Dejemos de jugar al escondite, he ganado. [Wesh]

Una mujer cubierta por una capa en tonos marrones se alzaba ante la puerta de esa casa. Sí, esa que se encuentra entre un café y una confitería. La luz de la luna arrancaba destellos dorados en su pelo, y una sonrisa de suficiencia asomaba en su rostro. Había aporreado la puerta un par de veces, solo le quedaba esperar que alguien contestara. Hoy tenía el día libre, y no había encontrado mejor ocupación que localizar al ilocalizable. Por fin, creía encontrarse ante su casa. Le había costado Dios y ayuda llegar hasta ahí, pero era algo que nunca reconocería ante él.

Giulietta había empezado a buscar nada más comenzar la tarde. No sabía mucho, así que había empezado desde cero. Por suerte, la joven sabía moverse entre los bajos fondos. Sabía quién podía ser de confianza y quién un pícaro, y también conocía a los hombres que soltarían todo lo que sabían por los besos de alguien como ella. Así que, a eso se había dedicado toda la tarde, a zorrear por los suburbios de la ciudad. Al principio, conseguir algún dato real había parecido imposible, pero después las cosas fueron tomando consistencia. En alguna ocasión, el panorama se había puesto feo, pero ella siempre había conseguido escabullirse cual rata de cloaca. Ah, y además había perdido el vestido por el camino. A un hombre había sido tan difícil sonsacarle información que llegaron al punto de comenzar a desnudarse. Después de eso, soltó prenda, pero al hombre no le hizo ninguna gracia dejarla marchar. Reacio a ello, exigió alguna prueba de que volvería a verla. Giulietta, divertida, le obsequió con su vestido, asegurándole que ello le permitiría verla de nuevo. Mentira, por supuesto. La rubia no le tenia ningún apego al vestido, y no le importó deshacerse de él. Así que, tras darle un nombre falso con el que poder encontrarla en el burdel y devolverle el vestido para después continuar lo dejado a medias, y la promesa de que tenia demasiada prisa, la joven desapareció del lugar, envuelta en la capa marrón.

Al ocaso, había dado con la supuesta verdadera vivienda del gitano, y hasta que no cayó la noche, Giulietta no llegó al sitio indicado. Así que, esa es la historia de por qué se encuentra ante la casa del gitano, envuelta en una capa que oculta su ropa interior. Aunque, aún queda una cuestión por resolver. ¿Por qué se había tomado tantas molestias en encontrarlo? Sin duda, la cara del gitano al ver que había sido localizado sería épica, pero, ¿merecía la pena tanto esfuerzo? ¿O la verdad es que a ella le hacía ilusión volver a verlo? Ciertamente, se habían quedado a mitad, y no podía negar que Wesh le parecía un poco simpático, pero jamás reconocería que había venido a buscarlo para algo más que para joder. Nunca mejor dicho.

Estaba a punto de quedarse dormido cuando Wesh oyó los golpes en la puerta. No se molestó en levantarse y ver quién requería de sus servicios a esas horas, más que nada porque probablemente quién llamara se estaría equivocando. Nadie conocía su paradero. Y no tenía intención de abrir la puerta y revelar el secreto. Sin embargo, tumbado en la gran cama con dosel, con un brazo por encima de la cabeza, su mente empezó a divagar en lugar de sumirse en el ansiado sueño.

En momentos como aquel desearía poder contratar los servicios de personal doméstico. Le bastaba con monsieur y madamme Blanchard que hacían las veces de cocinera y mayordomo -en alguna también ayuda de cámara-. Vivían en un piso cerca de su casa y les había contratado para que cuidaran de él durante el día. Por la noche... en fin, no solía pasar demasiadas noches allí, así que no era necesario tener a nadie interno. Por no decir que no solía recibir visitas a aquellas horas intempestivas, aunque la puerta no dejara de sonar.

Se levantó con un empujón y un gruñido por la intensidad de los golpes. Si aquel desquiciado no dejaba de pegar semejantes golpazos iba a despertar a todo el edificio. Se puso los pantalones con celeridad y se pasó la camisa por los brazos. Abrochó los botones en la oscuridad del pasillo, por lo que no se percató de que estaban mal puestos hasta que llegó al origen del ruido. Tampoco le importaba demasiado, así que se dejó la mitad de la prenda abierta.

Los golpes se oyeron con más intensidad y Wesh apretó la mandíbula de tal forma que la sonora maldición que pretendía soltar se quedó atrapada entre sus dientes. Tomó aire con fuerza. Abrió la puerta con rapidez y tomó al visitante indeseado de la pechera. Lo metió en casa sin ningún miramiento y cerró de nuevo. Todo en cuestión de segundos. Cuando lo estampó contra la pared se percató de varias cosas que le llevaron rápidamente a una conclusión: La persona en cuestión pesaba casi tanto como una pluma, su voz sonó aguda cuando soltó un chillido de indignación, y sus manos habían encontrado unas curvas inesperadas cuando había cerrado la mano en la pechera de la capa.

Su visitante era una mujer. Y sólo Dios sabía qué se le había perdido en su casa porque la única fémina que había pisado alguna vez el suelo de su morada era madamme Blanchard. La violación de su santuario le enfureció aún más.

-Dí quién eres y qué quieres. Y dilo rápido porque mi paciencia es escasa y mi temperamento, inflamable -ordenó segundos después de rodear el cuello de la mujer con la mano.

El tiempo pasaba y nadie abría la puerta. La rubia empezaba a pensar que había vuelto a equivocarse. ¿Tendría que empezar de cero otra vez? No, sin duda no volvería a intentarlo. Estaba cansada de buscar una aguja en un pajar. Así que, decidida a volver a burdel, hizo el amago de dar media vuelta. Sin embargo, no pudo evitar escuchar unos pasos tras la puerta. ¡Por fin! ¿Lo habría pillado durmiendo? Una sonrisa de satisfacción se dibujó en la cara de la mujer al imaginarse la molestia de ser despertado. Aunque seguía cabiendo la posibilidad de que su anfitrión no fuera aquel gitano que tanto entretenía a la rubia.

Pero todas sus dudas quedaron disipadas al instante. ¡Tan bruto como siempre! A Giulietta le dio la impresión de que la puerta no estuvo abierta más de un segundo, y antes de darse cuenta, se vio arrinconada contra la pared. No consiguió ahogar el gritito de sorpresa ante tanta bestialidad. Toda la tarde buscando para... ¿esto? La joven soltó un bufido exasperado. ¿Seguiría tan violento al darse cuenta de que era ella? No es que le diese miedo, ya que en su anterior encuentro había comprobado hasta que punto era capaz de llegar, pero habría preferido una bienvenida más... ¿Afectuosa? Aún con la capucha en su sitio, escuchó las palabras de Wesh.

No pudo evitar sentir debilidad cuando la mano del hombre se cerró en torno a su cuello. Era tan grande, que con un solo gesto podría partírselo. Se sentía completamente indefensa entre sus brazos. Sin embargo, pronto se recompuso. Con dificultad para levantar la mano, intentó golpear su hombro con fuerza, pero seguramente él lo percibió como un suave soplo de brisa. Debido al ímpetu que puso la rubia en intentar hacerle un poco de daño, la capucha se deslizó hacia atrás, dejando al descubierto su rubia cabellera y sus facciones aniñadas.

Descubierta ya su posición, no pudo evitar esbozar una sonrisita sarcástica. La última vez que se habían visto, se encontraban en una posición parecida, aunque las intenciones no eran exactamente las mismas. A Giulietta le habría encantado removerse un poco, pero se encontraba completamente inmovilizada. No pudo evitar el recorrer su cuerpo con la mirada. Y observar, divertida, lo mal colocados que llevaba los pantalones. ¿Había estado descansando antes de su llegada o habría estado entretenido con otras cosas? A la rubia tampoco le importaba, pero esperaba sinceramente que no hubiese una mujer en su habitación.

-Te dije que te encontraría.- musitó ella, tal vez intentando excusarse por su presencia, tal vez recordándole el hallazgo. No se molestó en contestar a su interrogatorio. Él sabía perfectamente quién era. Y bueno... Respecto a la segunda cuestión, ni siquiera ella misma sabía que había venido a buscar.- Creía que tratarías a tus invitados con un poco más de... ¿Respeto? Me equivocaba.- siguió hablando ella, con la burla impregnada en cada una de sus palabras. Posó la mano con la que antes había golpeado el hombro de Wesh sobre la del hombre, que se cerraba en torno a su cuello, e hizo fuerza para intentar separarla de su piel. Un acto inútil, sin duda.- Suéltame.- ordenó ella, al ver fracasar sus esfuerzos.

La capucha que cubría el rostro de la mujer salió despedida hacia atrás y una cascada de seda se deslizó sobre el antebrazo. No había lámparas encendidas, pero la claridad de aquella noche se filtraba entre las cortinas y bañó su cabellera con una luz plateada. La muchacha no le llegaba a la barbilla y él conocía el tacto de ese pelo. Giulietta solo tuvo que decir dos palabras para confirmar su identidad.

-Creía que tratarías a tus invitados con un poco más de... ¿Respeto?... Suéltame.

Estaba muy equivocada si pensaba que podría despertarle en mitad de la noche y hacer lo que le viniera en gana. ¿Cómo demonios le había encontrado? Se suponía que nadie conocía el lugar exacto de su residencia y, los que tenían una ligera idea, le habían prometido guardar con celo el secreto. Estaba claro que alguno de ellos le había traicionado y no hacía falta ser un lince para saber cómo había conseguido sonsacar el secreto. La capa entreabierta dejaba ver en la penumbra la blanca ropa interior de la mujer.

-¿Dónde te has dejado el vestido? -Ella aspiró para intentar explicárselo, pero Wesh alzó una mano y la silenció con dos dedos sobre sus labios-. Mejor no me lo digas. No estoy seguro de querer saberlo.

Giulietta empezó a retorcerse frente a él, pero no le permitió que se escapara. Antes tendría que explicarle un par de cosas.

-¿Qué estás haciendo aquí? -Su tono no daba lugar a protestas, únicamente a la verdad.

¿Dónde te has dejado el vestido? La joven llevaba esperando esa pregunta desde que había puesto un pie en el umbral de la casa. Seguramente, se habría salido por la tangente con algo como "Es el precio que he tenido que pagar por encontrarte", pero el gitano la acalló con un gesto. Giulietta odiaba que la mandasen callar, sin embargo, no podía hacer demasiado en esta situación. Con una mano alrededor del cuello, y otra sellando su boca, su destino se basaba en resignarse. Por un segundo, se le pasó por la cabeza la idea de morder los dedos del gitano, pero la desechó rápidamente. Demasiado infantil incluso para ella.

La rubia siempre acababa doblegada por la fuerza de Wesh. Pese a que su carácter era indomable, su cuerpo era demasiado menudo para poder contrarrestar a un hombre tan grande. Así que, ¿qué le quedaba? Las palabras supongo. Las últimas veces, se había "librado" del hombre por pura suerte, o por la buena moral de éste. Lo único que podía hacer ahora era esperar a que alguno de estos dos factores volvieran a salvarla. Sin embargo... Le era imposible poner algo de su parte.

-¡Oh! Verás, pasaba por aquí y me dije: ¿Por qué no visitar a mi buen amigo?- La joven no pudo evitar que una risa cantarina escapara entre sus labios.- No estás tan escondido como crees estarlo.- el tono de voz de la muchacha bajó, dándole importancia al asunto. Era mentira, por supuesto. Nunca había tenido que esforzarse tanto por conseguir algo. Cuando ella deseaba cualquier cosa, la tenía. Así había sido educada y esa era su realidad hoy en día. Pero intentar encontrar al gitano le había costado toda la tarde y parte de la noche, y había requerido grandes esfuerzos por su parte. Así que, se sentía orgullosa de su hallazgo. Sin embargo, la joven prefirió hurgar en la llaga de haber sido encontrado a reconocer su proeza.

Giulietta hizo girar esos orbes azulados en el interior de sus pupilas. Con Wesh no era todo desear y tener. Por un lado, esa parte de él la atraía irremediablemente. La dificultad por algo la fascinaba, ya que en su vida, brillaba por su ausencia. Sin embargo, por otro lado, lo odiaba por no besar el suelo que pisaba.
-Confórmate con esto, he venido hasta aquí para terminar lo que empecé. Puedes considerarme una caja de sorpresas.- Demasiado directa, quizá. ¿Qué iba a hacer? En el burdel se había acostumbrado a llamar las cosas por su nombre, sin pudor alguno.

Alzó una ceja con escepticismo, aunque no estaba seguro de que ella pudiera ver ese gesto con la luz tenue que los envolvía. ¿Que no estaba tan escondido? Quizá ella había pecado de despreocupada porque no la creyó en absoluto. Algo tenía que haber hecho para encontrarle. Nadie aparecía en su casa por error. Curioso, pero cierto.

Aflojó la mano que rodeaba su cuello, pero no la apartó de allí. Simplemente descendió unos centímetros, lo justo para que la palma de su mano quedara sobre su clavícula y sus dedos tuvieran libertad para acariciar su piel aterciopelada. Apoyó el codo del otro brazo en la pared, a un lado de su cabeza. En esa postura él quedaba casi encima de la joven, casi como si se cerniese sobre ella. No pretendía ser amenazador, aunque supuso que la diferencia de altura contribuiría a eso. Con que no pudiera escapar, se conformaría.

Entonces soltó lo que menos se esperaba que pudiera querer.

-Confórmate con esto, he venido hasta aquí para terminar lo que empecé. Puedes considerarme una caja de sorpresas.

Se endureció en el acto, y ni siquiera le hizo falta ponerse a pensar en cómo estaban de cerca cuando los interrumpieron para conseguirlo. Por eso le molestó que ella pareciera tan firme, casi como si le estuviera haciendo un favor. Wesh no había ido a buscarla, tendría que ser él que se mostrara tan ufano. Y sin embargo era ella la que le sonreía como si hubiera ganado el premio gordo. No pudo reprimir el deseo de bajarle los humos. Esa mujercita lo necesitaba con urgencia.

-¿Y qué te hace pensar -sus dedos recorrieron de arriba a abajo la ligera hendedura entre sus clavículas- que me sorprende lo más mínimo?

Aún no le había dicho cómo le había encontrado, pero supuso que eso podía esperar. Antes había asuntos más urgentes que atender. La pesadez que sentía entre las piernas, por ejemplo. Pensaba mucho mejor cuando había saciado todos sus apetitos.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Los preliminares no eran lo más habitual en el burdel. Solían ser hombres que intentaban demostrar su superioridad con una rudeza que echaba a muchas putas para atrás. Así que no pudo evitar encogerse ante las caricias del hombretón. Durante un instante, se sintió enjaulada. Wesh se había acercado y le había cerrado cualquier salida. Su codo descansaba al lado de la rubia cabellera de la muchacha. Ella tuvo que alzar la cabeza para poder mirarlo a los ojos, ya que el panorama que tenia ante sus narices mostraba tan solo lo mal abrochados que estaban los botones de su camisa.

La joven aspiró lentamente mientras él se dedicaba a terminar la pregunta. Y cuando lo hizo, se sintió, cuánto menos, confundida. ¿Por qué no le iba a sorprender? Estaba claro que una visita de este índole tenía que ser admirada. Giulietta frunció el ceño. ¡Encima que se había tomado la molestia de venir hasta aquí para cumplir su palabra, cosa que pasaba veces contadas, se atrevía a fingir que su presencia no le sorprendía! Bah.

-Que soy yo.- contestó ella, como si esas tres palabras fueran la respuesta a todas las grandes cuestiones. Lentamente, acercó más a él su tronco, y volvió a alzar la cabeza, lo suficiente para que sus labios rozaran el mentón del hombre. Que no practicara muy a menudo los preliminares no quería decir que no se le dieran bien. Poco a poco, la confusión fue tomando un lugar secundario en su mente, dando por hecho que se trataba tan solo de una forma de meterse con ella. Hizo levantar su mano izquierda, recorriendo suavemente el tramo de se erigía desde su abdomen hasta su cuello, rodeando este último con la intención de que la poca distancia que quedaba entre ellos se acortase cada vez más.

Una sonrisa traviesa asomó a su rostro, imaginando donde podía acabar la noche. Sus dedos jugueteaban con un mechón del hombre que quedaba cerca de su nuca y su mirada reflejaba lo encendida que se encontraba en esos instantes. Aquella visita pintaba de lo más prometedora. Es más, ahora tenían una cama y... Nadie que los interrumpiese.

Estuvo a punto de romper en carcajadas al oír su respuesta. Tanto derroche de modestia casi había conseguido ahogarle. Giulietta estaba más que malcriada. Habían consentido todos sus caprichos desde la cuna y, aunque cualquiera pensaría que su rebelión y posterior encierro en un burdel habrían conseguido inculcarle un poco de humildad, estaba más que claro que la vida como cortesana sólo había servido para encumbrarla aún más. Era un caso perdido de vanidad extrema. Pero le caía bien. Lo que únicamente significaba que no le pondría las cosa excesivamente difíciles.

Cuando la mujer se acercó a su cuerpo para provocarle -porque estaba claro que era lo único que pretendía-, la empujó sin demasiados miramientos de nuevo contra la pared.

-Aún a costa de parecer tan engreído como tú -comenzó sin poder evitar del todo el aire divertido de su voz-, yo tampoco me considero un cualquiera. Así que quizá merezca un poco de seriedad por tu parte. No creas que por ser tú voy a romper la primera norma que me impuse al llegar a esta casa: Nada de visitas sin invitación previa.

Habría dado un riñón y parte del otro por poder ver su rostro en ese momento. Intentó suavizar sus palabras con más caricias de sus dedos. Movió apenas el brazo que apoyaba en la pared para atrapar parte de su pelo. Si quería acercarse de nuevo y, sin su permiso, se llevaría un buen tirón. En contraposición, el pulgar de su mano libre trazaba la línea de su cuello, masajeando ligeramente los tendones de los lados y deslizándose a lo largo de su garganta. Acabó presionando hacia arriba sobre su barbilla, obligándola a alzar el rostro hacia él.

-¿Acaso te invité, Giulietta? -ronronéo de forma perezosa muy cerca de sus labios-. Sinceramente, yo no lo recuerdo.

La joven observó la mueca burlona que se instaló en los ojos de Wesh nada más escuchar sus palabras. ¿Tan divertido le parecía aquello? Porque ella no le encontraba la gracia. De pronto, él volvió a empujarla contra la pared, sin ninguna delicadeza. Giulietta empezaba a cansarse. Esto ya no era entretenido, puesto que el que tenia las de ganar era el gitano. Estuvo a punto de soltar un cortante "¿Y ahora, qué?" Pero se vio irrumpida por una verborrea. Así que esperó, impaciente, a que terminase de hablar. ¡Ella había venido hasta aquí con buenas -o todo lo buenas que podían llegar a ser- intenciones y así era recibida! El mundo era cada día un poco más injusto.

A Giulietta le cambió completamente la expresión del rostro. Sus labios se fruncieron en una desagradable mueca y se estrechó el hueco que quedaba entre ceja y ceja, con actitud amenazante. Aquel maldito no solo insinuaba que su visita no le sorprendía en absoluto, sino que además dejaba claro que no era bienvenida en aquella casa. Y lo peor de todo era que él se divertía. Los ojos de la joven destilaban veneno puro.

Entonces, sintió como la mano de Wesh se hundía en su cabellera, agarrando un buen mechón. El pequeño volcán interno que poseía empezaba a bullir, y lo único que conseguían las caricias del gitano era alentar su creciente furia. Sin poder evitarlo, fue obligada a mirarlo a los ojos. Él seguía con su juego y la cortesana no podía resistirse. Escuchó sus palabras, una vez más, incapaz de rebatir sus argumentos. Dándose cuenta de la cercanía de sus rostros, la joven entreabrió los labios, para poco a poco, permitir que una sonrisa se extendiese por su rostro.

-¿Quieres seriedad, Wesh? Está bien, hablemos con seriedad.- comenzó la rubia, pausadamente. Hizo una breve interrupción tan solo para atravesarle con la mirada.- Mucho me temo, querido, de que como no desistas en el intento de manejarme como si fuera tú muñeca, la ubicación de tu... ¿Cómo llamarlo?- La joven recorrió con la mirada el interior de la casa. Por supuesto, apenas pudo advertir algún detalle debido a la oscuridad que los envolvía.- En fin, llamémoslo hogar, se convertirá en un secreto a voces. ¿Suficiente seriedad para tu gusto, o necesitas más?- añadió, tan burlona como su situación se lo permitía. Tiempo atrás, se había dado cuenta de la importancia que Wesh le daba a mantener oculta su ubicación, pero no había sido hasta ese instante que había caído en como utilizar esa información a su favor.

Se encogió de hombros, con una sonrisa de superioridad adornando su rostro. Por un segundo, él había olvidado lo bien que se le daban los juegos a Giulietta. Ella ignoraba cómo reaccionaría ante semejante provocación. ¿Se reiría de ella, la ignoraría o se enfurecería? Total, un Wesh furibundo era mucho mejor que uno burlón. Con su mano mano libre, la rubia asió el encaje que mantenía unida su capa. Como si de lo más normal del mundo se tratase, lo separó, haciendo que la prenda resbalase por sus menudos hombros. Aquel gesto dejó al descubierto su generosa lencería de encaje blanco.

Aquella era una amenaza en toda regla. Podía disfrazarla con todo el encaje blanco y piel expuesta que le viniese en gana, pero acababa de plantearle un chantaje de lo más bajo. O se dejaba de juegos con ella y pasaba a la acción o tendría que mudarse en cuestión de días. Silencio a cambio de sexo. Cualquier otro hombre pensaría que era un buen plan, pero a Wesh no le hacía ni pizca de gracia que le manipulara una jovencita, por muchas curvas que tuviese.

Apretó los dedos que había hundido en sus cabellos y procuró que ninguna emoción se reflejara en sus rasgos. Aquella cortesana ya tenía demasiadas armas como para seguir dándole ventaja.

- ¿Y qué ganas tú con eso? -preguntó con la voz aún más grave por el nudo de furia que había atenazado su garganta-. Sé lo que pueden perder mis clientes y la gente que trabaja para mí si yo tengo que buscarme otra casa -explicó sin más motivo que el ver si algún tipo de remordimiento hacía mella en Giulietta-. Pero no estoy seguro de si a ti te motiva la desesperación por tenerme o el puro placer de inmiscuirte en la vida de los demás; y no para bien. Por cierto que eso no dice mucho de ti.

La mano libre había ido descendiendo por el frente de su corpiño y se dedicaba a desatar los lazos que lo cerraban. Por supuesto que él no pondría en peligro su secreto mejor guardado oponiéndose a un polvo con Giulietta, pero de la respuesta de la mujer dependía que la experiencia fuera simplemente buena o que fuera memorable.

Ya una vez la dijo que no se diferenciaba tanto de una cortesana. Y él sabía cumplir de forma realmente satisfactoria.

Una sonrisa victoriosa adornaba su rostro. Por fin, todo estaba tomando un matiz más agradable. Puede que tan solo hubiese conseguido vencer una batalla, pero ahora la guerra parecía mucho más sencilla. Así que ni siquiera se enturbió su efímera felicidad al notar la fuerza que la mano de Wesh ejercía sobre su cabello. Aunque claro, tampoco le hizo ni pizca de gracia. El semblante del gitano se tornó inexpresivo en un abrir y cerrar de ojos, haciendo que la sonrisa de Giulietta aumentara.

-Tienes razón. ¿Qué gano? Pero tal vez mirándolo desde otro punto de vista... ¿Qué pierdo, Wesh?- conforme sus palabras iban ganando terreno, la seguridad de la joven aumentaba a pasos escalofriantes. Si lo que pretendía era detenerla hablando sobre lo mal que podría pasarlo alguien, estaba a años luz de conseguirlo. Si la joven desataba sus sentimientos, la primera que merecería su pena sería ella misma. De todas formas, éstos estaban guardados bajo llave en un recóndito lugar de su alma y desenterrárlos era, cuanto menos, muy improbable. Las siguientes frases del hombre no pudieron más que arrancar risas en la muchacha. Risas amargas, pero risas, a fin de cuentas. ¿Desesperación por tenerle?- ¿Qué no dice mucho de mí? Creo que mi oficio habla por sí solo, chéri.- y con eso, dio por respondida tanto la pregunta formulada en su mente como la formulada por sus labios.

Su mirada siguió el recorrido de la mano del gitano. Enseguida, notó como la presión del corpiño disminuía. Tuvo el impulso de tomar una gran bocanada de aire, ya que con cada lazo que se desataba, más libre de movimientos de sentía.

-Pero, ¿sabes qué?- a la rubia nunca le habían gustado los peros.- Me... -¿Diviertes? ¿Esa era la palabra que quería utilizar? No, había momentos que no se podían clasificar como divertidos.- entretienes. Sólo de ti depende que te arruine de esa forma. - Si tuviese que describir a Wesh de alguna manera, la joven hablaría de un obstáculo. Complicado y cambiante, pero con la suficiente fuerza para no hacerla pensar demasiado.

Aún esclava de las manos del gitano, comenzó a juguetear con los botones mal abrochados de su camisa. Sin embargo, no se detuvo ahí. Sus dedos se colaron en el interior del pantalón, cada mano en un extremo de su cadera. Dio un fuerte tirón -fuerte para ella.- con la intención de atraerlo. Estaba claro que si el gitano no lo deseaba, la joven no podría mover su figura. Pero... ¿Por qué no lo iba a desear?

"¿Qué pierdo?"

Era una frase que bien se merecía ser tenida en cuenta. En el caso de Giulietta probablemente era una parte más de su frívola vida. ¿Si podía tenerlo, por qué no iba a ser así? Pero quizá había algún matiz que ella no se atreviera a dejar ver. Wesh sabía lo que era no tener nada que perder. Se había hecho una fortuna y una reputación gracias a seguir esa máxima. Y, con todo y con eso, seguía sin tener absolutamente nada que perder. Era un gitano despreciado por muchos y temido por muchos más. Podía tener una casa, pero no un hogar. Podía tener sexo, pero no una mujer que lo esperara en la cama por las noches. Quizá tenía dinero, pero nadie le respetaba por lo que era, sino por lo que podía hacer por los demás.

Giulietta quizá no era tan diferente. Era una cortesana, los amantes y los regalos le llovían del cielo. Pero, al final del día, seguía estando tan sola como él. ¿Quién mejor que ella para romper la norma con la que regía su casa?

Las manos de la joven bajaron por sus caderas, y aquella fue una razón más para olvidar sus férreas normas. Cuando ella lo atrajo hacia su cuerpo, no puso resistencia y dejó que sintiera en su vientre la dureza que lo había asaltado en el mismo momento en que oyó su voz. Al mismo tiempo, tiró de las guedejas rubias que sujetaban sus dedos y ella alzó la cabeza para recibir su boca.

No fue un beso duro, a pesar de las circunstancias y de su anterior intercambio de rudezas. Acarició sus labios con la lengua y ella los abrió para él, no tanto con ansia, sino con ganas. Lo acogió en su interior y dejó que su propia lengua se enlazara sin pudor.

Terminó de deshacer los lazos del corpiño y dejó que éste resbalara al suelo, dejándola cubierta por una camisola semitransparente que no ocultaba sus medias blancas, sujetas a los muslos por ligas de encaje. Deslizó la mano que no agarraba su pelo sobre la delicada tela, delineando cada curva de su cuerpo, y la atrajo aún más hacia él.

Él no puso resistencia cuando la rubia lo atrajo hacia sí. El pulso estaba ya ganado, y la diversión de la noche decidida, teoría que se confirmó cuando fue obligada a alzar los labios para recibir los de él. Aquello no fue una sorpresa, pero lo esperaba un poco más... ¿Salvaje? Después de las palabras envenenadas de ambos, y los malos modales con respecto a los invitados de él, no le hubiese sorprendido un contacto un poco más feroz.

No tardó más en dejarse llevar, en entregar la calidez de sus labios en la penumbra. Todas aquellas caricias y suavidad hubiesen sido demasiado románticas de no ser por la presión que ejercía la erección del hombre sobre su vientre. Ya estaban en su terreno, en el lugar donde mejor se desenvolvía. Las manos de Giulietta rodearon el cuello de él primero, para después pasar a enredarse en su cabello, donde no molestaban mientras él se deshacía del esclavizador corpiño.

Apenas estaba ya cubierta por nada. La delicada camisola no era lo que se dice decente, y dejaba al descubierto gran parte de su anatomía, así como sus medias y los descarados ligueros que las sujetaban. La mano de Wesh se decidió a explorar todo esto con unas desvergonzadas caricias, que consiguieron aumentar la temperatura corporal de la rubia. Los escasos centímetros que los separaban se vieron forzados a desaparecer, y la dureza del gitano presionó aún más el vientre de la muchacha.

Ella imprimió más pasión en cada caricia a los labios de él, y en el jugueteo entre las lenguas, y aprovechó la tranquilidad que reinaba en sus actos, que normalmente estaban caracterizados por la rudeza con ella, para girar suavemente e intercambiar las posiciones. Se deshizo de la mano con la que él agarraba su pelo con una suave caricia, y apresó entre sus dientes el labio inferior de Wesh, para jugar unos instantes con él como una cría mala.

Pese a que escabullirse del calor del cuerpo del gitano le costó horrores, consiguió retroceder un par de pasos en la oscuridad, sin romper el contacto visual, siempre con picardía. Dejó que uno de los tirantes de la camisola resbalara por su hombro, con aspecto inocente, pero que perdió toda esta intención al permitir que su mirada recorriese el tórax del gitano hasta detenerse en el muy abultado pantalón. Una sonrisa traviesa asomó a su rostro de ángel, y, tan descarada como siempre, se mordió el labio inferior como reacción a la excitación de él.

-Alguna cama tendrás por aquí, ¿no?- preguntó, para darse la vuelta y alejarse un poco más del gitano, en busca de algún sitio donde... pasárselo bien. Sin embargo, no llegó muy lejos antes de volver a detenerse, y aún de espaldas a él, dejar que el resto de la camisola resbalase suavemente por su cuerpo, para acabar en el suelo. Esta vez tan solo giró el rostro para dedicarle una última sonrisa traviesa antes de inmiscuirse en la oscuridad de la casa, de caderas para arriba completamente desnuda y con un contoneo enloquecedor.