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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Miér Sep 28, 2011 12:32 am

Caminó sin rumbo durante algunos minutos, sin tener un lugar propio a donde ir, sin poder regresar al hotel donde se hospedaba con Katrina en sus brazos. Observó a la pequeña, dormida plácidamente en sus brazos y un sentimiento le golpeó en el pecho, como cada vez que lo miraba, un sentimiento indescriptible. Era una sensación absolutamente contradictoria, desconocida pero a la que sentía como una vieja amiga.

Trató de reprenderse así mismo por ello, trató pero no lo consiguió, aunque pudiera negarlo al mundo la pequeña tenía sobre él un efecto benéfico, un efecto sedante, de aquella sensación estresante que le había hecho abandonar el hotel de golpe poco quedaba, sólo permanecía, cierta zozobra, que por experiencia sabía que nunca desaparecía, era una inquietud que tenía desde que tenía memoria y conciencia de si mismo, una preocupación latente que alcanzaba su punto cumbre con aquel sueño recurrente, ese sueño que había tenido esa misma tarde, la sensación que le dejaba al despertar por lo regular aminoraba con el trascurso de los días, semanas para luego volver a explotar, Katrina había sido para él una especie de catalizador y con su sola presencia, en escasos minutos, había hecho a un lado sus pesadillas.

Sopesó su pequeño cuerpo suavemente, tenía que tomar una decisión rápido y sólo un nombre acudió a su mente, el nombre de aquel vampiro que le había hecho trasladarse a París, el mismo que había salido de viaje, dejándole abandonado ahí, tal vez era buen momento de hacerle una visita.

Atravesó el centro hasta tener de frente la casa de aquel médico amigo suyo. Cruzó el jardín delantero, liberó uno de sus manos del peso de la pequeña , quedando parcialmente apoyada sobre parte del brazo derecho pero la mayoría de su peso caía sobre su brazo izquierdo, peso que para él simplemente era insignificante. Tomó con la mano libre la aldaba en forma de pata de lobo y tocó tres veces, fueron golpes secos y firmes. Quiso gritar su nombre pero se contuvo para no despertara la pequeña.

Más le valía a Daniil Stravinsky encontrarse en casa o a la noche siguiente emprendería el viaje de vuelta a Italia. Bajó la vista para observar el perfil de la niña, tal vez lo mejor sería también alejarse de ella.
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Mensaje por Invitado Miér Sep 28, 2011 5:46 am

Había dormido, o dormitado, toda la tarde, atribulado como era su maldita costumbre, con demasiadas cosas en la cabeza, todas se arremolinaba en su mente con violencia y luego una visión, una tabla para el náufrago era, la imagen de la torre de Saint Denis y del angelical rostro de alguien que conocía como Aino Trentemøller. Su gran evento en París, estaba seguro, tanto que llegaba a ser absurdo porque en realidad no tenía bases para estar tan aferrado a esa idea, sólo la había visto una vez, pero era suficiente. Pensar en ello apaciguaba la tempestad que lo amedrentaba y sólo así logró descansar, despertó al anochecer cuando Leslie, su sirvienta, le dijo que había alguien en la puerta.

Una pareja joven con un niño que no rebasaba los 5 años ardiendo en fiebre, los pasó al despacho que era consultorio a la vez. Como pudo bajó la temperatura del chiquillo y le recetó medicamento a lo que parecía una inminente tuberculosis, advirtió que era de suma importancia no permitir que volviera a sufrir una fiebre tan alta pues podía ocasional daños colaterales irreparables, los padres del niño pagaron lo que era una cuota risible, casi simbólica, lo que cobraba Daniil como médico, y más tratándose de uno con su experiencia, era ridículo, pero como había sido toda su vida, primero estaba el ayudar y después las recompensar materiales. La pareja agradeció al doctor y se fue con el niño dormido en brazos, la escena le pareció… lejana aunque acababa de pasar, como un manchón en una pintura a medio terminar, algo intangible, etéreo, algo imposible para él y el corazón, o lo que fuera que tuviera, se le hizo pequeño, Nunca había pensado en la paternidad pero se daba cuenta que sí, que pudo haberla deseado siendo mortal, y que ahora era mejor no pensar en ella, pues lo último que necesitaba era un asunto más que lo atormentara.

Se dirigió al único baño de la planta baja a lavarse las manos y escuchó el golpeteo en la puerta, puso atención y supo que Leslie estaba en la planta alta arreglando su cuarto. Sonrió pues agradecía a la mujer francesa su discreción, sabía que no era fácil atender a un amo tan peculiar, pero ella no hacía preguntas y eso le gustaba, sólo entendía que Daniil, su amo, dormía de día y salía por las noches, que las cortinas siempre debían estar cerradas y que preparar comida para él no era necesario.

-Yo abro –subió la voz de modo que Leslie lo pudiera escuchar desde donde estaba, al contrario de mucha gente adinerada, o peor aún, de gente de la realeza como lo que era ahora, Daniil no era de esos que querían que todo se le diera en la mano, tenía a Leslie y estaba tratando de convencer al joven de Homem-Christo para que fuera su valet, sólo porque necesitaba ayuda, no porque quisiera tener a toda una flotilla de sirvientes a su disposición. Así que abrir la puerta, considerando que estaba más cerca de ésta, no era ninguna molestia para él.

Absolutamente sumido en sus pensamientos atendió a la puerta y el golpe de la impresión no era algo que estuviera esperando. Pensaba que podría tratarse de otro paciente o de algún mensajero. Miró a su amigo como quien mira un cometa, tan raro y tan difícil de ver que se tienen que abrir los ojos bien para captar toda su magnitud, respiró y se hizo consciente de este acto y poco a poco dibujó una sonrisa en cuanto sus ojos, café y tristes, se cruzaron con los color agua de no otro que Indro Galeotti, Mihai Koval como lo conoció originalmente. Estaba ahí, en París… finalmente, era como si una pieza, una muy importante, de su rompecabezas por fin fuese colocada en su sitio. Luego desvió la mirada a eso que llevaba Indro entre los brazos.

-¿Qué demonios…? –no pudo evitarlo, era una pequeña niña y lo que en un principio pretendía ser un caluroso saludo al único ser sobre la tierra que lo hacía desear no morir, se convirtió en algo más-, ¡no me digas que la secuestraste y quieres alimentarte de esta pobre criatura! –exclamó sin llegar a gritar, no creía capaz a su amigo, pero luego agarraba cada maña que no era de sorprenderse. Ni siquiera, con todos sus modales perfeccionados con el tiempo, tuvo a bien invitarlo a pasar, la impresión del momento le ganaba a cualquier cosa. No sólo era su mejor amigo, sino era su mejor amigo con una niña en brazos.
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Mensaje por Invitado Jue Nov 03, 2011 12:22 am

La puesta crujió sobre sus goznes y al abrirse dio paso a la imagen del personaje que esperaba, el culpable de que él estuviera en suelo francés, no era culpa del vampiro nórdico que se creía una deidad, a él podía seguirlo desde lejos y permanecer a una distancia pertinente como siempre pero con Daniil en el mismo sitio era distinto y ahora también había expuesto a Dubhé, quien no deseaba regresar a Italia con el pretexto de recuperar de la pintura y algo sobre un violín ¿o violinista? ¡pero si ella no soportaba ese sonido! no sabía muy bien en que consistía esto último, había dejado de escuchar cuando ella se había negado a regresar.

Torció inmediatamente la boca cuando el vampiro habló ¿acaso no se daba cuenta que la pequeña estaba dormida? En su mente omitió todo lo que decía y como toda respuesta echó el cuerpo por delante, empujándole con el hombro para hacerse paso si era necesario a través de él, un movimiento firme y decidido que lo era así para que el sueño de Katrina no se viera perturbado.

-No maldigas- le reprimió al momento de empujarlo -Está dormida- agregó una vez adentro, en voz tan baja como un susurro –Necesito un lugar en donde poder acostarla– Lo fulminó con la mirada ¿beber de ella? Ni siquiera se iba a dignar en contestarle y mucho menos con ella en brazos. No había un saludo como tal, una exclamación de sorpresa por el simple hecho de verle, entre ellos no era necesario. Ya había tiempo después de reclamarle su ausencia, de preguntarle donde había estado, de darle una palmada en la espalda, tiempo para que él preguntara sobre la niña en sus brazos, respuestas que ni él mismo conocía. Observó el largo cabello de la pequeña que caía sobre su rostro y deseo tener las manos libres para colocar los mechones detrás de sus orejas y despejar lo. Al ver la pequeña mano que ahora yacía lánguidamente apoyada sobre su pecho, recordó el momento en que ella tomó su rostro con ambas y le miró a los ojos, esa sensación tardaría siglos en desvanecerse por que algo había removido en él, algo oculto dentro de sí, un recuerdo que se le escapaba como niebla entre los dedos. Sin poder evitarlo en sus ojos podía verse reflejado esa pérdida, la traviesa risa del sueño volvió a retumbar en su mente y no puedo ocultar que era como un golpe, un golpe que le arrancaba la piel del rostro. Pareció tambalearse un poco pero en realidad no fue así, tan sólo fue un lapsus patrocinado por su mellada psique. Inconscientemente reforzó el abrazo que tenía sobre la pequeña. –No quiero un sillón, quiero algo cómodo– “digno de una princesa” pensó sólo para sí, algo que en aquella casa tal vez no conseguiría. Observó el lugar, buscando recomponerse, Observó a Daniil aún enmarcado por la puerta, el lugar parecía estar hecho a su medida. Aguzando el oído pudo percibir el crepitar de un par de velas y los ruidos propios de afuera, estaban prácticamente solos, seguramente Daniil contaba con una planta muy reducida de sirvientes .
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Mensaje por Invitado Miér Nov 09, 2011 7:14 am

Se quedó estupefacto unos segundos hasta que reaccionó causa del empujón de su amigo, cualquier otro se hubiese ofendido, incluso Daniil con su forma tan dócil de ser, pero no cuando se trataba de Indro. Esa era su forma de saludarse, en parte también porque el vampiro ruso aún seguía molesto por la respuesta de su mejor amigo ante su invitación de acompañarlo, ¿qué hacía ahí en todo caso?, tenía muchas preguntas que hacerle, incluso más que aquella vez en Florencia, debía ser viceversa, cuando se rencontró con él Italia había pasado casi 300 años, y ahora sólo unos meses, pero la situación era diferente, la presencia de su amigo, aunque requerida, parecía descontextualizada.

Observó al otro vampiro con la niña en brazos, le pareció una imagen completamente despegada de la realidad, jamás se imaginó a Mihai, hoy Indro, de aquel modo, para Daniil su amigo era eso, y su maestro, era vampiro, en la mente del médico, el otro había nacido vampiro y moriría vampiro, pero al verlo así se daba cuenta que eso no era más que la imagen mental que él tenía, que el vampiro más viejo alguna vez fue humano, como él.

Sacudió la cabeza y regresó a su casa en París después de haber estado sumido en sus pensamientos y miró a Indro como si le acabara de hablar en una lengua desconocida, pero poco a poco comprendió lo que las palabras de su amigo quería decir, avanzó hasta él cerrando la puerta de entrada que se había quedado abierta debido al exabrupto. Miró al otro con una ceja arqueada, de dónde venía de pronto tanta exigencia.

-También me da gusto verte –le dijo con sarcasmo quedándose en el rellano de la escalera-, ¿algo cómodo?, sólo tengo la habitación que yo uso acondicionada, pero alguna para huéspedes servirá –sin decir más empezó a subir las escaleras, sin voltear atrás supo que no era seguido -¿te quieres apresurar?, y no hagas ruido por favor, mi mucama y el cochero ya deben estar dormidos –era extraño que un patrón cuidara tanto a uno de sus sirvientes, pero ese era Daniil, tal vez por eso Leslie y el chofer le guardaban tanta lealtad a pesar de saberlo un vampiro. Sólo necesitaba dos personas, y eso porque él no tenía idea de las labores del hogar y porque necesitaba alguien que condujera sus carruajes, sino de verdad viviría completamente solo.

Se dirigió a su flanco izquierdo y abrió la habitación más alejada del pasillo, con una ventana que daba a la calle, aunque cubierta por una gruesa cortina, como todas las demás ventanas de la modesta residencia. Siendo Daniil quien era, teniendo incluso la casa que tenía en Nóvgorod, ostentando ahora el título de Barón, pudo hacerse de una verdadera mansión, o un palacio, pero no se hubiera sentido cómodo de ese modo, por eso había preferido la pequeña casa en el centro de la ciudad.

Abrió la puerta del cuarto elegido, una cama matrimonial era el mueble principal de la habitación, un armario a juego, tapete traído de oriente y un baúl al pie de la cama, se apresuró a entrar y jalas las sábanas de fino algodón africano.

-¿Me puedes decir de dónde raptaste a esa pobre criatura? –le dijo mientras acomodaba los cojines y almohadas para que fuese más cómodo para alguien de la complexión de la niña, luego se puso de pie y miró a su amigo con las manos en la cintura, apresurándolo para que le diera una respuesta. Y quería una respuesta creíble, eso estaba implícito, al menos ahora se sentía más aliviado cuando el otro había declarado que no la usaría como alimento.

Preguntas de por qué demonios estaba en París tenía muchas, pero esas prefería hacerlas más tarde.
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Mensaje por Invitado Mar Dic 20, 2011 3:47 pm

En ese momento Daniil no era más que una sombra borrosa que pasaba a su lado, fue eso hasta que lo observó e hizo aquella aclaración sobre mantener el silencio y su sirvientes, la palabras que provocaron que el vampiro más viejo lo mirara con los ojos entrecerrados, guardándose para sí uno que otro insulto, estaba claro que no iba a hacer ningún ruido, y no era por sus sirvientes, el motivo sería aquella niña que llevaba en brazos. Trató de no volver a mirarla, algo en ella lo hechizaba y amenazaba con lo llevarlo a tiempos extraños que no recordaba.

Recorrió el pasillo del segundo piso hasta la habitación señalada, inspeccionó dos veces la habitación como el extraño que era. Antes de dejar a la pequeña sola, en aquella habitación tenía que asegurarse que fuese segura, Katrina confiaba en él, no lo decía por Daniil y los sirvientes bajo su mando, era de su conocimiento (no sabía de dónde sentía ese conocimiento tan cercano) que los niños eran curiosos; la primera inspección fue con la mirada y el olfato, la segunda paseándose en el cuarto con pasos lentos pero largos, estaba limpia, no olía a ser una casa encerrada, tal vez la mucama abriera las ventanas de día, no había muchas cosas que pudieran ser de peligro para la pequeña. Al final se acercó a la cama, del lado donde Daniil había apartado la sabana y acostó suavemente a la pequeña sobre el colchón que se hundió cuando apoyó una de su rodilla en él para hacer la transición mucho más sutil y para finalizar la cubrió con la cobija. Observó a Daniil esperando impaciente una respuesta y él continuo ignorándolo, tomó unos cojines cercanos y los acomodo alrededor de la niña, formando una pequeña muralla a su alrededor para evitar que cayera. Se separó lentamente de ella, encendió un “quinquet” que dejó en uno de los muebles de la habitación para que al despertar la pequeña no lo hiciera en la más completa penumbra, entrecerró una de las ventanas, sin correr las cortinas y en cuanto estuvo fuera de la habitación esperó a que Daniil saliera.

-¿Eres idiota o qué?- preguntó estupefacto -No la he raptado ¿Cómo es posible que me creas capaz de ello?- Sí, tal vez en el pasado había robado a un par de doncellas pero había sido hace varios lustros y jamás arrebataría a una niña de su familia, aún cuando era bastante más joven sabía, lo sentía como una obligación, jamás lastimaría a un infante. –He salido del hotel esta noche y la he encontrado perdida.- explicó torpemente, sin tener un pretexto que mantuviera la imagen férrea que tenía de él Daniil, así que decidió cambiar abruptamente la conversación, a sabiendas que su amigo no descansaría y continuaría preguntando -¿Cuándo llegaste? - preguntó hasta cierto punto ofendido, esperando que la respuesta de Daniil no le satisficiera y el sentimiento se potencializara. Así era él, esperando siempre lo peor para poder reaccionar como el acostumbraba.

Sin que su anfitrión lo indicara, sin si quiera esperarlo, volvió sobre sus pasos y se dirigió a la sala. Al llegar se sintió inquieto, repasó el cuarto con la mirada, tan acogedor, tan solitario, tan Daniil, aquello no le brindó la quietud que esperaba, no debía alejarse de la pequeña, no podía y aunque se negaba a confesárselo así mismo, no quería.
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Mensaje por Invitado Vie Dic 23, 2011 2:18 pm

Observó los movimientos de su amigo, no sin no darse cuenta que deliberadamente estaba prolongando el momento de dar una respuesta. Era un hombre (o vampiro, daba igual) paciente, pero Indro lograba desequilibrar ese balance que con los años había conseguido, que incluso antes de ser inmortal había perfeccionado, solía decir que por su profesión, la realidad era que era causa de esa imperiosa y molesta necesidad que tenía por complacer a todo mundo. Cuando la niña estuvo recostada la observó unos segundos, envidiando de algún modo ese sueño inocente y tranquilo, había olvidado la última vez que pudo dormir tan lánguidamente olvidado del mundo, y olvidando al mundo; quizá nunca pudo conciliar un sueño parecido, y por eso no estaba en los registros de su memoria.

Luego se dio cuenta que Indro ya no estaba en la habitación y lo siguió. Jamás se lo imaginó verlo desempeñando un papel remotamente similar, preocupado por un infante, la imagen incluso le parecía chusca, era extraño, aunque divertido y un arma ideal para atacarlo en cualquier momento. Porque ellos se asían de cualquier cosa para atacarse mutuamente, esa era la verdad.

Ante el ataque de preguntas, Daniil se limitó a encogerse de hombros. ¿Cómo lo creía capaz?, a base de experiencia, simple y llana, y no es que pensara que su amigo ahora raptaba niñas pequeñas para alimentarse y bañarse en su sangre o una cosa retorcida como esa, no, lo conocía bien, después de todo por eso al final, había resultado que eran los amigos perfectos, ambos con la misma condena, renegando de ciertas costumbres de su raza, no queriéndose mezclar con aquello que menoscababan pueblos y ciudades enteras; sin embargo también sabía de sus extrañas manías, como esa de la que le había platicado en Florencia respecto a la sangre de licántropo. Pero antes de poder responder, decir lo que fuera, la última pregunta vino de ningún sitio, incluso cerró los ojos como si fuera una roca en dirección a él, y cuando los abrió, Indro ya iba escaleras abajo hasta la estancia. Giró los ojos y lo siguió de nuevo.

-Hace un par de días –respondió una vez que ambos estuvieron en la sala de estar-, ¿hotel?, ¿por qué no viniste directamente aquí? –se sentía ofendido, que su amigo no tuviese esa confianza como para ir a su casa sin pensarlo dos veces. Parecía que ya no lo conocía.

Se acercó a la chimenea que estaba quieta, sin fuego en su interior, y tomó una botella de whisky y un par de vasos, con calma sirvió un poco del ambarino elixir y extendió un vaso a su amigo. El único que tenía, le gustara o no. Con un ademán ceremonioso indicó que tomara asiento mientras él hacía lo propio en uno de los sofás.

-¿Me dirás cuál es tu obsesión con esta niña? –preguntó finalmente, claro que no iba a soltar el tema tan fácil-, jamás había visto que prestaras atención a un ser humano como lo haces con esta niña, es… -se detuvo y rio, no pudo contenerse más-, es bueno verte en esta faceta –dijo en un tono de burla que ni siquiera se tomó la molestia en disimular.
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Mensaje por Invitado Vie Dic 23, 2011 5:49 pm

Sé quedo inmóvil en su lugar, como un viejo árbol cuyas raíces se extienden metros por debajo de la tierra. Tenía el extraño presentimiento que pudiera pasarle algo malo a la niña, el lejano temor todo pudiera desaparecer de un momento a otro, un temor que sin que recordara haberlo experimentado antes sentía tan suyo que de cierta forma le dolía. Un temor sin sentido que provenía de los confines de su subconsciente inexplorado.

A pesar de todo, daba gracias de que fuera aquel vampiro ruso quien estuviera de pie en esa sala, preparando un par de tragos. Daniil, su amigo, la persona que podía centrarlo con su sola presencia, tal vez era algo que había adquirido con los años de convivencia en aquella Moldavía enterrada por el tiempo, cierta obligación de mostrarse capaz de todo.

Decidió ponerle un poco de atención a su anfitrión, enfocar en él sus pensamientos para no perderse en su propia confusión. Asintió levemente.

-Viene aquí.- el tono usado por Daniil hizo que entrecerrara los ojos y usara en su voz cierto tinte de ofensa. - pero no creí prudente quedarme sin que el dueño de la casa estuviera presente. Soy todo un caballero y a tu mucama tampoco le pareció pertinente.- dijo suavemente y tomó el vaso de whisky que le era ofrecido. Era común en él usar las manos al hablar para señalar lo obvio, y esta ocasión no fue la excepción. - ¿Por qué me obligas a venir y no tienes la delicadeza de avisar que te largas a quien sabe dónde?- sus palabras sonaron dolidas porque de cierta forma aquella situación, el estar en una ciudad esperando a alguien que o aparecía, noches encerrado en un hotel, lo hacían sentir un pelele.

Correspondió el ademan de Daniil con uno aún más exagerado, todo aquello le hacía perder la paciencia, así que antes de sentarse, bebió un trago de la bebida, no sé quejó ya que era lo que necesitaba para relajarse un poco, conservar su poca paciencia y no explotar contra Daniil por algo que no tenía la culpa; Aquello era algo que regularmente hacían, molestarse pero el vampiro seguía jugando sin saber que él, Indro, caminaba una capa de hielo muy delgado. Sabía que no dejaría el tema de la pequeña a un lado tan fácilmente. Trató de mirarle a los ojos mientras hablaba pero simplemente no era capaz de enfocarlo, así que desistió en su intento y fijó su vista en el vaso de whisky, en su fluidez y en su color ambarino. La risa del médico, aunque breve, estalló en el cuarto y contra su cabeza, se sintió perdido, incapaz de conservar la serenidad que se había aferrado en retener.

-Daniil.- aquella voz no era suya, para él sonaba suave y hasta débil, como si fuese un humano que estuviera a un paso la muerte - ¿Te he contado algo sobre mi? No recuerdo haberlo hecho. – Sabía que Daniil había tenido una familia, un puñado de amores fallidos, en su retorcida cabeza así era. -No puedo contarte mucho… - dijo y se detuvo en cuanto sintió que se le quebraba la voz. - ¿Has tenido pesadillas?- preguntó y enseguida, asustado de si mismo, bebió otro trago.

El dormir no era un requisito obligatorio para los de su estirpe, mucho menos lo eran las pesadillas o los mucho más vedados sueños.
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Mensaje por Invitado Lun Ene 09, 2012 12:09 am

Lo de ellos dos era una constante lucha por el poder, ese era el verdadero lazo que los unía. Discutir para ellos era el idioma confeccionado para aquella amistad que funcionaba porque se trataba de una balanza en perfecto equilibrio, pero el equilibrio resultaba frágil, una pluma de un gorrión podía quebrarlo si ésta se posaba en uno de los lados.

Observó a Indro, su deporte favorito era sacarlo de sus cacillas, aunque parecía que también lo era de su amigo, y esa noche lo estaba consiguiendo. Bebió cuando él lo hizo y se sentó de frente en la sala de estar de la estancia de esa casa que aunque era suya, aún le parecía un sitio completamente ajeno (su cruz era sentirse por siempre un forastero.)

Fue entonces que decidió responder. Sus conversaciones solían estar construidas a base de discusiones y silencios. Había muchos silencios entre ellos, remansos de calma en el incendio de sus palabras, necesarios para no terminar quemados.

Posó con calma desmedida el vaso en la mesa de centro, se acomodó para estar cómodo y finalmente, con las manos sobre las rodillas, observó a su amigo con una sonrisa de lado que duró un segundo; había extrañado todo aquello, tenerlo a su lado, pelearse por nimiedades y mantenerse uno con el otro aunque el mundo se estuviera cayendo a pedazos, pero su expresión fue otra luego, la del insulto y la indignación, sus cejas, expresivas como eran, se torcieron en un gesto de ofensa inaudito.

-¡Yo te invité a venir!, si mal no recuerdo tu fuiste el que se negó –subió la voz y se dio cuenta de ello, respiró profundamente un par de veces y destensó los músculos de la espalda y el cuello-, yo qué iba a saber que al final me ibas a extrañar tanto que ibas a venir siguiéndome los pasos –un dejo de sarcasmo salió de su voz, pero esta vez sonó más tranquilo-, tuve que salir a Rusia, y te tengo que contar al respecto –pero ya sería en otra ocasión, debía decirle del viejo Plyushchenko y de cómo ahora servía a la corte rusa por un giro del destino no planeado, que ni en sus más locos sueños imaginó alguna vez.

Pero todas sus ansias se calmaron al ver el semblante de Indro, hizo un recuento rápido y no pudo recordar un momento en el que le hubiese visto tal expresión dibujada en la mirada, desde que lo conoció, lo empezó a admirar (y hasta envidiar un poco), Indro destilaba seguridad y cinismo, todo lo que él no era, esa capacidad de su amigo por no darle tanta importancia era algo que no entendía, pero quería tener. Incluso cambió la posición, inclinándose un poco en dirección a su amigo.

-No, nunca hablamos demasiado al respecto –qué contrario a él mismo, que en cuanto le tuvo confianza le platicó todas sus desgracias, tensó las mandíbulas y entornó los ojos-, todo el tiempo –confesó, pero qué más daba, tenía sentido que un sujeto tan atormentado por la vida, soñara también con escenarios aprehensivos, lo importante en ese momento era Indro-. ¿Qué tratas de decirme? –algo en el cambio de su amigo lo hizo sentir desesperación. No, no sabía casi nada sobre él, nunca le preguntó porque, si era sincero, le dio miedo en su momento.
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Mensaje por Invitado Mar Mayo 01, 2012 4:47 pm

La voz de su amigo se desgarraba y distorsionaba al llegar a sus oídos, sus alegatos pasaban de lado y el continuó con la vista fija en el pequeño vaso en sus manos, en el liquido que apenas había probado pero que pareciera que de un momento a otro lo tenía totalmente embriagado. En tan solo un instante perdió el porte que lo caracterizaba y se sintió como un niño perdido y desvalido, siendo victima de la agresión del portador de aquella risa infantil que le acosaba en sueños. Un escalofrió le recorrió cuando recordó aquella risa, no ocultó el tremor del cual fue victima su cuerpo, dejó el vaso en el suelo e inmediatamente se irguió con la intención de salir por la puerta y dirigirse al cuarto donde yacía dormida la pequeña Katrina. Aunque sonara extraño, para él la niña era un remanso de paz en aquella angustiante presión que invadía su pecho.

-No lo sé- contestó, ni siquiera el mismo sabía que trataba de decirle, lo único que era de su conocimiento era aquella necesidad que tenía de volver a sostener a la niña en sus brazos, conjunta a la necesidad de abrir la boca para expresar el desconcierto que aquello le provocaba. Esa necesidad estúpida de expresar lo que no sabía y sentirse un poco menos perdido, cómo quien pide ayuda para entender un mapa.

-Tú sabes quien eres, para bien o para mal lo sabes.- le dijo aún desorientado dejándose caer de nuevo sobre el asiento. Debía verse tan estúpido, peleándose de aquella forma consigo mismo. Debería parecer menos extraño en la realidad pero su mente siempre solía exagerar sus movimientos, exagerar sus defectos y debilidades. Se recordaba teniendo aquellos ataques desde siempre en la privacidad de cuatro paredes, siendo él su único testigo, nunca antes se había mostrado así, ni siquiera a su mejor amigo. El encuentro con aquella niña que calmó toda sus pesadillas, le había desarmado por completo - Yo no sé quien fui, no sé si en vida era tan… tan… - titubeó al no encontrar el adjetivo que buscaba. - ¿Habré sido peor?–

Sentirse tan desvalido volvió a darle fuerza, una fuerza nacida de donde sólo él sabía que provenía: su ego. El coraje insano que tan frecuentemente sentía contra sí mismo. Sacudió la cabeza y volvió a erguirse. Con el transcurso de los años, en su mente habían surgido mil y una explicaciones para aquella risa infantil que solía atormentarlo. ¿Sería capaz de revelárselas al vampiro que tenía enfrente?

-Soy un idiota- dijo al final, recomponiéndose -Soy un idiota al cual le persigue una risa odiosa –mintió en el adjetivo. Destensó el cuello moviéndolo de un lado a otro, con movimientos lentos pero enérgicos –Soy un idiota que no acepta que sólo tiene esta vida maldita… infinita y que tal vez, es sólo un castigo a lo que fui en vida-

Simplemente él no tenia un pasado al cual aferrarse y de antemano sabía que no había un futuro mejor. Él personificaba la peor de las nostalgias, la más enferma e inútil de todas ellas, la nostalgia a lo que nunca fue. Su mente se encargaba de idearse múltiples paisajes, unos familiares para él, terribles y atroces, con miembros pequeños de infantes y sus manos manchadas de sangre. Otros paisajes eran dolorosamente inimaginables, por que aunque conocía que era capaz de no matar y alcanzar cierta paz, no sabía como era el tener una familia y no se creía capaz de una.

-¿Tú tenías algo que decirme?- trató de desviar la conversación.
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Mensaje por Invitado Lun Mayo 14, 2012 12:05 pm

Alzó la vista cuando Indro se puso de pie, jamás lo había visto así, ni remotamente así. Era una diferencia crucial entre ellos, mientras Daniil se dejaba maniatar por sus demonios, Indro los combatía con mucha más fiereza, mientras Daniil los dejaba salir, los dejaba que lo controlaran, los exponía a otro, Indro callaba, luchaba sólo al interior, nunca dejaba verse débil o vulnerable, y era por eso mismo que lo que en ese mismo momento sucedía, trastocó al ruso más de lo que su expresión dejaba ver, más de lo que él mismo imaginaba. Le dio un poco de miedo, un miedo egoísta, Indro para él era el fuerte, el valiente, el que lo sacaría de su lodazal una y otra vez, le aterraba verlo así, Daniil no se sentía capaz de dar lo mismo que recibía, no por ingratitud, sino por debilidad. Se puso de pie cuando el otro siguió hablando y una vez que estuvo frente a él, entornó la mirada tratando de dilucidar qué trataba de decirle en realidad con todo eso.

Sí, estaba, por primera vez, mostrando una parte que rara vez salía a la luz, Daniil estuvo seguro que si antes con él no se había mostrado así, no lo había hecho con nadie. Pero todo aquello iba más allá, llevaba a cuestas un significado mayor y Daniil no estuvo seguro si era correcto preguntar o no, quizá terminaría de romper algo que ya tenía cuarteaduras con su imprudencia. Estiró la mano y la colocó en el hombro ajeno.

-Quizá es mejor no saber quiénes fuimos antes… -pausó, recogió la mano y se señaló –antes de esto –él lo creía, creía que si no recordara no estaría tan jodidamente dañado y roto, que si no recordara a sus padres, a su hermana, a las mujeres que le rompieron el corazón, él podría ser un mejor vampiro, y ahí estaba todo azorándolo un día sí y el otro también, no dejándolo conciliar el sueño, impidiéndole ser lo que se suponía debía ser e incapaz de regresar a ser un humano más. Suspiró y miró a Indro como tratándolo de convencer con la mirada-, si fuiste mejor, qué importa, pero ah… si fuiste peor, te dieron una oportunidad de hacerlo bien esta vez –ese era él, ingenuo aunque jamás optimista, ¿cómo él iba a ser optimista si lo que más deseaba era dejar de existir de una buena vez? Torció el gesto ante las palabras de su amigo, negó con la cabeza y rio con amargura.

-No lo eres –le dijo volviendo a posar su mirada sobre la ajena-, no eres idiota por querer saber sobre tu pasado, me gustaría poder ayudarte –más sincero no podía ser –pero no sé cómo –frunció el ceño y se quedó en silencio largo rato, pensando, pensando en cual de las dos caras de la moneda que ellos representaban era mejor, si la de Indro, en la que no se sabe nada del pasado, o la suya, en la que el pasado regresa una y otra vez a golpearlo en la cara. Lo que era seguro es que ambos estaban igual malheridos por el tiempo y su condición, y era quizá por ello que al final, se tenían el uno al otro.

-¿Qué? –parpadeó cuando Indro le habló de nuevo, sin saber de entrada de qué hablaba y luego recordando –ah, claro –dijo recordando qué era eso que tenía que decirle, pero consideró que no era momento-, no importa –sí importaba, pero su amigo importaba más que todos los títulos nobiliarios del mundo, hay tendría tiempo de eso luego, con más calma, bajo otras circunstancias. Dirigió su mirada al rellano de las escaleras y luego a Indro nuevamente, como preguntándole sin palabras qué harían ahora. Las palabras sobraban muchas veces entre ambos, rencarnaciones de los gemelos Tánatos e Hipnos, tan compenetrado el uno con el otro, que no hacía falta más que una mirada o un gesto para adivinar el pensamiento ajeno.
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Mensaje por Invitado Vie Oct 26, 2012 9:41 pm

Lo que había hecho estaba mal, lo que estaba haciendo estaba muy mal, vaya que era un idiota, no podía simplemente perder los estribos de aquella manera. Aspiró hondamente aunque en realidad el aire que entraba en sus pulmones no le servía de mucho para calmar su desasosiego, deseo tener enfrente a alguna pobre alma, poder clavarle los colmillos y robar de ella toda la sangre que le fuera posible, para mancharse las manos un poco más, para encerrar con esas mismas manos manchadas de sangre aquel pasado que tal vez no fue pero podría haber sido. Olvidó si tenía la copa en sus manos o si la había dejado en el suelo, sólo supo que con ambas se cubrió el rostro y talló sobre el, tratando de alguna forma calmar esa idea que le había venido a la mente, ese deseo de sangre que se mezclaba con esa angustia arrebatadora que seguía latente en su cuerpo

-¿Realmente quieres ayudarme?- conservó las manos en la parte inferior de su rostro para luego lentamente dejar caer sus brazos y ambos colgaran lánguidos a sus costados. Su voz aún se notaba un poco ajena a él, pero poco a poco comenzaba a tomar tintes más suyos, se transformó en una voz fuerte y demandante, un tanto altanera. En ese momento él tenía que aferrarse a algo para no hundirse completamente y sólo estaba Daniil, siempre desde que se conocieron, aún a pesar de su ausencia, sólo estaba él y en ese momento se trataba de asir a su ya conocida forma de convivencia. - ¿No puedes solucionar mi zozobra?- le expectó, su voz no se había convertido en un grito pero si en un reclamo. - Entonces dejemos el tema a un lado, ¿Qué querías decirme? y no me digas que no es importante.- hizo un ademan con su mano derecha, esta dejaba las cosas atrás y daba el tema por zangado, luego señaló con un dedo al vampiro que estaba enfrente de él. - No me digas que no es importante, cuéntame. Créeme jamás podrás conseguir mayor atención que la que te estoy brindando en este momento.


Sí, sonaba brusco y descortés pero en realidad aquella mascara era el disfraz de una suplica: “Cuéntamelo, por que lo necesito ahora más que nunca”. Realmente necesitaba dejar de pensar en su sueño, en la sensación familiar que le inspiraban las diminutas manos de Katrina sobre su rostro. Podría a ver cambiado de actitud de un momento a otro pero tan sólo era una actuación, porque mostrar algún signo de debilidad le dolía, por más mínimo que fuera este, inclusive frente a Daniil tendría consecuencias peores más tarde. Necesitaba enterrar aquel sentimiento que sentía asententarse como plomo sobre las viseras muertas de su cuerpo maldito.

-Te estoy esperando- apremió por aquella noticia misteriosa que tenía que contarle, lo dijo más calmado y al unísono levantó ambas cejas, luego agachó la mirada y escudriñó a su alrededor buscando la copa que hasta hace un momento había estado en sus manos y que no recordaba donde había dejado. Maldijo para sus adentros, y trató de que la angustia y la desesperación que sentía dentro no le traicionaran. ¡¿Dónde estaba la maldita copa?! Se dejó caer sobre el asiento y se cubrió los ojos con una mano, ocultando una mirada de un hombre que sentía derrotado por nadie más que él mismo.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 03, 2012 12:43 am

Realmente era aterrador, era una visión horrenda, una que Daniil jamás imaginó, mucho menos deseó ver, la de Indro, el fuerte de los dos, totalmente desarmado, vulnerado como ciervo al que los cazadores le han asestado varias flechas, y en todo ese desastre, aún lograba reconocer a su amigo, en su mirada color agua y en sus modos felinos, aún estaba ahí el Indro cínico que él tanto admiraba, pero en ese instante, más que nunca, se daba cuenta que su amigo no era invencible, desde luego esto no significaba que lo bajara de algún tipo de pedestal, seguía siendo su alter ego, ese que él deseaba ser; sólo veía que sus dolores eran igual o más grandes que los propios. Guardó silencio, realmente no sabía qué decir, la mayoría de las veces carecía de palabras pero esta vez era un sentimiento más avasallador, más absoluto. Lo miró sinceramente acongojado, miró su rictus, su forma frenética de desenvolverse. Suspiró pesadamente y se acercó a él, se agachó y tomó el vaso que había dejado en el piso, lo extendió ofreciéndoselo y luego lo tomó por el hombro.

-Está bien, dejaré el tema… sólo por ahora –amenazó con más tarde volver a sacarlo a colación. Se sentó frente a su amigo y se inclinó hacia el frente, recargando los antebrazos en sus rodillas, sonrió con amargura y agachó la mirada-, yo no estoy en mi mejor momento –pero en realidad ¿alguna vez había estado en un buen momento?-, ¿realmente quieres saber? –eso era más bien retórico, porque quisiera o no, debía decírselo, ¡era Indro, por todos los cielo! El único ser sobre la faz de esa tierra de la que tanto se empeñaba en salvar y a la vez en dejar, al que le podía contar todo, se esperaba, desde luego, una reprimenda, una bofetada, se lo merecía, no iba a negarlo. Desvió la mirada a un costado, directo al rellano de las escaleras, mismas que conducían a la segunda planta, donde la niña que Indro había llevado descansaba.

-Prométeme que mantendrás discreción al respecto –volvió a mirara a su amigo, aunque estaba de más la petición, confiaba en él más que en nadie-, y si te lo voy a decir es porque no puedo más –se llevó las manos a las sienes, hundió sus dedos en el cabello, cerró los ojos como si una terrible jaqueca lo hubiese atacado súbitamente-, necesito tu ayuda –fue sincero, con Indro nunca había sido de otro modo.

-Hace… hace tiempo atendí a un noble ruso, el Barón del óblast de Nóvgorod, un anciano sin herederos, logré salvarlo –comenzó su relato sin mirarlo un solo momento, no podía –aunque creo que sólo le di tiempo suficiente para arreglar sus asuntos pendientes y cambiar su testamento, como sea, el hombre… Dmitri Plyuschenko, estaba muy agradecido conmigo y… -alzó la mirada, sus ojos café estaban plagados de una patética sombra de necesidad y tormento –nunca me dijo nada, no me advirtió, un día simplemente llegó a esta casa una carta, anunciaba su muerte y me solicitaba en Rusia, fui y también me llamaron para la lectura del testamento… el hombre me dejó su puesto –su voz fue aumentando de volumen y angustia, se llevó las manos al pecho con desesperación -¡a mí! ¿Qué sé yo de política? –después de ese momento álgido, pareció volver a relajarse, agachó el rostro de nuevo y apretó los dientes –acepté, nunca debí de haber aceptado, pero no me pareció mala idea en su momento, podía ayudar de ese modo, me arrepiento, creo que es la segunda peor decisión de mi existencia –la primera, claro, era haber tomado la inmortalidad –nunca debí de haber dicho que sí, ¡ese puesto no me correspondía! Yo provengo de una familia común y corriente y el tiempo se ha encargado de borrar las huellas que los Stravinsky pudieron dejar en la historia, ¿quién soy yo para formar parte de la corte rusa? –pausó, tragó saliva y cruzó miradas con Indro de nuevo –lo peor, es que todo eso no terminó ahí… ya no soy Barón, soy algo peor -y su elección de palabras había sido muy bien pensada. «Peor», había dicho, se sentía más infame ahora con la corona rusa sobre su cabeza.
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