AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Atardecer en los callejones(Jîldael)
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Atardecer en los callejones(Jîldael)
Nereida se sentía increíblemente osada al caminar por aquellos callejones tan siniestros. Estaba claro que allí corría un peligro espantoso, cualquiera podría acorralarla, un bandido podría tratar de...hacerle daño sólo por su carita de ángel y sus límpidos ojos azules, pero eso a Nereida no le importaba lo más mínimo, pues estaba más que dispuesta a usar sus habilidades contra quién tratase de atacarla.
Es más, había osado venir por allí nada más que por eso, para enfrentarse a un nuevo reto. Si alguien la viese y le dijese que estaba loca, poco le importaría, pues ella solía hacer lo que le placía, y sabía como cómponerselas para que la respetasen.
Así que caminó con elegancia por aquellas calles durante aquel atardecer. El cielo estaba naranja y no había nadie por allí, aparte de algún que otro hombre que buscaba algo para sobrevivir y que no la había visto.
Nereida se puso a cantar algo en francés, su voz cristalina y dulce sonó por todo el callejón, aquello era como una descarada provocación, algo que la divertía sobremanera. Parecía una especie de aparición por aquel oscuro callejó, al menos así es como ella se imaginaba, y aquello la divertía sobremanera. Con una mano agarró la bolsita de sus pociones y con la otra se cogió un poco de la falda de su vestido rojo.
Era un poquitín más ajustado que el anterior...y de un color mucho más fuerte, lo que le seguía quedando bien, le daba un aspecto extraño, pero tampoco era uno de sus mejores vestidos precisamente.
Se metió por un callejón estrecho mientras seguía cantando y observó fijamente lo que había allí. Qué extraña era la pobreza...y qué triste.
Es más, había osado venir por allí nada más que por eso, para enfrentarse a un nuevo reto. Si alguien la viese y le dijese que estaba loca, poco le importaría, pues ella solía hacer lo que le placía, y sabía como cómponerselas para que la respetasen.
Así que caminó con elegancia por aquellas calles durante aquel atardecer. El cielo estaba naranja y no había nadie por allí, aparte de algún que otro hombre que buscaba algo para sobrevivir y que no la había visto.
Nereida se puso a cantar algo en francés, su voz cristalina y dulce sonó por todo el callejón, aquello era como una descarada provocación, algo que la divertía sobremanera. Parecía una especie de aparición por aquel oscuro callejó, al menos así es como ella se imaginaba, y aquello la divertía sobremanera. Con una mano agarró la bolsita de sus pociones y con la otra se cogió un poco de la falda de su vestido rojo.
Era un poquitín más ajustado que el anterior...y de un color mucho más fuerte, lo que le seguía quedando bien, le daba un aspecto extraño, pero tampoco era uno de sus mejores vestidos precisamente.
Se metió por un callejón estrecho mientras seguía cantando y observó fijamente lo que había allí. Qué extraña era la pobreza...y qué triste.
Última edición por Nereida Di Vaarsen el Lun Jul 09, 2012 12:33 pm, editado 1 vez
Nereida Di Vaarsen- Hechicero Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
"En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre."
Friedrich Nietzsche
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Charles miró los planos extendidos sobre la mesa por enésima vez, con la misma e intraducible expresión. El ceño fruncido decía que estaba muy lejos de ella y Jîldael simplemente no lo soportó:
– ¡Maldita sea mi suerte! – masculló al tiempo que arrugaba los planos – Llevo un año entero pensando en cómo violar la seguridad de Versalles... Hasta en Borgoña estaba más cerca de lograrlo que ahora... – la bola en que se había convertido los papeles fue a reunirse con otras siete de las mismas características, sin que ella mostrare arrepentimiento por su conducta infantil.
Charles se encogió de hombros; la conocía demasiado bien y sabía que disgustarse era perder el tiempo.
– Salid a pasear, Ama. Necesitáis despejaros un poco esa cabeza vuestra; mientras tanto, yo seguiré platicando con estos planos. ¿No pensáis que es mejor así? – le preguntó con una serena sonrisa en su rostro, al tiempo que se encaminaba al conjunto de papeles arrojados, dándole la espalda deliberadamente.
Jîldael le dedicó una mirada asesina, y azotó la puerta al salir, pero no le dijo nada; en el fondo, aunque su orgullo herido nunca lo aceptara, sabía que la única persona capaz de meterla en Versalles sin que nadie se enterase era Charles..., pero era tan engreído, viejo maldito... Jîldael tuvo que respirar muy pausadamente, pues esa conducta tan pasiva de su Mayordomo siempre terminaba por sacarla de sus casillas.
Estaba tan perdida en sus cavilaciones que cuando finalmente volvió a concentrarse en la calle frente a ella, se dio cuenta de que se había alejado de su casa, de que aquella zona, maloliente y mugrosa, distaba mucho de ser el elegante centro de París y que, en resumidas cuentas, se había perdido como la más incapaz e idiota mujer humana. Soltó un bufido furioso, más propio de su lado felino que de su intelecto humano. Estaba a punto de girar sobre sus talones cuando la olió a unos cuantos cientos de metros.
No era un olor penetrante, pero ella lo percibía con la misma claridad con que se aprecia la lluvia a través de un cristal. Y si de algo estaba segura era que ese olor desentonaba completamente con todos los otros olores. Y era que los suburbios miserables de París solían oler a pescado rancio, ropa sucia, cuerpos mugrientos, cabezas piojentas y sobre todo bocas malolientes... Pero ese olor... ese olor delataba a una aristócrata.
Era como un suave ramillete de violetas, matizado con gardenias y jazmines... Y, de pronto, vio algo más: la dueña de ese olor –porque tal delicadeza sólo podía pertenecer a una mujer– tenía ciertas capacidades, ciertos dones de los que el resto de los humanos no podía hacer gala. Jîldael tuvo el impulso de correr tras ella, pero entonces el aroma desapareció, ahogado por la pestilencia de los pobres y los enfermos que parecían todos morirse de tos.
No, aquel día no debió salir de su cama... y lo peor era que Charlie se lo había sugerido... ¿Acaso no era mejor quedarse en cama? Ella lo había mandado al carajo como siempre y había hecho lo que se le vino en gana, hasta que un maldito e inútil plano terminó por agotar la buena voluntad de Charles y con ella dando un paseo quién sabía en qué conventillo parisino.
Resignada y furiosa, a punto estuvo de volver a casa; no temía la soledad nocturna que empezaba a sumirlo todo en la penumbra. Para las señoritas humanas, quedarse allí era el pasaje directo a una violación y el posterior asesinato, pero ella, la joven Del Balzo tenía muchas sorpresas aún y casi estaba deseando que un maldito la tocara para poder desquitarse de tanta rabia acumulada..., pero entonces el olor volvió y Jîldael decidió que era momento de "cazar".
Por muchos recovecos siguió a la hembra humana que parecía divertirse a costa suya. La criatura era un ángel hecho mujer y, cuando la tuvo a dos pasos, comprendió que era apenas una adolescente vagando sin sentido. Se habría vuelto a casa, culpándose por ser tan estúpida, pero algo, más allá de su voluntad la impelió a seguir, a no soltar a su "presa". Y entonces le dio alcance.
En cuanto estuvo a dos pasos de ella, se abalanzó hacia adelante y la cogió fuertemente por un brazo, la giró con brusquedad y casi enterró su graciosa nariz en la cara de ella, pero a Jîldael no le importó nada, ni que la otra se asustara, o que gritase. Pasara lo que pasara, la Cambiaformas siempre ganaría.
– ¡Vos! – susurró entre dientes con desenfreno - ¡Vos sois la bruja que estoy buscando! – exclamó esperanzada.
Pero no alcanzó a decir ni explicar nada más, pues, de pronto en un instante apenas, sintió como si le hubieran partido la cara de un puñetazo... Entonces, las piernas se le doblaron, y todo cuanto la rodeaba fue absorbido por una obscuridad penetrante de la que ella, experta Cambiaformas, tampoco pudo escapar.
***
– ¡Maldita sea mi suerte! – masculló al tiempo que arrugaba los planos – Llevo un año entero pensando en cómo violar la seguridad de Versalles... Hasta en Borgoña estaba más cerca de lograrlo que ahora... – la bola en que se había convertido los papeles fue a reunirse con otras siete de las mismas características, sin que ella mostrare arrepentimiento por su conducta infantil.
Charles se encogió de hombros; la conocía demasiado bien y sabía que disgustarse era perder el tiempo.
– Salid a pasear, Ama. Necesitáis despejaros un poco esa cabeza vuestra; mientras tanto, yo seguiré platicando con estos planos. ¿No pensáis que es mejor así? – le preguntó con una serena sonrisa en su rostro, al tiempo que se encaminaba al conjunto de papeles arrojados, dándole la espalda deliberadamente.
Jîldael le dedicó una mirada asesina, y azotó la puerta al salir, pero no le dijo nada; en el fondo, aunque su orgullo herido nunca lo aceptara, sabía que la única persona capaz de meterla en Versalles sin que nadie se enterase era Charles..., pero era tan engreído, viejo maldito... Jîldael tuvo que respirar muy pausadamente, pues esa conducta tan pasiva de su Mayordomo siempre terminaba por sacarla de sus casillas.
Estaba tan perdida en sus cavilaciones que cuando finalmente volvió a concentrarse en la calle frente a ella, se dio cuenta de que se había alejado de su casa, de que aquella zona, maloliente y mugrosa, distaba mucho de ser el elegante centro de París y que, en resumidas cuentas, se había perdido como la más incapaz e idiota mujer humana. Soltó un bufido furioso, más propio de su lado felino que de su intelecto humano. Estaba a punto de girar sobre sus talones cuando la olió a unos cuantos cientos de metros.
No era un olor penetrante, pero ella lo percibía con la misma claridad con que se aprecia la lluvia a través de un cristal. Y si de algo estaba segura era que ese olor desentonaba completamente con todos los otros olores. Y era que los suburbios miserables de París solían oler a pescado rancio, ropa sucia, cuerpos mugrientos, cabezas piojentas y sobre todo bocas malolientes... Pero ese olor... ese olor delataba a una aristócrata.
Era como un suave ramillete de violetas, matizado con gardenias y jazmines... Y, de pronto, vio algo más: la dueña de ese olor –porque tal delicadeza sólo podía pertenecer a una mujer– tenía ciertas capacidades, ciertos dones de los que el resto de los humanos no podía hacer gala. Jîldael tuvo el impulso de correr tras ella, pero entonces el aroma desapareció, ahogado por la pestilencia de los pobres y los enfermos que parecían todos morirse de tos.
No, aquel día no debió salir de su cama... y lo peor era que Charlie se lo había sugerido... ¿Acaso no era mejor quedarse en cama? Ella lo había mandado al carajo como siempre y había hecho lo que se le vino en gana, hasta que un maldito e inútil plano terminó por agotar la buena voluntad de Charles y con ella dando un paseo quién sabía en qué conventillo parisino.
Resignada y furiosa, a punto estuvo de volver a casa; no temía la soledad nocturna que empezaba a sumirlo todo en la penumbra. Para las señoritas humanas, quedarse allí era el pasaje directo a una violación y el posterior asesinato, pero ella, la joven Del Balzo tenía muchas sorpresas aún y casi estaba deseando que un maldito la tocara para poder desquitarse de tanta rabia acumulada..., pero entonces el olor volvió y Jîldael decidió que era momento de "cazar".
Por muchos recovecos siguió a la hembra humana que parecía divertirse a costa suya. La criatura era un ángel hecho mujer y, cuando la tuvo a dos pasos, comprendió que era apenas una adolescente vagando sin sentido. Se habría vuelto a casa, culpándose por ser tan estúpida, pero algo, más allá de su voluntad la impelió a seguir, a no soltar a su "presa". Y entonces le dio alcance.
En cuanto estuvo a dos pasos de ella, se abalanzó hacia adelante y la cogió fuertemente por un brazo, la giró con brusquedad y casi enterró su graciosa nariz en la cara de ella, pero a Jîldael no le importó nada, ni que la otra se asustara, o que gritase. Pasara lo que pasara, la Cambiaformas siempre ganaría.
– ¡Vos! – susurró entre dientes con desenfreno - ¡Vos sois la bruja que estoy buscando! – exclamó esperanzada.
Pero no alcanzó a decir ni explicar nada más, pues, de pronto en un instante apenas, sintió como si le hubieran partido la cara de un puñetazo... Entonces, las piernas se le doblaron, y todo cuanto la rodeaba fue absorbido por una obscuridad penetrante de la que ella, experta Cambiaformas, tampoco pudo escapar.
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Última edición por Jîldael el Miér Ene 04, 2012 4:56 pm, editado 8 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
Nereida se había esperado bastantes cosas. Sabía que en lugar en el que se encontraba podría encontrarse muchas sorpresas, y de hecho estaba perfectamente preparada para ello. Más que preparada...se sentía completamente segura y poderosa, lo suficiente como para poder caminar por ahí sin peligro, como una diosa del Olympo.
Pero la joven jamás se habría podido imaginar que lo que se iba a encontrar es a una mujer que la cogería del brazo y que le diría con cierto grado de...no sabría cómo definirlo, pero era evidente que la necesitaba, tal como le había dicho, y el modo ése de presentarse la asustó...¿cómo se atrevía alguien a comportarse así con ella?
Así que decidió castigarla...era una desconocida, por lo que no tenía sentido hacerle nada demasiado grave, por lo menos no antes de saber algo más, pero quizás la atormentase...un poquitín. Averiguaría qué era lo que quería y luego vería lo que haría...así que soltando su sonrisa más encantadora y peligrosa, usó un hechizo.
Era un hechizo que no había usado muy a menudo, pero que echaba de menos, así que no pudo evitar ponerlo en práctica...un simple desvanecimiento, era como un telón, algo que a Nereida le encantaba, pues le daba la sensación de estar tirando del telón. Observó como la joven se derrumbada con ojos fríos.
Esperó un ratito, apenas nada, y entonces decidió levantar el hechizo. Esperó con paciencia que la joven abriese los ojos, para luego decirle:
-¿Se puede saber para qué me necesitas? Me has dado un susto de muerte...-dije sin parecer asustada, sólo un poco enfadada. Un poquitín, porque estaba fingiendo, aunque la verdad es que Nereida sentía algo de curiosidad...
Más de la que quería admitir. Incluso sonrió de forma encantadora, con aquella sonrisa tan falsa que al mismo tiempo parecía tan verdadera.
Off: Siento la tardanza en responder, he estado algo ocupada con la vuelta a clase, y algo cansada, pero ya estoy mejor así que responderé más rápido. Muuuuuuuuuuuuucho más rápido, ya lo verás.
Pero la joven jamás se habría podido imaginar que lo que se iba a encontrar es a una mujer que la cogería del brazo y que le diría con cierto grado de...no sabría cómo definirlo, pero era evidente que la necesitaba, tal como le había dicho, y el modo ése de presentarse la asustó...¿cómo se atrevía alguien a comportarse así con ella?
Así que decidió castigarla...era una desconocida, por lo que no tenía sentido hacerle nada demasiado grave, por lo menos no antes de saber algo más, pero quizás la atormentase...un poquitín. Averiguaría qué era lo que quería y luego vería lo que haría...así que soltando su sonrisa más encantadora y peligrosa, usó un hechizo.
Era un hechizo que no había usado muy a menudo, pero que echaba de menos, así que no pudo evitar ponerlo en práctica...un simple desvanecimiento, era como un telón, algo que a Nereida le encantaba, pues le daba la sensación de estar tirando del telón. Observó como la joven se derrumbada con ojos fríos.
Esperó un ratito, apenas nada, y entonces decidió levantar el hechizo. Esperó con paciencia que la joven abriese los ojos, para luego decirle:
-¿Se puede saber para qué me necesitas? Me has dado un susto de muerte...-dije sin parecer asustada, sólo un poco enfadada. Un poquitín, porque estaba fingiendo, aunque la verdad es que Nereida sentía algo de curiosidad...
Más de la que quería admitir. Incluso sonrió de forma encantadora, con aquella sonrisa tan falsa que al mismo tiempo parecía tan verdadera.
Off: Siento la tardanza en responder, he estado algo ocupada con la vuelta a clase, y algo cansada, pero ya estoy mejor así que responderé más rápido. Muuuuuuuuuuuuucho más rápido, ya lo verás.
Nereida Di Vaarsen- Hechicero Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
"La ira ofusca la mente, pero hace transparente el corazón."
Nicolás Tommaseo
Nicolás Tommaseo
El sol de las tres de la tarde quemaba intensamente, pero a Jîldael no le importó. Su padre podría no amarla, pero siempre cumplía sus promesas y le había prometido traerle una yegua alazana de regalo de cumpleaños. Muy pronto dos siluetas equinas se dibujaron en el horizonte y ella supo que recibiría lo que tanto anhelaba..., pero mucho antes de poder tocar a su yegua, todo se obscureció y se redujo a la inquietante sensación de haberse caído en agua estancada y ella no podía pensar en nada más que en ese olor nauseabundo que finalmente la devolvió a la realidad...
Algo desorientada, miró a su alrededor sin comprender realmente qué había sucedido, o por qué su padre no había llegado a darle su regalo. Poco a poco, su cabeza empezó a conectarse con todo lo que la rodeaba, el bullicio de la gente, el olor de esos callejones miserables que era lo que finalmente la despertó y... la chiquilla que la miraba con aire superior. Cuando sus miradas se cruzaron, Jîldael recordó todo con absoluta claridad y tuvo que reprimir el impulso de saltarle al cuello... Y era que había sido un sueño tan bonito...
– ¿Se puede saber para qué me necesitas? Me has dado un susto de muerte... – le espetó la extraña.
¿Susto de muerte? Jîldael soltó una carcajada irónica y furiosa; ¿esa mocosa le reclamaba a ella cuando ella había terminado inconsciente? Había que tener la cara para ser tan desvergonzada.
– Sólo grité un poco... Vos me atacasteis; de las dos creo que la peligrosa no soy yo. – respondió altiva, al tiempo que se ponía de pie y trataba de recomponer su vestuario, con un evidente dejo de tristeza – Era mi traje favorito y ahora tendré que arrojarlo a la hoguera. – musitó más para sí misma que para la persona frente a ella.
Durante un buen rato, se dedicó a corregir su aspecto, del mismo modo en que el gato se asea para olvidar la humillación de la derrota. La joven Del Balzo supo, en esos instantes en que fingía introspección, que la chiquilla frente a ella era tan peligrosa como esos recién estrenados Cazadores, que hacían fama y fortuna a costa de personas como ella y como Charles; no debería nunca darle la espalda, o podría resultarle fatal..., pero la necesitaba y tendría que encontrar la manera de que la otra respetase el pacto que le ofrecería... ¿Pero a cambio de qué? ¿Qué podría ofrecer a una bruja cuyos poderes le asegurarían todo cuando desease sin el menor esfuerzo? ¿Por qué Charles nunca estaba cuando ella realmente lo necesitaba? Suspiró una vez más y devolvió su atención a la jovencita frente a ella, clavando su mirada verde y miel directo sobre la mirada angelical que la otra le ofrecía:
– Me llamo Valerie... – por un microsegundo, no supo qué apellido dar, pero sobre la marcha se decidió a convertirse en hija de Charles – Valerie Noir... Mirad, la historia es demasiado larga para resumirla en una calleja como ésta en donde no confío ni en mi propia sombra; la idea central es que necesito entrar en el palacio de Versalles sin que me descubran y me he dado cuenta de que no lo conseguiré con los métodos comunes. Pienso que vos podéis ayudarme dado que... – se acercó mucho a ella, para que nadie más las oyera; pero entonces una descarga eléctrica la sacudió y tuvo la certeza de que a la chica le ocurrió lo mismo: se conocían de alguna parte, de algún lejano lugar, aunque no podía precisar ni el cómo ni el dónde... era como un olor, como una idea borrosa, pero cierta y definitiva y todo lo que quiso decir murió en sus labios – Os conozco de antes, puedo jurarlo, pero no sé de dónde... y si tengo razón, no es prudente que sigamos esta plática en la calle. Os pido que me deis crédito y me sigáis, a dos cuadras en este mismo callejón, alguien de mi confianza nos prestará sus paredes y os puedo jurar que son las únicas paredes en toda París en que no existen más oídos que los que estén dentro de ellas. ¿Venís conmigo entonces? –
Jîldael no sabía el nombre de ella, ni su procedencia, ni sus intenciones, pero sí sabía las únicas tres cosas que necesitaba:
Esa joven frente a ella no le agradaba en lo más absoluto.
Tampoco confiaba en ella.
Pero se conocían de alguna parte... y se necesitaban mutuamente, como el desierto necesita del oasis.
***
Off: No te preocupes, querida Nereida, a veces el estudio o el trabajo (en mi caso) suelen quitarnos el tiempo para los placeres y lo comprendo perfectamente. Mientras estés a gusto con el rol, todo lo demás se arregla en el camino. Por cierto, si algo no te parece bien, puedes comentarme por MP así nos aseguramos de que las dos disfrutemos de la historia. Cariños, J.
Última edición por Jîldael el Miér Ene 04, 2012 5:07 pm, editado 3 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
Nereida no se lo podía creer, no señoras y señores...¡no se lo podía creer! Tenía que aclararse muchas cosas, porque aquello...aunque no lo admitiese, la había condido un poco.
Cuando "Valerie" se acercó a ella sintió una descarga eléctrica que la cogió por sorpresa. Sin duda, conocía a aquella chica de antes, pero...¿de dónde? Nereida no lo sabía, pero aquello le dio crédito a las palabras de Valerie. No sabía por qué, pero de alguna forma le parecía que lo que decía era cierto, que la necesitaba de alguna forma...
Nereida podía pasar por una persona escéptica, pero desde siempre había creído en vidas anteriores, como quién cree en Dios, o en el Sol, o incluso en las Estrellas.
O en Marloh.
¿Se iría con ella? Parecía una idea bastante arriesgada, aquella joven no le agradaba demasiado, pero tenía curiosidad...aún así aquello le atacaba un poco los nervios.
Pero eso es algo que jamás de los jamases mostraría.
¿La ayudaría? Sintió el impulso de decirle que no y volver a embrujarla con el conjuro de antes, pero primero tenía qué saber qué era lo que quería exactamente, el por qué quería entrar en el palacio de Versalles de esa forma, con mi ayuda. Desde luego tenía razón, no iba a ser capaz de entrar mediante los métodos comunes, Nereida sabía perfectamente que aquello estaba muy bien vigilado...
Así que tenía que pensar muy bien lo que haría. Tal vez esperase un poco más antes de decirle que no, Nereida tenía curiosidad, y no le gustaba nada quedase con ese gusanillo, así que finalmente decidió que la acompañaría hacia dónde quisiera llevarla. Tal vez si se enteraba de todo el asunto podría chantajearla, o jugar con ella, o algo...
Y quizás la ayudase si le resultaba interesante o para su propio beneficio...o quizás no. Aquella podría presentarse como una noche muy interesante, sin duda.
Nereida sonrió ampliamente, con su sonrisa más dulce y peligrosa, y le dijo:
-No podía hacer otra cosa estando en un callejón como éste. Bien podríais haber sido un bandido, o alguién más peligroso...tal vez sea así, o no, no lo sé, aunque tampoco sé si tenéis razón o no...pero aún así-ni siquiera mencionó lo del vestido-tal vez podría acompañaros...pero eso no garantiza que vaya a ayudaros o no...porque...¿qué incentivo tengo? ¿Y qué podría ganar yo con ésto, sobre todo?-ésa era la parte del asunto que más interesaba a Nereida.-Pero creo que os acompañaré...tengo curiosidad por saber toda la historia antes de decidir si os ayudo o no. Pero no hacéis mal en confiar...puedo hacer bastantes cosas...-y ésto no lo decía por pura vanidad, que no le faltaba, por supuesto, lo decía también porque la joven sabía muy bien que podría hacerlo, que había aprendido mucho en poco tiempo...
Cuando "Valerie" se acercó a ella sintió una descarga eléctrica que la cogió por sorpresa. Sin duda, conocía a aquella chica de antes, pero...¿de dónde? Nereida no lo sabía, pero aquello le dio crédito a las palabras de Valerie. No sabía por qué, pero de alguna forma le parecía que lo que decía era cierto, que la necesitaba de alguna forma...
Nereida podía pasar por una persona escéptica, pero desde siempre había creído en vidas anteriores, como quién cree en Dios, o en el Sol, o incluso en las Estrellas.
O en Marloh.
¿Se iría con ella? Parecía una idea bastante arriesgada, aquella joven no le agradaba demasiado, pero tenía curiosidad...aún así aquello le atacaba un poco los nervios.
Pero eso es algo que jamás de los jamases mostraría.
¿La ayudaría? Sintió el impulso de decirle que no y volver a embrujarla con el conjuro de antes, pero primero tenía qué saber qué era lo que quería exactamente, el por qué quería entrar en el palacio de Versalles de esa forma, con mi ayuda. Desde luego tenía razón, no iba a ser capaz de entrar mediante los métodos comunes, Nereida sabía perfectamente que aquello estaba muy bien vigilado...
Así que tenía que pensar muy bien lo que haría. Tal vez esperase un poco más antes de decirle que no, Nereida tenía curiosidad, y no le gustaba nada quedase con ese gusanillo, así que finalmente decidió que la acompañaría hacia dónde quisiera llevarla. Tal vez si se enteraba de todo el asunto podría chantajearla, o jugar con ella, o algo...
Y quizás la ayudase si le resultaba interesante o para su propio beneficio...o quizás no. Aquella podría presentarse como una noche muy interesante, sin duda.
Nereida sonrió ampliamente, con su sonrisa más dulce y peligrosa, y le dijo:
-No podía hacer otra cosa estando en un callejón como éste. Bien podríais haber sido un bandido, o alguién más peligroso...tal vez sea así, o no, no lo sé, aunque tampoco sé si tenéis razón o no...pero aún así-ni siquiera mencionó lo del vestido-tal vez podría acompañaros...pero eso no garantiza que vaya a ayudaros o no...porque...¿qué incentivo tengo? ¿Y qué podría ganar yo con ésto, sobre todo?-ésa era la parte del asunto que más interesaba a Nereida.-Pero creo que os acompañaré...tengo curiosidad por saber toda la historia antes de decidir si os ayudo o no. Pero no hacéis mal en confiar...puedo hacer bastantes cosas...-y ésto no lo decía por pura vanidad, que no le faltaba, por supuesto, lo decía también porque la joven sabía muy bien que podría hacerlo, que había aprendido mucho en poco tiempo...
Nereida Di Vaarsen- Hechicero Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
"La desconfianza es madre de la seguridad."
Aristófanes
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La disculpa de la chica era realmente mala, pues con aquellos suntuosos ropajes, era imposible confundir a Jîldael con un bandido, pero se decidió a obviar aquellas falsas palabras. Pero lo que no podía dejar pasar era el nombre de la otra; era cierto que ella misma había mentido, pero al menos estaba tratando de avanzar. Sin embargo, la bruja parecía disfrutar con el velo de misterio que dejaba caer a su alrededor.
– No ofrezco tratos a quien no da su nombre – la miró fijamente, sabiendo que de todos modos la llevaría con Paulette, pues tal parecía que un lazo más antiguo que ella la obligaba a conectarse con la bruja frente a sí –, pero tal parece que vos seréis la excepción de mi regla. Por aquí, por favor. – agregó, al tiempo que se abría paso entre la muchedumbre.
Con paso rápido y felino la Del Balzo se dirigió por entre las callejas inmundas, sin dar oportunidad a ningún extraño de poder seguirle el ritmo y si algún enemigo la perseguía, ya muy pronto de seguro que le perdería la pista. Sabía que su interlocutora iba tras de sí, mientras, en todo el trayecto se cuestionó seriamente si estaba haciendo lo correcto al hacer caso de un impulso de su animal instinto. Si confiaba en su mentor (y la única persona en que ella confiaba era Charles), entonces estaba en buen camino; sólo esperaba que la extraña no fuera la excepción en la regla de su mayordomo.
De pronto, y casi sin darse cuenta, una ráfaga de aire fresco la invadió repentinamente y supo que estaba al final del callejón y muy cerca de la casa de Paulette, la panadera; muchas veces, Jîldael insistió en que la anciana se cambiase de hogar a uno más limpio y confortable, pero la buena mujer nunca lo aceptó; ella había nacido pobre y había decidido morirse pobre y nada la haría cambiar de opinión. Sin embargo, Jîldael sentía un profundo e inexplicable respeto por esa villana pueblerina que, pese a toda la inmundicia que la rodeaba, siempre lograba hacer que el miserable cuartucho oliera a gardenias recién cortadas. Sonrió, contenta de sentirse en terreno seguro, mientras extraía una llavecita que le abría paso a la sencilla e impecable habitación.
– Adelante, por favor, sois bienvenida. – dijo Jîldael, con el decoro aprendido en los años de corte; cerró con cuidado y se perdió en el interior del lugar, por unos instantes, para pedirle a Paulette dos cafés y dos rebanadas de pan blanco, luego de lo cual volvió con presteza al cuarto de entrada – Tomad asiento, por favor, pues mi historia es larga. – le indicó a lo que la joven frente a ella asintió con la misma elegancia propia de su clase – Resumiendo (pues aún no estoy segura de hacer bien confiando en vos), mi padre fue asesinado a traición y yo declarada muerta para evitar que nuestros enemigos insistiesen en cobrar también mi vida. Ello ha provocado que perdiese la mitad de la fortuna familiar y, lo que es peor aún, que nuestra Casa fuera declarada extinta.
”Por averiguaciones posteriores, sé que los asesinos de mi padre ahora confabulan contra el Rey y yo he decidido desenmascararles, primero para vengar la muerte de mi padre y, segundo, para que, salvando la vida del Rey, el abolengo de mi familia sea restaurado... Pero no puedo hacer nada de ello desde el anonimato que estoy forzada a mantener.
”Ése es el motivo por el cual necesito entrar a Versalles sin ser reconocida. Se dice que soy el vivo retrato de mi madre y si me dejase ver por medios convencionales, mis enemigos no tardarían en reconocerme y matarme y entonces ya nadie podría prevenir al Rey.
”Después de mucho pensarlo, he concluido que el único camino para lograr mi cometido son las artes oscuras; necesito de un brujo talentoso que pueda confundir a mis enemigos, que me enseñe a burlar la seguridad del Palacio y, sobre todo, que pueda enseñarme a espiar sin ser descubierta. – hizo una pausa para que la muchacha pudiera sopesar la poca información que le había dado y tomase una decisión sin hacer preguntas todavía – Por lo que si no sois vos la persona indicada, tal vez, al menos, podáis indicarme de alguien que sí pueda llevar esa tarea a buen puerto. – agregó, sabiendo que esas palabras tocarían el orgullo de la bruja y que la comprometerían con su causa.
Pero eso era sólo una parte del enorme rompecabezas frente a ella... Todavía había otra cuestión, más compleja y profunda... ¿Quién era esa muchacha? ¿Por qué sentía que la conocía de antes, como a su propia mano? Tuvo una especie de trance en esos segundos en que el silencio llenó la humilde sala y fue como si un torbellino de imágenes, de sonidos y sentimientos la envolviese, aislándola del mundo...
Pero entonces todo desapareció y estaban en aquel miserable cuartucho mirándose ambas como las extrañas que eran, sin quitarse los ojos de encima y sin dejar que la otra invadiese su cabeza
– Vos sois Nereida, ¿verdad?... – preguntó, como si fuera una acusación, pero no esperó la respuesta – ¿Qué pensaríais si os dijera que alguna vez antes, quién sabe cuándo, vos y yo fuimos madre e hija? –
***
– No ofrezco tratos a quien no da su nombre – la miró fijamente, sabiendo que de todos modos la llevaría con Paulette, pues tal parecía que un lazo más antiguo que ella la obligaba a conectarse con la bruja frente a sí –, pero tal parece que vos seréis la excepción de mi regla. Por aquí, por favor. – agregó, al tiempo que se abría paso entre la muchedumbre.
Con paso rápido y felino la Del Balzo se dirigió por entre las callejas inmundas, sin dar oportunidad a ningún extraño de poder seguirle el ritmo y si algún enemigo la perseguía, ya muy pronto de seguro que le perdería la pista. Sabía que su interlocutora iba tras de sí, mientras, en todo el trayecto se cuestionó seriamente si estaba haciendo lo correcto al hacer caso de un impulso de su animal instinto. Si confiaba en su mentor (y la única persona en que ella confiaba era Charles), entonces estaba en buen camino; sólo esperaba que la extraña no fuera la excepción en la regla de su mayordomo.
De pronto, y casi sin darse cuenta, una ráfaga de aire fresco la invadió repentinamente y supo que estaba al final del callejón y muy cerca de la casa de Paulette, la panadera; muchas veces, Jîldael insistió en que la anciana se cambiase de hogar a uno más limpio y confortable, pero la buena mujer nunca lo aceptó; ella había nacido pobre y había decidido morirse pobre y nada la haría cambiar de opinión. Sin embargo, Jîldael sentía un profundo e inexplicable respeto por esa villana pueblerina que, pese a toda la inmundicia que la rodeaba, siempre lograba hacer que el miserable cuartucho oliera a gardenias recién cortadas. Sonrió, contenta de sentirse en terreno seguro, mientras extraía una llavecita que le abría paso a la sencilla e impecable habitación.
– Adelante, por favor, sois bienvenida. – dijo Jîldael, con el decoro aprendido en los años de corte; cerró con cuidado y se perdió en el interior del lugar, por unos instantes, para pedirle a Paulette dos cafés y dos rebanadas de pan blanco, luego de lo cual volvió con presteza al cuarto de entrada – Tomad asiento, por favor, pues mi historia es larga. – le indicó a lo que la joven frente a ella asintió con la misma elegancia propia de su clase – Resumiendo (pues aún no estoy segura de hacer bien confiando en vos), mi padre fue asesinado a traición y yo declarada muerta para evitar que nuestros enemigos insistiesen en cobrar también mi vida. Ello ha provocado que perdiese la mitad de la fortuna familiar y, lo que es peor aún, que nuestra Casa fuera declarada extinta.
”Por averiguaciones posteriores, sé que los asesinos de mi padre ahora confabulan contra el Rey y yo he decidido desenmascararles, primero para vengar la muerte de mi padre y, segundo, para que, salvando la vida del Rey, el abolengo de mi familia sea restaurado... Pero no puedo hacer nada de ello desde el anonimato que estoy forzada a mantener.
”Ése es el motivo por el cual necesito entrar a Versalles sin ser reconocida. Se dice que soy el vivo retrato de mi madre y si me dejase ver por medios convencionales, mis enemigos no tardarían en reconocerme y matarme y entonces ya nadie podría prevenir al Rey.
”Después de mucho pensarlo, he concluido que el único camino para lograr mi cometido son las artes oscuras; necesito de un brujo talentoso que pueda confundir a mis enemigos, que me enseñe a burlar la seguridad del Palacio y, sobre todo, que pueda enseñarme a espiar sin ser descubierta. – hizo una pausa para que la muchacha pudiera sopesar la poca información que le había dado y tomase una decisión sin hacer preguntas todavía – Por lo que si no sois vos la persona indicada, tal vez, al menos, podáis indicarme de alguien que sí pueda llevar esa tarea a buen puerto. – agregó, sabiendo que esas palabras tocarían el orgullo de la bruja y que la comprometerían con su causa.
Pero eso era sólo una parte del enorme rompecabezas frente a ella... Todavía había otra cuestión, más compleja y profunda... ¿Quién era esa muchacha? ¿Por qué sentía que la conocía de antes, como a su propia mano? Tuvo una especie de trance en esos segundos en que el silencio llenó la humilde sala y fue como si un torbellino de imágenes, de sonidos y sentimientos la envolviese, aislándola del mundo...
Risas, un cielo azul, intenso, flores cayéndole encima y... ella... Nereida, apoyando su cabeza en el regazo de Jîldael, al tiempo que le dedicaba una cálida y amante sonrisa... Nereida, mi querida Nereida...
Pero entonces todo desapareció y estaban en aquel miserable cuartucho mirándose ambas como las extrañas que eran, sin quitarse los ojos de encima y sin dejar que la otra invadiese su cabeza
– Vos sois Nereida, ¿verdad?... – preguntó, como si fuera una acusación, pero no esperó la respuesta – ¿Qué pensaríais si os dijera que alguna vez antes, quién sabe cuándo, vos y yo fuimos madre e hija? –
***
Última edición por Jîldael el Miér Ene 04, 2012 5:08 pm, editado 3 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
Nereida siguió a Jidail sin decir ni una palabra más, contemplando con curiosidad todo cuánto había a su alrededor. Era bastante más interesante de lo que se hubiese esperado, la verdad, aunque seguía preguntándose con cierta insistencia qué era lo que se iba a encontrar. Por ahora estaba contemplando con cierta curiosidad todo lo que había a su alrededor. Las calles seguían siendo pobres, habían por ahí algunas personas que ni se fijaron en ellas, pero sobre todo seguía haciéndose de noche.
Ya estaba haciéndose de noche cuando estaba ella de camino hacia allí, hacia aquellos callejones, por lo que ya era completamente de noche para cuando llegaron a la mansión de Jídail.
Tenía que admitir que tenía cierto buen gusto en lo bonita que era la casa, en sus adornos, en todo lo demás también...pero trató de no encontrar demasiadas cosas de su gusto. A Nereida le gustaban pocas cosas, y también las cosas que ella misma decidía que no le gustaban, y más en momentos como aquel.
De todos modos no era momento de preocuparse por esas cosas.
Observó durante unos pocos segundos al mayordomo y a la criada. No le gustó nada de nada la expresión del mayordomo, le cayó mal nada más verlo, pues le recordaba cosas que ella no quería recordar.
Y cuando se sentó y recibió el panecillo despidió a la criada con una fría sonrisa, cosa que solía hacer con todos sus criados.
Después de aquello escuchó atentamente lo que le contó Jídail, como si temiese perder algún detalle.
Al principio no supo cómo reaccionar, ni lo que opinaba de aquello. Le pareció una soberana locura al principio, ya que burlar la vigilancia de aquellos era algo bastante peligroso. No es que no supiese hacerlo, al contrario, Nereida había ya clasificado mentalmente tres cosas que se podía hacer para aquello, cosas que convirtetirían aquella aventura casi en un juego. Eso, junto con sus artes de la dominación, bastarían y sobrarían.
Pero había algo que no sabía explicar...
Así que cuando terminó su historia dijo:
-Pues bueno, no me importaría hacerlo, tengo que admitir que me parece un trabajo bastante interesante. Tengo varias cosas que podrían ser de bastante utilidad...-dijo sonriéndole de forma encantadora. Era una de sus sonrisas falsas, que no harían efecto en ella de todas formas pero aún así...-pero claro, no lo voy a hacer gratis. Estas cosas tienen un precio...
Calló durante un rato, para dejarla pensar, o esperando a que le preguntase el "precio", pero entonces ella le mencionó la posibilidad de las vidas anteriores, y aquello sí que la pilló desprevenida. Cierto que Nereida creía en las vidas anteriores como en el sol y en las estrellas, mucho más que en Dios...pero que ellas hubiesen sido madre e hija...se le había antojado muy difícil, casi imposible.
Durante unos segundos, o quizás minutos, dejó atrás su fachada y miró a la joven con sorpresa, abriendo mucho los ojos y con las manos apolladas en su asiento, cerca de su espalda.
Luego, tratando de recuperar la compostura, dijo:
-No creo yo que eso sea...
Pero antes de que lograse decir nada una rápida imagen se cruzó por su cabeza...
Una mujer y una niña...y cierta sensación de paz, algo que no había sentido hacía mucho tiempo...¡pero parecía todo tan lejano, tan extraño y rápido....!
Cuando se fue esa imagen sintió cierto...dolor de cabeza. Y sonriendo levemente, dijo:
-No lo sé. La vida da muchas vueltas. O quizás podría haber sido de otra forma, ¿acaso existiría la forma de averigüarlo?
Ya estaba haciéndose de noche cuando estaba ella de camino hacia allí, hacia aquellos callejones, por lo que ya era completamente de noche para cuando llegaron a la mansión de Jídail.
Tenía que admitir que tenía cierto buen gusto en lo bonita que era la casa, en sus adornos, en todo lo demás también...pero trató de no encontrar demasiadas cosas de su gusto. A Nereida le gustaban pocas cosas, y también las cosas que ella misma decidía que no le gustaban, y más en momentos como aquel.
De todos modos no era momento de preocuparse por esas cosas.
Observó durante unos pocos segundos al mayordomo y a la criada. No le gustó nada de nada la expresión del mayordomo, le cayó mal nada más verlo, pues le recordaba cosas que ella no quería recordar.
Y cuando se sentó y recibió el panecillo despidió a la criada con una fría sonrisa, cosa que solía hacer con todos sus criados.
Después de aquello escuchó atentamente lo que le contó Jídail, como si temiese perder algún detalle.
Al principio no supo cómo reaccionar, ni lo que opinaba de aquello. Le pareció una soberana locura al principio, ya que burlar la vigilancia de aquellos era algo bastante peligroso. No es que no supiese hacerlo, al contrario, Nereida había ya clasificado mentalmente tres cosas que se podía hacer para aquello, cosas que convirtetirían aquella aventura casi en un juego. Eso, junto con sus artes de la dominación, bastarían y sobrarían.
Pero había algo que no sabía explicar...
Así que cuando terminó su historia dijo:
-Pues bueno, no me importaría hacerlo, tengo que admitir que me parece un trabajo bastante interesante. Tengo varias cosas que podrían ser de bastante utilidad...-dijo sonriéndole de forma encantadora. Era una de sus sonrisas falsas, que no harían efecto en ella de todas formas pero aún así...-pero claro, no lo voy a hacer gratis. Estas cosas tienen un precio...
Calló durante un rato, para dejarla pensar, o esperando a que le preguntase el "precio", pero entonces ella le mencionó la posibilidad de las vidas anteriores, y aquello sí que la pilló desprevenida. Cierto que Nereida creía en las vidas anteriores como en el sol y en las estrellas, mucho más que en Dios...pero que ellas hubiesen sido madre e hija...se le había antojado muy difícil, casi imposible.
Durante unos segundos, o quizás minutos, dejó atrás su fachada y miró a la joven con sorpresa, abriendo mucho los ojos y con las manos apolladas en su asiento, cerca de su espalda.
Luego, tratando de recuperar la compostura, dijo:
-No creo yo que eso sea...
Pero antes de que lograse decir nada una rápida imagen se cruzó por su cabeza...
Una mujer y una niña...y cierta sensación de paz, algo que no había sentido hacía mucho tiempo...¡pero parecía todo tan lejano, tan extraño y rápido....!
Cuando se fue esa imagen sintió cierto...dolor de cabeza. Y sonriendo levemente, dijo:
-No lo sé. La vida da muchas vueltas. O quizás podría haber sido de otra forma, ¿acaso existiría la forma de averigüarlo?
Nereida Di Vaarsen- Hechicero Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y, de pronto, toda nuestra vida se concentra en un solo instante."
Oscar Wilde
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Cuando el silencio se hizo entre ellas y Jîldael cayó en la cuenta de que la bruja pensaba que aquella sencilla morada era su hogar, no pudo evitar la risa condescendiente:
– ¿Vos realmente creéis que YO VIVO AQUÍ? – le preguntó con un desdén imposible de desmentir, justo en el momento en que Paulette les traía su encargo y nada pesó más en el corazón de la Cambiaformas que la tristeza ofendida de la viejecita que, humilde, siempre la protegía en ese miserable cuartucho – Yo..., yo no... –la voz le tembló, avergonzada, pero fue incapaz de hilar una frase coherente.
– Mi Señora, no tenéis nada que explicarme, pues conozco vuestro corazón y, aunque estáis llena de bondad, siempre habéis tenido una lengua demasiado filosa. – rio Paulette, al cabo de unos instantes, mientras le plantaba un beso en la mejilla – Disfrutad del té, Ama; ésta podrá ser una pocilga, pero siempre habrá té de jazmines y pan blanco para vos. –agregó y, junto con una cálida reverencia, la anciana se retiró del lugar.
Aún cuando sus palabras fueron generosas y despojadas de toda rencorosa ironía, no lograron aquietar el corazón de la Cambiaformas, quien dedicó una mirada poco amistosa a la bruja:
– No vivo aquí. – repitió con tono seco – No os llevaré a mi verdadero hogar porque aún no confío en vos, así que dejad de admirar un lugar que sólo nos ofrece cobijo al paso. – agregó sin emoción, mientras se inclinaba sobre la bandeja de madera y preparaba las dos tazas de té, luego de lo cual, alcanzó una de ellas a Nereida; el involuntario roce de sus manos hizo que las dos jóvenes se estremecieran al mismo tiempo, pero ninguna dijo nada y tal parecía que Nereida aún dudaba de sus sentidas palabras sobre aquella vida pasada; por su parte, Jîldael prefirió obviar aquella cuestión y, por el contrario, concentrarse en un tema mucho más cercano: Versalles.
Cuando Nereida hizo referencia a su participación en el asunto, la Cambiaformas tuvo el impulso de la risa irónica, pero logró disimularlo ahora con la ayuda de su té; por supuesto, esperar que el trabajo fuere a costo cero era pedir demasiado y Nereida no tendría descaro en sacar el mayor provecho de la situación si llegaba a conocer el verdadero caudal de la Familia Del Balzo; definitivamente, debía obrar con sumo cuidado, siguiendo siempre los consejos de Charles. Estaba a punto de preguntar cuál sería el precio solicitado, cuando la chica frente a ella se quedó en blanco, rígida como una estatua cincelada en piedra: los ojos vacíos, la boca sin expresión, las manos agarrotadas alrededor de la taza. La Del Balzo no tuvo certeza de lo que estaba ocurriendo; un escalofrío la recorrió y, como un latigazo, prácticamente tiró sus cosas y corrió junto a la muchacha, pues, pese a la desconfianza y la especie de rencor que le tenía, no pudo evitar la punzada de preocupación que le atenazó en el pecho; con cuidado, le retiró la taza y tomó las manos agarrotadas entre las suyas para infundirle calor y traerla desde dónde fuera que se hubiera ido a “pasear”. La bruja la miró entonces, con una expresión tan extraña que Jîldael no supo qué pensar:
– No lo sé. La vida da muchas vueltas. – susurró con una voz queda, entristecida y nostálgica. Mas, aquellas palabras no tenían sentido para la Cambiaformas; era como si Nereida continuase con los retazos de una conversación iniciada en otra parte y totalmente ajena al momento que vivían – O quizás podría haber sido de otra forma... –
Jîldael la miró perpleja, incapaz de comprender el significado de esas palabras que le resultaron tan inconexas en la boca de Nereida; quizás, la muchacha habría tenido alguna especie de visión sobre esa vida añeja que, unos instantes atrás, a ella misma pareció ahogarla sin descanso. Cierto era que en los primeros instantes la Del Balzo tuvo una insaciable curiosidad felina por aquellos descubrimientos; sin embargo, con el paso de las horas comprendió que lo mejor era dejar ese tema en paz. Quizás en otra vida fueron madre e hija, quizás eso tendría importancia para ellas más adelante, cuando el camino que se veían obligadas a transitar juntas así lo ameritara... Pero en ese preciso momento, lo único que Jîldael deseaba era concentrarse en su deber largamente impuesto.
Cuando tuvo certeza de que Nereida estaba bien y nada malo había sucedido con ella, le soltó suavemente las manos y volvió a su sillón:
– Mentiría si os dijera que he comprendido una sola de vuestras palabras. Pero también mentiría si dijera que no sé de qué habláis... Hace poco, como sabéis, he tenido una clara visión de nosotras dos; vos descansabais vuestra cabeza en mi regazo y yo os profesaba una adoración que solo una madre puede sentir por su hija... Como es evidente, no son recuerdos de esta vida, pero por ahora, si me lo concedéis, quisiera dejar las cosas así. Por ahora, necesito concentrarme en Versalles y lo que allí se teje. No puedo decir que siento aprecio por un Rey que no hizo nada ante la muerte de mi padre, pero si protegerlo me ayudará en mi venganza, lo haré... Así que decidme, Bruja, ¿cuál es vuestro precio por ayudarme? – le dijo con una sequedad que sólo pretendía ocultar su incontenible deseo de llorar.
A fin de cuentas, Nereida tenía razón: la vida es una Rueda de la Fortuna que siempre se empeña en dar muchas vueltas... quizás, demasiadas.
***
– ¿Vos realmente creéis que YO VIVO AQUÍ? – le preguntó con un desdén imposible de desmentir, justo en el momento en que Paulette les traía su encargo y nada pesó más en el corazón de la Cambiaformas que la tristeza ofendida de la viejecita que, humilde, siempre la protegía en ese miserable cuartucho – Yo..., yo no... –la voz le tembló, avergonzada, pero fue incapaz de hilar una frase coherente.
– Mi Señora, no tenéis nada que explicarme, pues conozco vuestro corazón y, aunque estáis llena de bondad, siempre habéis tenido una lengua demasiado filosa. – rio Paulette, al cabo de unos instantes, mientras le plantaba un beso en la mejilla – Disfrutad del té, Ama; ésta podrá ser una pocilga, pero siempre habrá té de jazmines y pan blanco para vos. –agregó y, junto con una cálida reverencia, la anciana se retiró del lugar.
Aún cuando sus palabras fueron generosas y despojadas de toda rencorosa ironía, no lograron aquietar el corazón de la Cambiaformas, quien dedicó una mirada poco amistosa a la bruja:
– No vivo aquí. – repitió con tono seco – No os llevaré a mi verdadero hogar porque aún no confío en vos, así que dejad de admirar un lugar que sólo nos ofrece cobijo al paso. – agregó sin emoción, mientras se inclinaba sobre la bandeja de madera y preparaba las dos tazas de té, luego de lo cual, alcanzó una de ellas a Nereida; el involuntario roce de sus manos hizo que las dos jóvenes se estremecieran al mismo tiempo, pero ninguna dijo nada y tal parecía que Nereida aún dudaba de sus sentidas palabras sobre aquella vida pasada; por su parte, Jîldael prefirió obviar aquella cuestión y, por el contrario, concentrarse en un tema mucho más cercano: Versalles.
Cuando Nereida hizo referencia a su participación en el asunto, la Cambiaformas tuvo el impulso de la risa irónica, pero logró disimularlo ahora con la ayuda de su té; por supuesto, esperar que el trabajo fuere a costo cero era pedir demasiado y Nereida no tendría descaro en sacar el mayor provecho de la situación si llegaba a conocer el verdadero caudal de la Familia Del Balzo; definitivamente, debía obrar con sumo cuidado, siguiendo siempre los consejos de Charles. Estaba a punto de preguntar cuál sería el precio solicitado, cuando la chica frente a ella se quedó en blanco, rígida como una estatua cincelada en piedra: los ojos vacíos, la boca sin expresión, las manos agarrotadas alrededor de la taza. La Del Balzo no tuvo certeza de lo que estaba ocurriendo; un escalofrío la recorrió y, como un latigazo, prácticamente tiró sus cosas y corrió junto a la muchacha, pues, pese a la desconfianza y la especie de rencor que le tenía, no pudo evitar la punzada de preocupación que le atenazó en el pecho; con cuidado, le retiró la taza y tomó las manos agarrotadas entre las suyas para infundirle calor y traerla desde dónde fuera que se hubiera ido a “pasear”. La bruja la miró entonces, con una expresión tan extraña que Jîldael no supo qué pensar:
– No lo sé. La vida da muchas vueltas. – susurró con una voz queda, entristecida y nostálgica. Mas, aquellas palabras no tenían sentido para la Cambiaformas; era como si Nereida continuase con los retazos de una conversación iniciada en otra parte y totalmente ajena al momento que vivían – O quizás podría haber sido de otra forma... –
Jîldael la miró perpleja, incapaz de comprender el significado de esas palabras que le resultaron tan inconexas en la boca de Nereida; quizás, la muchacha habría tenido alguna especie de visión sobre esa vida añeja que, unos instantes atrás, a ella misma pareció ahogarla sin descanso. Cierto era que en los primeros instantes la Del Balzo tuvo una insaciable curiosidad felina por aquellos descubrimientos; sin embargo, con el paso de las horas comprendió que lo mejor era dejar ese tema en paz. Quizás en otra vida fueron madre e hija, quizás eso tendría importancia para ellas más adelante, cuando el camino que se veían obligadas a transitar juntas así lo ameritara... Pero en ese preciso momento, lo único que Jîldael deseaba era concentrarse en su deber largamente impuesto.
Cuando tuvo certeza de que Nereida estaba bien y nada malo había sucedido con ella, le soltó suavemente las manos y volvió a su sillón:
– Mentiría si os dijera que he comprendido una sola de vuestras palabras. Pero también mentiría si dijera que no sé de qué habláis... Hace poco, como sabéis, he tenido una clara visión de nosotras dos; vos descansabais vuestra cabeza en mi regazo y yo os profesaba una adoración que solo una madre puede sentir por su hija... Como es evidente, no son recuerdos de esta vida, pero por ahora, si me lo concedéis, quisiera dejar las cosas así. Por ahora, necesito concentrarme en Versalles y lo que allí se teje. No puedo decir que siento aprecio por un Rey que no hizo nada ante la muerte de mi padre, pero si protegerlo me ayudará en mi venganza, lo haré... Así que decidme, Bruja, ¿cuál es vuestro precio por ayudarme? – le dijo con una sequedad que sólo pretendía ocultar su incontenible deseo de llorar.
A fin de cuentas, Nereida tenía razón: la vida es una Rueda de la Fortuna que siempre se empeña en dar muchas vueltas... quizás, demasiadas.
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Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
No dije nada al principio, mientras me respondía, o podría decirse como prácticamente adivinaba mis pensamientos, no me perdí el más mínimo detalle de sus palabras cuando vino la anciana para traernos el té y cuando parecía que casi se iba a disculpar con ella. Cuando finalmente la anciana se fue, cogí con mucho cuidado el té y le di un sorbo, tratando de que no se notase lo que pensaba de aquel asunto. Parecía bondadosa. Sentí que las palabras de la anciana eran sumamente ciertas. Aquella mujer, Jîldael, poseía una bondad que probablemente alguien como yo no podría poseer jamás... pasara lo que pasase. Y no me sentía arrepentida por ello. En absoluto.
Luego escuché lo siguiente y no pude evitar sonreír. Tampoco me sorprendía... en el fondo era lo más sensato. Aún así debía de ser un poquitín más cuidadosa. Pero no me sentía cuidadosa. No, señor, para nada. Más bien me sentía de otra forma muy pero que muy distinta.
-Es lo más sensato que podría hacer, y la verdad, no es que me sorprenda. Es bueno guardar secretos por ahora, inclusíve dónde esté su hogar.
En realidad había hecho lo más sensato, y yo lo sabía, aunque me molestó un poco. Pero no me sorprendía, en el fondo incluso tendría que habérmelo imaginado.
Luego, poco después, tras el ratito que le había dejado para pensar antes de que me preguntase el precio que iba a requerir por mi "ayuda", se me pasó esa imagen por la cabeza. La misma imagen de antes, esa imagen de esa niña y de esa mujer, de ese lugar soleado, de esa paz...algo que, cosa que no me esperaba, terminó por ponerme algo así como en un trance.
Ella se apresuró a levantarse y a ayudarme, cogió mis manos entre las suyas para tratar de calmarme, cosa que no logré hacer hasta que no pasó un rato, cuando finalmente pude mirarla y le dije que no lo sabía...que la vida daba muchas vueltas, y que podría haber sido de otra forma... y me sentí extrañamente débil...pero no tenía nada que ver con la debilidad física, por un instante sentí como si hubiese caído en algo extrañamente conocido pero oculto. Demasiado oculto quizás.
Entonces inspiré hondo, escuchándola atentamente, algo confundida también, como si aquello...bueno, era algo que me costaba explicar, pero me incomodaba un poco. Claro que no lo había entendido, ni siquiera yo misma había entendido ese pequeño trance en el que había caído. Pero acaso...¿quién lo entendería? Ahora por lo menos nadie. Ese pequeño pensamiento que me había pasado por la cabeza, como un recuerdo que venía de repente a la cabeza, un recuerdo que no había tenido jamás en esta vida.
Asentí con la cabeza ante su idea de dejar las cosas como están en lo respectivo a aquella visión. O más que visión podría llamárse imagen fragmentaria, o recuerdo perdido, recién sacado de la tumba para volver, al menos por ahora, al lugar de dónde había salido... era lo más conveniente. Así que dije, con una sonrisa débil
-Tenéis razón... no es bueno remover las aguas del pasado por ahora y más cuando algo así ha ocurrido tan pronto. La paz jamás viene sola y puede que lo que acompañe a esa paz después no sean recuerdos agradables, ya sea de una vida anterior o no.
Luego dejé el tema estar y dije:
-Tengo que confesar que este asunto de Versalles me parece sumamente interesante, tengo curiosidad, y solamente por eso mismo me aventuraré a intentar ayudaros en esto.-dije con convicción, mientras de paso comenzaba a hacer una pequeña lista mental de unas cuantas cosas que podrían servir para ayudar en este asunto, unas cuantas cosas que tenía apuntadas en un libro y otras que me conocía de memoria.-Bueno, digamos que simplemente pediría unos 3000 francos...
La verdad es que eso no era todo. El dinero era un buen precio por lo que iba a hacer. El dinero siempre ayudaba. Pero no era todo ni mucho menos. Si lograban tener éxito en este plan, que se le antojaba cada vez más emocionante, pensaba mencionarle otra cosita. Pero ahora no. No era el momento más adecuado , ni por asomo.
Además...al principio no era lo que había tenido en mente, lo de pedir esa cantidad de dinero. Pero acababa de recordar de repente que tenía más remedio que hacerlo. No le quedaba otra. Tal vez pronto le contase el por qué.
Pero luego dejé de pensar en el dinero. Mientras esperaba su respuesta se concentró en el asunto de Versalles. Le verdad es que sería curioso...¿y si algo salía mal? ¿Y si se descubría el pastel? Pero no...nada podía salir mal. Jamás había prestado mi ayuda en un asunto como éste. Pero quizás... si las cosas se complicaban con algunos... mejor tener un plan B.
Luego escuché lo siguiente y no pude evitar sonreír. Tampoco me sorprendía... en el fondo era lo más sensato. Aún así debía de ser un poquitín más cuidadosa. Pero no me sentía cuidadosa. No, señor, para nada. Más bien me sentía de otra forma muy pero que muy distinta.
-Es lo más sensato que podría hacer, y la verdad, no es que me sorprenda. Es bueno guardar secretos por ahora, inclusíve dónde esté su hogar.
En realidad había hecho lo más sensato, y yo lo sabía, aunque me molestó un poco. Pero no me sorprendía, en el fondo incluso tendría que habérmelo imaginado.
Luego, poco después, tras el ratito que le había dejado para pensar antes de que me preguntase el precio que iba a requerir por mi "ayuda", se me pasó esa imagen por la cabeza. La misma imagen de antes, esa imagen de esa niña y de esa mujer, de ese lugar soleado, de esa paz...algo que, cosa que no me esperaba, terminó por ponerme algo así como en un trance.
Ella se apresuró a levantarse y a ayudarme, cogió mis manos entre las suyas para tratar de calmarme, cosa que no logré hacer hasta que no pasó un rato, cuando finalmente pude mirarla y le dije que no lo sabía...que la vida daba muchas vueltas, y que podría haber sido de otra forma... y me sentí extrañamente débil...pero no tenía nada que ver con la debilidad física, por un instante sentí como si hubiese caído en algo extrañamente conocido pero oculto. Demasiado oculto quizás.
Entonces inspiré hondo, escuchándola atentamente, algo confundida también, como si aquello...bueno, era algo que me costaba explicar, pero me incomodaba un poco. Claro que no lo había entendido, ni siquiera yo misma había entendido ese pequeño trance en el que había caído. Pero acaso...¿quién lo entendería? Ahora por lo menos nadie. Ese pequeño pensamiento que me había pasado por la cabeza, como un recuerdo que venía de repente a la cabeza, un recuerdo que no había tenido jamás en esta vida.
Asentí con la cabeza ante su idea de dejar las cosas como están en lo respectivo a aquella visión. O más que visión podría llamárse imagen fragmentaria, o recuerdo perdido, recién sacado de la tumba para volver, al menos por ahora, al lugar de dónde había salido... era lo más conveniente. Así que dije, con una sonrisa débil
-Tenéis razón... no es bueno remover las aguas del pasado por ahora y más cuando algo así ha ocurrido tan pronto. La paz jamás viene sola y puede que lo que acompañe a esa paz después no sean recuerdos agradables, ya sea de una vida anterior o no.
Luego dejé el tema estar y dije:
-Tengo que confesar que este asunto de Versalles me parece sumamente interesante, tengo curiosidad, y solamente por eso mismo me aventuraré a intentar ayudaros en esto.-dije con convicción, mientras de paso comenzaba a hacer una pequeña lista mental de unas cuantas cosas que podrían servir para ayudar en este asunto, unas cuantas cosas que tenía apuntadas en un libro y otras que me conocía de memoria.-Bueno, digamos que simplemente pediría unos 3000 francos...
La verdad es que eso no era todo. El dinero era un buen precio por lo que iba a hacer. El dinero siempre ayudaba. Pero no era todo ni mucho menos. Si lograban tener éxito en este plan, que se le antojaba cada vez más emocionante, pensaba mencionarle otra cosita. Pero ahora no. No era el momento más adecuado , ni por asomo.
Además...al principio no era lo que había tenido en mente, lo de pedir esa cantidad de dinero. Pero acababa de recordar de repente que tenía más remedio que hacerlo. No le quedaba otra. Tal vez pronto le contase el por qué.
Pero luego dejé de pensar en el dinero. Mientras esperaba su respuesta se concentró en el asunto de Versalles. Le verdad es que sería curioso...¿y si algo salía mal? ¿Y si se descubría el pastel? Pero no...nada podía salir mal. Jamás había prestado mi ayuda en un asunto como éste. Pero quizás... si las cosas se complicaban con algunos... mejor tener un plan B.
Nereida Di Vaarsen- Hechicero Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
“El que confía sus secretos a otro hombre, se hace esclavo de él.”
Baltasar Gracián.
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Poco a poco, la muchacha pareció regresar de donde quisiera que se hubiera ido y, mientras la luz de la consciencia brillaba en sus juveniles ojos, Jîldael fue soltándola lentamente hasta que una vez más eran dos extrañas que por un capricho felino quizás vieran enredados sus caminos por más tiempo de lo que estaban dispuestas a admitir.
Por unos segundos, Jîldael temió que la joven frente a ella rechazara la oferta y que la dejase a su propia ventura. Hacía apenas dos meses que había regresado a París y todavía no se adecuaba del todo a los cambios que se habían sucedido en los últimos dos años. Descubrir que había Cazadores dispuestos a escribir gloria con su sangre había sido una bofetada sin aviso previo. Y no sólo eso; uno de sus más recientes aliados, Baptiste, había dicho algo sobre la Inquisición, el nuevo brazo de la Iglesia para exterminar a todo aquello que contradijera la voluntad del Santo Padre. Había demasiados rumores que se empeñaban en entorpecer su propósito personal. Uno de ellos era el Inquisidor de mayor fama; prácticamente nadie sabía su nombre, pero ella no era cualquiera: sabía que Târsil Valborg, la “Sombra” era, quizás, el mayor de todos los peligros que debía enfrentar y que, por su propio bien, lo mejor que podía hacer era mantenerse lejos de uno de los más crueles y certeros asesinos de “Bestias Humanas”...
En todas esas cosas pensaba Jîldael y, al mismo tiempo, con la misma preocupación, cuidaba cada detalle de la chiquilla frente a ella. Tan delgada, tan pequeña, tan joven... si parecía una muñequita de porcelana jugando a ser adulta. ¿Podía realmente esa niña ayudarla en su caro cometido? ¿Podía esa infantil criatura abrirle camino en su venganza personal? Jîldael se preguntaba si acaso su buen juicio no se habría arruinado después de las cosas que padeció en Borgoña... sacudió la cabeza, tratando de espantar los fantasmas que todavía la atormentaban en sus sueños de la forma más cruel y despiadada posible e insistió en cuestionar su criterio.
No obstante, ya era tarde para echar pie atrás. Nereida aceptaba la oferta y ponía precio a sus servicios. 3.000 francos no eran, en lo absoluto, una suma despreciable y Jîldael se trapicó con el té en cuanto escuchó la cifra impuesta por la bruja. La miró atónita, intentando descubrir la burla en la expresión de su interlocutora, pero tal parecía que la hechicera hablaba completamente en serio. Quiso preguntar qué pensaba una mocosa como ella hacer con semejante cantidad..., pero contuvo sus instintos y aceptó. Después de todo y pese a sí misma, había resultado tan talentosa como su padre en el arte de administrar los viñedos familiares. Las reservas de vino Del Balzo recorrían toda Europa y Oriente próximo con un éxito avasallador... tanto que no dudaba que muy pronto el mismísimo Rey de Francia accedería a comprar los vinos de su más exclusiva colección. Para la Del Balzo, 3.000 francos eran una bagatela y los pagaría con tal de colarse en Versalles, así que cerró su boca, se guardó sus reticencias y se dispuso al trabajo:
– De acuerdo. 3.000 será la suma convenida en primera instancia. – respondió, luego de lo cual, en un elegante y felino gesto cogía su taza y la vaciaba completamente – Si vuestro servicio supera mis expectativas, habrá otras compensaciones para vos..., pero si fracasáis, os moriréis esperando ver una sola moneda de mi dinero. – sentenció, con frialdad, para que Nereida tuviera absoluta certeza de la seriedad de sus palabras – Y, bueno, soy toda oídos, Brujita; decidme, ¿cómo pensáis infiltrarme en Versalle? Si voy a confiar en vos, necesito escuchar el plan que urdís para mí. Necesito saber si estáis preparada para lo que os pido, así que tenéis toda mi absoluta atención sobre vuestra persona. – le dijo, al tiempo que apoyaba sus codos sobre sus rodillas, cruzaba sus manos y apoyaba su mentón sobre ellas.
Tal parecía que, por fin, se acercaba a una oportunidad de venganza... eso, siempre que la muchacha frente a ella realmente quisiera ayudarla.
***
Por unos segundos, Jîldael temió que la joven frente a ella rechazara la oferta y que la dejase a su propia ventura. Hacía apenas dos meses que había regresado a París y todavía no se adecuaba del todo a los cambios que se habían sucedido en los últimos dos años. Descubrir que había Cazadores dispuestos a escribir gloria con su sangre había sido una bofetada sin aviso previo. Y no sólo eso; uno de sus más recientes aliados, Baptiste, había dicho algo sobre la Inquisición, el nuevo brazo de la Iglesia para exterminar a todo aquello que contradijera la voluntad del Santo Padre. Había demasiados rumores que se empeñaban en entorpecer su propósito personal. Uno de ellos era el Inquisidor de mayor fama; prácticamente nadie sabía su nombre, pero ella no era cualquiera: sabía que Târsil Valborg, la “Sombra” era, quizás, el mayor de todos los peligros que debía enfrentar y que, por su propio bien, lo mejor que podía hacer era mantenerse lejos de uno de los más crueles y certeros asesinos de “Bestias Humanas”...
En todas esas cosas pensaba Jîldael y, al mismo tiempo, con la misma preocupación, cuidaba cada detalle de la chiquilla frente a ella. Tan delgada, tan pequeña, tan joven... si parecía una muñequita de porcelana jugando a ser adulta. ¿Podía realmente esa niña ayudarla en su caro cometido? ¿Podía esa infantil criatura abrirle camino en su venganza personal? Jîldael se preguntaba si acaso su buen juicio no se habría arruinado después de las cosas que padeció en Borgoña... sacudió la cabeza, tratando de espantar los fantasmas que todavía la atormentaban en sus sueños de la forma más cruel y despiadada posible e insistió en cuestionar su criterio.
No obstante, ya era tarde para echar pie atrás. Nereida aceptaba la oferta y ponía precio a sus servicios. 3.000 francos no eran, en lo absoluto, una suma despreciable y Jîldael se trapicó con el té en cuanto escuchó la cifra impuesta por la bruja. La miró atónita, intentando descubrir la burla en la expresión de su interlocutora, pero tal parecía que la hechicera hablaba completamente en serio. Quiso preguntar qué pensaba una mocosa como ella hacer con semejante cantidad..., pero contuvo sus instintos y aceptó. Después de todo y pese a sí misma, había resultado tan talentosa como su padre en el arte de administrar los viñedos familiares. Las reservas de vino Del Balzo recorrían toda Europa y Oriente próximo con un éxito avasallador... tanto que no dudaba que muy pronto el mismísimo Rey de Francia accedería a comprar los vinos de su más exclusiva colección. Para la Del Balzo, 3.000 francos eran una bagatela y los pagaría con tal de colarse en Versalles, así que cerró su boca, se guardó sus reticencias y se dispuso al trabajo:
– De acuerdo. 3.000 será la suma convenida en primera instancia. – respondió, luego de lo cual, en un elegante y felino gesto cogía su taza y la vaciaba completamente – Si vuestro servicio supera mis expectativas, habrá otras compensaciones para vos..., pero si fracasáis, os moriréis esperando ver una sola moneda de mi dinero. – sentenció, con frialdad, para que Nereida tuviera absoluta certeza de la seriedad de sus palabras – Y, bueno, soy toda oídos, Brujita; decidme, ¿cómo pensáis infiltrarme en Versalle? Si voy a confiar en vos, necesito escuchar el plan que urdís para mí. Necesito saber si estáis preparada para lo que os pido, así que tenéis toda mi absoluta atención sobre vuestra persona. – le dijo, al tiempo que apoyaba sus codos sobre sus rodillas, cruzaba sus manos y apoyaba su mentón sobre ellas.
Tal parecía que, por fin, se acercaba a una oportunidad de venganza... eso, siempre que la muchacha frente a ella realmente quisiera ayudarla.
***
Última edición por Jîldael el Sáb Jul 28, 2012 11:04 am, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
Escuché atentamente a Jîldael, estudié atentamente su reacción ante el precio que le había propuesto, la oferta que probablemente no podría rechazar, por mucho que quisiera o por mucha cantidad que se le antojase el dinero que le había pedido. Y era evidente que, a pesar de todo, se le antojaba una gran cantidad. Se le veía en la cara, por la expresión que puso y por lo que dijo después. Me había esperado que intentara regatear o que rechazase esa oferta para poner otro precio más "asequible", por decirlo de alguna forma. Incluso había creído que aceptaría a regañadientes el precio con varias condiciones más.
Pero no. Es cierto que aceptó a regañadientes, pero aceptó el precio. Por supuesto, siempre y cuando el plan saliese bien. Si salía bien me daría eso y más. Si no...entonces decía que no vería nada, absolutamente nada de su dinero.
Me entraron ganas de echarme a reír. Lo juro, cuando dijo eso se me antojó algo tan condenadamente divertido que me entraron ganas de echarme a reír. ¿Fracasar? ¿Qué era eso del fracaso? Jamás de los jamases había fracasado en algo que hubiese emprendido como bruja, ni en ninguna otra cosa. Todos los hechizos me salían a la perfección, incluso los tratos que hacía como nigromante.
Estuve a punto de contarle a Jîldael un par de cosas que había hecho como tal. Pero no podía asustarla ahora. Quizá más tarde. Sería hasta divertido. Pero en vez de eso, en vez de echarme a reír siquiera, dejé escapar una delicada sonrisa que disimuló, al menos a mi parecer, lo divertidas que se me habían antojado sus palabras. Además, para entrar en Versalles...las cosas serían hasta más fáciles. Teníamos que empezar por un punto en especial.
-Me parece bien-respondí ante las condiciones del dinero.
Luego estuvimos calladas un rato, mientras terminaba de darle un repaso mental a lo que tenía en mente.
Y entonces se me ocurrió algo...apareció en mi cabeza algo que era sumamente obvio.
-Para empezar, los guardias. Conozco varias formas de controlar la voluntad de los mortales-comencé a explicarle, ya que una de mis ámbitos era la dominación-y podemos hacer un par de cosas bastante interesantes con los guardias, tanto para distraerlos como para hacerles olvidar, por si acaso nos ven. ¿Quiere saber si estoy preparada? Quizás entonces pueda mostrarle un ejemplo...-.-dije sonriendo con cierta audacia, recordando algunas cosas que le había hecho a algunos mortales. Era algo perfectamente posible. Tenía que mostrar algún ejemplo...
¡Si hubiese traído algún criado! Oh...entonces le preguntó.
-Bueno, y además funcionaría con mortales...siempre con los mortales. Con otras criaturas jamás de los jamases funciona, lo cual, sinceramente, es una pena...
Y entonces recordé otra cosa que hizo que estuviese a punto de darme un cabezazo en la cabeza con lo que tenái entre las manos...¿cómo podía no haber pensado en ello antes? Si es que era algo tan...tan...obvioSi era obvio por el amor de...por el amor de...¡ah!
Me hubiera castigado por ello incluso.
Pero no. Es cierto que aceptó a regañadientes, pero aceptó el precio. Por supuesto, siempre y cuando el plan saliese bien. Si salía bien me daría eso y más. Si no...entonces decía que no vería nada, absolutamente nada de su dinero.
Me entraron ganas de echarme a reír. Lo juro, cuando dijo eso se me antojó algo tan condenadamente divertido que me entraron ganas de echarme a reír. ¿Fracasar? ¿Qué era eso del fracaso? Jamás de los jamases había fracasado en algo que hubiese emprendido como bruja, ni en ninguna otra cosa. Todos los hechizos me salían a la perfección, incluso los tratos que hacía como nigromante.
Estuve a punto de contarle a Jîldael un par de cosas que había hecho como tal. Pero no podía asustarla ahora. Quizá más tarde. Sería hasta divertido. Pero en vez de eso, en vez de echarme a reír siquiera, dejé escapar una delicada sonrisa que disimuló, al menos a mi parecer, lo divertidas que se me habían antojado sus palabras. Además, para entrar en Versalles...las cosas serían hasta más fáciles. Teníamos que empezar por un punto en especial.
-Me parece bien-respondí ante las condiciones del dinero.
Luego estuvimos calladas un rato, mientras terminaba de darle un repaso mental a lo que tenía en mente.
Y entonces se me ocurrió algo...apareció en mi cabeza algo que era sumamente obvio.
-Para empezar, los guardias. Conozco varias formas de controlar la voluntad de los mortales-comencé a explicarle, ya que una de mis ámbitos era la dominación-y podemos hacer un par de cosas bastante interesantes con los guardias, tanto para distraerlos como para hacerles olvidar, por si acaso nos ven. ¿Quiere saber si estoy preparada? Quizás entonces pueda mostrarle un ejemplo...-.-dije sonriendo con cierta audacia, recordando algunas cosas que le había hecho a algunos mortales. Era algo perfectamente posible. Tenía que mostrar algún ejemplo...
¡Si hubiese traído algún criado! Oh...entonces le preguntó.
-Bueno, y además funcionaría con mortales...siempre con los mortales. Con otras criaturas jamás de los jamases funciona, lo cual, sinceramente, es una pena...
Y entonces recordé otra cosa que hizo que estuviese a punto de darme un cabezazo en la cabeza con lo que tenái entre las manos...¿cómo podía no haber pensado en ello antes? Si es que era algo tan...tan...obvioSi era obvio por el amor de...por el amor de...¡ah!
Me hubiera castigado por ello incluso.
Nereida Di Vaarsen- Hechicero Clase Alta
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Re: Atardecer en los callejones(Jîldael)
“Los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva, el odio, la traición, se esconden frecuentemente bajo ese velo uniforme y pérfido de la cortesía.”
Jean Jacques Rousseau.
Jean Jacques Rousseau.
Definitivamente, ninguna de las dos mujeres conseguía confiar en la otra, pese al fuerte lazo que se había revelado esa noche; sin embargo, era un avance para las dos el que decidieran trabajar juntas. Quizás, más adelante, aquellos extraños recuerdos tuvieran algún sentido, pero, mientras no revelasen alguna importante información para sus planes actuales, Jîldael decidió que lo mejor sería ignorarlos.
La observó con atención maníaca; era una chica joven, grácil e insignificante a vista simple; pero sus ojos revelaban el peso que solo aquellos que han vivido mucho cargan sobre sus espaldas; ese brillo, bien lo sabía Jîldael, no tenía nada de inocente, pero compensaba la experiencia adquirida. ¿Con qué clase de persona se había cruzado? ¿Por qué sentía tan poderosamente que Nereida tenía que ser parte de su vida? Clavó su mirada en la joven e ignoró los gritos de su razón, pues siempre hasta ese momento, seguir sus instintos le había dado mejores resultados que la simple lógica mundana. Solo fracasaba con hombres como su padre, cuya agudeza mental siempre la humilló sin la menor piedad.
Si bien, las palabras de Nereida le resultaron algo crípticas, revelaron algunas de sus facultades mágicas y supo que aquella careta de fragilidad no era otra cosa más que el disfraz de su camaleónica personalidad. Estaba bien, estaba muy bien porque sus planes requerían de ese tipo de compañías. Sin embargo, era ya el momento de acabar la conversación. Se hacía tarde y no le gustaba estar disgustada tanto tiempo con Charles. Una sonrisa apagada se dibujó en su rostro; cuánto hubiera querido una relación así con su padre. Lo amó y lo extrañaba cada segundo, pero nunca se permitió olvidar cuánto la odiaba él; nunca permitiría que nadie volviera a hacerla sentirse de ese modo; nunca más mendigaría el amor de nadie. Eso, solo lo había hecho con su padre… y nadie más, mucho menos cuando tales desprecios paternos sólo consiguieron que ella fuese una fierecilla orgullosa e indomable.
Dejó a un lado sus cavilaciones y buscó papel, pluma y tinta.
– Todo eso me parece un buen inicio – le dijo, al tiempo que garabateaba algo en una hoja en la mesita de Paulette – , pero, por ahora, es momento de dejar esta conversación hasta aquí. – le extendió el papel con un movimiento seco y casi sin mirarla – Es la dirección de mi verdadero hogar; es algo alejada de la ciudad como podéis ver; un camino agreste, poblado de los secretos del bosque cercano y de la noche que espero no sean inconvenientes para alguien como vos. No me busquéis antes de tres meses, pues tengo otros asuntos que resolver y que me tendrán alejada de París un tiempo. – la miró y dudó una última vez – De más está deciros que no debéis revelar esa dirección a nadie, ni siquiera a vuestros más íntimos amigos, pues si cae en malas manos, mi vida y vuestro dinero se esfumarían con la misma rapidez con que desaparecen los conejos en los sombreros de los magos. Espero veros, Nereida Di Vaarsen; espero veros muy pronto. – dijo y, luego de una seca reverencia que no incluía mayores cortesías, se retiró de la humilde casita.
Era tarde ya, quizás pasada la medianoche. Los olores humanos se difuminaban lentamente para dar paso a los Señores de la noche: vampiros, licántropos y Cambiaformas hacían de las veladas parisinas su imperio y de los pocos humanos que vagaban a esas horas sus esclavos. Pero ella se movía con soltura felina; ella era uno de esos señores, repudiados y envidiados por los humanos, cuya simpleza les llevaba a la mortalidad mucho más rápido y con menor gracia. De ser la otra, la chiquilla que no tenía más preocupaciones que fastidiar a su padre y lucir vestidos de diseñador, se habría placido fastidiando a los Cazadores que la buscaban con ahínco; habría coqueteado con dos o tres borrachos y se habría colado en la taberna solo para molestar a sus mayores.
¡Qué lejana era esa Jîldael! Casi como si nunca hubiera existido… ¡Y qué fría y solitaria era esa noche! Pero no le importó. Nunca nada le importaba mucho, hay que decirlo con sinceridad. Apuró sus pasos y deseó, una vez más, no haberse equivocado con la bruja que dejaba en casa de Paulette.
***
La observó con atención maníaca; era una chica joven, grácil e insignificante a vista simple; pero sus ojos revelaban el peso que solo aquellos que han vivido mucho cargan sobre sus espaldas; ese brillo, bien lo sabía Jîldael, no tenía nada de inocente, pero compensaba la experiencia adquirida. ¿Con qué clase de persona se había cruzado? ¿Por qué sentía tan poderosamente que Nereida tenía que ser parte de su vida? Clavó su mirada en la joven e ignoró los gritos de su razón, pues siempre hasta ese momento, seguir sus instintos le había dado mejores resultados que la simple lógica mundana. Solo fracasaba con hombres como su padre, cuya agudeza mental siempre la humilló sin la menor piedad.
Si bien, las palabras de Nereida le resultaron algo crípticas, revelaron algunas de sus facultades mágicas y supo que aquella careta de fragilidad no era otra cosa más que el disfraz de su camaleónica personalidad. Estaba bien, estaba muy bien porque sus planes requerían de ese tipo de compañías. Sin embargo, era ya el momento de acabar la conversación. Se hacía tarde y no le gustaba estar disgustada tanto tiempo con Charles. Una sonrisa apagada se dibujó en su rostro; cuánto hubiera querido una relación así con su padre. Lo amó y lo extrañaba cada segundo, pero nunca se permitió olvidar cuánto la odiaba él; nunca permitiría que nadie volviera a hacerla sentirse de ese modo; nunca más mendigaría el amor de nadie. Eso, solo lo había hecho con su padre… y nadie más, mucho menos cuando tales desprecios paternos sólo consiguieron que ella fuese una fierecilla orgullosa e indomable.
Dejó a un lado sus cavilaciones y buscó papel, pluma y tinta.
– Todo eso me parece un buen inicio – le dijo, al tiempo que garabateaba algo en una hoja en la mesita de Paulette – , pero, por ahora, es momento de dejar esta conversación hasta aquí. – le extendió el papel con un movimiento seco y casi sin mirarla – Es la dirección de mi verdadero hogar; es algo alejada de la ciudad como podéis ver; un camino agreste, poblado de los secretos del bosque cercano y de la noche que espero no sean inconvenientes para alguien como vos. No me busquéis antes de tres meses, pues tengo otros asuntos que resolver y que me tendrán alejada de París un tiempo. – la miró y dudó una última vez – De más está deciros que no debéis revelar esa dirección a nadie, ni siquiera a vuestros más íntimos amigos, pues si cae en malas manos, mi vida y vuestro dinero se esfumarían con la misma rapidez con que desaparecen los conejos en los sombreros de los magos. Espero veros, Nereida Di Vaarsen; espero veros muy pronto. – dijo y, luego de una seca reverencia que no incluía mayores cortesías, se retiró de la humilde casita.
Era tarde ya, quizás pasada la medianoche. Los olores humanos se difuminaban lentamente para dar paso a los Señores de la noche: vampiros, licántropos y Cambiaformas hacían de las veladas parisinas su imperio y de los pocos humanos que vagaban a esas horas sus esclavos. Pero ella se movía con soltura felina; ella era uno de esos señores, repudiados y envidiados por los humanos, cuya simpleza les llevaba a la mortalidad mucho más rápido y con menor gracia. De ser la otra, la chiquilla que no tenía más preocupaciones que fastidiar a su padre y lucir vestidos de diseñador, se habría placido fastidiando a los Cazadores que la buscaban con ahínco; habría coqueteado con dos o tres borrachos y se habría colado en la taberna solo para molestar a sus mayores.
¡Qué lejana era esa Jîldael! Casi como si nunca hubiera existido… ¡Y qué fría y solitaria era esa noche! Pero no le importó. Nunca nada le importaba mucho, hay que decirlo con sinceridad. Apuró sus pasos y deseó, una vez más, no haberse equivocado con la bruja que dejaba en casa de Paulette.
***
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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