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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Sáb Oct 01, 2011 9:36 pm

Aún no sabía con certeza que era lo que le había impulsado que al salir del hospital dejar su ruta usual y encaminar sus pasos en sentido contrario, aun no sabía por qué se encontraba a esas horas de la noche frente aquella casa, frente aquella puerta.

Hacía un par de semanas que le parecía que el cansancio trataba de jugar cruelmente con ella, no eran más que instantes destellantes, un rostro, un perfil, una voz que le hacían tallarse los ojos y sacudirla cabeza en negativa, pero no en aquella ocasión.

Pocas veces pasaba por aquella ala del hospital, le molestaban sus integrantes, cirujanos, ellas los consideraba más carniceros que otra cosa y ellos por su parte le miraban como si fuese una leprosa. Estaba ahí no por curiosidad sino porque era su deber, el muchacho había entrado al hospital hecho un aullido desgarrador y a ella, a quien le encantaban los huesos rotos, no había podido resistirse a una fractura expuesta de aquella magnitud. Tâleb había sido en vida un experto en aquellos menesteres pero él había poseído el conocimiento y la fuerza, ahora ella, cuya fuerza no podía ser equiparada con la de un hombre, usaba lo primero y un poco de maña para hacer crujir y deslizar los huesos hasta el lugar que no debieron dejar nunca. Salió de la habitación aun limpiándose con un trapo húmedo las manos ensangrentadas, no le habían permitido coser la gran herida que había producido el hueso al rasgar la piel y proyectarse hacia afuera, en un ángulo antinarutal, aquello le molestó tanto que al salir dio un portazo.

A medio trayecto bufó sonoramente tratando de calmarse, se miró las manos, ahora teñidas por un tenue rosa por los restos de sangre aún en su piel, alzó la vista y ahí, enfrente de ella vio de nuevo aquella aparición caminando a paso rápido al final del pasillo. Aceleró tratando de alcanzarlo pero aquello fue inútil, se detuvo al doblar la esquina por la su “fantasma” había desaparecido, con el corazón latiéndole a todo lo que daba y a arriesgo de quedar como una tonta, le preguntó por aquel hombre a una joven enfermera, que ayudaba a caminar a uno de los enfermos, se atrevió a confiar en ella misma y a decir su nombre, preguntó si aquel hombre era el Doctor Stravinsky, recibiendo para alivio de su salud mental una respuesta afirmativa.

Cuando tomó la aldaba le temblaba la mano, dudó pero al final, propino con ella un par de golpes en la puerta. ¿Qué buscaba? ¿Le recordaría? Le dio la espalda a la puerta, deseando que nadie le abriese, confiaba en ello, no era la hora indicada. El aire le agitó el cabello suelto, contra el rostro y un escalofrío le recorrió por completo. Titiritó un poco y se ciñó el abrigo. De pronto se sintió enferma, el nerviosismo se le arremolinaba en el estomago, aquello no debía ser así, debería ser la excitación que se siente al encontrarse con un viejo amigo.


Última edición por Ayelet Sabik el Lun Oct 03, 2011 7:31 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Dom Oct 02, 2011 2:39 am

Esa noche, como cada noche en la que tenía oportunidad, había asistido al hospital como mero observador, más de una ocasión alguno de sus sirvientes le había mencionado que por qué no tomaba un puesto en aquel lugar, él en realidad no estaba seguro del por qué, quizá por la limitante de la noche, pero eran cosas que se podían arreglar, salir antes del alba y regresar al anochecer, asegurándose de siempre trabajar con las ventanas cerradas, cosa nada complicada pues se trataba de un sitio solemne y algo lóbrego. Así que a ciencia cierta no estaba seguro del por qué sólo iba a ese sitio a observar, ni siquiera daba su opinión, aunque era evidente que muchas veces era requerida, no en vano tenía tantos años de experiencia, sólo había dejado de ejercer ese periodo en el que estuvo bajo la protección de la duquesa, y aún así, siempre se mantuvo al tanto de los avances y de vez en cuando, la misma Raina lo hacía curar a algunas personas, no sabía para qué fines, nunca lo supo.

Esa velada en especial fue aburrida, nada fuera de lo común, huesos rotos, peleas de cantina, enfermedades conocidas y tratables, nada realmente emocionante, así que se fue a casa temprano a poner en orden asuntos que siempre tenía que poner en orden. Le gustaba caminar así que lo hizo, la ventaja era que el hospital quedaba en el centro, como su nueva casa, así que la distancia no era muy grande y en pocos minutos llegó. Por la hora supo que todos estaban dormidos, así que entró con sigilo, él podía ser todo lo vampiro que quisiera y tenía que vivir de noche, pero eso no lo hacía un desconsiderado que no respetara los horarios de los mortales. Una vez más quedaba claro que no era un vampiro cualquiera, era el más débil de la cadena.

Entró y sin más se dirigió a su despacho de la planta baja, ahí se dedicó a ordenar algunos objetos y documentos, etiquetar remedios que había preparado la noche anterior, disfrutaba especialmente hacerlo a mano con esa caligrafía pulcra que lo caracterizaba, ponía en letras grandes de qué se trataba y en letras más pequeñas los ingredientes y para qué debía ser usado cada pequeño frasco, luego los colocaba con orden minucioso en aquella estantería que tenía para ese fin. Las horas pasaron y él continuaba con su labor cuando escuchó que alguien tocaba a la puerta, giró la vista hacia su escritorio buscando un reloj que ahí tenía para ver la hora, arqueó una ceja intrigado, colocó la etiqueta que estaba escribiendo para no confundirse luego y salió de esa habitación que era la más suya de toda la casa, más incluso que la misma donde dormía por el día.

Caminó con paso resuelto hasta llegar a la puerta principal, abrió sin preguntar, sabía que podía defenderse en caso de que las cosas que pusieran feas. Al abrir vio a una mujer de espaldas, pero esa cabellera azabache la reconocería ahí y en cualquier lado.

-¿Ayelet? –preguntó para confirmar sus sospechas, aún con la perilla de la puerta en la mano, con una expresión que sólo denotaba una cosa, eran fantasmas del pasado que venían a acosarlo, sin embargo, le daba gusto la visita de este fantasma en especial.
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Mensaje por Invitado Lun Oct 03, 2011 8:12 pm

Estaba tan concentrada en si misma que no escuchó cuando la puerta crujió sobre sus goznes, sólo el escuchar su nombre pudo sacarle de ese estado y escucharlo de aquella voz le estremeció, bastaron un par de segundos para salir de su sorpresa, se dio la vuelta con una sonrisa, no recordaba la última vez que había sonreído así.

-Daniil-La sonrisa se mantuvo en su lugar. Dio un paso hacia delante apoyando la palma de su mano izquierda en la madera de la puerta. Observó detenidamente al hombre que le miraba desde la puerta para verificar que fuese el mismo que ella había conocido y efectivamente lo era, es más podría atreverse a jurar que entre ellos dos, los años sólo habían pasado por ella. El rostro cuadrado y varonil seguía siendo el mismo, persistían esas tenues líneas de expresión que se formaban de la nariz en torno al músculo orbicular de los labios, no había una arruga más de la ya conocidas. Su mirada no se le apetecía más joven, tampoco lo era hace algunos años, y tal vez, a pesar del entusiasmo, era aún más triste. Parecía que tan sólo habían pasado unos días de aquella primera vez que lo vio y unas cuantas horas desde que se habían dicho adiós. Sonrió al recordarle con las mangas blancas, cuidadosamente dobladas hasta los codos, mientras observaban como Tâleb atendía a un pequeño niño, en primavera, aún las noches eran calurosas en el puerto. Conservó la sonrisa porque ella en su recuerdo también le sonreía tímidamente al extranjero.

–Los años te pasan de largo- comentó entusiasta conteniéndose por abrazarlo, sintiendo un leve estremecimiento y espero que la piel en su rostro siguiera tan pálida como siempre, sin un toque de rubor. Aquel hombre le seguía provocando algo, siempre había sido así pero era imposible no sentirse atraída hacia alguien así, había un olor detrás del aroma que le concedía el perfume mezclado con remedios recién elaborados, un olor del que era intrínseco a él –Hueles a jengibre- dijo haciendo alusión al aroma herbal, seguramente con fines médicos, que le acompañaba.

Espero que fuese él quien le invitara a pasar, a pesar de que la presencia de aquel hombre le hacía sentir como en su hogar aún era una intrusa en aquella residencia.
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Mensaje por Invitado Miér Oct 05, 2011 8:02 pm

Cuando ella giró los recuerdos comenzaron a hacinarse en su mente, en su memoria, poco a poco las imágenes cobraron vida, movimiento, color, parecieron escenas que acababan de suceder. La recordó a ella, y a Tâleb, a ambos y el tiempo que convivió con ellos, las noches de lecciones de medicina, la amistad, el sentirse terriblemente culpable por mirar a la mujer de su amigo como algo más, cuando emprendió la huída para evitar que algo más sucediera. Instintivamente buscó con la mirada que ella fuese acompañada, de él, de Tâleb Sabik, pero la calle estaba desierta, sólo ellos dos levantados a deshoras y poco a poco esbozó una sonrisa aunque el aire era triste. No pudo evitar notar cómo los años habían mermado en ella, aunque seguía hermosa, y tampoco pudo evitar ver su vestimenta negra, entonces el corazón (o lo que tuviera) le dio un vuelco y supuso lo peor.

-Sí, bueno… -dijo con torpeza ante el comentario de Ayelet, qué le iba a decir, que era un vampiro, si no lo se dijo entonces, no lo haría ahora, o no al menos como frase de presentación después de tantos años sin verse. Luego rió taimado ante el siguiente comentario, de aquella joven ansiosa por aprender medicina, incluso contra las circunstancias, ya no había nada, ahora tenía de frente a una mujer, a una doctora aunque era raro decirlo. Le daba gusto que con el tiempo las mujeres empezaran a ocupar sitios que antes no podían, y le daba gusto que Ayelet en especial consiguiera su cometido, porque él mismo le enseñó un par de cosas y vio con ojos propios la pasión que ella destilaba por la medicina-. Estaba trabajando pero… -se dio cuenta de su descortesía y se quitó de paso –adelante, me hará bien descansar –dijo haciendo un ademán con la mano para que pasara.

-Disculpa si no está alguien más para recibirte, pero todos ya están dormidos –dijo comenzando a caminar hasta la estancia, esperando que ella lo siguiera.

-Me sorprende verte después de tanto, ¿cómo supiste dónde vivía? –la curiosidad lo carcomía, pero no podía engañarse, la máxima pregunta era sobre el marido de su colega y amiga, pero temía preguntar, temía saber el paradero de éste y fue uno de esos momentos en los que su inmortalidad de comenzó a pesar más. Se daba cuenta al verla y al imaginarse a su amigo muerto que por él los años pasan de largo, como la propia Ayelet lo había dicho bien. Aguardó y se giró para verla, la tomó de ambas manos y sonrió-, sigues muy hermosa –dijo con completa honestidad, siempre lo había creído, tanto que su miedo lo condujo a dejar a aquella pareja para no irrumpir con su imperfección en su vida perfecta.
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Mensaje por Invitado Lun Nov 07, 2011 9:02 pm

Dejó tras de sí la oscuridad nocturna, el ambiente gélido de la calle para inmiscuirse en la intimidad de aquel hombre que tenía años sin ver, observó de reojo su tez pálida, contrastarte con el café obscuro de sus espesas cejas y del cabello que enmarcaba su rostro.

- Un breve descanso, sin duda te hará bien- dijo al momento que pasar junto a él, colocando brevemente una mano conciliadora sobre su hombro. A pesar de los años se sentía con la confianza suficiente para tomar esas pequeñas libertades, el que su apariencia fuera exactamente la misma de hace algunos años le hacía retroceder en el tiempo, volver sobre sus pasos, a su país. Le sonrió fugazmente y prosiguió a seguirlo hasta la estancia. -Comprendo- asintió. Las cortinas de grueso terciopelo que cubrían las ventanas de la casa estaban cerradas, le era imposible observar a la calle, para ser precisa la forma en que la luna se alzaba en el cielo nocturno e iluminaba a este con su luz. Buscó un reloj en alguna de las paredes que pudiera indicarle la hora, a veces cuando estaba en el hospital perdía la noción del mismo. -fue una imprudencia mía venir a estar horas.- dijo a la vez que se sentaba en una de las sillas de la estancia. -No te quitaré mucho tiempo. Sólo deseaba verte, quitarme estas dudas.

Había pensado que era una treta de su mente para atormentarle y aunque debió sorprenderle que fuera él y no Tâleb, en su mente debió tener total sentido puesto que no le había sorprendido en absoluto. Un amigo, un amigo que más bien parecía un viajero errante que conocía tantos lugares, parecía tener conocimiento de todo pero a la vez de tan poco. Un hombre del cual, en su momento se había sentido atraída, un hombre que por la tristeza que denotaban sus ojos, parecía tener sobre de él más que un hechizo, una maldición.

-Te he visto en hospital, al principio creí que se trataba de alguna alucinación nocturna provocada por el cansancio pero hoy me atreví a preguntar por ti en el hospital- recordó ese evento que viviera algunas horas atrás -Al parecer tienes cautivadas a una que otra enfermera- sonrió y le dedicó una mirada divertida muy atenta a las reacciones que provocaban sus palabras.

-Siempre tan caballeroso- Ante el comentario de su belleza, sólo atinó a negar con la cabeza aún divertida, Daniil como siempre exageraba. Su temperatura corporal no provocó el escalofrío que recordaba haber tenido la primera vez que sus pieles hicieron contacto, le había mirado sorprendida e inmediatamente preguntado si sentía algún malestar, esta vez en cambio apretó con fuerza aquellas manos.

-Nuestras casas son equidistantes al hospital pero contrarias entre sí, no vivimos tan lejos.- contestó como quien se expresa del clima por que no sabe que decir. ¿Hablarían sobre Tâleb? El tema no había cruzado su mente -¿Qué haces en París?- preguntó, a ella podría hacérsele la misma pregunta. El hecho de estar en su casa, de buscarlo, daba a entender lo mucho que desea ese encuentro.
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Mensaje por Invitado Lun Nov 14, 2011 5:16 am

Caminó con paso incierto, tratando de no demostrar su inseguridad en su andar, no muy seguro de haberlo conseguido con éxito. Por un lado era una treta del destino, un golpe bajo y artero, un rencuentro con el pasado que no necesitaba, por el otro por supuesto que disfrutaba de su compañía, añoraba la cercanía, si tuviera un corazón latiendo, seguro estaría a mil, como la gacela corre en la salvaje sabana. Ofreció un asiento a su acompañante y luego el mismo tomó un lugar, miró lo que había hecho, se había sentado cerca, a un palmo de ella, no parecía nada extraño, porque eran viejos conocidos, pero sabía que su subconsciente le había tendido una trampa, suspiró, supuso que ponerse de pie ahora y cambiarse de lugar ya no era opción.

-Tú tienes permiso y derecho de quitarme todo el tiempo que te plazca –le sonrió, era verdad, pocas personas gozaban de ese derecho, ella era una de ellas, no era que su tiempo fuese valioso, pero quien se lo robara, que al menos lo usara sabiamente. Luego escuchó la explicación y todo tuvo sentido en su cabeza, claro, aunque le sorprendía no habérsela topado antes, ante el comentario de las enfermeras se limitó a reír, de haber podido, se hubiera sonrojado; él lo sabía, algunas de esas mujeres no eran nada discretas, y aunque muchas eran hermosas, no estaba interesado.

-Me alegro que te hayas decidido, me sorprende que no lo hayas hecho antes –fue su único comentario al respecto, moviendo la vista más de lo que ameritaba, en una suerte de tratar de evitar la ajena. Siguió escuchando y se alegró de saber que vivía cerca, siempre era bueno tener no sólo a una colega cerca, sino a una amiga también.

-Yo bueno… -el sobresalto a la siguiente pregunta no venía al caso, quizá por el hecho de que le fuera tan sencillo trasladarse de Israel a París para él era lo que lo puso así, y que no fue un viaje directo, por así decirlo, que estuvo en muchos sitios antes de llegar a Francia, que para él el tiempo “muerto” en los traslados no significaba absolutamente nada-, ya sabes, me aburro de los sitios fácil, así que ahora toca esta hermosa ciudad –sin ahondar en el tema de su estadía ahí mismo cerca del 1580. Luego como si recordara algo de suma importancia se puso de pie de un salto y volteó a ver a Ayelet.

-¡Soy un pésimo anfitrión!, ¿quieres algo de beber? –sin esperar respuesta se encaminó a la cocina, al menos un té o café podía prepararle, dejó la puerta abierta de aquella habitación continua para seguir con la conversación-, podría hacerte la misma pregunta, ¿qué haces en París?, aunque debo aceptarlo, me alegra mucho que estés aquí –dijo mientras vertía agua del grifo en la tetera-, ¿qué prefieres, té o café? –luego preguntó esperando que el agua llegara al tope para ponerla en el fuego.

¿Qué hacía ella en París?, era una buena pregunta, pero sobre todo, ¿dónde estaba Tâleb?, ese amigo al que casi traiciona guiado por su asqueroso instinto masculino, desde que era vampiro el aroma de las mujeres, o de su sangre mejor dicho, representaba un gran anzuelo para hacerlo caer e sus encantos, eso no significaba que las atacaría, autocontrol era una disciplina que había practicado con los años, y ella, Ayelet desprendía un aroma como ninguno, uno exótico, lejano, que te cuenta historias de una tierra desconocida para occidente, un perfume parecido al de una flor desértica.
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Mensaje por Invitado Jue Nov 24, 2011 11:32 pm

Por primera vez en mucho tiempo, encontraba un lugar en el que se sentía segura, protegida, como si aquel salón la cobijara, por un lado el ambiente era cálido y los olores eran bien conocidos por ella que al igual que Daniil tenía un pequeño consultorio en su hogar, el anfitrión era alguien con quien anhelaba reencontrarse desde hace tiempo, en el mundo había millones de personas pero se podían contar con los dedos de una mano aquellas personas con las que uno se conectaba casi al instante de conocerse, para ella una de esas personas era Daniil Stravinsky, sino es que la única con lo que había sentido aquello hasta ese momento.

-No lo había hecho antes porque creía que eres una simple invención mía- se atrevió a confesar, y aquellas palabras salieron mezcladas con una breve y suave risa. Escuchó con atención aquella explicación titubeante, que sonaba más bien a quien se pone nervioso porque trata de ocultar algo, sonrió de lado y se cruzó ligeramente de brazos, mirándolo tratando de escrudiñar en sus ojos aquellos detalles que ocultaba su colega. –Realmente eres un trotamundos- comentó y le dedicó una larga mirada, tan larga como los años que tenía que conocerlo. –Deberías parar esa vida que llevas y establecerte en un solo lugar.- ambos sabían a qué se refería y esta vez sus ojos recorrieron la estancia, que al igual que la propia no eran la misma de quien tiene una familia, recordó que antes de enviudar la estancia de su casa hablaba de ella y su esposo, algún saco o instrumento dejado descuidadamente siempre estaban presentes, aunque el matrimonio Sabik no recibía visitas sociales con frecuencia. Por un momento sintió el aire enrarecido al recordar. –Aunque tal parece que son esos viajes los que te inyectan esa energía y te mantienen joven- añadió con soltura, sonriendo, tratando de dejar atrás aquella imagen que había saltado de sus recuerdos, cosa que consiguió fácilmente volviendo a fijar su vista en el varonil rostro de Daniil. Cuando este se levantó sin avisar como si un resorte lo hubiera impulsado, su corazón le dio un vuelco y al regresar a su sitio de golpe, algo en su pecho dolió, en el instante que duró aquella acción trató de detenerlo, sujetarlo del brazo pero sólo se quedó a mitad del movimiento y terminó por cerrar los dedos entorno al aire.

Lo observó salir de la estancia, extrañada y a la vez desilusionada, como si de pronto hubieran cambiado de sitio y estuviera perdida. Se levantó de su asiento y siguió la voz que aún se escuchaba cercana. No le importaba que fuese un pésimo anfitrión, ella lo conocía y sabía que se desviviría por los seres que estuvieran a su alrededor, con ella no hacía falta que lo hiciera, sólo deseaba su compañía.

-Un té sería perfecto.- dijo entrando a la cocina. Tenía pocas horas libres y lo que menos le faltaba era algo que le quitara el sueño. -Cualquiera que tengas a la mano, con la condición de que no sea muy fuerte.- Lo observó hacer y deshacer en los estantes. Sonrió de lado y se cruzó de brazos a la espera de que terminara. – Al poco tiempo después de casarnos a Tâleb le ofrecieron trabajo en la ciudad y él no lo pensó dos veces, es gracias a él que trabajo en el hospital, básicamente me impuso como un requisito.- contestó sin ahondar mucho en su situación actual aunque no podría evitar darle la noticia del fallecimiento de su esposo durante más tiempo. -Fue un poco difícil que me aceptarán, aún lo es. No soy muy solicitada a menos de que se trate de acomodar algún hueso- No podía quejarse, adoraba tratar con huesos rotos, desviados, etc.
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Mensaje por Invitado Miér Dic 07, 2011 5:03 am

Un trotamundos había dicho, ¿y es que acaso le quedaba otra alternativa?, su sitio, el lugar en el que echaba raíces su árbol era Nóvgorod, ningún otro, y no añoraba otro, sólo a su amante más exigente, Rusia eternamente nevada, pero para colmo de sus males, tenía que viajar siempre viajar porque si no los villanos, con antorchas y hoces, querrían matarlo, no le darían un segundo para explicar que él estaba roto, que él no quería diezmar a la ciudad, que él no era el demonio. De todos modos como iba a explicarlo si él mismo no lo entendía. Sólo le quedó, como siempre reír taimado, desviar el tema, ocultar a toda costa la profunda aflicción que saberse un completo paria lo invadía a cada segundo. Un segundo a la vez y todos al mismo tiempo, una forma de medir el tiempo tan nimia como un grano de arena en una playa.

Suspiró y prefirió callar, tan sólo se puso de pie supo que era seguido y sonrió; era tan raro que estuviera acompañado que se sintió extraño, pero de un buen modo. Sacó la tetera de algún estante y prendió el fuero sin tocarlo, una quemadura no podía hacer gran cosa en él, pero el poder destructivo de la lumbre era una de las pocas cosas que podían aniquilarlo ahora. Llenó el recipiente de agua y lo dejó ahí reposar, se giró para verla, tan radiante como la recordaba, aunque una sombra parecía querer obscurecer su mirada con pertinaz esfuerzo, entrecerró los ojos preguntándose qué podía ser y si debía preguntar. Siempre hacía todo para no incomodar a los demás, para no causarles una desavenencia, anteponía a todo mundo antes que a sus propias necesidades y deseos.

-No estoy hecho para quedarme en un solo sitio –esa era la verdad, aunque lo había dicho como si en efecto tuviera opción, se recargó en la barra donde Leslie preparaba la comida, normalmente sólo para ella y el cochero, se encogió de hombros sin darle mayor importancia y cuando ella pidió un té volvió a rebuscar en las estanterías canela y miel, era suave y dulce, perfecto para lo que ella pedía.

Siguió escuchando lo que Ayelet estaba contando mientras disponía un par de cucharas de plata, dos tazas de porcelana y patitos a juego, estaba desacostumbrado a hacer todo ese tipo de cosas, pero no podía permitir que ella viera eso, una señal más del por qué viajaba y no envejecía.

-Tâleb es un hombre inteligente –finalmente apuntó para girarse de nuevo y sonreírle-, aún recuerdo cómo te apoyaba en tu formación, y recuerdo también la curiosidad que te invadía, es una estupidez que te menosprecien por tu género, aunque supongo que es algo que ya te esperabas –ella era inteligente también, lo sabía, sabía que no se había aventado a ese mundo sin atenerse a la consecuencias –pero por lo mismo sé que es algo que deseabas desde hace mucho –dirigió su mirada a ella, buscando la ajena con ahínco –nadie mejor que alguien que verdaderamente posee la vocación para ejercer, yo pondría mi vida en tus manos sin dudarlo –eso claro, si un galeno como ellos pudiera hacer algo por vampiro moribundo –no es porque yo haya sido parte de tu formación, pero me consta que eres inteligente y capaz –sonrió y la tetera llamó su atención con su incesante silbido.

Tomó un trapo cercano y con él en la mano agarró el traste por la asa y sirvió agua en las dos tazas, las colocó con cuidado sobre los platos a juego, dispuso la canela y la miel en la mesa de la cocina, le pareció el mejor lugar para seguir su charla, extendió una de las tazas a su acompañante para proseguir.

-Dime –su tono fue sereno -¿por qué Tâleb no vino contigo esta noche?
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Mensaje por Invitado Sáb Feb 11, 2012 1:53 pm

Subió ambos codos sobre la mesa y colocó sus manos una a cada lado de su rostro, acunándolo y sosteniendolo sobre sus palmas. En esta posición lo observó preparar el té e ir por cada uno de los utensilios que colocó frente a ella, aquel vaivén era una danza minuciosa e hipnotizante. Algo había en Daniil, algo fuera de su apariencia, había algo inherente a él que le tranquilizaba como ninguna otra persona jamás lo había hecho, tal vez fuera aquel motivo por el cual Tâleb se había sentido amenazado por él. Aquel nombre seguramente era su carga más grande, no era que ella fuera una mala agradecida, le guardaba profundo respeto y agradecimiento, pero en los últimos años de convivencia todo se había derrumbado poco a poco por su maldita obsesión, esa misma que lo llevo a la muerte y que logró apagar parte de lo que ella había sido algún día.

Algo de la perturbación que esta clase de pensamientos le provocaba debió colarse en su mirada, por que su anfitrión pareció notarlo. Poco quedaba de la persona que había conocido tiempo atrás y aquellas migajas se encontraban bien ocultas por varias capas de miedo y resentimiento. Al escucharlo hablar, pensó que si antes de esa misma noche, a ella le hubieran dado la oportunidad de irse de París, marcharse a cualquier otro lado, ella se hubiera ido sin importar las consecuencias, estaba cansada, muy cansada. “Antes de esa misma noche” decía por que ahora que sabía que Daniil estaba en esa ciudad, no se iría, había comprobado que él seguía siendo el mismo de antaño y seguía inspirando en ella los mismos sentimientos, las mismas fuerzas. Si alguien, en esa ciudad, tenía el poder de inyectarle nuevos ánimos, de regresar un poco de aquella persona que alguna vez fue, era él.

-No te mentiré. Me halagas y efectivamente, mi profesión, esto que hago es algo que he deseado con toda mi alma pero me encuentro totalmente exhausta.- Correspondió la sonrisa que el dedicaba con una sonrisa un tanto taimada. -A ti nunca te he visto enfermo o con alguna especie de herida pero ten por seguro que si alguien cercano a ti tiene problemas y tú no puedes atenderlo puedes contar conmigo.-

Ella conocía perfectamente las mellas que podía dejar aquellas ocasiones, marcaban más allá de la conciencia donde se queda cada uno de los pacientes a los que se les ha fallado, aquellos casos, de gente importante para el galeno, nublaban los sentidos, trastocaban los actos y cualquier minúsculo error se quedaba por siempre en el alma.

Se enderezó y dejó aquella postura infantil para poder recibir la taza de té que le era ofrecida. Antes de beber, dejó caer los parpados sobre sus ojos y aspiró profundamente su aroma. En él identificó el fuerte aroma de la canela que aún antes de beber ya se expandía poderosa y cálidamente sobre las vías respiratorias, el ligero pero reconocible toque de miel, que desde el primer instante despertaba a esas pequeñas zonas receptoras del sabor en la boca y te provocaban rememorar su dulce sabor y sin poder evitarlo poner en marcha las glándulas salivales.

Aquellas palabras, que al principio su cerebro comprendió como simples palabras sin sentido, dispersas y en desorden, bloqueando lo que realmente querían expresar, la propia expresión de su rostro resultaba confusa pero al instante siguiente se ordenaron y cobraron unidad. Estaba esperando que aquella pregunta le fuera formulada inclusive antes de que ella tomara la aldaba de la puerta para llamar. La taza de té se tambaleo en sus trémulas manos, que de un momento a otro habían perdido la capacidad de mantener un sostén firme, y el líquido hirviente se volcó en sus manos.

-Tâleb está muerto- contestó con un tonó de voz plano y sin denotar el mínimo asomo de algún sentimiento. Bajó inmediatamente del asiento donde estaba sentada, sujetándose el lugar donde el liquido había hecho contacto y se dirigió al grifó del que Daniil había tomado agua para preparar el té y ahora ella dejar correr el agua helada sobre sus manos.

Dándole la espalda a su amigo, trató de soló concentrarse en cómo el agua calmaba el ardor de su piel, de otra forma sabía que frente a Daniil se desmoronaría, sólo se sentía capaz de hacerlo frente a él y aunque lo necesitaba, toda ella lo pedía a gritos, no quería.
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Mensaje por Invitado Mar Feb 21, 2012 4:49 am

Cuando conoció a los Sabik, desde luego, su primer contacto fue con Tâleb, un médico capaz, un colega más, brillante, educado, instruido. Hicieron conexión en una reunión de hombres, pláticas de hombres, donde no importaba si eras soltero, casado, viudo o dejado, las mujeres estaban a su disposición, sin embargo, jamás vio a Tâleb tocar a alguna de esas mujeres. Luego se enteraría de que su colega y ahora amigo era casado, con una mujer más joven que él, pero la amaba, la amaba de verdad y era todo, menos infiel. Admiró al sefardita por eso.

Más tarde la conocería, Ayelet. Recordaba perfectamente el primer momento que la vio, ahora que la tenía de frente era similar. Una mujer segura, inteligente y hermosa, con esa belleza foránea que rara vez se veía en París. Algo debía estar condenadamente mal en él como para atreverse a voltear a ver a la mujer de su amigo, aquel que le había ofrecido su casa hospitalariamente, para atreverse a mirarla con otros ojos a parte de los únicos que le eran permitidos, de colega y amigo.

Antes de destruir un matrimonio sólido, prefirió irse, no se imaginó, jamás, que a su puerta esa noche tocaría ella. Se alegraba, no iba a mentir, pero entonces todo empezó a tener sentido.

Se sentó frente a ella, se preparó un té también, algo en la combinación de esos aromas le recordaba el regazo de su madre. Suspiró y le sonrió cuando ella continuó hablando. Sin embargo, se puso alerta cuando su semblante cambió, cuando vio aquel temblor en sus manos y después, el té sobre la mesa.

Las palabras que siguieron al derramamiento del té llegaron a él como amortiguadas, como si las escuchara debajo del agua, extrañas, sin sentido aparente, pero lo tenían y mucho. Su voz plana, no lo engañaba, significaba mucho más de lo que ella dejaba entrever. En cuanto ella se puso de pie, tardó un segundo o dos para empujar la silla e ir tras ella. Tardó mucho más que eso para atreverse a acercarse.

-Déjame ver –finalmente habló y tomó las manos de Ayelet entre las suyas y las observó enrojecidas, siguió lavándolas bajo el chorro de agua, concentrado en las cuatro manos mojadas para evitar mirarla-, no es grave, pero eso ya debes de saberlo –le dijo, refiriéndose a la quemaduras proferidas, desde luego.

Tardó algunos otros minutos, pensando, quebrándose la cabeza cómo abordar la muerte de su amigo al que estuvo a punto de traicionar, porque Ayelet era demasiado hermosa como para ser verdad. Alcanzó un trapo y se lo dio para que se secara, se separó para darle su espacio.

-Ven –la llamó con un ademán de la mano-, debo tener pomada de aloe en mi habitación, evitara que te salgan ampollas –sin más, sin esperar respuesta, salió de la cocina, eso le había dado algo de tiempo antes de saber qué decir ante la noticia que acababa de recibir.

Esperaba que lo hubiera seguido, antes de abrir su habitación suspiró y luego giró la perilla, demasiado meditabundo en lo que acababa de escuchar como para poner atención si ella lo seguía o no. Se giró entonces estando dentro y ahí estaba, quiso sonreír pero entonces se dijo que no fuese tan estúpido para hacerlo, en cambio, en su rostro se dibujó una expresión ausente.

Alcanzó la pomada y se acercó a ella, abrió el pequeño tarro color verde botella y con el dedo índice y anular tomó una porción de aquella sustancia blanquecina. Se acercó a Ayelet y comenzó a untarla en sus manos con suavidad, como si acariciara a una amante.

-Lo siento –entonces finalmente alzó la mirada-, siento escuchar que Tâleb está… muerto –lo dijo con sincera preocupación. Tenía un millón de preguntas, ¿cómo?, ¿cuándo, ¿por qué?, pero no le pareció prudente formular ninguna, en cambio siguió acariciando sus manos. El frío de su propia piel y del ungüento debían darle cierto alivio a su amiga, alivio físico, no sabía hasta donde llegaba la magnitud de su sopor en el alma al haber perdido a su marido.

-Listo –soltó cuando había cubierto toda el área enrojecida por el agua hirviendo-. Sólo confirmo lo fuerte que eres –la miró con el ceño ligeramente fruncido y el semblante marcadamente abatido.


Última edición por Daniil Stravinsky el Jue Mayo 17, 2012 2:10 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Miér Mayo 02, 2012 5:57 pm

Aunque no tenía más que unos cuantos minutos en aquella casa, podía decir con infinita convicción y sin temor a equivocarse que Daniil Stravinsky era la única persona en París que podía denominar como “amigo”, era un verdadero alivio haberlo encontrado. Dejó que su frente, pesada y sin fuerzas, se posara sobre el hombro de él en busca de apoyo mientras que sus manos lánguidas se dejaban lavar por las de él. Asintió casi junto a su pecho, efectivamente no era una quemadura de gravedad, quien estaba dañada de gravedad era ella misma, su interior que en aquel país poco a poco se desgastaba y consumía. Se había empeñado en seguir en aquel lugar luego de la muerte de Tâleb por que era demasiado terca, porque estaba haciendo lo que le gustaba aunque fuera tan sólo un bosquejo de la labor del medico, no quería regresar a su país de origen sin su marido y con las manos vacías a hacer cosas que seguramente le corresponderían a su genero, pero lo cierto es que en París estaba sola y remar contracorriente era una tarea difícil.

No sabía como seguir la conversación, cómo contarle a su colega los incidentes que habían llevado a su Tâleb hasta la muerte, como desde antes ambos se habían alejado hasta ser simples colegas que comparten la casa y muy de vez en cuando la cama. Claro que ella era una tonta que deseaba compartir con alguien sus penas por que ¿Qué podría importarle a él lo segundo? Desde que le recordaba, Su difunto marido se había encargado de imponer una marcada diferencia, un lazo invisible entre Daniil y ella, él siempre sería más amigo de Tâleb que suyo, aunque ella no lo sintiera así y de una forma extraña el ruso, aunque amble, también había marcado sutilmente aquella diferencia evitándole un par de veces, ella lo agradecía por que Danill poseía un aura similar a un imán, era imposible no observarle y querer que la vista fuera correspondida y que él te dedicara una mirada, una triste sonrisa. Sí, la sonrisa de aquel hombre aunque cálida poseía un dejo de tristeza que era acentuado por el peculiar brillo nostálgico de sus ojos.

Tomó el paño que le era ofrecido y secó sus manos con ligeros toques para evitar que la quemadura fuera rozada de forma agresiva. Le siguió caminando sobre los pasos que los habían conducido a la cocina. Subió las escaleras a tan sólo unos escalones de él, la casa era pequeña pero no deseaba perderle de vista, era él como una luz que le guiaba y que en aquellos instantes de debilidad le mantenía de pie, como lo hacen los faros en las costas dándole esperanzas de tierra a los barcos perdidos entre la niebla.

Su boca se abría y cerraba constantemente, tratando de articular alguna palabra, un inicio a toda aquella historia que deseaba contar, bueno o malo no lograba que su voz se hiciera presente. Pensó en detenerse junto al umbral de la puerta, así lo hizo mientras lo observaba buscar la pomada en los cajones de una cómoda, se acercó a él, indecisa, extendiendo las manos, aquellas manos ligeramente magulladas que parecían ser su único tema en común en aquel momento.

-No lo sientas tanto, no por mi- dijo finalmente mientras él aplicaba la pomada. Había fijado la vista en una de las arrugas de la camisa de él y poco a poco, milímetro a milímetro, reducía la distancia gracias a movimientos descuidados e imprecisos, nerviosos de sus piernas -Lo único que realmente lamento es que me hubiera dejado sola, como colega y amigo era una excelente compañía.-

No debía ahondar en los problemas maritales que habían tenido. Asintió como si con aquel movimiento respondiera una pregunta no formulada, tan sólo estaba confirmando que la pomada en verdad le brindaba alivio, aunque este no se comparaba al que le brindaba su sola presencia.

-Gracias- agradeció sus atenciones con una curvatura de sus labios que no sabía si alcanzaba a formar una sonrisa y con solo dar un paso hacia atrás recupero la distancia que habían perdido sus cuerpos de forma tan atropellada. - Tâleb, si me disculpas por la expresión, murió por idiota, no puede llamarse de otra forma a quien deja que sus obsesiones le consuman.-

Tomó la mano de él y le dirigió a un cuenco de agua que había visto al entrar a la habitación, esperó a que se limpiara las manos impregnadas por la pomada. Como un impulsó posó una de sus manos sobre su antebrazo dejado al descubierto por arremangarse la camisa. Le recordaba así, con la camisa arremangada y con los primeros botones sueltos a causa del calor del desierto, al igual que todos los hombres extranjeros que no estaban acostumbrados al clima de esas latitudes. Era atrevido pero también era imposible no querer tocarle.

-¿Quieres conocer la historia de su muerte?-dejó que la palma de su mano recorriera descuidadamente su antebrazo, su tacto gélido no le incomodaba, era su punto de apoyo, estaba segura que si le soltaba caería y débil como lo era caería destrozada en sus brazos. -Al menos las partes que yo sé.
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Mensaje por Invitado Jue Mayo 17, 2012 3:23 pm

Todo para el vampiro carecía de sentido, tenía retazos de algo mayor, pero le hacían falta piezas importantes de ese rompecabezas, piezas que Ayelet tenía en su poder, pero no era correcto exigir que se las diera o mostrara si quiera. Daniil, por un momento, se encontró acorralado, estaba preocupado por ella, pero su falta de información lo hacían incapaz de dar un consejo o consuelo. Para colmo, sus palabras, las de Ayelet, lo confundían más. El tiempo que convivió con los Sabik fue, en el mejor de los casos, lacónico, no quería decir que insignificante, o no quería creerlo al menos, pero se daba cuenta que en realidad nunca se enteró de nada, por como hablaba ella le daba a entender que todo no había sido sencillo entre la pareja de médicos judíos. ¿Después de todo, qué relación de pareja lo era? Lo que sucedía aquí era que él se había formado una idea a base de lo que Tâleb y Ayelet le dejaban ver. Sí, estuvo en su casa, pero no formaba parte de su dinámica y no dudaba que guardaran los momentos amargos y duros para la intimidad de su habitación, mientras lo creían dormido, cuando en realidad se encontraba buscado su próxima víctima en las calles de la ciudad en medio de desierto, sangre sabor dátil. Guardó silencio y sólo suspiró, qué se suponía que dijera en todo caso.

Cuando ella le agradeció y le dedicó aquel amago de sonrisa él hizo lo mismo, lamentando que el contacto se rompiera. Asintió y cerró los ojos, su forma silenciosa de decirle que no había problema. Era su amiga, y sabía que, sola como estaba en la inmortal París, lo necesitaba en esa posición, de apoyo, de quien tiende la mano para que no caiga o en todo caso, para levantarla de su caída. Pero Daniil era experto en complicar las cosas, en involucrar sentimientos que no venían al caso y se dio cuenta, al mirarla y tocarla, que esa atracción que alguna vez sintió por ella, seguía en el mismo exacto lugar. Como acto reflejo dio un paso hacía atrás, imperceptible, casi como si no lo hubiese dado; asustado de lo que era capaz de hacer, en ese instante, frente a ella o después, flagelándose por su falta.

Pero entonces ella de nuevo acortaba la distancia, lo tomaba y lo llevaba a que se lavara las manos. Tan inútil se sintió y se debió haber visto ante los ojos de Ayelet, que ella misma remangó las mangas de su camisa. Lavó sus manos con parsimonia, con cautela, no quería delatar en sus movimientos lo nervioso que de pronto se sintió, cosa que se acentuaba cuando ella lo tocaba de aquel modo, su piel fría, la del vampiro que era, la de la tundra rusa, contra el cálido tacto de Ayelet, mortal, desierto israelí.

-Me intriga –aceptó levantando la vista, hasta ahora concentrada en sus manos y el agua y cómo los residuos de pomada en sus dedos poco a poco sucumbían y se marchaban-, Tâleb no era tonto, así que no entiendo cuando hablas de su propia idiotez como motivo de su muerte –aceptó, cosas que, desde luego, él no sabía sobre su difunto colega, cosas de las que ella, su viuda, estaba mejor enterada, eso era evidente; pero por cómo se lo había planteado, se daba cuenta que ella poseía lagunas al respecto también. Aquello no debió de ser normal, Tâleb no murió en circunstancias normales, de eso estuvo seguro.

Finalmente terminó de lavarse las manos, tomó las ajenas y les dio un apretón para luego separarse, odiando de nuevo tener que romper el lazo físico que los unía. Alcanzó un paño y con él se secó, luego lo ofreció para que ella hiciera lo mismo pues había dejado húmedas las manos ajenas.

-Cuidado, no te quites la pomada –advirtió como fragmento de una conversación diferente, algo que no venía al caso, pero que creyó prudente sino todo se volvería solemne y serio y era lo que menos quería. Aunque en realidad, no tenía muy claro qué era lo que quería en ese momento. Se separó de ella y se dirigió junto a la cama, jaló una silla de tapiz azul, ligeramente más claro que el de las cortinas y ahí se sentó, hizo un ademán con la mano para que ella lo acompañara, señaló la cama para que ella se sentara, por desgracia no tenía más sillas en su habitación, no era como si mucha gente lo visitara, mucho menos entrara a ese cuarto en especial. Había decidido que él se iba a sentar en la silla y ella en la cama, porque la segunda era más cómoda. Incluso en momentos como ese, trivialidades como aquella preocupaban a Daniil.

Antes de volver a abrir la boca, el vampiro la contempló, así de pie, con su rostro de belleza extranjera delineado por las velas, ¡en su habitación, por todos los cielos! Y fue como un deja vú, uno de un sueño que había tenido hace mucho, mientras dormía –o pretendía hacerlo- en la habitación contigua a la de ella y su marido. Ayelet, auloníade del desierto.
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Mensaje por Invitado Vie Oct 26, 2012 10:59 pm

Continuó lavando la piel de él hasta que desapareció la capa impermeable que formaba debido a la grasa de la pomada, sin embargo no rompió el contacto con él y lo prolongo tanto como pudo, luego simplemente se sentó en la cama. Aquella situación simplemente parecía salida de un sueño y no de una más de sus pesadillas, el ambiente se sentía etéreo como si pudiera sujetar el aire entre sus manos, tornándose corpóreo y pudiera presionarlo sin que este se escapara entre sus dedos.

-Descuida- dijo un poco para él, poco para ella. Sería lo bastante cuidadosa y no lavaría la pomada de su piel; “Descuida” se dijo a si misma para tranquilizarse, para darse permiso a respirar con una cadencia lenta e hipnótica, preparándose para hablar de algo que había dejado atrás, en un pasado lejano y latente, un pasado que se aprovechaba de su soledad y que gracias a esta la lograba azorar a diario.

-No se por donde empezar- se apoyó en la cama, aferrando ambas manos a la orilla de esta, era difícil comenzar, tenía sus motivos, grandes motivos para llamarle idiota a Tâleb. - Daniil.- llamó y su voz le resultó extraña. - Siéntate a mi lado, no muerdo.- sonrió tímidamente y fijó la vista en el suelo de la habitación, no deseaba verlo a los ojos pero sí deseaba que el colchón cediera bajo el peso de él.

No podía externar su ansia de sentirlo cerca porque él era la única persona en todo ese continente, en todo el mundo, con quien se sentía segura. Entorno a su cuerpo sentía una calidez que deseaba conservar, sentía una atracción física que en su momento se había negado a aceptar pero que ahora, viuda podía comenzar a explicársela a si misma.

-Tâleb se obsesionó con lo que muchos dicen que es un mito.- comenzó a contarle y su voz se quebró un instante - su obsesión… su obsesión lo llevo a la muerte y yo sólo obtuve como recuerdo la peor escena de muerte que haya presenciado en mi vida… He visto sangre en mi ejercicio de la medicina pero ¿sabes lo que es ver a tu compañero de toda la vida desangrarse? ¿ver su sangre esparcida por doquier?.- relató recordando la sangre manchando cualquier superficie a su alcance, delineando la textura de la madera, transformando el color del suelo aún blanco mucho más brillante casi cegador a pesar de la oscuridad. - Es algo que difícilmente olvidas.- luego, contrastando con todo lo que había dicho, comenzó a reírse, hecho que hasta para ella misma fue una sorpresa. - hubiera preferido de él alguna otra afición, una amante, un hijo fuera del matrimonio… lo que fuera.-

Su risa se transformó en un murmullo, luego en una serie de quejidos pausados que sonaban al golpeteo constante de una tormenta que comienza a fraguarse, el golpeteo resonaba con el compás de esas grandes gotas caóticas y escuetas que caen segundos antes de la tempestad. Al pensarlo ya no dolía recordarlo pero externalo era distinto. La muerte de Tâleb ya no le dolía, tampoco su ausencia, a esta última se había acostumbrado meses antes de su muerte, le dolía que por su egoísmo le hubiera dejado a ella tan malos recuerdos, tantos fantasmas.
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Mensaje por Invitado Lun Nov 05, 2012 1:54 am

«Pero yo sí» pensó cuando Ayelet lo invitó a sentarse a su lado en la cama, pensó como una especie de broma cruel y personal, y se quedó quieto un momento hasta que finalmente la obedeció y cambió su asiento en la silla por uno a su lado en la cama. La expresión de mariposas en el estómago cobró un nuevo y brutal significado, las sintió más que nunca revoloteando en su interior porque la atracción que sentía por ella no era nueva, y él había creído superada, cuando se le presentó entonces todo se reavivó como una fogata que no ha sido sofocada del todo, y sus movimientos eran controlados y falsos porque si se dejaba llevar podía cometer una insensatez, que en eso, Daniil era experto. La miró, y aunque los años habían labrado su trabajo, seguía hermosa, no podía sacarse esa idea de la cabeza, de lo bella que seguía siendo y de lo roto que él seguía estando. Suspiró calladamente al tiempo que destensaba la espalda y prefería mirar al frente que mirarla a ella. Tenerla tan cerca después de haberlo deseado por tanto era desenterrar un secreto celosamente guardado, abrir una caja de Pandora que no quería y no debía abrir.

Escuchó con atención lo que ella le estaba diciendo y como acto reflejo giró el rostro para verla con el ceño ligeramente fruncido cuando habló de mitos y sangre, tal vez estaba pecando de paranoico pero ¿sería posible que se refiriera a…? No, no debía apresurarse a hacer conjeturas. En cambio, estudió sus palabras, pero más que eso, la forma en cómo eran dichas, por supuesto que estaba afectada, pero quizá estaba siendo muy ingenuo, o muy temerario al atreverse a decir que no notaba un dolor inconmensurable en ella, estaba herida, claro, había sido su compañero de vida, pero no había un padecimiento enorme y aplastante, era más su congoja por el recuerdo de la escena que por el deceso de Tâleb. Rio junto con ella cuando habló que hubiese preferido que fuera otra obsesión, una risa amarga y mucho más breve que la de ella, aunque igual de absurda.

La armonía de su risa le pareció maravillosa y triste por igual, una risa melancólica y apagada, pero igual, era la risa de Ayelet y sus ojos se clavaron en su boca, en la boca ajena y en cómo emanaba aquella melodía discordante y afligida. Se atrevió a llevar una de sus manos a la rodilla de su acompañante.

-Suena terrible -dijo por decir algo, en realidad no tenía idea de qué decir o cómo actuar ante tales revelaciones, menos aún con Ayelet tan cerca-, podrías… -inclinó el rostro a un lado como lo hace un perro cuando le habas y parece comprender lo que dices -¿podrías decirme de qué hablas? ¿De qué obsesión hablas? –estaba desesperado por conocer el motivo real de la muerte de su amigo, era normalmente prudente, más calmado, pero su asociación interna de ideas lo conducían a un callejón sin salida y quería que ella, ella nada más, lo salvara, lo sacara de ahí. Retiró su mano, aunque no quería hacerlo, simplemente le pareció correcto y la observó esperando una respuesta.

¿En qué demonios se había metido Tâleb? Y si era lo que él comenzaba a sospechar, su oportunidad con Ayelet se desvanecía frente a sus ojos como un espejismo en el desierto y luego se reprendía mentalmente al darse cuenta la sarta de idioteces que estaba pensando, ¿cuál oportunidad? Ella estaba ahí, contándole cómo había fallecido su esposo, ese que fue su amigo, ese que le dio techo en Israel, ese con el que compartió charlas y tertulias y ahí estaba él, tan abyecto como era, tratando de entrever una posibilidad, de leer entre líneas mensajes inexistentes. Miró a un lado, apenado, si tan sólo Ayelet pudiera leer todo lo que por su mente pasaba, seguramente se pondría de pie y se marcharía para jamás volver. Daniil tensó las mandíbulas y se tragó todo aquello, todo lo que sentía por su amiga, lo que había guardado por años, ahí debía quedarse, no podía ser tan débil (el problema era que de hecho era así de débil).

-¿Y cómo es que decidiste venir a esta ciudad? ¿Por qué París? –nuevas interrogantes se formularon en su cabeza y se expresaron en formato de palabras, eran buenas preguntas, el viaje, supuso, no debió ser sencillo, su vida en la ciudad francesa tampoco, si bien era mucho más liberal que los estados hebreos, una mujer sola siempre era sinónimo de conteste sobajamiento, y el corazón se le hizo pequeño, más aún si consideraba su profesión, una gobernada por hombres. Pero si conocía a Ayelet, sabía que no era alguien que se dejara amedrentar, no tan fácil, pero eso no quitaba el hecho de que fuese complicado y de la nada le nació abrazarla, aun sin recibir una respuesta, la abrazó, la llevó contra su pecho y la rodeó por los hombros, olió su cabello e incluso lo beso-. Lo siento tanto –por todo, lo sentía por todo, por la muerte de Tâleb, por su peregrinar en solitario, por desearla como lo hacía. Lo sentía por todo y por todos y el mundo se le venía encima.
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