Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Chanelle Ducroix Dom Oct 23, 2011 10:15 pm

El dorso de su mano se tiñó de color carmesí cuando recorrió con lentitud la comisura de sus labios, retirando los rastros de sangre que caían por éstos, como delgados arroyos. Admiró su obra con detalle, el cuerpo del campesino no era ni la mitad de lo que había sido hasta pocos minutos atrás. El gesto de horror, las mejillas hundidas, los ojos abiertos de par en par, y una palidez mortal, era lo único que quedaba del apuesto, alto, robusto y rubio muchacho que fue tentado por el diablo vestido de impecables galas. Cubrió sus senos con el corsé desprendido, todavía estaban enrojecidos, pues se había permitido gozar con él. Con delicadeza y al mismo tiempo con pasión, había desatado los cordones y descubierto sus mamas, las había acariciado con sus ásperos dedos de trabajador y las había chupado con exigencia. Se acuclilló al lado del cuerpo sin vida, tomo una de sus muñecas y la soltó, cayó laxa, con todo el peso de sus huesos rotos. Recorrió con su índice la mandíbula de…él le había dicho su nombre, ya no tenía sentido, nadie lo reconocería cuando lo encontraran tirado en ese callejón. Se puso de pie sin ningún remordimiento, sin ningún asomo de piedad, ya había olvidado esa sensación que la atacaba cuando se apropiaba de la vitalidad de sus primeras víctimas. Le había agradado el jueguito de hacerse pasar por una prostituta y arrastrarlo hasta ese sitio oscuro donde había dejado que él la tocara descaradamente, creyendo que acabaría saciando su apetito sexual, jamás imaginó que quien saciaría su apetito, su lujuria, sería Chanelle, que se mostró dócil y dispuesta, hasta que le ofreció sentirlo en su boca. Andrew...así era el nombre del sujeto… Andrew había enloquecido ante la propuesta, iluso. Humanos básicos, no presentían el peligro, y sus sentidos se obnubilaban cuando llegaban a ese estado de excitación. ¿A los de su especie también le sucedía? Ella nunca más logró entregarse por completo, a ningún placer: ni al de matar, ni al carnal. El grito de dolor que el joven había emitido cuando sus caninos perforaron su miembro viril, retumbaban en sus oídos como la gloria misma. Todavía en su paladar estaba mezclado el sabor de la sangre con el fluido masculino. Se puso de pie, era hora de partir…

La penumbra de las calles parisinas se elevaba sobre sus muros y abrazaba los hogares. La vampiresa caminaba lentamente, con una parsimonia digna de una reina, envuelta en su halo gutural, sacrílego. Ataviada en su habitual atuendo negro, tan negro como su mismísima inexistente alma, se detuvo bajo una farola cuando escuchó las campanadas que daban la medianoche: la hora de las ánimas. Pudo percibir el ligero aroma de un humano…de un niño y también un adulto, percibió el temor, el sonido del corazón agolpándose contra el pecho, el castañeo de los dientes, la respiración agitada, el sudor, las lágrimas. A la derecha había un profundo callejón, de allí provenían, se dirigió y se encontró con lo que imaginaba, un maldito asqueroso pervertido había abusado de la criaturita y en ese preciso instante estaba manoseándolo. Sus ojos se enrojecieron aún más, brillando y atrayendo la atención del maleante, que se incorporó y se tambaleó, borracho y extasiado. Éste distinguió las formas femeninas de Chanelle por el tenue brillo de la Luna, y sin consciencia de la clase de ser que estaba frente a él, se abalanzó sobre ella, apestando a hedores y alcohol y susurrando palabras soeces, que se debió tragar cuando la vampiresa lo empujó antes de que la tocara, provocando que su cabeza diera contra la pared. Despertaría pronto, no había sido tan fuerte el golpe. Los sollozos débiles del pequeño atrajeron su atención y no hizo más que acercarse, lentamente.

Tranquilo, chérie —le susurró en el tono dulce que utilizaba para dirigirse a los niños y se arrodilló frente a él —No volverá a hacerte daño, lo prometo —volteó al escuchar al tipo mascullar —Ven —y a pesar de la resistencia que el niño opuso al principio, lo tomó entre sus brazos y lo llevó a la calle. Lo miró fijo y descubrió unos penetrantes ojos esmeralda, que brillaban detrás de la capa de lágrimas y mugre de su redondito rostro. Se hipnotizó por unos momentos hasta que reaccionó —Tápate los oídos, cierra los ojos, tararea una canción y no voltees, por nada de éste mundo… Así… muy bien… —se cercioró de que siguiera esa rutina y volvió a donde el desgraciado vociferaba.

Los gritos de desesperación, insultos y pedidos de auxilio fueron acallados rápidamente. Chanelle le arrancó la lengua. A pesar de que quiso defenderse, las fuerzas de la víctima flaquearon cuando fue despojado, con violencia, de su pene, luego fue arrancando uno a uno sus miembros, con la tranquilidad que la caracterizaba a la hora de torturar, las emociones sólo se traslucían en sus pupilas rubí, que se dilataban de regocijo. Ella no era una depredadora, tampoco un monstruo, era una artista, había esmero en su tarea, una delicadeza natural, elegancia y cadencia. Cada músculo que rasgaba, cada hueso que quebraba formaban parte de una orquesta de acordes estudiados y armónicos. Perdió la noción del tiempo hasta que se percató que ya no había signos vitales en el torso ensangrentado. “Te pudrirás al Sol…fils de pute…” fue lo único que pensó cuando hubo finiquitado ese asunto. No bebió un solo sorbo de la esencia del depravado, se asqueaba de sólo imaginarse alimentándose de ese adefesio. La vocecita entrecortada del chiquillo llegó a sus oídos como una melodía encantadora, se permitió gozar de ella por unos segundos, ¿qué canturreaba? Imágenes, olores y sonidos volvían a su mente como remembranzas del pasado. No había un solo día que no cayera en la debilidad de la memoria, en el tormento del reproche, sin embargo, había aceptado que el auto flagelarse aquietaba su consciencia, pero el asesinar…oh sí, eso relegaba a la nada el peor error que había cometido cientos de años atrás. Asimilaba el hecho de que cada vez que proyectaba su saña en seres como ese último, se veía ella misma, a ella misma se desmembraba y odiaba con pasión.

Con el sigilo propio que su madre, la oscuridad, le brindaba, acarició los cabellos apelmazados de sangre y suciedad del nene, que se detuvo de súbito al contacto. La observó de reojo y la figura de Chanelle le pareció de una Virgen salvadora, sin embargo, en su inocencia, percibía que ella era cualquier cosa menos alguien de esa estirpe, y no le interesaba, ella lo había salvado y ante él siempre sería una deidad. Un carruaje pasó a toda velocidad frente a ellos, y el pequeño se aferró a las faldas de la vampiresa buscando protección. El gesto adusto que ella mantenía constantemente, se dulcificó por varios segundos, mientras sentía la congoja de ese indefenso lastimado en lo más íntimo de su cuerpo y de su alma, habría deseado hacerlo olvidar de los horrores pasados, pero había jurado nunca meterse en los recuerdos de los niños, y mantenía su promesa a raja tabla. Le dio un leve empujoncito para que comenzara a caminar, él la miró confundido:

Te llevaré a un lugar seguro —sabía que el hospicio no era, justamente, el sitio más seguro, pero se mantendría a mayor resguardo que en la calle.
¿Usted estará allí? —preguntó con la voz quebrada.
Si, allí estaré todas las noches —respondió al cabo de unos segundos, cuando se recuperó de la conmoción que le provocó el tono de voz grave, como si se tratase de un adulto. Le había mentido, pero ¿qué más podía hacer?

El Orfanato se erigía en su magnífica arquitectura frente a los ojos atentos del niño, y los inexpresivos de Chanelle. Sacó unas llaves del diminuto bolso que llevaba escondido entre los pliegues de su vestido y la giró dentro del candado, que cedió ante un leve forcejeo. El enrejado chilló como un borrego, y les abrió paso a ambos. Caminaron en silencio, como durante todo el trayecto anterior, por el empedrado que guiaba hacia la entrada. Con disimulo, la vampiresa estaba atenta a todos los gestos de ese pequeño que todavía no tenía identidad. Estaba conmocionado, ya había percibido las muecas de dolor, ¿cuán grande sería el daño? Los arbustos parecían tener formas monstruosas, que provocaron que él se aferrara aún más a la vestimenta de la dama. Ella levantó la cabeza de imprevisto, había estado tan ensimismada en estudiar a su acompañante, que no había notado el repelente olor a sangre y a obscenidad que se esparcía por el aire. Ralph. No había otra explicación al vomitivo aroma que llegaba a sus fosas nasales. Ese maldito representaba todo aquello que ella aborrecía, era una bestia desagradable, tantas habían sido las veces que se había planteado asesinarlo, que había perdido la cuenta. No entendía como él había llegado a ser Director del Orfanato, todos los subordinados sometidos a su morbo imprescriptible, y ella que sólo podía detenerlo en contadas ocasiones. ¿Por qué no acababa de una vez con él? Se obligó a quitarlo de su mente unos instantes, debía instalar al visitante.

El silencio de la habitación era irrumpido por los leves suspiros de los huérfanos que descansaban, ajenos a las perversiones que se suscitaban a escasos metros de ellos. El olor de Ralph se le hacía cada vez más insoportable. Llevó al niño hacia una cama vacía y lo ayudó a quitarse la ropa. ¡Cuántos cortes y magulladuras! A ella, que ya nada la sorprendía, un fuerte dolor en el pecho le quitaba la respiración ante tanta crueldad. Lo envolvió en una capa blanca y lo tomó en sus brazos con tanta delicadeza, que él casi ni sintió el roce de sus manos sobre las lastimaduras. En el cuarto de baño, abrió la ducha de agua caliente y la entibió con algo de agua fría, y lo sumergió, acallando con siseos las quejas sobre el ardor que le provocaba el contacto. En pocos segundos, el suelo estaba teñido de escarlata y un nudo en la garganta de Chanelle crecía a medida que el pequeño rogaba para que lo dejara en paz, ¡cuánto sufrimiento! Habría revivido al bastardo que lo dañó para volver a torturarlo, una y otra vez.

¿Cómo te llamas? —y la ternura que ejerció al hablar no fue propia de ella.
Tho…Thomas —tartamudeó— ¿Usted?
Mi nombre es Chanelle —siguió refregando su cuerpito en un silencio sagrado— Thomas, debes lavarte tus partes íntimas, yo no lo haré, nadie más que tú debe tocarte, ¿quedó claro? —ante el asentimiento, volteó, esperando que finalizara.

Las uñas de Ducroix se clavaban en la carne de sus manos al escuchar que el lloriqueo de Thomas mientras se higienizaba. No imaginó que podía llegar a estar tan herido. Cuando le dijo que estaba listo, logró tragar con dificultad y mantener la compostura, para que su gesto escasamente suavizado, mantuviera la distancia sentimental entre uno y otro. Ella ya tenía a la pequeña Emily, su protegida, y no deseaba involucrarse más con ninguno, sin embargo, no habían escapado de su mente los tristes ojos esmeralda de ese pobre indefenso. Vendó sus brazos y cubrió los cortes de mayor consideración. Salió un instante y volvió con un pantalón limpio y una camiseta, que se las colocó con sumo cuidado. Peinó el abundante cabello negro y lo llevó a la cama. Tras arroparlo, notó que él no dejaba de llorar, y contra todo pronóstico, lo colocó en su regazo y lo acunó, velaría su sueño todo lo que fuera necesario, ya habían creado un lazo, desde el mismo momento en que sus miradas se cruzaron por primera vez. Darren Ralph debería esperar unos minutos más su castigo.
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