AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Catch and Release + 18 (Jîldael)
"No hay casualidad sino destino
no se encuentra sino lo que se busca
y se busca lo que está escondido."
Ernesto Sábato
no se encuentra sino lo que se busca
y se busca lo que está escondido."
Ernesto Sábato
Había caminado todo el día por las calles de aquel lugar, se encontraba profundamente aburrido y molesto. Se encontraba en un punto de su vida en el que creía que todo sería de la misma manera siempre, que no existiría algo más allá solo lo que conocía desde siempre. Por su mente cruzó la idea de volver incluso a sus años vagando sin rumbo fijo, solo con lo que traía puesto y aprendiendo a vivir de la manera en la que la vida llegara hasta él pero esa era una manera inútil de escapar de lo que no se podía huir, de si mismo. Por ese motivo había acabado usando un traje de color grisáceo y opto por salir a las calles, en busca de algo de paz interior o una respuesta que dudosamente encontraría en aquel lugar.
Declan comenzaba a creer que la edad le estaba afectando de más y que lo que debía hacer era tomar un cambio radical en su vida, algo que le llevara a puntos desconocidos y a futuros inciertos, no a encontrarse con lo mismo de siempre. Los negocios, las mismas personas y las mismas preguntas. La vida se volvía diferente cuando se era un ser sobre natural y eso lo tenía muy en claro; era necesario que siempre se mantuviera con un perfil bajo y poco detectable para la inquisición y sus sirvientes, así como permanecer en movimiento siempre sin establecerse en un lugar fijo por periodos largos de tiempo, todo para evitar las preguntas sobre su casi nulo envejecimiento.
Suspiró, mientras sus pasos continuaban sin dirección definida y fue solamente cuando escucho un leve sonido metálico contra el suelo que se giro en la dirección donde una dama de oscuros cabellos se alejaba y al mirar al suelo pudo notar como un pequeño relicario se encontraba en el suelo. - Mademoiselle… - desvió su camino inicial, solo para levantar aquel relicario y seguir a la joven buscando entregar a su dueña aquel pequeño objeto que probablemente fuera algo de importancia para ella. En otra circunstancia no le habría importado aquello, solo que en esos instantes se encontraba "susceptible" - Su relicario - menciono esperando que ante esa palabra cayese en cuenta de lo que dejaba detrás de si y se detuviese, entregaría la pertenencia y se marcharía a continuar su camino. Pero su camino cambio desde el momento en que se había vuelto a mirar en dirección de esa mujer.
Última edición por Declan Sinclair el Sáb Ene 11, 2014 12:11 am, editado 2 veces
Chantry Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“Andaba sin buscarte, pero sabiendo que andaba para encontrarte.”
Julio Cortázar.
Julio Cortázar.
Lyon había sido, por mucho, una aventura maravillosa. Alessa había resultado ser una excelente conocedora de vinos, con un olfato envidiable para los mejores negocios; habían cerrado contratos tan lucrativos que Jîldael temía despertar y comprobar que fuese solo un sueño. Era el tipo de negocios en los que la Cambiaformas todavía no se atrevía a efectuar, por considerarlos innecesariamente riesgosos; estaba dispuesta a perder una o dos propiedades, pero no a dilapidar el patrimonio de su padre tan duramente recuperado. Sin embargo, era evidente que la señorita Strauss no tenía esas aprensiones, por lo que podía tomarse ciertas libertades al momento de invertir. Así que no podía quejarse; las cosas caminaban según lo planeado... Y, sin embargo...
Allí continuaba su recuerdo, vivo como una herida que punza de vez en vez y sobre la que no se puede evitar volver. Era verdad cuando decía que ya no le dolía como al principio. Era verdad cuando admitía que él había hecho lo correcto. Pero el dolor no se iba, quizás porque su amor propio seguía lastimado; no lograba entender por qué Târsil había roto de ese modo con ella; si no iba a funcionar, hubiera deseado tener la dignidad de romper primero... Pero claro, ella misma se había arrojado a los pies del inquisidor, se había arrastrado en la máxime humillación posible; no tenía derecho a quejarse de lo que ella misma se había buscado. Y, sin embargo, cómo dolía.
La mayoría de sus asuntos estaban resueltos en Lyon y en los siguientes días habían decidido alterar su itinerario y partir rumbo a Dijon, donde Jîldael planeaba dar el siguiente paso en su voto de confianza hacia Alessa. Los planes de aquel día la Strauss los podía resolver sin la presencia de Jîldael, por lo que la Cambiaformas se excusó rápidamente durante la mañana y abandonó con prontitud la mansión Del Balzo. Esperaba que Alessa lo comprendiera; a fin de cuentas, ella era una gata y siempre había guardado para sí un espacio en donde nadie más entraba.
– No os sintáis culpable, Mademoiselle Strauss. – le advirtió el “Zorro” a la germana. – Ella es así con todos, incluso con quienes ama. No es nada personal con vuestra merced. – señaló con calma mientras se sumía en su lectura matutina, mientras Alessa desistía de dar cualquier comentario.
Dos horas después, la joven se encontraba sentada en una placita perdida en la periferia de Lyon, observando por milésima vez el único obsequio que le había hecho Târsil en todo ese tiempo. El relicario era de oro macizo y la Felina no pudo evitar preguntarse, una vez más, cómo había logrado él obtener semejante objeto. Todavía recordaba la ocasión en que se lo obsequió. Era su primer mes juntos y el inquisidor la sorprendió con el relicario; en su interior él había puesto una imagen de Jîldael. “El espacio vacío es para nuestro hijo”, le había dijo el Valborg, y luego la había besado de esa manera que siempre le ponía la piel de gallina. Una vez más, sintió el deseo terrible de llorar.
Se puso de pie, furiosa, y se echó a andar, sin el menor sentido de orientación. Trataba de contener las lágrimas, mas le resultaba imposible hacerlo; ni ella misma sabía por qué seguía guardando el objeto, lo miró con ira, mientras todo a su alrededor parecía difuminarse, incluido el hombre que se le cruzaba en dirección opuesta y al que no le prestó la más mínima atención. Todo su ser estaba concentrado en el relicario.
– Es momento de dejarte atrás, Târsil. Y no podré hacerlo mientras esto siga conmigo. – musitó, derrotada, al tiempo que dejaba caer el valioso objeto y se alejaba de él con paso renuente.
Durante un buen rato, no prestó atención a los pasos que le seguían. Era en situaciones así cuando más expuesta se encontraba, pero nunca se daba cuenta y, para su fortuna, jamás tuvo que lamentar tales descuidos. Pero los pasos la siguieron insistentemente hasta darle alcance.
– Mademoiselle... – era una voz gruesa y profunda, de ese tipo de voces que a ella siempre le habían gustado mucho, pero su rabia interior no le permitió valorar los agradables matices vocales del extraño – Su relicario. – insistió él.
– ¡No es...! – le empezaba a gritar, mientras se daba vuelta hacia él, sólo para quedarse con la frase a la mitad. Fue su mirada lo que la perdió. Eran los ojos más azules, más obscuros y más hermosos que ella hubiera visto jamás. Era el mismo color de ojos de Baptiste. Sintió el incontenible deseo de vomitar y tuvo que apoyarse en el brazo del extraño para intentar controlar el sudor frío – Deberéis perdonarme, pero no me siento bien... Si pudiérais ayudarme a encontrar mi montura, realmente os lo agradecería mucho. – musitó, mientras procuraba llevar su mente a su "lugar feliz" y de ese modo remitir el desagradable malestar.
Su bestia interior bufó, colérica con justa razón. Ahora ya tenía dos problemas. Debía dejar atrás a Târsil, eso era entendible..., pero ahora comprendía que también debería dejar atrás el recuerdo de Baptiste. O, el día menos pensado, le iba a costar muy caro el que su fantasma la afectara de ese modo.
***
Allí continuaba su recuerdo, vivo como una herida que punza de vez en vez y sobre la que no se puede evitar volver. Era verdad cuando decía que ya no le dolía como al principio. Era verdad cuando admitía que él había hecho lo correcto. Pero el dolor no se iba, quizás porque su amor propio seguía lastimado; no lograba entender por qué Târsil había roto de ese modo con ella; si no iba a funcionar, hubiera deseado tener la dignidad de romper primero... Pero claro, ella misma se había arrojado a los pies del inquisidor, se había arrastrado en la máxime humillación posible; no tenía derecho a quejarse de lo que ella misma se había buscado. Y, sin embargo, cómo dolía.
La mayoría de sus asuntos estaban resueltos en Lyon y en los siguientes días habían decidido alterar su itinerario y partir rumbo a Dijon, donde Jîldael planeaba dar el siguiente paso en su voto de confianza hacia Alessa. Los planes de aquel día la Strauss los podía resolver sin la presencia de Jîldael, por lo que la Cambiaformas se excusó rápidamente durante la mañana y abandonó con prontitud la mansión Del Balzo. Esperaba que Alessa lo comprendiera; a fin de cuentas, ella era una gata y siempre había guardado para sí un espacio en donde nadie más entraba.
– No os sintáis culpable, Mademoiselle Strauss. – le advirtió el “Zorro” a la germana. – Ella es así con todos, incluso con quienes ama. No es nada personal con vuestra merced. – señaló con calma mientras se sumía en su lectura matutina, mientras Alessa desistía de dar cualquier comentario.
Dos horas después, la joven se encontraba sentada en una placita perdida en la periferia de Lyon, observando por milésima vez el único obsequio que le había hecho Târsil en todo ese tiempo. El relicario era de oro macizo y la Felina no pudo evitar preguntarse, una vez más, cómo había logrado él obtener semejante objeto. Todavía recordaba la ocasión en que se lo obsequió. Era su primer mes juntos y el inquisidor la sorprendió con el relicario; en su interior él había puesto una imagen de Jîldael. “El espacio vacío es para nuestro hijo”, le había dijo el Valborg, y luego la había besado de esa manera que siempre le ponía la piel de gallina. Una vez más, sintió el deseo terrible de llorar.
Se puso de pie, furiosa, y se echó a andar, sin el menor sentido de orientación. Trataba de contener las lágrimas, mas le resultaba imposible hacerlo; ni ella misma sabía por qué seguía guardando el objeto, lo miró con ira, mientras todo a su alrededor parecía difuminarse, incluido el hombre que se le cruzaba en dirección opuesta y al que no le prestó la más mínima atención. Todo su ser estaba concentrado en el relicario.
– Es momento de dejarte atrás, Târsil. Y no podré hacerlo mientras esto siga conmigo. – musitó, derrotada, al tiempo que dejaba caer el valioso objeto y se alejaba de él con paso renuente.
Durante un buen rato, no prestó atención a los pasos que le seguían. Era en situaciones así cuando más expuesta se encontraba, pero nunca se daba cuenta y, para su fortuna, jamás tuvo que lamentar tales descuidos. Pero los pasos la siguieron insistentemente hasta darle alcance.
– Mademoiselle... – era una voz gruesa y profunda, de ese tipo de voces que a ella siempre le habían gustado mucho, pero su rabia interior no le permitió valorar los agradables matices vocales del extraño – Su relicario. – insistió él.
– ¡No es...! – le empezaba a gritar, mientras se daba vuelta hacia él, sólo para quedarse con la frase a la mitad. Fue su mirada lo que la perdió. Eran los ojos más azules, más obscuros y más hermosos que ella hubiera visto jamás. Era el mismo color de ojos de Baptiste. Sintió el incontenible deseo de vomitar y tuvo que apoyarse en el brazo del extraño para intentar controlar el sudor frío – Deberéis perdonarme, pero no me siento bien... Si pudiérais ayudarme a encontrar mi montura, realmente os lo agradecería mucho. – musitó, mientras procuraba llevar su mente a su "lugar feliz" y de ese modo remitir el desagradable malestar.
Su bestia interior bufó, colérica con justa razón. Ahora ya tenía dos problemas. Debía dejar atrás a Târsil, eso era entendible..., pero ahora comprendía que también debería dejar atrás el recuerdo de Baptiste. O, el día menos pensado, le iba a costar muy caro el que su fantasma la afectara de ese modo.
***
Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Ene 14, 2014 3:42 pm, editado 6 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
"No me hagáis feliz.
Por favor no me satisfagáis.
No me dejéis creer que todo esto puede originar algo bueno."
Markus Zukak
Por favor no me satisfagáis.
No me dejéis creer que todo esto puede originar algo bueno."
Markus Zukak
Creyó que su misión con ella había llegado a su fin cuando observo como dudaba un poco en continuar su camino, estiro un poco la mano en la cual llevaba el relicario aguardando porque la mujer le tomara entre sus manos. En lugar de haber recibido una sonrisa o un agradecimiento lo primero que llegó fueron palabras alteradas, gritos y Declan se detuvo en seco, muy cerca ya de ella.
Aquella señal de molestia le indicaba que lo mejor era que se alejara de ella, que no había nada que regresar, probablemente se había confundido y el relicario no era de ella si no de alguien más que debía estar bastante lejos ya como para que le alcanzara. Un impulso por irse amenazó con atacarle, sin embargo permaneció ahí hasta que la mujer se giro con cara de molestia. Las ideas que pasaron por su mente se diluyeron conforme el rostro femenino era revelado a sus ojos; una sonrisa apareció en su rostro y permaneció mudo.
Nunca antes algo similar le paso. Quedarse sin palabras frente a una mujer, había escuchado eso de algunos amigos por distintos lugares pero jamás creyó ser capaz de experimentarlo por su cuenta y mucho menos frente alguien tan bella como lo era ella. Sus cabellos oscuros; sus ojos que le recordaban a un felino, capaces de entrar en cualquier alma que desearan y esa piel que se notaba suave al tacto, incluso debió reprimirse de acariciar la mejilla de la desconocida. Cualquiera de sus conocidos, si es que llegaba a contarles aquello se burlarían de él; en otras ocasiones, cuando lo que ahora le sucedía eran meramente historias ajenas a su persona, juzgo de locos a quienes juraban hacer caído en aquello que comúnmente se llamaba amor a primera vista.
La vida al parecer aún le deparaba sorpresas y como muestra le estaba entregando aquel encuentro, lo que tanto había pedido en los últimos días, algo diferente que confundiera sus pensamientos. No necesito demasiado si es que se detenía a analizarlo, solo un par de ojos como aquellos y ya había caído en un hechizo. Tanto se había sumido en sus propios sueños y las reflexiones que no se percato de lo que ocurría hasta que él aire pareció no ser el suficiente para la mujer.
– Tranquila, todo estará bien – buscó tranquilizarle cuando se apoyo en él y al notar que las manos de ella se encontraban frías comprendió que sería imposible llevarle hasta su montura sin que algo sucediera. – Lo lamento, pero lo mejor será que descanse antes de que pueda llevarle a cualquier otro lugar – No iba a correr riesgos de que otra cosa sucediera y ella terminase inconsciente. Le sujeto por la cintura, de esa manera le llevaría hasta una banca en la cual le sería posible descansar hasta que se recuperara. En aquel sencillo acto de tomarle por la cintura cayó en cuenta de algo que no había notado antes, debido a que sus pensamientos eran un mar de novedades o a que no deseo darse cuenta.
Sonrío burlón, dirigiendo eso para su propia persona. Embarazada y con eso su mente se dirigía al pasado a recordarle lo que intentaba olvidar.
"Lo siento Declan, yo amo a alguien más"
Cero para él y dos para otros; una verdadera desgracia, pero no había nada más por hacer solo dejar que las cosas siguieran su cause. Concentrando su atención en asegurarse de que estuviera bien le ayudo a tomar asiento en la banca y se coloco frente a ella, agachado para poder mirarle de una manera adecuada. – Respire con calma, todo estará bien. No hay nada que temer. – Decía todo aquello porque no sabía que más podía hacer a menos que… – ¿Existe algo que pueda hacer para que se sienta un poco mejor? y disculpe además mis malos modales mi nombre es Declan – hizo una pausa – Declan Sinclair, ¿usted es? – Si en algún momento las cosas se ponían verdaderamente mal al menos tendría el conocimiento de su nombre para que intentaran dar con parientes o con el marido que era lo más probable.
Chantry Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos.”
O. K. Bernhardt.
O. K. Bernhardt.
Hubo un momento en que pensó que él la dejaría a su suerte y lo maldijo por eso. Si al menos pudiera controlar el sudor frío que le recorría la espalda, el mareo miserable que amenazaba con aturdirla, pero nada de ello estaba ya en sus manos. Era la única cosa que odiaba de su embarazo: saberse tan frágil, tan vulnerable. Estuvo a punto de gritarle unas cuantas obscenidades, cuando él finalmente la tomó de la cintura y la guió hasta la banquita más cercana.
El extraño dijo unas cuantas frases de buena crianza, lo que cualquier sujeto con un poco de educación y recursos diría estando en esa misma situación. Jîldael quiso reírse de lo estúpido de esa situación; trató de no acumular una rabia irracional, pues sabía que si daba pie a sus rencores se desquitaría con el extraño por todo lo que Târsil le había hecho..., pero, he ahí su mayor dilema; Târsil realmente no había hecho nada más que salvarle la vida. Entonces, ¿por qué seguía tan enojada con el mundo?
Y entonces lo supo. Porque tenía miedo. Había amado muchas veces. Y había perdido a cada una de las personas que amó. Ahora, sólo le quedaban Charles y su hijo... ¿Cuánto tiempo pasaría antes de perderlos a ellos también? Y allí estaba aquel sujeto, con su calidez, su amabilidad y su preocupación tratando de entrar en los pedazos de vida que le quedaban, descubriendo su embarazo y tomando distancia de ella, como si el hecho de estar embarazada la hubiera convertido en una especie de bomba de tiempo. Y ella misma, en ese estado idiota en que no sabía lo que quería y le permitía a un extraño colarse en los retazos de consciencia que le quedaban.
Ahora era el mejor momento para que Charles o Alessa decidieran aparecer, pero estaba claro que ninguno de ellos lo haría. El hombre estaba a punto de abandonarla a su suerte y entonces, ¿qué sería de ella, con ese malestar cada vez más poderoso que peleaba por robarle su consciencia? Pero el sujeto no se fue; pese a todo, a su propio miedo quizás, se quedó con ella. Y la Cambiaformas se lo agradeció, agradeció su voz ronca que le pedía que se concentrase en estar bien, que le aseguraba que no había peligro, que le revelaba la identidad del varón. Que se confiaba a ella, una extraña, sin el menor pudor, sin una barrera para defenderlo. Y Jîldael, en ese segundo irracional, lo amó con todo su corazón por eso; pero sería un secreto que se llevaría a la tumba.
– Declan. – casi deletreó el nombre, como si lo estuviera probando en su propia voz, y tuvo el impulso de decirle el suyo, el verdaderamente suyo, pero se contuvo; un resquicio de razón logró imperar en ese momento de delirio – Me llamo Valerie... Valerie Noir. – pero debió saber que estaba perdida desde el momento mismo en que lo miró y que cualquier mentira era una estúpida pérdida de tiempo.
Estaba tan cerca de ella... y ella misma era un mar tan incomprensible de hormonas que si hubiera tenido que explicar sus acciones bien podría haber declarado que estaba ebria; al menos las sensaciones físicas de su cuerpo se parecían bastante a la embriaguez. Sin mediar razonamiento alguno, dejó que su mano cobrase vida propia y acariciara el rostro de Declan; un poco más y probablemente lo hubiera besado, pero la náusea era tan espantosa que no se atrevió a moverse.
– Sí hay una cosa que podéis hacer por mí. – musitó completamente atontada, parecía que de un momento a otro se quedaría dormida – Mi montura está en esa dirección. – apuntó hacia el sur de la ciudad – Es un caballo muy manso; se llama Ghost; él sabe el camino de regreso a casa de memoria... Me siento tan fatal que creo que vomitaré... y preferiría hacerlo en la privada dignidad de mi casa. ¿Podéis, por favor, hacer eso por mí? – intentó sonreírle, pero no lo consiguió. Por el contrario, un terrible ataque de llanto parecía a punto de quebrar sus últimas barricadas de cordura – No sé qué me pasa. – admitió, con vergüenza – Quizás sea porque el hombre que amaba me rompió el corazón... y ahora sólo tengo el amor de mi hijo para no enloquecer... –
La situación habría sido graciosa, si no fuera que se sentía tan rota y vulnerable. Necesitaba huir de allí, alejarse de Declan, de Charles, del mundo entero. Tan solo desaparecer, olvidar los bochornos y el terrible ridículo que estaba haciendo.
Y, en vez de todo, eso, lo único que pudo hacer fue coger la mano del Sinclair y esperar que no la abandonara. No antes de dejarla en la puerta de su casa, en las afueras de Lyon.
***
El extraño dijo unas cuantas frases de buena crianza, lo que cualquier sujeto con un poco de educación y recursos diría estando en esa misma situación. Jîldael quiso reírse de lo estúpido de esa situación; trató de no acumular una rabia irracional, pues sabía que si daba pie a sus rencores se desquitaría con el extraño por todo lo que Târsil le había hecho..., pero, he ahí su mayor dilema; Târsil realmente no había hecho nada más que salvarle la vida. Entonces, ¿por qué seguía tan enojada con el mundo?
Y entonces lo supo. Porque tenía miedo. Había amado muchas veces. Y había perdido a cada una de las personas que amó. Ahora, sólo le quedaban Charles y su hijo... ¿Cuánto tiempo pasaría antes de perderlos a ellos también? Y allí estaba aquel sujeto, con su calidez, su amabilidad y su preocupación tratando de entrar en los pedazos de vida que le quedaban, descubriendo su embarazo y tomando distancia de ella, como si el hecho de estar embarazada la hubiera convertido en una especie de bomba de tiempo. Y ella misma, en ese estado idiota en que no sabía lo que quería y le permitía a un extraño colarse en los retazos de consciencia que le quedaban.
Ahora era el mejor momento para que Charles o Alessa decidieran aparecer, pero estaba claro que ninguno de ellos lo haría. El hombre estaba a punto de abandonarla a su suerte y entonces, ¿qué sería de ella, con ese malestar cada vez más poderoso que peleaba por robarle su consciencia? Pero el sujeto no se fue; pese a todo, a su propio miedo quizás, se quedó con ella. Y la Cambiaformas se lo agradeció, agradeció su voz ronca que le pedía que se concentrase en estar bien, que le aseguraba que no había peligro, que le revelaba la identidad del varón. Que se confiaba a ella, una extraña, sin el menor pudor, sin una barrera para defenderlo. Y Jîldael, en ese segundo irracional, lo amó con todo su corazón por eso; pero sería un secreto que se llevaría a la tumba.
– Declan. – casi deletreó el nombre, como si lo estuviera probando en su propia voz, y tuvo el impulso de decirle el suyo, el verdaderamente suyo, pero se contuvo; un resquicio de razón logró imperar en ese momento de delirio – Me llamo Valerie... Valerie Noir. – pero debió saber que estaba perdida desde el momento mismo en que lo miró y que cualquier mentira era una estúpida pérdida de tiempo.
Estaba tan cerca de ella... y ella misma era un mar tan incomprensible de hormonas que si hubiera tenido que explicar sus acciones bien podría haber declarado que estaba ebria; al menos las sensaciones físicas de su cuerpo se parecían bastante a la embriaguez. Sin mediar razonamiento alguno, dejó que su mano cobrase vida propia y acariciara el rostro de Declan; un poco más y probablemente lo hubiera besado, pero la náusea era tan espantosa que no se atrevió a moverse.
– Sí hay una cosa que podéis hacer por mí. – musitó completamente atontada, parecía que de un momento a otro se quedaría dormida – Mi montura está en esa dirección. – apuntó hacia el sur de la ciudad – Es un caballo muy manso; se llama Ghost; él sabe el camino de regreso a casa de memoria... Me siento tan fatal que creo que vomitaré... y preferiría hacerlo en la privada dignidad de mi casa. ¿Podéis, por favor, hacer eso por mí? – intentó sonreírle, pero no lo consiguió. Por el contrario, un terrible ataque de llanto parecía a punto de quebrar sus últimas barricadas de cordura – No sé qué me pasa. – admitió, con vergüenza – Quizás sea porque el hombre que amaba me rompió el corazón... y ahora sólo tengo el amor de mi hijo para no enloquecer... –
La situación habría sido graciosa, si no fuera que se sentía tan rota y vulnerable. Necesitaba huir de allí, alejarse de Declan, de Charles, del mundo entero. Tan solo desaparecer, olvidar los bochornos y el terrible ridículo que estaba haciendo.
Y, en vez de todo, eso, lo único que pudo hacer fue coger la mano del Sinclair y esperar que no la abandonara. No antes de dejarla en la puerta de su casa, en las afueras de Lyon.
***
Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Ene 14, 2014 3:45 pm, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
"Yo te amaré en silencio...
Como algo inaccesible, como un sueño que nunca lograré realizar
y el lejano perfume de mi amor imposible rozará tus cabellos...
Y jamás lo sabrás.
José Ángel Buesa"
Como algo inaccesible, como un sueño que nunca lograré realizar
y el lejano perfume de mi amor imposible rozará tus cabellos...
Y jamás lo sabrás.
José Ángel Buesa"
Describir lo que le pasaba por la mente y el corazón era sencillamente imposible. La mujer le parecía tan frágil, vulnerable que deseo abrazarle y protegerle de todo aquello que osara a intentar hacerle daño. Debía de estar sufriendo alguna crisis de su edad, por qué aquel corazón que creía cerrado desde mucho tiempo atrás continuaba latiendo en su pecho como cuando era un crío y observaba a Monique en los bosques, corriendo feliz junto a los otros miembros de la manada solo que entonces...
"Lo siento Declan, yo amo a alguien más"
Esa maldita frase, esa que no le dejaba en paz y tampoco podía borrar de sus recuerdos por más que se dijera que había sido algo normal, un amor de juventud que no debería afectarle hasta ese entonces; desafortunadamente nadie manda en el corazón y mucho menos es capaz de enfocar los afectos en quien debería. Tal vez debiera solamente aceptar que sus afectos estarían por siempre orientados en dirección quienes serían incapaces de retribuirle. Se encontraba bastante seguro de que quienes se dieran cuenta de que pensaba de ese modo le dirían que lo mejor era amar y no esperar nada a cambio, pero era egoísta y aunque amara de esa manera deseaba algo más.
Miraba a aquella mujer que simbolizaba una burla para su pasado, para sus sentimientos y su vida como le había llevado hasta esos momentos; debía odiarle, detestar que trajera hasta su mente aquello que le dolía en lo profundo solo que no podía hacerlo y de poder no lo haría, ella no se merecía su odio, no había hecho más que girarse a mirarle y todo lo demás fue culpa de él.
– Valerie… – repitió su nombre en un susurró que lanzó al viento, que sería probablemente el único testigo de lo que esa mujer de cabellos oscuros le provocaba. Necesitaba tranquilizarse a si mismo después de todo, enfocarse en que ella estaba embarazada y que en algún lugar de la ciudad su marido debía estar preocupada por ella. Al menos alguien de ambos tenía quien se preocupara. – Un placer. – Desvió la mirada de aquel par de ojos que amenazaban con devorar su alma si les contemplaba unos segundos más.
Solo volvió a mirar a la dama cuando su rostro sintió aquel delicado y cálido tacto sobre su rostro, sin poder contenerse le dedico una sonrisa y llevó una de sus manos a la de ella. La forma en la que actuaba era verdaderamente imprudente, pero ambos habían actuado de la misma manera por lo que sintió mucho menos culpabilidad de aquello. Suspiro antes de tomar aquella mano entre la suya y apartarla de su rostro; no deseaba hacer eso, pero era lo mejor para ambos.
– ¿Esta segura de eso? Yo no creo que se buena idea, mucho menos considerando el semblante que tiene y claro, su condición. – Una negativa era lo que debía dar, decirle que no podía hacerlo, que no le ayudaría a llegar hasta donde ella le pedía pero sencillamente le era imposible decirle que no. Si estaba haciendo de estúpido, sería el completo estúpido. – Eso lo entiendo perfectamente, descuide yo le llevare hasta su morada y me asegurare de que llegue a salvó. Esto que siente debe ser normal, así que deje todo en mis manos – Intentaba reconfortarle usando frases que escucho de otras personas o aspectos que conocía simplemente porque platicaba con otras personas.
Enmudeció al escuchar lo ultimo y sintió un alivio en el corazón que le permitió darse cuenta de la terrible persona que era. Se alegraba de saberle con el corazón roto, no porque gozara del sufrimiento ajeno sino porque eso solo podía significar que aquel corazón estaba libre de ataduras. Claramente el que se encontrara libre no borraría el hecho de que permaneciera herido pero no podían obtenerse tantas buenas noticias juntas. Otra parte de si mismo detesto al instante a quien fuera que le dejara, no podía concebir que rompieran el corazón de tan delicada y hermosa mujer; sin embargo, siempre habría locos por ahí.
Aquella mano se aferro a la suya y entonces le apretó un poco, tratando de mostrar que estaba con ella. Ahora más que antes estaba dispuesto a ayudarle, a cuidarle y hacerle llegar a salvo a su hogar.
– Hable, ¿Dónde esta su hogar? Le llevare a donde usted me lo pida – y decía la verdad, no importaba la distancia le llevaría.
La mano libre volvió a rodearle. Estaba ahí para ofrecerle apoyo y el que ambos fueran capaces de llegar hasta el caballo que les guiaría de regreso al hogar de esa hermosa mujer.
Chantry Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“Confianza es el sentimiento de poder creer a una persona incluso cuando sabemos que mentiríamos en su lugar.”
Henry–Louis Mencken.
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Lo oyó decir su nombre y la manera en que lo dijo hizo que se le erizaran los cabellos de la nuca; pero no permitió que nada en su rostro delatara el caos interior en el que se estaba ahogando. ¿Quién era Declan, que la afectaba de ese modo tan violento e intenso? ¿En quién se estaba convirtiendo ella a causa de él? ¿Cómo se podía sentir dolor y esperanza a partes iguales sin volverse loca? Necesitaba dejar de pensar, o su cabeza estallaría de un momento a otro. Debía volver a casa lo antes posible y lo haría con o sin ayuda.
– ¿Está segura de eso? Yo no creo que se buena idea... – le conmovió que él se preocupara de su bienestar, pero se obligó a evadir cualquier tipo de compromisos; después de todo, el Sinclair seguía siendo un perfecto desconocido.
– Tranquilo. – susurró cansada, tratando de no dejarse vencer por la náusea – Llegué hasta aquí montando; lo hago a menudo, pese a mi “estado”. – susurró, al tiempo que esbozaba el intento de una sonrisa.
Él le dedicó otras palabras de buena crianza, como si (por algún motivo incomprensible) fuera necesario mantener cierta distancia, como si necesitara, pese a todo, seguir siendo un desconocido para ella. No podía culparlo; ella era una extraña de la cual tenía que hacerse cargo por caridad cívica, dejando de lado sus ocupaciones personales; Jîldael sabía que en su lugar, estaría maldiciendo internamente y, por supuesto, habría puesto un muro de distancia con cualquier sujeto que no conociera.
Evitó mirarlo. No quería su lástima; no lo soportaría. Pero, entonces, algo cambió, de manera muy sutil; sería que imperceptiblemente se acercó más a ella o, tal vez, que el modo de cogerle la mano era más firme, más íntimo; quizás, fue su tono de voz, más suave, más cálido si era posible. No acertó el qué, pero estaba allí, haciendo una diferencia sustancial, tan pequeña que apenas podía percibirse, pero tan definitiva que cambiaría todo su destino, para siempre.
– Hable, ¿Dónde está su hogar? Le llevare a donde usted me lo pida. – admitió, al tiempo que la rodeaba y le ayudaba a ponerse de pie.
El mareo aumentó; sintió como sus piernas se convertían en una especie de lana que no podía sostenerle el peso, mientras el calor la abandonaba completamente y un sudor frío la empapaba de pies a cabeza. Todo su cuerpo parecía estar en contra de ella misma. Tuvo que apoyarse completamente en Declan, pues era incapaz de sostenerse por sí misma. Él ni siquiera preguntó y Jîldael no tuvo tiempo de negarse; de pronto, simplemente, sintió como la apegaba a su masculino cuerpo y le pasaba el brazo por debajo de las piernas. De un solo movimiento, comprendió que la estaba tomando entre sus brazos para cargarla hasta donde estuviera Ghost.
Le sorprendió la ternura de Declan, la delicadeza con que la alzó del suelo, la facilidad con que pareció moverse con ella entre sus brazos. Y entonces se miraron, tan cerca, tan íntimamente, que fue como si un abismo se abriera entre su pasado y su presente. Se descubrió mirando cada rasgo de su rostro: sus cejas espesas, sus intensos ojos azules, su nariz firme y recta, sus labios delgados y torcidos en una mueca que era casi una sonrisa; y descubrió que le gustaba todo de él. Con suma suavidad, rodeó su cuello y se acercó a él; no pudo evitar enterrar su derecha en el cabello de Declan, al tiempo que escondía su rostro en el cuello de él.
– Gracias. – musitó la Cambiaformas – Ghost es un alazán muy manso; tiene bridas marrón obscuro, mientras que la silla es de color avellana; bastará con que digáis su nombre en voz alta y él os responderá con un relincho; no existe caballo más inteligente que Ghost, os lo aseguro. – le explicó mientras el Sinclair caminaba en la dirección que ella le había dado.
Sólo entonces, cuando Declan la apegó todavía más a él, percibió el calor del cuerpo masculino que la confortaba de una manera muy particular. “¡Qué extraño!”, pensó la Felina, “Me hace recordar a Baptiste; él también exudaba una temperatura así”. De alguna forma, intuía que Declan no era del todo humano, pero no acertaba a decir por qué; tampoco tuvo el valor de preguntarle; no tenía derecho de hacerlo cuando ella misma había ocultado su verdadera identidad. Se estremeció, culpable, mientras las lágrimas volvían con fuerzas renovadas; lo abrazó con fuerza y deseó que nunca la soltara, que nunca tuviera que separarse de él. ¡Malditas y traidoras hormonas! Era en momentos así que Jîldael odiaba, con todas sus fuerzas, haber nacido mujer.
– Creo que hemos encontrado a su corcel. – señaló Declan, sacándola de sus pensamientos.
Jîldael se resistió un segundo a mirar, pero finalmente lo hizo. De algún modo, le alegró encontrar a su caballo. Pero también, de ese mismo inexplicable modo, le dolió tener que separarse de Declan. Su pequeño sueño había acabado demasiado pronto.
O eso creía ella.
***
– ¿Está segura de eso? Yo no creo que se buena idea... – le conmovió que él se preocupara de su bienestar, pero se obligó a evadir cualquier tipo de compromisos; después de todo, el Sinclair seguía siendo un perfecto desconocido.
– Tranquilo. – susurró cansada, tratando de no dejarse vencer por la náusea – Llegué hasta aquí montando; lo hago a menudo, pese a mi “estado”. – susurró, al tiempo que esbozaba el intento de una sonrisa.
Él le dedicó otras palabras de buena crianza, como si (por algún motivo incomprensible) fuera necesario mantener cierta distancia, como si necesitara, pese a todo, seguir siendo un desconocido para ella. No podía culparlo; ella era una extraña de la cual tenía que hacerse cargo por caridad cívica, dejando de lado sus ocupaciones personales; Jîldael sabía que en su lugar, estaría maldiciendo internamente y, por supuesto, habría puesto un muro de distancia con cualquier sujeto que no conociera.
Evitó mirarlo. No quería su lástima; no lo soportaría. Pero, entonces, algo cambió, de manera muy sutil; sería que imperceptiblemente se acercó más a ella o, tal vez, que el modo de cogerle la mano era más firme, más íntimo; quizás, fue su tono de voz, más suave, más cálido si era posible. No acertó el qué, pero estaba allí, haciendo una diferencia sustancial, tan pequeña que apenas podía percibirse, pero tan definitiva que cambiaría todo su destino, para siempre.
– Hable, ¿Dónde está su hogar? Le llevare a donde usted me lo pida. – admitió, al tiempo que la rodeaba y le ayudaba a ponerse de pie.
El mareo aumentó; sintió como sus piernas se convertían en una especie de lana que no podía sostenerle el peso, mientras el calor la abandonaba completamente y un sudor frío la empapaba de pies a cabeza. Todo su cuerpo parecía estar en contra de ella misma. Tuvo que apoyarse completamente en Declan, pues era incapaz de sostenerse por sí misma. Él ni siquiera preguntó y Jîldael no tuvo tiempo de negarse; de pronto, simplemente, sintió como la apegaba a su masculino cuerpo y le pasaba el brazo por debajo de las piernas. De un solo movimiento, comprendió que la estaba tomando entre sus brazos para cargarla hasta donde estuviera Ghost.
Le sorprendió la ternura de Declan, la delicadeza con que la alzó del suelo, la facilidad con que pareció moverse con ella entre sus brazos. Y entonces se miraron, tan cerca, tan íntimamente, que fue como si un abismo se abriera entre su pasado y su presente. Se descubrió mirando cada rasgo de su rostro: sus cejas espesas, sus intensos ojos azules, su nariz firme y recta, sus labios delgados y torcidos en una mueca que era casi una sonrisa; y descubrió que le gustaba todo de él. Con suma suavidad, rodeó su cuello y se acercó a él; no pudo evitar enterrar su derecha en el cabello de Declan, al tiempo que escondía su rostro en el cuello de él.
– Gracias. – musitó la Cambiaformas – Ghost es un alazán muy manso; tiene bridas marrón obscuro, mientras que la silla es de color avellana; bastará con que digáis su nombre en voz alta y él os responderá con un relincho; no existe caballo más inteligente que Ghost, os lo aseguro. – le explicó mientras el Sinclair caminaba en la dirección que ella le había dado.
Sólo entonces, cuando Declan la apegó todavía más a él, percibió el calor del cuerpo masculino que la confortaba de una manera muy particular. “¡Qué extraño!”, pensó la Felina, “Me hace recordar a Baptiste; él también exudaba una temperatura así”. De alguna forma, intuía que Declan no era del todo humano, pero no acertaba a decir por qué; tampoco tuvo el valor de preguntarle; no tenía derecho de hacerlo cuando ella misma había ocultado su verdadera identidad. Se estremeció, culpable, mientras las lágrimas volvían con fuerzas renovadas; lo abrazó con fuerza y deseó que nunca la soltara, que nunca tuviera que separarse de él. ¡Malditas y traidoras hormonas! Era en momentos así que Jîldael odiaba, con todas sus fuerzas, haber nacido mujer.
– Creo que hemos encontrado a su corcel. – señaló Declan, sacándola de sus pensamientos.
Jîldael se resistió un segundo a mirar, pero finalmente lo hizo. De algún modo, le alegró encontrar a su caballo. Pero también, de ese mismo inexplicable modo, le dolió tener que separarse de Declan. Su pequeño sueño había acabado demasiado pronto.
O eso creía ella.
***
Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Ene 14, 2014 3:49 pm, editado 2 veces
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
"Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.
Mario Benedetti"
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Ayudarle e ignorar el alejarse de ella en el mismo instante en que sintió como su corazón se unía lentamente a ella por un lazo invisible había sido un error, ahora lo único que le quedaba a aquel lobo que actúo de tan imprudente manera era dejarse llevar, incluso si eso desembocaba irremediablemente en caer en un agujero del que no se pudiera escapar jamás.
Era una mujer fuerte en el fondo, se lo hacía notar con cada palabra que salía de esos labios perfectos; una mujer que aparentemente podía soportar todo pero que al mismo tiempo, al igual que esa fuerza existía dentro de ella era una mujer que esperaba ser amada y comprendida. Por unos segundos Declan pensó en cómo sería si él fuese aquel que acompañara la vida de Valerie, si su compañía fuese la que ella tanto necesitaba y para él, ella fuera la luz que estaba buscando en la oscuridad que su camino había adquirido con el paso de los años y la disminución de las esperanzas.
– Entonces no perdamos más tiempo e iniciemos la marcha – comenzó a avanzar un poco, sujetando el cuerpo de Valerie con la fuerza necesaria como para brindarle apoyo y seguridad pero no la suficiente como para terminar lastimando a la fémina.
No llevaban ni dos pasos cuando se percato de que el estado en el que ella se encontraba solo empeoraría de llevarle caminando hasta donde se encontraba el animal que le llevó a aquel lugar.
– Disculpe… – Con esas palabras sentía que pedía permiso y se excusaba de lo que estaba por hacer. Sin aguardar pregunta, mirada o reproche le cargo, gracias a su condición le sería sencillo llevarle hasta donde debían sin que ella se fatigara o se sintiera más enferma de lo que ya se veía.
Todo el cuerpo ajeno se sentía frío, pero aún así lograba acelerar aún más el ritmo cardiaco del licántropo, que intento no mirarle y solo enfocarse en andar sin pensar mucho en que le llevaba en brazos, muy cerca de él. En un impulso que no pudo contener, termino por mirar a los ojos a aquella mujer tan misteriosa y cautivante. De una manera extraña e imposible de explicar para él supo que con esa mirada, con la cercanía y la atmósfera en general que les rodeaba, el destino les había unido y que el lazo invisible entre ellos ya estaba formado; nada de lo que hiciera entonces podría alejarle de eso. Declan iría a ella de la misma manera en la que los mares intentaban alcanzar a la luna, solo que a diferencia de las aguas que veían sus deseos frustrados, él cargaba a su luna en los brazos.
Un suspiró salió de sus labios, mientras que sus pies no dejaban de guiarle en la dirección que ella le dio.
– De nada, Valerie. – En un arrebato inconsciente fue que deposito un beso en la frente de la mujer y se maldijo. ¿Qué estaba haciendo? Aunque supiera todo su interior que algo de si estaba unido a ella, nada le permitía actuar de esa forma y menos considerando que acababan de conocerse, darse nombres y… eso era todo. – Lo lamento, he actuado de una manera imprudente pero le aseguro que no volveré a hacerlo – agradeció que estuviera acurrucada contra él, de esa manera era incapaz de ver la forma en la que le estaba afectando todo eso.
Se culpó nuevamente cuando ella se aferró con mayor fuerza a él. Creía sentir que actuaba como un joven ingenuo que no sabe nada de la vida, justo de la misma forma en la que antes actuaba con Monique y recordando esa experiencia, actuar de esa forma tan irresponsable no le trajo nada bueno.
Demasiado pronto fue cuando se encontraron en el lugar que se suponía que estaría el caballo.
– Ghost… – le llamó solo para que justo como ella había dicho el caballo terminara por relinchar – Creo que hemos encontrado a su corcel – menciono a quien aún se ocultaba en él.
Con extrema lentitud avanzó hasta quedar cerca del caballo y mirar nuevamente los ojos de aquella mujer que le regalaba la dicha de volver a observarle.
– Hora de partir – aprovechando de la fuerza que poseía fue como le ayudo primero a que se sentara, para después terminar por subirse él mismo al corcel y sonreír – Solo indique la dirección que debo seguir y en breve nos encontraremos en su hogar – tomó las riendas con seguridad y se acercó a ella, aguardando que se sujetara para avanzar en la dirección que le indicaba. En esos instantes no deseaba nada más que el hecho de verle a salvo; además de que estando de esa manera a su lado aún podía seguirse preguntando a si mismo sobre como sería estar a su lado no solo unas horas, sino para siempre.
Chantry Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“Lo que hoy siente tu corazón, mañana lo entenderá tu cabeza.”
Anónimo.
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Sintió cómo él la acercaba a su cuerpo, como suavemente depositaba un casto beso en su frente, llevado por impulsos que de inmediato lo obligaron a disculparse; no era bien visto, después de todo, que las señoritas se amarraran a brazos extraños, por muy atractivos que fueran y, mucho menos, que se dejasen besar de buenas a primeras…
Pero ella nunca había sido una señorita; ¿cuántas veces no se enfrascó en una terrible discusión con su señor padre sólo porque se había trenzado a puñetazos limpios en el Instituto? ¿Cuántas veces no salieron de su boca terribles coprolalias dignas del más vil pordiosero?... Deseó que Jean estuviera allí para poder gritarle que se había equivocado, que nunca necesitó ser una dama como su madre; ella había nacido para ser salvaje, para dejarse llevar por sus instintos. Y eso le había salvado la vida en incontables ocasiones.
Lo dejó hablar y lo dejó poner distancia entre ambos, pues no tenía las fuerzas suficientes para ponerse a discutir con él; ya habría otras ocasiones en que le gritaría por ser tan estúpido y protocolar. El Sinclair la acomodó por fin sobre el caballo; el resto dependía sólo del noble animal. Pese a su terrible mareo, no pudo evitar sentir que el pecho se le encogía y que un terrible ataque de llanto amenazaba su línea de largas y curvas pestañas. Esa parte irracional de sí misma no quería decirle adiós…
Y no se despidió. Su sorpresa fue mayúscula cuando, al cabo de unos segundos, el propio Declan se montaba sobre el animal, al tiempo que la envolvía en un suave y delicado abrazo; sus miradas volvieron a encontrarse, y Jîldael supo que podría ahogarse en esos ojos tan azules e infinitos; un suave jadeo escapó de sus labios y un escalofrío agradable se deslizó por su espalda. Y su corazón, ebrio de felicidad, no pudo contenerse más.
– Os mentí…. – confesó, sin pensarlo dos veces – no me llamo Valerie; no soy hija del Mayordomo. – agregó mientras luchaba por sostenerle la mirada – Soy Jîldael Del Balzo y Tolosa, última descendiente de las dos familias más poderosas de las provincias del sur… Y ahora, me tenéis en vuestras manos, pues mi vida vale mi peso en oro para la Inquisición. – replicó, al tiempo que evadía a esos ojos tan terriblemente azules, tan dolorosamente encantadores.
Ese escape infantil era, por supuesto, completamente inútil, pues al cabo de unos segundos volvía a ser cautiva de la mirada severa del aristócrata, la misma que le hechizó, llevándola por un derrotero de emociones que encadenarían para siempre su destino al destino de ese completo extraño. Sus dedos cobraron vida propia y se deleitaron en recorrer el varonil rostro; dibujaron sus cejas, su nariz, sus mejillas, su boca. Quería olvidarse de todo, de su pasado, de sus deberes, de su futuro y eternizar ese momento lo que más pudiera. Y, entonces, simplemente sucedió, de manera tan simple y natural que bastó para saber que el resto su vida estaría unida a la vida de él. La distancia entre ambos se esfumó en el momento en que ella acercó su rostro al de él y fundió ambas bocas en un beso que, de casto no tenía nada.
***
Pero ella nunca había sido una señorita; ¿cuántas veces no se enfrascó en una terrible discusión con su señor padre sólo porque se había trenzado a puñetazos limpios en el Instituto? ¿Cuántas veces no salieron de su boca terribles coprolalias dignas del más vil pordiosero?... Deseó que Jean estuviera allí para poder gritarle que se había equivocado, que nunca necesitó ser una dama como su madre; ella había nacido para ser salvaje, para dejarse llevar por sus instintos. Y eso le había salvado la vida en incontables ocasiones.
Lo dejó hablar y lo dejó poner distancia entre ambos, pues no tenía las fuerzas suficientes para ponerse a discutir con él; ya habría otras ocasiones en que le gritaría por ser tan estúpido y protocolar. El Sinclair la acomodó por fin sobre el caballo; el resto dependía sólo del noble animal. Pese a su terrible mareo, no pudo evitar sentir que el pecho se le encogía y que un terrible ataque de llanto amenazaba su línea de largas y curvas pestañas. Esa parte irracional de sí misma no quería decirle adiós…
Y no se despidió. Su sorpresa fue mayúscula cuando, al cabo de unos segundos, el propio Declan se montaba sobre el animal, al tiempo que la envolvía en un suave y delicado abrazo; sus miradas volvieron a encontrarse, y Jîldael supo que podría ahogarse en esos ojos tan azules e infinitos; un suave jadeo escapó de sus labios y un escalofrío agradable se deslizó por su espalda. Y su corazón, ebrio de felicidad, no pudo contenerse más.
– Os mentí…. – confesó, sin pensarlo dos veces – no me llamo Valerie; no soy hija del Mayordomo. – agregó mientras luchaba por sostenerle la mirada – Soy Jîldael Del Balzo y Tolosa, última descendiente de las dos familias más poderosas de las provincias del sur… Y ahora, me tenéis en vuestras manos, pues mi vida vale mi peso en oro para la Inquisición. – replicó, al tiempo que evadía a esos ojos tan terriblemente azules, tan dolorosamente encantadores.
Ese escape infantil era, por supuesto, completamente inútil, pues al cabo de unos segundos volvía a ser cautiva de la mirada severa del aristócrata, la misma que le hechizó, llevándola por un derrotero de emociones que encadenarían para siempre su destino al destino de ese completo extraño. Sus dedos cobraron vida propia y se deleitaron en recorrer el varonil rostro; dibujaron sus cejas, su nariz, sus mejillas, su boca. Quería olvidarse de todo, de su pasado, de sus deberes, de su futuro y eternizar ese momento lo que más pudiera. Y, entonces, simplemente sucedió, de manera tan simple y natural que bastó para saber que el resto su vida estaría unida a la vida de él. La distancia entre ambos se esfumó en el momento en que ella acercó su rostro al de él y fundió ambas bocas en un beso que, de casto no tenía nada.
***
Última edición por Jîldael Del Balzo el Dom Jun 01, 2014 1:15 pm, editado 3 veces
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
"Como daba besos lentos, duraban más sus amores.
Ramón Gómez De La Serna."
Ramón Gómez De La Serna."
Aquel corcel justo como Valerie había dicho avanzó en cuanto le indico que lo hiciera; los animales eran listos de eso no cabía la menor duda y en esos instantes sus ideas eran confirmadas por aquel caballo.
Le miro y le mostró una sonrisa aunque era incapaz de entender del todo su cara de confusión. ¿No le quería para acompañarle? Esa idea se le borró de inmediato cuando no recibió reclamo alguno, sino que por el contrario era capaz de jurar que ella se sentía cómoda en sus brazos y de nuevo se río de sus propios pensamientos. No presto atención a nada que no fuera aquel calor entre sus brazos y aquel par de ojos que le miraban fijamente.
– ¿Qué? – No podía creer que aquello de que mintiera fuera realmente cierto, de hecho estaba por llevarle la contraria tal vez de una manera estúpida cuando escucho que volvía a hablar; una confusión tremenda llego hasta sus pensamientos al escuchar aquel apellido… Del Balzo… ¿No era aquel el mismo del que Jean? ¿No tenía Jean una hija?. Comenzó a sentirse mareado por la velocidad a la que corrían sus pensamientos y todas esas ideas que no encontraba ni como verdaderas ni como ciertas; sus recuerdos eran una madeja que se negaba a mostrarle nuevamente al difunto Jean y una señal de que la mujer en sus brazos fuese su hija. – Jean Del Balzo… – se encontró con la terrible necesidad de pronunciar a que nombre en voz alta.
Jean Del Balzo, un hombre noble asesinado tiempo atrás que durante mucho tiempo fue cliente de Declan y a quien solía tratar de manera bastante cortes, el licántropo se atrevía a decir incluso que ambos se respetaban y se consideraban "amigos". En varias ocasiones Jean le llamó para que le llevara telas de las más finas para su hija, solo que en aquel entonces nunca se había visto en la necesidad de preguntar por ella, en parte porque conocía lo que a Jean le provocaba hablar de ella.
La pequeña descendiente Del Balzo no era muy apreciada por su progenitor y eso simplemente no era incumbencia de Declan.
– Se parece a su madre… –
Ese comentario lo escucho varias veces, cargado de un odio que nunca creyó observar en nadie más. Tanto había escuchado eso que inconscientemente se grabó el aspecto de la difunta mujer de Jean, todo gracias al cuadro que existía en su casa de aquella hermosa mujer y ahora, entrando a sus recuerdos y observando de nuevo ese rostro todo le fue claro.
– Tú… – le miro perplejo, ¿Cómo no le fue posible notarlo antes? Jîldael, que era el nombre con el que ahora se presentaba era idéntica a su madre; más sus pensamientos no pudieron mantenerse en el pasado mucho tiempo más ya que fue obligado a volver al presente gracias a aquellos dedos que con lentitud y cuidado recorrieron cada parte de su rostro solo para que entonces fueran finalmente aquellos labios los que terminaran por acercarse a los suyos; terminando con las dudas, con el pasado, las inseguridades… ahora solo existían los dos.
Su cuerpo se acerco más a ella y parte de sus pensamientos aún un poco conscientes agradecieron que el corcel supiera el camino sin que alguno le guiara.
La suavidad de aquellos labios nubló lentamente sus pensamientos más y más, dejando simplemente el deseo de probarles más, de marcarlos como suyos aunque no lo fueran. Devoraba esos labios como si les estuviera esperando por un largo tiempo llenandose de ella y de lo que todo eso estaba significando para ambos; un nuevo comienzo. Mordió ligeramente el labio inferior de la Del Balzo, en una forma de intentar convencerse de que no era solamente un sueño o algo de esa naturaleza, pero al darse cuenta de que todo eso era real se separó de ella.
La culpa le había alcanzado, eran desconocidos y aún así le había respondido aquel impulso que seguramente se debía a sus hormonas, más mirando aquel par de ojos le era imposible contenerse.
– Lo lamento, Jîldael… – y dicho eso busco nuevamente sus labios, si ya había cometido el error o había sellado su futuro… al menos debía valer la pena.
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“Hoy es siempre todavía.”
Antonio Machado.
Antonio Machado.
Que él se sorprendiera ante la verdad no fue nada nuevo para Jîldael.
Lo que sí fue un balde de agua fría fueron las escuetas palabras de Declan:
– Jean Del Balzo… – musitó tan bajo que, si no hubiera estado tan cerca de él, de seguro ni se habría enterado – ¡Tú! – la miró verdaderamente perplejo, como si la hubiera visto antes.
Jîldael, por el contrario, estaba completamente segura de que jamás antes se habían visto. O sea... Nunca en la vida, la Cambiaformas habría olvidado esos ojos, o esa boca, o el modo en que sonreía, o las arrugas que se le formaban cuando fruncía el ceño. De haberlo conocido, no habría existido otro hombre en su vida. Lo supo con ese primer beso; supo que, de haberse encontrado antes, su historia se habría escrito de manera completamente diferente.
Saberlo con tal certeza le encogió el pecho y le apretó la garganta.
– ¿Dónde estuviste toda mi vida? – le preguntó con un claro reproche por todo el tiempo perdido. La respuesta del Sinclair fue totalmente incomprensible:
– Lo lamento, Jîldael… –
¿Qué lamentaba? ¿Qué le hubiera mentido? ¿Que estuviera viva? ¿Que fuera Jîldael y no Valerie? No le importó; ¿cómo podía importarle si él volvía amarrarla en otro beso? Pudo sentir cómo él deslizó una de sus manos por su cuello y la cogía con firmeza para acercarla todavía más a él, como si temiera perderla, como si existiera la posibilidad de que ella quisiera escapar de ese lugar.
¿Escapar? ¿Cuando lo que realmente quería era golpearlo por haber tardado tanto en encontrarla? ¿Huir cuando quería secuestrarlo hasta enamorarlo perdidamente de ella y sólo de ella? Le mordió el labio, mezcla de pasión y de rabia, le jaló el cabello y araño su espalda sin caerse del caballo; para su suerte Ghost era el corcel más manso y noble de todos los que jamás había tenido y, mientras ellos se debatían a besos y abrazos, el animal se dirigía con suma tranquilidad a su destino como si no tuviera otro propósito en la vida que caminar tranquilamente hacia su establo.
Pese a la pasión que les consumía, la Felina se obligó a controlarse; no era capaz de saltar todavía, no así, tan a ciegas, tan a pérdida. Debía resguardarse; demasiadas veces había expuesto a su corazón; demasiadas veces terminó roto, la última de ellas apenas unas semanas atrás. Apenas todavía intentaba reponerse de la abrupta ruptura y ya estaba besándose con otro... Pero ese otro parecía haber estado predestinado para ella desde siempre.
Cuando el deseo de ese segundo beso les consumió el aire y les obligó a separarse para respirar, Jîldael no tuvo el valor de mirarlo y el frío que parecía haberse fugado, volvía con fuerzas renovadas para robarle su fortaleza y su independencia, como si quisiera recordarle que no servía para estar sola, que, pese a su salvaje espíritu felino, siempre necesitaría de alguien que la protegiera, la deseara y la amara. Lo había deseado toda su vida, pese a que trató de olvidarlo en las incontables pericias que la habían agobiado en los últimos tres años de su vida; se lo habían recordado a fuego, primero Baptiste, luego Târsil... y ahora parecía que era Declan quien no le permitiría olvidar lo mucho que necesitaba dejarse amar.
Se apegó a su pecho; se amarró a su cuerpo como el náufrago a su tabla y lloró, como una niña pequeña, por lo que pudo ser y no fue, por su familia perdida, por la vida que no tuvo; pero también lloró de esperanza y de fe. Era tiempo de dar vuelta su página; necesitaba empezar de nuevo, reconstruirse desde esas sus cenizas amargas y solitarias; lo necesitaba por su hijo, por su Maestre, por sí misma y por todo lo que podría ser:
– Sí. Yo. – le dijo, sin mirarlo, amarrada a su pecho – Quizás, si saltas conmigo, un día, más adelante, pueda ser un “nosotros”.–
Entonces, lo miró a través de sus lágrimas con todos sus sentimientos a flor de piel, para que él pudiera verlos. Y cuando él también la miró, supo que la esperanza no había muerto, que resurgía ahora más fuerte y poderosa que nunca. Bendita, maldita esperanza.
***
Lo que sí fue un balde de agua fría fueron las escuetas palabras de Declan:
– Jean Del Balzo… – musitó tan bajo que, si no hubiera estado tan cerca de él, de seguro ni se habría enterado – ¡Tú! – la miró verdaderamente perplejo, como si la hubiera visto antes.
Jîldael, por el contrario, estaba completamente segura de que jamás antes se habían visto. O sea... Nunca en la vida, la Cambiaformas habría olvidado esos ojos, o esa boca, o el modo en que sonreía, o las arrugas que se le formaban cuando fruncía el ceño. De haberlo conocido, no habría existido otro hombre en su vida. Lo supo con ese primer beso; supo que, de haberse encontrado antes, su historia se habría escrito de manera completamente diferente.
Saberlo con tal certeza le encogió el pecho y le apretó la garganta.
– ¿Dónde estuviste toda mi vida? – le preguntó con un claro reproche por todo el tiempo perdido. La respuesta del Sinclair fue totalmente incomprensible:
– Lo lamento, Jîldael… –
¿Qué lamentaba? ¿Qué le hubiera mentido? ¿Que estuviera viva? ¿Que fuera Jîldael y no Valerie? No le importó; ¿cómo podía importarle si él volvía amarrarla en otro beso? Pudo sentir cómo él deslizó una de sus manos por su cuello y la cogía con firmeza para acercarla todavía más a él, como si temiera perderla, como si existiera la posibilidad de que ella quisiera escapar de ese lugar.
¿Escapar? ¿Cuando lo que realmente quería era golpearlo por haber tardado tanto en encontrarla? ¿Huir cuando quería secuestrarlo hasta enamorarlo perdidamente de ella y sólo de ella? Le mordió el labio, mezcla de pasión y de rabia, le jaló el cabello y araño su espalda sin caerse del caballo; para su suerte Ghost era el corcel más manso y noble de todos los que jamás había tenido y, mientras ellos se debatían a besos y abrazos, el animal se dirigía con suma tranquilidad a su destino como si no tuviera otro propósito en la vida que caminar tranquilamente hacia su establo.
Pese a la pasión que les consumía, la Felina se obligó a controlarse; no era capaz de saltar todavía, no así, tan a ciegas, tan a pérdida. Debía resguardarse; demasiadas veces había expuesto a su corazón; demasiadas veces terminó roto, la última de ellas apenas unas semanas atrás. Apenas todavía intentaba reponerse de la abrupta ruptura y ya estaba besándose con otro... Pero ese otro parecía haber estado predestinado para ella desde siempre.
Cuando el deseo de ese segundo beso les consumió el aire y les obligó a separarse para respirar, Jîldael no tuvo el valor de mirarlo y el frío que parecía haberse fugado, volvía con fuerzas renovadas para robarle su fortaleza y su independencia, como si quisiera recordarle que no servía para estar sola, que, pese a su salvaje espíritu felino, siempre necesitaría de alguien que la protegiera, la deseara y la amara. Lo había deseado toda su vida, pese a que trató de olvidarlo en las incontables pericias que la habían agobiado en los últimos tres años de su vida; se lo habían recordado a fuego, primero Baptiste, luego Târsil... y ahora parecía que era Declan quien no le permitiría olvidar lo mucho que necesitaba dejarse amar.
Se apegó a su pecho; se amarró a su cuerpo como el náufrago a su tabla y lloró, como una niña pequeña, por lo que pudo ser y no fue, por su familia perdida, por la vida que no tuvo; pero también lloró de esperanza y de fe. Era tiempo de dar vuelta su página; necesitaba empezar de nuevo, reconstruirse desde esas sus cenizas amargas y solitarias; lo necesitaba por su hijo, por su Maestre, por sí misma y por todo lo que podría ser:
– Sí. Yo. – le dijo, sin mirarlo, amarrada a su pecho – Quizás, si saltas conmigo, un día, más adelante, pueda ser un “nosotros”.–
Entonces, lo miró a través de sus lágrimas con todos sus sentimientos a flor de piel, para que él pudiera verlos. Y cuando él también la miró, supo que la esperanza no había muerto, que resurgía ahora más fuerte y poderosa que nunca. Bendita, maldita esperanza.
***
Última edición por Jîldael Del Balzo el Dom Jun 01, 2014 1:17 pm, editado 2 veces
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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"Cuando encontramos el amor encontramos también la razón y el sentido de la vida toda.
Doménico Cieri Estrada"
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“¿Dónde estuviste toda mi vida? “ aquella palabras retumbaron en su mente cuando los labios de ambos se fundían en un nuevo beso. Para esa pregunta existía una respuesta demasiado simple al parecer; había estado muy cerca y muy lejos además de siempre haber buscado a las mujeres equivocadas, pero no más, eso estaba por cambiar porque ahora que había probado esos labios y se encontraba seguro de la soltería de la Del Balzo no le dejaría escapar de su lado. Jîldael podría intentarlo pero el licántropo ya había perdido mucho como para permitirse perderla a ella.
Esa fiereza que poseía la fémina le encantaba más y más. Ella era un suceso que ocurría solo una vez durante toda la vida; aparecía de manera repentina, ejercía un cambio radical y a partir de ese momento las cosas no eran la mismas y por primera vez desde que aquel licántropo le atacara Declan agradeció su maldición pues de no ser por ella en esos momentos se sabría demasiado viejo y cansado como para estar respondiendo con aquella intensidad a los labios ajenos.
Le sujetaba contra él con la delicadeza necesaria para no lastimarle pero con firmeza como para que ella no se separara y sonrió ante la mordida que recibió de parte de ella, pues parecía que justo como él, Jîldael quería asegurarse de que todo era real.
Agradeció además a quien le había dejado nuevamente pero sobre todo agradeció al difunto Jean, solo gracias a él y a su esposa era como aquella mujer podría estar en sus brazos. Comenzaban a separarse y tomar aire cuando sus ojos se enfocaron de nuevo en aquella mirada felina; entonces fue que prometió a los difuntos padres de la joven que la cuidaría, que si ya le había alcanzado no permitiría que saliera ya de su vista y que haría todo lo posible por hacerla feliz.
Aquel par de ojos se llenaron de lagrimas, el lobo no supo interpretar la razón de esas lagrimas pero la dejo aferrarse a él y de hecho paso uno de sus brazos por la espalda de la cambiaformas, solo para acercarla más a él y brindarle algo de seguridad, mostrarle quizás no con palabras que estaba ahí a su lado pues se sentía incapaz de decir algo.
Sonrió al escucharle hablar. Al parecer ella no lo había notado aún pero desde el momento en que el licántropo había respondido su beso había saltado con ella. Las lagrimas continuaban inundando los ojos que le miraban y beso una de sus mejillas.
– Pide que salte contigo y nunca dejare tu lado – su voz estaba cargada de promesas y de la fuerza que necesitaría para cumplirlas – lo único que debes hacer es pedírmelo…
De haber visto las cosas de una manera diferente hubiese creído que el destino le estaba jugando una mala pasada, que encontrarse y haber desarrollado ese famoso “amor a primera vista” por la hija no quería de un viejo amigo y que esa mujer a la vez estuviese embarazada de otro. Eso resultaba tan incierto que era sencillamente magnifico el que pudiera pasar. Por alguna razón incluso todas las peripecias que había sufrido a lo largo de su vida habían desarrollado un motivo y ese motivo era aquel encuentro con la fémina.
– Que vueltas da la vida – susurró y solo entonces comenzó a volverse consciente de que continuaban avanzando en dirección al hogar de la Del Balzo y pidió que el caballo anduviese más lento de lo que ya avanzaba, de esa manera podría estar más tiempo cerca de aquel calor, ese aroma, aquellos ojos felinos y esos labios enervantes.
– Me perdonaras por haber demorado en llegar a ti – le miro con seriedad – Es solo que estaba perdido, pero ya me he encontrado y estoy muy feliz de haberlo hecho – aquello lo decía con sinceridad, siempre se había vivido perdido, buscando caminos que no eran suyos pero ahí estaba ahora ella, diciendo que ese era el camino que debía seguir, por siempre. Le beso entonces la frente y se dejo sus labios ahí – Dime ¿Qué ha sido de tu vida en lo que te encontraba? – quería saberlo todo, incluso los momentos en los que había sufrido y sido feliz con otros pues esos momentos eran parte de su historia pero él haría que fueran nada comparado a lo que esperaba vivir al lado de ella.
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“Estar preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida.”
Arthur Schnitzler.
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– Pide que salte contigo y nunca dejaré tu lado... – su voz estaba cargada de promesas, las que ella creyó sin el menor cuestionamiento; pese a todo, había algo de ingenuidad en su proceder; de cierto modo, y pese a todas sus terribles experiencias, era todavía una niña. Pero no se daba cuenta, ni le importaría, tampoco.
– Nosotros... ahora... siempre... – musitó, llevada por el impulso de saltar, de ser amada y protegida.
Él la envolvió en un abrazo gentil como si supiera que ése siempre había sido el lugar de Jîldael; sus brazos eran firmes, para sostenerla; su pecho era cálido, para abrigarla; sus palabras tenían la particularidad de tranquilizarla... Hacía tanto que no sentía paz. Entonces él dio el siguiente paso. Se disculpó por no haber llegado antes.
Un respingo de estupor la recorrió cuando lo oyó hablar, cuando le pidió saber de su pasado. Por un segundo, terrible y miserable, tuvo la tentación de alejarse de él todo un océano y un continente, pues decirle la verdad era entregarle su vida; su parte más instintiva quiso huir, volver a las cloacas de París y no salir jamás de ese lugar. Pero la caricia del Sinclair en su espalda, el beso gentil que le depositó en la frente y la manera en que la envolvía, tan sereno y confiado, la devolvió a su centro y le permitió pensar con claridad.
Se acarició el vientre y tuvo ese tipo de charlas que solía experimentar con su hijo, como si pudieran hablar a través del pensamiento, de los latidos de sus corazones; sabía que si su cría lo hubiera rechazado, ya mismo le estaría dando de patadas y haciéndole sufrir terribles malestares; por el contrario, su mareo y su indisposición tenían más que ver con su estado físico que con el estado emocional de su hijo; de alguna forma, su hijo asentía frente a ese hombre; no podía decir qué le daba tal certeza, pero eso le dio seguridad, y la hizo seguir adelante.
Sin embargo, la charla que tanto anhelaba el varón no iba a producirse de inmediato, pues, para bien o para mal, ya habían llegado a su destino; la imponente casona familiar frente a ellos había obligado a Ghost a detenerse y a demostrar su impaciencia rascando el suelo con una de sus patas; era, por cierto, un animal muy noble, pero hasta él se ponía de malas con hambre. Tanto Jîldael como Declan hicieron amago de ser el primero en descender, pero él le sacó rápida ventaja; una vez en el suelo, la cogió delicadamente por la cintura y la ayudó a estabilizarse. Para fortuna de la Felina, el mareo se había convertido en una simple punzada en la sien. El protocolo que su padre le había inculcado durante tanto tiempo le obligaba a pedirle que se marchara y que esperara una carta invitándolo a visitarla en una o dos semanas más. Pero Jîldael nunca había sido mujer que respetara el protocolo, así que mandó todo al diablo y simplemente dijo:
– Por supuesto que deseo contaros todo... ¿Os parece bien que sea durante la cena? – sugirió, mientras ingresaba al interior de su residencia, sabiendo que él la seguiría porque su educación le impediría rechazar la oferta. Pese a todo, había aprendido a jugar el juego de palacio, aunque nunca lo haría con la misma maestría que su padre.
Un mareo, fugaz, le quitó el aliento; odiaba eso de su cuerpo, que la traicionara de esa manera. Tardó demasiado en comprender que las mujeres de su familia no estaban hechas para ser madres; casi todas sus antepasadas habían muerto tras el parto de su primogénito y todas las que sobrevivieron lo habían hecho al segundo parto... Era algo que Charles le había confesado apenas unos días atrás, cuando tuvo una sospechosa hemorragia; pero ella había decidido que le ganaría a su destino; no iba a morir, mucho menos ahora que lo había encontrado a él. Por lo mismo, no puso la menor objeción cuando Declan, preocupado, volvía a cogerla entre sus brazos y le pedía que le guiara hasta su cuarto.
Jîldael se sentía lo mismo que si estuviera sufriendo una espantosa resaca; el dolor iba y venía como una cruel vena que punzaba dentro de su cabeza; pero nada de ello le impidió sonreír. Sobre todo cuando pensó en todas las cosas que podrían hacer ellos dos metidos en un cuarto, a solas.
Cuando llegaron a su dormitorio, ni siquiera se molestó en preguntarse por qué Charles no estaba en la mansión; mucho menos se preocupó porque ninguno de los sirvientes corrió a atenderla. En Alessa ni siquiera pensó. Sólo tenía cordura para Declan y su tentadora boca; sutilmente, obligó al Sinclair a bajarla y se apoyó contra la pared de su cuarto, clavando su mirada, ora miel, ora verde, en él:
– Me gustas tanto..., tanto que preferiría ser la hija del Mayordomo para poder meterte en mi cama sin la menor culpa. – le confesó, al tiempo que se amarraba a su cuello y volvía a besarlo fieramente.
Una parte de sí, una muy pequeñita, esa especie de consciencia interior a la que ella había acallado con tanto éxito durante toda su vida, pensó en su padre, en lo que diría y en cómo de seguro se estaba revolcando en su tumba. La otra parte de ella rompió en risas, mientras empujaba a Declan dentro de su cuarto.
Era libre... siempre lo sería...
***
– Nosotros... ahora... siempre... – musitó, llevada por el impulso de saltar, de ser amada y protegida.
Él la envolvió en un abrazo gentil como si supiera que ése siempre había sido el lugar de Jîldael; sus brazos eran firmes, para sostenerla; su pecho era cálido, para abrigarla; sus palabras tenían la particularidad de tranquilizarla... Hacía tanto que no sentía paz. Entonces él dio el siguiente paso. Se disculpó por no haber llegado antes.
Un respingo de estupor la recorrió cuando lo oyó hablar, cuando le pidió saber de su pasado. Por un segundo, terrible y miserable, tuvo la tentación de alejarse de él todo un océano y un continente, pues decirle la verdad era entregarle su vida; su parte más instintiva quiso huir, volver a las cloacas de París y no salir jamás de ese lugar. Pero la caricia del Sinclair en su espalda, el beso gentil que le depositó en la frente y la manera en que la envolvía, tan sereno y confiado, la devolvió a su centro y le permitió pensar con claridad.
Se acarició el vientre y tuvo ese tipo de charlas que solía experimentar con su hijo, como si pudieran hablar a través del pensamiento, de los latidos de sus corazones; sabía que si su cría lo hubiera rechazado, ya mismo le estaría dando de patadas y haciéndole sufrir terribles malestares; por el contrario, su mareo y su indisposición tenían más que ver con su estado físico que con el estado emocional de su hijo; de alguna forma, su hijo asentía frente a ese hombre; no podía decir qué le daba tal certeza, pero eso le dio seguridad, y la hizo seguir adelante.
Sin embargo, la charla que tanto anhelaba el varón no iba a producirse de inmediato, pues, para bien o para mal, ya habían llegado a su destino; la imponente casona familiar frente a ellos había obligado a Ghost a detenerse y a demostrar su impaciencia rascando el suelo con una de sus patas; era, por cierto, un animal muy noble, pero hasta él se ponía de malas con hambre. Tanto Jîldael como Declan hicieron amago de ser el primero en descender, pero él le sacó rápida ventaja; una vez en el suelo, la cogió delicadamente por la cintura y la ayudó a estabilizarse. Para fortuna de la Felina, el mareo se había convertido en una simple punzada en la sien. El protocolo que su padre le había inculcado durante tanto tiempo le obligaba a pedirle que se marchara y que esperara una carta invitándolo a visitarla en una o dos semanas más. Pero Jîldael nunca había sido mujer que respetara el protocolo, así que mandó todo al diablo y simplemente dijo:
– Por supuesto que deseo contaros todo... ¿Os parece bien que sea durante la cena? – sugirió, mientras ingresaba al interior de su residencia, sabiendo que él la seguiría porque su educación le impediría rechazar la oferta. Pese a todo, había aprendido a jugar el juego de palacio, aunque nunca lo haría con la misma maestría que su padre.
Un mareo, fugaz, le quitó el aliento; odiaba eso de su cuerpo, que la traicionara de esa manera. Tardó demasiado en comprender que las mujeres de su familia no estaban hechas para ser madres; casi todas sus antepasadas habían muerto tras el parto de su primogénito y todas las que sobrevivieron lo habían hecho al segundo parto... Era algo que Charles le había confesado apenas unos días atrás, cuando tuvo una sospechosa hemorragia; pero ella había decidido que le ganaría a su destino; no iba a morir, mucho menos ahora que lo había encontrado a él. Por lo mismo, no puso la menor objeción cuando Declan, preocupado, volvía a cogerla entre sus brazos y le pedía que le guiara hasta su cuarto.
Jîldael se sentía lo mismo que si estuviera sufriendo una espantosa resaca; el dolor iba y venía como una cruel vena que punzaba dentro de su cabeza; pero nada de ello le impidió sonreír. Sobre todo cuando pensó en todas las cosas que podrían hacer ellos dos metidos en un cuarto, a solas.
Cuando llegaron a su dormitorio, ni siquiera se molestó en preguntarse por qué Charles no estaba en la mansión; mucho menos se preocupó porque ninguno de los sirvientes corrió a atenderla. En Alessa ni siquiera pensó. Sólo tenía cordura para Declan y su tentadora boca; sutilmente, obligó al Sinclair a bajarla y se apoyó contra la pared de su cuarto, clavando su mirada, ora miel, ora verde, en él:
– Me gustas tanto..., tanto que preferiría ser la hija del Mayordomo para poder meterte en mi cama sin la menor culpa. – le confesó, al tiempo que se amarraba a su cuello y volvía a besarlo fieramente.
Una parte de sí, una muy pequeñita, esa especie de consciencia interior a la que ella había acallado con tanto éxito durante toda su vida, pensó en su padre, en lo que diría y en cómo de seguro se estaba revolcando en su tumba. La otra parte de ella rompió en risas, mientras empujaba a Declan dentro de su cuarto.
Era libre... siempre lo sería...
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Ene 14, 2014 4:10 pm, editado 1 vez
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
"Ya ves, a veces me canso de mí y de no tener valor para buscarte
y cometer todo delito que este amor exija."
Ismael Serrano
y cometer todo delito que este amor exija."
Ismael Serrano
Se formo el silencio entre ambos, pero el licántropo no intento sacar palabras a ella, por el contrario respeto que ella buscara paz y tranquilidad. Muchas cosas parecían estar ocurriendo en un periodo de tiempo demasiado corto para ser verdad, tanto que él incluso dudaba aunque en menor medida que un inicio, de la veracidad de aquellos hechos. Era muy improbable que algo así se diera pero ahí estaban ellos, mostrado que esa clase de casualidades eran posibles y que allá afuera el azar de vez en cuando podía estar del lado de cualquiera que ya le creyera imposible, justo como él al inicio de ese día.
Maldijo al caballo, al camino y a la casa. Todo había terminado al parecer y aunque bajo del caballo para ayudar a Jîldael, sabía de antemano que era el momento de que se retirara de regreso a la ciudad, a su hogar y a la ausencia de esa mujer que con apenas una mirada era capaz de hacerle olvidar el tiempo transcurrido. Tenía el deseo de entrar en aquella casa, de no separarse ni un ápice de ella pero las cosas tenían un orden y un curso que seguir.
Declan, claro, se sorprendió cuando la fémina le invito a cenar. Eso no era lo que tenía planeado o lo que era correcto, pero ¿Qué importaba lo correcto? cuando ya le había besado y se había dicho a si mismo que estaría ahí para ella siempre. No podía evitarlo, sencillamente intentarlo sería lastimarse a si mismo y fue para evitar hacerse daño tanto a él como a ella que le sonrió.
– Me parece una idea excelente, además de que no puedo desear más que estar a su lado por algo más de tiempo – le siguió a ciegas. Dentro de aquel que era el hogar de la cambiaformas podía estar esperándole cualquier cosa, era probable incluso que todo aquello fuese una mentira para llevarle a aquel lugar y asesinarle, pero nada importaba ya, porque si estaba ella no veía el problema.
Todo aquello que pudo pasar, no sucedió. Por el contrario, la Del Balzo parecía más débil a ratos y eso le impulso a acercarse nuevamente para poder guiarle siguiendo sus palabras hasta su habitación. Estaba encantado de poder cenar con ella, pero viéndole de esa manera dudaba de que eso llegara a realizarse. Le cargo de nuevo entre sus brazos mirándole con preocupación.
– Esto no es muy normal, deberías tener más cuidado… mucho más – susurro cerca del oído de Jîldael, aspirando su aroma y acariciando la mejilla de ella con sus labios muy suavemente. Pero aún así nada de eso le impidió avanzar en la dirección que ella le indicaba.
Era irónico al andar por aquel lugar como ciertos detalles en la residencia le hacían recordar a Jean. ¿Qué diría de ver que su hija era bastante parecida a él? Seguramente se negaría a todo aquello, pero la sangre unía más que otras cosas a dos personas aunque ellos estuviesen tan distanciados. En aquel lugar que probablemente Jean jamás hubiese soñado en visitar, veía destellos de ese hombre. Quizás incluso se sintiera culpable de romper las reglas de lo adecuado con su hija, pero el verla simplemente le llevaba a olvidar todo lo demás. Nadie les detuvo en su camino, la casa parecía estar vacía, solo para ellos dos y Declan no lo noto realmente hasta que se acercaban más y más al que seguramente era el cuarto de la mujer que llevaba en brazos.
Se detuvo en las afueras del cuarto, todo aquel lugar desde las afueras le mareaba un poco todo por el sencillo hecho de que despedía el aroma de la cambiaformas por todos lados. Con cierto recelo le bajo, porque eso parecía ser lo que ella pedía de una manera no directa. Las miradas de ambos se encontraron y Declan permaneció observando aquellos ojos, fascinado por el color que poseían y por la manera en la que a quien pertenecían le tomaba del cuello y mencionaba aquellas palabras.
Aquella naturaleza interna de lobo que poseía deseaba lanzarse sobre ella, llenarse de aquel aroma y de aquella piel suave.
– No digas eso… – sonrió apenas cuando aquellos labios se posaron sobre los suyos y perdió toda la fuerza para hacer las cosas bien. La beso con el deseo creciente de ella en el cuerpo y se dejo llevar al cuarto.
No opuso resistencia alguna, porque no deseaba ponerle. La puerta de la habitación se cerro tras ellos; el licántropo no estaba seguro de si había sido él o ella, pero esas pequeñeces le eran imposible de notarlas con claridad cuando aquel cuarto estaba lleno de ella. Dentro de esa habitación sus manos se deslizaron suavemente por los costados femeninos mientras que sus labios devoraban los ajenos hasta que mordió el labio inferior de la Del Balzo y se alejo para mirarle.
– Haces trampa, me resultas tan irresistible que no sabes lo que daría porque fueras la hija del mayordomo – río pues momentos antes le decía que no dijera aquellas palabras y ahora, no deseaba más que estar en la cama de ella.
Dentro de si mismo se decía que saliera de ese cuarto, que si permanecía más tiempo dentro podría llegar a hacer algo en mera reacción ante ella. Se concentro en salir de aquella habitación y entonces su cuerpo comenzó a moverse, más no en la dirección que le indicaba, sino por el contrario busco de nueva cuenta el contacto con Jîldael. La beso y le llevo con cuidado hasta la pared más cercana donde dio por terminado el beso.
– Terminaras por volverme loco – sus labios permanecían junto a los de ella – Solo por ti actúo de esta manera – sonrió – ¿Qué es lo que me haces? – pregunto antes de comenzar a besarle el cuello, simplemente no podía detenerse.
Se frustraba fácilmente, mucho más al saber que sus labios no podían disfrutar más de aquella piel debido a que aún existían ropas entre ambos. Río para si al pensar en que donde quiera que estuviese el padre de la cambiaformas, debía de estarle odiando de ver lo que hacía o de saber lo que estaba pensando sobre ella.
Sonrío de forma pícara mirándola, aquello era una señal para ella de que si buscaba detenerle ese era el momento justo porque después no se haría responsable de sus actos pero dado que la Del Balzo no opuso resistencia alguna, las manos del Sinclair fueron a las cintas de aquel vestido desatandolas con algo de prisa mientras que sus labios volvían a aquellos que le parecían tan irresistibles.
Le besaba con fiereza, esa que intentaba mantener al margen para evitar hacerle algún tipo de daño. Una vez que termino de aflojar las cintas que le mantenían cautiva en aquellas ropas, y de un tirón aflojo el corsé de la fémina.
– Ya no importa que no seas la hija del mayordomo o de un rey… necesito sentir tu piel – susurró antes de tirar de nuevo para dejar el corsé cediera y entonces sonrió victorioso.
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“Es una locura amar, a menos de que se ame con locura.”
Proverbio latino.
Proverbio latino.
Oh, sí.
Eso era deseo en toda la extensión de la palabra.
Jîldael rió cuando comprendió el curso que estaban tomando sus caóticos pensamientos. Lo sintió derretirse por ella, ahogado en una pasión feroz que no parecía conocer límite alguno. Declan, de seguro, tampoco estaba pensando con lucidez, ella lo supo cuando la cogió de la cintura y, de un solo giro, la aplastó contra la pared:
– Terminaras por volverme loco... – musitó sobre los labios femeninos; Jîldael hubiera querido discutir el asunto con mayor seriedad, pero Declan no podía saciarse de ella, ni ella podía saciarse de él.
En un audaz movimiento, el francés deslizó sus manos por la espalda de la joven hasta llegar al nacimiento de sus firmes glúteos, sobre los cuales se posó, como si diera descanso a su osado recorrido, mas en verdad lo que el varón planeaba no era otra cosa que deshacer los intrincados nudos que su vestido favorito oponía en muda resistencia y protección de su desnudez. El mensaje no podía ser más claro: la quería enteramente para él.
Ciertamente, de haber sido otras las circunstancias, la Cambiaformas lo habría detenido cruzándole el rostro de una certera bofetada, sin embargo, allí estaba, no sólo dejándose desnudar, sino que todavía más, cooperando ansiosamente en la causa masculina:
– Quiero volverte completamente loco... Sólo yo... Sólo por mí. – gruñó celosa, mientras respondía al furioso beso con un fuerte tirón de los cabellos de Declan, en una lucha perdida por alejarlo de sus labios. Él la miró, mezcla de duda, mezcla de enojo, y la aplastó contra la pared nuevamente, al tiempo que metía sus manos en el suave cabello de la chica para luego perderse en su cuellos y, finalmente, quitarle el aparatoso vestido, dejando a la vista una suave camisola, bajo la cual el ceñido corpiño definía su hermosa figura a la perfección.
Fue entonces que perdió el valor, que la pasión cedió el lugar al miedo y la inseguridad. Volvía a ser una quinceañera inexperta, que no sabía si valía la pena desnudarse o era mejor esconderse bajo las sábanas. Durante esos segundos, se alejó de él e intentó cubrirse, mientras clavaba la mirada en el piso para no tener que ver la decepción en sus ojos; simplemente, no lo soportaría.
– Quisiera ser más hermosa, para ti, Declan. – le confesó, realmente asustada de su rechazo; cerró sus ojos un momento y cogió el valor que no tenía para volver a mirarlo fijamente. Un relámpago de rebeldía la poseyó entonces y en un ataque de rabia contra sí misma, acabó por desnudarse completamente – Pero esto es todo lo que soy y no puedo cambiarlo... Así que puedes venir y compartir mi cama... O puedes irte por donde viniste... –
Estaba asustada, pues no quería que Declan se fuera, no quería que la dejara nunca... Pero era necesario que él lo comprendiera, que aceptara sus miedos, sus arrebatos y sus locuras... Si, de algún imposible modo, él se quedaba con ella, entonces daría el siguiente paso.
Le mostraría a la Pantera que vivía en ella. Entonces, ambos quizás sabrían los límites del deseo y el amor.
***
Eso era deseo en toda la extensión de la palabra.
Jîldael rió cuando comprendió el curso que estaban tomando sus caóticos pensamientos. Lo sintió derretirse por ella, ahogado en una pasión feroz que no parecía conocer límite alguno. Declan, de seguro, tampoco estaba pensando con lucidez, ella lo supo cuando la cogió de la cintura y, de un solo giro, la aplastó contra la pared:
– Terminaras por volverme loco... – musitó sobre los labios femeninos; Jîldael hubiera querido discutir el asunto con mayor seriedad, pero Declan no podía saciarse de ella, ni ella podía saciarse de él.
En un audaz movimiento, el francés deslizó sus manos por la espalda de la joven hasta llegar al nacimiento de sus firmes glúteos, sobre los cuales se posó, como si diera descanso a su osado recorrido, mas en verdad lo que el varón planeaba no era otra cosa que deshacer los intrincados nudos que su vestido favorito oponía en muda resistencia y protección de su desnudez. El mensaje no podía ser más claro: la quería enteramente para él.
Ciertamente, de haber sido otras las circunstancias, la Cambiaformas lo habría detenido cruzándole el rostro de una certera bofetada, sin embargo, allí estaba, no sólo dejándose desnudar, sino que todavía más, cooperando ansiosamente en la causa masculina:
– Quiero volverte completamente loco... Sólo yo... Sólo por mí. – gruñó celosa, mientras respondía al furioso beso con un fuerte tirón de los cabellos de Declan, en una lucha perdida por alejarlo de sus labios. Él la miró, mezcla de duda, mezcla de enojo, y la aplastó contra la pared nuevamente, al tiempo que metía sus manos en el suave cabello de la chica para luego perderse en su cuellos y, finalmente, quitarle el aparatoso vestido, dejando a la vista una suave camisola, bajo la cual el ceñido corpiño definía su hermosa figura a la perfección.
Fue entonces que perdió el valor, que la pasión cedió el lugar al miedo y la inseguridad. Volvía a ser una quinceañera inexperta, que no sabía si valía la pena desnudarse o era mejor esconderse bajo las sábanas. Durante esos segundos, se alejó de él e intentó cubrirse, mientras clavaba la mirada en el piso para no tener que ver la decepción en sus ojos; simplemente, no lo soportaría.
– Quisiera ser más hermosa, para ti, Declan. – le confesó, realmente asustada de su rechazo; cerró sus ojos un momento y cogió el valor que no tenía para volver a mirarlo fijamente. Un relámpago de rebeldía la poseyó entonces y en un ataque de rabia contra sí misma, acabó por desnudarse completamente – Pero esto es todo lo que soy y no puedo cambiarlo... Así que puedes venir y compartir mi cama... O puedes irte por donde viniste... –
Estaba asustada, pues no quería que Declan se fuera, no quería que la dejara nunca... Pero era necesario que él lo comprendiera, que aceptara sus miedos, sus arrebatos y sus locuras... Si, de algún imposible modo, él se quedaba con ella, entonces daría el siguiente paso.
Le mostraría a la Pantera que vivía en ella. Entonces, ambos quizás sabrían los límites del deseo y el amor.
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Dom Jun 01, 2014 2:29 pm, editado 3 veces
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
El miedo ante la unión, ante el fluir hacia la otra parte.
Entonces ya no estoy nunca más solo.
Franz Kafka
Entonces ya no estoy nunca más solo.
Franz Kafka
El momento de detenerse había pasado ya y no había vuelta atrás en la mente y en el corazón de Declan. Le añoro siempre con todo y que no se conocían del todo, pero no había mucho que conocer cuando el corazón estaba seguro de algo y en su caso no era solo el corazón; todo el cuerpo de Declan le decía que ella era la mujer que tanto había esperado, que ella era suya, que siempre lo sería y ese era el momento de que se lo hiciera saber a Jîldael.
Sus manos no se sentían satisfechas por recorrer aquella figura por sobre sus ropas, quería la calidez de la fémina contra su cuerpo, solo de esa manera estaba seguro de que se daría cuenta de que no era solo un sueño sino la realidad y que ella estaba ahí y que no se iría.
Una sonrisa se dibujo en su rostro ante las palabras de ella y un gruñido de deseo se ahogo entre los labios de ambos. El vestido cedió ante sus insistencias y la perfecta figura de ella apareció frente a sus ojos, cubierta ahora solo por unas finas telas que el licántropo estaba dispuesto a alejar del camino.
Antes de que pudiera deshacerse de la camisola que le impedía admirar ante todo la figura de Jîldael; ella se alejó sin más e intento cubrirse de manera algo torpe de los ojos que aún le seguían, imaginando cada parte de su cuerpo.
– ¿Jîldael? – llamó su nombre solo al ver que no le miraba y pensó entonces que ella había cambiado de opinión pero las palabras que salieron de aquellos labios que con ferocidad beso antes, distaban mucho de ser un cambio de idea. Declan movió la cabeza, negando ante tales creencias. Para él, no existía mujer más bella o más perfecta que la que tenía ahora frente a sí y nada le cambiaría de opinión, ni en esos momentos ni en el futuro.
Con mirada penetrante y una sonrisa que nuevamente se dibujaba en su rostro admiro la desnudez de aquel cuerpo. Esa manera de alejarse y expresar sus temores para después terminar por mostrar tan magnificente vista ante él, terminaría realmente por enloquecerlo. ¿Pero que era el amor sino enloquecer por el otro y para el otro?. Le necesitaba cerca y la deseaba incluso en ese estado en el que se encontraba. Declan estaba seguro que esa mujer sería su entera perdición pero él se entregaría gustoso.
– Debes estar completa y absolutamente loca – se llevo una mano al mentón y tapo parte de boca sin que su sonrisa desapareciera – ¿No te das cuenta? Todo lo que eres es absolutamente perfecto y yo sería un completo idiota si es que me voy – alejo entonces la mano de sus labios y su rostro se torno serió.
Avanzó con calma y temor de que ella se desvaneciera de un momento a otro, sus ojos estaban fijos en los de ella y durante el trayecto se despojo de la ropa que cubría la parte superior de su cuerpo, dejándola en el suelo. Solo detuvo sus pasos una vez que estaba ya cerca de ella.
– Eres hermosa – susurró mientras le tomaba del mentón para rozar sus labios con los de ella, pero no pudo contenerse mucho más. Sus manos fueron hasta la piel de los costados de la fémina y las manos del licántropo comenzaban a tornarse más calidad, más deseosas de sentirle. De manera algo brusca fue como termino tomándole de la cintura y juntando el cuerpo totalmente desnudo de Jîldael contra el suyo.
Un gruñido posesivo salió de los labios del francés, el solo hecho de sentir la calidez del cuerpo desnudo de la fémina contra su torso le excitaba. Sus ojos entonces dieron con la cama de ella y guiándole entre besos que comenzaban en los labios de la cambiaformas y que cambiaban a su cuello para de ahí recorrer su clavícula fue que le llevo hasta que termino por dejarle en la cama. Detuvo sus besos por unos momentos, solo para mirarla.
– Eres mía y nadie que no se yo te tocara jamás – concluyo de manera firme, deslizando su mano derecha por uno de los muslos de la felina.
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“Si la pasión, si la locura no pasaran alguna vez por las almas… ¿Qué valdría la vida?.”
Jacinto Benavente.
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Sintió sobre sí la mirada ardiente de Declan y comprendió que había sido una perfecta tonta; todo en él indicaba sin la menor duda cuánto la estaba deseando, cuánto la estaba disfrutando, y eso que aún no la tocaba. ¿Cómo pudo pensar que no quería compartir su cama? A veces, odiaba esa faceta suya, tan llena de dudas, tan miedosa y cobarde, pero sería algo que jamás confesaría en voz alta. Retrocedió, intimidada cuando lo vio avanzar hacia ella, como un huracán desatado, cuyas palabras insistían en enrostrarle su tonta inseguridad; a él nada le parecía más perfecto que ella, embarazada y todo. Declan se quitó toda la ropa superior y la arrojó al suelo sin miramientos, pero se guardó de mantener los pantalones en su lugar, cosa que a la Felina le pareció un juego del que sin duda quería participar.
Percibía la entrega del varón, la aceptación de esa especie de condena que era entregarse a ella, una completa desconocida. Pudo entender y compartir ese sentimiento; así fue como dejaron de ser extraños; si iban a perderse, se perderían juntos, sin culpas ni reproches. Él se detuvo a corta distancia:
– Eres hermosa. – musitó, labios sobre labios, apenas tocándose, como si quisiera castigarla, mas no pudo mantener la tortura mucho tiempo, pues acto seguido la tomaba por la cintura para pegar el cuerpo de Jîldael al suyo y de ese modo dar rienda suelta a su deseo apremiante de envolverla entre sus brazos, como si ella fuera parte de él.
Muchas veces la joven había escuchado la expresión de “llave y cerradura”, pero era la primera vez que la comprendía tan a cabalidad. Hubo otros hombres en su vida, a los que había amado verdaderamente, por los que había sentido sincera pasión; cada uno de ellos tenía un lugar importante en su vida, en sus recuerdos…, pero ninguno, jamás, la había hecho sentir completa. El conocimiento de su plenitud recién descubierta la hizo estremecerse, en un cúmulo infinito de emociones contradictorias. Estaba feliz, por fin entera, pero, al mismo tiempo, lamentaba que su hijo llevara la sangre de otro hombre; se sintió miserable, por despreciar al Inquisidor que una vez amó tanto. Y fue el mismo Declan quien la salvó; gruñendo posesivamente la obligó a concentrarse en él, a olvidarse de todas las diatribas que la acongojaban, volviendo a ese presente único y maravilloso. De unos cuantos pasos dominantes, siempre amarrándola por la cintura, la dirigió rumbo a la cama y ella se alegró de todavía tener las fuerzas de recibirlo, de convertirse en su mujer.
Él era un lobo hambriento, literalmente; durante un delirio fugaz, se le ocurrió que él era un Vampiro, pero entonces recordó que se habían conocido a plena luz del día; el hilo caótico de sus pensamientos elucubró entonces que él debería ser Cambiaformas o, tal vez, un Licántropo; sólo eso explicaría la violenta pasión que lo estaba quemando y que, sin embargo, no le quitaba las fuerzas; había aprendido la Del Balzo que sólo las criaturas sobrenaturales podían amar tan ferozmente. Pero no pudo seguir la vorágine de ideas sobre él, cuyo gruñido daba cuenta de su actitud posesiva de la que ya hacía gala, aplastándola contra la cama y deleitándose en repartir besos fogosos desde su clavícula hasta su sensible pecho derecho. Insaciable, se detuvo sin embargo, para contemplarla unos instantes:
– Eres mía y nadie que no sea yo te tocará jamás. – sentenció, mientras volvía a besarla y deslizaba una mano por su firme muslo.
Jîldael se arqueó como respuesta automática al íntimo estímulo y, desatada ya como estaba, no perdió tiempo en meter ambas manos dentro del pantalón de Declan para primero arañar sus firmes glúteos y luego deslizarse hacia su punto más sensible. Un rugido escapó de los varoniles labios cuando ella lo apretó allí estrujando su virilidad dura y dispuesta a poseerla, pero la joven no lo dejó moverse de allí:
– Eres tú quien me pertenece a mí, desde ahora y para siempre. Si te metes con otra… – una de sus manos se amarró a su cabello, con cuidada violencia, en el límite justo de placer y dolor; hizo una pausa mientras miraba esos ojos tan terriblemente azules – te juro que te mato. – aseveró, delatando el miedo que sentía; nunca diría realmente lo mucho que le estaba importando ese extraño, pero si Declan era astuto no tardaría en descubrir el significado oculto de cada amenaza suya.
Lo besó de nuevo, mientras guiaba una de las manos del francés hacia su sensible pecho y peleaba por terminar de desvestirlo; no tardó mucho realmente, después de todo, era una gata y tenía habilidades para deshacerse de lo que le estorbaba con suma rapidez; sabiéndolo desnudo, en un complejo movimiento se giró de tal modo que el Sinclair quedó recostado, dominado por ella, quien estaba sobre él a horcajadas, controlando todos sus movimientos.
– No te muevas. – gruñó, dominante – Quiero verte, entero. – dijo, mientras se alejaba de él; se mordió el labio de anticipación y deseo; todo de él le gustaba, todo de él la seducía; si volvía a sus brazos, estaría perdida para siempre, pues sería suya, sin importar cuánto lo negara. Podría haber huido en ese momento, pero ya no había chance, no podía escapar de él, no quería escapar jamás – Haremos el amor, como si mañana muriera el mundo. – le ordenó y, volviendo sobre sus pasos, se arrojó sobre Declan.
Lentamente marcó el ritmo al que sus cuerpos se unirían; lo sintió endurecerse, lo sintió acercarse a ella, lo sintió hundirse... Y gritó, de placer y deseo.
La danza de amor apenas estaba empezando.
***
Percibía la entrega del varón, la aceptación de esa especie de condena que era entregarse a ella, una completa desconocida. Pudo entender y compartir ese sentimiento; así fue como dejaron de ser extraños; si iban a perderse, se perderían juntos, sin culpas ni reproches. Él se detuvo a corta distancia:
– Eres hermosa. – musitó, labios sobre labios, apenas tocándose, como si quisiera castigarla, mas no pudo mantener la tortura mucho tiempo, pues acto seguido la tomaba por la cintura para pegar el cuerpo de Jîldael al suyo y de ese modo dar rienda suelta a su deseo apremiante de envolverla entre sus brazos, como si ella fuera parte de él.
Muchas veces la joven había escuchado la expresión de “llave y cerradura”, pero era la primera vez que la comprendía tan a cabalidad. Hubo otros hombres en su vida, a los que había amado verdaderamente, por los que había sentido sincera pasión; cada uno de ellos tenía un lugar importante en su vida, en sus recuerdos…, pero ninguno, jamás, la había hecho sentir completa. El conocimiento de su plenitud recién descubierta la hizo estremecerse, en un cúmulo infinito de emociones contradictorias. Estaba feliz, por fin entera, pero, al mismo tiempo, lamentaba que su hijo llevara la sangre de otro hombre; se sintió miserable, por despreciar al Inquisidor que una vez amó tanto. Y fue el mismo Declan quien la salvó; gruñendo posesivamente la obligó a concentrarse en él, a olvidarse de todas las diatribas que la acongojaban, volviendo a ese presente único y maravilloso. De unos cuantos pasos dominantes, siempre amarrándola por la cintura, la dirigió rumbo a la cama y ella se alegró de todavía tener las fuerzas de recibirlo, de convertirse en su mujer.
Él era un lobo hambriento, literalmente; durante un delirio fugaz, se le ocurrió que él era un Vampiro, pero entonces recordó que se habían conocido a plena luz del día; el hilo caótico de sus pensamientos elucubró entonces que él debería ser Cambiaformas o, tal vez, un Licántropo; sólo eso explicaría la violenta pasión que lo estaba quemando y que, sin embargo, no le quitaba las fuerzas; había aprendido la Del Balzo que sólo las criaturas sobrenaturales podían amar tan ferozmente. Pero no pudo seguir la vorágine de ideas sobre él, cuyo gruñido daba cuenta de su actitud posesiva de la que ya hacía gala, aplastándola contra la cama y deleitándose en repartir besos fogosos desde su clavícula hasta su sensible pecho derecho. Insaciable, se detuvo sin embargo, para contemplarla unos instantes:
– Eres mía y nadie que no sea yo te tocará jamás. – sentenció, mientras volvía a besarla y deslizaba una mano por su firme muslo.
Jîldael se arqueó como respuesta automática al íntimo estímulo y, desatada ya como estaba, no perdió tiempo en meter ambas manos dentro del pantalón de Declan para primero arañar sus firmes glúteos y luego deslizarse hacia su punto más sensible. Un rugido escapó de los varoniles labios cuando ella lo apretó allí estrujando su virilidad dura y dispuesta a poseerla, pero la joven no lo dejó moverse de allí:
– Eres tú quien me pertenece a mí, desde ahora y para siempre. Si te metes con otra… – una de sus manos se amarró a su cabello, con cuidada violencia, en el límite justo de placer y dolor; hizo una pausa mientras miraba esos ojos tan terriblemente azules – te juro que te mato. – aseveró, delatando el miedo que sentía; nunca diría realmente lo mucho que le estaba importando ese extraño, pero si Declan era astuto no tardaría en descubrir el significado oculto de cada amenaza suya.
Lo besó de nuevo, mientras guiaba una de las manos del francés hacia su sensible pecho y peleaba por terminar de desvestirlo; no tardó mucho realmente, después de todo, era una gata y tenía habilidades para deshacerse de lo que le estorbaba con suma rapidez; sabiéndolo desnudo, en un complejo movimiento se giró de tal modo que el Sinclair quedó recostado, dominado por ella, quien estaba sobre él a horcajadas, controlando todos sus movimientos.
– No te muevas. – gruñó, dominante – Quiero verte, entero. – dijo, mientras se alejaba de él; se mordió el labio de anticipación y deseo; todo de él le gustaba, todo de él la seducía; si volvía a sus brazos, estaría perdida para siempre, pues sería suya, sin importar cuánto lo negara. Podría haber huido en ese momento, pero ya no había chance, no podía escapar de él, no quería escapar jamás – Haremos el amor, como si mañana muriera el mundo. – le ordenó y, volviendo sobre sus pasos, se arrojó sobre Declan.
Lentamente marcó el ritmo al que sus cuerpos se unirían; lo sintió endurecerse, lo sintió acercarse a ella, lo sintió hundirse... Y gritó, de placer y deseo.
La danza de amor apenas estaba empezando.
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Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Feb 25, 2014 7:53 pm, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
En cuanto cruzamos las primeras palabras tuve la sensación de que habíamos empezado a hacer el amor.
Paul Auster
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Se encontraba absoluta y completamente perdido en el deseo que ella despertaba en él. Nunca antes había sentido toda esa clase de sensaciones de manera tan salvaje como en esos momentos, la Del Balzo le despertaba esa posesividad que antes había ocultado y de la cual no solía hacer realmente gala pues como muestra de eso estaban todos los antiguos amores que se le escaparon de las manos pero ahora lo comprendía todo. Cada uno de esos amores, la posesividad reprimida por cada una de ellas había estado siendo guardada para aquella mujer que estaba debajo de su cuerpo.
No sabía si el embarazo le llevaba a sentirse más atraído por ella o si cuando no lo estuviera el deseo aumentaría mucho más, ante aquella idea de desearle incluso más de lo que ya lo hacía solo pudo sonreír.
Esa forma de reaccionar a sus caricias le hacía lucir de una manera tan vulnerable después de toda aquella ferocidad que le había demostrado al desnudarse ante sus ojos y con aquellas firmes palabras pero ahora, teniéndola de aquella manera le parecía sumamente frágil y receptiva, pero se equivocaba. Terminaba justamente de pensar de esa manera cuando Jîldael reclama su cuerpo con aquellas muestras salvajes de apropiarse de él. Jugaba sucio al aprovecharse de esa manera de la excitación que ya era notoria y mucho más para ella que le estrujaba.
– Eres malvada… – gruño. No era que realmente la felina fuera mala sino que la manera en que le detenía y le miraba, daban a la Del Balzo toda la ventaja sobre él, que ya estaba entregado a ella y a lo que se le viniera en mente hacer.
Rió ante las palabras que denotaban solo más posesividad aún. Sonrió a pesar de la manera en la que tiraba de sus cabellos y una de las manos del Sinclair se dirigió al seno de Jîldael gracias a ella, tomando entre su dedo indice y pulgar aquel erecto botón en el centro del perfecto seno y con delicadeza comenzó a tocarlo. No era necesario el salvajismo, a menos no de momento, parte de él deseaba dejarse llevar enteramente, pero sabía que la condición de la fémina le llevaría a sentirle mucho más pero nada de aquello le importaría realmente conforme la pasión nublara sus sentidos y su cuerpo solo pudiera sentirse entero al estar con ella.
– Lo mismo puedo decirte yo entonces solo que no solo te matare a ti, sino a aquel que se atreva a ponerte un dedo encima o siquiera a mirarte de manera lujuriosa – dejando que el momento le llevara, presiono aquel seno – yo soy el único que puede tenerte de esta forma… otros tuvieron su oportunidad y han sido estúpidos al dejarte ir de su lado…. no cometeré el mismo error – se voz estaba cargada de deseo por aquel cuerpo, no descansaría hasta que sus cuerpos no pudieran acoplarse a nadie más que no fuese el otro y sus pensamientos solo viajaran en la dirección del otro. Estaba dispuesto a perderse a si mismo en ella, todo con tal de que la Del Balzo se perdiera por siempre en él.
A pesar del embarazo le pareció realmente algo curioso que ella fuera tan diestra y flexible, lo cual le recordó de una manera muy clara a los felinos. El pensamiento por si mismo le pareció ridículo pero quizás existía una posibilidad de que ella fuera una criatura sobrenatural, aún así, ya existiría después el tiempo para analizar todo con detalle y hacer las preguntas pertinentes, por ahora no podía pensar ya más o mejor dicho, no quería pensar en nada que no fuera el cuerpo femenino que se encontraba sobre el suyo, tentando su resistencia con la manera en la que al moverse rozaba sus caderas contra su desnudez.
Maldijo la petición de mantenerse inmóvil pero mientras se alejaba, aprovecho también que se alejaba y sonrió.
– Lo bueno es que ambos disfrutamos de la vista según veo – sus ojos se enfocaron en la manera en la que le seducía al morder su labio y de ahí continuo delineando su silueta. Su mirada bajaba por el cuello que antes besaba, esos hombros femeninos, aquel par de senos, sus caderas… todo en ella le volvería loco, la Del Balzo se convertiría en su veneno, uno que necesitaría para poder seguir viviendo con todo y que podría asesinarle cuando lo deseara debido a que no opondría resistencia alguna. Los ojos de ambos volvieron a encontrarse – Deja entonces que se muera y ven de una vez – todo estaba dicho, no había más que agregar.
Gruño y le tomo de las caderas. Se hundió en ella, siendo recibido por la humedad femenina y la calidez que el cuerpo de Jîldael despedía. Una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios, ahora ella era suya.
La sensatez o la idea de detenerse ya eran parte del pasado; en esos momentos se pertenecían y así seguiría siendo. Cada una de las palabras y de los actos realizados desde el segundo en que se vieron, se dirigían de manera irremediable a ese momento.
Levanto la parte superior de su cuerpo, quedando entonces sentado pero más cerca de ella que antes. Si bien disfrutaba de ver como la desnudez de Jîldael estaba sobre él, prefería sentirle cerca. Busco con deseo los labios ajenos para fundirse en un pasional beso que le daría parte de todo aquel deseo que sentía de ella al tiempo que sus manos seguían firmes en las caderas de ella, buscando la manera de evitar que fuera a desvanecerse como en un sueño o que ella tuviese la idea de huir de él. Sin mencionar que no le dejaría que aunque al estar en esa pose ella tomara todo el control de la situación; las manos del licántropo movían de manera primero lenta las caderas de la fémina, controlando todo aquello que era pensara hacer; sintiendo como aquel interior le recibía completamente y la danza se daba entre ellos.
Sus labios se separaron, comenzando a rozarse por cada centímetro de piel que alcanzara, lo cual incluía parte de los senos de la Del Balzo, los cuales no se limito simplemente a rozar sino que los besaba esperando marcarle como suya para que al recordar sus besos y sus caricias, todo el cuerpo de ella se llenara de deseo, solo por él.
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“La felicidad que se vive deriva del amor que se da.”
Isabel Allende.
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Le sostuvo la mirada, para que él supiera cuánto estaba disfrutando ese momento juntos. Sus largos cabellos cayeron sobre el rostro masculino, cubriéndolo como una suave cortina castaña. Ambos sonrieron a través de las hebras que él no tardó en acomodarle tras la oreja, para luego sujetarla firmemente por su cuello, intensificando así el íntimo contacto. Jîldael jadeó, ahogada de placer, mientras le cogía el rostro con ambas manos y le besaba con toda su pasión desatada.
– Eres malvada… – le había dicho Declan, momentos antes y, a juego con ella, también amenazó con tomar su vida si lo dejaba por otro. Ella rió, en medio de sus jadeos y gruñidos, sobre los labios de su amante.
– No te dejaré nunca. – susurró sobre la boca del francés, sabiendo que él no comprendería su tardía respuesta. En efecto, él se detuvo, sorprendido de sus palabras, y la contempló fijamente, de una manera tan particular que la hizo sentirse única, no sólo deseada, sino, sobre todas las cosas, amada. Semejante descubrimiento la remeció hasta sus cimientes más profundas, derribando sus caretas y sus muros, exponiendo para él toda su más profunda fragilidad. Un escalofrío la recorrió entera, no apagando su deseo, sino más bien despertando su ternura, emoción oculta y olvidada desde el día en que muriera Agnes. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que ahogó en un abrazo desesperado – Ámame… Por favor… no sólo deseo… sino amor… – suplicó, perdida en el azul de sus ojos.
Agradeció que él no dijera nada, que no muriera su deseo por ella y que, por el contrario, respondiera a su abrazo, la apegara a su cálido cuerpo y, con suma gentileza, la recostara sobre la cama. Él le recorrió el rostro con la yema de sus dedos y se deslizó por su silueta, dándole la oportunidad a la Del Balzo de mostrarse tal cual era, ya no una fiera desenfrenada, sino una mujer en la plenitud del deseo, el placer y el amor. Se permitió, por primera vez, ser delicada, apaciguando el deseo para que éste se mezclara con su ternura tanto tiempo dormida. Se dejó llevar por él en el ascenso hacia el primer orgasmo juntos, impulsado no por la violencia, sino por otras emociones más profundas y permanentes, totalmente nuevas para ella, que sólo había sabido de amores violentos y fugaces.
Y entonces, lo comprendió.
Era cierto, había amado a Baptiste, pero ella nunca quiso aceptarlo y él murió sin saber la verdad. Había amado a Târsil, pero se tardó cuatro meses en aceptarlo e igualmente lo había perdido. Ahora, en ese presente que la sorprendía tan intempestivamente, que moldeaba y transformaba sus sentimientos de manera tan definitiva, se daba cuenta de que era completamente capaz de amar a Declan, de confesarle al calor de su deseo cuánto podía llegar a amarlo…
Susurró su nombre, jadeó su fuego de hembra, gritó el estallido de su placer… Pero no se lo dijo. Se guardó la simple y trascendental frase porque tuvo miedo. Así que, en vez de dejar que el deseo muriera con ese primer orgasmo, volvió a apretarlo dentro de ella, le arañó la espalda, le mordió los labios y encendió la hoguera, una vez más… Quería dejarse llevar lejos una y mil veces por el fuego que Declan despertaba en ella, quería no pensar, sino experimentar todo el placer que pudiera descubrir con él en una sola noche… Ya, después, cuando lo hubiera recorrido entero yse supiera su cuerpo de memoria, entonces, tal vez se lo diría.
Le diría que lo amaba y tendría el valor de dejarlo marcharse de su vida, porque esa noche juntos le pertenecería solo a ella.
Para siempre.
***
– Eres malvada… – le había dicho Declan, momentos antes y, a juego con ella, también amenazó con tomar su vida si lo dejaba por otro. Ella rió, en medio de sus jadeos y gruñidos, sobre los labios de su amante.
– No te dejaré nunca. – susurró sobre la boca del francés, sabiendo que él no comprendería su tardía respuesta. En efecto, él se detuvo, sorprendido de sus palabras, y la contempló fijamente, de una manera tan particular que la hizo sentirse única, no sólo deseada, sino, sobre todas las cosas, amada. Semejante descubrimiento la remeció hasta sus cimientes más profundas, derribando sus caretas y sus muros, exponiendo para él toda su más profunda fragilidad. Un escalofrío la recorrió entera, no apagando su deseo, sino más bien despertando su ternura, emoción oculta y olvidada desde el día en que muriera Agnes. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que ahogó en un abrazo desesperado – Ámame… Por favor… no sólo deseo… sino amor… – suplicó, perdida en el azul de sus ojos.
Agradeció que él no dijera nada, que no muriera su deseo por ella y que, por el contrario, respondiera a su abrazo, la apegara a su cálido cuerpo y, con suma gentileza, la recostara sobre la cama. Él le recorrió el rostro con la yema de sus dedos y se deslizó por su silueta, dándole la oportunidad a la Del Balzo de mostrarse tal cual era, ya no una fiera desenfrenada, sino una mujer en la plenitud del deseo, el placer y el amor. Se permitió, por primera vez, ser delicada, apaciguando el deseo para que éste se mezclara con su ternura tanto tiempo dormida. Se dejó llevar por él en el ascenso hacia el primer orgasmo juntos, impulsado no por la violencia, sino por otras emociones más profundas y permanentes, totalmente nuevas para ella, que sólo había sabido de amores violentos y fugaces.
Y entonces, lo comprendió.
Era cierto, había amado a Baptiste, pero ella nunca quiso aceptarlo y él murió sin saber la verdad. Había amado a Târsil, pero se tardó cuatro meses en aceptarlo e igualmente lo había perdido. Ahora, en ese presente que la sorprendía tan intempestivamente, que moldeaba y transformaba sus sentimientos de manera tan definitiva, se daba cuenta de que era completamente capaz de amar a Declan, de confesarle al calor de su deseo cuánto podía llegar a amarlo…
Susurró su nombre, jadeó su fuego de hembra, gritó el estallido de su placer… Pero no se lo dijo. Se guardó la simple y trascendental frase porque tuvo miedo. Así que, en vez de dejar que el deseo muriera con ese primer orgasmo, volvió a apretarlo dentro de ella, le arañó la espalda, le mordió los labios y encendió la hoguera, una vez más… Quería dejarse llevar lejos una y mil veces por el fuego que Declan despertaba en ella, quería no pensar, sino experimentar todo el placer que pudiera descubrir con él en una sola noche… Ya, después, cuando lo hubiera recorrido entero yse supiera su cuerpo de memoria, entonces, tal vez se lo diría.
Le diría que lo amaba y tendría el valor de dejarlo marcharse de su vida, porque esa noche juntos le pertenecería solo a ella.
Para siempre.
***
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
Tu cuerpo se parece, hasta confundirse con él, a ese árbol frutal que tiene la particularidad de no producir más que dos frutos por vida.
Cuentan que si te duermes entre sus ramas te despiertas enamorado.
Mathias Malzieu
Cuentan que si te duermes entre sus ramas te despiertas enamorado.
Mathias Malzieu
– Ámame… Por favor… no sólo deseo… sino amor… – Aquellas palabras lejos de asustarle o mandar señal de que era momento de detenerse y alejarse de ella, tuvieron el efecto contrario. Declan lo sospecho desde que la viera, desde que esos ojos profundos que parecían atravesar su alma se posaron en los suyos. Ella sería suya, esa noche y las siguientes, por la vida que llevaran delante. No se apartaría de su lado aunque ella se lo exigiera, aunque ella no sintiera lo que él.
No era necesario que la Del Balzo le pidiera que la amara, él lo había hecho desde siempre. Había estado con las mujeres equivocadas, detrás de ellas una y otra vez pero siempre con los pensamientos de ella, una mujer a la cual no conocía y a la que sus dedos recorrían en esos momentos que delicadeza pero a la vez, cargados del deseo y las ansias por grabarla en su memoria.
En sus manos no solo existía el deseo, sus besos no solo trataban de acallar los sonidos de aquel momento de desenfreno en que habían entrado. Todo su cuerpo trataba de explicar a Jîldael que estaba loco por ella. Que era la única que existía en esos momentos y que sería la única a partir de ese momento. No era posible que dijera nada, prefería dejarlo a que sus cuerpos lo expresaran y que ella, al igual que él, fuera capaz de comprender que eso iba más allá de ellos.
Aquello que estaban experimentando no sería solamente un mero acto carnal, era aquello que los grandes escritores y los poetas siempre habían tratado de plasmar en palabras, pero que siempre quedaba corto. Era amor.
Manteniendo su cuerpo sobre el femenino fue que ambos se dieron el permiso de explorarse más y más, hasta llegar al culmen. Los sentidos del licántropo se sintieron explotar, todo por ella.
Su nombre entre aquellos labios y estar con ella era subir al cielo. Una vez no sería suficiente, nunca se cansaría de ella, de esa femineidad que su cuerpo emanaba y le llamaba.
Nada más existía, ni existió hasta que se hubieron dejado llevar por aquellas emociones que les afectaban de tal manera los sentidos. Sus cuerpos se encontraron sumergidos en aquel éxtasis más ocasiones y no fue consciente nuevamente hasta que algunos rayos de sol, osaban a entrar por un cortina que no estaba perfectamente cerrada como todo lo demás. Declan solo pudo contemplar el cuerpo a su lado y sonreír.
No había nada que quisiera decir, nada que deseara preguntar. De hacerlo temía arruinar todo aquello que habían vivido, pero tarde o temprano las cosas deberían salir a la luz. Por ahora, solo quería que las yemas de sus dedos continuaran recorriendo aquella silueta.
– Jîldael… – sus labios susurraron aquel nombre, lo acariciaron suavemente y la sonrisa se extendió en sus labios.
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.”
Martin Luther King.
Martin Luther King.
Él le tomó el rostro y la besó, incontables veces. Sus cálidas manos la recorrieron a veces con gentileza, a veces con hambre, a veces con quietud. Y ella misma no se estuvo en paz; le mordió, cuando el fuego que la consumía amenazaba con ahogarla; lo regó de innumerables besos que descubrieron un sinfín de caminos hacia el placer y el deseo; se amarró a su cuerpo, desesperada, como la pantera que era, peleando con el que de ahora en más sería su hombre, para siempre… Esa noche no hubo sueño, ni cansancio, ni pesadillas, ni malestares. Esa noche, sin luna, sin enemigos, era de ellos dos y de nadie más. Lo amó con rapidez, con lentitud, se acunó en su varonil pecho y, a ratos, era él quien buscaba el refugio de sus brazos; él le dibujó el cuerpo, como si ella fuera una obra de arte; le acarició el vientre, como si esa noche adoptara a ese hijo como suyo.
Esa noche fueron tantas cosas ellos dos, que no se dio cuenta cuándo fue que cayó rendida en sus brazos; no quería dormirse, quería seguir mirándolo con devota atención, quería recorrerle la mejilla y que fuera Declan quien cediera al cansancio, mientras ella todavía guardaba fuerzas luego de esa eterna y tan breve velada juntos. Mas no siempre ocurría lo que ella deseaba; fue la joven quien sintió primero los efectos del pronto amanecer, sintiendo el frío que le arañaba el desnudo cuerpo, necesitando del calor que el Sinclair no parecía perder jamás:
– Eres un hombre–lobo, estoy segura… – musitó en el límite de sus fuerzas – Me alegraría mucho tener la razón... – alcanzó a confesarle antes de dormirse en sus brazos. Quizás, debería haber visto la expresión azorada de su amante, pero no fue consciente de nada de ello, pues ya su pensamiento discurría entre los misterios que Morfeo nunca le revelaría.
Despertó por culpa de un rayo de sol que le daba justo en el rostro, aturdida, como si no recordaba el haber llegado a su cama; se estiró, perezosa, mientras los recuerdos de su feliz noche volvían a ella lentamente. Entonces, como un corazón desbocado, se incorporó violentamente sobre la cama, al notar el espacio vacío junto a ella y clavó su mirada acusadora en la puerta de su cuarto, delicadamente cerrada; como si nunca se hubiera abierto… Claro, era obvio que él se había ido, una vez conseguido el objetivo, ¿a qué iba a quedarse?; no era amor después de todo, una mujer embarazada, después de todo, era demasiada complicación, para cualquiera, ni qué decir de un hombre soltero, sin mayores ataduras. Era un maestro consumado, pensó con ira; ella realmente le había creído cada una de sus palabras. Y pensar que estuvo a punto de decírselo; había hecho muy bien en quedarse callada. Apretó sus ojos con fiereza, dispuesta a no derramar una lágrima por él. Nunca más lloraría por un hombre.
– Jîldael... – una voz desde el sillón la distrajo, pero no se atrevió a mirar; tenía miedo de que fuera su cabeza, engañándola, de que no fuera más que un eco desesperado que no aceptaba la pérdida tan prontamente – Jîldael. – volvió a repetir la misma voz.
La Pantera respiró profundo, avergonzada y volteó lentamente hacia él.
Declan estaba impecablemente vestido, acomodado en el sillón que alguna vez fuera de su padre. Su mirada comprensiva, su sonrisa cálida, la hicieron sentir todavía peor. No se había ido, después de todo; cada una de sus palabras era verdadera, después de todo. Quería correr a sus brazos, pero no lo hizo. Por el contrario, se vistió parsimoniosamente con la elegante camisola de seda, se cubrió con la bata a juego y sólo entonces fue a su encuentro.
Estaba colérica, no con él, que había sido fiel a cada palabra, sino consigo misma, por permitirse sentir semejante dependencia de alguien a quien apenas sí conocía, por haber sufrido innecesariamente. Quería ser una piedra, no quería sentir nada… Pero sentía todo por él. Sus piernas parecían de lana mientras iba a su encuentro y, pese a su intención de no dejarse dominar por sus sentimientos, fueron ellos los que controlaron cada uno de sus actos:
– No te fuiste, después de todo. – dijo, al tiempo que se arrodillaba a su lado. Alivio. – Pero quizás eso era lo que deberías haber hecho. – masculló. Furia. – Las mujeres de mi familia no sobreviven a sus hijos; casi todas han muerto al nacimiento de su primogénito, mi madre entre ellas. Por eso mi padre me odiaba, ¿nunca te lo dijo? – Resignación – Las pocas que soportaron el primer parto, murieron al segundo... – Desesperación – No hay esperanzas para nosotros... – escondió su rostro en las rodillas de él y el llanto fue amo y señor durante unos instantes, sacudiéndola como una muñeca que no tuviera voluntad, ni resistencia – La nuestra pudo ser una historia tan bonita; es tan simple amarte, como si hubiera nacido para ser tu mujer... Y, sin embargo, ya no nos queda tiempo… Corrí detrás de fantasmas y embaucadores... – se apretó contra su pierna, intentando controlarse, tratando de volver a ser ella – Así que no perderé el tiempo; no contigo... Puedo amarte, por lo que me reste de vida, así sean mil años o tres meses… Quiero amarte hasta el día que muera…, pero si no sientes lo mismo, por favor, márchate hoy. Hoy, todavía tengo el valor de dejarte ir. Pero no me mientas; no te quedes hoy para destruirme mañana... – no pudo mirarlo. Necesitaba de la duda. Mientras hubiera duda, todavía había una posibilidad.
Lo amaba, lo amaba demasiado. Y era tan estúpido amar así, sin conocerlo; amor de un día, efímero como el verano, sin esperanzas. Absurdo como todo en su vida. ¿Qué le quedaría cuando él se fuera? Sonrió, abatida. Siempre le quedaría Charles. Aun cuando no hubiera esperanzas de vivir, siempre tendría a su Maestre para quererla, cuidarla y protegerla.
Quizás debería levantar el rostro. Y se daría cuenta de que hoy todavía es siempre.
***
Esa noche fueron tantas cosas ellos dos, que no se dio cuenta cuándo fue que cayó rendida en sus brazos; no quería dormirse, quería seguir mirándolo con devota atención, quería recorrerle la mejilla y que fuera Declan quien cediera al cansancio, mientras ella todavía guardaba fuerzas luego de esa eterna y tan breve velada juntos. Mas no siempre ocurría lo que ella deseaba; fue la joven quien sintió primero los efectos del pronto amanecer, sintiendo el frío que le arañaba el desnudo cuerpo, necesitando del calor que el Sinclair no parecía perder jamás:
– Eres un hombre–lobo, estoy segura… – musitó en el límite de sus fuerzas – Me alegraría mucho tener la razón... – alcanzó a confesarle antes de dormirse en sus brazos. Quizás, debería haber visto la expresión azorada de su amante, pero no fue consciente de nada de ello, pues ya su pensamiento discurría entre los misterios que Morfeo nunca le revelaría.
Despertó por culpa de un rayo de sol que le daba justo en el rostro, aturdida, como si no recordaba el haber llegado a su cama; se estiró, perezosa, mientras los recuerdos de su feliz noche volvían a ella lentamente. Entonces, como un corazón desbocado, se incorporó violentamente sobre la cama, al notar el espacio vacío junto a ella y clavó su mirada acusadora en la puerta de su cuarto, delicadamente cerrada; como si nunca se hubiera abierto… Claro, era obvio que él se había ido, una vez conseguido el objetivo, ¿a qué iba a quedarse?; no era amor después de todo, una mujer embarazada, después de todo, era demasiada complicación, para cualquiera, ni qué decir de un hombre soltero, sin mayores ataduras. Era un maestro consumado, pensó con ira; ella realmente le había creído cada una de sus palabras. Y pensar que estuvo a punto de decírselo; había hecho muy bien en quedarse callada. Apretó sus ojos con fiereza, dispuesta a no derramar una lágrima por él. Nunca más lloraría por un hombre.
– Jîldael... – una voz desde el sillón la distrajo, pero no se atrevió a mirar; tenía miedo de que fuera su cabeza, engañándola, de que no fuera más que un eco desesperado que no aceptaba la pérdida tan prontamente – Jîldael. – volvió a repetir la misma voz.
La Pantera respiró profundo, avergonzada y volteó lentamente hacia él.
Declan estaba impecablemente vestido, acomodado en el sillón que alguna vez fuera de su padre. Su mirada comprensiva, su sonrisa cálida, la hicieron sentir todavía peor. No se había ido, después de todo; cada una de sus palabras era verdadera, después de todo. Quería correr a sus brazos, pero no lo hizo. Por el contrario, se vistió parsimoniosamente con la elegante camisola de seda, se cubrió con la bata a juego y sólo entonces fue a su encuentro.
Estaba colérica, no con él, que había sido fiel a cada palabra, sino consigo misma, por permitirse sentir semejante dependencia de alguien a quien apenas sí conocía, por haber sufrido innecesariamente. Quería ser una piedra, no quería sentir nada… Pero sentía todo por él. Sus piernas parecían de lana mientras iba a su encuentro y, pese a su intención de no dejarse dominar por sus sentimientos, fueron ellos los que controlaron cada uno de sus actos:
– No te fuiste, después de todo. – dijo, al tiempo que se arrodillaba a su lado. Alivio. – Pero quizás eso era lo que deberías haber hecho. – masculló. Furia. – Las mujeres de mi familia no sobreviven a sus hijos; casi todas han muerto al nacimiento de su primogénito, mi madre entre ellas. Por eso mi padre me odiaba, ¿nunca te lo dijo? – Resignación – Las pocas que soportaron el primer parto, murieron al segundo... – Desesperación – No hay esperanzas para nosotros... – escondió su rostro en las rodillas de él y el llanto fue amo y señor durante unos instantes, sacudiéndola como una muñeca que no tuviera voluntad, ni resistencia – La nuestra pudo ser una historia tan bonita; es tan simple amarte, como si hubiera nacido para ser tu mujer... Y, sin embargo, ya no nos queda tiempo… Corrí detrás de fantasmas y embaucadores... – se apretó contra su pierna, intentando controlarse, tratando de volver a ser ella – Así que no perderé el tiempo; no contigo... Puedo amarte, por lo que me reste de vida, así sean mil años o tres meses… Quiero amarte hasta el día que muera…, pero si no sientes lo mismo, por favor, márchate hoy. Hoy, todavía tengo el valor de dejarte ir. Pero no me mientas; no te quedes hoy para destruirme mañana... – no pudo mirarlo. Necesitaba de la duda. Mientras hubiera duda, todavía había una posibilidad.
Lo amaba, lo amaba demasiado. Y era tan estúpido amar así, sin conocerlo; amor de un día, efímero como el verano, sin esperanzas. Absurdo como todo en su vida. ¿Qué le quedaría cuando él se fuera? Sonrió, abatida. Siempre le quedaría Charles. Aun cuando no hubiera esperanzas de vivir, siempre tendría a su Maestre para quererla, cuidarla y protegerla.
Quizás debería levantar el rostro. Y se daría cuenta de que hoy todavía es siempre.
***
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 200
Fecha de inscripción : 09/09/2011
Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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