Joris Toulalan

Normalmente viste de forma harapienta, como un bárbaro de las montañas. Usa las pieles de las presas que caza para cubrir su piel humana del frío y la nieve. En la ciudad usa ropas más normales que roba a los que son más débiles que él para poder pasar más desapercibido que de otra forma.
Apenas cuida su aspecto y suele llevar la barba sin afeitar y más tupida que en la imagen. Odia el olor de la ciudad, por lo que se lava a menudo para intentar quitárselo de encima, pero no tiene demasiado éxito en ello.

Cuando camina sobre cuatro patas se transforma en un enorme lobo negro de ojos azules.

Joris puede ser la escenificación de todo lo que temen los humanos de los licántropos. No necesita vestir la piel del lobo para ser cruel, taimado, mentiroso y brutal con aquellos que odia o no le importan. En ocasiones disfruta haciendo daño a otras personas, sobre todo a aquellos que son más débiles que él. Le gusta ser quién mande y lleve el control de la situación. Aunque no es un erudito ni tiene estudios sí posee cierta astucia animal y diabólica que le hace ser alguien peligroso cuando así lo quiere. Por suerte para los simples humanos no siempre se muestra así, sólo si alguien le provoca.

Es posesivo y territorial con sus pertenencias y con los que considera su familia. A pesar de que puede ser alguien malvado, también puede amar y sentir aprecio y amistad verdadera por otras personas. Aunque sean simples mortales si hace falta los protegerá, y si para ello tiene que hacer daño para ello, encantado de la vida.

En cualquier caso, cuando se topa con otros hombres lobo su carácter cambia. Con los de su raza de mostrará amigable y protector; ha conocido a otros como él y sabe que su fuerza radica en la manada, en lo poderoso que sea el grupo. Si hay otro licántropo más fuerte y poderoso que él se someterá sin ningún problema. La jerarquía es la jerarquía y él la acatará. Ese mismo respeto y obediencia espera de los que estén por debajo de él y aquellos que no cumplan con las leyes sufrirán sus colmillos.

En cuanto a los otros seres sobrenaturales, dependerá de la situación. No se amilanará ni asustará, pero si ve a alguien que es más poderoso que él actuará con cautela, como haría un animal salvaje. Pero si se siente acorralado no dudará en luchar y revolverse contra aquél que intente matarle o aprovecharse de él.

En definitiva, es un ser instintivo y primario. Toma lo que le gusta, disfruta de una pelea o de los pechos de una mujer y de lo que guarda entre sus piernas. Considera que la vida es algo que hay que disfrutar y que no se debe a nadie, sólo a su manada. Si alguien sufre o se ve perjudicado por sus actos no es su problema. Y si se interponen en su camino no se detendrá hasta destruirle de la forma más dolorosa posible.

Año 1770, Apeldoorn, Holanda. Una noche de invierno frío y desapacible. La nieve choca contra las paredes de una cabaña en una de las muchas aldeas que rodean la ciudad. Una mujer grita de dolor mientras un bebé rosado y empapado en sangre y mocos nace. El niño se llamará Joris, como su padre.

Su madre murió dos días después de su nacimiento por culpa del parto. No había tenido más hijos, así que su padre sintió, durante mucho tiempo, una extraña mezcla de sentimientos hacia su hijo. Por un lado era lo único que tenía, pero también había sido la causa de la muerte de su amada Marian. Así que su comportamiento fue errático y contradictorio. Joris creció sin saber qué esperar de su padre, pero aparte de eso lo hizo sano y bien dentro de las circunstancias. Su familia era pobre, una de las muchas familias de aldeanos que vivían de lo que daba el campo. Su padre volvió a casarse varios años después con una viuda que tenía dos hijos y Joris por fin conoció lo que era tener una familia.

Era el mayor de los niños, así que pronto tomó el mando de ellos, como si fuera el jefe de la manada. Pero conforme crecía fue mostrándose más huraño con los desconocidos y aquellos que no pertenecían a su círculo más íntimo. Le costaba abrirse a otras personas, se mostraba desconfiado, taimado e incluso cruel. Los niños de la aldea pronto aprendieron a no acercarse a él, y mucho menos a meterse con sus hermanos.

Pero había quienes no se daban cuenta de lo peligroso que era, de la malicia que brillaba en sus ojos. De que no le importaría mancharse las manos de sangre. Una vez, unos niños mayores que él se metieron con su hermana pequeña, incluso la golpearon en la cara. Cuando se enteró de todo aquello Joris no se lo pensó dos veces. Después de coger una de las azadas de su padre se internó en el bosque. Sabía que Ruud, el agresor de su hermana, pasaría por allí tarde o temprano porque iba de su casa hasta el lugar donde estaban los campos en los que trabajaba. Joris aguardó durante casi un día entero, pero por fin la suerte le sonrió y Ruud apareció en el camino. Él sólo.

Y cuando pasó junto a él salió de su escondite y le golpeó con fuerza en la cabeza con la azada. La sangre lo salpicó todo y Ruud se revolvió, sorprendido, dolorido. Trató de defenderse, pero Joris no se lo pensó dos veces, claro que no. Le golpeó una, dos, tres, cuatro, cinco y seis veces. Estaba cubierto de sangre, pero el rostro de Ruud apenas era reconocible. Golpeó varias veces más el cuerpo para confirmar que estaba muerto y luego escondió el cadáver entre los bosques. Cuando lo encontraron, varios días después y medio devorado por los lobos y los cuervos todo el mundo se asustó. Pero nadie sospechó de él, nadie nunca creyó que había sido el culpable. Sólo su hermanita se dio cuenta de lo que había pasado, y desde aquél día temió a Joris tanto que apenas volvió a dirigirle la palabra.

Pasó el tiempo y Joris siguió creciendo hasta convertirse en un joven de dieciocho años. Fuerte, razonablemente sano y con cierto atractivo. A pesar de la crueldad y maldad que llevaba en su interior no tuvo problemas para rodearse de personas a las que cuidaba y guiaba, que le veían como una especie de líder. Joris los apreciaba e incluso se enamoró de una joven del pueblo con la que estuvo a punto de casarse.

Pero todo eso cambió cuando la bestia atacó.

Era una noche de luna llena y Joris y los suyos se reunían a menudo en los bosques para hacer alguna fiesta o planear castigos y ataques contra aquellos a los que odiaban o les habían hecho algún mal, como era habitual. El grupo estaba formado por casi una decena de personas, la mayoría hombres. Se habían ganado una terrible reputación incendiando graneros de aldeas cercanas, sacrificando el ganado o revelando los secretos más íntimos de las personas. Sembraron el terror por la zona, pero nunca nadie supo quiénes eran. ¿Por qué lo hacían? Las razones eran diversas, pero es más sencillo decir que, simplemente, les hacía sentir bien provocar dolor en los demás. Y Joris era su líder.

El grupo había oído rumores de un lobo enorme que rondaba por los alrededores, pero no le tenían miedo. Al fin y al cabo eran muchos y siempre encendían un gran fuego. Ningún animal se atrevería a atacarles
Se equivocaban. Claro que se equivocaban.

Apareció de la nada. Una mole de pelo, carne y colmillos. La furia animal en su máximo esplendor. Todos cayeron, uno a uno. Todos muertos salvo Joris, que, a pesar del mordisco que recibió en la mano logró huir. Mientras le bestia se alimentaba de los cadáveres él corrió una gacela que huye de una manada de lobos. Corrió y corrió hasta que llegó a la aldea, a salvo de los bosques.

Pero ya nada fue lo mismo. Joris no tardó en descubrir por sí mismo qué le ocurría. Temeroso de las consecuencias dejó la aldea una noche sin que nadie le viera, sin dejar una nota tras él, sin decírselo a nadie. Desapareció, sin más. Sólo sus hermanos le ataban a aquél lugar, pero sería mejor para todos que se fuera. Y eso hizo.

Durante ocho largos años viajó por media Europa. Se dejó llevar por su instinto y por sus capacidades recién adquiridas. Conoció a otros como él, que le aconsejaron y le enseñaron. Se enfrentó a brujos, cazadores y vampiros. Cazó junto a manadas de lobos en los oscuros bosques de Alemania y supo lo que era el sabor de la sangre de un alce en la boca. Cada vez fue menos humano y más animal.

Y por fin, sus pies le llevaron hasta París. Durante medio año ha estado huyendo de un cazador con el que se ha topado en numerosas ocasiones, y espera poder darle esquinazo en una ciudad tan grande como la capital francesa. Acaba de llegar, no conoce a nadie y apenas tiene dinero ni nada de valor.

Pero no le importa. Sobrevivirá.

Como siempre ha hecho.