Hurt me. [Libre]

por **León Gerôme Marchessault** Lun Oct 10, 2011 1:23 pm

Bosques. ~ 00:00
Su nombre era Alexander como el mismísimo Alejandro magno. Sus batallas casi siempre solían acabar en su favor, había recibido golpes y cortes por doquier pero jamás se había pronunciado por ello. Mas valía su vida por su silencio que por lo que se contaba, pero aun así era un excelente militar. Cabalgaba como alma que le llevaba el diablo, sin monturas, pues le apasionaba la fuerza con la que tenía que aferrarse al caballo, era un esfuerzo físico inigualable, tanto como pelear contra un titán en las viejas mitologías. Por ello sus fuertes piernas se moldeaban a la perfección en su cuerpo, delineando cada centímetro de su escultural cuerpo, no poseía grandes músculos, pero su ancha espalda y su forma bien definida le hacían parecer un hombre abrumadoramente atractivo. Cuando sintió que era oportuno, bajó de su caballo cuando éste ralentizaba el trote. Con su mano peinó las crines de su fiel caballo mientras caminaba sin pausa a su lado, hacia una laguna cercana que recién había descubierto, ya que él, podría decirse que pasaba recluido en su lugar de descanso.
Bajó y sin ningún remordimiento dejó al caballo a su aire, mientras él confiaba plenamente en sus estrictas enseñanzas por su parte, sabía perfectamente que no huiría despavorido como si lo domase un jinete del apocalipsis.
Sus manos acariciaron aquella agua transparente, fuera de contaminantes como restos de comida o putrefacción alrededor, sino una cándida y fría agua de aquel estanque nocturno e improvisado lugar de descanso. Mientras su hermoso caballo saciaba su sed al beber, observó aquel hermoso lugar y se maldijo por no haber sabido antes de éstos lugares tan recónditos.
Al cabo de un minuto, se oyó su cinturón y sus armas caer al suelo, junto con sus ropas quedándose completamente desnudo y tomar un plácido baño en aquel paraje paradisíaco. Alexander era de los que sabían apreciar una obra de arte cuando estaba delante suyo, tanto como si se tratase de la propia madre naturaleza.
Sin embargo, encantador como parecía, Alexander era peligroso más de lo imaginable. Aquel cuerpo lleno de gracia allí repantingado era diez veces más fuerte que el de un humano; aquellos vigorosos ojos azules centelleaban bajo sus parpados de forma hermosa. Se adentró en el agua, tan cristalina que podía vislumbrar el fondo sin necesidad de hundir la cabeza.

por **Edgar Dagson** Sáb Oct 15, 2011 9:26 am

Aquellos hombres me perseguían sin descanso pese a encontrarse completamente ebrios, sosteniéndose unos con otros, tropezándose con sus pies o incluso estamparse contra algunos árboles. Pero yo seguía corriendo despavorida, sin mirar atrás, con la sangre fluyéndome a toda velocidad a causa de la adrenalina y el cansancio, pues llevaba así desde aquella taberna por la que, junto al mayordomo de la familia que me acompañaba a la Mansión, pasamos por delante y mi presencia despertó en aquellos borrachos la sed del calor de una mujer, más excitante les pareció la idea cuando vieron mis ojos rasgados, llevándoles a intentar tomarme por la fuerza en aquél callejón sin salida. El mayordomo, como buenamente pudo, intentó defenderme de los atacantes, pero ellos se deshicieron de él con un empujón que bastó para robarle la consciencia, dejándole tumbado sobre el pavimento. Asustada cuando ellos se abalanzaban hacia mí, empecé una carrera que aún ahora seguía, ya sumergida en pleno bosque sin noción alguna de supervivencia, pues en pocas ocasiones había salido sola de la casa de los Morel, familia a la que servía desde hacía ya un tiempo.

Sumida en mis nefastas cavilaciones, no me percaté de dónde ponía los pies, cayendo torpemente por una pendiente arenosa y pedregosa que fue desgarrando mis ropas e hiriendo mi pulida y fina piel marfileña hasta que, tras un grito ahogado, caí sobre las aguas de una laguna de aguas cristalinas. Salí a la superficie, necesitada de oxígeno. Tosí un par o tres de veces pues había bebido agua tras aquella estruendosa caída. Despegué mis párpados y con la respiración agitada y completamente empapada, miré a mi alrededor, buscando algo que me indicara a dónde había llegado, tropezándome entonces con los ojos perplejos de un varón que se hallaba desnudo a escasos metros de mí. Abrí la boca para hablar, pero escuché los gritos feroces y divertidos de mis persecutores, por lo que antes de que ellos supieran mi paradero, me abalancé sobre el hombre del lago y posé la yema de dos de mis dedos sobre sus labios, callando cualquier palabra que de su boca se escapara, siempre con los sentidos alerta por si mis movimientos habían llamado la atención de los agresores que cuyos pasos ahora se alejaban dando tumbos. Respiré aliviada y volví mis ojos hacia el muchacho que mi miraba con el ceño fruncido, pues aún no había apartado mi mano de sus labios.

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