AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Catch and Release + 18 (Jîldael)
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Recuerdo del primer mensaje :
Había caminado todo el día por las calles de aquel lugar, se encontraba profundamente aburrido y molesto. Se encontraba en un punto de su vida en el que creía que todo sería de la misma manera siempre, que no existiría algo más allá solo lo que conocía desde siempre. Por su mente cruzó la idea de volver incluso a sus años vagando sin rumbo fijo, solo con lo que traía puesto y aprendiendo a vivir de la manera en la que la vida llegara hasta él pero esa era una manera inútil de escapar de lo que no se podía huir, de si mismo. Por ese motivo había acabado usando un traje de color grisáceo y opto por salir a las calles, en busca de algo de paz interior o una respuesta que dudosamente encontraría en aquel lugar.
Declan comenzaba a creer que la edad le estaba afectando de más y que lo que debía hacer era tomar un cambio radical en su vida, algo que le llevara a puntos desconocidos y a futuros inciertos, no a encontrarse con lo mismo de siempre. Los negocios, las mismas personas y las mismas preguntas. La vida se volvía diferente cuando se era un ser sobre natural y eso lo tenía muy en claro; era necesario que siempre se mantuviera con un perfil bajo y poco detectable para la inquisición y sus sirvientes, así como permanecer en movimiento siempre sin establecerse en un lugar fijo por periodos largos de tiempo, todo para evitar las preguntas sobre su casi nulo envejecimiento.
Suspiró, mientras sus pasos continuaban sin dirección definida y fue solamente cuando escucho un leve sonido metálico contra el suelo que se giro en la dirección donde una dama de oscuros cabellos se alejaba y al mirar al suelo pudo notar como un pequeño relicario se encontraba en el suelo. - Mademoiselle… - desvió su camino inicial, solo para levantar aquel relicario y seguir a la joven buscando entregar a su dueña aquel pequeño objeto que probablemente fuera algo de importancia para ella. En otra circunstancia no le habría importado aquello, solo que en esos instantes se encontraba "susceptible" - Su relicario - menciono esperando que ante esa palabra cayese en cuenta de lo que dejaba detrás de si y se detuviese, entregaría la pertenencia y se marcharía a continuar su camino. Pero su camino cambio desde el momento en que se había vuelto a mirar en dirección de esa mujer.
"No hay casualidad sino destino
no se encuentra sino lo que se busca
y se busca lo que está escondido."
Ernesto Sábato
no se encuentra sino lo que se busca
y se busca lo que está escondido."
Ernesto Sábato
Había caminado todo el día por las calles de aquel lugar, se encontraba profundamente aburrido y molesto. Se encontraba en un punto de su vida en el que creía que todo sería de la misma manera siempre, que no existiría algo más allá solo lo que conocía desde siempre. Por su mente cruzó la idea de volver incluso a sus años vagando sin rumbo fijo, solo con lo que traía puesto y aprendiendo a vivir de la manera en la que la vida llegara hasta él pero esa era una manera inútil de escapar de lo que no se podía huir, de si mismo. Por ese motivo había acabado usando un traje de color grisáceo y opto por salir a las calles, en busca de algo de paz interior o una respuesta que dudosamente encontraría en aquel lugar.
Declan comenzaba a creer que la edad le estaba afectando de más y que lo que debía hacer era tomar un cambio radical en su vida, algo que le llevara a puntos desconocidos y a futuros inciertos, no a encontrarse con lo mismo de siempre. Los negocios, las mismas personas y las mismas preguntas. La vida se volvía diferente cuando se era un ser sobre natural y eso lo tenía muy en claro; era necesario que siempre se mantuviera con un perfil bajo y poco detectable para la inquisición y sus sirvientes, así como permanecer en movimiento siempre sin establecerse en un lugar fijo por periodos largos de tiempo, todo para evitar las preguntas sobre su casi nulo envejecimiento.
Suspiró, mientras sus pasos continuaban sin dirección definida y fue solamente cuando escucho un leve sonido metálico contra el suelo que se giro en la dirección donde una dama de oscuros cabellos se alejaba y al mirar al suelo pudo notar como un pequeño relicario se encontraba en el suelo. - Mademoiselle… - desvió su camino inicial, solo para levantar aquel relicario y seguir a la joven buscando entregar a su dueña aquel pequeño objeto que probablemente fuera algo de importancia para ella. En otra circunstancia no le habría importado aquello, solo que en esos instantes se encontraba "susceptible" - Su relicario - menciono esperando que ante esa palabra cayese en cuenta de lo que dejaba detrás de si y se detuviese, entregaría la pertenencia y se marcharía a continuar su camino. Pero su camino cambio desde el momento en que se había vuelto a mirar en dirección de esa mujer.
Última edición por Declan Sinclair el Sáb Ene 11, 2014 12:11 am, editado 2 veces
Chantry Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
Only love can break your heart
Gwyneth Herbert
Gwyneth Herbert
Que frágil lucia entre sus brazos, cuando el sueño y el cansancio de una noche como aquella hizo efecto en la Del Balzo. A pesar de eso, Declan continuo deleitandose al mirarla, calmándose con la respiración tranquila de la mujer que ahora no dejaría ir nunca de su lado. Dormida, le parecía mucho más pequeña de que le había parecido durante toda la demás velada; despierta, Jîldael era como una fierecilla que era imposible domar y que precisamente, esa falta de sumisión, era algo de lo que al Sinclair le estaba robando el aliento. Poco a poco, con el deseo de mantenerse despierto más tiempo pero con el cansancio afectando su cuerpo, también se durmió, no sin pensar por ultima vez en las palabras de ella.
– Eres un hombre–lobo, estoy segura… Me alegraría mucho tener la razón... –
No había sido capaz de revelarle la verdad en esos momentos, pero seguramente, cuando despertara le diría tanto como deseara conocer de él, solo para atarla y no dejarle ir lejos de su lado nunca más.
Cuando los rayos del sol le despertaron, acaricio suavemente la mejilla de Jîldael y le permitió dormir un poco más de tiempo, aunque interiormente se moría por despertarle a besos y recordarle que desde ese momento y para siempre seria únicamente suya. Conteniendo esas ansias de dejarle en claro su pertenencia, se levanto con calma de la cama para ir en busca de sus ropas, las cuales fue poniendose poco a poco, mientras examinaba aquel cuarto impregnado del olor femenino de la mujer que descansaba en la cama de manera plácida. Observo tanto como pudo aquel cuarto donde ella descansaba y estaba todos los días, ese sitió había pasado a ser algo sagrado por el sencillo hecho de albergar en él a la mujer que estaba dispuesto a amar el resto de sus días. Solo una vez que se encontró conforme con su excursión por el cuarto y que las ropas ya estaban de regreso en su cuerpo, se sentó en un pequeño sillón, desde donde podía contemplar la figura de Jîldael que dormía aún. Sonrió para si mismo al mirarla pues le recordaba en parte a los gatos al dormir y tan floja como uno de ellos. Ese detalle le enfrasco en las ultimas palabras de ella sobre su naturaleza.
– Entonces debes ser una felina – susurró en dirección a ella, aunque no le escuchara.
No supo cuanto tiempo paso ahí, estático y mirando a la Del Balzo; pero en el instante en que ella se movió contuvo la respiración, esperando a ver la manera en la que ella actuaba ahora. Como se quedo en la cama y en ningún momento pareció analizar la habitación, se vio en la necesidad de mencionar su nombre. Noto como en un principio ella pareció levantar los hombros en sorpresa y como lentamente, después del segundo llamado se volvió a mirarle. Sonrió de manera amplia, demostrando que estaba realmente ahí para ella y que siempre que ella lo deseara ahí seguiría.
– Buenos días. Debo decir que luces hermosa hasta cuando duermes; tanto, que no he podido alejar mi mirada de ti ni un segundo – y para prueba de eso, le siguió los pasos mientras que se cubría el cuerpo. Declan se quedo sentado, viendo como los pasos de la fémina se acercaban cada vez más hasta donde se encontraba. Negó suavemente a sus primeras palabras solo para después encontrarse con aquellos ojos – No podría irme, nunca me iris de tu lado después de todo eres mía desde ahora y para siempre – sus intenciones eran demasiado claras para si mismo, no se negaría aquellas oportunidades que le eran brindadas, aunque el destino estuviera en contra de ellos dos.
La molestia ante las siguiente palabras de ella, no se hizo esperar. Su rostro le demostró demasiado bien.
– Pero no lo hice, así que deberías aceptarlo y… – olvido lo que estaba por decirle. ¿Cómo no olvidarlo? La noticia que le soltaba de manera tan repentina le dejo atónito. Era una jugada demasiado baja por parte del destino; darle a la mujer que tanto había esperado y que ese amor que sentía por ella posiblemente no durara más que aquel periodo de embarazo que le faltaba por recorrer. Creyó escuchar mal esas palabras, deseo desde el fondo de su corazón que eso fuera; sin embargo, conforme más palabras salían de los labios de Jîldael la cruda realidad le golpeo. Quiso buscar la manera de refutar sus palabras, pero ante una historia llena de desgracias él llevaba las de perder. Su mano se poso sobre los cabellos de ella, no existía nada que pudiera decir en esos momentos que no fuera maldecir por haberla encontrado tan tarde. La quería tanto para él y la quería durante tanto tiempo que saber que eso sería prácticamente imposible le estaba destrozando por dentro, aún así, debía ser fuerte por ella.
–Puedo amarte, por lo que me reste de vida, así sean mil años o tres meses… Quiero amarte hasta el día que muera…–
Le escucho atento y pese a las adversidades que pudieran atravesar, pese al dolor que estaba sintiendo en su interior; sonrió al escucharla.
– Pues no tengas el valor para dejarme ir, porque así sean tres meses o mil años no voy a dejarte. Te he buscado demasiado tiempo como para renunciar a ti ahora que finalmente te he encontrado – Le sujeto con firmeza y le ayudo a levantarse solo para que se sentara en sus piernas. Le abrazo después de mirarle el rostro lloroso – Quien va a destruirme parece que serás tu, pero no me importa que lo hagas. A ti puedo permitirte lo que sea menos que me alejes de tu lado – le beso las mejillas cubiertas por lágrimas – Amame hasta que alguno de los dos muera e incluso después de eso, si es que existe otra vida jurame que nos esperaremos y que seguiremos juntos – no estaría un minuto sin ella, porque por primera vez en toda su vida, había encontrado algo por lo cual luchar y de lo cual no quería escapar.
Chantry Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“El proyecto es el borrador del futuro. A veces, el futuro necesita cientos de borradores.”
Jules Renard.
Jules Renard.
En medio de su dolor las palabras de él atravesaron su muro de desesperación:
– ... nunca me iría de tu lado; después de todo eres mía desde ahora y para siempre. –
– Siempre es una palabra demasiado grande. – musitó ella, aún en su rodilla, perdida dentro de su angustia, luchando por ser honorable, por sacarlo de su vida. Y era que él tenía tantos años que vivir aún, ¿para qué amarrarlo a un amor sin esperanzas? Quizás, por eso su padre nunca se permitió quererla. Ahora entendía tantas cosas.
Así pues, poseída por la rabia y el dolor, no se permitió ser egoísta; cada palabra suya estaba pensada para salvarlo a él. Saber que, pese a todo, siempre tendría a Charles para rescatarla fue lo que le dio valor:
– Debes irte, Declan... Debo dejarte ir; ahora es que me siento valiente para hacerlo; no volveré a sentir este valor jamás, después de hoy... – insistió, destrozado su corazón, encogido su hijo que parecía desaparecer dentro de ella misma, como si el pequeño hubiera elegido irse junto con el licántropo, en vez de quedarse con su madre.
Pero entonces el muro tan bien construido durante esos segundos cayó de la mano del hombre que la miraba fijamente. Declan no estaba dispuesto a ceder, pese a que ella misma echó por tierra todo futuro, toda esperanza; Jîldael había perdido la pelea. Se lo dijo sin miedos: no la dejaría ir, así sólo les quedase un día. Sin embargo, los pensamientos de la joven aún peleaban contra ese futuro que él le ofrecía; su vida entera estuvo marcada por la soledad y la pérdida. Ahora que lo pensaba, era más fácil perderlo que quedarse a su lado, porque estaba acostumbrada a que la dejaran sola. En toda su vida sólo una persona se había quedado a su lado, pese a todo; con el tiempo había aceptado que Charles era una especie de paradoja mística que no se volvería a repetir jamás. Y allí estaba Declan ahora, queriendo convertirse en otra paradoja en su vida. Quizás en la última. ¿Cómo podía ella decirle que no? ¿O decirle que sí? El Lican volvía a la carga, ahora que la duda le carcomía por dentro, aprovechando una ventaja que en otra situación probablemente no tendría:
– Quien va a destruirme parece que serás tú, pero no me importa que lo hagas... – se lo dijo con el corazón; y con el corazón, ella sabía que no podía destruirlo, cuando lo había encontrado para amarle. Había llegado, finalmente, su “punto de quiebre”; lo que dijera, lo que hiciera marcaría su vida para siempre y no podría volver atrás. Declan también lo sabía; le besó el rostro, como si una criatura sagrada fuera Jîldael, y agregó: – Ámame hasta que alguno de los dos muera – le rogó, sin darle alternativa – e incluso después de eso. Si es que existe otra vida, júrame que nos esperaremos y que seguiremos juntos. –
Ella se acunó contra su pecho, donde los latidos de él se acompasaban a los de su felino corazón; como si fueran las dos partes de un único y peculiar reloj.
– Otra vida... – musitó en un hilo de voz. Y entonces supo la respuesta – Sí. – qué palabra tan pequeña para todo lo que ella sentía, y tan enorme al mismo tiempo – Te amaré ahora y por lo que me reste de vida, en todas las vidas que nos reste por vivir. – era una declaración de eternidad. Un sello que nunca antes nadie le pidió, ni siquiera el devoto amor de Baptiste.
Quizás se estaban mintiendo ante lo inevitable; pero si era verdad, si volvieran a nacer, ella lo buscaría, y lo volvería a amar. Se encontrarían a lo largo de todas su reencarnaciones a partir de ese momento. Su amor sería eterno. Aceptarlo, fue como si le quitasen un enorme peso de encima, como si todo su dolor fuera una ridícula tontería en la que no valía perder el tiempo. Las lágrimas cesaron al cabo de unos minutos y su rostro recuperó su belleza y lozanía; volvía a ser la joven llena de vida y vigor. Miró a Declan con todo el amor que le llenaba el pecho, acarició su rostro y se acercó a él, lentamente, sujetándose por el borde de su chaqueta; dejó que su mano izquierda se perdiera en el cabello de él y apoyó su frente contra la frente del Hombre – Lobo.
– He amado a otros hombres antes que tú – le confesó, sin culpa, simplemente evidenciando su pasado – y sé que si te digo que te amo, parecería una palabra gastada por mi pasado. Fue verdad con ellos. Y es verdad, ahora, contigo. Te amo, con un amor fuerte, verdadero y eterno. Y sé también que te amo como no he amado a nadie antes que tú. – tuvo miedo entonces, porque ponía sobre él otra carga difícil de llevar – Y porque quiero que este amor, aún joven y apenas descubierto, se vuelva fuerte y venza todas las distancias, es que debo decirte todo de mí. Si vas a amarme, tienes que saber en qué te estás metiendo. – cerró los ojos y dejó que el silencio entre ambos los hiciera cercanos; no era un espacio de distancia, cada silencio era el aprendizaje secreto entre los dos. Aprendía, por ejemplo, que cuando Declan se ponía nervioso, se asemejaba a una tensa cuerda de violín, lista para reaccionar al menor estímulo. Saber que lo comprendía tanto en las palabras como en la quietud de ese momento, le daba mayor seguridad en lo que empezaban a construir – Soy una Cambiante Felina y soy una proscrita; los enemigos de mi padre son poderosos, y están infiltrados en la Corona. Ellos planearon la muerte de Jean y la mía; no saben que fallaron, no saben que vivo, pero me temo que no tardarán en descubrirlo; cuando ello ocurra, tendré que huir hasta que mis aliados me permitan presentar batalla... – volvió a dudar; cualquiera de clase alta podría entender las intrigas de palacio; era algo más común de lo que se pensaba..., pero no era su único problema – Y, por si fuera poco, la Santa Madre Iglesia me ha declarado asunto de nivel 1: lo que significa mi inminente muerte por parte de la Inquisición. Por eso estoy siempre en movimiento, cambiando de residencia, haciendo negocios que me permitan conseguir “socios” que me oculten de la Iglesia y que cooperen con mi venganza. – suspiró cansada; la suya era una verdad tan desoladora; no lo culparía si, después de todo, acababa huyendo de su lado – “No es la muerte mi amiga, pero vela mi sueño y espera paciente, la pronta reunida”... Mi padre recitaba esos versos a menudo, pero ahora es que entiendo su significado. –
Lo miró nuevamente, y se permitió besarlo. Deslizó sus manos por el cuello de él y lo acercó a su cuerpo, pequeño y joven; unió ambas bocas con suave urgencia y se apegó a él temblando; no sabía qué le esperaría en su futuro; pero sabía que sería más fácil afrontarlo si él estaba a su lado.
– Te he dicho todo de mí. – confesó, liviana como una pluma, ahora que no había secretos para Declan – Ahora es tu turno, Monsieur Sinclair. ¿Qué terrible secreto estás a punto de confesarme? – le preguntó con fingida seriedad, mientras se acunaba en su regazo, apegándose a su calidez inhumana, confiada ciegamente en él.
Estaba segura de que nada de lo que dijera el aristócrata podría superar su propia tragedia. Quizás se equivocaba. Quizás era el destino. Quizás no importaba nada, excepto el presente.
***
– ... nunca me iría de tu lado; después de todo eres mía desde ahora y para siempre. –
– Siempre es una palabra demasiado grande. – musitó ella, aún en su rodilla, perdida dentro de su angustia, luchando por ser honorable, por sacarlo de su vida. Y era que él tenía tantos años que vivir aún, ¿para qué amarrarlo a un amor sin esperanzas? Quizás, por eso su padre nunca se permitió quererla. Ahora entendía tantas cosas.
Así pues, poseída por la rabia y el dolor, no se permitió ser egoísta; cada palabra suya estaba pensada para salvarlo a él. Saber que, pese a todo, siempre tendría a Charles para rescatarla fue lo que le dio valor:
– Debes irte, Declan... Debo dejarte ir; ahora es que me siento valiente para hacerlo; no volveré a sentir este valor jamás, después de hoy... – insistió, destrozado su corazón, encogido su hijo que parecía desaparecer dentro de ella misma, como si el pequeño hubiera elegido irse junto con el licántropo, en vez de quedarse con su madre.
Pero entonces el muro tan bien construido durante esos segundos cayó de la mano del hombre que la miraba fijamente. Declan no estaba dispuesto a ceder, pese a que ella misma echó por tierra todo futuro, toda esperanza; Jîldael había perdido la pelea. Se lo dijo sin miedos: no la dejaría ir, así sólo les quedase un día. Sin embargo, los pensamientos de la joven aún peleaban contra ese futuro que él le ofrecía; su vida entera estuvo marcada por la soledad y la pérdida. Ahora que lo pensaba, era más fácil perderlo que quedarse a su lado, porque estaba acostumbrada a que la dejaran sola. En toda su vida sólo una persona se había quedado a su lado, pese a todo; con el tiempo había aceptado que Charles era una especie de paradoja mística que no se volvería a repetir jamás. Y allí estaba Declan ahora, queriendo convertirse en otra paradoja en su vida. Quizás en la última. ¿Cómo podía ella decirle que no? ¿O decirle que sí? El Lican volvía a la carga, ahora que la duda le carcomía por dentro, aprovechando una ventaja que en otra situación probablemente no tendría:
– Quien va a destruirme parece que serás tú, pero no me importa que lo hagas... – se lo dijo con el corazón; y con el corazón, ella sabía que no podía destruirlo, cuando lo había encontrado para amarle. Había llegado, finalmente, su “punto de quiebre”; lo que dijera, lo que hiciera marcaría su vida para siempre y no podría volver atrás. Declan también lo sabía; le besó el rostro, como si una criatura sagrada fuera Jîldael, y agregó: – Ámame hasta que alguno de los dos muera – le rogó, sin darle alternativa – e incluso después de eso. Si es que existe otra vida, júrame que nos esperaremos y que seguiremos juntos. –
Ella se acunó contra su pecho, donde los latidos de él se acompasaban a los de su felino corazón; como si fueran las dos partes de un único y peculiar reloj.
– Otra vida... – musitó en un hilo de voz. Y entonces supo la respuesta – Sí. – qué palabra tan pequeña para todo lo que ella sentía, y tan enorme al mismo tiempo – Te amaré ahora y por lo que me reste de vida, en todas las vidas que nos reste por vivir. – era una declaración de eternidad. Un sello que nunca antes nadie le pidió, ni siquiera el devoto amor de Baptiste.
Quizás se estaban mintiendo ante lo inevitable; pero si era verdad, si volvieran a nacer, ella lo buscaría, y lo volvería a amar. Se encontrarían a lo largo de todas su reencarnaciones a partir de ese momento. Su amor sería eterno. Aceptarlo, fue como si le quitasen un enorme peso de encima, como si todo su dolor fuera una ridícula tontería en la que no valía perder el tiempo. Las lágrimas cesaron al cabo de unos minutos y su rostro recuperó su belleza y lozanía; volvía a ser la joven llena de vida y vigor. Miró a Declan con todo el amor que le llenaba el pecho, acarició su rostro y se acercó a él, lentamente, sujetándose por el borde de su chaqueta; dejó que su mano izquierda se perdiera en el cabello de él y apoyó su frente contra la frente del Hombre – Lobo.
– He amado a otros hombres antes que tú – le confesó, sin culpa, simplemente evidenciando su pasado – y sé que si te digo que te amo, parecería una palabra gastada por mi pasado. Fue verdad con ellos. Y es verdad, ahora, contigo. Te amo, con un amor fuerte, verdadero y eterno. Y sé también que te amo como no he amado a nadie antes que tú. – tuvo miedo entonces, porque ponía sobre él otra carga difícil de llevar – Y porque quiero que este amor, aún joven y apenas descubierto, se vuelva fuerte y venza todas las distancias, es que debo decirte todo de mí. Si vas a amarme, tienes que saber en qué te estás metiendo. – cerró los ojos y dejó que el silencio entre ambos los hiciera cercanos; no era un espacio de distancia, cada silencio era el aprendizaje secreto entre los dos. Aprendía, por ejemplo, que cuando Declan se ponía nervioso, se asemejaba a una tensa cuerda de violín, lista para reaccionar al menor estímulo. Saber que lo comprendía tanto en las palabras como en la quietud de ese momento, le daba mayor seguridad en lo que empezaban a construir – Soy una Cambiante Felina y soy una proscrita; los enemigos de mi padre son poderosos, y están infiltrados en la Corona. Ellos planearon la muerte de Jean y la mía; no saben que fallaron, no saben que vivo, pero me temo que no tardarán en descubrirlo; cuando ello ocurra, tendré que huir hasta que mis aliados me permitan presentar batalla... – volvió a dudar; cualquiera de clase alta podría entender las intrigas de palacio; era algo más común de lo que se pensaba..., pero no era su único problema – Y, por si fuera poco, la Santa Madre Iglesia me ha declarado asunto de nivel 1: lo que significa mi inminente muerte por parte de la Inquisición. Por eso estoy siempre en movimiento, cambiando de residencia, haciendo negocios que me permitan conseguir “socios” que me oculten de la Iglesia y que cooperen con mi venganza. – suspiró cansada; la suya era una verdad tan desoladora; no lo culparía si, después de todo, acababa huyendo de su lado – “No es la muerte mi amiga, pero vela mi sueño y espera paciente, la pronta reunida”... Mi padre recitaba esos versos a menudo, pero ahora es que entiendo su significado. –
Lo miró nuevamente, y se permitió besarlo. Deslizó sus manos por el cuello de él y lo acercó a su cuerpo, pequeño y joven; unió ambas bocas con suave urgencia y se apegó a él temblando; no sabía qué le esperaría en su futuro; pero sabía que sería más fácil afrontarlo si él estaba a su lado.
– Te he dicho todo de mí. – confesó, liviana como una pluma, ahora que no había secretos para Declan – Ahora es tu turno, Monsieur Sinclair. ¿Qué terrible secreto estás a punto de confesarme? – le preguntó con fingida seriedad, mientras se acunaba en su regazo, apegándose a su calidez inhumana, confiada ciegamente en él.
Estaba segura de que nada de lo que dijera el aristócrata podría superar su propia tragedia. Quizás se equivocaba. Quizás era el destino. Quizás no importaba nada, excepto el presente.
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Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 200
Fecha de inscripción : 09/09/2011
Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
Cuán felices seríamos si pudiéramos abandonarnos a nosotros mismos como abandonamos a los demás.
Madame Du Deffand
Madame Du Deffand
Siempre le era una palabra demasiado corta, él quería una eternidad al lado de la Del Balzo y por eso es que sonrió ante la respuesta de la fémina. Si ella creía de esa manera, le haría cambiar de opinión lentamente o eso era lo que había pensado hasta que la mujer hizo una terrible confesión. Las palabras de Jîldael cambiaban todo el panorama, era una noticia devastadora que pese a todo, no impediría que el Sinclair pasara sus días al lado de la mujer que acababa de encontrar y a quien amaría por el tiempo que se le permitiera tenerla cerca.
La negativa que daba con la cabeza quizás no la viera la felina, pero mientras él estuviera seguro de la resolución de pasar al lado de ella cada segundo, nada le interesaba.
– Lo siento entonces, porque si tu eres valiente como para dejarme ir yo no soy lo suficientemente fuerte para irme. Me quedare aquí, hoy y siempre – Corría el riesgo de morir antes si es que no estaba al lado de ella, aunque fuera por poco tiempo estaba decidido a estar con la Del Balzo. En su mente, quedaba la idea de que aquel destino podría ser diferente para ella, él por ejemplo haría todo lo que pudiera para evitar que corriera ese destino.
Una vida entera buscando aquello que hasta ese momento le parecía estar negado; haberlo encontrado de la manera más inesperada posible y deber renunciar era imposible para él. Declan renuncio a muchas cosas durante el pasar de su vida, por eso es que estaba cansado de ser quien siempre aceptara las cosas como llegaran; cambiaría su futuro, su ideas y esperaba que en algún punto cambiara el destino también de la fémina que estaba tan cerca, esa mujer que robo su aliento y su corazón. Le hablaba con la sinceridad de un hombre que no le fallaría, estaría para ella en todo momento, incluso en los momentos en que tal cual estaba sucediendo, Jîldael decidiera que lo mejor sería alejarlo de su lado.
El cuerpo femenino le parecía tan perfecto. Le encantaba esa manera en que parecía acurrucarse en él y sentir como que ambos habían nacido para estar por siempre de esa manera. Eran las dos partes de un todo. Los brazos de Declan se cernieron más firmes en el cuerpo de la mujer que amaría por siempre y soltó un suspiro. Había ganado aquella batalla, su presencia entonces estaría permitida al lado de Jîld y nada ya le separaría de su lado.
– Así es como será. Donde sea que vaya desde ahora, te buscare siempre – Fuera la vida que fuera, sabía que irremediablemente se encontrarían. El dolor que pareciera haber inundado aquel cuarto por unos momentos, se desvaneció de un instante a otro. Ya no existía temor a amarse, solo las promesas de un amor que sería incluso mayor que ellos, les superaría por siempre. Estar junto a ella era tan sencillo y fascinante que no deseaba estar en otro lado por ningún motivo del mundo.
Le acaricio los cabellos al escuchar las confesiones que la Del Balzo tenía por ofrecer a él.
– Yo también he amado antes que a ti. Una mujer que no era la que estaba destinada para mi, porque estoy seguro de que la destina eres tu. No creo que el amor sea algo que se gaste con el tiempo y te comprendo, ¿Sabes por qué? Porque también te amo y dudo mucho haber amado de esta manera, de que me importe tan poco el tiempo mientras cada segundo pueda estar a tu lado. Si vas a decirme todo de ti, seré todo oídos después deberás saber de mi – guardo silencio entonces, dando a la fémina la oportunidad de hablarle, de que contara todo cuanto sintiera necesario. El Sinclair no le juzgaría por nada. Que fuera una cambiante le hizo sonreír, sus movimientos felinos y la manera en que dormía ahora tenían un perfecto sentido en la mente del licántropo. Lo demás no le sorprendía en lo absoluto, Jîldael le dio la impresión desde el primer momento de ser demasiado fuerte y ahora conocía la razón de eso. En la mente del Sinclair, permanecía la creencia de que deseaba decirle todo aquello para ver si es que terminaba abandonando su lado, cosa que claro, no sucedería.
– Tendrás enemigos, todos los tenemos. Ahora sin embargo me tienes de aliado eterno; si debes huir te ayudare a hacerlo, a que te mantengas a salvo y no dejare tu lado. La inquisición me tiene sin cuidado – sonrió – ¿Qué es la vida sin un poco de emoción y peligro? Viajare a tu lado, cruzaremos los océanos, cuantos países quieras, pero que sea juntos – No le importaba renunciar a sus negocios. Lo que debiera dejar detrás era nada comparado con lo que dejaría ir si optaba por quedarse y abandonar a la Del Balzo – La muerte nos persigue a todos, no tomes tanta impotencia a lo que es un hecho desde tiempos inmemoriales.
Sujetaba aquel cuerpo como si llevaran años juntos, como si cada beso que se daban fuera de lo más común porque ambos se pertenecían. Así era. Ambos eran completamente del otro. La seriedad de la cara de la Del Balzo le saco una sonrisa.
– Veamos… – la verdad es que no existía mucho que contar de su parte, su vida en comparación con la de la felina era más común de lo que esperaba – Bueno, lo que has dicho de mi, que seguramente era un lobo es la verdad. No se si notaste las marcas que cargo, aquella que me hace volverme una bestia sin control cuando la luna llena brilla en lo alto del cielo. En esos momentos puedo volverme la criatura más salvaje del mundo, por eso deberás tener cuidado, no salir en esas noches y prometer que te cuidaras de mi – le beso la frente – De mi familia solo he quedado yo y aunque no lo parezca, vivi muchos años por mi cuenta. Era un hombre que no tenía nada a que aferrarse pero ahora, no será más de esa manera. He pasado muchas cosas pero nada comparado con lo tuyo – rió – eres una busca problemas felina.
Nada podía arruinar la felicidad que sentía en esos momentos, pero muchas veces, las personas se equivocaban y existían aún obstáculos por superar.
Chantry Vilhjalmsdottir- Cambiante Clase Media
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
“La paz no es la ausencia de guerra, es una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia.”
Baruch Benedict Spinoza.
Baruch Benedict Spinoza.
Lo escuchó rebatirle cada uno de sus puntos. Y cada palabra que salía de la boca de Declan era un ladrillo más de su muro mental que se venía abajo, como si el Licántropo hubiera sido el paciente constructor que se da a la tarea de derribar una torre para construir en su lugar un palacio.
Jîldael, fascinada, le cogió una de las manos y le besó la palma, para luego apoyar su mejilla sobre ella. Le gustaba esa manera particular de encajar en él a la perfección; no se sentía pequeña ni demasiado joven, ni perdida entre sus brazos. Era tan simple como si fueren las dos piezas de un rarísimo rompecabezas en el que sólo se necesitaban ellos dos.
En algún momento, Declan dejó de charlar, como si tuviere que meditar todo lo sucedido; y Jîldael le amó aún más, pues el silencio no resultó incómodo, sino que les acercó más, mientras oían sus recíprocas respiraciones, sus armoniosos latidos, sus simultáneos suspiros. Si aquél era amor de un día, ella atesoraría ese regalo por el resto de su vida.
Cuando el Sinclair volvió a hablar, fue para contarle de su vida, de ese pasado que le había convertido en quien era ahora; hubo una mujer, a quien amó como ella también había amado a Baptiste: con todo el corazón, pues no hay otra forma de amar para los sobrenaturales, así les rompan el corazón cruel e irremediablemente. Confesó también ser un Hombre–Lobo, cosa que para Jîldael resultó ser lo más normal del mundo; y por primera vez desde que perdiera a Baptiste sintió que ser una Cambiante había sido una bendición (de la que pocas veces podía sentirse agradecida, pero bendición al fin y al cabo):
– En esos momentos puedo volverme la criatura más salvaje del mundo, por eso deberás tener cuidado, no salir en esas noches y prometer que te cuidaras de mí… –
Declan dijo otras cosas, graciosas y dulces, pero Jîldael se quedó prendida de aquella frase, que el sobrenatural había dicho con tanta simpleza. Una mezcla entre la ternura y la rabia le sacudió la espalda, al tiempo que se enderezaba para poder mirarlo con suma atención:
– ¿Cuidarme de ti, Declan? – le preguntó sinceramente ofendida – Es broma, ¿verdad? ¿U olvidas acaso que soy una Cambiante? una sonrisa dura, desafiante se dibujó en su fiero rostro cuando ella, abandonada toda fragilidad, se puso de pie y retrocedió unos pasos.
Lentamente, se quitó la ropa que tanto le estorbaba en esos momentos, para luego, en una danza propia de los hijos de Diana, elegante y sutil, dejó que sus pensamientos fluyeran libres, que la mujer se replegara a un segundo plano, a una especie de burbuja, en tanto que la pantera daba rienda suelta a sus instintos y se apoderaba del cuerpo humano. Poco a poco, sin dolor ni demencia, la suave figura femenina se alargó aquí, se acortó allá, giró de manera imposible y, tras unos minutos de danza animal, Declan tenía ante sí a uno de los ejemplares más espléndidos de Pantera que el más ambicioso cazador apenas podía conformarse con soñar.
Era una desventaja, ciertamente, el que ella no pudiera hablar, pero no importaba en lo absoluto cuando el entendimiento brillaba claro en sus amarillos ojos; la felina dio un corto maullido, que parecía no encajar con el enorme tamaño de su especie, pero no importaba, no había prisas. La hembra estiró sus adormecidos tiempos, se lamió la cola, se acicaló las orejas y, sólo entonces, dirigió sus silenciosos pasos hacia Declan, quien estaba visiblemente sorprendido de su repentino cambio, pero en absoluto temeroso de su lado animal.
La Pantera, lo miró, paciente, para luego subierse a la cama y acomodarse con tal gracia que parecía una recreación de la esfinge de Giza, con las solas diferencias de las patas delanteras cruzadas y el constante azote de su cola impaciente. Jîldael siseó levemente, en una clara invitación para que su amante le recorriera este nuevo cuerpo; tal vez así comprendiera que no importaba qué tan salvaje fuera él, ella nunca estaría en peligro. En un arrebato infantil, gruñó porque no fuera noche de luna llena, pero sabría esperar.
Y el hijo de Selene correría al lado de la hija de Diana y se amarían con la fiereza libre de las bestias salvajes… hasta que la Muerte se interponga entre ellos.
A veces, el amor simplemente es una quimera, pero, ¿acaso importaba? El presente por fin era un obsequio para Jîldael y ella estaba dispuesta a pagar precio que fuera por esa flor de un día.
El precio que fuera.
***
Jîldael, fascinada, le cogió una de las manos y le besó la palma, para luego apoyar su mejilla sobre ella. Le gustaba esa manera particular de encajar en él a la perfección; no se sentía pequeña ni demasiado joven, ni perdida entre sus brazos. Era tan simple como si fueren las dos piezas de un rarísimo rompecabezas en el que sólo se necesitaban ellos dos.
En algún momento, Declan dejó de charlar, como si tuviere que meditar todo lo sucedido; y Jîldael le amó aún más, pues el silencio no resultó incómodo, sino que les acercó más, mientras oían sus recíprocas respiraciones, sus armoniosos latidos, sus simultáneos suspiros. Si aquél era amor de un día, ella atesoraría ese regalo por el resto de su vida.
Cuando el Sinclair volvió a hablar, fue para contarle de su vida, de ese pasado que le había convertido en quien era ahora; hubo una mujer, a quien amó como ella también había amado a Baptiste: con todo el corazón, pues no hay otra forma de amar para los sobrenaturales, así les rompan el corazón cruel e irremediablemente. Confesó también ser un Hombre–Lobo, cosa que para Jîldael resultó ser lo más normal del mundo; y por primera vez desde que perdiera a Baptiste sintió que ser una Cambiante había sido una bendición (de la que pocas veces podía sentirse agradecida, pero bendición al fin y al cabo):
– En esos momentos puedo volverme la criatura más salvaje del mundo, por eso deberás tener cuidado, no salir en esas noches y prometer que te cuidaras de mí… –
Declan dijo otras cosas, graciosas y dulces, pero Jîldael se quedó prendida de aquella frase, que el sobrenatural había dicho con tanta simpleza. Una mezcla entre la ternura y la rabia le sacudió la espalda, al tiempo que se enderezaba para poder mirarlo con suma atención:
– ¿Cuidarme de ti, Declan? – le preguntó sinceramente ofendida – Es broma, ¿verdad? ¿U olvidas acaso que soy una Cambiante? una sonrisa dura, desafiante se dibujó en su fiero rostro cuando ella, abandonada toda fragilidad, se puso de pie y retrocedió unos pasos.
Lentamente, se quitó la ropa que tanto le estorbaba en esos momentos, para luego, en una danza propia de los hijos de Diana, elegante y sutil, dejó que sus pensamientos fluyeran libres, que la mujer se replegara a un segundo plano, a una especie de burbuja, en tanto que la pantera daba rienda suelta a sus instintos y se apoderaba del cuerpo humano. Poco a poco, sin dolor ni demencia, la suave figura femenina se alargó aquí, se acortó allá, giró de manera imposible y, tras unos minutos de danza animal, Declan tenía ante sí a uno de los ejemplares más espléndidos de Pantera que el más ambicioso cazador apenas podía conformarse con soñar.
Era una desventaja, ciertamente, el que ella no pudiera hablar, pero no importaba en lo absoluto cuando el entendimiento brillaba claro en sus amarillos ojos; la felina dio un corto maullido, que parecía no encajar con el enorme tamaño de su especie, pero no importaba, no había prisas. La hembra estiró sus adormecidos tiempos, se lamió la cola, se acicaló las orejas y, sólo entonces, dirigió sus silenciosos pasos hacia Declan, quien estaba visiblemente sorprendido de su repentino cambio, pero en absoluto temeroso de su lado animal.
La Pantera, lo miró, paciente, para luego subierse a la cama y acomodarse con tal gracia que parecía una recreación de la esfinge de Giza, con las solas diferencias de las patas delanteras cruzadas y el constante azote de su cola impaciente. Jîldael siseó levemente, en una clara invitación para que su amante le recorriera este nuevo cuerpo; tal vez así comprendiera que no importaba qué tan salvaje fuera él, ella nunca estaría en peligro. En un arrebato infantil, gruñó porque no fuera noche de luna llena, pero sabría esperar.
Y el hijo de Selene correría al lado de la hija de Diana y se amarían con la fiereza libre de las bestias salvajes… hasta que la Muerte se interponga entre ellos.
A veces, el amor simplemente es una quimera, pero, ¿acaso importaba? El presente por fin era un obsequio para Jîldael y ella estaba dispuesta a pagar precio que fuera por esa flor de un día.
El precio que fuera.
***
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2011
Localización : Junto a mi Maestre... aquí o allá...
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Re: Catch and Release + 18 (Jîldael)
Este es mi tiempo, el otoñal, el último.
Ataré mi caballo del tronco de algún árbol
en el lindero de la selva oscura
y me extraviaré por los campos que huelen
a lentas flores tristes, a frases muy maduras,
a hierbas marchitadas por la helada nocturna.
Mihaï Beniuc. Antes del invierno.
Ataré mi caballo del tronco de algún árbol
en el lindero de la selva oscura
y me extraviaré por los campos que huelen
a lentas flores tristes, a frases muy maduras,
a hierbas marchitadas por la helada nocturna.
Mihaï Beniuc. Antes del invierno.
Aquél era un tiempo violento, como cada vez que su vida cambiaba radicalmente. Recordó todas aquellas veces en que dejó de ser quien era para convertirse en alguien nuevo. Su matrimonio, el nacimiento de Océanne, la pérdida del Ducado, la llegada de Jîldael. Todas y cada una de ellas fueron precedidas de tiempos violentos; tantas veces obligado a mutar en otro, que apenas si podía reconocerse en el anciano al joven que alguna lejana vez fue.
La violencia nunca se había ido del todo, eso era cierto; pero había aprendido a temerla cuando se volcaba sobre su destino, con especial crudeza. Suspiró, cansado (a menudo, notaba el cansancio con mayor frecuencia que antes), y soltó a la paloma mensajera; nadie lo hubiera pensado, que Charles prefería a las palomas por sobre los halcones; o que las palomas fueran más sanguinarias que los cuervos. Paradojas de la vida, se dijo.
Observó al ave, perderse en el firmamento, con el escueto mensaje cifrado para Camila.
Entonces, percibió el olor y sus orejas humanas se movieron instintivas como lo habrían hecho de haber tenido su forma animal. Frunció el ceño, en actitud confundida, sin poder interpretar lo que sus agudos sentidos le transmitían; sólo entonces, caía en la cuenta de las horas que llevaba fuera de su hogar.
Una opresión angustiosa le retorció las entrañas y, sin pérdida de tiempo, saltó sobre su montura y se enfiló de regreso a la lujosa mansión que habían recuperado en Lyon.
A medida que el caballo galopaba hacia el hogar, más fuerte eran las señales de la presencia afuerina… ¿O no? Frenó del golpe a su montura y volvió a olisquear el ambiente.
Estaba seguro, ahora sí. Conocía ese olor desde antes, pero no podía recordar dónde. Espoleó al caballo, pero no le mató en el intento. Le entregó su corcel al caballerango y se apuró a ingresar a la casa; la servidumbre recién comenzaba con sus labores diarias y el palacete parecía desierto, pero entonces el olor se intensificó en dirección del cuarto de su Ama. Preguntó por la joven Alessa, pero ella tampoco se encontraba allí.
Temiendo, pero sin estar seguro, apuró sus pasos en dirección del cuarto de Jîldael, al que llegó sin demoras; ni siquiera se lo pensó dos veces cuando abrió de par en par las puertas del dormitorio e ingresó en él, dispuesto a proteger a la joven Del Balzo. No podría decirse que no se sorprendió de verla convertida en Pantera, frente a un perfecto desconocido que la observaba con total tranquilidad desde el lado opuesto del dormitorio. Ella estaba echada sobre su cama, como un símil perfecto de la Esfinge egipcia; él... ¡Oh, él!
– ¡¿Vos, Monsieur Sinclair?! – exclamó sorprendido del visitante, comprendiendo por qué el olor le resultaba tan familiar; durante años Jean y él habían hecho negocios juntos y ahora, tanto tiempo después volvía a encontrarle, de la manera más inusitada – Os advierto, Licántropo, que no saldréis con vida de aquí. – musitó en una especie de peculiar gruñido, al tiempo que se transformaba en el fiero coyote que siempre había sido.
Nunca, ni en su peor pesadilla, imaginó lo que estaba a punto de suceder.
***
La violencia nunca se había ido del todo, eso era cierto; pero había aprendido a temerla cuando se volcaba sobre su destino, con especial crudeza. Suspiró, cansado (a menudo, notaba el cansancio con mayor frecuencia que antes), y soltó a la paloma mensajera; nadie lo hubiera pensado, que Charles prefería a las palomas por sobre los halcones; o que las palomas fueran más sanguinarias que los cuervos. Paradojas de la vida, se dijo.
Observó al ave, perderse en el firmamento, con el escueto mensaje cifrado para Camila.
Entonces, percibió el olor y sus orejas humanas se movieron instintivas como lo habrían hecho de haber tenido su forma animal. Frunció el ceño, en actitud confundida, sin poder interpretar lo que sus agudos sentidos le transmitían; sólo entonces, caía en la cuenta de las horas que llevaba fuera de su hogar.
Una opresión angustiosa le retorció las entrañas y, sin pérdida de tiempo, saltó sobre su montura y se enfiló de regreso a la lujosa mansión que habían recuperado en Lyon.
A medida que el caballo galopaba hacia el hogar, más fuerte eran las señales de la presencia afuerina… ¿O no? Frenó del golpe a su montura y volvió a olisquear el ambiente.
Estaba seguro, ahora sí. Conocía ese olor desde antes, pero no podía recordar dónde. Espoleó al caballo, pero no le mató en el intento. Le entregó su corcel al caballerango y se apuró a ingresar a la casa; la servidumbre recién comenzaba con sus labores diarias y el palacete parecía desierto, pero entonces el olor se intensificó en dirección del cuarto de su Ama. Preguntó por la joven Alessa, pero ella tampoco se encontraba allí.
Temiendo, pero sin estar seguro, apuró sus pasos en dirección del cuarto de Jîldael, al que llegó sin demoras; ni siquiera se lo pensó dos veces cuando abrió de par en par las puertas del dormitorio e ingresó en él, dispuesto a proteger a la joven Del Balzo. No podría decirse que no se sorprendió de verla convertida en Pantera, frente a un perfecto desconocido que la observaba con total tranquilidad desde el lado opuesto del dormitorio. Ella estaba echada sobre su cama, como un símil perfecto de la Esfinge egipcia; él... ¡Oh, él!
– ¡¿Vos, Monsieur Sinclair?! – exclamó sorprendido del visitante, comprendiendo por qué el olor le resultaba tan familiar; durante años Jean y él habían hecho negocios juntos y ahora, tanto tiempo después volvía a encontrarle, de la manera más inusitada – Os advierto, Licántropo, que no saldréis con vida de aquí. – musitó en una especie de peculiar gruñido, al tiempo que se transformaba en el fiero coyote que siempre había sido.
Nunca, ni en su peor pesadilla, imaginó lo que estaba a punto de suceder.
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : A los pies de Épsilon, siempre protegiéndola
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