Una corona de estrellas [Sophia D’Luca]

La noche es la única dama con la que he tenido un romance que me ha guardado fidelidad, o que al menos se toma la molestia de guardar las apariencias. Es la noche mi casa, mi camino, mi vida. Puedo imaginarme estas misma calles bañadas de sol, pero imaginármelas es lo único que puedo, comprobar si mis ideaciones son como se pintan en mi cabeza significarían mi muerte. La muerte dentro de la muerte, el dejar mi existir inmortal y por ahora no lo tengo planeado. No voy a mentir, extraño los sonidos diurnos, los aromas, las sensaciones, la gente, pero qué más me queda que continuar con esta existencia que entre penumbras debe seguir, paso a paso, noche a noche.

Me llevo el índice y el pulgar al tabique nasal suspirando, no he descansado en 24 horas, soy resistente al cansancio considerando mi naturaleza, pero el día fue muy ajetreado, acondicionando todo para un nuevo consultorio y aún no llevo ni la mitad con ese asunto, por ahora trataré de no preocuparme por ello.

El día fue inesperado, por decir lo menos, encontré a este gato y lo alimenté sin saber que ese gato era una hermosa señorita, aún me río al recordarlo, el ridículo que debí haber hecho debió haber sido atroz, por fortuna la señorita D’Luca se portó totalmente comprensiva y me explicó a qué se debía esta rara pero fascinante habilidad suya, o intentó hacerlo. Hablé con ella por horas y no puedo poner en palabras lo mucho que le agradezco, lo mucho que le tengo que retribuir por haber soportado a este viejo y aburrido vampiro. No estoy cansado por el día tan pesado que tuve, estoy cansado porque he vivido demasiado.

Luego ella se ofreció a mostrarme su segunda transformación y yo, como un niño impertinente, acepté sin saber que su agotamiento la llevaría a desvanecerse. La culpa me apaleó, debí haberme negado, debí haberle dicho que no era necesario, pero me lo propuso con tanto anhelo en su voz y en su mirada que era imposible negarse. Por fortuna estuve cerca y fue un simple desmayo, pero mi yerro me sigue acosando, y su fortaleza debe ser recompensada, así que, ahora que la noche nos ha ganado, pretendo acompañarla en un paseo.

Ella fue a casa del pintor, como ella misma dice, sé que vive con ese al que llama “el pintor”, aunque aún desconozco la identidad de ese hombre. Fue a ponerse ropa, toda la tarde la pasó con una cortina. Sobra decir que estuve nervioso todo el tiempo, es decir, debajo de esa cortina no había absolutamente nada más que su piel. Por mi parte fui rápido a casa a cambiarme de ropa por algo más formal y le dije que nos viéramos en esta misma plaza en un par de horas para empezar a tratar de enmendar mi error. Si ella quería una cena, una caminata, una aventura, todo eso le daría, todo eso y más se merecía, esta noche quedaba a su disposición, la cuidaría de los peligros que el París nocturno posee y la acompañaría en cualquier vesania que ella propusiera. No puedo decir que no estoy emocionado.

Desde que tengo memoria me ha costado mucho trabajo socializar como se debe, no soy buen conversador y creo firmemente que soy completamente tedioso. Podría creerse que al ser un vampiro tengo miles de historias que contar y sí, pero no tengo la habilidad para contarlas como se debe. Sin embargo este día la señorita D’Luca sacó el conversador que tengo dentro, escondido y prisionero, por eso, pasar más tiempo con ella me emociona sinceramente. Ahora sólo espero, mi imagen, supongo, delineada por la tenue luz de los faroles, la plaza poco a poco se queda sin gente, el día termina para ellos, y la noche empieza para mí. Después de siglos absolutamente solo, pasaré una noche acompañado, pero no de ese modo sórdido y pasional, sino con la compañía de alguien a lo que me atreveré a nombrar una amiga.

El viento empezó a hacer de las suyas, me golpeaba el rostro y despeinaba mi cabello, ahí en las alturas, y sobre todo en el sitio donde estábamos, se tornaba más violento, tampoco lo suficiente como para tirarnos. Miré a un lado, a donde los tejados se extendían como una vieja colcha que se hereda de generación en generación y a la que se le van agregando parches y tejidos, cada techo en un color y una textura diferente y en conjunto creando la ilusión de dunas. Volteé cuando escuché de nuevo a Sophia y di un paso al frente, temeroso, no de caer, sino, por un instante, de ella. Se escuchaba tan decidida en todo lo que me estaba diciendo que eso me atemorizó; me di cuenta que toda mi vida y mi inmortalidad había sentido esa especie de fascinación y asombro por las personas que tenían tanta certeza en sus palabras, quizá por mi propia incapacidad de tenerla yo.

Obedecí a su petición como si no hubiese tenido más opción, de algún modo así era, el cómo me lo había dicho no me dejaba otro camino más que el de hacerle caso. Abrió los ojos para mirar los ajenos, aún una distancia considerable nos separaba y ambos tanteábamos a las alturas al estar ahí parados, pero pude verlos con claridad, de un modo tal que me sumergí en ellos y de pronto, no supe si el cansancio de no haber dormido en un periodo superior a 24 horas me estaba jugando una mala pasada y me estaba haciendo alucinar. Hice un movimiento torpe, corto e insignificante como para tratar de acercarme pero sin concretarlo. ¿Era verdad? Sus ojos me mostraban colores que, de otro modo, yo jamás sería capaz de ver por su cualidad de diurnos. Abrí la boca, fui a decir algo pero calle y me quedé con esa expresión de pasmo y sorpresa. Cuando hubo un segundo cabio estuve seguro que no alucinaba y un amago de sonrisa se apoderó de mi rostro. No supe qué decirle y entonces ella pareció agotada y se tambaleó, fue cuando di un paso más como para tratar de alcanzarla, pero no fue necesario, supo equilibrarse, demostrando sus habilidades felinas una vez más y me quedé en mi sitio, me di cuenta que tenía una mano en dirección a ella, como si me hubiese quedado a mitad del movimiento y regresé ambas manos a los bolsillos de mi pantalón y me erguí de nuevo en la altura.

Asentí aunque ella no podía verme, de nuevo observaba la inmensidad del gigante dormido que era París.

-Tienes toda la razón –finalmente hablé-, y esta noche es especial para mi, espero que lo sea para ambos –sonreí de nuevo con genuina ingenuidad-. Cada persona deposita valores diferentes a los objetos, momentos, incluso a otras personas, esta noche puede ser una más en la vida de la mayoría allá abajo –estiré una mano para señalar la ciudad –pero para mi no ha sido de ese modo –reí entonces avergonzado de lo que iba a decir –me da gusto haberme topado contigo esta mañana, ahora siento que el regalo de la leche es insignificante ante lo que tú me estás obsequiando –pausé y dejé que el aire volviera a hacer de las suyas con mi cabello, me llevé una mano a éste para peinarlo descuidadamente hacia atrás –y no hablo sólo de esta espectacular vista, o los colores que me has dejado ver, hablo del presente de su compañía y tu charla –mi voz sonó vaga, incluso aquello se vio acentuado por el silbar del viento que cortaba cerca de nuestros oídos, soné a viejo sabio –aunque de sabio no tengo nada- que se presenta como epifanía ante el predicador en el desierto. Me quedé callado entonces, mirando a Sophia sobre la gárgola y a París más allá, retándome a quedarme, porque desde que había llegado no estuve seguro de durar mucho tiempo en este lugar y sonreí de lado. Aceptaba su reto.

La observé detenidamente, actuaba como una niña, sólo la demostración física de lo que antes ya había notado, su sabiduría, su conocimiento sobre la vida era de un modo puro, como el que tienen los niños; sus expresiones hicieron que mi sonrisa se acentuara al grado de mostrar los dientes, quizá dejando ver un poco mis colmillos, mismos que me empeñaba en ocultar durante mi rutina diaria pero aquí realmente no importaba.

-Tenlo por seguro –mi voz sonó suave, pero no tímida, quizá era el viento el que me obligaba a sonar así, o quizá que aun estaba intimidado ante su presencia que destilaba tanta seguridad y aplomo, cosas de las que yo simplemente carezco. Sus manos tomaron las mías pero yo simplemente me dejé y reí así nada más –hoy ha iniciado algo que espero duré mucho tiempo, el que nos sea permitido –porque el tiempo para mi y para ella era un concepto distante, diferente, subjetivo a pesar de su habilidad para cambiar en un animal, incluso así, me di cuenta que ese era mi destino, un andar solitario por una eternidad que estúpidamente yo mismo pedí hace años para saldar una cuenta que no podía ser retribuida.

-Me da gusto, me da gusto –dije torpemente –tú habla lo que quieras, a mi me gusta escuchar y no tengo mucho que decir –me sentí repentinamente apenado –mi vida no es interesante –no lo era, fuera de ser vampiro era simplemente un aburrido doctor con una tristeza que lo sobrevuela como buitre al acecho. Mi vida no ha sido emocionante, nunca me he considerado interesante. La observé de nuevo y me llevé una mano a la nuca, estaba exhausto y aun así, aun tenía deseos de recorrer París a su lado, de seguir haciéndolo hasta que el sol me obligara a refugiarme de su inclemente manto que para todos significa vida, y para mí es todo lo contrario.

Di un paso hacia atrás tomado desprevenido completamente por su grito pero de inmediato aquella acción fue acompañada por una carcajada.

-Ven –le dije –baja de ahí –y ofrecí mi mano-. Las cosas más simples son las mejores y son gratis, a tu lado cualquier cosa, por sencilla que parezca, me parecerá lo más intrigante del mundo –le agradecía por todo aquel día, no sabía como decírselo sin repetir lo mismo, quizá lo mejor era simplemente demostrárselo-. París siempre será nuestra, entonces –dije perspicaz y bromista, arqueando una ceja -¿qué haremos con una ciudad tan grande? -Y mi voz se tiñó de un tinte más nostálgico.

Sonreí al escuchar sus palabras, entorné un poco la mirada no con duda, sino haciendo un recuento de aquello que decía y estuve de acuerdo, tan estuve de acuerdo que no hizo falta que lo vocalizara con palabras redundantes. Su sabiduría era excelsa más allá de cualquier medida o calificativo, era una sabiduría adquirida con la experiencia –muchas veces de vivencias no sencillas- que no se sabe que se posee y por ello es más franca, es más limpia que la de los hombres ilustrados en los claustros universitarios. Me quedaría con sus palabras, iba a robárselas no para sacar provecho, sino para animarme en los momentos sombríos que, siendo yo, no son pocos. Hoy aquí o ayer en la nevada Rusia, hoy aquí o ayer a orillas del Éufrates, hoy aquí o ayer al pie de los pirineos, mis viajes respaldaron sus palabras, y es quizá esta congoja que me agobia día y noche, dormido y despierto, en melancólicas veladas o demenciales horas diurnas; la que me obliga a darle la razón incluso cuando yo mismo en mis recuerdos siempre pongo más peso a los momentos infaustos. Asentí aunque ella no me veía, no importaba, sólo lo hacía para confirmar, para guardar bien esas palabras y quizá en un futuro usarlas cuando me sienta desfallecer.

Aún estaba embebido en millares de pensamientos cuando ella desapareció, así nada más como si de un acto de magia se tratara, la superficie que pisábamos, a muchos metros de suelo firme, simplemente se la había tragado, desaparecido de mi vista y apresuradamente me asomé por la orilla para verla campante, había descendido de un solo salto y sonreí de lado por el acto per se y por saberla a salvo. Yo pude haber hecho lo mismo, sin embargo, más cautelosamente, bajé del campanario de igual forma como habíamos subido, apoyado en las salientes y cornisas y sólo cuando estuve a una distancia prudente, di un salto. Seguramente me veía ridículo, a mis años (los 40 años perpetuos que aparentaba) haciendo aquello como si fuese un habilidoso adolescente. No pude decir mucho, pues al instante ella ya me tenía asido de la manga y hablaba de continuar la aventura, sólo reí aceptando la invitación de ese modo. Ojalá hubiese tenido el poder de hacer eterna aquella velada, pero no poseo dicho dominio, como no poseo muchos otros.

-Vayamos entonces –contesté contagiado del entusiasmo que se había apoderado de ella, preguntándome que sería eso que quería hacer, pero con la certeza que sería igual de fascinante que la vista que me había regalado minutos antes en lo alto de Notre Dame, le seguí el paso incluso cuando ella me soltó, iba demasiado rápido y trataba de ir junto a ella, de no separarme, en parte porque era Sophia la que estaba guiando, pero también porque uno no podía fiarse de la obscuridad de las calles –si lo sabré yo-, ella trotó al grado de correr y antes de poder reaccionar para hacer lo mismo y no perderla de vista, dobló en una esquina… todo pasó demasiado rápido, escuché su grito y no lo pensé dos veces, acudí de inmediato, antes de llegar a ese sitio, escuché un rugido que retumbó por toda la calle, por todo París.

Una vez que estuve ahí lo primero que noté fue la presencia de ese enorme felino, majestuoso y que en su mirada me decía que aún era Sophia, tras contemplar al animal vi lo que sucedía, había un par de hombres de blanca piel y porte elegante, ambos vestidos pulcramente y de ojos ausentes. Vampiros, como yo. No sé qué expresión pude haber tenido en el rostro en aquel instante, porque temor no sentí, después de todo yo era uno de ellos, fascinación también por finalmente toparme dos inmortales como aquellos, como se suponía debíamos ser todos. Mis acercamientos con los seres como yo se limitaban a Mihai, que también distaba mucho del comportamiento usual en un hijo de Caín. Verlos ahí con ese semblante impasible y ese deseo palpable de sangre me pareció lo más alejado a mi realidad y lo más brutalmente honesto que jamás hubiese experimentado. Di un paso al frente y alcé el mentón. Sabía que mis posibilidades en solitario eran nulas, toda mi existencia había evitado los enfrentamientos físicos, había tenido percances con hombres lobo y otros como yo, pero muy esporádicos, no estaba en forma como para enfrentarlos, además ellos eran dos y yo sólo uno; eso en solitario, por fortuna aquella noche Sophia venía a mi lado, con esa asombrosa capacidad de transformase en animal.

-No queremos problemas –traté de levantar una bandera blanca antes pelear. Seguramente soné de lo más estúpido, ahí tratando de convencer a dos vampiros que no querían ser convencidos, de que nos dejaran en paz-. De todos modos atacarme a mí no les servirá de nada, estoy muerto, como ustedes –y a pesar de mis palabras tan terribles, hablé con plena confianza. Porque esa era la única verdad universal para mí: yo estaba muerto también.

Sin pensarlo demasiado, después de tratar de llegar a un armisticio que supe desde el principio improbable, y tras escuchar las estupideces que esos dos vociferaron, adopté una posición segura, un pie ligeramente echado atrás y los puños cerrados aunque los brazos aún lánguidos a mis costados. Apreté las mandíbulas, bueno, ahí estaba y defendería a Sophia, giré el rostro para verla en su forma animal y no parecía necesitada de mucha ayuda, pero igual no permitiría que le hicieran daño, dos contra dos era más justo, aunque claro, estuve seguro que esos frente a mí de justicia no entendían nada, estiré los dedos para tocar la cabeza del enorme felino y sonreí imperceptiblemente, porque al tocarlo fue como si comprendiera el enorme poder que poseía, asentí después, era momento. No tenía interés alguno en pelear, usar el puño jamás había sido mi fuerte y pocas veces de esas raras ocasiones en las que tuve que defenderme así, había salido yo victorioso, era más usual que me patearan el trasero.

Pero antes de poder hacer algo, o que los dos vampiros que teníamos en frente pudieran atacar, Sophia tomaba la iniciativa y se abalanzaba contra uno de ellos sin darle oportunidad de hacer algo, observé con detenimiento y asombros, sobre todo la segunda, ese bello gato y esa grácil chica con la que había compartido todo el día de pronto era esa fiera, pero en todo aquello aun lograba verla, aun lograba reconocerla. Pero por estar distraído, el vampiro que había quedado libre hacía contacto con su puño y mi rostro, ese golpe me tomó por sorpresa pero de inmediato pude recomponerme y esquivar el segundo golpe que trató de darme.

Lo tomé por las solapas del saco y lo llevé contra la pared, aunque éramos ambos vampiros, ese hombre me superaba en fuerza, así que no fue fácil, me tomó por los antebrazos pero no lo solté y de nuevo dirigí una mirada a Sophia que ya había herido a su contrincante, en el cuello… había atinado a un buen lugar, pero debía separar la cabeza del cuerpo si en verdad quería acabar con él, entonces miré al sujeto que a duras penas tenía sometido yo, seguía luchando y en verdad me estaba costando trabajo mantenerlo así. Era inútil, me decía algo, algo respecto a que lo soltara y de lo mejor que él era respecto a mí, pero no presté demasiada atención, en cambio, tomé impulso, llevé la cabeza hacia atrás y le di un cabezazo entre ceja y ceja, de inmediato el golpe lo aturdió y lo solté, cayó al suelo sin meter las manos.

-Sophia –llamé a mi acompañante -¿qué prefieres? ¿Huir o terminar con ellos? –le pregunté como si ella pudiera responderme, aunque supe que lo haría, no con palabras, pero con actos. Le dije aquello, pero me refería a ella, que ella acabara con ellos, en sus garras y en sus fauces, yo no podía hacer más de lo que ya había hecho, dejar a uno de esos seres fuera de combate. Caminé hasta el vampiro que se comenzaba a mover en el suelo tras el duro golpe que le había dado y puse uno de mis pies en su pecho, en su cuello mejor dicho, no lo dejaba respirar, pero sabía que eso no era mortal para nosotros-, por eso tenemos tan mala fama –le dije a aquel que tenía entre el suelo y la suela de mi zapato, podía ser tomado como una triste broma irónica, pero en realidad lo había dicho con rabia.

Aguardé ahí, me tomó de la pierna con ambas manos pero no me moví, apretaba cada vez más, aumentaba la presión lentamente, y lo miraba a los ojos. Sus ojos eran suplicantes y despectivos, llenos de desdén pero rogaban porque la tortura acabara y desde luego, hice caso omiso a esa petición, sólo esperaba que Sophia decidiera, podíamos irnos de ahí, jamás volver a topárnoslos, que en una ciudad tan grande como París era fácil, o terminar el trabajo, arrancar sus sucias existencias y librar al mundo de su presencia.