Incluso cuando pierdo, yo gano {Gregor Dvořák}

- Os noto muy seguros, caballeros. La boca de Zachary se torcía en una sonrisa falsa y mediocre, su fastidio se leía en sus facciones. No había necesidad de fingir cuando estaba sentado ante una horda de borrachos, carcomidos por el poder que esgrimían, cegados por la avaricia. La taberna les había dado la bienvenida pero la ruina era quien extendería sus brazos hacia el final de la noche para consolarlos. ¿Cuántas veces había antagonizado el mismo panorama? ¿Cientos? ¿Quizás miles de veces? Era fácil perder la cuenta cuando la mayor parte del dinero que poseía era el que obtenía en apuestas y otras juergas. Conocía a cada uno de los jugadores, tres de ellos caballeros de alta alcurnia que se jactaban de su buena fortuna, dos más eran solo aficionados que habían quebrado. ¿Qué importaba? Al final, tarde o temprano, todos pagaban. Zachary era tan avaricioso como sus compañeros. Más que ellos. No importaba si la deuda era un franco, siempre se encargaba de cobrarlo. Una de sus cejas se arqueó mientras los hombres se movían inquietos en sus asientos, Zachary respondió golpeando su bastón contra una de las patas de la mesa. Como había esperado, aquél gesto atrajo la atención del cantinero. Era un cliente frecuente y como tal tenía ciertos privilegios, no importaba que su status estuviese por lo bajo, el dinero siempre había demostrado estar liderando desde un cómodo trono. Una de las empleadas acercó la botella hasta la mesa y tan predecible como era, el conde que les acompañaba metió mano. ¿No eran así todos los que se encontraban en la realeza?

– La noche amenaza con llevarse todas sus apuestas. No había forma de que le oyeran, estaban tan entretenidos con la joven que habían perdido el juicio. ¿Alguna vez lo habían tenido? Tiró las cartas sobre la mesa mientras se levantaba con la elegancia que había aprendido de sus camaradas. – Os veo luego. Tomó lo que había ganado, guardándolo en una pequeña bolsa. Ninguno dijo nada, la mirada de Zachary los silenciaba. Se alejó con una sonrisa de triunfo. Las maldiciones no tardaron en sonar, las copas salieron volando, el ajetreo reinó en el lugar. Se sentó frente al cantinero, dejando su bastón sobre sus piernas, solo esperando. Gregori le había enseñado con bastante ahínco y como siempre solía suceder, el aprendiz había superado al maestro. La idea de que dejara salir a Gregori para divertirse sonaba extravagante, sumamente interesante. ¿Hacía cuánto que su padre había sido traicionado? Definitivamente, no estaría contento. Las puertas de las tabernas chirriaron, avisando de la entrada de un extraño. El aire se coló en el interior, todos los presentes voltearon pero Zachary no necesitaba seguir el ejemplo. La taberna era muy frecuentada por seres sobrenaturales, incluso por quiénes les cazaban; solían convivir juntos y ni siquiera eran conscientes de ello. ¿Cuántos habían compartido una copa? Jah. El destino podía ser retorcido sin proponérselo, ¿no había puesto a Destiny en el camino de su padre para engendrarlo? Zachary no desconocía nada sobre su pasado, era fácil recurrir a los muertos cuando la curiosidad se devoraba a la cordura, incluso desde que era pequeño.

Todo el día había tenido molestia generalizada, y focalizada en la espalda como era su costumbre; sin embargo, necio como era, se había empeñado en ignorar el dolor y enfocarse en su investigación, había pasado la tarde entera haciendo anotaciones sobre sus avances, dándole los últimos toques a un artículo que un importante boletín científico le había pedido y bebiendo whisky. Para cuando el sol comenzó a ocultarse entre las colinas, podría decirse que ya estaba ebrio, aunque consciente aún, demasiado para su gusto, pues aún podía sentir el dolor ascendiendo por su espalda como rémora.

Masticó opio como si se tratara de dulces y siguió bebiendo, aunque molesto, se dio cuenta que se había acabado el whisky de su cava, aventó una botella vacía contra la pared, completamente frustrado, el dolor parecía no querer ceder y eso afectaba considerablemente su humor, que de por sí no era el mejor la mayoría del tiempo. Bufó y sin anunciarle a sus sirvientes, salió de la casa y caminó a lo que, según su sentido de orientación le decía, era el centro de la ciudad. A cada paso la espalda recibía un nuevo golpe de dolor, pero estaba acostumbrado, o eso quería creer.

Solía medir su dolor físico en una escala del 1 al 10, el 10 era el momento mismo en el que había caído del caballo, los días buenos oscilaban entre 3 y 4, el 5 y el 6 ya eran suficientes para ponerlo de malas, pero esa tarde parecía tratarse de un maldito 7. Demasiado como para soportarlo, cualquier otra persona ya se hubiese dado un balazo, pero extrañamente Gregor necesitaba de aquello, un ancla que se asiera bien al arrecife de la realidad. Un genio es un genio, había dicho noches atrás en una conversación que no se imaginó tener y que resultó ser gratificante, y no necesitaba de las adulaciones de nadie, pero sabía que un genio era un loco también, y para continuar con su labor científica, lo único que le interesaba en realidad, tenía que aferrarse a la cordura, un poco nada más, la suficiente para seguir conduciendo por un sendero más o menos definido. Y el dolor representaba esa parte de él aún aterrizada sobre el suelo.

Quien lo viera caminar no pensaría que estaba ebrio, y que sufría de un inconmensurable malestar en la columna vertebral, siempre iba erguido, y de ese modo caminó hasta calles que, su sentido común, siempre a flote a pesar de que el resto de él ya estuviera ahogado en alcohol, le dijo, no eran para nada las del centro, al contrario, había ido a parar a sórdidos y sucios callejones. Sonrió de lado, a pesar de todo, tuvo fuerza para dibujar ese gesto tan suyo, eso era mucho mejor, ahí sería más fácil continuar embriagándose hasta que el dolor muriera ahogado como rata en el río.

Deambuló unos minutos hasta que vio una taberna, dirigió sus pasos a ese sitio, desde donde se escuchaba cómo se rompían cristales, seguramente de botellas, tarros y vasos; pero a unos metros de llegar el opio combinado con el whisky hicieron de las suyas, sintió una arcada y luego otra, se acercó a un montón de basura y ahí finalmente vomitó, tras algunos momentos normalizó la respiración, se limpió con la manga de la camisa y finalmente entró en la taberna mirando altivo a todo mundo, aunque no enfocándose en nadie en especial. Causa de haber vomitado ahora se sentía más sobrio y adolorido, pero ya estaba en el sitio adecuado para solucionar ambas cosas.

Sin escalas se dirigió a la barra, sin voltear a ver a nadie, alzando el mentón como si no fuese ya suficiente su altura para mirar a todos hacia abajo y tomó asiento junto al único otro parroquiano que estaba ahí mismo, lo miró de reojo, lo primero que notó fue la forma como interactuaba al rededor de su bastón, como si éste le confiriera algún tipo de poder, entornó los ojos y desvió la mirada, enfocándola al cantinero.

-Un whisky –dijo, su aliento era denso, a droga y alcohol y luego volteó al hombre a su lado, hizo una especie de reverencia con la cabeza-, interesante artefacto –señaló con la mirada el bastón, pocas veces había visto a la gente tener esa actitud hacia un objeto supuestamente inanimado y ahí radicaba su interés, que fuera completamente parco no significaba que no supiera leer a la gente, al contrario, era su habilidad de moverse por la periferia la que le permitía tener una mejor visión de esos detalles. Su iniciativa en una conversación… eso podía ser adjudicado a su nivel de toxinas en la sangre.