AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El obsequio [Kharalian]
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El obsequio [Kharalian]
Bajé del carruaje y alcé la vista ante aquél enorme palacio, quedándome boquiabierta sin poder remediarlo. Junto a mí, el cochero me hizo un gesto para que entrara y sin poder demorarme más, obedecí. La magnificencia del edificio intenté que no me perturbara, por lo que elevé mi mentón y agaché la mirada, siguiendo los pasos con cierta prisa. El hombre hablaba con recepción, anunciándome como el regalo de cumpleaños que la familia Morel ofrecía a un joven perteneciente a la realeza. Mis amos, aunque ni siquiera conocían a dicho homenajeado, deseaban subir escalones sociales y aquél gesto, quizás les permitiría cumplir dicho capricho. Y ahí estaba yo, vestida con el mejor de mis kimonos, barnizada con el más pálido de los polvos marfileños, con los labios más carmesíes que ninguna mujer se hubiera imaginado usar jamás, con los ojos perfilados que emmarcaban la más pura de las miradas, con el moño más perfecto y colosal con el que nunca antes me había atrevido a adornar mi cabeza. Mis zori resonaban por los pasillos por los que el recepcionista me guiaba en silencio, mostrándome entonces una gran estancia ya decorada para la ocasión con motivos orientales. Sonreí nostálgicamente. ¿Cuánto hacía que no ejercía como geisha? Mis amos, hasta el momento, no habían requerido tales servicios y tampoco había tenido ocasión de trabajar para nadie más. Aunque por supuesto, aquella noche no iba a cobrar, puesto que era un obsequio para el cumpleañero, cuyo nombre y apariencia desconocía.
El recepcionista me avisó de que el hombre no tardaría en aparecer, por lo que en cuanto cerró la puerta tras él, me puse a organizar el show. Moví las telas con frisos en los que se representaban geishas niponas, con un colorido que afortunadamente, compaginaban con mi atuendo rubí. Soplé algunas velas de más en aquél habitáculo para crear un ambiente de penumbra y sustituí algunas de ellas, por incienso de aromas de flores orientales. Tras los biombos que contenían aquellas imágenes como telón de fondo, se escondían un puñado de japoneses –contratados por los Morel- que crearían la música y la melodía necesarias para llevar a cabo aquél espectáculo. Cuando todo estuvo listo, me senté sobre mis rodillas, de cara a la puerta y al resto de la estancia, dónde se situaría el homenajeado. Cerré los ojos y agaché la cabeza, buscando a tientas los dos abanicos que usaría en cuando la música sonara y la danza me reclamase. Entonces, la puerta se abrió sigilosamente y las notas musicales empezaron a inundar la estancia, propiciando que mi cuerpo empezara a danzar a su ritmo, sin que nadie pudiese ni quisiese detenerme.
- Feliz cumpleaños le desea la familia Morel, mi señor.- exclamé suavemente mientras mi cuerpo se inclinaba en una reverencia en cuanto la música cesó.- Le obsequian con una noche en la que puede gozar de mis entretenimientos.- concluí, aun sin alzar la vista y a la espera de alguna señal que me permitiese seguir con el show.
- Aya:
El recepcionista me avisó de que el hombre no tardaría en aparecer, por lo que en cuanto cerró la puerta tras él, me puse a organizar el show. Moví las telas con frisos en los que se representaban geishas niponas, con un colorido que afortunadamente, compaginaban con mi atuendo rubí. Soplé algunas velas de más en aquél habitáculo para crear un ambiente de penumbra y sustituí algunas de ellas, por incienso de aromas de flores orientales. Tras los biombos que contenían aquellas imágenes como telón de fondo, se escondían un puñado de japoneses –contratados por los Morel- que crearían la música y la melodía necesarias para llevar a cabo aquél espectáculo. Cuando todo estuvo listo, me senté sobre mis rodillas, de cara a la puerta y al resto de la estancia, dónde se situaría el homenajeado. Cerré los ojos y agaché la cabeza, buscando a tientas los dos abanicos que usaría en cuando la música sonara y la danza me reclamase. Entonces, la puerta se abrió sigilosamente y las notas musicales empezaron a inundar la estancia, propiciando que mi cuerpo empezara a danzar a su ritmo, sin que nadie pudiese ni quisiese detenerme.
- Feliz cumpleaños le desea la familia Morel, mi señor.- exclamé suavemente mientras mi cuerpo se inclinaba en una reverencia en cuanto la música cesó.- Le obsequian con una noche en la que puede gozar de mis entretenimientos.- concluí, aun sin alzar la vista y a la espera de alguna señal que me permitiese seguir con el show.
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: El obsequio [Kharalian]
Respiraba con nerviosismo mientras caminaba escoltado por aquellos suntuosos pasillos del palacio, preguntándose cómo es que había acabado metiéndose en una situación como esta ¿O tal vez era solo un sueño? Negaba con la cabeza y disimuladamente se pellizcaba la piel del antebrazo para corroborarlo, pero no, no parecía ser un sueño. Y eso lo aterraba aún más, mientras trataba de rememorar los hechos que habían desencadenado en este lío.
Había llegado por la tarde a ayudar en la entrega de unos muebles que le habían sido encargados a uno de los ebanistas de la ciudad, así que como necesitaban gente que ayudara a ponerlos en su lugar, gustoso aceptó, sin saber exactamente el lugar al que se dirigían. ¡Era increíble! Nunca había estado cerca siquiera del enorme palacio que debería constituir la morada de los reyes y su corte, y ahora podría entrar, aunque fuese por trabajo, tendría alguna historia que contarle a los niños que revoleteaban cerca del lugar en que vivía.
Entusiasmado cargó unas cuantas de las vistosas sillas, y se le indicó que debía entregarlas en uno de los salones que hacían las veces de bodegas, lo acompañaron al lugar, pero mientras dejaba el inmobiliario en su sitio, al parecer se olvidaron de él. Salió de la bodega, mirando a todos lados mientras trataba de encontrar el camino de vuelta a la salida, pero como había venido algo encorvado por el peso de las sillas, solo había visto el suelo en todo el trayecto, por lo que no tenía forma de averiguar cómo volver, más que por el antiguo método de curiosear. No quería parecer irrespetuoso, pero no sabía cómo salir, eso hasta que se encontró con un joven de su misma estatura, pero ataviado con ropas muy elegantes que distaban abismalmente de las suyas.
El joven dio un par de vueltas alrededor de él, mirándolo con la curiosidad con que un niño ve a un animal salvaje, entonces le puso una mano en el hombro y le pidió aquel extraño favor. Al que por cierto no tuvo permitido negarse ya que aquel joven se presentó como un pariente de la realeza, aunque lo que acabó por convencerlo finalmente fue el hecho de que le comentó que estaba de cumpleaños, no, no podía negarse a ayudarlo, aunque le pareciese que todo aquello no era más que una travesura. Lo despojaron de sus ropas viejas, lo bañaron y ataviaron con prendas que le parecían de lo más incomodas, pero eran vistosas, si, elegantes, como las que el joven llevaba. ¡Casi parecían gemelos!
El joven que incluso se dio el gusto de escoltarlo hasta la puerta, le dijo que lo único tenía que hacer era divertirse y hacerse pasar por él el tiempo suficiente como para que pudiese ir a dar una vuelta por la ciudad, cosa que al parecer tenía restringida. Cerró los ojos con fuerza cuando abrieron la puerta para él, hasta que se vio solo ¿No entrarían con él? De un leve empujón entró, trastabillando en sus pasos hasta que se encontró con la vista más curiosa e irreal que había visto en toda su vida.
Era una habitación exquisitamente adornada, con objetos cuyos nombres ni siquiera conocía, con una tenue iluminación y un aroma hechizante. De pronto cayó en cuenta de aquella particular melodía que procedía de detrás de unos biombos, que lo hipnotizó hasta que sin querer avanzó, mirando a todos lados con curiosidad. Hasta que una suave voz lo sacó de ese trance de tal forma que luego no pudo ocultar su sorpresa a ver a una joven de ojos almendrados ataviada con unas extrañas ropas que nunca antes había visto.
¿Entretenimientos? Frunció un poco el ceño, tratando de dilucidar a qué se refería con aquello, pero al final acabó por sentarse frente a ella, casi en la misma posición. No sabía que debía hacer, nadie le había dicho nada más, así que un arranque tan propio como desconcertante, bajó la cabeza e hizo una notable reverencia a la joven.
- Muchas gracias… - dijo con apenas un hilo de voz, ya que los nervios le estaban jugando una mala pasada – Pero… ¿A qué se refiere con entretenimientos? – dijo ladeando luego la cabeza a un lado, observándola con una curiosidad infantil, tratando de recordar cada uno de los detalles que constituían el atuendo de la joven. Tal vez aquello del cambio de lugar no había sido una mala idea después de todo.
Había llegado por la tarde a ayudar en la entrega de unos muebles que le habían sido encargados a uno de los ebanistas de la ciudad, así que como necesitaban gente que ayudara a ponerlos en su lugar, gustoso aceptó, sin saber exactamente el lugar al que se dirigían. ¡Era increíble! Nunca había estado cerca siquiera del enorme palacio que debería constituir la morada de los reyes y su corte, y ahora podría entrar, aunque fuese por trabajo, tendría alguna historia que contarle a los niños que revoleteaban cerca del lugar en que vivía.
Entusiasmado cargó unas cuantas de las vistosas sillas, y se le indicó que debía entregarlas en uno de los salones que hacían las veces de bodegas, lo acompañaron al lugar, pero mientras dejaba el inmobiliario en su sitio, al parecer se olvidaron de él. Salió de la bodega, mirando a todos lados mientras trataba de encontrar el camino de vuelta a la salida, pero como había venido algo encorvado por el peso de las sillas, solo había visto el suelo en todo el trayecto, por lo que no tenía forma de averiguar cómo volver, más que por el antiguo método de curiosear. No quería parecer irrespetuoso, pero no sabía cómo salir, eso hasta que se encontró con un joven de su misma estatura, pero ataviado con ropas muy elegantes que distaban abismalmente de las suyas.
El joven dio un par de vueltas alrededor de él, mirándolo con la curiosidad con que un niño ve a un animal salvaje, entonces le puso una mano en el hombro y le pidió aquel extraño favor. Al que por cierto no tuvo permitido negarse ya que aquel joven se presentó como un pariente de la realeza, aunque lo que acabó por convencerlo finalmente fue el hecho de que le comentó que estaba de cumpleaños, no, no podía negarse a ayudarlo, aunque le pareciese que todo aquello no era más que una travesura. Lo despojaron de sus ropas viejas, lo bañaron y ataviaron con prendas que le parecían de lo más incomodas, pero eran vistosas, si, elegantes, como las que el joven llevaba. ¡Casi parecían gemelos!
El joven que incluso se dio el gusto de escoltarlo hasta la puerta, le dijo que lo único tenía que hacer era divertirse y hacerse pasar por él el tiempo suficiente como para que pudiese ir a dar una vuelta por la ciudad, cosa que al parecer tenía restringida. Cerró los ojos con fuerza cuando abrieron la puerta para él, hasta que se vio solo ¿No entrarían con él? De un leve empujón entró, trastabillando en sus pasos hasta que se encontró con la vista más curiosa e irreal que había visto en toda su vida.
Era una habitación exquisitamente adornada, con objetos cuyos nombres ni siquiera conocía, con una tenue iluminación y un aroma hechizante. De pronto cayó en cuenta de aquella particular melodía que procedía de detrás de unos biombos, que lo hipnotizó hasta que sin querer avanzó, mirando a todos lados con curiosidad. Hasta que una suave voz lo sacó de ese trance de tal forma que luego no pudo ocultar su sorpresa a ver a una joven de ojos almendrados ataviada con unas extrañas ropas que nunca antes había visto.
¿Entretenimientos? Frunció un poco el ceño, tratando de dilucidar a qué se refería con aquello, pero al final acabó por sentarse frente a ella, casi en la misma posición. No sabía que debía hacer, nadie le había dicho nada más, así que un arranque tan propio como desconcertante, bajó la cabeza e hizo una notable reverencia a la joven.
- Muchas gracias… - dijo con apenas un hilo de voz, ya que los nervios le estaban jugando una mala pasada – Pero… ¿A qué se refiere con entretenimientos? – dijo ladeando luego la cabeza a un lado, observándola con una curiosidad infantil, tratando de recordar cada uno de los detalles que constituían el atuendo de la joven. Tal vez aquello del cambio de lugar no había sido una mala idea después de todo.
Mihail Kharalian Balcêscu- Realeza Rumana
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Re: El obsequio [Kharalian]
Al fin, el público dio acto de presencia en forma de voz varonil, aunque su pregunta no me sorprendió lo más mínimo. Suspiré disimuladamente, aún en posición reverencial, sin alzar la vista hacia el muchacho, pues por su voz adiviné que probablemente sería algo menor que yo misma.
Las geishas eran en Japón, una de las más solicitadas maravillas culturales. Eran famosas en todo el país por sus danzas, sus cánticos, su música, su elegancia a la hora de servir el sake o la simpatía para mantener una agradable conversación. Una geisha era una buena mujer soltera y refinada, instruida en el arte en general, y que cualquier hombre pretendía como esposa, hecho que propiciaba la retirada de la muchacha para dedicar su vida al esposo y a la familia que ella alumbraba. En el país nipón eran codiciadas y envidiadas, pese a que cada una tuviera un difícil pasado, como el mío propio.
Pero esa idílica visión, cambiaba cuando de occidentales se trataban. Ellos veían a las geishas como unas prostitutas más, unas mujeres que ofrecían compañía sexual a cambio de dinero. O incluso que alternaban los espectáculos de danza con los lujuriosos. Y aquello me ofendía en lo más hondo de mi alma, pues no podía concebir que tras tantos años de dura y estricta instrucción, sólo me sirvieran para que me etiquetasen como a una vulgar cortesana cuando, a demás, seguía manteniendo la pureza de mi flor vaginal, a la espera por supuesto, de la aparición del marido que el destino me deparaba, aún desconocido por mí.
- Puedo entretenerle como guste, mi señor.- respondí, intentando controlar la ira que por un momento me embriagó.- Conozco las artes de la danza, el canto, la música y la literatura. Elija qué desea ver y sus órdenes serán cumplidas.- prometí con un leve fruncido de labios, todavía en aquella postura de inferioridad jerárquica.
Off: Disculpa que sea tan corto, el post... T_T Prometo que el siguiente lo alargo más ^^
Las geishas eran en Japón, una de las más solicitadas maravillas culturales. Eran famosas en todo el país por sus danzas, sus cánticos, su música, su elegancia a la hora de servir el sake o la simpatía para mantener una agradable conversación. Una geisha era una buena mujer soltera y refinada, instruida en el arte en general, y que cualquier hombre pretendía como esposa, hecho que propiciaba la retirada de la muchacha para dedicar su vida al esposo y a la familia que ella alumbraba. En el país nipón eran codiciadas y envidiadas, pese a que cada una tuviera un difícil pasado, como el mío propio.
Pero esa idílica visión, cambiaba cuando de occidentales se trataban. Ellos veían a las geishas como unas prostitutas más, unas mujeres que ofrecían compañía sexual a cambio de dinero. O incluso que alternaban los espectáculos de danza con los lujuriosos. Y aquello me ofendía en lo más hondo de mi alma, pues no podía concebir que tras tantos años de dura y estricta instrucción, sólo me sirvieran para que me etiquetasen como a una vulgar cortesana cuando, a demás, seguía manteniendo la pureza de mi flor vaginal, a la espera por supuesto, de la aparición del marido que el destino me deparaba, aún desconocido por mí.
- Puedo entretenerle como guste, mi señor.- respondí, intentando controlar la ira que por un momento me embriagó.- Conozco las artes de la danza, el canto, la música y la literatura. Elija qué desea ver y sus órdenes serán cumplidas.- prometí con un leve fruncido de labios, todavía en aquella postura de inferioridad jerárquica.
Off: Disculpa que sea tan corto, el post... T_T Prometo que el siguiente lo alargo más ^^
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: El obsequio [Kharalian]
Una salina gotita recorría desde el lado derecho de su frente hasta casi perderse en su mejilla, y aunque era un cúmulo de cosas, no tenían nada que ver con la temperatura del ambiente. En primer lugar, era el nerviosismo que se manifestaba en forma de rubor sobre la normalmente pálida piel de sus mejillas; a lo que podía sumársele el hecho de que no sabía qué debía responderle a la joven del atuendo tan peculiar. Y casi por último, pero no menos importante, el esfuerzo físico que implicaba tratar de mantener esa posición, realmente no podía entender como ella podía estar tanto tiempo y tan tranquila, sin sufrir los calambres que él comenzaba a sentir en los músculos de las pantorrillas y los muslos.
Iba a responder escogiendo al azar, cuando ya no pudo soportar más estar en esa incómoda posición, casi cayendo frente a la joven, y de no ser porque alcanzó a poner las manos en el piso, se habría estrellado de la forma más ridícula que se pudiera imaginar. Suspiró aliviado, y optó simplemente por sentarse con las piernas formando algo parecido a una mariposa, lo que obviamente distaba bastante de la elegancia que ameritaba la situación, pero que lo hacía ver por lo menos, simpático.
Sonrió algo más abiertamente, hasta que no pudo reprimir una pequeña risita ante la payasada que acababa de cometer, pero bajó la cabeza en señal de disculpa, dejando unos instantes de un silencio un poco incómodo, pensando incluso que podría haber parecido que ser burlaba de aquel arte y de las habilidades de la joven. Carraspeó un poco para aclararse la garganta, y también para dar una pequeña señal de que iba a hablar.
- Discúlpeme, no quería reírme – dijo avergonzado sin levantar aun el rostro hacia ella – Pero es una posición tan incómoda que no pude sostenerme ¿No quiere sentarse de un modo más cómodo? – preguntó ingenuamente, sin imaginarse todo el entrenamiento que había detrás del delicado cuerpo de ella, para poder sostener esa postura por tanto tiempo.
Él no era alguien que conociese demasiado el mundo, y si en algún momento había conocido más allá de su natal Transilvania y las calles de París, no lo recordaba ¿Cómo alguien podía olvidar tanto? Era lo que él mismo solía preguntarse, aunque no había caso, ya que carecía de esos recuerdos por completo, lo único que lo consolaba era que en ocasiones lograba sentir una especie de sentimiento familiar, como si fueran cosas a las que estaba acostumbrado. Y lo más reciente había sido aquel lujoso baño con sales y perfumes, y la caminata escoltado por los pasillos; pero acabó pensando que no era más que una estupidez ¿Cómo algo como eso podría ser familiar? ¿Cómo alguien como él pudo haber tenido esos lujos alguna vez? No, para él era algo imposible.
- No sé… no sé su nombre… - susurró con timidez, cosa que no debió haber hecho pues no era más que un pensamiento que apareció en su cabeza cuando pensaba en cómo llamarla para indicarle la respuesta que le había pedido – Pero, bueno, puede escoger lo que usted quiera hacer – dijo con una tonta sonrisa mientras se pasaba una mano por la nuca a causa del nerviosismo.
Iba a responder escogiendo al azar, cuando ya no pudo soportar más estar en esa incómoda posición, casi cayendo frente a la joven, y de no ser porque alcanzó a poner las manos en el piso, se habría estrellado de la forma más ridícula que se pudiera imaginar. Suspiró aliviado, y optó simplemente por sentarse con las piernas formando algo parecido a una mariposa, lo que obviamente distaba bastante de la elegancia que ameritaba la situación, pero que lo hacía ver por lo menos, simpático.
Sonrió algo más abiertamente, hasta que no pudo reprimir una pequeña risita ante la payasada que acababa de cometer, pero bajó la cabeza en señal de disculpa, dejando unos instantes de un silencio un poco incómodo, pensando incluso que podría haber parecido que ser burlaba de aquel arte y de las habilidades de la joven. Carraspeó un poco para aclararse la garganta, y también para dar una pequeña señal de que iba a hablar.
- Discúlpeme, no quería reírme – dijo avergonzado sin levantar aun el rostro hacia ella – Pero es una posición tan incómoda que no pude sostenerme ¿No quiere sentarse de un modo más cómodo? – preguntó ingenuamente, sin imaginarse todo el entrenamiento que había detrás del delicado cuerpo de ella, para poder sostener esa postura por tanto tiempo.
Él no era alguien que conociese demasiado el mundo, y si en algún momento había conocido más allá de su natal Transilvania y las calles de París, no lo recordaba ¿Cómo alguien podía olvidar tanto? Era lo que él mismo solía preguntarse, aunque no había caso, ya que carecía de esos recuerdos por completo, lo único que lo consolaba era que en ocasiones lograba sentir una especie de sentimiento familiar, como si fueran cosas a las que estaba acostumbrado. Y lo más reciente había sido aquel lujoso baño con sales y perfumes, y la caminata escoltado por los pasillos; pero acabó pensando que no era más que una estupidez ¿Cómo algo como eso podría ser familiar? ¿Cómo alguien como él pudo haber tenido esos lujos alguna vez? No, para él era algo imposible.
- No sé… no sé su nombre… - susurró con timidez, cosa que no debió haber hecho pues no era más que un pensamiento que apareció en su cabeza cuando pensaba en cómo llamarla para indicarle la respuesta que le había pedido – Pero, bueno, puede escoger lo que usted quiera hacer – dijo con una tonta sonrisa mientras se pasaba una mano por la nuca a causa del nerviosismo.
Mihail Kharalian Balcêscu- Realeza Rumana
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Re: El obsequio [Kharalian]
Parpadeé confundida ante aquella situación. ¿Había caído estando sentado? Fruncí la nariz, extrañada por su infantil comportamiento, mas su carcajada me hizo retroceder un paso, pues ya conocía a hombres que no buscaban ese tipo de entretenimiento que inocentemente ofrecía, y que cuando les pedía que eligiesen el arte a ser contemplado, terminaban por alzarse de su asiento, caminar hacia mí con torpes contoneos, alzar mi mentón para soltar su pestilente aliento alcoholizado y susurrarme finalmente, que me desnudara. Obviamente en esos casos, me limitaba a tomar mis pertenencias y salir corriendo de allí, sin importarme que no me pagaran. Pero aquél muchacho no parecía haberse reído con aquella intención, por lo que relajé mis músculos tensos y respiré aliviada.
Él carraspeó antes de hablar y cuando lo hizo, no fue para responder a mi pregunta. Ni siquiera para pedir un sake. Se limitó a ofrecerme una posición más cómoda para mis piernas, lo que me hizo sonreír disimuladamente. ¿A caso no era cómodo sentarse como lo había hecho? Era cierto que al principio costó acostumbrarse a ello, que terminaba el día gateando debido al punzante dolor en mis piernas. Pero pasados unos meses, eso desaparecía y sólo quedaba la elegancia del buen sentado.
Como no respondí –dado que tampoco sabía qué decirle para hacerle ver que para mí era el protocolo que debía seguir en aquellas escenas- el muchacho sumido en la penumbra de la sala volvió a hablar, preguntándome indirectamente por mi nombre y dejándome finalmente el derecho a elegir. Derecho que no poseía y que me entristeció levemente recordar.
- Mi señor, mi nombre es Aya.- me identifiqué.- Soy esclava de los señores Morel, por lo que no dispongo del derecho a elegir nada que relación tenga con mi vida.- proseguí, sin alzar la vista del suelo e intentando mantener mi voz suave y delicada, sin altibajos.- Por favor… dígame qué desea contemplar sin pudor alguno, pues con gusto se lo interpretaré.- insistí, temiéndome ya un arranque de ira, quizás, por no obedecer a su petición. En tal caso, tendría que huir antes de que me estampara un jarrón en la cabeza, como me ocurrió en una ocasión hacía unos años.
Recordé entonces el protocolo y tuve ahogar un jadeo antes de enderezarme, rompiendo así otra de las normas sagradas de una geisha: enderezarse cuando no te han dado permiso para hacerlo. Me acerqué a uno de los biombos y tomé entre mis manos una pequeña jarra de arcilla blanca para caminar cuidadosamente hacia el muchacho que me miraba extrañado. Me senté sobre mis rodillas y frente a él, abocando el líquido blanquecino del recipiente en un vaso de pequeñas dimensiones, siempre con la mirada gacha para no clavarla en sus ojos. Entonces, aparté la jarra y deslicé las yemas de mis dedos por aquél parqué, empujando el vasito hacia él con un gesto reverencial.
- Es sake, señor.- le anuncié, esperando su orden para alejarme de él y proseguir con la función.
Él carraspeó antes de hablar y cuando lo hizo, no fue para responder a mi pregunta. Ni siquiera para pedir un sake. Se limitó a ofrecerme una posición más cómoda para mis piernas, lo que me hizo sonreír disimuladamente. ¿A caso no era cómodo sentarse como lo había hecho? Era cierto que al principio costó acostumbrarse a ello, que terminaba el día gateando debido al punzante dolor en mis piernas. Pero pasados unos meses, eso desaparecía y sólo quedaba la elegancia del buen sentado.
Como no respondí –dado que tampoco sabía qué decirle para hacerle ver que para mí era el protocolo que debía seguir en aquellas escenas- el muchacho sumido en la penumbra de la sala volvió a hablar, preguntándome indirectamente por mi nombre y dejándome finalmente el derecho a elegir. Derecho que no poseía y que me entristeció levemente recordar.
- Mi señor, mi nombre es Aya.- me identifiqué.- Soy esclava de los señores Morel, por lo que no dispongo del derecho a elegir nada que relación tenga con mi vida.- proseguí, sin alzar la vista del suelo e intentando mantener mi voz suave y delicada, sin altibajos.- Por favor… dígame qué desea contemplar sin pudor alguno, pues con gusto se lo interpretaré.- insistí, temiéndome ya un arranque de ira, quizás, por no obedecer a su petición. En tal caso, tendría que huir antes de que me estampara un jarrón en la cabeza, como me ocurrió en una ocasión hacía unos años.
Recordé entonces el protocolo y tuve ahogar un jadeo antes de enderezarme, rompiendo así otra de las normas sagradas de una geisha: enderezarse cuando no te han dado permiso para hacerlo. Me acerqué a uno de los biombos y tomé entre mis manos una pequeña jarra de arcilla blanca para caminar cuidadosamente hacia el muchacho que me miraba extrañado. Me senté sobre mis rodillas y frente a él, abocando el líquido blanquecino del recipiente en un vaso de pequeñas dimensiones, siempre con la mirada gacha para no clavarla en sus ojos. Entonces, aparté la jarra y deslicé las yemas de mis dedos por aquél parqué, empujando el vasito hacia él con un gesto reverencial.
- Es sake, señor.- le anuncié, esperando su orden para alejarme de él y proseguir con la función.
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: El obsequio [Kharalian]
A segundos pensaba que tal vez no fue una buena idea dejarse convencer para aquel cambio de roles, más en los momentos en los que no sabía qué hacer y qué sentía que la joven esperaba algo de él, y de por sí ya no entendía mucho de lo que pasaba. No dejaba de pensar que era un mundo tan complicado que seguramente traía más dolores de cabeza que alegrías, habían reglas estrictas que cumplir, no podías ir donde querías, y debías llevar ropas incomodas. No, no era un mundo para nada divertido, aunque tuvieses dinero para desperdiciar.
Suspiró y llevó aquella mano a su cabello para desordenarlo un poco, tratando de entender aquella barbaridad que le estaba diciendo la joven. ¿Esclava? ¿Cómo alguien podía ser tratado como un mero objeto del que podían apropiarse? Bajó y empuñó ambas manos con aun más fuerza mientras iban avanzando las palabras de ella. No podía creerlo… aunque ahora entendía el por qué se comportaba así con él ¿Acaso lo vería al igual que a sus dueños?
Sacudió la cabeza cuando de nuevo le ofreció hacer algo para su entretenimiento ¿¡Cómo iba entretenerse así!? Usando a otra persona… Usar era una palabra muy fea. Y sí, aunque trabajara sin descanso día tras día, jamás entendería lo que sería ser propiedad de otra persona, porque al menos en su mente era libre de pensar lo que quisiera.
Puso uno de sus antebrazos en los ojos para cubrir la expresión de impotencia que seguramente mostraría, porque él, él menos que nadie, podría hacer algo por ella y ¿Querría ella que la ayudara? Debía dejar de pensar en esas tonterías, y concentrarse en cumplir bien su papel, aunque cada vez lo veía más imposible porque comenzó a sentir el cuerpo extrañamente pesado. Sería mejor buscar una forma de zafarse de esto y volver a casa, quería estar solo y llorar, aunque no tuviera motivos para eso, simplemente por el alivio de una catarsis.
Se había perdido de la realidad unos instantes, ni siquiera se dio cuenta de cuando la joven se había levantado para servir aquel pequeño vasito. Así que por más respeto que por ánimo, tomó aquel vaso con una mano, girando el líquido en su interior, haciendo que el aroma a alcohol llegara a sus sentidos.
- Sake… - repitió sin darse cuenta mientras ponía el vaso en su lugar – No suelo beber alcohol, lo siento mucho – dijo bajando la cabeza apenado.
Lo cierto era que jamás había bebido hasta aquel día en el burdel, en que haciendo unas entregas una mujer había tratado de embriagarlo, de solo recordarlo se ponía mal. Y era obvio que esto difería bastante de aquella ocasión, porque la única intención que parecía tener la joven era la de complacer los deseos de sus amos, y no es que no apreciara lo que hacía, pero era una obligación que además estaba cumpliendo frente a la persona equivocada.
- Discúlpeme, señorita Aya – dijo cerrando los ojos con fuerza – Creo que… que usted no debería gastarse en hacer feliz al resto, mucho menos a mí – dijo en un infantil arranque de sinceridad – Y la verdad, me sabe horrible que diga que es una esclava – sentenció mientras levantaba el rostro para mirarla – Es libre de irse, si quiere…-
Suspiró y llevó aquella mano a su cabello para desordenarlo un poco, tratando de entender aquella barbaridad que le estaba diciendo la joven. ¿Esclava? ¿Cómo alguien podía ser tratado como un mero objeto del que podían apropiarse? Bajó y empuñó ambas manos con aun más fuerza mientras iban avanzando las palabras de ella. No podía creerlo… aunque ahora entendía el por qué se comportaba así con él ¿Acaso lo vería al igual que a sus dueños?
Sacudió la cabeza cuando de nuevo le ofreció hacer algo para su entretenimiento ¿¡Cómo iba entretenerse así!? Usando a otra persona… Usar era una palabra muy fea. Y sí, aunque trabajara sin descanso día tras día, jamás entendería lo que sería ser propiedad de otra persona, porque al menos en su mente era libre de pensar lo que quisiera.
Puso uno de sus antebrazos en los ojos para cubrir la expresión de impotencia que seguramente mostraría, porque él, él menos que nadie, podría hacer algo por ella y ¿Querría ella que la ayudara? Debía dejar de pensar en esas tonterías, y concentrarse en cumplir bien su papel, aunque cada vez lo veía más imposible porque comenzó a sentir el cuerpo extrañamente pesado. Sería mejor buscar una forma de zafarse de esto y volver a casa, quería estar solo y llorar, aunque no tuviera motivos para eso, simplemente por el alivio de una catarsis.
Se había perdido de la realidad unos instantes, ni siquiera se dio cuenta de cuando la joven se había levantado para servir aquel pequeño vasito. Así que por más respeto que por ánimo, tomó aquel vaso con una mano, girando el líquido en su interior, haciendo que el aroma a alcohol llegara a sus sentidos.
- Sake… - repitió sin darse cuenta mientras ponía el vaso en su lugar – No suelo beber alcohol, lo siento mucho – dijo bajando la cabeza apenado.
Lo cierto era que jamás había bebido hasta aquel día en el burdel, en que haciendo unas entregas una mujer había tratado de embriagarlo, de solo recordarlo se ponía mal. Y era obvio que esto difería bastante de aquella ocasión, porque la única intención que parecía tener la joven era la de complacer los deseos de sus amos, y no es que no apreciara lo que hacía, pero era una obligación que además estaba cumpliendo frente a la persona equivocada.
- Discúlpeme, señorita Aya – dijo cerrando los ojos con fuerza – Creo que… que usted no debería gastarse en hacer feliz al resto, mucho menos a mí – dijo en un infantil arranque de sinceridad – Y la verdad, me sabe horrible que diga que es una esclava – sentenció mientras levantaba el rostro para mirarla – Es libre de irse, si quiere…-
Mihail Kharalian Balcêscu- Realeza Rumana
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Re: El obsequio [Kharalian]
Era la primera vez en mi vida en la que me liberaban después de darme una orden. Confusa, alcé la vista y sus ojos me escrutaban. No huí de su mirada, la contuve y fruncí mis labios, intentando comprender por qué había dicho aquello. ¿A caso le incomodaba mi presencia? ¿Quizás se trataba del baile de presentación? ¿Y si no deseaba ese tipo de entretenimientos? ¿Y sí le resultaba desagradable? Mi mente empezó a reproducir los últimos minutos, intentando hallar el motivo por el que él podría haberme pedido que me retirase de la sala. ¿Aquello es lo que encontraría en París? ¿El desprecio de mis artes? Ahora entendía por qué los Morel no me dejaban trabajar para nadie más que ellos. Ahora comprendía porqué me protegían de aquellos ricos a los que les importaba más bien poco la cultura oriental. Simplemente buscaban abrir el cofre de los secretos que mi cuerpo protegía. Tragué saliva. ¿Qué debía hacer? Si me alzaba y me marchaba, los Morel me azotarían por la desobediencia de la orden estrictamente dictada por ellos. Pero… ¿cómo podía quedarme allí si él quería prescindir de mis servicios?
- Por favor… señor… deme otra oportunidad…- le supliqué con un hilo de voz, agachando la cabeza e inclinándome frente a él hasta casi besar la moqueta en la que ambos yacíamos sentados.
Sin darme cuenta, algunas lágrimas traicioneras conquistaron mis pómulos, haciendo que la capa de marfil que disfrazaba mi rostro fuese desapareciendo tras unos horribles riachuelos, así como el carboncillo usado para perfilar mis ojos rasgados. Todo iba mal. Aquello era un desastre y me encontraba encadenada allí. Sin poder hacer más que implorar su perdón si mi actitud le había disgustado. Y la piel de mi espalda se estremeció con la sola idea de recordar los fuertes azotes que me aguardaban en cuanto pisara la mansión. No, no podía volver. Antes era capaz de cualquier otra cosa.
Aun sin disponer de su permiso para mirarle, me enderecé poco a poco, sin mirarle aun para evitar que contemplara mi rostro borroso por la mezcla de colores y lágrimas. Alcé una de mis manos y con un fruncimiento de labios, la llevé al cuello de mi kimono, haciendo deslizar la tela por mi hombro mientras giraba mi cabeza en sentido opuesto a la piel que empezaba a dejar al descubierto…
- Por favor… señor… deme otra oportunidad…- le supliqué con un hilo de voz, agachando la cabeza e inclinándome frente a él hasta casi besar la moqueta en la que ambos yacíamos sentados.
Sin darme cuenta, algunas lágrimas traicioneras conquistaron mis pómulos, haciendo que la capa de marfil que disfrazaba mi rostro fuese desapareciendo tras unos horribles riachuelos, así como el carboncillo usado para perfilar mis ojos rasgados. Todo iba mal. Aquello era un desastre y me encontraba encadenada allí. Sin poder hacer más que implorar su perdón si mi actitud le había disgustado. Y la piel de mi espalda se estremeció con la sola idea de recordar los fuertes azotes que me aguardaban en cuanto pisara la mansión. No, no podía volver. Antes era capaz de cualquier otra cosa.
Aun sin disponer de su permiso para mirarle, me enderecé poco a poco, sin mirarle aun para evitar que contemplara mi rostro borroso por la mezcla de colores y lágrimas. Alcé una de mis manos y con un fruncimiento de labios, la llevé al cuello de mi kimono, haciendo deslizar la tela por mi hombro mientras giraba mi cabeza en sentido opuesto a la piel que empezaba a dejar al descubierto…
Edgar Dagson- Vampiro Clase Alta
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Re: El obsequio [Kharalian]
La presión se le antoja casi insoportable, pero ya no resistió al ver a la joven así. Sentía que era todo su culpa, que jamás debió aceptar este horrendo juego, porque así se habría evitado conocer parte de la vida que eran tan injusta como aberrante ¿A veces era mejor la ignorancia? No se consideraba a sí mismo una persona sabia, y a momentos no quería admitir que era una ingenuo en muchos modos, pero era mejor vivir con la constante esperanza de que el mundo no era un lugar tan malo y que las personas aún conservaban un ápice de bondad, además que tendía a pensar que no era nadie para juzgar… No, realmente él no era nadie para nada.
Frunció el ceño, extrañado ante lo que le decía la joven ¿Acaso no prefería ir a pasear o simplemente tener tiempo para ella? No era quien para dar oportunidades, simplemente porque no sentía que nadie tuviese obligaciones con él. Comenzaba a sentir frustración ¿Cómo podía hacerle entender que no era necesario que hiciera nada por él? Que no la rechazaba, que solo… que solo quería que no se sintiese obligada a nada. Sabía que no era bueno con las palabras, y a veces se le enmarañaban antes siquiera de formarse en su cabeza, pero ahora se le hacía infinitamente más complicado.
De pronto la vio levantarse, y pese a lo que seguramente era un intento de cubrir las lágrimas de su rostro, aquellos negros riachuelos destacaban demasiado sobre su piel. Se sentía un imbécil, la había hecho llorar, y se sentía aun peor al no saber qué hacer para remediarlo. ¿Qué podía hacer? ¿Ordenarle que bailara? ¡No! Se negaría una y mil veces a hacer algo como eso, porque había visto tantas veces a las señoritas del burdel llorar mientras hombres asquerosos les ordenaban hacer eso y cosas peores. En momentos así el mundo no pintaba tan bonito.
- Señorita Aya, no… - alcanzó a decir antes de quedar paralizado al ver que dejaba descubierta la piel de uno de sus hombros, instintivamente haciéndole horrorizarse ¿Qué pensaba ella de él? Sacudió la cabeza con fuerza, tenía que hacerle entender que no buscaba nada de eso, que en realidad no buscaba nada - ¡Señorita Aya! ¿¡Qué hace!? – dijo alarmado.
La tomó por los brazos, sin percatarse que podía tomarse como un gesto algo brusco, aunque fuese lo último que quería. Lo que buscaba era que lo mirara a los ojos y se tranquilizara, que dejara de llorar, que dejara de pensar en ella misma como un objeto. Volvió a negar con la cabeza, sin soltarla, estaba comenzando a desesperarse, porque no sabía qué palabras usar con ella.
- No la entiendo – dijo con un sabor amargo en la voz – Yo solo quiero que deje de pensar que es solo un objeto, no tiene que hacer nada para complacer a nadie, mucho menos a mí – dijo con palabras atropelladas y nerviosas, hasta que se dio cuenta de que la tenía tomada por los hombros – Discúlpeme…- susurró antes de soltarla, con unas casi irrefrenables ganas de huir del lugar.
Frunció el ceño, extrañado ante lo que le decía la joven ¿Acaso no prefería ir a pasear o simplemente tener tiempo para ella? No era quien para dar oportunidades, simplemente porque no sentía que nadie tuviese obligaciones con él. Comenzaba a sentir frustración ¿Cómo podía hacerle entender que no era necesario que hiciera nada por él? Que no la rechazaba, que solo… que solo quería que no se sintiese obligada a nada. Sabía que no era bueno con las palabras, y a veces se le enmarañaban antes siquiera de formarse en su cabeza, pero ahora se le hacía infinitamente más complicado.
De pronto la vio levantarse, y pese a lo que seguramente era un intento de cubrir las lágrimas de su rostro, aquellos negros riachuelos destacaban demasiado sobre su piel. Se sentía un imbécil, la había hecho llorar, y se sentía aun peor al no saber qué hacer para remediarlo. ¿Qué podía hacer? ¿Ordenarle que bailara? ¡No! Se negaría una y mil veces a hacer algo como eso, porque había visto tantas veces a las señoritas del burdel llorar mientras hombres asquerosos les ordenaban hacer eso y cosas peores. En momentos así el mundo no pintaba tan bonito.
- Señorita Aya, no… - alcanzó a decir antes de quedar paralizado al ver que dejaba descubierta la piel de uno de sus hombros, instintivamente haciéndole horrorizarse ¿Qué pensaba ella de él? Sacudió la cabeza con fuerza, tenía que hacerle entender que no buscaba nada de eso, que en realidad no buscaba nada - ¡Señorita Aya! ¿¡Qué hace!? – dijo alarmado.
La tomó por los brazos, sin percatarse que podía tomarse como un gesto algo brusco, aunque fuese lo último que quería. Lo que buscaba era que lo mirara a los ojos y se tranquilizara, que dejara de llorar, que dejara de pensar en ella misma como un objeto. Volvió a negar con la cabeza, sin soltarla, estaba comenzando a desesperarse, porque no sabía qué palabras usar con ella.
- No la entiendo – dijo con un sabor amargo en la voz – Yo solo quiero que deje de pensar que es solo un objeto, no tiene que hacer nada para complacer a nadie, mucho menos a mí – dijo con palabras atropelladas y nerviosas, hasta que se dio cuenta de que la tenía tomada por los hombros – Discúlpeme…- susurró antes de soltarla, con unas casi irrefrenables ganas de huir del lugar.
Mihail Kharalian Balcêscu- Realeza Rumana
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