vista pública, así que podría decirse que viven conmigo aunque muchas veces se alejen y me dejen sola. Además, hay normalmente visitantes ocasionales que pasan temporadas aquí casi como si este fuera su hogar, por lo que podría decirse que sí en ocasiones pero normalmente no... Así que no molestas a nadie que no sea yo y tampoco es el caso, quedando eliminado cualquier argumento que hayas podido esbozar en tu cabeza a la hora de justificar irte antes de estar sano del todo... – musité, divertida y con los brazos cruzados sobre el pecho hasta el momento en el que con delicadeza y a la vez una fuerza que parecía impropia de mí volví a conducirlo al canapé, insistiendo con la mirada como ya lo había hecho con mis palabras para que no volviera a moverse de allí e incluso se cubriera en lo que amenazaba con ser una noche bastante fría para lo que el invierno acostumbraba, incluso el parisino, que tenía más fuerza gélida que el de otras latitudes situadas menos al norte de lo que estaba aquella ciudad en cuyo seno nos encontrábamos ambos, diferentes y a la vez similares, unidos por un lazo invisible que marcaba la sombra de Nigel, alargada hasta abarcarnos... ¿Sabría de la existencia de Pierrot? No lo creía posible, no en el Nigel que yo conocía, porque de hacerlo su actitud con él probablemente no hubiera sido demasiado buena, eso siendo optimista...
La única posibilidad que enlazaba aquel parecido casi sobrenatural que ambos poseían era una simple, aunque a la vez tremendamente rebuscada por la poca frecuencia con la que sucedía: que ambos fueran hermanos gemelos idénticos, no como esos hermanos que mantenían parecido pero que no compartían rasgos, como lo hacían ellos dos. ¿Cómo decirle que había matado a su hermano para, después, obligarlo a renacer como un fénix de sus cenizas a una nueva vida? ¿Cómo se suponía que tenía que comportarme con el miembro de una familia claramente apartado de ella y que ni siquiera se había criado como tal, con la educación y los recursos que eso conllevaba? Y en vez de cualquier crítica que pudiera ocurrírseme a mi situación o un recurso a una experiencia anterior de la que carecía algo diferente vino a instalarse en mi interior, algo más parecido a la compasión... Algo que en cierto modo me empujaba a acogerlo en mi casa, a protegerlo como protegía a su hermano en su nueva vida ya que era mi responsabilidad educarlo en ella, así como iba a resultar serlo proteger a Pierrot por haber, precisamente, actuado como baluarte de la vida que casi perdía frente a aquel vampiro al que yo me había enfrentado para ayudarlo. No podía quedar aquel acto sin desconexión, y menos con alguien como él que carecía de unos recursos que a mí me sobraban y que me habían permitido alzarme en una posición que justificaría, no ante los ojos de los demás sino ante los míos propios, ayudándolo... Ya que él también se merecía ser un Quartermane, aunque a aquellas alturas no pudiera decirse que era tal.
– Creo que sé quién es la familia de la que has oído hablar... Hay rumores, habladurías, chismes que se escuchan y que he tenido ocasión de comprobar con mi propia experiencia acerca de miembros de un grupo de personas cuyo heredero posee un parecido contigo sorprendente, casi diría yo que extremo... Porque sois iguales, Nigel y tú, y la única explicación que tiene sentido es que seáis de la misma familia, que compartáis sangre y antecedentes comunes. Así que, digas lo que digas, no es ninguna locura, o al menos no más que el hecho en sí de que sugieras que lo es y que tienes que pagarme algo que hago porque lo deseo... Quiero ayudarte, Pierrot, sin trampa ni cartón que oscurezca mis intenciones. La cuestión ahora es si te dejarás ayudar o huirás despavorido ante la posibilidad de confiar en mí sin que te haya dado motivos de peso para hacerlo. Francamente, siento curiosidad por saberlo... – añadí, con una media sonrisa que contrastaba con el tono dubitativo de mis palabras y la mirada clavada, de nuevo, en él, a la espera de que tomara la decisión que marcaría el primer día del resto de su vida... y aquello empezaba a resultarme demasiado familiar, al menos en lo referido a los Quartermane.
Porque aquel chico no era Nigel, en absoluto. Ya no sólo porque era imposible que, siendo humano, fuera mi neófito, sino más bien por su actitud. De haber sido mortal y haberse encontrado al lado de quien parecía su modelo ante mis ojos por haberlo conocido antes habría sido capaz de distinguirlos pese a la sorpresa inicial, y es que las diferencias entre ambos me quedaban más y más claras a medida que mi mirada recorría sus rasgos, su piel labrada por el trabajo y cada arruga que se formaba en ella por esa misma circunstancia, que sólo ignoré cuando él volvió a la carga con una nueva serie de preguntas que mucho mejor que cualquier otra cosa ponían en claro su curiosidad, aquella que parecía impedirle, a tenor de lo que escuché, creer que yo había sido quien lo había liberado de la amenaza del otro vampiro, preocupándose por mi seguridad... Qué tierno. Todo aquello vino antes de que me dijera su nombre, Pierrot, y antes también de que continuara con aquella estúpida idea que se le había metido entre ceja y ceja de irse, incluyendo no obstante también con anterioridad a que se levantara algo interesante... la búsqueda de su familia. A pesar de sacarme, al igual que su clon, varios centímetros de altura, mi presencia igualaba o incluso superaba al suya por encontrarme en mi terreno, algo que él no podía decir y que lo situaba en una situación inferior a la mía, aunque fuera a ignorarla de mala manera porque no iba a permitir que se fuera, no con la curiosidad medio satisfecha que corría por mi interior.
– Encantada, Pierrot.... Y no, no vivo aquí sola. Aparte de Marie, el resto del servicio tiene este palacete como residencia, al menos las partes que no quedan totalmente a la vista pública, así que podría decirse que viven conmigo aunque muchas veces se alejen y me dejen sola. Además, hay normalmente visitantes ocasionales que pasan temporadas aquí casi como si este fuera su hogar, por lo que podría decirse que sí en ocasiones pero normalmente no... Así que no molestas a nadie que no sea yo y tampoco es el caso, quedando eliminado cualquier argumento que hayas podido esbozar en tu cabeza a la hora de justificar irte antes de estar sano del todo... – musité, divertida y con los brazos cruzados sobre el pecho hasta el momento en el que con delicadeza y a la vez una fuerza que parecía impropia de mí volví a conducirlo al canapé, insistiendo con la mirada como ya lo había hecho con mis palabras para que no volviera a moverse de allí e incluso se cubriera en lo que amenazaba con ser una noche bastante fría para lo que el invierno acostumbraba, incluso el parisino, que tenía más fuerza gélida que el de otras latitudes situadas menos al norte de lo que estaba aquella ciudad en cuyo seno nos encontrábamos ambos, diferentes y a la vez similares, unidos por un lazo invisible que marcaba la sombra de Nigel, alargada hasta abarcarnos... ¿Sabría de la existencia de Pierrot? No lo creía posible, no en el Nigel que yo conocía, porque de hacerlo su actitud con él probablemente no hubiera sido demasiado buena, eso siendo optimista...
La única posibilidad que enlazaba aquel parecido casi sobrenatural que ambos poseían era una simple, aunque a la vez tremendamente rebuscada por la poca frecuencia con la que sucedía: que ambos fueran hermanos gemelos idénticos, no como esos hermanos que mantenían parecido pero que no compartían rasgos, como lo hacían ellos dos. ¿Cómo decirle que había matado a su hermano para, después, obligarlo a renacer como un fénix de sus cenizas a una nueva vida? ¿Cómo se suponía que tenía que comportarme con el miembro de una familia claramente apartado de ella y que ni siquiera se había criado como tal, con la educación y los recursos que eso conllevaba? Y en vez de cualquier crítica que pudiera ocurrírseme a mi situación o un recurso a una experiencia anterior de la que carecía algo diferente vino a instalarse en mi interior, algo más parecido a la compasión... Algo que en cierto modo me empujaba a acogerlo en mi casa, a protegerlo como protegía a su hermano en su nueva vida ya que era mi responsabilidad educarlo en ella, así como iba a resultar serlo proteger a Pierrot por haber, precisamente, actuado como baluarte de la vida que casi perdía frente a aquel vampiro al que yo me había enfrentado para ayudarlo. No podía quedar aquel acto sin desconexión, y menos con alguien como él que carecía de unos recursos que a mí me sobraban y que me habían permitido alzarme en una posición que justificaría, no ante los ojos de los demás sino ante los míos propios, ayudándolo... Ya que él también se merecía ser un Quartermane, aunque a aquellas alturas no pudiera decirse que era tal.
– Creo que sé quién es la familia de la que has oído hablar... Hay rumores, habladurías, chismes que se escuchan y que he tenido ocasión de comprobar con mi propia experiencia acerca de miembros de un grupo de personas cuyo heredero posee un parecido contigo sorprendente, casi diría yo que extremo... Porque sois iguales, Nigel y tú, y la única explicación que tiene sentido es que seáis de la misma familia, que compartáis sangre y antecedentes comunes. Así que, digas lo que digas, no es ninguna locura, o al menos no más que el hecho en sí de que sugieras que lo es y que tienes que pagarme algo que hago porque lo deseo... Quiero ayudarte, Pierrot, sin trampa ni cartón que oscurezca mis intenciones. La cuestión ahora es si te dejarás ayudar o huirás despavorido ante la posibilidad de confiar en mí sin que te haya dado motivos de peso para hacerlo. Francamente, siento curiosidad por saberlo... – añadí, con una media sonrisa que contrastaba con el tono dubitativo de mis palabras y la mirada clavada, de nuevo, en él, a la espera de que tomara la decisión que marcaría el primer día del resto de su vida... y aquello empezaba a resultarme demasiado familiar, al menos en lo referido a los Quartermane.
Invitado- Invitado
Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Amanda se las había ingeniado perfectamente para lograr hacerlo desistir de esa terca idea de abandonar el palacete, había jugado bien las cartas; unas cuantas palabras claves, una simple frase y los ojos dudosos de Pierrot se habían transformado en dos grandes canicas azules mirándola a la expectativa. Cuando ella lo condujo hasta el canapé ya no puso resistencia, se sentó sobre él con movimientos mecánicos, como lo habría hecho algún hombre de hojalata, y le dedicó toda su atención a ella y a la confesión que acababa de hacerle. Ella, precisamente la mujer que le había salvado la vida esa noche, era la misma que le conduciría hasta lo que había estado buscando: su familia. La frente de Pierrot se arrugó a causa de la angustia por su ansiedad y felicidad que le causaba saber que ya no tendría que buscar más y pareció mucho más interesado cuando Amanda mencionó el nombre, ese nombre que tanto había deseado conocer: el de su hermano.
— ¿De verdad conoce usted a mi hermano? Dígame, ¿ha tenido trato con él? ¿Cómo es?, ¿de verdad es idéntico a mí?, ¿de verdad es mi hermano gemelo? — Las preguntas no se hicieron esperar y cayeron sobre Amanda como proyectiles, todos al mismo tiempo. — Por favor, dígame, necesito saber. Mis padres, ¿cuáles son sus nombres?, ¿a qué se dedican?, ¡¿dónde viven?! — La excitación lo hizo ponerse de pie sin darse cuenta y empezó a impacientarse al no obtener rápidamente las respuestas por las que tanto clamaba y había esperado. — Tenga piedad, ¿tiene idea de lo que ha sido mi vida todos estos años?, sin un padre o una madre, sin alguien a quien llamar hermano o hermana, completamente solo, viviendo con una mujer extraña a la adore por años y que me pagó confesándome en su lecho de muerte que me había arrebatado de los brazos de mis padres a escasas horas de nacido? No puede hacerme esto, tiene que decirme. — La tomó por los hombros y acercó su rostro sudoroso al de ella que parecía irreal a comparación del suyo.
— Si de verdad quiere ayudarme como dice tiene que decirme. — Le sostuvo la mirada y por un momento le pareció verla sonreír, ¿se estaba burlando de él? La soltó al darse cuenta de que mostrándose así de insolente nada lograría. Intentó calmarse alejándose, caminando alrededor de la habitación, esa misma por la que hacia horas había caminado su hermano. — Haré lo que sea, lo que usted me pida a cambio de sus palabras. Lo que usted me pida. — Aseguró dándole la espalda, mirándose en el espejo que tenía enfrente donde la imagen de un muchacho humilde le devolvía una mirada cómplice que le decía que eso era lo correcto, que ya no había marcha atrás y que no podía desperdiciar la oportunidad que la vida le estaba dando.
Después del ofrecimiento de Pierrot, Amanda volvió a demostrar que lo suyo era el saber manejar cualquier situación que se le presentara, supo como volver a hacer que tomara asiento, que se relajara y empezara a pensar con tranquilidad lo que pasaría a partir de ese momento. Pierrot la escuchó con atención, y como un niño que obedece a su madre asintió a cada uno de sus consejos, porque fue lo único que recibió de ella, más no eso que era lo que él quería escuchar. Amanda le pidió paciencia y le aseguró que el secreto de su familia le sería enteramente revelado el día correcto y en el momento justo, pero que antes debía pasar por una serie de cosas que eran primordiales para ese encuentro con los suyos. Lo convenció de que no podía aparecerse así, como un campesino ante una familia que era altamente reconocida no sólo en París sino también en otros lugares; le hizo meditar que lo más prudente era que primero debía someterse a una serie de enseñanzas que lo convirtieran en un digno portador de tan prestigiado apellido y que sólo así garantizaría por completo el que los suyos lo recibieran con los brazos abiertos y que por primera vez ocupara el sitio que le correspondía tanto en la familia como en sociedad. Pierrot estuvo de acuerdo, le costó visualizarse a sí mismo como uno de esos caballeros de clase alta a los que había servido toda su vida, pero deseaba tanto encontrarse con su familia que estaba dispuesto a hacer lo que fuera.
Las próximas semanas fueron decisivas, Amanda mandó a traer una serie de personas que se dedicaron a enseñarle a Pierrot cosas que iban desde simples modales hasta leer y escribir, y él que siempre había sido un joven con muy buena cabeza, aprendió con facilidad todo lo que se le enseñó; pronto podía escuchársele hablar con soltura y elegancia, utilizar frases hechas e incluso tocar el piano con una maestría tan sorprendente que era imposible creer que había bastado menos de un mes para que aprendiese a hacerlo. Su aspecto físico también había cambiado, ya no aparentaba ser un muchacho de campo, humilde y hosco, ahora podía verse a un joven con el cabello corto, completamente afeitado y con una postura impecable enfundado en trajes elegantes que la misma Amanda le había proveído. En varias ocasiones Pierrot se cuestionó porque Amanda estaba tan interesada en ayudarle, pero una de las reglas que ella había puesto era el no hacer preguntas y él había cumplido pese a sus ansias, poniendo el doble de empeño para estar listo antes de lo esperado y que finalmente el secreto le fuese dicho. Fueron aproximadamente dos meses los que pasó en “entrenamiento”, viviendo bajo el techo de esa mujer que más tarde le confesaría su verdadera naturaleza y el por qué de que su residencia estuviese completamente cubierta por gruesas cortinas oscuras impidiendo el paso del sol, y pese a haber creído lo contrario, Pierrot lo había tomado con mucha calma, le había sorprendido, sí, pero curiosamente algo le hacía estar seguro de que a pesar de que ella fuese una criatura succionadora de sangre, él no correría peligro a su lado, después de todo se lo había asegurado ella misma.
— Así que es por eso que sólo sales de noche. — Dedujo inteligentemente mientras compartía la mesa a la hora de la cena con su protectora. Amanda yacía sentada en la silla al otro extremo de la larga mesa, con un plato de comida caliente que humeaba sin la menor intención de ser ingerida. — Ahora entiendo muchas cosas, era bastante obvio después de todo. — Rió para si mismo. Ya no parecía ser el mismo Pierrot de semanas atrás, no sólo físicamente, también había algo en su carácter que se había moldeado, parecía más ágil, menos inocente, muchísimo menos manipulable. Tal vez el objetivo de Amanda había concluido. — Es increíble, debes poseer una capacidad de autocontrol digna de admirar. Y también una de manipulación y engaño, después de todo supiste como convencerme de hacer todo lo que querías, sólo espero que no me hayas mentido respecto a lo que prometiste revelarme. Creo que ya es tiempo, Amanda. Es tiempo de que respondas a mis preguntas y a mis dudas, ya he esperado mucho tiempo para que sean resueltas. Sabes que te estoy agradecido por todo lo que has hecho por mí pero no estoy dispuesto a seguir alargando más esto. — ¿Estaba sentenciándola? Si así era no era nada extraño, después de todo era una característica bastante propia de los Quartermane.
— ¿De verdad conoce usted a mi hermano? Dígame, ¿ha tenido trato con él? ¿Cómo es?, ¿de verdad es idéntico a mí?, ¿de verdad es mi hermano gemelo? — Las preguntas no se hicieron esperar y cayeron sobre Amanda como proyectiles, todos al mismo tiempo. — Por favor, dígame, necesito saber. Mis padres, ¿cuáles son sus nombres?, ¿a qué se dedican?, ¡¿dónde viven?! — La excitación lo hizo ponerse de pie sin darse cuenta y empezó a impacientarse al no obtener rápidamente las respuestas por las que tanto clamaba y había esperado. — Tenga piedad, ¿tiene idea de lo que ha sido mi vida todos estos años?, sin un padre o una madre, sin alguien a quien llamar hermano o hermana, completamente solo, viviendo con una mujer extraña a la adore por años y que me pagó confesándome en su lecho de muerte que me había arrebatado de los brazos de mis padres a escasas horas de nacido? No puede hacerme esto, tiene que decirme. — La tomó por los hombros y acercó su rostro sudoroso al de ella que parecía irreal a comparación del suyo.
— Si de verdad quiere ayudarme como dice tiene que decirme. — Le sostuvo la mirada y por un momento le pareció verla sonreír, ¿se estaba burlando de él? La soltó al darse cuenta de que mostrándose así de insolente nada lograría. Intentó calmarse alejándose, caminando alrededor de la habitación, esa misma por la que hacia horas había caminado su hermano. — Haré lo que sea, lo que usted me pida a cambio de sus palabras. Lo que usted me pida. — Aseguró dándole la espalda, mirándose en el espejo que tenía enfrente donde la imagen de un muchacho humilde le devolvía una mirada cómplice que le decía que eso era lo correcto, que ya no había marcha atrás y que no podía desperdiciar la oportunidad que la vida le estaba dando.
Después del ofrecimiento de Pierrot, Amanda volvió a demostrar que lo suyo era el saber manejar cualquier situación que se le presentara, supo como volver a hacer que tomara asiento, que se relajara y empezara a pensar con tranquilidad lo que pasaría a partir de ese momento. Pierrot la escuchó con atención, y como un niño que obedece a su madre asintió a cada uno de sus consejos, porque fue lo único que recibió de ella, más no eso que era lo que él quería escuchar. Amanda le pidió paciencia y le aseguró que el secreto de su familia le sería enteramente revelado el día correcto y en el momento justo, pero que antes debía pasar por una serie de cosas que eran primordiales para ese encuentro con los suyos. Lo convenció de que no podía aparecerse así, como un campesino ante una familia que era altamente reconocida no sólo en París sino también en otros lugares; le hizo meditar que lo más prudente era que primero debía someterse a una serie de enseñanzas que lo convirtieran en un digno portador de tan prestigiado apellido y que sólo así garantizaría por completo el que los suyos lo recibieran con los brazos abiertos y que por primera vez ocupara el sitio que le correspondía tanto en la familia como en sociedad. Pierrot estuvo de acuerdo, le costó visualizarse a sí mismo como uno de esos caballeros de clase alta a los que había servido toda su vida, pero deseaba tanto encontrarse con su familia que estaba dispuesto a hacer lo que fuera.
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Las próximas semanas fueron decisivas, Amanda mandó a traer una serie de personas que se dedicaron a enseñarle a Pierrot cosas que iban desde simples modales hasta leer y escribir, y él que siempre había sido un joven con muy buena cabeza, aprendió con facilidad todo lo que se le enseñó; pronto podía escuchársele hablar con soltura y elegancia, utilizar frases hechas e incluso tocar el piano con una maestría tan sorprendente que era imposible creer que había bastado menos de un mes para que aprendiese a hacerlo. Su aspecto físico también había cambiado, ya no aparentaba ser un muchacho de campo, humilde y hosco, ahora podía verse a un joven con el cabello corto, completamente afeitado y con una postura impecable enfundado en trajes elegantes que la misma Amanda le había proveído. En varias ocasiones Pierrot se cuestionó porque Amanda estaba tan interesada en ayudarle, pero una de las reglas que ella había puesto era el no hacer preguntas y él había cumplido pese a sus ansias, poniendo el doble de empeño para estar listo antes de lo esperado y que finalmente el secreto le fuese dicho. Fueron aproximadamente dos meses los que pasó en “entrenamiento”, viviendo bajo el techo de esa mujer que más tarde le confesaría su verdadera naturaleza y el por qué de que su residencia estuviese completamente cubierta por gruesas cortinas oscuras impidiendo el paso del sol, y pese a haber creído lo contrario, Pierrot lo había tomado con mucha calma, le había sorprendido, sí, pero curiosamente algo le hacía estar seguro de que a pesar de que ella fuese una criatura succionadora de sangre, él no correría peligro a su lado, después de todo se lo había asegurado ella misma.
— Así que es por eso que sólo sales de noche. — Dedujo inteligentemente mientras compartía la mesa a la hora de la cena con su protectora. Amanda yacía sentada en la silla al otro extremo de la larga mesa, con un plato de comida caliente que humeaba sin la menor intención de ser ingerida. — Ahora entiendo muchas cosas, era bastante obvio después de todo. — Rió para si mismo. Ya no parecía ser el mismo Pierrot de semanas atrás, no sólo físicamente, también había algo en su carácter que se había moldeado, parecía más ágil, menos inocente, muchísimo menos manipulable. Tal vez el objetivo de Amanda había concluido. — Es increíble, debes poseer una capacidad de autocontrol digna de admirar. Y también una de manipulación y engaño, después de todo supiste como convencerme de hacer todo lo que querías, sólo espero que no me hayas mentido respecto a lo que prometiste revelarme. Creo que ya es tiempo, Amanda. Es tiempo de que respondas a mis preguntas y a mis dudas, ya he esperado mucho tiempo para que sean resueltas. Sabes que te estoy agradecido por todo lo que has hecho por mí pero no estoy dispuesto a seguir alargando más esto. — ¿Estaba sentenciándola? Si así era no era nada extraño, después de todo era una característica bastante propia de los Quartermane.
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Pierrot a veces daba la sensación de ser como un animal herido, alguien que se debatía entre el respeto hacia quien había ayudado a que saliera de su agujero y las ganas de lamer sus heridas en silencio y clamar venganza contra cualquiera, pese a no ser el responsable de habérselas infligido. Eso era lo que me había quedado claro en cuanto lo había conocido, y lo que me había facilitado la creación de una estrategia que no era más que simplemente tranquilizarlo, curarle las heridas y dejar a la vista la mansedumbre de la que había visto que podía hacer gala. Por supuesto, aquello sólo se podía conseguir con las palabras y los gestos adecuados, los mismos que había empleado con él aquella noche, de hacía lo que parecía una eternidad, para conseguir mi objetivo: que fuera mío. Una vez mi curiosidad se había abalanzado sobre su presa, haría lo que fuera por no dejarla huir y, en aquel caso, por ayudarlo por la simple bondad de mi corazón, que contra todo pronóstico aún existía... No es que me considerara una desalmada, pero sí que era consciente de que la pura y absoluta generosidad que de hecho existía no lo hacía en mí, sobre todo porque yo era una criatura de excesos y pasiones, y actos como aquellos aún me sorprendían, igual que también lo hizo en cierto modo ser capaz de tranquilizar a alguien como Pierrot, que necesitaba consejos y guía para estar a la altura de ser un Quartermane socialmente hablando, ya que si se me preguntaba a mí, que conocía a su hermano gemelo (ah, y de qué manera además), Pierrot era un Quartermane de pleno derecho con tanta fuerza o más que Nigel precisamente por su personalidad, esa que me esforcé por sacar a la luz, limpiar, bruñir y pulir durante aquel tiempo que había transcurrido desde su manantial sin fin de preguntas hasta aquel momento, la cena que estábamos compartiendo.
No había escatimado en recursos a la hora de sacar el diamante que escondía, en bruto, en su interior. Todo lo que fuera necesario para enseñarle modales y para darle la educación propia de la clase a la que iba a conseguir que perteneciera fue hecho en aquel período, y Pierrot, demostrando que mi instinto casi nunca se equivocaba, bebía de todo lo que le enseñaba con el ansia de alguien que quiere aprender más y más. Logró tocar el piano con un virtuosismo nato, al que sólo podía igualar su capacidad para hablar con maestría, digna de un maestro de retórica al descubrir no sólo lo que yo le enseñaba, sino también a sí mismo... Empezó a ser capaz de aprovechar su encanto Quartermane, el que su gemelo utilizaba para absolutamente todo y que resultaba peligroso para mí por razones obvias, y en apenas dos meses se convirtió en alguien más de la sociedad tan cerrada a la que, por derecho, pertenecía.
¿Qué mejor manera de celebrarlo que con una cena? Mi palacete, que había sido su residencia durante todo aquel tiempo, era el escenario más adecuado para el encuentro; su comedor fue decorado con esmero y elegancia, quizá resonantes de una época más barroca como en la que más cómoda me sentía, y la comida abundaba sobre la mesa que Pierrot, más elegante, y yo misma, vestida con los mismos atuendos que solía llevar en las reuniones sociales únicamente para él. Sabía que su paciencia, pese a haber sido considerable durante aquel tiempo que había utilizado en moldearlo para sacar lo mejor de él, no se había visto aplacada, y por eso cuando después de hacer un tranquilo comentario acerca de mi naturaleza me dijo... no, no me dijo, me sentenció que ya era hora de que le contara la verdad, no pude por menos que sonreír de manera torcida, con la mirada clavada en él y una copa de vino tinto, de Burdeos, en la mano, girando para que el contenido carmesí tan similar a la sangre con la luz tenue que bañaba la residencia lamiera la copa de cristal de Bohemia y derramara, en él, sus lágrimas.
– Acabas de sonar como un auténtico Quartermane, Pierrot... Esa mezcla de halagos y exigencias ha hecho que casi tuviera que preguntarme si a quien tengo delante es a ti o a tu hermano gemelo porque él lleva desarrollando esa técnica desde siempre... Sois sumamente encantadores, ya era cuestión de tiempo que tú lo descubrieras y lo aprovecharas para que nadie se atreva a cuestionarte. – comenté, con la sonrisa en mis labios rojos aumentando considerablemente y torciéndose cada vez más hasta que se transformó en una expresión algo burlona.
Llevé la copa de vino a mis labios y dejé que se mojaran en la sustancia, sin más contacto que simplemente ese antes de dejarla sobre la superficie brillante y pulida de la mesa. Una gota rebelde se escapó de ellos y la atrapé con un dedo, conduciéndola después hasta el borde de la copa y delineando éste con ese líquido para arrancar de él la música que sólo los cristales de calidad podían dar, una penetrante, continua, pura y sobre todo etérea, que daba la sensación de transportarte en el tiempo.
– Tu padre era italiano; tu madre, francesa. Fuiste arrebatado de su seno de recién nacido por a quien acostumbraste a llamar madre, y eso los dejó solamente con tu hermano, Nigel. Él fue criado con unos valores... – comencé, haciendo una pausa en aquel momento del relato para dejar escapar una sonrisa totalmente burlona. – ...con unos valores en amabilidad, respeto e igualdad que olvidó cuando, tras la muerte de vuestros padres a vuestros siete años, fue enviado con su abuelo paterno, Lord Quartermane. Él fue quien lo convirtió en quien es ahora, alguien... Alguien difícil de explicar. No quiero que te lleves una impresión errónea de él, Pierrot, así que me ahorraré juicios personales sobre tu hermano gemelo que no nos interesan en este momento. Tu abuelo lo crió hasta su muerte, y entonces tu hermano heredó su fortuna, tanto la suya como la de tus padres. Ahora vive de ella, además de por las rentas que acarrea un título de nobleza como el suyo. – añadí, encogiéndome de hombros al final por haber desvelado lo que correspondía a parte de su familia en general, aunque todavía faltaba la más importante, la que atañía por completo a quien quedaba vivo de ella: su clon, su gota de agua, su hermano... Nigel.
Dejé de recorrer el borde de la copa con el dedo, manchado de vino, y me lo llevé a los labios para lamer la gota, con actitud pensativa. ¿Por dónde empezar? ¿Qué decir de su hermano que no lo predispusiera a una actitud determinada hacia él? Pese a que yo supiera lo que ocurriría entre ellos, pues me bastaba únicamente conocer a Nigel para hacerlo, no quería decirle que su hermano lo odiaría por una única razón: sería su competidor. Pierrot era aún demasiado puro para esa clase de cosas, y su ilusión de encontrar a su familia era tal que decirle que no lo aceptarían sería, cuando menos, duro para él... aunque probablemente estuviera por sus circunstancias más preparado para aceptar esa dolorosa verdad que alguien habituado a que todo le saliera bien. Mordí mi dedo, volviendo a clavar la mirada en él, y medio sonreí de nuevo, aunque sin demasiados matices de humor en mi expresión sino más bien de forma peligrosa, como advirtiéndole de que quizá lo que estaba a punto de oír no sería de su agrado.
– Conocí a tu hermano una noche en el teatro, representaban una obra de Molière a la que apenas presté atención, pero que recuerdo que era Don Juan. Parece una eternidad desde entonces aunque únicamente han pasado algunos meses... Él estaba casado, de hecho ahora sigue casado, con una mujer a la que rescató de un burdel, Claire Delacroix de soltera, pero la fidelidad nunca ha sido una de las virtudes de Nigel, así que supongo que puedes imaginar lo que sucedió. – comenté, alzando una ceja para que entendiera a la perfección a lo que me refería. – Lo distinto de aquel encuentro fue que él descubrió lo que yo era, y se obsesionó con mi naturaleza hasta un punto enfermizo... Puedes decir que enloqueció, pero yo simplemente pienso que su ambición desmedida pudo con él y la promesa de la eternidad, nocturna y poderosa, le llamó tanto la atención que me buscó para que lo convirtiera. No acepté a la primera, todo hay que decirlo, y le costó bastante convencerme, pero lo hizo... Así que ten cuidado con Nigel Quartermane, Pierrot, porque es un vampiro neófito y tanto su fuerza como sus emociones están intensificadas. Su reacción al descubrir que existes puede ser... complicada, y más si también descubre que su maestra y creadora ha sido quien te ha ayudado, pero ¿qué es la vida sin riesgo? – finalicé, con falso tono poético, casi profético, cuya ironía resultaba factible en mi voz y en la expresión de mis labios, mas no en mis ojos, en los que se podía entrever la amenaza, que esperaba que entendiera... por su bien.
No había escatimado en recursos a la hora de sacar el diamante que escondía, en bruto, en su interior. Todo lo que fuera necesario para enseñarle modales y para darle la educación propia de la clase a la que iba a conseguir que perteneciera fue hecho en aquel período, y Pierrot, demostrando que mi instinto casi nunca se equivocaba, bebía de todo lo que le enseñaba con el ansia de alguien que quiere aprender más y más. Logró tocar el piano con un virtuosismo nato, al que sólo podía igualar su capacidad para hablar con maestría, digna de un maestro de retórica al descubrir no sólo lo que yo le enseñaba, sino también a sí mismo... Empezó a ser capaz de aprovechar su encanto Quartermane, el que su gemelo utilizaba para absolutamente todo y que resultaba peligroso para mí por razones obvias, y en apenas dos meses se convirtió en alguien más de la sociedad tan cerrada a la que, por derecho, pertenecía.
¿Qué mejor manera de celebrarlo que con una cena? Mi palacete, que había sido su residencia durante todo aquel tiempo, era el escenario más adecuado para el encuentro; su comedor fue decorado con esmero y elegancia, quizá resonantes de una época más barroca como en la que más cómoda me sentía, y la comida abundaba sobre la mesa que Pierrot, más elegante, y yo misma, vestida con los mismos atuendos que solía llevar en las reuniones sociales únicamente para él. Sabía que su paciencia, pese a haber sido considerable durante aquel tiempo que había utilizado en moldearlo para sacar lo mejor de él, no se había visto aplacada, y por eso cuando después de hacer un tranquilo comentario acerca de mi naturaleza me dijo... no, no me dijo, me sentenció que ya era hora de que le contara la verdad, no pude por menos que sonreír de manera torcida, con la mirada clavada en él y una copa de vino tinto, de Burdeos, en la mano, girando para que el contenido carmesí tan similar a la sangre con la luz tenue que bañaba la residencia lamiera la copa de cristal de Bohemia y derramara, en él, sus lágrimas.
– Acabas de sonar como un auténtico Quartermane, Pierrot... Esa mezcla de halagos y exigencias ha hecho que casi tuviera que preguntarme si a quien tengo delante es a ti o a tu hermano gemelo porque él lleva desarrollando esa técnica desde siempre... Sois sumamente encantadores, ya era cuestión de tiempo que tú lo descubrieras y lo aprovecharas para que nadie se atreva a cuestionarte. – comenté, con la sonrisa en mis labios rojos aumentando considerablemente y torciéndose cada vez más hasta que se transformó en una expresión algo burlona.
Llevé la copa de vino a mis labios y dejé que se mojaran en la sustancia, sin más contacto que simplemente ese antes de dejarla sobre la superficie brillante y pulida de la mesa. Una gota rebelde se escapó de ellos y la atrapé con un dedo, conduciéndola después hasta el borde de la copa y delineando éste con ese líquido para arrancar de él la música que sólo los cristales de calidad podían dar, una penetrante, continua, pura y sobre todo etérea, que daba la sensación de transportarte en el tiempo.
– Tu padre era italiano; tu madre, francesa. Fuiste arrebatado de su seno de recién nacido por a quien acostumbraste a llamar madre, y eso los dejó solamente con tu hermano, Nigel. Él fue criado con unos valores... – comencé, haciendo una pausa en aquel momento del relato para dejar escapar una sonrisa totalmente burlona. – ...con unos valores en amabilidad, respeto e igualdad que olvidó cuando, tras la muerte de vuestros padres a vuestros siete años, fue enviado con su abuelo paterno, Lord Quartermane. Él fue quien lo convirtió en quien es ahora, alguien... Alguien difícil de explicar. No quiero que te lleves una impresión errónea de él, Pierrot, así que me ahorraré juicios personales sobre tu hermano gemelo que no nos interesan en este momento. Tu abuelo lo crió hasta su muerte, y entonces tu hermano heredó su fortuna, tanto la suya como la de tus padres. Ahora vive de ella, además de por las rentas que acarrea un título de nobleza como el suyo. – añadí, encogiéndome de hombros al final por haber desvelado lo que correspondía a parte de su familia en general, aunque todavía faltaba la más importante, la que atañía por completo a quien quedaba vivo de ella: su clon, su gota de agua, su hermano... Nigel.
Dejé de recorrer el borde de la copa con el dedo, manchado de vino, y me lo llevé a los labios para lamer la gota, con actitud pensativa. ¿Por dónde empezar? ¿Qué decir de su hermano que no lo predispusiera a una actitud determinada hacia él? Pese a que yo supiera lo que ocurriría entre ellos, pues me bastaba únicamente conocer a Nigel para hacerlo, no quería decirle que su hermano lo odiaría por una única razón: sería su competidor. Pierrot era aún demasiado puro para esa clase de cosas, y su ilusión de encontrar a su familia era tal que decirle que no lo aceptarían sería, cuando menos, duro para él... aunque probablemente estuviera por sus circunstancias más preparado para aceptar esa dolorosa verdad que alguien habituado a que todo le saliera bien. Mordí mi dedo, volviendo a clavar la mirada en él, y medio sonreí de nuevo, aunque sin demasiados matices de humor en mi expresión sino más bien de forma peligrosa, como advirtiéndole de que quizá lo que estaba a punto de oír no sería de su agrado.
– Conocí a tu hermano una noche en el teatro, representaban una obra de Molière a la que apenas presté atención, pero que recuerdo que era Don Juan. Parece una eternidad desde entonces aunque únicamente han pasado algunos meses... Él estaba casado, de hecho ahora sigue casado, con una mujer a la que rescató de un burdel, Claire Delacroix de soltera, pero la fidelidad nunca ha sido una de las virtudes de Nigel, así que supongo que puedes imaginar lo que sucedió. – comenté, alzando una ceja para que entendiera a la perfección a lo que me refería. – Lo distinto de aquel encuentro fue que él descubrió lo que yo era, y se obsesionó con mi naturaleza hasta un punto enfermizo... Puedes decir que enloqueció, pero yo simplemente pienso que su ambición desmedida pudo con él y la promesa de la eternidad, nocturna y poderosa, le llamó tanto la atención que me buscó para que lo convirtiera. No acepté a la primera, todo hay que decirlo, y le costó bastante convencerme, pero lo hizo... Así que ten cuidado con Nigel Quartermane, Pierrot, porque es un vampiro neófito y tanto su fuerza como sus emociones están intensificadas. Su reacción al descubrir que existes puede ser... complicada, y más si también descubre que su maestra y creadora ha sido quien te ha ayudado, pero ¿qué es la vida sin riesgo? – finalicé, con falso tono poético, casi profético, cuya ironía resultaba factible en mi voz y en la expresión de mis labios, mas no en mis ojos, en los que se podía entrever la amenaza, que esperaba que entendiera... por su bien.
Invitado- Invitado
Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Pierrot no se sentía avergonzado o culpable de haber usado ese tono al hablarle a la que se había convertido en su protectora, no había sido grosero, pero también estaba consciente de que tampoco había sido la manera más propia para usar con una dama, porque para él seguía siendo eso, aún cuando ahora supiera que dentro de esa sensual y elocuente boca se escondían dos afilados colmillos, idénticos a los de aquella bestia que lo había atacado la noche en que Amanda le había salvado la vida. Cuando recordó ese horrible suceso del que le había costado reponerse su mano derecha se movió instintivamente y por un momento deseos de llevársela hasta el cuello donde aun tenía la cicatriz con forma de dos orificios, pero se contuvo, mantuvo sus ojos al frente y sus manos reposando sobre la mesa, cada una al lado del plato de comida que yacía frente a él, enfriándose.
Amanda tenía una peculiar forma de moverse y expresarse, nunca antes había conocido a una mujer como ella, eso era definitivo; emanaba una sensualidad que era indiscutible, casi abrumadora que a menudo provocaba que Pierrot se sintiera ultrajado cuando se le quedaba mirando fijamente como lo estaba haciendo justo en ese momento. La boca de Amanda, que ese día iba maquillada de un rojo pasional similar al de la sangre, se torció en una media sonrisa que fue tomando más fuerza conforme avanzaban los segundos, pronto sonreía de una manera estremecedora; si Amanda le hubiese sonreído de esa manera a Pierrot la misma noche en que lo acogió en su casa el la habría tachado de maligna, porque esa sonrisa tenía maldad, toda ella la poseía, por algo era un vampiro después de todo. ¿La consideraba a ella también una bestia? Era difícil, pero en el fondo le tenía respeto, mucho respeto, no sólo porque le había ayudado y porque tenerla de su parte le convenía para por fin dar con el paradero de su familia, también porque Pierrot era consciente de que Amanda no era cualquier mujer, era una a la que se le debía respetar como él hacía, valoraba demasiado su vida como para pretender echársela de enemiga sabiendo de antemano que con el menor movimiento podía partirlo en dos. También era difícil de explicar lo que él sentía por ella, no le tenía terror como se lo había tenido a ese vampiro que lo había atacado, ella le caía bien, pese a saber que ambos eran de la misma naturaleza Pierrot prefería creer que también entre vampiros se diferenciaban y tenían ciertos principios con los que se movían por la vida, y Amanda demostraba ser una bastante peculiar.
El muchacho entrelazó las manos y se echó hacia atrás en la silla para tomar una posición más cómoda que le brindara un mejor confort ahora que la información esperada estaba por salir de los labios de Amanda. Por fuera se le veía tranquilo, muy sereno y educado, pero por dentro era un volcán de emociones, sentía deseos de pedirle que se diera prisa y se lo dijera todo, que dejara los preámbulos y protocolos para otra ocasión porque él no los necesitaba y no le servirían de nada. Conforme la vampira hablaba, el rostro de Pierrot iba mutando a una velocidad increíble, pasando de la seriedad a la alegría y de la alegría a una profunda tristeza cuando escuchó que sus padres estaban muertos; le gustó saber sus orígenes, se imaginó a su padre, un elegante italiano hablando esa lengua con elocuencia y gracia, se imaginó a su madre como la más bella de las francesas siendo escoltada por su galante esposo, pero sus expectativas se vinieron abajo cuando finalizó aquella fantasía mental con ellos dos en una tumba. Pierrot frunció el ceño, no de molestia sino de melancolía, desvío la mirada y por un momento dio la impresión de que se pondría de pie y se marcharía, pero se quedo, lanzó un largo y sonoro suspiro lleno de resignación y decidió escuchar el resto de aquella historia, su historia. Oyó lo que faltaba, la parte más importante, esa que se refería al que aún estaba vivo: su hermano. Pierrot no levantó la vista hasta que escuchó que clase de persona era Nigel, su rostro demostró completa confusión cuando se le dijo que su hermano era el mismísimo Conde de Francia, un joven que a su escasa edad ya tenía una esposa que había sido prostituta. Le costó imaginar algo como aquello, el hecho de que un hombre rico y poderoso terminara enamorado de una simple cortesana, no porque él no lo aprobara más bien por lo fantasioso que resultaba aquello en esos días, los caballeros de alta cuna no solían contraer nupcias con las doncellas, mucho menos con una meretriz. Pero el matrimonio de Nigel con Claire fue lo que menos impacto a Pierrot, fue el lazo que unía a su hermano con su protectora: eran amantes.
La boca de Pierrot se entreabrió por la sorpresa, ahora entendía muchas cosas, muchas más de las que ya había deducido antes de aquel relato que Amanda se había encargado de contar y que por supuesto que conocía a santo y seña al haber compartido cama –o más bien un piano- con el gemelo de su protegido. Cuando Amanda terminó de hablar un silencio se prolongó más de lo esperado Pierrot se movió en su asiento hasta quedar sentado de lado y se llevó ambas manos a la nuca, presionándola como si quisiera hacer posible el proceso todo aquello que acababa de serle revelado.
— Me siento como un idiota. — Admitió sin sentirse apenado, seguía masajeando su nuca y cuello sin mirar a Amanda a los ojos. — He venido hasta la capital en vano. He estado al borde de la muerte en vano. Tú has gastado toda esa fortuna pretendiendo hacerme digno de mi familia en mí en vano. ¿Y sabes por qué? Por que están muertos y porque el único miembro de mi familia que está vivo va a aborrecerme cuando al fin me conozca. — Torció la boca en un gesto de desagrado y pesadumbre. Toda esa excitación que había sentido antes por conocer al fin a los suyos se había evaporado, se le había arrebatado sin compasión alguna, ya no tenía nada, seguía siendo tan pobre como desde que tenía uso de razón.
— ¿Al menos sabe que existo? — Preguntó inesperadamente con la duda impregnada en los ojos, su semblante trastornado por la noticia hacía notar que la pregunta se le acababa de ocurrir de la nada, inesperadamente. — ¿Lo sabe? ¿Sabe al menos que tuvo un hermano que le fue arrebatado a sus padres y el cual nunca pudo conocer por eso? ¿Está consciente de que no es el único de los Quartermane que sobrevive? — Técnicamente había otro Quartermane del que Pierrot aún desconocía su existencia: León, el hijo que Nigel había procreado con su esposa. Al muchacho le bastó ver la expresión que Amanda había adoptado para deducir lo que era obvio. Dejó escapar una risa amarga que se convirtió en un par de carcajadas producto del desencanto que aquello le provocaba.
— Por supuesto que no lo sabe, soy un completo imbécil al haber creído lo contrario. Si él supiera de mi existencia y de verdad deseara conocerme me habría buscado por cielo, mar y tierra, habría buscado hasta el fin del mundo, en el último rincón del universo, pero no lo hizo. Durante veinticuatro años nadie fue a buscarme a todos esos lugares donde tuve que dormir, pasar frío y hambre mientras me martirizaba mentalmente por encontrar una respuesta. — Sus labios formaron una línea recta, sentía asco de todo, el poco apetito que había tenido minutos antes se había esfumado. — Fui un tonto al creer que mi hermano me recibiría con los brazos abiertos, ¿cómo podría siendo como es?….siendo lo que es: un Conde. — Con los brazos levantados la altura de su pecho hizo énfasis en el título nobiliario de una manera sarcástica, haciendo evidente que se consideraba muy poca cosa al lado de su hermano, aún sin conocerlo.
— ¿Acaso pretendías ponerme a su altura, Amanda? ¿Eso era lo que querías?, ¿por eso la ropa, las lecciones, los modales? — La miró inquisidoramente, con unos ojos tan azules como los de su hermano gemelo que exigían se les diera una respuesta. Pierrot se sentía molesto, sentía que lo habían usado sólo para burlarse de él, se sentía como un payaso con esa ropa elegante que le había sido proveída, deseo arrancársela en ese instante con agresivos movimientos, con los dientes, con lo que fuese. — ¿Qué ganas tú con todo esto? ¿Es que acaso Nigel prefirió a su esposa y ya no quiso revolcarse contigo? ¿Finalmente te mando al demonio y al ver que físicamente somos iguales se te ocurrió la brillante idea de suplir uno por el otro? Lamento decirlo, Amanda, pero él y yo no nos parecemos en nada. — Se puso se pie y bruscamente lanzó la servilleta a la mesa. Definitivamente Pierrot estaba cruzando la línea y estaba tan molesto que ni siquiera era consciente de ello.
Amanda tenía una peculiar forma de moverse y expresarse, nunca antes había conocido a una mujer como ella, eso era definitivo; emanaba una sensualidad que era indiscutible, casi abrumadora que a menudo provocaba que Pierrot se sintiera ultrajado cuando se le quedaba mirando fijamente como lo estaba haciendo justo en ese momento. La boca de Amanda, que ese día iba maquillada de un rojo pasional similar al de la sangre, se torció en una media sonrisa que fue tomando más fuerza conforme avanzaban los segundos, pronto sonreía de una manera estremecedora; si Amanda le hubiese sonreído de esa manera a Pierrot la misma noche en que lo acogió en su casa el la habría tachado de maligna, porque esa sonrisa tenía maldad, toda ella la poseía, por algo era un vampiro después de todo. ¿La consideraba a ella también una bestia? Era difícil, pero en el fondo le tenía respeto, mucho respeto, no sólo porque le había ayudado y porque tenerla de su parte le convenía para por fin dar con el paradero de su familia, también porque Pierrot era consciente de que Amanda no era cualquier mujer, era una a la que se le debía respetar como él hacía, valoraba demasiado su vida como para pretender echársela de enemiga sabiendo de antemano que con el menor movimiento podía partirlo en dos. También era difícil de explicar lo que él sentía por ella, no le tenía terror como se lo había tenido a ese vampiro que lo había atacado, ella le caía bien, pese a saber que ambos eran de la misma naturaleza Pierrot prefería creer que también entre vampiros se diferenciaban y tenían ciertos principios con los que se movían por la vida, y Amanda demostraba ser una bastante peculiar.
El muchacho entrelazó las manos y se echó hacia atrás en la silla para tomar una posición más cómoda que le brindara un mejor confort ahora que la información esperada estaba por salir de los labios de Amanda. Por fuera se le veía tranquilo, muy sereno y educado, pero por dentro era un volcán de emociones, sentía deseos de pedirle que se diera prisa y se lo dijera todo, que dejara los preámbulos y protocolos para otra ocasión porque él no los necesitaba y no le servirían de nada. Conforme la vampira hablaba, el rostro de Pierrot iba mutando a una velocidad increíble, pasando de la seriedad a la alegría y de la alegría a una profunda tristeza cuando escuchó que sus padres estaban muertos; le gustó saber sus orígenes, se imaginó a su padre, un elegante italiano hablando esa lengua con elocuencia y gracia, se imaginó a su madre como la más bella de las francesas siendo escoltada por su galante esposo, pero sus expectativas se vinieron abajo cuando finalizó aquella fantasía mental con ellos dos en una tumba. Pierrot frunció el ceño, no de molestia sino de melancolía, desvío la mirada y por un momento dio la impresión de que se pondría de pie y se marcharía, pero se quedo, lanzó un largo y sonoro suspiro lleno de resignación y decidió escuchar el resto de aquella historia, su historia. Oyó lo que faltaba, la parte más importante, esa que se refería al que aún estaba vivo: su hermano. Pierrot no levantó la vista hasta que escuchó que clase de persona era Nigel, su rostro demostró completa confusión cuando se le dijo que su hermano era el mismísimo Conde de Francia, un joven que a su escasa edad ya tenía una esposa que había sido prostituta. Le costó imaginar algo como aquello, el hecho de que un hombre rico y poderoso terminara enamorado de una simple cortesana, no porque él no lo aprobara más bien por lo fantasioso que resultaba aquello en esos días, los caballeros de alta cuna no solían contraer nupcias con las doncellas, mucho menos con una meretriz. Pero el matrimonio de Nigel con Claire fue lo que menos impacto a Pierrot, fue el lazo que unía a su hermano con su protectora: eran amantes.
La boca de Pierrot se entreabrió por la sorpresa, ahora entendía muchas cosas, muchas más de las que ya había deducido antes de aquel relato que Amanda se había encargado de contar y que por supuesto que conocía a santo y seña al haber compartido cama –o más bien un piano- con el gemelo de su protegido. Cuando Amanda terminó de hablar un silencio se prolongó más de lo esperado Pierrot se movió en su asiento hasta quedar sentado de lado y se llevó ambas manos a la nuca, presionándola como si quisiera hacer posible el proceso todo aquello que acababa de serle revelado.
— Me siento como un idiota. — Admitió sin sentirse apenado, seguía masajeando su nuca y cuello sin mirar a Amanda a los ojos. — He venido hasta la capital en vano. He estado al borde de la muerte en vano. Tú has gastado toda esa fortuna pretendiendo hacerme digno de mi familia en mí en vano. ¿Y sabes por qué? Por que están muertos y porque el único miembro de mi familia que está vivo va a aborrecerme cuando al fin me conozca. — Torció la boca en un gesto de desagrado y pesadumbre. Toda esa excitación que había sentido antes por conocer al fin a los suyos se había evaporado, se le había arrebatado sin compasión alguna, ya no tenía nada, seguía siendo tan pobre como desde que tenía uso de razón.
— ¿Al menos sabe que existo? — Preguntó inesperadamente con la duda impregnada en los ojos, su semblante trastornado por la noticia hacía notar que la pregunta se le acababa de ocurrir de la nada, inesperadamente. — ¿Lo sabe? ¿Sabe al menos que tuvo un hermano que le fue arrebatado a sus padres y el cual nunca pudo conocer por eso? ¿Está consciente de que no es el único de los Quartermane que sobrevive? — Técnicamente había otro Quartermane del que Pierrot aún desconocía su existencia: León, el hijo que Nigel había procreado con su esposa. Al muchacho le bastó ver la expresión que Amanda había adoptado para deducir lo que era obvio. Dejó escapar una risa amarga que se convirtió en un par de carcajadas producto del desencanto que aquello le provocaba.
— Por supuesto que no lo sabe, soy un completo imbécil al haber creído lo contrario. Si él supiera de mi existencia y de verdad deseara conocerme me habría buscado por cielo, mar y tierra, habría buscado hasta el fin del mundo, en el último rincón del universo, pero no lo hizo. Durante veinticuatro años nadie fue a buscarme a todos esos lugares donde tuve que dormir, pasar frío y hambre mientras me martirizaba mentalmente por encontrar una respuesta. — Sus labios formaron una línea recta, sentía asco de todo, el poco apetito que había tenido minutos antes se había esfumado. — Fui un tonto al creer que mi hermano me recibiría con los brazos abiertos, ¿cómo podría siendo como es?….siendo lo que es: un Conde. — Con los brazos levantados la altura de su pecho hizo énfasis en el título nobiliario de una manera sarcástica, haciendo evidente que se consideraba muy poca cosa al lado de su hermano, aún sin conocerlo.
— ¿Acaso pretendías ponerme a su altura, Amanda? ¿Eso era lo que querías?, ¿por eso la ropa, las lecciones, los modales? — La miró inquisidoramente, con unos ojos tan azules como los de su hermano gemelo que exigían se les diera una respuesta. Pierrot se sentía molesto, sentía que lo habían usado sólo para burlarse de él, se sentía como un payaso con esa ropa elegante que le había sido proveída, deseo arrancársela en ese instante con agresivos movimientos, con los dientes, con lo que fuese. — ¿Qué ganas tú con todo esto? ¿Es que acaso Nigel prefirió a su esposa y ya no quiso revolcarse contigo? ¿Finalmente te mando al demonio y al ver que físicamente somos iguales se te ocurrió la brillante idea de suplir uno por el otro? Lamento decirlo, Amanda, pero él y yo no nos parecemos en nada. — Se puso se pie y bruscamente lanzó la servilleta a la mesa. Definitivamente Pierrot estaba cruzando la línea y estaba tan molesto que ni siquiera era consciente de ello.
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/01/2010
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Aquello iba a ser largo. No era algo que supiese como una certeza, como algo escrito en piedra por alguna mente profética milenios atrás que fuera a cumplirse con claridad meridiana sí o sí dado que el fatum estaba determinado de esa manera; más bien, era una intuición, algo que sospechaba por lo que conocía a Pierrot y lo mucho más que me conocía a mí misma. Así, si las cuentas no me fallaban, y difícilmente lo hacían dada mi experiencia a la hora de juzgar personas y situaciones por igual, él probablemente acusaría una regresión a su actitud inicial, por la cual dudaba de mí, de mis intenciones y de lo que podríamos llegar a conseguir con aquello precisamente por lo que acababa de contarle, que resultaba en sí más peligroso que dejarle un cuchillo a mano a un asesino en serie lleno de rabia porque Pierrot no era consciente de hasta qué punto necesitaba la fortaleza que escondía en su interior y que dichas palabras podían quebrar con la facilidad del cristal. En cierto modo resultaba incluso divertido haber llegado hasta aquel punto, haber compartido datos tan arriesgados con alguien que quizá no fuera capaz de asimilarlos, no tanto por algún afán masoquista de ver cómo el muchacho en el que tanto tiempo había invertido caía en mil piezas delante de mí sino más bien por cómo reaccionaría, cómo se sobrepondría – porque lo haría, yo misma me aseguraría de eso – y especialmente hasta qué punto lo transformaría no en otro, sino en una versión evolucionada del Pierrot Quartermane al que yo consideraba mi protegido y, en cierto modo, aunque no fuera exactamente tal, mi aprendiz... Un lazo que yo no había establecido con mucha gente antes que con él y que, por eso, me resultaba más íntimo que muchos de los que diariamente me veía obligada a trabar con personas que no merecían nada aparte de una muerte rápida.
Por eso mismo esperé con ganas su respuesta, y por eso mismo sabía que fuera esta la que fuera yo probablemente seguiría obcecada en mis trece, en sacarlo de la situación en la que me lo había encontrado y cumplir con las historias de esos folletines para gente con pocos recursos en las que de callejero pasa a ser un caballero renombrado, algo que le pertenecía por derecho de sangre. Que se sintiera como un idiota, como admitió sin pudor alguno – algo admirable, teniendo en cuenta que cualquiera en su situación preferiría criticar a cualquier otro antes que a sí mismo – no me extrañó lo más mínimo, ni tampoco su pregunta acerca de si Nigel lo sabía... y mi cara debió de ser todo un poema, tan expresiva como el arte románico como poco, pues la sola idea de que Nigel Quartermane, el muchacho más egoísta, narcisista y apegado a su poder que conocía supiera que había salido de la nada alguien como él, con su mismo derecho, para competir por lo que tenía, directamente me parecía lo siguiente a hilarante. Pierrot lo leyó bien, comprendió que efectivamente su hermano no sabía nada de él, y se echó a reír en una carcajada que bien podría significar la rendición, algo que me confirmó con las palabras que continuó diciéndome, un intento vacío de hundir no solamente su moral sino también la mía.
Quizá no había sido ese su objetivo; quizá simplemente, y esta era la opción que más me atraía a la hora de explicar su comportamiento, las palabras le habían salido sin pensar de una manera que lo acercaba más aún que lo físico a su hermano, pero si creía que con eso iba a conseguir desviarme de mi objetivo de devolverlo al lugar al que pertenecía por legítimo derecho de nacimiento podía darse de cabezazos contra la pared porque su gozo caía en un pozo muy profundo. Con aquello, no obstante, demostraba que no me conocía lo suficiente y que había cruzado un límite demasiado poco definido, al parecer, si es que con sus palabras no dudaba a la hora de traspasar la delgada línea que separaba la falta de respeto de la expresión libre de sus opiniones. Apenas bastó una mirada mía dirigida hacia él, con una ceja alzada, para que parte de su furia se controlara, tal fue la intensidad gélida que puse en mis ojos cuando atrapé los suyos, como si quisiera hipnotizarlo o, al menos, controlar de alguna manera su estado de ánimo. En aquel momento me levanté, con un movimiento rápido y felino que me permitió estar en un abrir y cerrar de ojos tras la silla de él, con las manos apoyadas sobre sus hombros en un amago que al mismo tiempo podía ser cordial o amenazador, según se mirara... y, sobre todo, según se comportara.
– Corrígeme si me equivoco, Pierrot, pero creo que en los modales que tanto me he afanado en enseñarte y que te has permitido saltarte a la ligera no está incluido lanzar dardos verbales para derribar a tu interlocutor, con corrección y dicción no obstante. – comenté, entre irónica y divertida, y con las manos posadas sobre la tela que cubría su cuerpo de manera suave, sutil, con tan poca fuerza que resultaba incluso ligero aquel contacto en lo material, pese a que en lo formal, en su significado, fuera prácticamente todo lo contrario a delicado o pacífico... era más bien amenazador, de una manera sutil y no demasiado peligrosa para él, pero amenazador a fin de cuentas porque de lo que se trataba era de enseñarle una lección a una mente testaruda como la del chico que, dijera lo que dijera, era un calco de Nigel.
– Y creo sinceramente que eres tan consciente como yo de que tu argumento se cae por tu propio peso, sobre todo teniendo en cuenta que quien te ha acogido con los brazos abiertos no es simplemente una dama de la alta sociedad parisina, sino la reina de los Países Bajos, un título que como recordarás queda por encima del de conde y hace que, personalmente, crea que este último no tenga nada de lo que enorgullecerse, así que no es tanto su posición lo que decidirá si te acepta o no sino lo testarudo que se ponga, casi tanto como tú, y exactamente igual de rudo cuando te dejas los modales olvidados a la altura de Burdeos. – añadí, encogiéndome de hombros y conduciendo una de mis manos por su cuello en dirección a su mandíbula, que con suavidad giré para que su rostro quedara frente al mío y pudiera mirarlo a los ojos, tan iguales y tan distintos de los de su hermano.
En él veía sentimientos encontrados; un auténtico diamante en bruto que podía pulir como lo había estado haciendo hasta aquel momento de la mejor manera posible para sacar de él su máximo esplendor, y también veía algo más... veía a Pierrot, no a Nigel Quartermane. Veía al humano con esperanzas, con miedos, con sueños y con los pies en la tierra que Nigel nunca había sido y sobre todo veía en él su humanidad... Su valiosa humanidad, lo que lo hacía merecedor de aquello que nunca había tenido y cuya carencia lo había arrastrado al sufrimiento que se mostraba en sus rasgos bajo todo aquello, bajo la capa de determinación que aún lo cubría. Negué con la cabeza, medio sonriendo, y me aparté de él para dirigirme a la mesa, de donde cogí la copa de vino con la que había estado jugando antes en la mano para dirigirme, con ella, hacia donde estaba uno de los cuadros que coleccionaba, el tríptico de El Jardín de las Delicias de El Bosco. De aquella manera había quedado de espaldas a él, con la mirada paseándose por las diminutas figuras que sufrían, con ecos aún tremendamente medievales, por lo desatado de sus pasiones y por los castigos del descontrol.
– Va a recibirte, quiera o no, porque lo que tiene él te pertenece por derecho. Eres su sangre, eres su carne, eres el hijo de sus padres y el nieto de su abuelo, así que en ese sentido te mereces lo mismo que él, aunque personalmente te parezcas solamente en lo físico a él porque interiormente no podéis ser más distintos... ¿Te sorprende que lo note? A fin de cuentas, según tú, sólo te he acogido porque te pareces a él, pero pareces ignorar que soy perfectamente capaz de diferenciaros y que, honestamente, si hubiera querido tenerte como amante no me habría esforzado en hacerte un hombre de alta sociedad sin el encanto de alguien que ha vivido toda su vida al margen de todo lujo. – le dije, ladeando la cabeza y girándome para quedar frente a él, con los brazos cruzados sobre el pecho y la copa en equilibrio peligroso.
Volví a examinarlo desde mi nueva posición, lejos de él en cierto modo pero perfectamente perceptible para mí por lo agudo de mi visión de vampiresa, algo que no dejaba de ignorar de una manera u otra porque, en su mente, sólo debían de existir los peligros que significaba que lo fuera y que él siguiera siendo humano, tan frágilmente humano como seguía siéndolo frente a mí.
– El día que Nigel Quartermane renuncie a alguna de sus amantes por el amor que dice sentir hacia su esposa te prometo que lo sabrás porque será nombrado fiesta nacional, cuando menos. No eres como él, y eso lo tengo cristalinamente claro, entre otras cosas porque él, a su modo, me respeta, y respeta mis decisiones, especialmente cuando hago lo que hago por su bien. – concluí, desenlazando los brazos sobre mi pecho para llevarme la copa de vino a los labios y beber, de ella, un sorbo al tiempo que mi mirada seguía danzando sobre él, curiosa en cierto modo, defraudada al mismo tiempo.
Por eso mismo esperé con ganas su respuesta, y por eso mismo sabía que fuera esta la que fuera yo probablemente seguiría obcecada en mis trece, en sacarlo de la situación en la que me lo había encontrado y cumplir con las historias de esos folletines para gente con pocos recursos en las que de callejero pasa a ser un caballero renombrado, algo que le pertenecía por derecho de sangre. Que se sintiera como un idiota, como admitió sin pudor alguno – algo admirable, teniendo en cuenta que cualquiera en su situación preferiría criticar a cualquier otro antes que a sí mismo – no me extrañó lo más mínimo, ni tampoco su pregunta acerca de si Nigel lo sabía... y mi cara debió de ser todo un poema, tan expresiva como el arte románico como poco, pues la sola idea de que Nigel Quartermane, el muchacho más egoísta, narcisista y apegado a su poder que conocía supiera que había salido de la nada alguien como él, con su mismo derecho, para competir por lo que tenía, directamente me parecía lo siguiente a hilarante. Pierrot lo leyó bien, comprendió que efectivamente su hermano no sabía nada de él, y se echó a reír en una carcajada que bien podría significar la rendición, algo que me confirmó con las palabras que continuó diciéndome, un intento vacío de hundir no solamente su moral sino también la mía.
Quizá no había sido ese su objetivo; quizá simplemente, y esta era la opción que más me atraía a la hora de explicar su comportamiento, las palabras le habían salido sin pensar de una manera que lo acercaba más aún que lo físico a su hermano, pero si creía que con eso iba a conseguir desviarme de mi objetivo de devolverlo al lugar al que pertenecía por legítimo derecho de nacimiento podía darse de cabezazos contra la pared porque su gozo caía en un pozo muy profundo. Con aquello, no obstante, demostraba que no me conocía lo suficiente y que había cruzado un límite demasiado poco definido, al parecer, si es que con sus palabras no dudaba a la hora de traspasar la delgada línea que separaba la falta de respeto de la expresión libre de sus opiniones. Apenas bastó una mirada mía dirigida hacia él, con una ceja alzada, para que parte de su furia se controlara, tal fue la intensidad gélida que puse en mis ojos cuando atrapé los suyos, como si quisiera hipnotizarlo o, al menos, controlar de alguna manera su estado de ánimo. En aquel momento me levanté, con un movimiento rápido y felino que me permitió estar en un abrir y cerrar de ojos tras la silla de él, con las manos apoyadas sobre sus hombros en un amago que al mismo tiempo podía ser cordial o amenazador, según se mirara... y, sobre todo, según se comportara.
– Corrígeme si me equivoco, Pierrot, pero creo que en los modales que tanto me he afanado en enseñarte y que te has permitido saltarte a la ligera no está incluido lanzar dardos verbales para derribar a tu interlocutor, con corrección y dicción no obstante. – comenté, entre irónica y divertida, y con las manos posadas sobre la tela que cubría su cuerpo de manera suave, sutil, con tan poca fuerza que resultaba incluso ligero aquel contacto en lo material, pese a que en lo formal, en su significado, fuera prácticamente todo lo contrario a delicado o pacífico... era más bien amenazador, de una manera sutil y no demasiado peligrosa para él, pero amenazador a fin de cuentas porque de lo que se trataba era de enseñarle una lección a una mente testaruda como la del chico que, dijera lo que dijera, era un calco de Nigel.
– Y creo sinceramente que eres tan consciente como yo de que tu argumento se cae por tu propio peso, sobre todo teniendo en cuenta que quien te ha acogido con los brazos abiertos no es simplemente una dama de la alta sociedad parisina, sino la reina de los Países Bajos, un título que como recordarás queda por encima del de conde y hace que, personalmente, crea que este último no tenga nada de lo que enorgullecerse, así que no es tanto su posición lo que decidirá si te acepta o no sino lo testarudo que se ponga, casi tanto como tú, y exactamente igual de rudo cuando te dejas los modales olvidados a la altura de Burdeos. – añadí, encogiéndome de hombros y conduciendo una de mis manos por su cuello en dirección a su mandíbula, que con suavidad giré para que su rostro quedara frente al mío y pudiera mirarlo a los ojos, tan iguales y tan distintos de los de su hermano.
En él veía sentimientos encontrados; un auténtico diamante en bruto que podía pulir como lo había estado haciendo hasta aquel momento de la mejor manera posible para sacar de él su máximo esplendor, y también veía algo más... veía a Pierrot, no a Nigel Quartermane. Veía al humano con esperanzas, con miedos, con sueños y con los pies en la tierra que Nigel nunca había sido y sobre todo veía en él su humanidad... Su valiosa humanidad, lo que lo hacía merecedor de aquello que nunca había tenido y cuya carencia lo había arrastrado al sufrimiento que se mostraba en sus rasgos bajo todo aquello, bajo la capa de determinación que aún lo cubría. Negué con la cabeza, medio sonriendo, y me aparté de él para dirigirme a la mesa, de donde cogí la copa de vino con la que había estado jugando antes en la mano para dirigirme, con ella, hacia donde estaba uno de los cuadros que coleccionaba, el tríptico de El Jardín de las Delicias de El Bosco. De aquella manera había quedado de espaldas a él, con la mirada paseándose por las diminutas figuras que sufrían, con ecos aún tremendamente medievales, por lo desatado de sus pasiones y por los castigos del descontrol.
– Va a recibirte, quiera o no, porque lo que tiene él te pertenece por derecho. Eres su sangre, eres su carne, eres el hijo de sus padres y el nieto de su abuelo, así que en ese sentido te mereces lo mismo que él, aunque personalmente te parezcas solamente en lo físico a él porque interiormente no podéis ser más distintos... ¿Te sorprende que lo note? A fin de cuentas, según tú, sólo te he acogido porque te pareces a él, pero pareces ignorar que soy perfectamente capaz de diferenciaros y que, honestamente, si hubiera querido tenerte como amante no me habría esforzado en hacerte un hombre de alta sociedad sin el encanto de alguien que ha vivido toda su vida al margen de todo lujo. – le dije, ladeando la cabeza y girándome para quedar frente a él, con los brazos cruzados sobre el pecho y la copa en equilibrio peligroso.
Volví a examinarlo desde mi nueva posición, lejos de él en cierto modo pero perfectamente perceptible para mí por lo agudo de mi visión de vampiresa, algo que no dejaba de ignorar de una manera u otra porque, en su mente, sólo debían de existir los peligros que significaba que lo fuera y que él siguiera siendo humano, tan frágilmente humano como seguía siéndolo frente a mí.
– El día que Nigel Quartermane renuncie a alguna de sus amantes por el amor que dice sentir hacia su esposa te prometo que lo sabrás porque será nombrado fiesta nacional, cuando menos. No eres como él, y eso lo tengo cristalinamente claro, entre otras cosas porque él, a su modo, me respeta, y respeta mis decisiones, especialmente cuando hago lo que hago por su bien. – concluí, desenlazando los brazos sobre mi pecho para llevarme la copa de vino a los labios y beber, de ella, un sorbo al tiempo que mi mirada seguía danzando sobre él, curiosa en cierto modo, defraudada al mismo tiempo.
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Pierrot volvió a tomar asiento, tuvo que hacerlo; así como también tuvo que aprender una vez más que con Amanda no debía jugarse. Se vio obligado a recordar que ella no era sólo una mujer, era una depredadora que en segundos podía convertirlo a él en su presa, y era obvio que las posibilidades de salir vivo de un ataque de un vampiro eran prácticamente nulas, sobretodo si se tenía en cuenta que estaba allí, en su propio palacete, en su fortaleza, sentado en una de sus sillas, vistiendo sus ropas, bebiendo y comiendo de su comida. Pierrot no podía ser tan malagradecido y maldecir todo eso que ella había hecho por él, fuese por el motivo que fuese. Amanda había hecho algo bueno con él, debía aprender a confiar en ella, sencillamente porque ella era lo único que tenía ahora, la única que podía guiarlo en ese que estaba seguro que sería un fatídico encuentro con su hermano, mismo que se avecinaba cada vez más. Cada vez que Pierrot pensaba en ese momento, en el que pudiera verse en los ojos de su hermano gemelo, sentía que el alma se le iba hasta los pies. Tenía miedo, no podía negarlo, ni expresarlo frente a Amanda, pero existía ese temor borboteando en su interior, mezclándole con la excitación que significaba el poder conocer finalmente a su único familiar vivo.
Se resignó a ser lo que era: el aprendiz de Amanda Smith, aceptó sus palabras, incluso habiendo reconocido en ellas el claro tono de la amenaza. Supo que se merecía el que ella le hablara de ese modo, pero también esperó que siendo ella tan inteligente, pudiera comprender las razones que le habían orillado a hablarle tan insolentemente. No se disculpó en voz alta, pero esperó que ella, con sus increíbles dones de inmortal, pudiera leer su mente y darse cuenta de que se retractaba de sus recientes actos. Pierrot colocó las manos sobre la mesa de madera fina e hizo un esfuerzo grande por controlar su ira. Le sorprendía hasta cierto punto el haber actuado de tal manera, se desconocía porque pese a que siempre había sido un chico que jamás se dejaba de nada o de nadie, había mostrado siempre también un buen semblante ante todo, rara vez se dejaba gobernar por sentimientos tan viles como los que ahora podía sentir en su interior. Tenía que darles un gran aplauso a sus tutores, a la misma Amanda, porque en efecto, habían logrado hacer de él alguien notablemente diferente, aunque en esencia siguiera siendo el mismo. El apellido Quartermane estaba haciendo acto de aparicion.
Transcurrió algún momento, el cual Pierrot utilizó para terminar de serenarse mientras observaba a detalle a la vampiresa que se paseaba calidamente de aquí a allá con una copa en mano, mojando sus labios de vez en vez. Aún le costaba aceptar que era real, que ella no era humana, que era una muerta viviente que se movía y lucia como cualquier otro, a excepción de esa belleza sobrenatural que llegaba a ser casi insultante para cualquiera. Se preguntó si su hermano luciría igual a ella, con la piel tan blanca que parecía cal; si tendría ese porte envidiable y esa soltura al caminar que era digna, en efecto, de un aristócrata con un título nobiliario. Se preguntó también si él realmente estaría a la altura de Nigel, si sería capaz de poder hacerlo sentir orgulloso, de hacerlo desear compartir su apellido, su casa, su todo, aunque lo único que Pierrot deseara fuera un simple y cálido abrazo de su hermano. Le aterraba la idea de no ser aceptado, de ser visto por encima del hombro como había sido visto tantas veces por tantos déspotas que se proclamaban a sí mismos caballeros y damas; le aterraba ser despreciado por su propia sangre.
— ¿Y qué va a pasar si él no quiere aceptar lo que has mencionado, si no le gusta la idea de tener un hermano? — Preguntó sin pensárselo mucho. La idea lo tenía tan a la expectativa que era difícil no compartirla con Amanda y ver lo que opinaba al respecto, ella que lo conocía mejor que nadie. — ¿Voy a obligarlo? ¿Cómo?, ¿quitándoselo a la fuerza?, ¿enfrentándome a él siendo tan sólo un mortal? — Sus últimas preguntas estuvieron empapadas de ironía, un humor negro que Pierrot nunca antes había utilizado, pero que ahora le sentaba bien a la posición en la que se encontraba. Sin embargo, fuera de toda ironía, Pierrot había abordado un tema que era importante: la inmortalidad de su hermano y la mortalidad de él. Un tema delicado, sin duda, pero uno en el que no quiso ahondar convencido de que su propio hermano no sería capaz de atacarle, no a él que era sangre de su sangre, por más mal que se tomara ese encuentro. Decidió volver al inicio de su conversación. — No me interesa el dinero. Yo sólo…sólo tenía intención de ser reconocido como un Quartermane, yo quería saber lo que se siente ser parte de una familia, tener un pasado, un apellido. — El sentimentalismo era lo que más lo diferenciaba de Nigel. Sería su mejor arma, pero también su perdición. Pierrot había poseído siempre un alma bondadosa, mientras que su hermano había sido siempre un perverso, en todos los sentidos posibles, alguien completamente corrompido por el poder y el dinero; un caso pérdido.
— ¿Cuándo? ¿Cuándo será el día en el que por fin podré saber en que acabará todo esto, el día en que por fin podré saber cómo reaccionara Nigel? — Preguntó un poco más tranquilo, ver la seguridad con la que Amanda hablaba lograba convencerlo de a poco que si ella tenía fe en ese encuentro, él no era nadie para pensar lo contrario. Sí, aún quedaba un poco de ingenuidad en el muchacho. Tomó el cubierto de plata y dio el primer bocado antes de que la comida se enfriara. Cuando terminó de saborear la comida se dio cuenta de que el apetito se le había esfumado. Soltó el cubierto y volvió a atrapar los ojos de su protectora. — Insisto, he esperado demasiado, no puedo seguir aquí, encerrado y a tus faldas pretendiendo que siempre me protejas. Te lo agradezco, pero creo que es hora de empezar a valerme por mi mismo una vez más. — Y en efecto, no podía ser así toda la vida. Pierrot tenía que salir, volver al mundo y enfrentarse a toda clase de atrocidades y peligros con las que siempre había lidiado, sumándole las que estaban por venírsele encima. Él no tenía idea…
Se resignó a ser lo que era: el aprendiz de Amanda Smith, aceptó sus palabras, incluso habiendo reconocido en ellas el claro tono de la amenaza. Supo que se merecía el que ella le hablara de ese modo, pero también esperó que siendo ella tan inteligente, pudiera comprender las razones que le habían orillado a hablarle tan insolentemente. No se disculpó en voz alta, pero esperó que ella, con sus increíbles dones de inmortal, pudiera leer su mente y darse cuenta de que se retractaba de sus recientes actos. Pierrot colocó las manos sobre la mesa de madera fina e hizo un esfuerzo grande por controlar su ira. Le sorprendía hasta cierto punto el haber actuado de tal manera, se desconocía porque pese a que siempre había sido un chico que jamás se dejaba de nada o de nadie, había mostrado siempre también un buen semblante ante todo, rara vez se dejaba gobernar por sentimientos tan viles como los que ahora podía sentir en su interior. Tenía que darles un gran aplauso a sus tutores, a la misma Amanda, porque en efecto, habían logrado hacer de él alguien notablemente diferente, aunque en esencia siguiera siendo el mismo. El apellido Quartermane estaba haciendo acto de aparicion.
Transcurrió algún momento, el cual Pierrot utilizó para terminar de serenarse mientras observaba a detalle a la vampiresa que se paseaba calidamente de aquí a allá con una copa en mano, mojando sus labios de vez en vez. Aún le costaba aceptar que era real, que ella no era humana, que era una muerta viviente que se movía y lucia como cualquier otro, a excepción de esa belleza sobrenatural que llegaba a ser casi insultante para cualquiera. Se preguntó si su hermano luciría igual a ella, con la piel tan blanca que parecía cal; si tendría ese porte envidiable y esa soltura al caminar que era digna, en efecto, de un aristócrata con un título nobiliario. Se preguntó también si él realmente estaría a la altura de Nigel, si sería capaz de poder hacerlo sentir orgulloso, de hacerlo desear compartir su apellido, su casa, su todo, aunque lo único que Pierrot deseara fuera un simple y cálido abrazo de su hermano. Le aterraba la idea de no ser aceptado, de ser visto por encima del hombro como había sido visto tantas veces por tantos déspotas que se proclamaban a sí mismos caballeros y damas; le aterraba ser despreciado por su propia sangre.
— ¿Y qué va a pasar si él no quiere aceptar lo que has mencionado, si no le gusta la idea de tener un hermano? — Preguntó sin pensárselo mucho. La idea lo tenía tan a la expectativa que era difícil no compartirla con Amanda y ver lo que opinaba al respecto, ella que lo conocía mejor que nadie. — ¿Voy a obligarlo? ¿Cómo?, ¿quitándoselo a la fuerza?, ¿enfrentándome a él siendo tan sólo un mortal? — Sus últimas preguntas estuvieron empapadas de ironía, un humor negro que Pierrot nunca antes había utilizado, pero que ahora le sentaba bien a la posición en la que se encontraba. Sin embargo, fuera de toda ironía, Pierrot había abordado un tema que era importante: la inmortalidad de su hermano y la mortalidad de él. Un tema delicado, sin duda, pero uno en el que no quiso ahondar convencido de que su propio hermano no sería capaz de atacarle, no a él que era sangre de su sangre, por más mal que se tomara ese encuentro. Decidió volver al inicio de su conversación. — No me interesa el dinero. Yo sólo…sólo tenía intención de ser reconocido como un Quartermane, yo quería saber lo que se siente ser parte de una familia, tener un pasado, un apellido. — El sentimentalismo era lo que más lo diferenciaba de Nigel. Sería su mejor arma, pero también su perdición. Pierrot había poseído siempre un alma bondadosa, mientras que su hermano había sido siempre un perverso, en todos los sentidos posibles, alguien completamente corrompido por el poder y el dinero; un caso pérdido.
— ¿Cuándo? ¿Cuándo será el día en el que por fin podré saber en que acabará todo esto, el día en que por fin podré saber cómo reaccionara Nigel? — Preguntó un poco más tranquilo, ver la seguridad con la que Amanda hablaba lograba convencerlo de a poco que si ella tenía fe en ese encuentro, él no era nadie para pensar lo contrario. Sí, aún quedaba un poco de ingenuidad en el muchacho. Tomó el cubierto de plata y dio el primer bocado antes de que la comida se enfriara. Cuando terminó de saborear la comida se dio cuenta de que el apetito se le había esfumado. Soltó el cubierto y volvió a atrapar los ojos de su protectora. — Insisto, he esperado demasiado, no puedo seguir aquí, encerrado y a tus faldas pretendiendo que siempre me protejas. Te lo agradezco, pero creo que es hora de empezar a valerme por mi mismo una vez más. — Y en efecto, no podía ser así toda la vida. Pierrot tenía que salir, volver al mundo y enfrentarse a toda clase de atrocidades y peligros con las que siempre había lidiado, sumándole las que estaban por venírsele encima. Él no tenía idea…
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/01/2010
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Pierrot no era Nigel, y eso era muy probablemente lo que acabaría salvándolo, porque a diferencia de su hermano lograba despertar en mí el suficiente sentimiento protector para plantearme defenderlo frente a lo que Nigel sería capaz de hacerle si veía que corona de rey único de los Quartermane se ponía en disputa por la existencia de alguien que hasta entonces había permanecido en el anonimato. Cualquier duda que pudiera tener respecto a conocer a su hermano resultaba incluso injustificada si se tenía en cuenta que contaba con mi apoyo y, aún más importante, con mi protección, porque por muy neófito que fuera y por mucha fuerza que tuviera en ese estado yo seguía siendo una vampiresa antigua capaz de someter a cuantos Nigels hicieran falta para cumplir mis objetivos, uno de los cuales era dar a Pierrot la oportunidad que nunca había tenido. Quizá en el fondo lo hacía por eso, porque me recordaba a mí cuando me habían arrancado de mi poblado natal para venderme como esclava en la caput mundi y me habían quitado toda posibilidad de acceder a lo que me correspondía: una vida digna. Quizá Pierrot era tan parecido a como yo lo había sido de humana que, mezclado junto a la curiosidad que me producía su parecido con Nigel, habría terminado ayudándolo de todas maneras por compensar lo que yo había pasado. Quizá... No lo sabía, y llegada a aquel punto tampoco me interesaba realmente el motivo exacto de mis acciones, porque lo hecho, hecho estaba, y en aquel instante en particular yo ya había accionado el mecanismo cuya consecuencia era lo que Pierrot temía: el enfrentamiento con su hermano y, sobre todo, la incertidumbre que éste le provocaba, justificable únicamente si se me borraba a mí de la ecuación, puesto que conmigo al lado no tendría, al final, ningún problema para vencer.
Escuché sus palabras con la copa de vino danzando en mi mano, y el líquido bañando el cristal como lágrimas cayendo por una piel suave y aterciopelada; asimilé sus miedos, esos que había compartido conmigo, y los dejé reposar un instante en mi mente, igual que el líquido color Burdeos en la copa transparente que sostenía. Sólo entonces, cuando hubieron pasado unos segundos desde que él habló, volví a atrapar la mirada de sus cristalinos ojos azules, que me miraban con reparos, con un miedo que le había enseñado a no tener y que, aún así, allí estaba, desafiándome como no estaba dispuesta a tolerar porque él no volvería a tener miedo de lo que no era suficientemente peligroso para causárselo nunca más, si estaba en mi mano conseguirlo... y lo estaba.
– ¿Realmente te importa si él te acepta o no? Vas a reclamar lo que es tuyo por derecho, y vas a contar con mi apoyo para hacerlo, de tal manera que igualemos cualquier potencial conflicto que pueda nacer entre los dos. ¿O pensabas que iba a dejarte solo frente a un neófito con las emociones alteradas y que, encima, tiene un orgullo tal que es leyenda en todo París? Realmente me gustaría saber qué parte de todo lo que he hecho ha provocado que tengas una opinión tan pobre de mí. Sólo quiero ayudarte a recuperar tu apellido, a que seas Pierrot Quartermane y no simplemente Pierrot, y me temo que en eso tu hermano no tiene ni voz ni voto, dado que cualquier institución legal se posicionará a tu favor. – le dije, encogiéndome de hombros de manera teatral y sonriendo al final de manera divertida, como quien en una partida de cartas sabe que tiene la mano ganadora y que nadie de los presentes podrá hacer que pierda dado que es imposible.
Bebí lo que quedaba en la copa con apenas un trago, tras el cual volví a la mesa y la posé sobre la pulida superficie de madera en la que, justo después, me apoyé yo, en una actitud para nada acorde con los modales que se suponía que se esperaban de mí pero que, aún así, llevé a cabo con la elegancia vampírica que me correspondía por esa naturaleza que me separaba de Pierrot, aunque no de una manera insalvable como había podido descubrir cuando había sentido la suficiente cercanía hacia él para haberlo salvado de un destino que no le correspondía. Así, sentada sobre la mesa frente a él y a una distancia escasa separándonos, volví a mirarlo a los ojos, aunque aquella vez lo que predominaba en mi mirada era el desafío y no tanto la diversión, aunque también.
– Sé valiente, Pierrot, sé el Quartermane que los dos sabemos que eres y no temas un encuentro con tu hermano. Ansíalo, sí... Esa actitud es más razonable que el miedo, pero que no te impida actuar con perspectiva una vez te encuentres frente a él, porque eso es algo de lo que él carece y que te puede ayudar tanto como que yo lo controle para evitar que haga tonterías. – añadí, obviando por un instante su pregunta, aunque cuando transcurrieron unos segundos en silencio desde que yo había terminado de hablar torcí los labios en otra sonrisa torcida, algo peligrosa si se examinaba bien porque significaba que mi as en la manga podía suponer algo peligroso para quienes me rodeaban, en aquel caso él. – Ah, y si tienes tantas ganas de saber cuándo podrás saber cómo reaccionará tu hermano este es tu día de suerte: tu espera ha terminado. Nigel tiene que venir aquí esta noche para que hablemos de negocios, asuntos burocráticos sin importancia en los que quiero su opinión pero que harán que podáis coincidir por fin. ¿No te alegras? – añadí, con una sonrisa que de angelical tenía únicamente un primer vistazo porque probablemente aquello acabara mal, cuando menos en tragedia, si no me lo tomaba con filosofía y si no tenía yo misma mis sentidos agudizados para evitar que matara a Pierrot y cometiera fratricidio. Desde su transformación, a Nigel le había costado más de lo normal empalizar con los humanos, y me temía que en aquel caso la tendencia iba a ser la misma, con la diferencia de que lo odiaría nada más verlo por todo lo que significaba: un competidor, un riesgo con el que hasta entonces no había contado. Sin mirar realmente si apuntaba bien o no, ya que tenía la certeza de que lo estaba haciendo, estiré el brazo y cogí una botella de vino de las que había por allí para rellenar la copa de Pierrot hasta el borde, en un punto que protocolariamente sería excesivo pero que, en aquel momento, podía resultar la cantidad perfecta.
– Ten, bebe. Puede que lo necesites. – le dije, dejando la botella a su lado y mirándolo a la espera de su reacción.
Escuché sus palabras con la copa de vino danzando en mi mano, y el líquido bañando el cristal como lágrimas cayendo por una piel suave y aterciopelada; asimilé sus miedos, esos que había compartido conmigo, y los dejé reposar un instante en mi mente, igual que el líquido color Burdeos en la copa transparente que sostenía. Sólo entonces, cuando hubieron pasado unos segundos desde que él habló, volví a atrapar la mirada de sus cristalinos ojos azules, que me miraban con reparos, con un miedo que le había enseñado a no tener y que, aún así, allí estaba, desafiándome como no estaba dispuesta a tolerar porque él no volvería a tener miedo de lo que no era suficientemente peligroso para causárselo nunca más, si estaba en mi mano conseguirlo... y lo estaba.
– ¿Realmente te importa si él te acepta o no? Vas a reclamar lo que es tuyo por derecho, y vas a contar con mi apoyo para hacerlo, de tal manera que igualemos cualquier potencial conflicto que pueda nacer entre los dos. ¿O pensabas que iba a dejarte solo frente a un neófito con las emociones alteradas y que, encima, tiene un orgullo tal que es leyenda en todo París? Realmente me gustaría saber qué parte de todo lo que he hecho ha provocado que tengas una opinión tan pobre de mí. Sólo quiero ayudarte a recuperar tu apellido, a que seas Pierrot Quartermane y no simplemente Pierrot, y me temo que en eso tu hermano no tiene ni voz ni voto, dado que cualquier institución legal se posicionará a tu favor. – le dije, encogiéndome de hombros de manera teatral y sonriendo al final de manera divertida, como quien en una partida de cartas sabe que tiene la mano ganadora y que nadie de los presentes podrá hacer que pierda dado que es imposible.
Bebí lo que quedaba en la copa con apenas un trago, tras el cual volví a la mesa y la posé sobre la pulida superficie de madera en la que, justo después, me apoyé yo, en una actitud para nada acorde con los modales que se suponía que se esperaban de mí pero que, aún así, llevé a cabo con la elegancia vampírica que me correspondía por esa naturaleza que me separaba de Pierrot, aunque no de una manera insalvable como había podido descubrir cuando había sentido la suficiente cercanía hacia él para haberlo salvado de un destino que no le correspondía. Así, sentada sobre la mesa frente a él y a una distancia escasa separándonos, volví a mirarlo a los ojos, aunque aquella vez lo que predominaba en mi mirada era el desafío y no tanto la diversión, aunque también.
– Sé valiente, Pierrot, sé el Quartermane que los dos sabemos que eres y no temas un encuentro con tu hermano. Ansíalo, sí... Esa actitud es más razonable que el miedo, pero que no te impida actuar con perspectiva una vez te encuentres frente a él, porque eso es algo de lo que él carece y que te puede ayudar tanto como que yo lo controle para evitar que haga tonterías. – añadí, obviando por un instante su pregunta, aunque cuando transcurrieron unos segundos en silencio desde que yo había terminado de hablar torcí los labios en otra sonrisa torcida, algo peligrosa si se examinaba bien porque significaba que mi as en la manga podía suponer algo peligroso para quienes me rodeaban, en aquel caso él. – Ah, y si tienes tantas ganas de saber cuándo podrás saber cómo reaccionará tu hermano este es tu día de suerte: tu espera ha terminado. Nigel tiene que venir aquí esta noche para que hablemos de negocios, asuntos burocráticos sin importancia en los que quiero su opinión pero que harán que podáis coincidir por fin. ¿No te alegras? – añadí, con una sonrisa que de angelical tenía únicamente un primer vistazo porque probablemente aquello acabara mal, cuando menos en tragedia, si no me lo tomaba con filosofía y si no tenía yo misma mis sentidos agudizados para evitar que matara a Pierrot y cometiera fratricidio. Desde su transformación, a Nigel le había costado más de lo normal empalizar con los humanos, y me temía que en aquel caso la tendencia iba a ser la misma, con la diferencia de que lo odiaría nada más verlo por todo lo que significaba: un competidor, un riesgo con el que hasta entonces no había contado. Sin mirar realmente si apuntaba bien o no, ya que tenía la certeza de que lo estaba haciendo, estiré el brazo y cogí una botella de vino de las que había por allí para rellenar la copa de Pierrot hasta el borde, en un punto que protocolariamente sería excesivo pero que, en aquel momento, podía resultar la cantidad perfecta.
– Ten, bebe. Puede que lo necesites. – le dije, dejando la botella a su lado y mirándolo a la espera de su reacción.
- Spoiler:
- Disculpa mucho lo... lo soso ._. Mi inspiración no daba para mucho más ^^U
Invitado- Invitado
Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Durante el trayecto al Palacete de Amanda, Nigel se dio el lujo de probar, una vez más, sus nuevos poderes. Se olvidó de su elegante y fino carruaje y decidió caminar. No hubo un motivo en específico para llegar a esa decisión, sencillamente lo hacía porque le apetecía hacerlo y porque le daba la gana. A sus criados no dejaba de extrañarles el repentino cambio que su amo había presentado desde que se había transformado. Seguía siendo en esencia el mismo: arrogante, vanidoso, déspota; pero ahora era mucho más extravagante. A menudo los dejaba boquiabiertos son sus peticiones, comentarios y falta de modales, que parecían ir cada vez de mal en peor. De todos modos, daba igual si Nigel había cambiado o no, era irrelevante por el sencillo hecho de que nadie se atrevería a decirlo en voz alta, a juzgarlo o retarlo. La única que hacía eso y que tenía derecho a ello era ella, Claire. Y Nigel se había vuelto tan patán que, a esa que era su esposa y a la que antes respetaba y excluía de sus malos tratos, ahora la sumaba al resto de la gente. Él tenía sus razones, por supuesto, unas muy íntimas y que prefería no revelar, al menos no por ahora y mucho menos a ella. Prefería que siguiera creyendo que había dejado de amarla, tal vez sólo así ella desistiría de esa desquiciada idea de convertirse también en una inmortal, cosa que por supuesto Nigel no permitiría jamás pese a las consecuencias que traería el que ella siguiera siendo humana. Todo era mejor que eso, cualquier cosa.
Mientras pensaba en todo eso, recorrió gran parte de la ciudad, disfrutando del viento helado en el rostro y la gran cúpula del cielo nocturno sobre su cabeza, en lo alto. Recorrió el centro de su amado París, codeándose con los mortales entre los cuales pasó desapercibido gracias a las altas horas de la noche que ya eran. Se camufló entre las sombras como si de una sombra misma se tratase y cuando se adentró en un sucio e inmundo callejón, le resultó absurdamente fácil elevar sus pies del suelo y posarlos sobre los tejados más altos. Desde lo alto observó con suficiencia lo insignificante que lucían todos los mortales, tan insignificantes que era imposible no sentir pena por ellos. Nigel los comparó con bichos, lo vio todo como quien no ha formado jamás parte de ello, como un dios, alguien netamente superior. Saltó de un tejado a otro, disfrutando de la agilidad suprema que ahora poseía. Y en menos de diez minutos había llegado a su destino, a su cita con Amanda.
Se paró el cuello en la entrada, mostrando una vez más ese gesto de prepotencia que le caracterizaba, ese que muchos detestaban pero que otros amaban. Así era, Nigel era odiado y amado por igual, y el odio le parecía un sentimiento tan ardiente e importante que, cuando se topaba de frente con alguno de sus enemigos, se sentía privilegiado por ser merecedor de sentimientos tan viles como la envidia y el odio. ¡Ah, qué hermoso era ser el centro de atención en todos lados, ser adorado y observado por su físico, por su riqueza, por cada una de sus virtudes y defectos! Le fascinaba, vivía para ello. Había nacido para ello.
Olfateando el delicioso aroma de su creadora, se dirigió directamente hasta el comedor, donde aseguraba que se encontraría, seguramente representando una vez más el papel de una inocente y débil mortal que tomaba una cena que en realidad debía resultarle repulsiva. Nigel sonrió para sí mismo por lo divertido de la escena. La encontró exactamente donde la imaginó y como la imaginó, aunque todavía más bella. Se acercó a ella y sin ninguna especie de preámbulo, la besó en los labios, quitándole de las manos la copa que sujetaba, dejándola caer al piso. Los labios del vampiro atraparon los ajenos en un beso apasionado y urgido.
— Mmhhh… ¿que tal si vamos a tu alcoba? ¿O prefieres hacerlo aquí, sobre la mesa? — Pronunció en medio de ese lapso libidinoso. Sus manos juguetearon sobre el cuerpo de Amanda, palpando su espalda, cintura y finalmente el trasero. Nigel sonrió de manera provocadora y al no tener respuesta pronta a su proposición decidió que lo haría allí, en pleno comedor. Maniobró a Amanda con el fin de colocarla sobre la mesa, pero cuando este se giró y sus ojos vieron más allá del cuerpo de la mujer, se dio cuenta de la presencia de un tercero, al que había estado ignorando durante todo ese rato.
Soltó a Amanda en ese instante, presó de la impresión que le provocaba verse a sí mismo sentado al otro extremo de la mesa. Observó con un claro gesto de horror a la criatura que a su vez le devolvía la mirada con una expresión parecida a la suya. Abrió la boca y la volvió a cerrar, repitió lo mismo en tres ocasiones, pero fue incapaz de decir palabra. Nigel estaba verdaderamente conmocionado. ¡No sabía qué pensar, qué decir, qué hacer! Aquello debía ser una muy mala broma, debía tener una explicación, una muy buena. Miró a Amanda y con tal sólo ver el semblante que había adoptado, era fácil deducir que exigía una respuesta.
— ¿De qué se trata esto, Amanda? ¿Quién es este? ¡¿Qué demonios es?! — Nigel volvió a mirarlo y por un momento su mente se aclaró cuando la estúpida idea de que tal vez no era humano se apoderó de su mente. Pero todo decía lo contrario, bastaba olfatear un poco el ambiente y darse cuenta de que aquel hombre no era falso, era real, estaba tan vivo como él lo había estado hasta hace poco.
Dio dos pasos hacia atrás, incapaz de concebir la idea de que existiera una persona tan idéntica a él. Miró a Amanda con resentimiento, el deseo de hace unos segundos se volvió resentimiento y desconfianza. Necesitaba respuestas, las necesitaba urgentemente; las exigía.
Mientras pensaba en todo eso, recorrió gran parte de la ciudad, disfrutando del viento helado en el rostro y la gran cúpula del cielo nocturno sobre su cabeza, en lo alto. Recorrió el centro de su amado París, codeándose con los mortales entre los cuales pasó desapercibido gracias a las altas horas de la noche que ya eran. Se camufló entre las sombras como si de una sombra misma se tratase y cuando se adentró en un sucio e inmundo callejón, le resultó absurdamente fácil elevar sus pies del suelo y posarlos sobre los tejados más altos. Desde lo alto observó con suficiencia lo insignificante que lucían todos los mortales, tan insignificantes que era imposible no sentir pena por ellos. Nigel los comparó con bichos, lo vio todo como quien no ha formado jamás parte de ello, como un dios, alguien netamente superior. Saltó de un tejado a otro, disfrutando de la agilidad suprema que ahora poseía. Y en menos de diez minutos había llegado a su destino, a su cita con Amanda.
Se paró el cuello en la entrada, mostrando una vez más ese gesto de prepotencia que le caracterizaba, ese que muchos detestaban pero que otros amaban. Así era, Nigel era odiado y amado por igual, y el odio le parecía un sentimiento tan ardiente e importante que, cuando se topaba de frente con alguno de sus enemigos, se sentía privilegiado por ser merecedor de sentimientos tan viles como la envidia y el odio. ¡Ah, qué hermoso era ser el centro de atención en todos lados, ser adorado y observado por su físico, por su riqueza, por cada una de sus virtudes y defectos! Le fascinaba, vivía para ello. Había nacido para ello.
Olfateando el delicioso aroma de su creadora, se dirigió directamente hasta el comedor, donde aseguraba que se encontraría, seguramente representando una vez más el papel de una inocente y débil mortal que tomaba una cena que en realidad debía resultarle repulsiva. Nigel sonrió para sí mismo por lo divertido de la escena. La encontró exactamente donde la imaginó y como la imaginó, aunque todavía más bella. Se acercó a ella y sin ninguna especie de preámbulo, la besó en los labios, quitándole de las manos la copa que sujetaba, dejándola caer al piso. Los labios del vampiro atraparon los ajenos en un beso apasionado y urgido.
— Mmhhh… ¿que tal si vamos a tu alcoba? ¿O prefieres hacerlo aquí, sobre la mesa? — Pronunció en medio de ese lapso libidinoso. Sus manos juguetearon sobre el cuerpo de Amanda, palpando su espalda, cintura y finalmente el trasero. Nigel sonrió de manera provocadora y al no tener respuesta pronta a su proposición decidió que lo haría allí, en pleno comedor. Maniobró a Amanda con el fin de colocarla sobre la mesa, pero cuando este se giró y sus ojos vieron más allá del cuerpo de la mujer, se dio cuenta de la presencia de un tercero, al que había estado ignorando durante todo ese rato.
Soltó a Amanda en ese instante, presó de la impresión que le provocaba verse a sí mismo sentado al otro extremo de la mesa. Observó con un claro gesto de horror a la criatura que a su vez le devolvía la mirada con una expresión parecida a la suya. Abrió la boca y la volvió a cerrar, repitió lo mismo en tres ocasiones, pero fue incapaz de decir palabra. Nigel estaba verdaderamente conmocionado. ¡No sabía qué pensar, qué decir, qué hacer! Aquello debía ser una muy mala broma, debía tener una explicación, una muy buena. Miró a Amanda y con tal sólo ver el semblante que había adoptado, era fácil deducir que exigía una respuesta.
— ¿De qué se trata esto, Amanda? ¿Quién es este? ¡¿Qué demonios es?! — Nigel volvió a mirarlo y por un momento su mente se aclaró cuando la estúpida idea de que tal vez no era humano se apoderó de su mente. Pero todo decía lo contrario, bastaba olfatear un poco el ambiente y darse cuenta de que aquel hombre no era falso, era real, estaba tan vivo como él lo había estado hasta hace poco.
Dio dos pasos hacia atrás, incapaz de concebir la idea de que existiera una persona tan idéntica a él. Miró a Amanda con resentimiento, el deseo de hace unos segundos se volvió resentimiento y desconfianza. Necesitaba respuestas, las necesitaba urgentemente; las exigía.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Pierrot necesitaría toda la fuerza que estuviera en su mano conseguir para ser capaz de soportar sin estragos demasiado graves el paso de la tormenta Nigel, intensificada por el descubrimiento de un competidor directo con el cual no había contado hasta aquel momento. Yo lo sabía, él probablemente lo intuía, y por eso mismo le había ofrecido la botella de vino, pues quizá con una ligera chispa en su carácter producto del alcohol de la bebida le resultara más fácil reclamar lo que era suyo ante alguien que, acostumbrado a hacer su santa voluntad, sobre todo desde que era vampiro, le daría bastante guerra en aquel respecto. Además, también estaba el hecho de que Nigel llegaría cuando le viniera en gana a nuestra cita, ya que como bien se esforzaba en demostrar al mundo su ego era tal que a mí, personalmente, me parecía extraño que no hubiéramos tenido algún enfrentamiento para que le bajara los humos por hacer siempre lo que le apetecía más en vez de lo que se suponía que era bueno para él y los que lo rodeaban. A punto estuve de poner los ojos en blanco por mis pensamientos, pero me contuve a tiempo de no darle a Pierrot la equivocada impresión de que pensaba cualquier cosa mala de él, algo que no era en absoluto la realidad. Si tenía esperanzas puestas en alguno de los Quartermane respecto a que se forjaran como auténticos hombres y no como figuras de ideas de triunfo y grandeza, sin duda estas reposaban en Pierrot, porque Nigel... él era complicado, no tenía mal fondo si se le conocía bien, pero resultaba tan cínicamente atractivo que resultaba en sí mismo un proyecto difícil de moldear, un diamante en bruto que no quería pulirse porque ya se consideraba perfecto, algo que solía impedir cualquier tipo de actuación respecto a él y, al mismo tiempo, que se pudiera prever alguna de sus reacciones.
Por eso yo misma estaba ciertamente tensa, esperando a que llegara; por eso, y porque no sabía hasta qué punto Nigel sacaría lo peor de él al ver a Pierrot y me vería obligada a intervenir, y quería al menos mantener los sentidos despiertos, más de lo que normalmente los tenía por mis habilidades vampíricas, para evitar cualquier desgracia. Así, antes de que incluso me diera cuenta de que había pasado algo de tiempo, pude percibir a lo lejos un aroma conocido, que se parecía mucho al del hombre que tenía frente a mí y que me hizo morderme un instante el labio inferior, pensativa.
– Pierrot, espero que estés preparado para la visita familiar, porque se acerca más y más a medida que yo estoy hablando. Sabes cómo actuar, ¿no es así? Tienes que reclamar lo que es tuyo y, sobre todo, no caer en los juegos de Nigel: demuéstrale que eres inmune a sus berrinches de niño pequeño, y sobre todo sé más listo que él. Es posible que te odie, pero a mí aún me respeta, al menos de momento, así que quizá te logre aceptar... con el tiempo. – le advertí, encogiéndome de hombros al final y con la atención puesta en él sólo a medias, pues la otra mitad de mi parte consciente estaba centrada en el olor que venía del exterior y que cada vez se acercaba más.
Escuché el primer sonido que hizo Nigel y, en aquel momento, miré a Pierrot, alzando una de mis cejas y, sin alzar la voz, únicamente moviendo los labios, le dije un ”ya está aquí” que sirvió de preludio a su entrada, como siempre triunfal. Me pilló por sorpresa, lo admito; su velocidad ahora sobrehumana y de la cual hacía gala siempre que podía produjo el efecto deseado al acercarse y, sin innecesarios preámbulos, besarme como solía en nuestros momentos de intimidad: con pasión, con lujuria, con las claras intenciones de comenzar algo más, que nos unía físicamente como lo hacía nuestro vínculo de creadora y neófito espiritualmente. Por supuesto, se lo devolví, no tanto por una decisión fundada y racional de hacerlo sino porque mi cuerpo reaccionó por mí y no volvió a reparar en Pierrot hasta que Nigel no se separó de mí. Fue en aquel momento cuando pude por fin pensar con claridad y me di cuenta que, de no intervenir, seguramente Nigel haría un baño de sangre que no estaba dispuesta a tolerar en mi casa, por lo que como si nada hubiera sucedido caminé con elegancia hasta la silla donde reposaba Pierrot, en cuyo respaldo apoyé los brazos en un ademán protector que no debía pasarles desapercibido a ninguno de los dos. Resultaba, en sí mismo, una declaración de intenciones, una muestra clara de que él era mi protegido y de que haría lamentar a Nigel cualquier ataque físico contra él, puesto que los ataques a su mente ni podía evitarlos ni, tampoco, quería hacerlo... Le había educado para que los soportara, y su propio orgullo de Quartermane lo hacía lo suficientemente fuerte para que esa clase de envites no supusieran un daño permanente.
– Te presento a tu hermano Pierrot, Nigel. Lo sé, el parecido es espectacular, pero supongo que es lo lógico cuando te encuentras con tu gemelo perdido tanto tiempo atrás, ¿no crees? – le dije, dedicándole una media sonrisa de advertencia que esperaba que entendiera porque, de lo contrario, las cosas se complicarían y se volverían increíblemente molestas; desde luego, más de lo que estaba yo dispuesta a soportar. En un primer momento, quizá por la sorpresa inicial de verse como si estuvieran reflejados en un espejo pero a tamaño natural, ninguno de los dos dijo nada, y aquel silencio no presagiaba nada bueno, así que no pude evitar poner los ojos en blanco un instante y casi suspirar, pidiendo paciencia a quien me escuchara.
– ¿No vais a deciros nada? Yo qué sé, ¿el parecido es increíble? ¿Somos como dos gotas de agua? ¿Dónde te has metido todos estos años? ¿Qué te parezco? ¿La luna brilla con especial fuerza esta noche...? – dije, ironizando fuertemente al final y casi mirándome las uñas en actitud fingidamente distraída, puesto que aunque ninguno de los dos lo apreciara en mis gestos o mi actitud estaba a la espera de actuar en caso de que la situación requiriera que lo hiciera para no tener a un humano muerto, a un vampiro otra vez muerto o a los dos en medio de mi salón como nueva decoración artística.
Por eso yo misma estaba ciertamente tensa, esperando a que llegara; por eso, y porque no sabía hasta qué punto Nigel sacaría lo peor de él al ver a Pierrot y me vería obligada a intervenir, y quería al menos mantener los sentidos despiertos, más de lo que normalmente los tenía por mis habilidades vampíricas, para evitar cualquier desgracia. Así, antes de que incluso me diera cuenta de que había pasado algo de tiempo, pude percibir a lo lejos un aroma conocido, que se parecía mucho al del hombre que tenía frente a mí y que me hizo morderme un instante el labio inferior, pensativa.
– Pierrot, espero que estés preparado para la visita familiar, porque se acerca más y más a medida que yo estoy hablando. Sabes cómo actuar, ¿no es así? Tienes que reclamar lo que es tuyo y, sobre todo, no caer en los juegos de Nigel: demuéstrale que eres inmune a sus berrinches de niño pequeño, y sobre todo sé más listo que él. Es posible que te odie, pero a mí aún me respeta, al menos de momento, así que quizá te logre aceptar... con el tiempo. – le advertí, encogiéndome de hombros al final y con la atención puesta en él sólo a medias, pues la otra mitad de mi parte consciente estaba centrada en el olor que venía del exterior y que cada vez se acercaba más.
Escuché el primer sonido que hizo Nigel y, en aquel momento, miré a Pierrot, alzando una de mis cejas y, sin alzar la voz, únicamente moviendo los labios, le dije un ”ya está aquí” que sirvió de preludio a su entrada, como siempre triunfal. Me pilló por sorpresa, lo admito; su velocidad ahora sobrehumana y de la cual hacía gala siempre que podía produjo el efecto deseado al acercarse y, sin innecesarios preámbulos, besarme como solía en nuestros momentos de intimidad: con pasión, con lujuria, con las claras intenciones de comenzar algo más, que nos unía físicamente como lo hacía nuestro vínculo de creadora y neófito espiritualmente. Por supuesto, se lo devolví, no tanto por una decisión fundada y racional de hacerlo sino porque mi cuerpo reaccionó por mí y no volvió a reparar en Pierrot hasta que Nigel no se separó de mí. Fue en aquel momento cuando pude por fin pensar con claridad y me di cuenta que, de no intervenir, seguramente Nigel haría un baño de sangre que no estaba dispuesta a tolerar en mi casa, por lo que como si nada hubiera sucedido caminé con elegancia hasta la silla donde reposaba Pierrot, en cuyo respaldo apoyé los brazos en un ademán protector que no debía pasarles desapercibido a ninguno de los dos. Resultaba, en sí mismo, una declaración de intenciones, una muestra clara de que él era mi protegido y de que haría lamentar a Nigel cualquier ataque físico contra él, puesto que los ataques a su mente ni podía evitarlos ni, tampoco, quería hacerlo... Le había educado para que los soportara, y su propio orgullo de Quartermane lo hacía lo suficientemente fuerte para que esa clase de envites no supusieran un daño permanente.
– Te presento a tu hermano Pierrot, Nigel. Lo sé, el parecido es espectacular, pero supongo que es lo lógico cuando te encuentras con tu gemelo perdido tanto tiempo atrás, ¿no crees? – le dije, dedicándole una media sonrisa de advertencia que esperaba que entendiera porque, de lo contrario, las cosas se complicarían y se volverían increíblemente molestas; desde luego, más de lo que estaba yo dispuesta a soportar. En un primer momento, quizá por la sorpresa inicial de verse como si estuvieran reflejados en un espejo pero a tamaño natural, ninguno de los dos dijo nada, y aquel silencio no presagiaba nada bueno, así que no pude evitar poner los ojos en blanco un instante y casi suspirar, pidiendo paciencia a quien me escuchara.
– ¿No vais a deciros nada? Yo qué sé, ¿el parecido es increíble? ¿Somos como dos gotas de agua? ¿Dónde te has metido todos estos años? ¿Qué te parezco? ¿La luna brilla con especial fuerza esta noche...? – dije, ironizando fuertemente al final y casi mirándome las uñas en actitud fingidamente distraída, puesto que aunque ninguno de los dos lo apreciara en mis gestos o mi actitud estaba a la espera de actuar en caso de que la situación requiriera que lo hiciera para no tener a un humano muerto, a un vampiro otra vez muerto o a los dos en medio de mi salón como nueva decoración artística.
Invitado- Invitado
Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Las palabras de Amanda, lejos de ayudar, lograban ponerlo aún más nervioso, y no pudo reprimir el deseo de alzar la vista y buscar a su hermano en la habitación cuando ella le aseguró que ya se encontraba en el palacete y que era cuestión de segundos para que se encontraran cara a cara. Pierrot había soñado con ese día desde el día en que Amanda le había confesado que conocía a su hermano y que le contaría el resto de su historia a su debido tiempo; había pasado noches enteras en vela, idealizando el momento, reproduciéndolo una y otra vez en su cabeza, cada vez con diferentes diálogos entre ambos y con finales distintos. Era verdad que el alma de Pierrot siempre albergaría cierta ingenuidad, misma que poseía de manera natural y tal vez por todas esas difíciles vivencias a lo largo de su existencia, pero no era tonto y estaba consciente de que las cosas podían no salir como él esperaba, que así como podía ser recibido con los brazos abiertos, también podía ser escupido, rechazado, humillado. La saliva recorrió su garganta, una y otra vez, mientras esperaba y apartó la vista de Amanda, haciendo caso omiso a sus advertencias y consejos, en el momento en que Nigel apareció y se acercó a ella como lo que eran, como dos amantes consumados.
Bastaron un par de minutos y escuchar la manera en la que Nigel hablaba y se dirigía a Amanda, la mujer que claramente no era su esposa y madre de su hijo, para darse cuenta de qué clase de hombre era él. Le pareció pedante, cínico, arrogante, y eso que todavía no era testigo de la crueldad que podía destilar estando molesto. Permaneció en silencio, visiblemente consternado por la escena en la que un hombre idéntico a el intentaba llevar a la cama a su protectora, misma que no parecía resistirse tampoco, probablemente porque eran tal para cual. Pierrot se quedó inmóvil, permaneció sentado y sin moverse un sólo milímetro de la mesa se limitó a observar y escuchar, a esperar el momento en que Nigel finalmente alzara la vista y se percatara de su presencia, a ver de qué manera lo recibiría, a escuchar lo que tendría para decirle. Pese a saber ya la historia que había detrás, aún le costaba aceptar que hubiera un alguien idéntico a él, era algo que seguía pareciéndole sencillamente insólito y que probablemente le llevaría un buen tiempo en ver con naturalidad.
Cuando Nigel finalmente clavó sus ojos en él, fue similar a tener encima dos témpanos de hielo. La frialdad con la que Nigel lo miraba lograba incluso hacerlo sentir vulnerable. Los ojos azules de su igual eran una mezcla de muchas cosas: incertidumbre, confusión, enojo… desprecio. Ahora más que nunca sabía la forma en que Nigel tomaría todo aquello, que había sido un completo estúpido al barajar la idea de que le aceptaría algún día; Amanda había tenido siempre la razón. Aún así, Pierrot decidió no enfrentarlo, no imitar la forma tan grosera en que le miraba y el tono tan lacerante que decidió utilizar para referirse a él, como si se tratase más de una cosa que de una persona. Al poco rato, Nigel ya ni siquiera lo miraba cuando hablaba de él, prefería evitar el contacto visual y hablarle a Amanda, reclamándole todo a ella, como si fuera la causante de una sucia jugarreta de muy mal gusto. Pierrot se armó de valor y se puso de pie, dando apenas dos pasos al frente, para dejarle en claro a Nigel que, aunque Amanda había dejado claro con su gesto que lo protegería, no necesitaba de aquello porque ese no era un ataque. Necesitaba lograr que Nigel dejara de sentirse amenazado con su presencia, con su existencia; necesitaba que entendiera por las buenas la realidad de las cosas, y tal vez, sólo tal vez, así lograría derretir un poco de ese hielo que claramente recubría el corazón sin vida de su hermano.
— Es cierto, por más que nos cueste aceptarlo somos hermanos. — Era increíble ver con que entereza había logrado pronunciar Pierrot, como lograba dominar su nerviosismo extremo y el temor que indudablemente le hacía sentir su propio hermano, no sólo por la personalidad tan demandante que poseía, también por ya no ser humano, sino una criatura tan poderosa que podía partirlo en varios pedazos con un solo movimiento. Esperó un par de minutos para permitirle digerir sus primeras palabras, y después continuó. Por un momento el muchacho dio la impresión de ser una especie de domador que intentaba dominar a un animal fiero, que en este caso era Nigel, y si algo tenía que concedérsele a Pierrot era que tal vez carecía de riquezas, pero poseía inteligencia y paciencia, las suficientes para llevar a cabo buenas estrategias, algo que a menudo su hermano parecía carecer. — Yo tampoco lo sabía, hasta hace poco, la mujer que creí mi madre me lo confesó todo, que me arrebató de mi hogar siendo apenas un recién nacido. — Dio otro paso al frente. Mientras más hablaba y más le hacía saber lo que había detrás de esa tragedia que había envuelto a los Quartermane, más seguro se sentía de poder avanzar hacia él, porque pretendía que él pudiera entenderlo.
— Sé que esto no es fácil, pero quiero expresar lo mucho que me alegra el conocerle al fin, el saber que no estoy solo en el mundo. — Tutearlo le pareció demasiado, después de todo, independientemente de que si era su hermano o no, él seguía siendo el Conde de Francia y le debía un respeto. — No he venido aquí por un interés monetario, fui siempre pobre y puedo seguir siéndolo, pero, por favor, espero que no se me niegue la oportunidad de tener una familia. Estoy al tanto de todo, Amanda me lo contó, que es un vampiro, que está casado y que tiene un hijo llamado León. — E hizo caso omiso a lo que Amanda le había aconsejado anteriormente. Pierrot no se atrevía a hablar sobre dinero en una situación tan delicada como esa, simplemente no podía dejarle caer el peso de saber que debía compartir todo lo que tenía con él, por el simple hecho de que tenía tanto derecho como el Nigel mismo, porque legalmente él era un Quartermane y no habría alma que se negara a creerlo siendo idénticos. No podía pretender llegar a la vida de su hermano y arrebatarle lo que seguramente durante años el había sembrado, aunque tampoco podía negar que si él se lo ofrecía de buena gana, lo aceptaría sin chistar, no porque quisiera a toda costa convertirse de un día para otro en un hombre con renombre y riqueza, solamente para estar a la altura y ser un digno merecedor de un apellido tan importante.
— ¿No va a decir nada más, Conde? Por favor, hábleme, déjeme saber lo que piensa. — Si Pierrot hubiera sabido lo que Nigel diría a continuación, probablemente jamás lo habría preguntado.
Bastaron un par de minutos y escuchar la manera en la que Nigel hablaba y se dirigía a Amanda, la mujer que claramente no era su esposa y madre de su hijo, para darse cuenta de qué clase de hombre era él. Le pareció pedante, cínico, arrogante, y eso que todavía no era testigo de la crueldad que podía destilar estando molesto. Permaneció en silencio, visiblemente consternado por la escena en la que un hombre idéntico a el intentaba llevar a la cama a su protectora, misma que no parecía resistirse tampoco, probablemente porque eran tal para cual. Pierrot se quedó inmóvil, permaneció sentado y sin moverse un sólo milímetro de la mesa se limitó a observar y escuchar, a esperar el momento en que Nigel finalmente alzara la vista y se percatara de su presencia, a ver de qué manera lo recibiría, a escuchar lo que tendría para decirle. Pese a saber ya la historia que había detrás, aún le costaba aceptar que hubiera un alguien idéntico a él, era algo que seguía pareciéndole sencillamente insólito y que probablemente le llevaría un buen tiempo en ver con naturalidad.
Cuando Nigel finalmente clavó sus ojos en él, fue similar a tener encima dos témpanos de hielo. La frialdad con la que Nigel lo miraba lograba incluso hacerlo sentir vulnerable. Los ojos azules de su igual eran una mezcla de muchas cosas: incertidumbre, confusión, enojo… desprecio. Ahora más que nunca sabía la forma en que Nigel tomaría todo aquello, que había sido un completo estúpido al barajar la idea de que le aceptaría algún día; Amanda había tenido siempre la razón. Aún así, Pierrot decidió no enfrentarlo, no imitar la forma tan grosera en que le miraba y el tono tan lacerante que decidió utilizar para referirse a él, como si se tratase más de una cosa que de una persona. Al poco rato, Nigel ya ni siquiera lo miraba cuando hablaba de él, prefería evitar el contacto visual y hablarle a Amanda, reclamándole todo a ella, como si fuera la causante de una sucia jugarreta de muy mal gusto. Pierrot se armó de valor y se puso de pie, dando apenas dos pasos al frente, para dejarle en claro a Nigel que, aunque Amanda había dejado claro con su gesto que lo protegería, no necesitaba de aquello porque ese no era un ataque. Necesitaba lograr que Nigel dejara de sentirse amenazado con su presencia, con su existencia; necesitaba que entendiera por las buenas la realidad de las cosas, y tal vez, sólo tal vez, así lograría derretir un poco de ese hielo que claramente recubría el corazón sin vida de su hermano.
— Es cierto, por más que nos cueste aceptarlo somos hermanos. — Era increíble ver con que entereza había logrado pronunciar Pierrot, como lograba dominar su nerviosismo extremo y el temor que indudablemente le hacía sentir su propio hermano, no sólo por la personalidad tan demandante que poseía, también por ya no ser humano, sino una criatura tan poderosa que podía partirlo en varios pedazos con un solo movimiento. Esperó un par de minutos para permitirle digerir sus primeras palabras, y después continuó. Por un momento el muchacho dio la impresión de ser una especie de domador que intentaba dominar a un animal fiero, que en este caso era Nigel, y si algo tenía que concedérsele a Pierrot era que tal vez carecía de riquezas, pero poseía inteligencia y paciencia, las suficientes para llevar a cabo buenas estrategias, algo que a menudo su hermano parecía carecer. — Yo tampoco lo sabía, hasta hace poco, la mujer que creí mi madre me lo confesó todo, que me arrebató de mi hogar siendo apenas un recién nacido. — Dio otro paso al frente. Mientras más hablaba y más le hacía saber lo que había detrás de esa tragedia que había envuelto a los Quartermane, más seguro se sentía de poder avanzar hacia él, porque pretendía que él pudiera entenderlo.
— Sé que esto no es fácil, pero quiero expresar lo mucho que me alegra el conocerle al fin, el saber que no estoy solo en el mundo. — Tutearlo le pareció demasiado, después de todo, independientemente de que si era su hermano o no, él seguía siendo el Conde de Francia y le debía un respeto. — No he venido aquí por un interés monetario, fui siempre pobre y puedo seguir siéndolo, pero, por favor, espero que no se me niegue la oportunidad de tener una familia. Estoy al tanto de todo, Amanda me lo contó, que es un vampiro, que está casado y que tiene un hijo llamado León. — E hizo caso omiso a lo que Amanda le había aconsejado anteriormente. Pierrot no se atrevía a hablar sobre dinero en una situación tan delicada como esa, simplemente no podía dejarle caer el peso de saber que debía compartir todo lo que tenía con él, por el simple hecho de que tenía tanto derecho como el Nigel mismo, porque legalmente él era un Quartermane y no habría alma que se negara a creerlo siendo idénticos. No podía pretender llegar a la vida de su hermano y arrebatarle lo que seguramente durante años el había sembrado, aunque tampoco podía negar que si él se lo ofrecía de buena gana, lo aceptaría sin chistar, no porque quisiera a toda costa convertirse de un día para otro en un hombre con renombre y riqueza, solamente para estar a la altura y ser un digno merecedor de un apellido tan importante.
— ¿No va a decir nada más, Conde? Por favor, hábleme, déjeme saber lo que piensa. — Si Pierrot hubiera sabido lo que Nigel diría a continuación, probablemente jamás lo habría preguntado.
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
Mientras más lo veía, menos podía creerlo. No se trataba de un hombre que tuviera un parecido extraordinario con él, realmente eran idénticos, como estar frente a un espejo; probablemente la única cosa que los diferenciaba era el cabello con un diferente largo en cada uno, que curiosamente Pierrot lucía un par de años menos que su hermano, que su piel era menos blanca, y esa cicatriz que Nigel tenía, recuerdo de uno de los muchos golpes que su propio abuelo le había propinado por no cumplir con sus expectativas en diferentes ámbitos. Y ahora, como el abuelo había hecho a su debido momento, la vida lo golpeaba presentándole a un hermano gemelo. Era el golpe más duro de todos, uno que difícilmente olvidaría. De haber seguido siendo humano le habría faltado el aire, bajado la presión y seguramente caído al piso, todo producto del gran impacto que la noticia significaba; pero como ya prácticamente nada podía atentar contra su vida, se limitó a permanecer pasmado.
Una gran parte de Nigel aceptó la realidad de las cosas, mientras que otra diminuta le dijo que todo era mentira y, él, como el empecinado que era, se aferró a la segunda, entregándose por completo a uno de los tintes más lacerantes y desagradables de su ya acostumbrada irritante personalidad. La negación hizo acto de presencia.
— Yo no tengo hermanos. — Aseguró, y se esmeró en remarcar con una ronca voz cada silaba de cada palabra, y darle así un tono aún más gélido a su ya de por si cruel afirmación. Por primera vez miró a Pierrot a los ojos y reconoció algo de sí mismo en ellos, algo en lo que no quiso indagar y que prefirió ignorar desviando la mirada a los pocos minutos. — Es la estupidez más grande que he escuchado. — La blasfemia brotó de sus labios, tan letal como el veneno de una víbora, y miró esta vez a Amanda. Sus ojos inquisidores no podían dar crédito al plan tan maquiavélico que ella había llevado a cabo a sus espaldas. Su broma le pareció totalmente fuera de lugar. ¿Acaso estaba divirtiéndose a sus costillas? Se acercó a ella y la contemplo con ira, su actitud tan hipócrita lograba hacerle sentir asco, algo que nunca creyó poder sentir por su propia creadora.
— ¿Qué estás haciendo, Amanda? ¿Es así como le pagas a tu vástago la lealtad que te ha profesado? ¿Cómo pudiste mantener esto en secreto y qué pretendías revelándomelo de este modo? — De pronto había dejado de verla como una de las criaturas más ardientes sobre la faz de la tierra, de sentirse orgulloso por ser su creación, la primera y más reciente de ellas. Se sentía traicionado y, aunque no quisiera admitirlo, también dolido. Ahora tendría que alejarse para siempre de ella y pausar indefinidamente la vertiente de conocimientos que ella le proveía. — Eres una traidora, ¡UNA MALDITA TRAIDORA! — Dio un manotazo sobre la mesa y de un solo golpe tiró al piso el plato y la copa de los que anteriormente comía y bebía su hermano, quien al ver cómo la situación empeoraba, decidió tomar la palabra y hacerle saber a su gemelo cuales eran sus verdaderas intenciones. De ser otra la situación Nigel habría reído, se habría carcajeado en su cara sin el menor remordimiento, pero, en definitiva, esta no lo divertía en absoluto. Se dirigió entonces hasta Pierrot y por primera vez lo enfrentó cara a cara, posándose frente a él, a apenas unos escasos centímetros de su persona. Ver a los gemelos de ese modo era todo un espectáculo.
Nigel lo retó con la mirada, lo observó, o mejor dicho, lo barrió de arriba abajo con un gesto de disgusto impregnado en cincelado rostro. Sus vampíricos dones le permitieron escuchar con claridad como el corazón ajeno se aceleraba, como la saliva recorría insistentemente y con nerviosismo la garganta del que se presumía era su hermano. Era realmente peligroso que un vampiro neófito como Nigel estuviera tan cerca como estaba de un humano, mucho más teniendo en cuenta que se acababa de ganar su odio, que prefería que desapareciera del mapa. ¿Era realmente capaz de asesinar a sangre fría a su propio hermano el mismo día en que le había conocido? ¿Poseía tan poco corazón como para ignorar la súplica que este le hacía?
— ¿Y tú realmente me crees tan estúpido? — Habló, pero daba más la impresión de escupírselo en la cara. La vanidad de la que Nigel siempre había hecho alarde estaba mancillada. ¿Cómo podría ahora andar por la vida sintiéndose orgulloso de sí mismo, pavoneándose, sintiéndose único en el mundo? Imposible ahora que sabía con certeza lo contrario. — No me importa quién seas, jamás te aceptaré. — Acortó la poca distancia que los separaba y esta vez su aliento bañó el rostro de Pierrot; quería intimidarlo, alejarlo para siempre de su vida. — No te atrevas a acercarte a mi esposa o a mi hijo, te lo advierto. Si estás al tanto de lo que soy entonces sabrás de lo que soy capaz y seas quien seas no me tentaré el corazón. Tú no eres nada para mí, por lo tanto no sentiré culpa alguna al desollarte vivo. — Con su hombro golpeó el de Pierrot y, apartándolo a un lado con ese grosero gesto, se abrió camino dirigiéndose a la salida del comedor.
— En cuanto a ti Amanda... — Añadió al llegar a la puerta por la que había entrado, girando su rostro, únicamente lo suficiente para ver a Amanda de perfil. — Espero que estés contenta con tu nueva creación, y que sepa satisfacerte como la mujerzuela que eres. — De nueva cuenta no media sus palabras. El poder se le había subido a la cabeza, ignorando las consecuencias que le podía acarrear el hablarle de ese modo a la que lo había convertido y que por ende le debía un respeto. Pero Nigel no sentía respeto por nadie, en ocasiones ni siquiera por él mismo. Sin volverse nuevamente salió del comedor, cruzó la sala y luego de azotar la puerta principal finalmente llegó hasta el exterior, ignorando por completo al chofer del carruaje que lo había llevado hasta el Palacete. Y así, colérico como se encontraba por los recientes sucesos, se fundió con las sombras y empezó a idear una solución definitiva para su problema, uno que, por supuesto, tenía nombre y apellido, uno que no estaba dispuesto a compartir.
Una gran parte de Nigel aceptó la realidad de las cosas, mientras que otra diminuta le dijo que todo era mentira y, él, como el empecinado que era, se aferró a la segunda, entregándose por completo a uno de los tintes más lacerantes y desagradables de su ya acostumbrada irritante personalidad. La negación hizo acto de presencia.
— Yo no tengo hermanos. — Aseguró, y se esmeró en remarcar con una ronca voz cada silaba de cada palabra, y darle así un tono aún más gélido a su ya de por si cruel afirmación. Por primera vez miró a Pierrot a los ojos y reconoció algo de sí mismo en ellos, algo en lo que no quiso indagar y que prefirió ignorar desviando la mirada a los pocos minutos. — Es la estupidez más grande que he escuchado. — La blasfemia brotó de sus labios, tan letal como el veneno de una víbora, y miró esta vez a Amanda. Sus ojos inquisidores no podían dar crédito al plan tan maquiavélico que ella había llevado a cabo a sus espaldas. Su broma le pareció totalmente fuera de lugar. ¿Acaso estaba divirtiéndose a sus costillas? Se acercó a ella y la contemplo con ira, su actitud tan hipócrita lograba hacerle sentir asco, algo que nunca creyó poder sentir por su propia creadora.
— ¿Qué estás haciendo, Amanda? ¿Es así como le pagas a tu vástago la lealtad que te ha profesado? ¿Cómo pudiste mantener esto en secreto y qué pretendías revelándomelo de este modo? — De pronto había dejado de verla como una de las criaturas más ardientes sobre la faz de la tierra, de sentirse orgulloso por ser su creación, la primera y más reciente de ellas. Se sentía traicionado y, aunque no quisiera admitirlo, también dolido. Ahora tendría que alejarse para siempre de ella y pausar indefinidamente la vertiente de conocimientos que ella le proveía. — Eres una traidora, ¡UNA MALDITA TRAIDORA! — Dio un manotazo sobre la mesa y de un solo golpe tiró al piso el plato y la copa de los que anteriormente comía y bebía su hermano, quien al ver cómo la situación empeoraba, decidió tomar la palabra y hacerle saber a su gemelo cuales eran sus verdaderas intenciones. De ser otra la situación Nigel habría reído, se habría carcajeado en su cara sin el menor remordimiento, pero, en definitiva, esta no lo divertía en absoluto. Se dirigió entonces hasta Pierrot y por primera vez lo enfrentó cara a cara, posándose frente a él, a apenas unos escasos centímetros de su persona. Ver a los gemelos de ese modo era todo un espectáculo.
Nigel lo retó con la mirada, lo observó, o mejor dicho, lo barrió de arriba abajo con un gesto de disgusto impregnado en cincelado rostro. Sus vampíricos dones le permitieron escuchar con claridad como el corazón ajeno se aceleraba, como la saliva recorría insistentemente y con nerviosismo la garganta del que se presumía era su hermano. Era realmente peligroso que un vampiro neófito como Nigel estuviera tan cerca como estaba de un humano, mucho más teniendo en cuenta que se acababa de ganar su odio, que prefería que desapareciera del mapa. ¿Era realmente capaz de asesinar a sangre fría a su propio hermano el mismo día en que le había conocido? ¿Poseía tan poco corazón como para ignorar la súplica que este le hacía?
— ¿Y tú realmente me crees tan estúpido? — Habló, pero daba más la impresión de escupírselo en la cara. La vanidad de la que Nigel siempre había hecho alarde estaba mancillada. ¿Cómo podría ahora andar por la vida sintiéndose orgulloso de sí mismo, pavoneándose, sintiéndose único en el mundo? Imposible ahora que sabía con certeza lo contrario. — No me importa quién seas, jamás te aceptaré. — Acortó la poca distancia que los separaba y esta vez su aliento bañó el rostro de Pierrot; quería intimidarlo, alejarlo para siempre de su vida. — No te atrevas a acercarte a mi esposa o a mi hijo, te lo advierto. Si estás al tanto de lo que soy entonces sabrás de lo que soy capaz y seas quien seas no me tentaré el corazón. Tú no eres nada para mí, por lo tanto no sentiré culpa alguna al desollarte vivo. — Con su hombro golpeó el de Pierrot y, apartándolo a un lado con ese grosero gesto, se abrió camino dirigiéndose a la salida del comedor.
— En cuanto a ti Amanda... — Añadió al llegar a la puerta por la que había entrado, girando su rostro, únicamente lo suficiente para ver a Amanda de perfil. — Espero que estés contenta con tu nueva creación, y que sepa satisfacerte como la mujerzuela que eres. — De nueva cuenta no media sus palabras. El poder se le había subido a la cabeza, ignorando las consecuencias que le podía acarrear el hablarle de ese modo a la que lo había convertido y que por ende le debía un respeto. Pero Nigel no sentía respeto por nadie, en ocasiones ni siquiera por él mismo. Sin volverse nuevamente salió del comedor, cruzó la sala y luego de azotar la puerta principal finalmente llegó hasta el exterior, ignorando por completo al chofer del carruaje que lo había llevado hasta el Palacete. Y así, colérico como se encontraba por los recientes sucesos, se fundió con las sombras y empezó a idear una solución definitiva para su problema, uno que, por supuesto, tenía nombre y apellido, uno que no estaba dispuesto a compartir.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Fecha de inscripción : 11/01/2010
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Re: La vida no es lo que parece, es peor. | Privado.
La situación que había comenzado en cuanto les había dado la palabra a los dos hermanos para que dijeran lo que tuvieran que decirse me excluyó desde el momento en el que resultó claro que yo sobraba en aquel intercambio de palabras cuyo resultado me imaginaba, porque conocía a los gemelos lo suficiente para imaginarme cómo reaccionaría Pierrot y cómo exactamente lo haría Nigel. Por eso mismo, pese a que mi atención estaba puesta en ellos para evitar que mi neófito cometiera fratricidio, algo que no estaba dispuesta a consentirle después de lo que me había costado encontrar y educar a Pierrot para devolverle lo que era suyo, opté por no intervenir de ninguna manera, ni siquiera aunque la conversación acabara dirigiéndose hacia mí, y probablemente lo haría... Si no me citaban como fuente, en el caso de mi protegido, a la hora de descubrirle quién era su hermano y los pormenores de su vida, mi nombre saldría a colación en boca de Nigel para echarme en cara que lo había traicionado y todas esas estupideces de alguien con el orgullo herido, y Nigel de eso tenía bastante. Toda su vida había creído que era único, el mejor, por encima de todos los demás, y ese sentimiento se había intensificado al lograr vencer a mis reticencias iniciales y convertirse en vampiro, así que la bofetada que supondría ver que no solamente tenía un hermano sino que éste era idéntico a él sería, seguramente, demasiado para él, pero en vez de demostrarlo mostrándose tan herido como lo estaría optaría por atacar, como un animal acorralado, y ¿a quién mejor que a la responsable de haberlos juntado? No se me ocurría nadie que encajara mejor que yo en ser el depositario de su ira, y por eso mismo supe, con claridad meridiana antes incluso de que ocurriera, que lo pagaría conmigo... y así fue.
Todo transcurrió más o menos como lo había imaginado: Pierrot se mostró respetuoso porque deseaba que su hermano lo aceptara, Nigel pasó al ataque y no solamente le negó la posibilidad de compartir lo que era suyo y le pertenecía a su hermano por tener su apellido, sino que, encima, lo expulsó de su vida por completo, y como colofón me llamó zorra. Mi única reacción al respecto fue poner los ojos en blanco y suspirar, resignada, sin impedir por un momento que se fuera, puesto que era lo mejor que podía hacer para que no se caldearan tanto los ámbitos como desde su llegada lo habían hecho. Además, si pensaba que con ese insulto iba a conseguir herirme es que tenía una opinión de mí sumamente patética, puesto que me habían llamado cosas muchísimo peores que esa y mi coraza, en ese sentido, estaba hecha a prueba de tonterías de un neófito malcriado. En ese sentido, haber sido una esclava en mi vida humana podía considerarse una ventaja, puesto que ser tratada como un objeto durante tanto tiempo ponía el listón muy alto a la hora de encontrar cosas que me hirieran, y él definitivamente no lo hacía... Como mucho me decepcionaba, pero sabía que tarde o temprano volvería a sus cabales, puesto que siempre lo acababa haciendo... Y, si no, yo lo obligaría, ya que para algo era su creadora y tenía autoridad sobre él por mucho que pareciera que le dejaba total libertad a la hora de comportarse.
– Lo siento, Pierrot, pero te había avisado de que esta era una posibilidad. No es culpa tuya que tu hermano sea tan obtuso, pasa muchas veces cuando se ha estado acostumbrado a algo durante toda una vida y, de pronto, se produce un cambio de esta envergadura. Vuestro abuelo era el único, según tengo entendido, que lo mantenía firme, y una vez esa figura desapareció a Nigel se le subieron los humos y... en fin, tú lo has visto tan bien como lo he hecho yo. Como te he dicho, se le pasará, y si no lo hace sigues contando con mi apoyo. Piense lo que piense de mí, o incluso pienses tú lo que pienses sobre tu protectora, sigo teniendo el poder sobre él y no dudaré a la hora de ponerlo en su sitio si es necesario. – le dije, mirándolo de reojo y después alisándome el vestido, como si se hubiera arrugado en el período en el que había permanecido inmóvil, simplemente escuchando todas las lindezas que tenía que dedicarme Nigel Quartermane. Cualquiera se habría ofendido al ver la gratitud que le tenía a quien le había hecho el mayor regalo de toda su existencia, pero yo no era cualquiera por mucho que Nigel me lo hubiera llamado, así que al no regirme por las mismas normas que el resto no podía esperarse una reacción igual que la de los demás seres, demasiado predecibles a mi juicio.
Me acerqué a él con paso tranquilo, sin que pareciera que me hubiera influido lo acontecido porque, en realidad, tampoco lo había hecho lo suficiente para traer consigo un cambio de actitud significativo en la situación que nos encontrábamos él y yo, conmigo ofreciéndole cobijo y la protección que necesitara. Sabía que Nigel no tendría la menor consideración con su hermano, y que si quería quitarlo de en medio para no tener nadie con quien competir lo haría sin el menor miramiento, pero yo no lo permitiría, y eso era algo en lo que no había cambiado mi actitud, ni tampoco lo haría, puesto que desde el momento en el que lo había convertido en mi protegido defenderlo había estado implícito en mi actitud y en lo que haría respecto a él. Lo que, sin embargo, no había tenido en cuenta era que acabaría cogiéndole cierto cariño, el suficiente para que me preocupara el efecto de las palabras de su hermano en él, cuya coraza no era tan fuerte como lo era la mía. Además, en su caso las circunstancias eran más complicadas, puesto que no había dejado de anhelar que Nigel lo aceptara como la familia que era y el choque con la realidad, pese a que yo se lo había adelantado, sería duro, porque no estaba segura de que, en el fondo, me hubiera creído... Se dice que la esperanza es lo último que se pierde, y los supervivientes lo sabemos bien, así que no dejaba de entender que, pese a todo, necesitara un apoyo que me descubrí dándole al posar la mano en uno de sus hombros y apretar con suavidad, más recordándole que estaba ahí que buscando hacerle daño, aunque enseguida me aparté y finalicé el contacto.
– Si quieres un consejo, no intentes gustarle, dale tiempo para que te acepte y cuando deje de odiarte vuelve a intentarlo. Tienes cosas mejores que hacer que atender a las reacciones de un vampiro joven que se ha visto repentinamente desbordado por una situación que creía de su parte. Por Dios, si yo me preocupara por lo que él opina respecto a mí haría tiempo que me habría consumido. ¿Sabes lo agotador que es satisfacer sus expectativas o ser lo que él quiere que seas? Desde luego, no te recomiendo que lo intentes, porque tú lo tienes más difícil que nadie, y más cuando las aguas del río están tan revueltas. Apártalo de tu mente, mantén la cordura que él ha sido incapaz de tener dentro de su cabeza, y así harás un favor a los dos, incluso a mí. Y, si no puedes, al menos inténtalo... Sé egoísta por una vez, no tanto como lo es él pero sí más que normalmente. Puedes permitírtelo, lo llevas en la sangre a fin de cuentas, igual que muchas cosas que, espero, no lleves a la práctica. Puede que haya sido benevolente con él, pero te aseguro que no tolero la ingratitud. – concluí, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándolo aún con intensidad, intentando transmitirle mi apoyo... al tiempo que le transmitía la amenaza implícita en mis palabras, y que no era más que una declaración de intenciones, bastante obvia si se me conocía, pues ¿quién con un mínimo de orgullo toleraba algo así sin mayores consecuencias...? Nadie, y él sabía lo suficiente de mí para saber que pecaba de orgullosa en ciertos aspectos, así que mientras no tratara de aprovecharse de mí las cosas nos irían bien a ambos, sobre todo a él.
Todo transcurrió más o menos como lo había imaginado: Pierrot se mostró respetuoso porque deseaba que su hermano lo aceptara, Nigel pasó al ataque y no solamente le negó la posibilidad de compartir lo que era suyo y le pertenecía a su hermano por tener su apellido, sino que, encima, lo expulsó de su vida por completo, y como colofón me llamó zorra. Mi única reacción al respecto fue poner los ojos en blanco y suspirar, resignada, sin impedir por un momento que se fuera, puesto que era lo mejor que podía hacer para que no se caldearan tanto los ámbitos como desde su llegada lo habían hecho. Además, si pensaba que con ese insulto iba a conseguir herirme es que tenía una opinión de mí sumamente patética, puesto que me habían llamado cosas muchísimo peores que esa y mi coraza, en ese sentido, estaba hecha a prueba de tonterías de un neófito malcriado. En ese sentido, haber sido una esclava en mi vida humana podía considerarse una ventaja, puesto que ser tratada como un objeto durante tanto tiempo ponía el listón muy alto a la hora de encontrar cosas que me hirieran, y él definitivamente no lo hacía... Como mucho me decepcionaba, pero sabía que tarde o temprano volvería a sus cabales, puesto que siempre lo acababa haciendo... Y, si no, yo lo obligaría, ya que para algo era su creadora y tenía autoridad sobre él por mucho que pareciera que le dejaba total libertad a la hora de comportarse.
– Lo siento, Pierrot, pero te había avisado de que esta era una posibilidad. No es culpa tuya que tu hermano sea tan obtuso, pasa muchas veces cuando se ha estado acostumbrado a algo durante toda una vida y, de pronto, se produce un cambio de esta envergadura. Vuestro abuelo era el único, según tengo entendido, que lo mantenía firme, y una vez esa figura desapareció a Nigel se le subieron los humos y... en fin, tú lo has visto tan bien como lo he hecho yo. Como te he dicho, se le pasará, y si no lo hace sigues contando con mi apoyo. Piense lo que piense de mí, o incluso pienses tú lo que pienses sobre tu protectora, sigo teniendo el poder sobre él y no dudaré a la hora de ponerlo en su sitio si es necesario. – le dije, mirándolo de reojo y después alisándome el vestido, como si se hubiera arrugado en el período en el que había permanecido inmóvil, simplemente escuchando todas las lindezas que tenía que dedicarme Nigel Quartermane. Cualquiera se habría ofendido al ver la gratitud que le tenía a quien le había hecho el mayor regalo de toda su existencia, pero yo no era cualquiera por mucho que Nigel me lo hubiera llamado, así que al no regirme por las mismas normas que el resto no podía esperarse una reacción igual que la de los demás seres, demasiado predecibles a mi juicio.
Me acerqué a él con paso tranquilo, sin que pareciera que me hubiera influido lo acontecido porque, en realidad, tampoco lo había hecho lo suficiente para traer consigo un cambio de actitud significativo en la situación que nos encontrábamos él y yo, conmigo ofreciéndole cobijo y la protección que necesitara. Sabía que Nigel no tendría la menor consideración con su hermano, y que si quería quitarlo de en medio para no tener nadie con quien competir lo haría sin el menor miramiento, pero yo no lo permitiría, y eso era algo en lo que no había cambiado mi actitud, ni tampoco lo haría, puesto que desde el momento en el que lo había convertido en mi protegido defenderlo había estado implícito en mi actitud y en lo que haría respecto a él. Lo que, sin embargo, no había tenido en cuenta era que acabaría cogiéndole cierto cariño, el suficiente para que me preocupara el efecto de las palabras de su hermano en él, cuya coraza no era tan fuerte como lo era la mía. Además, en su caso las circunstancias eran más complicadas, puesto que no había dejado de anhelar que Nigel lo aceptara como la familia que era y el choque con la realidad, pese a que yo se lo había adelantado, sería duro, porque no estaba segura de que, en el fondo, me hubiera creído... Se dice que la esperanza es lo último que se pierde, y los supervivientes lo sabemos bien, así que no dejaba de entender que, pese a todo, necesitara un apoyo que me descubrí dándole al posar la mano en uno de sus hombros y apretar con suavidad, más recordándole que estaba ahí que buscando hacerle daño, aunque enseguida me aparté y finalicé el contacto.
– Si quieres un consejo, no intentes gustarle, dale tiempo para que te acepte y cuando deje de odiarte vuelve a intentarlo. Tienes cosas mejores que hacer que atender a las reacciones de un vampiro joven que se ha visto repentinamente desbordado por una situación que creía de su parte. Por Dios, si yo me preocupara por lo que él opina respecto a mí haría tiempo que me habría consumido. ¿Sabes lo agotador que es satisfacer sus expectativas o ser lo que él quiere que seas? Desde luego, no te recomiendo que lo intentes, porque tú lo tienes más difícil que nadie, y más cuando las aguas del río están tan revueltas. Apártalo de tu mente, mantén la cordura que él ha sido incapaz de tener dentro de su cabeza, y así harás un favor a los dos, incluso a mí. Y, si no puedes, al menos inténtalo... Sé egoísta por una vez, no tanto como lo es él pero sí más que normalmente. Puedes permitírtelo, lo llevas en la sangre a fin de cuentas, igual que muchas cosas que, espero, no lleves a la práctica. Puede que haya sido benevolente con él, pero te aseguro que no tolero la ingratitud. – concluí, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándolo aún con intensidad, intentando transmitirle mi apoyo... al tiempo que le transmitía la amenaza implícita en mis palabras, y que no era más que una declaración de intenciones, bastante obvia si se me conocía, pues ¿quién con un mínimo de orgullo toleraba algo así sin mayores consecuencias...? Nadie, y él sabía lo suficiente de mí para saber que pecaba de orgullosa en ciertos aspectos, así que mientras no tratara de aprovecharse de mí las cosas nos irían bien a ambos, sobre todo a él.
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