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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Jue Sep 29, 2011 8:00 am

Start A War by The National on Grooveshark

"We expected something, something better than before. We expected something more,
do you really think you can just put it in a safe behind a painting, lock it up and leave,
do you really think you can just put it in a safe behind a painting, lock it up and leave,
walk away now and you’re gonna start a war".

-The National, "Start a War"

El día había comenzado a medio día como era su costumbre, se levantaba tarde y se dormía tarde, era un círculo vicioso el cuál no tenía interés algún en corregir, esa dinámica le funcionaba, era durante la madrugada que las ideas más brillantes le llegaban como enjambre, y era durante la madrugada cuando podía experimentar más y mejor. A pesar de su aislamiento, el ruido habitual del día lo distraía, aunque parecía que vivía en esa burbuja de ladrillo a la que llamaba casa, por más que lo intentara, el exterior lograba afectarlo. Las tardes las dedicaba a leer, ya fuese un libro o las notas de algunos otros físicos que considerara trascendentes, incluso contemporáneos, aunque de esos había muy pocos, mientras tanto, la noche era su tiempo, su hábitat, un búho que sale a cazar, así se le podía definir. Aunque su caza era de ideas, de pruebas, de la verdad.

Esa madrugada, serían las 4 am tal vez, estaba experimentando con la fricción dinámica, no era algo que atañera a su actual investigación, pero lo estaba haciendo por diversión, “para ver los fuegos artificiales” según sus propias palabras. Comenzó con un par de cuerpos pequeños, que cabían en sus largas manos de pianista, el índice derecho con un parche debido a un alambre que se salió de lugar en otro de sus experimentos, pero fue aumentando la magnitud hasta que la reacción entre ambos cuerpos (que logró que se movieran gracias a un mecanismo improvisado) tuvo la fuerza suficiente para empujarlo de espaldas chocando contra la pared. Soltó un quejido de dolor, fuerte, como pocas veces, fue como si le apalearan la dolorida espalda con un garrote. Se puso de pie como pudo y llegó a su habitación a duras penas. Tragó opio como si de caramelos se tratara, fumarlo o beberlo en una infusión no iba a ser suficiente esa vez. Con la esperanza de despertar ligeramente mejor, se acostó boca arriba como si de un muerto se tratara y finalmente el cansancio (y la droga) lo condujo al sueño.

-:-

Un dolor sordo lo despertó, eso y su pesadilla recurrente. Al tratar de incorporarse en la cama, absolutamente trastocado por el mal sueño, el dolor que le recorrió la espalda le hizo ver que estaba despierto, se volvió a recostar en cuanto pudo, pero esta vez no fue suficiente. Volvió a masticar opio como cualquier cosa y fue al laboratorio a tratar de seguir con su investigación, la seria y no los juegos que lo condujeron contra la pared, pero simplemente no pudo. Solía sobreponerse al dolor, acostumbrado pues casi la mitad de su vida lo había acompañado, pero ese día simplemente no podía. Soltó las anotaciones que estaba haciendo, sin importarle que cayeran al suelo y se mezclaran, se apoyó en el escritorio, desordenado y sucio y respiró profundamente para tranquilizarse, de uno de los cajones sacó una botella ambarina y le dio un largo trago, era ron, lo necesitaba si bien no para apaciguar el dolor, sí para tomar valor, se limpio la boca con la manga de la camisa apretando los dientes.

No tuvo más opción, pidió al cochero ser llevado al único sitio donde encontraría paz. El trayecto por las empedradas calles parisinas no fue benevolente a su dolor, del interior de su saco volvió a sacar la botella de ron y le dio otro trago, sentía que iba a desfallecer, apresuró al hombre que conducía el carruaje pero en realidad éste no podía hacer gran cosa. Minutos después estuvo frente al hospital, de cuando bajó de la diligencia hasta que llegó pidiendo un doctor con urgencia realmente no recuerda gran cosa, llegó con la mano en la espalda y en su rostro todo el malestar reflejado, la persona encargada de recibir a los pacientes se le quedó viendo espantado y esto fue el colmo para Gregor.

-¡Un doctor, inútil, ¿qué no ves que es una emergencia?! –gritó sin miramientos, sentía que en cualquier momento iba a desmayarse, pero no podía, tenía que ver a qué estúpido galeno le ponían, era su última opción si quería seguir su existencia sin quedar postrado en una cama de por vida.


Última edición por Gregor Dvořák el Mar Jul 03, 2012 11:32 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Invitado Lun Oct 03, 2011 6:53 pm

Comenzaba a sentir un ligero congestionamiento en la frente, que se extendía por sus senos paranasales y terminaba en sus sienes como si de una máscara de carnaval veneciano se tratase, aquel malestar que precedía siempre a un dolor de cabeza que solía padecer cuando el cansancio comenzaba a ser superior a ella misma, era tan solo una señal de alerta. Colocó los dedos, pulgar y medio de su mano derecha, uno en cada sien e hizo presión esperando a que el malestar se detuviera o contuviera por al menos un par de horas más. Quedaba poco personal, se esperaba un cambio de turno, ella misma se encontraba fuera de lugar, debía estar en su casa pero precisamente esa noche no le apetecía estar en aquel lugar, era una de esas noches en las que preferiría llegar casi muerta y no pensar, no dejar que sus fantasmas mentales que deambulaban por la planta baja, en aquel consultorio, le atormentasen.

Llegó al vestíbulo y se encontró con al muchacho encargado de recibir a los pacientes perplejo, fuera de lugar, junto a un hombre que reclamaba a gritos por un médico. El dolor se disipó o tal vez simplemente lo olvidó. El hombre parecía a punto de caer, con paso rápido (ciertamente, debido a su vestimenta no podía correr) se colocó a su lado, pasando el brazo del hombre sobre si y tomándolo de la cintura, para evitar que flaqueara, ella sólo era un apoyo, él tenía que poner de si, de lo contrario ambos caerían al suelo, ella no podía sostener el peso de un hombre adulto. Apretó los ojos unos segundos, un gesto que no era producido por el esfuerzo sino porque a veces olvidaba que aquellos movimientos podían ser osados y mal interpretados. El aliento etílico chocó con su rostro mezclado con el olor a… ¿opio? A un palmo de su rostro lo observó desconcertada, era tan penetrarte el aroma del opio masticado que ella misma podía sentir el gusto amargo de aquella droga en su boca. Alcohol y opio, que sociedad tan estúpidamente extravagante, el problema inmediato no lo era tanto y dada la cercanía, sólo esperaba que por la combinación del estado en el que se encontraba y los efectos de la droga no le vomitase.

-Soy doctor- le dijo mientras otro hombre llegaba a auxiliarle para sostenerlo, por su apariencia podía jurar que era el cochero que habían sacado, inesperada y apresuradamente, de la cama. –El único que conseguirá en este momento.- aclaró al instante, esperaba que aquel hombre no fuese tan idiota como para negarse a que una mujer le tratase, si así lo era bien podía permanecer ahí en el vestíbulo, vociferando y con aquel rictus de dolor en la cara, esperando a alguien llegara o se desocupase, bien podía esperar horas. Ella se quedaría ahí para observarlo.

Dejó todo el peso a su sirviente y ella se hizo a un lado.

-Por aquí- señaló dando tres pasos hacia el área que tenían de camastros para emergencias, se detuvo y se volvió a verlos esperando que le siguieran.
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Mensaje por Invitado Mar Oct 04, 2011 1:59 pm

No sabía que lo estaba desesperando más, si la cara de idiota del hombre que se suponía debía asignarle un doctor o el dolor mismo que lo estaba paralizando, estuvo tentado a sacar de nuevo aquella pequeña botella rectangular del interior de su saco y darle un trago al ron, pero no era momento ni lugar. Estuvo a un segundo de caer, incluso sintió con claridad la dureza y frío del suelo en sus rodillas, pero algo, o mejor dicho, alguien, le impidió aquello. Cuando giró el rostro para ver a su salvador vio que se trataba de una mujer, y no sólo eso, de una mujer extranjera porque incluso con su dolencia pudo notar todo con claridad, la piel blanca y el cabello negro, los rasgos faciales, su mente de inmediato viajó a oriente medio y arqueó una ceja. ¿No debería estar vistiendo una burka?, cuando trató de hablar otro espasmo de dolor se lo impidió y su cochero llegaba a auxiliar a la mujer.

Avanzaron los tres por el pasillo hasta que sintió que todo su peso era dirigido a su sirviente que se notaba realmente preocupado a pesar de ser un amo no sólo difícil, sino hostil y llanamente grosero. Giró los ojos, no estaba sorprendo de la estupidez humana, una que otros llamarían buenas intenciones o bondad.

Cuando ella indicó el camino, Gregor giró el rostro hacía el otro hombre.

-¿Una mujer? –dijo receloso, intranquilo, no estaba seguro de querer a una mujer como su doctora, el otro se limitó a encogerse de hombros, después de todo no era su decisión. Gregor bufó harto, cansado y adolorido, supuso que era eso o desmayarse del dolor (y la borrachera mezclada con opio), así que sin más dejó que su sirviente lo recostara en una de aquellas incómodas camillas que no beneficiarían en nada su espalda. Con la mano ordenó al joven cochero que se marchara, haciendo un ademán como si espantara mosquitos, sin más el otro obedeció y dejó a su amo en aquel sitio.

-Es tanta mi desesperación que aceptaré que seas tú quien me atienda –dijo una vez estando solo con lo que se suponía era una doctora, aún le costaba trabajo creerlo. Intentó sentarse en el camastro pero sólo logró recargarse en un codo y quedar de lado-, no me lo tomes a mal –dijo con tono mordaz, aunque su voz aún se escuchaba afectada por el dolor –pero no creo que los caprichos de una mujer rica sean considerados estudiar medicina –dijo mirándola de los pies a la cabeza y de regreso –no me mires así –la señaló con la mano –es obvio que, como yo, vienes de una posición privilegiada, no cualquiera puede vestir prendas de algodón –señaló con la mirada su blusa, que en efecto, era de algodón-, entiendo que alguien de tu posición, más siendo mujer, se aburra de las artes y el tejido y se quiera rebelar, también entiendo que tu padre o tu marido te lo haya permitido, pero no estoy seguro que puedas lidiar con esto –y se llevó la mano a la espalda. Estaba siendo rudo y descortés, lo sabía, pero no estaba de humor como para aguantar a una inexperta, o al menos él consideraba que lo era.
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Mensaje por Invitado Lun Oct 10, 2011 9:12 pm

Ahí estaba de nuevo esa pregunta sobre su género y por un momento pensó que la jaqueca regresaría a ella pero no fue así a pesar de la reticencia del hombre escuchaba los pasos del sirviente que lo sujetaba y los suyos arrastrados. Cerró los ojos aún andando, se sabía el camino de memoria y a estas horas los pasillos se encontraban limpios, al contrario del medio día donde podría observarse a gente sentada en el suelo, gimiendo y quejándose de algún dolor.

Le indicó donde el camastro donde debía acostarlo. Observó al otro hombre marcharse, seguramente lo esperaría afuera, y al escuchar a su ahora paciente, quiso marcharse con él cochero. Pensó en hacer algún comentario pero prefirió dejar pasar esa actitud condescendiente de quien hace un favor y merece reconocimiento.

-No lo tomaré a mal- dijo situándose junto al hombre y al verlo así de lado, recargándose sobre un codo tuvo que contener una sonrisa, que sólo quedó como un pequeño esbozo alrededor de la comisura de sus labios. A pesar de su secreta diversión, no pudo evitar observarlo con cierta desconfianza. Al menos aquella altanería le daba cierto detalle singular a la entonación de esas palabras que seguramente ya había escuchado anteriormente unas mil veces, efectivamente así era, sin embargo de aquel hombre parecían ser trasmitidas menos vulgares pero más mordaces. Dejó escapar el aire de sus pulmones sin que esto llegara a ser un suspiro aunque pretendía serlo, estaba cansada de su día, de todo, de las personas como él, las cuales eran la gran mayoría. Le observó dirigir la mirada hacía la blusa oscura que se entreveía bajo la bata.

-En absoluto son los caprichos de una mujer rica, se lo aseguro- le dijo seria e impasible, como si sus comentarios no surtieran efecto en ella, y en realidad le pasaban de largo, habían sido tantos años, tantas personas, inclusive menos educadas y más groseras que el caballero postrado delante de ella -¿Sabe cómo es pasar el día encerrado en un lugar con ropa que no le permite transpirar? He ahí el motivo del algodón- se encogió de hombros para luego agregar –puedo apostarle que el estar aquí me ha costado mayor esfuerzo que a usted llegar a hacer… lo que sea que haga para ganarse la vida, Señor…- dejó la frase inconclusa, al aire para que el terminara por a completarla. Si bien no sería soberbia al grado de rivalizar con su interlocutor, ella no tenía porqué agachar la cabeza.

Él también se veía de buena cuna, su ropa se apreciaba aún más costosa y fina que la suya. Si bien nunca había conocido las carencias materiales con las que otros tenían que enfrentarse y en ese momento se apoyaba de la herencia de su difunto esposo, ella vivía de lo que ganaba en el hospital y una que otra consulta externa.

-¿Cuál es su problema? ¿La espalda? ¿La pierna?- comenzó a preguntar haciendo caso omiso de su último comentario. Ella podía apostar por su forma de caminar que el problema yacía en su columna vertebral, y que por su extraña automedicación, aquello no era nada nuevo -Luego trataré los efectos del opio- comentó tomándole por la espalda e indicándole que se sentara. -No por nada lo ha consumido… Derecho, lo más que le sea posible- indicó tomándole por los hombros, interrumpiendo ella misma la linea de sus primeros comentarios sobre la droga para intercalarlos con la verdadera consulta- No es tan agradable masticarlo, su efecto analgésico suele tardar mucho más pero es mucho más fuerte pero eso supongo ya es de su conocimiento... ¿Hace cuanto lo ha ingerido?- preguntó, al tiempo que comenzaba a delinear el contorno de la columna por encima de la ropa.
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Mensaje por Invitado Miér Oct 12, 2011 2:36 pm

Arqueó una ceja entre intrigado y complacido, normalmente cuando soltaba un insulto tras otros la gente se callaba, agachaba la cabeza. Normalmente sabía, porque lo había observado, que cuando alguien soltaba una ofensa, el interlocutor no se dejaba y respondía del mismo modo y así ambos se veían envueltos en una guerra verbal de nunca acabar, sin embargo a él le sucedía que cuando vociferaba sus invectivas la gente se quedaba callada, no sabía qué era, si la forma en cómo lo decía o su voz o qué, lo cierto es que le gustaba esa cualidad suya, sin embargo, de vez en cuando se topaba gente como la doctora que tenía de frente, persona que se atrevían a refutarle… y eso era divertido. Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro a pesar del dolor, ¿así que aparte de todo tenía argumentos para revirarle lo que le estaba diciendo?, fascinante sin duda.

-Muy valiente hablar de mi sin conocerme –dijo con total tranquilidad mientras se sentaba en el camastro, no sin notar que ella sabía que su dolencia estaba en la espalda, había preguntado pero él no había contestado y sola le indicó que hacer-, como sea el algodón en una fibra costosa, eso no me lo podrá negar, que en una sociedad como la parisina sólo los que vienen de la clase privilegiada pueden darse ese lujo, ese y el de introducirse a un mundo dominado por hombres como el de la medicina –la miró pero causa de la posición en que estaban no pudo clavar sus ojos en los de ella -¿me lo va a negar?, ¿va a decir que tener algún familiar dentro del campo no la ayudó a insertarse como doctora? –sus preguntas, desde luego, eran retóricas.

No pudo seguir hablando, al sólo sentirla tocándole la columna el dolor regresó como si ignorara a propósito el alcohol y el opio. Un quejido se escapó de sus labios, no le importó, por una vez en la vida, no le importó mostrarse así ante un tercero, pero después de todo ese era el trabajo de aquella mujer. Volvió a intentar mirarla, era bastante suspicaz para ser alguien del montón, identificaba con facilidad el aroma del opio y el alcohol, esta vez no pudo evitarlo, con dolor y todo soltó una risa socarrona.

-¿Cuáles efectos? –dijo son sarcasmo-, es evidente que no hubo efectos, sino no estaría aquí –dijo regresando la vista al frente y tratando, de verdad tratando de enderezarse pero el dolor era demasiado, no pudo más, relajó la posición y se llevó una mano a la espalda –el opio ya no surte efecto en mi excepto… ya sabe –hizo una ademán con las manos –estar drogado –finalmente dijo con voz baja, aunque sólo se estaba burlando, cuando quería gritaba que estaba en aquel estado, sólo lo estaba haciendo porque eso era tabú, porque a pesar de su dolor, se estaba divirtiendo.

No volvió a intentar erguir la espalda, el malestar estaba ascendiendo hasta el cuello y detrás de las orejas, tanto que comenzaba a sentir nauseas, era eso o que la mezcla de alcohol y drogas estaba haciendo de las suyas. Su rostro se tornó sereno y miró a un lado, al flanco contrario de donde ella estaba.

-Necesito algo fuerte y efectivo –esa era la verdad, soltó de tal modo que hizo sonar su voz sin burla, sin ironía, iba en serio, su petición era muy circunspecta, sin dobles lecturas. Cada día que pasaba estaba peor, cada día el dolor se apoderaba de él, recién se había caído del caballo vio ese accidente como un anclaje a la realidad de la que cada vez se sentía más desapegado, pero ahora, con los años haciendo mella, sentía que aquello que sufría era como un globo lleno de aire caliente que lo jalaba más y más del piso.
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Mensaje por Invitado Mar Dic 20, 2011 10:09 pm

Estaba juzgando a la ligera, lo sabía pero es que aquel hombre no daba pie a mejores contestaciones, a menos que como “una mejor respuesta” se entendiera agachar la cabeza, y de este tipo ya había dado Ayelet demasiadas contestaciones a lo largo de sus años, a demasiada gente como para hacerlo con ese hombre que requería sus servicios, un hecho que le daba la suficiente confianza y poder para contestar de la forma que a ella más le complaciera. Las formas de él eran altaneras, como si fuese de la realeza, peor aún como si todo el mundo le perteneciera.

-Se puede suponer por la forma en la que se expresa y… ese no es el punto.- Frunció el ceño sin que su paciente pudiera ver tal gesto. -Usted ha hecho lo mismo- respiró hondo y lo miró de reojo, intrigada por aquel hombre que no hacía más que contestar de una forma que no había visto en ningún otro. -Hablar de mí sin conocerme.- quiso explicar, diciendo con voz más baja, como si estuviera mascullando algo. No se arrepentía de haber hecho el comentario pero sabía que, a pesar del poder que su oficio le daba, debía controlarse, a veces, como en ese momento, se le olvida que tenía que cuidar sus palabras, sino terminaría sin pacientes y sin nada que realmente le mantuviera en aquella ciudad, por el simple hecho de ejercer siendo mujer –El algodón es una fibra costosa pero extremadamente funcional para esta profesión.- repitiendo lo que ya le había dicho, y se encogió ligeramente de hombros, no tenía un argumento más valido que ese, era la verdad.

El último comentario hecho por el caballero provocó un ligero titubeo en sus manos y dando la personalidad de su paciente, sabía que aquel sutil movimiento sería interpretado como una victoria, una flecha que da en el blanco. Suspiró tratando de buscar las palabras pero no había manera de cubrir la traición de su cuerpo -No, no lo negaré. Es gracias a mi esposo que estoy dentro de este mundo pero tampoco ha sido un trabajo fácil, no lo es.- reiteró.

Se guardo el adjetivo “fallecido” para sí, ¿con que objetivo? Ni ella misma lo sabía, tal vez quería prolongar más aquella platica con aquel hombre que aunque fuese educadamente grosero, cada frase estaba destinada a sonar a un golpe, a pesar de eso estaba seguro que le estaba tratando como a cualquiera que pudiera toparse en una cantina, pocas personas la trataban como un igual o algo parecido en ese lugar. Por un momento recordó el instante que puso por primera vez un pie en el hospital, siempre acompañada de Tâleb e internamente le maldijo, no había hecho más que trabajar sin conseguir fruto alguno, con o sin él, no había conseguido nada.

-Las nauseas - apuntó para señalar los efectos a los que ella se refería. -Usted puede decir que es debido al alcohol, al excesivo consumo de alcohol.- explicó, mordiéndose los labios, él seguía sin tener contacto visual con ella. -Yo diría que es por el opio, si quiere drogarse para apaciguar su dolor, no sé porque lo consume de ese modo, ya alguien debería haberle dicho que vía oral, masticándolo, su efecto es más lento aparte de que sabe a rayos, aunque claro no creo que el sabor sea una contradicción debido a su lengua insensible por el alcohol.- Él le solicitaba una droga más poderosa, más efectiva, antes de eso, ella necesitaba saber cuál era su dolencia para poder ayudarle. Al verlo entrar al hospital supo que su dolencia estaba en la espalda, por la forma en la que se apoyaba. -¿Podría quitarse la camisa y ponerse en pie un momento- su voz se escuchaba serena pero no daba lugar a pensar que fuese una sugerencia, era algo que debía hacerse -Dándome la espalda.- especificó, mientras esperaba a que él la obedeciera -Después de todo este circo, le aseguro que trataré de darle una droga que de mínimo haga el dolor soportable.-
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Mensaje por Invitado Vie Dic 23, 2011 2:21 pm

Una sonrisa, diminuta y perfecta, y por lo mismo, molesta y burlona, se dibujó en su rostro cuando ella vaciló en sus movimientos e hizo aquella inflexión en su voz, imperceptible para la mayoría, para él una señal para seguir atacando. Oh, no sabía lo que había hecho, darle ese atisbo de inseguridad era como ponerle en las manos un arma a un asesino serial. Se contuvo de decir algo más por ahora. Seguía sin mirarla (lo necesario de vez en cuando), pero su voz por ahora bastaba pasa medir con exactitud la tesitura de su voz y notar los cambios.

-Ah –dijo cuando ella le dio la razón diciendo que había sido su esposo quien la había ayudado a inmiscuirse en el mundo de la medicina-. Me niego a creer que es casada –finalmente giró el rostro para volver a verla-, demasiado recatada para una mujer con marido y de su clase social –se refería a la vestimenta, muy seria y muy sobria, las mujeres de la alta sociedad, sobre todo la parisina, y que tenían un hombre que solapaba todos sus caprichos, gustaban de vestir un tanto más… llamativo, no es que anduvieran con escotes o algo parecido-, yo diría que es más bien viuda –dijo como si se tratara de una adivinanza, se encogió de hombros y el dolor, ante ese simple movimiento, regresó a él en un terrible espasmo y con él, un quejido como parte del reflejo.

-¿Y si quiero drogarme para sentir que camino entre nubes? –preguntó, obviamente estaba siendo sarcástico, aunque era verdad que a parte de apaciguar su sufrimiento físico, lo que más apreciaba del opio era ese otro efecto que lo ayudaba a desprenderse de una realidad de la que cada día se sentía más un intruso.

Luego rio, de nuevo trayendo consigo el dolor que le apaleaba la espalda, ya ni quisiera podía señalar un sitio, era toda la espalda. ¿Hablaba de sabores amargos?, ella no sabía la clase de sabores amargos que él había probado, frunció el ceño en señal de molestia al estar pensando en tonterías, pequeños pasajes de su vida plagados de sentimentalismos innecesarios. Sin más se puso de pie como le fue pedido que lo hiciera y comenzó a desabotonar la camisa. En cuanto ella dijo que de espaldas, no dudó un segundo en hacerlo, no sabía qué tan suspicaz fuese ella, pero intuía que mucho, su profesión así lo requería, y no quería que viese en él aquel indicio de lo que el llamaba humanidad. Aunque creía que cosas como la inmortalidad de los vampiros no eran para él, no se sentía parte de la raza humana. Era único en su especie, y esa era una existencia demasiado solitaria.

-¿Soportable? –dijo como niño berrinchudo-, no necesito que sea soportable, para eso puedo embriagarme –se irguió y el dolor vino de nuevo en marejadas insoportables-, necesito que sea eliminado –dijo con voz clara.

Solía decir que el dolor del que era víctima era su anclaje a una realidad que si bien no le gustaba, necesitaba para su labor, pues después de todo, la Física estudiaba esa misma realidad que él repudiaba, pero en ocasiones como aquella, simplemente deseaba desistir deseaba arrancar de una vez por todas eso que le quitaba el sueño, pues era demasiado. Acostumbrado al dolor como estaba, aseguraba que cualquier otro que tuviera que soportar lo mismo por sólo un segundo, se pondría a llorar como el más patético de los niños. ¿Quién podría culparlo por querer tener aunque sea un momento de paz?, no significaba que iba a comenzar a hacer actos de caridad y saludar con cortesía a los desconocidos por las calles.
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Mensaje por Invitado Jue Dic 29, 2011 5:56 pm

Aquella observación le hizo reír, y lo hizo como tenía tiempo que no lo hacía. A ella misma su risa le pareció simple y con una resolución que pocas veces había escuchado en ella. El ahora su paciente parecía pensar demasiado, suponer tantas cosas con el fin de ofender a la gente, de desentrañarlos, lo que él parecía ignorar era el hecho de que existían matices, y que no todo era derivado de un solo motivo y que no todo tenía un fin concreto, aquella ignorancia, egoísta e infantil, le hizo mantener imperceptible sonrisa en su rostro, durante toda su conversación.

-No pertenezco a esta cultura parisina de caprichos y prendas de vestir coloridas… o provocadoras.- le señaló al hombre. - Pero ha dado en el clavo, soy viuda, no tiene mucho que mi esposo falleció.- mintió, el tiempo realmente no importaba, el cuerpo de su difunto esposo seguramente estaría, a esas fechas, irreconocibles en su cajón correspondiente en el cementerio, hinchado y carcomido. - Conservo el luto. Nunca he sido una mujer de derroches, pero eso a usted no le importa.-

A pesar de que nunca le había faltado nada, ni su padre ni Tâleb habían solapado sus caprichos ¿Alguna estos habían existido? Caprichos normales, aprender medicina había sido su único capricho y había hecho cualquier cosa por alcanzarlo y de alguna forma daba gracias de haberse encontrado a alguien como él, como su difunto marido.

-Por mi puede drogarse para alcanzar la muerte.- dijo mientras observaba como se levantaba y acataba la orden que le había dado. De cierta forma tener un poco de poder sobre aquella persona que parecía no gobernarse por nada ni por nadie, excepto él, era una sensación gratificante. Se acercó a tomar su camisa, la cual colocó sobre el camastro donde había estado sentado y luego se alejó un par de metros.

Una vez en la posición que le había pedido, observó la línea que formaban sus hombros con su cuello, la inclinación de estos, la postura que adquiría al erguirse. Sabía que todo aquello le provocaba dolor, se acercó a él y palpó los tramos donde la columna se encontraba desviada, ahí donde las vertebras parecían unidas con las continuas, fusionadas, pequeños huesos chocando los unos con los otros.

-¿Cómo fue la caída?- preguntó separándose y ofreciéndole de nuevo su camisa. Aquel momento se había tornado un tanto incomodo. Lo miró de reojo. -Me temo que hay dolores que no pueden ser eliminados-

Una caída o una paliza atroz, podía imaginarse ambas, incluyendo la segunda por la gran boca busca problemas que parecía poseer el hombre que tenía enfrente, de ser de ese modo su enemigo podría darse por bien servido, le había jodido la vida, de no ser así la vida era quien lo había jodido a él. Aquel dolor debería ser agudo y persistente, un poco menor pero muy cercano al dolor que experimentaban aquellos pacientes moribundos que se quejan de dolores que les carcomen los huesos y las entrañas, producidos por masas que hasta el momento nadie ha podido explicar.

-Puedo ofrecerle algo pero necesita macerarse, así que no lo tendré de inmediato.- se sacudió las manos, y las limpio con un pedazo de tela cercano [color=MediumPurple]-Mientras tanto.- se mordió el labio inferior pensando que tal vez pudiera no aceptar. [b]- puede decirle a su cochero que nos lleve a mi casa, descuide.- lo miro de arriba abajo. - no es plan con maña, aquí no tengo. Es un preparado de alcohol y opio, ya sé lo que va a decir.- dijo antes de que aquel hombre pudiera interrumpirle. - es más efectivo y seguro de lo que ahora toma de forma tan empírica, las dosis correctas para sanar un dolor como el suyo.
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Mensaje por Invitado Jue Dic 29, 2011 9:49 pm

Su risa fue un sonido que resonó dentro de su cabeza como si se encontrara dentro de una de las enormes campanas de Notre Dame, por lo natural que había salido, hacía mucho que no escuchaba un sonido similar. ¿Su risa?, ¿la risa de Gregor?, un sonido apagado y burlón, desdeñoso, que era todo menos feliz. Hubo algo en aquella melodía que lo trastocó más de lo que le hubiese gustado, algo que no pudo nombrar de inmediato, y odiaba que eso pasara, eran tan raro que no encontrara una respuesta inmediata que cuando algo así se presentaba lograba exasperarlo realmente. Apretó el puño derecho tan fuerte como pudo, pero dada su situación de malestar, no era mucha la fuerza que le quedaba, eso aunado a su estado alterado por el alcohol y las drogas.

Se removió en su lugar tan sólo sintió las manos de la mujer sobre su piel, se trató de convencer que era por la falta de costumbre, eso debía ser, nadie lo tocaba, ni nadie quería hacerlo de todos modos. Dio un respingo breve, era porque las manos estaban frías eso debía ser. Se repitió tanto aquello que luego le pareció absurdo, ¿a quién trataba de convencer?, no importaba.

Apuntó muy bien el dato de que era viuda, y que había atinado en su diagnóstico al sólo verla moverse y en su apariencia. A pesar de que casi no salía, no por voluntad propia, al menos, no perdía esa cualidad de poder leer a las personas, la mayoría eran predecibles y planas, no merecían su atención, pero algunas, como esta doctora, se salían de la norma. Ella, para empezar, estaba inmiscuida en un mundo gobernado por varones, aunque él lo adjudicaba a una necedad sordomuda, no dejaba de ser ya una anomalía de color en una gris normalidad, y a parte estaba el hecho que era sumamente altanera, la gente solía cerrar la boca al primer comentario hiriente que soltaba, ella, por otro lado, parecía disfrutar tanto como él el intercambio de insultos.

-Caí de un caballo –la miró de lado, moviendo el rostro y los ojos apenas-, hace unos 20 años –le pareció prudente aclarar. Guardó silencio después, carraspeó y tuvo un milisegundo de debilidad-, también… -se reprendió a sí mismo por continuar hablando, ya no había nada más de qué hablar, bufó muy quedo y no le quedó más remedio que terminar, ahora no iba a dejar que aquello lo delatara como alguien tan tonto como para cometer ese error –hace años recibí una golpiza, no es la única que he recibido –alguien como él constantemente se veía envuelto en ese tipo de cosas –pero sí la más significativa –rio al recordar al verdugo, un joven rubio, todo por no pagar una deuda, todo por sus malditos cojones.

Tomó la camisa sin mirarla, se giró para tenerla de frente, no era alguien que no mirara a la cara cuando hablaba (mirar a los ojos era otra cosa, algo en ese ligerísimo autismo que padecía a veces lo obligaba a no dejar a nadie hundirse en los abismos azules de sus orbes), y comenzó a abotonar la prenda.

La miró sinceramente sorprendido cuando ella habló de ir a su casa, de aquel gesto pasó a una sonrisa curva sólo de un extremo de su boca y lego, sin más, a una carcajada altanera.

-¿A la correcta doctora la pone cachonda el paciente? –terminó de ponerse la camisa y se recargó en el camastro en el que antes estuvo, la risa en ese instante ya era sólo para enfatizar la burla-. Deben ser las drogas –dijo después, ya con la carcajada extinta por completo –pero vayamos… sí, las drogas y este jodido dolor –aceptó luego a su modo, su rostro se tornó más serio, revisó el lugar para ver que no olvidaba nada y caminó sin esperar por ella, sabiendo que iba a ser seguido.
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Mensaje por Invitado Mar Ene 24, 2012 12:54 am

Aquellas palabras confirmaron sus sospechas, ambas sospechas, cualquiera podía inferir que él era un hombre que atraía los problemas con suma facilidad. No recordaba con exactitud la cantidad de veces que había visto el daño que un golpe bien acertado podría llegar a hacer, al igual que una lluvia de simples golpes inexpertos, ella había presenciado ambas cosas, la primera de soldados adiestrados y la segunda de gente común y corriente en resistencia. Asintió ligeramente, no era nadie para ahondar en el tema. Tragó saliva y su primera reacción fue mantenerse de espaldas mientras él se cambiaba pero supuso que él le habría dado la cara de inmediato o al menos eso habría hecho ella, así que no se sorprendió cuando al darse la vuelta lo encontró mirándola de frente.

Ella era toda una profesional o al menos trataba de comportarse de la manera más profesional que le era posible y debido a ello durante la exploración que hizo a la columna de aquel hombre, no había reparado en la gran cantidad de cicatrices que le surcaban la espalda, aquellas marcas no eran de su incumbencia, estaba ahí para hacerse caso de otras dolencias, sin embargo un sentimiento de entendimiento le embargó, no sentía lástima por él pero de alguna forma todo encuadraba en aquel hombre, un hombre que había llegado doblado del dolor al hospital, tan sólo acompañado por un sirviente pero sin gozar de la compañía de algún familia, drogado y alcoholizado, burlón y mal humorado, sin importar quien fuese su verdugo, comprendía que aquellos azotes, eran capaces de marcas a las personas más allá de la carne.

Antes de que terminara aquella frase burlona, ella ya había puesto los ojos en blanco.

-No se emocione, lo invité a mi casa más no a mi cama.- dijo suavemente y asintió solemnemente ante aquellas palabras de aceptación de aquella broma fuera de lugar.

Ella ya estaba por irse cuando se encontró con él y decidió atenderlo, no se despidió de nadie y juntos salieron del hospital. Ahí acababa su día en aquel lugar que cada vez se hacía más sofocante. Subieron al carruaje de aquel hombre donde ya esperaba su cochero, quien sumido en un sueño se sobresaltó al verlos llegar. Le indicó el camino a su casa y no tardaron en estar enfrente de ella, ya que no estaba localizada tan lejos del hospital.

-Bienvenido a mi humilde morada, Señor… – dijo ante la puerta, abrió la puerta pero se quedó en el umbral. Al no conocer su nombre, entrecerró los ojos, desde ya podía ver aproximarse un comentario agrio, tan sólo esperaba que el dolor no se lo permitiera. -¿Cuál era su nombre?- preguntó al entrar y guiarlo hacia la sala de estar, ignoraría cualquier comentario sobre aquel descuido de igual forma él no sabía cómo se llamaba ella.

Le ofreció el lugar más próximo a él para de inmediato se reclinara, y calmara un poco el dolor que suponía estar de pie. Encendió un par de lámparas de aceite que se encontraban en el lugar, le acercó una al lugar donde él se encontraba. No solía recibir muchas visitas y menos a esas horas de la noche.

-¿Le importa que lo deje aquí unos minutos?- Se sentó junto al lugar donde le había ofrecido asiento y sin esperar respuesta alguna de inmediato se levantó. Tal vez era que se encontraban totalmente solos en un lugar conocido y tan intimo para ella pero no sabía explicar que era, pero algo había en su presencia que le perturbaba hasta el punto de empezar a ponerla nerviosa. -Regreso enseguida.-

¿Estaba huyendo? No, claro que no. Respiró profundo para tranquilizarse y olvidar aquel momento irracional porque al final del pasillo se encontraba uno peor, en aquel lugar se encontraba el consultorio de su difunto esposo, en aquel lugar era presa del recuerdo de aquella noche, la escena del suelo coloreado por la sangre, el cuerpo inerte de Tâleb…

Con pasos largos y rápidos, atravesó el consultorio y llegó al estante donde yacía el medicamento que estaba buscando, tomó el frasco color ámbar y salió del lugar sin fijar la vista en nada, a veces lo hacía y se llamaba así misma masoquista. Sus pies no se detuvieron ni una sola vez hasta llegar de nuevo a la sala, donde al regresar lucía más pálida de lo que realmente era.

-Unas treinta hasta 40 gotas deberían de bastarle, no temo por su nivel de tolerancia al opio.- dijo al momento de ofrecerle el frasco -Este frasco es lo único que tengo, si quiere más deberá traerme opio para que lo prepare -
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Mensaje por Invitado Jue Feb 02, 2012 9:35 pm

Su espalda era un mapa, uno mal trazado en pergamino que se desgasta, y como en un planisferio, se podían descifrar cosas ahí, cosas a las que Gregor prefería ignorar, fingir incluso que no existieron, aunque en ellas se encontraban muchos motivos que lo movían ahora. Hundir todo ese pasado lastimero, él no quería la caridad o la compasión de nadie, no lo necesitaba. Agradeció en silencio que aquella mujer, a pesar de todo, no hiciera preguntas, que se limitara a su labor profesional, que guardara silencio era la tregua momentánea que le concedía por ese simple hecho, por no hundir los dedos en una herida aún abierta, aunque no le gustara aceptarlo, aunque a él le gustara decir que esa lesión ya estaba sanada, cicatrizada y casi desvanecida.

Rio cuando ella aclaró que le había extendido una invitación a su casa, y no a su cama, aquello había roto ese armisticio que él mismo había concedido. Terminó de abotonarse la camisa y empezó a caminar. Notó, desde luego, que salía del lugar sin despedirse de nadie, un dato que no podía pasar por alto dadas las circunstancias y el cómo se había desarrollado su relación.

De un momento a otro ambos estuvieron en el carruaje que antes lo llevó a él hasta ese hospital, era extraño que se mantuviera callado todo aquel tiempo, pero aunque aquella bandera blanca que se izó ya no estaba en lo alto, aún seguía trastocado de haber dejado que aquella mujer (desconocida) viera su espalda, en donde su historia se podía leer con claridad pasmosa.

Cuando ambos bajaron, se dejó guiar por ella, observando la fachada de aquel lugar, parecía una casa grande, y bien ubicada, también notó eso, muy cerca, convenientemente, del hospital. Avanzó muy cerca de su anfitriona y antes de entrar la miró.

-No te he dicho mi nombre –obvió con tono mordaz y alzó la mirada para ver el techo que ahora lo cobijaba, pues había ingresado ya a la casa-, Dvořák –dijo sin más –Gregor Dvořák –apuntó luego y la miró como esperando la siguiente indicación. Ambos siguieron avanzando y aunque no quiso, tuvo que preguntar-, ¿y tú eres…? –por supuesto, ni en la pregunta ni en la entonación de su voz hubo atisbo alguno de educación o cortesía. Un mero formalismo.

Se sentó donde ella había indicado, la miró prender las lámparas en la obscuridad, y poco a poco su figura se fue delineando por la vaporosa luz de aquellas fuentes, antes de poder decir algo a la pregunta formulada, la doctora ya desaparecía en el pasillo y giró los ojos, parecía que estaba huyendo de él, de estar a solas con él. ¡Había sido ella quien lo había invitado!.

Aprovechó para mirar a su alrededor, estudiar todo con escrutinio casi detectivesco. La escuchó caminar de regreso y a penas se removió de su lugar, no le dirigió la vista y carraspeó.

-Esta casa es muy grande para alguien que evidentemente está sola –dijo, soltando su veneno sin miramientos. No tenía consideraciones con nadie, no tenía por qué ser diferente esta vez, sin embargo, al mirarla finalmente la vio tan trastocada que algo que nunca creyó sentir le arañó el pecho desde adentro, culpa que pronto desapareció, que ahogó porque no podía permitirse una debilidad de aquella índole, sin embargo, calló, de nuevo, ofrecía una tregua momentánea.

Después de un segundo o dos, miró lo que le ofrecía y luego a ella con cara de hastío.

-Es un hermoso frasco –ironizó –pero si no sé que contiene no lo tomaré, ¿podrías ser más específica? –urgió de una respuestas, parecía que en ese lapso que había desaparecido por el pasillo y regresado, había perdido la concentración. La creía, porque se lo había demostrado, una mujer inteligente, algo realmente grande debió haberla alterado.

-¿Treinta o cuarenta gotas? –volvió a preguntar con hartazgo en su voz-, ¿bebidas, untadas o qué?, por todos los cielos, mujer –arrebató el frasco –soy tu paciente, ¿podrías ser un poco más clara? –observó con detenimiento aquel recipiente. El olor que emanaba, sin embargo, le parecía familiar.
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Mensaje por Invitado Mar Feb 14, 2012 10:28 pm

A pesar de estar en su casa, en su territorio, en un lugar que debía ser un refugio para ella al salir del hospital, en el se sentía incomoda y acorralada, no por su visitante sino por las paredes de la casa, por los recuerdos que para ella se encontraban plasmados en cada uno de sus rincones, recuerdos que parecían quedarse impregnados en el tapiz.

-Ayelet…- Por primera vez en mucho tiempo titubeaba en algo que para ella se había convertido en una costumbre de años, el apellido de su difunto marido salía de su boca con mayor facilidad que su propio nombre, sin embargo en aquella ocasión no fue así. La inquietud de pronunciar su apellido de soltera bailó en sus labios durante unos segundos, el deslindarse de aquella forma, en frente de aquel hombre a quien parecía no importarle si era una completa desconocida o si contaba con el apellido de un notable doctor, era demasiado tentador –Ayelet Sabik- completó, sucumbiendo a la norma y descubriendo en ella cierto sentimiento de desilusión de si misma por no aprovechar aquel lienzo en blanco.

El deseo de querer presentarse ante aquel hombre de aquella manera le parecía desconcertante y por ese mismo motivo insoportable, era un sentimiento completamente nuevo. Aquello era tan nuevo para ella que resultaba algo desconocido por completo. Bien se decía que “la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”. Salió de la estancia huyendo y comenzando a sentir miedo de si, huyó por que sin duda era más seguro para ella sofocar ese sentimiento emergente por uno ya afianzado en sus entrañas, el tormento de aquel consultorio maldito y cubierto de sangre.

Esperaba encontrarse más tranquila al estar de regreso en la sala donde había dejado al Señor Dvořák, salir de aquel trance en el que le sumía aquel lugar, mejor dicho el recuerdo de uno de los peores momentos de su vida. Lo escuchó hablar, aquella característica entonación que parecía querer golpear con cada silaba, destrozar con cada frase. Por tratar de tranquilizarse de golpe podía sentir en su pecho la sangre bombear fuertemente.

-Claro- dijo saliendo de su letargo, al escuchar su interés por el contenido del frasco. Aquella mirada llena de hartazgo, aquella pesada mirada terminó por regresarla a la realidad. –No esperaba menos de usted- dijo con serenidad –usted conoce perfectamente bien los ingredientes contenidos en ese frasco, el líquido contenido en él es fundamentalmente una mezcla de opio y alcohol- explico y antes de que el pudiera intervenir con alguna objeción continuo –No se trata de la forma tan descuidada en la que usted la consume, es la proporción adecuada para que resulte efectivo.-

Ante la referencia de si mismo como su paciente, ella curveo ligeramente el extremo derecho de uno de sus labios, tan ligero como imperceptible.

-Son treinta o cuarenta gotas bebidas- contestó sin perder la calma, ella tenía la culpa por no intuir la desesperación en aquel hombre, por no ser más especifica desde un principio, trataría de no volver a cometer ese error pero a veces al despistarse ocurría. -pero esto es sólo momentáneo, creo que a usted podría convenirle unos cataplasmas, unas preparaciones maceradas, aplicadas sobre la piel, sobre la zona afecta mediante paños.-

Explicó como quería proceder en su tratamiento, todavía no existía el método para erradicar por completo el dolor que aquejaba a ese hombre y tal vez en algún futuro se contara con los medios y aunque en ellos ponía un poco de sus esperanzas, realmente lo dudaba.

-En este momento no cuento con la hierba a la que necesito macerar- explicó en forma de disculpa –No puede culparme, yo no sabía que hoy atendería un caso como el suyo- No se refería al caso clínico en sí, sino al peculiar paciente. –Prometo visitar el circo gitano más seguido y pedir que me lean la mano.- repuso con ironía frente a aquel hombre de ciencia.

La planta que buscaba no era europea aunque estaba bien difundida por el continente, sin embargo era menos popular que el opio y no era fácil de encontrar en París. Trató de hacer memoria. Solía platicar con la servidumbre, aquella casa era demasiado para que ella sola se encargara de su limpieza y mantenimiento, el marido de una de las muchachas de servicio era jardinero en el jardín botánico, uno de los pobres diablos que explotaban en aquel lugar, él le había comentado sobre aquella planta, escondida entre la vegetación que tenía como objetivo mostrar y preservar el jardín botánico parisino.

- Creo que sé de un lugar donde podría encontrarla ¿Me acompañaría al Jardín Botánico Señor Dvořák?-


Última edición por Ayelet Sabik el Lun Jun 04, 2012 9:58 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Miér Feb 22, 2012 2:17 am

Ayelet Sabik, apuntó muy bien el nombre, no supo por qué, no supo qué trascendencia podía tener después aquel nombre evidentemente extranjero, simplemente su instinto le dijo que así lo hiciera, que lo guardara celosamente, que ya le encontraría un motivo. Él no era alguien tan básico como para escuchar a su “instinto”, antes que nada, escuchaba a la voz de la razón que resultaba un sonido atronador en el interior de su cabeza, acallando a cualquier otra voz, sin embargo, aquella vez, la razón no gritó, su instinto sólo le susurró que guardara aquel nombre.

Sonrió de lado, aquello se volvía cada vez más interesante. Una mujer metida en un mundo de hombres, y no sólo eso, una sionista en una París católica hasta el tuétano, sin duda toda una personalidad a considerar. Se trataba de una anomalía en medio de la normalidad. Una cebra entre tantos caballos iguales y pardos. Dentro de su profesión, eso era lo que buscaba, las irregularidades, la rareza; en su vida personal, en cambio, no buscaba gran cosa, pero cuando se las topaba, como era el caso, no podía evitar asociarlo con su propia labor científica, un hallazgo, un descubriendo era un descubrimiento en cualquier ámbito. Después de todo, la Física era lo único que tenía, pero sobre todo, lo único que le interesaba tener.

Se quedó mirando aquel frasco cuando le explicó lo que era, ahora lo miraba distinto, ese frasco contenía los dos ingredientes esenciales en su solitaria vida, alcohol y droga. Entonces recibió las instrucciones como era debido, pensó que si eran de 30 a 40 gotas, él se tomaría mínimo unas 50. Porque así era él, pero también porque así era su dolor. Dejó de observar el recipiente cuando ella siguió hablando y arqueó una ceja, al menos sabía de qué demonios se trataba su profesión, le agradó esta vez que fuese un poco más explícita, conocía algunas nociones de medicina pero no era tan obtuso como para autoproclamarse un experto.

-Pfff –bufó-, no la creo capaz de creer en la charlatanería de la quiromancia y otras “mancias” –dijo, y aunque su voz y sus palabras sonaban a insulto, porque así siempre era, en realidad se trataba de un halago velado. Le estaba queriendo decir que la creía inteligente, y eso en la escala de valores de Gregor era el peldaño más alto.

-¿Pero qué escucho? –dijo como si su curiosidad hubiese sido despertada de un letargo, sólo una actuación para a acentuar la ironía con la que siempre hablaba-, ¿dos invitaciones en un mismo día?, en verdad voy a empezar a creer que soy más que un paciente –dijo mirándola con esos ojos azules y penetrantes, molestos como mosquitos que sobrevuelan cerca del oído durante la noche. Rio desparpajadamente luego-, 30 a 40 gotas bebidas –repitió murmurando mientras guardaba aquel remedio entre su ropa.

-¿Pretende ir ahora mismo? –luego la miró con una ceja arqueada-, ¿o querrá verme otro día?, empezaré a creer que sólo son pretextos para vernos de nuevo –se burló y suspiró después. Aunque le hubiera encantado seguirse mofando, sabía que lo que ella hablaba era con conocimiento de causa, y que si quería ir al Jardín Botánico era por una razón-, no sé para qué quiera mi compañía, pero acepto que no puedo ponerme remilgoso, iré… porque quiero que el dolor me deje en paz, lo suficiente para trabajar en calma al menos un rato –dijo-, e iré también, porque quiero ver hasta dónde llegan sus habilidades -agregó retando. Era claro que no quería que el dolor desapareciera por completo.

La gente lo tachaba de loco. La gente estaba en lo correcto.

Para Gregor, el dolor físico lo mantenía sobre la tierra, le hacía sentir que seguía vivo, le daba su mayor motivación. Y aunque sí, estaba loco, necesitaba un mínimo de cordura para continuar sus investigaciones, y aquel malestar en la espalda le servía como anclaje a la realidad. Sólo quería que a veces aminorara para dejarlo concentrarse en las cosas importantes, en el por qué de las cosas, que ese era su lance. El funcionamiento del Universo, sólo porque era un ser que se cuestionaba todo y ninguna respuesta lo satisfacía hasta que pudiese ser comprobada; ayudar a la humanidad era un penoso efecto colateral.
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Mensaje por Invitado Lun Jun 04, 2012 10:14 pm

Le observó atentamente mientras él admiraba aquel pequeño frasco. Era un alivio que aquel fuera el único frasco, intuía que aquel hombre sería capaz de beberlo entero como si de una copa de whisky se tratara, sólo a sabiendas de que no había más le creía absolutamente capaz de contenerse y guardar cada gota de aquel liquido como si fuera un preciado tesoro, confiaba que aquella sustancia le ayudara con su dolor de espalda, pero por otro lado era ese mismo dolor lo que hacia que aquella carencia de un “remedio” le fuera tan preocupante. Las vertebras sostenían y formaban la columna vertebral, esa hilera de pequeños engranes, de huesos sólidos, apilados uno sobre otros, tan limitados en movimientos, recubrían y resguardaban la prolongación del sistema nervioso encargada de regir los movimientos y la sensibilidad del resto del cuerpo, era una fortaleza tan delicada e importante que no podía ser tratada ni curada como cualquier otro hueso del cuerpo, no podía acomodarse como si se tratara de un hombro fuera de su lugar, los daños permanecían de por vida, aprovechándose de las terminaciones nerviosas que de ahí se extendían por el cuerpo para agudizar el más inofensivo dolor.

Parpadeó al escucharlo y abrió los ojos en su totalidad para deleitarse de la actuación exagerada que le ofrecía. Aquel hombre le intrigaba, apenas se estaba tratando de recomponer de los demonios que la azoraban y él había sido capaz de robarle una sonrisa de quien sabe donde, su personalidad le resultaba peculiar, jamás había cruzado palabra con alguien que inevitablemente impregnaba cada palabra de sí y su gran ego sin que resultara tedioso y lo tachara de inmediato de estúpido.

-Y en efecto, no creo en ninguna mancia- su voz tintineó al momento que ella se removía en su asiento. -Creo que la hora, su dolor, y nuestro cansancio le impiden detectar el sarcasmo, Señor Dvořák. - Jamás había conocido a un gitano, no eran de las personas que solían poner un pie en un hospital y ella misma no era de las personas que solían ir al circo gitano. En toda su vida jamás había podido concebir a personas que podían leer el futuro en la palma de la mano o en los residuos de café al fondo de una taza, si fuera tan facil… no lo concebía, no le gustaba pensar en aquella posibilidad, en la posibilidad de conocer el futuro y que así resultara maleable a voluntad.

-Yo misma estoy sorprendida de mi generosidad, no se preocupe, no se emocione, las invitaciones han acabado por el día de hoy- se levantó de su asiento y con un par de pasos se encontró enfrente del lugar donde él se encontraba sentado –Es obvio que pretendo ir ahora mismo, lo llevo a usted para que me sostenga la lámpara de aceite mientras busco la planta- dijo imitando su tono cargado de ironía. No se dejó intimidar por aquella mirada oscurecida por la penumbra pero que aún así fulguraba gracias a la luz provista por la lámpara al lado de su visitante.

Su compañía le resultaba refrescante, una gran ironía debido a la apariencia tan rancian de él.
–Será otro día, ¿no le emociona nuestra primera cita al aire libre rodeados de flores? No puede decir que no soy una mujer romántica.- contestó su burla y luego puso los ojos en blanco. –Necesito su ayuda – dijo al fin -pero si prefiere puede mandarme a alguno de sus sirvientes, si prefiere y desea arriesgarse a que el trabajo no sea realizado como lo deseo.

No estaba segura que lo que quería hacer estuviera permitido en el Jardín Botánico, no era nada grave pero la gente gustaba de complicar las más simples acciones, no importaba la índole de la autoridad, las reglas consistían en límites impuestos para mermar las voluntades.

-Lo más probable es que no tenga guardia en el hospital el viernes, mande a alguien a buscarme pasado mañana para confirmar la cita. Entre más pronto vayamos mejor.- su voz disfrazaba el cansancio que sentía, estaba segura que gracias a aquel encuentro, a aquel hombre tan singular, subiría a su cuarto y se iría a la cama sin pensar en sus fantasmas de siempre, con la mente ocupada en su próxima visita al jardín botánico, en el tratamiento que esperaba funcionara. Sin que ella lo sospechara estaría pensando indirectamente en él.

Le dirigió a la puerta, luego le observó ascender a su carruaje, confiando en que lo que le estaba suministrando menguara un poco el dolor de su nuevo paciente. Aquella noche no se despidió, tal vez parecería descortés pero no le pareció adecuado hacerlo, confiaba en que se volverían a ver pronto, no por que el destino así lo quisiera, recordó aquel comentario sobre las mancias y enseguida lo desechó, volverían a verse pronto por que así debía de ser.
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Mensaje por Invitado Miér Jul 04, 2012 12:21 am

«When you're that big a jerk, you're either great or unemployed.»
-Paciente en House, M.D., "Sex Kills" (S02E14)

De una forma unilateral y egoísta, porque así era Gregor, él físico creía que tenía derecho a ser grosero, déspota y descortés simplemente porque su intelecto superaba al del promedio, había escuchado la palabra “genio” desde muy joven y se la creía aunque le parecía corta, y le gustaba aunque él mismo no la pronunciaba para referirse a su persona, y aunque todo eso fuese conducido por una soberbia más allá de toda medida, era una verdad irrefutable. Gregor Dvořák era un genio con todas sus letras, había ayudado a impulsar muchas teorías y a comprobar otras tantas; esto él no lo sabía, cómo iba a saberlo recluido todo el tiempo en el caserón que sus padres le dejaron en París, pero la Física occidental de su época simplemente no podía entenderse sin la parte fundamental que él significaba. No hacía falta que lo supiera por boletines científicos o colegas, dentro de él ese conocimiento siempre había habitado… él movía hilos que otros simplemente no comprendían, él empujaba al mundo hacia un progreso, aunque ese no fuese su fin último. Su motivación primordial (y única quizá) era desentrañar acertijos, era un niño curioso y berrinchudo que debía obtener respuesta a todas sus cuestiones.

Y sin embargo, a pesar de su altanería inmanente, esa mujer había demostrado que era merecedora de su respeto hasta cierto punto. Gregor respetaba a contadas personas en el mundo y a lo largo de la historia, claro que lo hacía pero jamás había externado nada de eso, aumentando la visión general de que se trataba de un ególatra sin ninguna otra lectura pero sí con raigones que, de algún retorcido modo, explicaban su inmodestia.

La escuchó con genuina atención, había demostrado ser merecedora de tal premio, no abrió la boca por largo rato, se le notaba incluso pensativo, con un semblante parecido al que adoptaba cuando lo que tenía escrito y lo que ejecutaba en su laboratorio no coincidían y tenía que, de algún modo, hacerlo coincidir para que todo tuviera sentido (Un hombre con una obvia falta de cordura buscaba el sentido de las cosas, era una ironía por donde se le mirara). Entonces sucedió lo impensable, ante la burlona pero divertida descripción de la doctora Sabik sobre su próxima “cita”, Gregor rio genuinamente, fue breve y casi insignificante, pero ahí estuvo, una risa franca sin dejo alguno de ironía, una risa como la que hace mucho el científico no experimentaba. Fue tomado por sorpresa y frunció el ceño, asió con más fuerza el frasco dentro de su ropa y calló sepulcralmente. Si antes se había mantenido en silencio era porque estudiaba cada palabra y gesto de la mujer hija de Abraham, esta vez su silencio fue diferente, incómodo e intranquilo, se había callado por la vergüenza de su debilidad.

-Iré, iré –repitió como si no importara, como si fuese concedido el don de su presencia cual regalo divino; quiso, luchó encarnizadamente por salir avante ante la situación, pero no estuvo seguro de haberlo conseguido -recibirá la visita de alguno de los inútiles de mis sirvientes y ya nos veremos pronto, espero… -alzó ambas cejas, de pie cual largo era y su rostro fue retador –que no me decepcione –eso era, la estaba desafiando descaradamente, pero ¿es que acaso no habían estado haciendo eso a lo largo de su noche juntos?

Finalmente dejó la casa ajena, abordó su carruaje y ordenó ser llevado a la brevedad a su casa. Dentro de los bolsillos de su ropa guardaba ese pequeño frasco que le daría alivio hasta el próximo encuentro. Impredecible era la palabra que mejor calzaba para lo que iba a suceder, y aun así era demasiado vago, y demasiado corto. Gregor prefirió no darle vueltas al asunto, no merecía la pena –creía- y optó mejor por pensar en cosas que valían más su tiempo, no esa doctora, no su altanería y su insolente beldad.

TEMA FINALIZADO
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