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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Miér Jul 18, 2012 2:54 pm

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El Astro Rey lentamente comenzaba a posicionarse perpendicular al suelo que sus pies pisaban. Alzó la vista, protegiéndola con la palma de la mano, observó la copa de algunos de los arboles que se encontraban en el lugar donde entraría en cuanto llegara su invitado. En ese sitio ya se sentían los rayos de medio día, el calor azaroso de esa hora en especial, mientras que los relojes de bolsillo aún no marcaban las 12 en punto. Observó el suyo, regalo de su difunto esposo, de reojo alcanzó a ver a su criada unos metros más allá y una ligera mueca de exasperación apareció en su rostro, en sus ojos, en cuanto llegara su acompañante ésta se iría, aunque hace algunos minutos que le había ordenado que fuera a casa, sabía que era genuina preocupación de ella hacia su persona, aun así le exasperaba.

Ese día su ropa no era la que usa generalmente en el hospital, tampoco era la de uso diario, era un vestido bastante sencillo que se distinguía de l que usan las cases menos privilegiadas, gracias a la calidad de la tela y al buen estado de la prenda. Se caracterizaba por mangas largas para evitar los rayos del Sol y a diferencia de su ropa oscura que acostumbraba a llevar a diario, el vestido era de un color crema, arenoso, no deseaba morir de calor de aquel insolente día. Metió el reloj en un pequeño bolso que colgaba de su muñeca, y luego se secó el sudor de la frente. Esperaba que el Señor Dvořák, pudiera con aquel calor, ella estaba acostumbrada a este, sabía que vestir y que no, esperaba que él aguantara, que el hiciera caso a la nota que le había mandado con su sirviente “Vista ropa color claro “decía. Aquella era la hora ideal para entrar al Jardín Botánico, pasear entre sus adosados caminos serpenteantes y hacer lo que les diera la gana sin el ojo vigilante de los encargados, estos seguramente estarían escondiéndose del calor.

Su cabello color azabache comenzaba a arder bajo los rayos del Sol así que se cubrió la cabeza con una manta de un color similar al de su vestido. Tenía que llegar, aunque en realidad aquel hombre no tenía una apariencia muy fiable, tal vez estaría drogado y alcoholizado en alguna cantina o en su propio hogar, tal vez fuera así pero aquella noche le había inspirado confianza, una confianza cruda, tal vez había sido su impresión, algo que deseaba ver, creer, todo con tal de tener aquella certeza de que él se encontraría en aquel lugar. ¿Certeza de que le seguiría atendiendo como un paciente? ¿Certeza de que no la dejaría asándose bajo el Sol? ¿Certeza de que volvería a verlo? Sin duda había estado pensando mucho en él y su problema, un problema que ahora tambien era suyo.
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Mensaje por Invitado Jue Ago 02, 2012 11:05 pm

Vaya estupidez. Gregor debía estar en su laboratorio buscando el porqué de las cosas, dándole respuesta a las grandes interrogantes del universo, o en todo caso, tumbado en el suelo completamente ebrio, que fuese medio día no representaba ningún tipo de etiqueta de buena conducta para el praguense, los horarios del científico no calzaban en absoluto con los del resto, con los de la “gente normal” y si ahora más o menos comía a sus horas y se iba a la cama a una hora prudente era por la presencia de Callum, ese chiquillo que era un espejo al pasado, no porque quisiera convivir con él, sino porque sabía que debía vigilarlo de cerca. De todo lo que se jactaba de haber hecho no le creía la mitad y la otra la ponía en duda, pero sin duda, su volátil personalidad podría causar estrago y aunque aquel caserón era un recuerdo impasible de su miserable pasado, no quería perder su residencia, porque la memoria de Olga, su madre, habitaba ahí.

Se arregló frente al espejo después de tomar una merecida ducha, la noche anterior había estado con Lodewijk y Nicola, mismos que le cuestionaron el por qué no estaba bebiendo como acostumbraba, preguntas a las que Gregor simplemente no atendió, si les decía que tenía una cita al día siguiente seguramente se burlarían de él y no iba a permitir eso, no iba a darles esa ventaja, porque su relación se basaba en una eterna competencia y en un perpetuo afán de denostar a los otros dos, darles armas era harakiri. Además, no sabía si lo que iba a enfrentar ese día caía en la categoría de cita, hacía años, por decir lo menos, que no salía con una mujer, alguna vez vivió con una, cosa que terminó mal, experiencia que enterró en lo más profundo de su ser porque así hacía con todo lo que lo dañaba, nunca hablaba de sus problemas, nunca les prestaba demasiada atención y dejaba que se pudrieran, esperando que se desintegraran pero eso era imposible. No hacerles caso era como si no existieran y hasta la fecha le funcionaba, quizá no era lo más sano, pero Gregor no era el más sano de los hombres.

Negó con la cabeza mientras se abotonaba una camisa blanca, la mujer le había advertido que usara ropa clara y por alguna razón estaba obedeciendo. Pocas veces había salido a esa precisa hora de su casa, casi siempre estaba durmiendo con resaca, así que no estaba muy entrado del clima a medio día. No, no era una cita, era una consulta más, era profesional y ese pensamiento le brindó cierta tranquilidad, aunque también un terrible sentido de desencanto, se preguntó en qué momento desde que se había levantado había estado entusiasmado con la idea. Lo dicho, esa sefardita lo descolocaba demasiado y debía sacarla de su vida… sin embargo ahí estaba, preparándose para ir a verla.

Pidió un carruaje, no preguntó el paradero de Callum, no era su padre, por él podía estar vagando, dormido o muerto y no podía interesarle menos. Su destino: El Jardín Botánico, lugar ridículo y con gente, la doctora debía tener una buena razón para llevarlo ahí. El trayecto no fue largo, pero encerrado en la cabina el calor comenzó a sofocarlo y entonces le concedió un punto a Ayelet al recomendarle vestir con tonos claros.

Una vez frente al lugar descendió, su espalda dolorida todo el tiempo resintió los golpes de sus primeros pasos en el adoquín, pero no inmutó, caminó con el pecho salido y la barbilla en alto, buscó con la mirada a la mujer, no le dijo nada a su cochero, él ya sabía su trabajo y al ser un jefe tan difícil, us sirvientes habían aprendido a “leerle el pensamiento” para no sacarlo de sus casillas, cosas en extremo fácil. Entonces la vio ahí, en la entrada, tan diferente y tan igual, enmarcada en un contexto distinto y aun así, la naturaleza de su encuentro era parecido. Se quedó un momento mirándola a la distancia como un joven que mira a la hija de nobles a la que nunca ha de tener en sus brazos. Había un momento durante el día, un segundo quizá, que lo dedicaba a pensarla, a pensar en ella sin dobles lecturas, no era la doctora testaruda, la judía que nada contra corriente, era Ayelet Sabik nada más; era ese momento durante la jornada en el que Gregor era Gregor totalmente y esta vez se sintió igual, pero duró más y el sentimiento le rasgó el pecho por dentro y quiso vomitar, sus nauseas eran diferentes a las que sentía cuando estaba ebrio y drogado, era como su fuese a presentar el examen más importante de su vida. Decidió que todo aquello era ridículo y avanzó para ir a su encuentro.

-¿Qué clase de loca me trae a este lugar con este aplastante calor? –fue su saludo. Grosero, directo, áspero.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 19, 2012 10:03 pm

Era demasiado pronto para llegar a la conclusión de que su acompañante no llegaría, dejó escapar el aire de sus pulmones lentamente, tal vez fuera un suspiro, tal vez no. Hizo memoria y recordó el encuentro que había precedido a este, no habían pasado muchos días y su mente conservaba las imágenes frescas. A simple vista Gregor Dvořák era un hombre cuya personalidad no se prestaba a dobles lecturas, estaba claro que era alguien que estaba acostumbrado a que las cosas se hicieran como él acostumbraba y esta forma era la que él quería; sus vicios, era otro de los detalles que saltaban a la vista e inundaban las fosas nasales de quien osaba acercársele; lo había conocido de madrugada tal vez no se despertara para dicho encuentro y en el mejor de los casos enviaría a alguno de sus sirvientes. Aquel pensamiento terminaba de ser hilado cuando levantó la vista de la acera y lo vio aproximarse. Ocultó una sonrisa que amenazaba con dibujarse en su rostro y volteó el rostro al lado contrario, tan sólo un instante, para darle tiempo a su rostro de no traicionarla y recibir al hombre con un rostro ecuánime que no revelara ninguna clase de entusiasmo fuera de lo profesional, sólo tenía que quedar un semblante amable. Aprovecho ese instante para comprobar que su muchacha de servicio a un seguía en el mismo lugar, le dedico una mirada significativa, indicándole que el hombre a quien esperaba había llegado.

¿Entusiasmo? Le daba gusto verlo aparecer, saber que no había olvidado su encuentro y que él en persona había asistido, pero su sola presencia le había puesto nerviosa, como si de un momento a otro estuviera desnuda en aquella calle sin nada con lo cual cubrirse, esa sensación le provocó un vuelco a su estómago, y de pronto se sintió mareada. Tragó saliva para recomponerse.

-Buen día, Señor Dvořák.- su voz fue amable, un saludo normal salió de sus labios como respuesta a las palabras de él, groseras y que en su conjunto sonaban al reproche de un niño pequeño. -Tomar el Sol de vez en cuando no le hace daño, ayuda a fijar el calcio en los huesos.- alzó ambas cejas y contestó como siempre, como si aquellas palabras no le afectaran como si el hombre fuera el más amable de todos sus pacientes. -Cómo verá soy una loca que se preocupa por su salud.-

No era que Ayelet fuera una persona del todo sumisa, venia de una cultura donde no tenía permitido opinar sobre las cosas importantes y sin embargo ella tenía un punto de vista sobre las mismas, simplemente con el tiempo había aprendido que no se ganaba nada con oponerse a las cosas de forma directa, responder una agresión con otra sólo creaba un circulo vicioso en el que ninguna de las partes salía bien parada y sobre todo ella llevaba todas las de perder.

-Me alegra que haya venido, si usted hubiera mandado a uno de sus sirvientes, no me hubiera sentido segura… - dijo y en el instante en el que se escuchó a si misma se dio cuenta de que sus palabras podían ser malinterpretadas. –No me malinterprete, me ha dado la impresión de ser un hombre capaz de aferrarse a algo y defenderse.- se explicó sin darle tiempo de aprovecharse de aquel pequeño desliz. -Pocas personas de la servidumbre son capaces de proyectar esa imagen, pasar una vida bajo las ordenes de los patrones merma valores como el coraje. Lo que necesito en este momento es alguien que no se ponga nervioso con facilidad.

Estaba parada a un lado de él, sabía que no debía esperar que él le ofreciera su brazo para caminar, había demostrado ser todo menos un caballero. Se quedo cerca de él y comenzaron a caminar hacia la entrada. Entrarían por un costado de l'École de Botanique, cruzarían el jardín de la misma y luego se adentrarían en uno que otro de los otros jardines que conformaban al jardín botánico. A su paso observarían uno de los invernaderos que seguramente proporcionaría las condiciones ideales para que la planta se desarrollara, realmente dudaba que esta se encontrara ahí, su duda le brindaba un poco de alivio, ya que le había llegado el rumor de que estaba en renovación, en un futuro sería una novedosa jaula de metal. Su verdadero objetivo era uno de los jardines.

Observó de reojo a Gregor mientras se aproximaban a la entrada y al atravesarla le sonrió tímidamente a uno de los jardineros, había notado su presencia porque al escuchar sus pasos había perdido la posición agachada para observar a los visitantes, tal vez se encontraba inspeccionando que alguna de las herbáceas no tuviera alguna plaga, simplemente lo pasaron de largo.
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Mensaje por Invitado Vie Ago 31, 2012 1:16 am

Conforme avanzaba se iba percatando de aquella fuerte presencia cada vez con más ahínco, y no se trataba de su estadía física en ese lugar, sino de lo que emanaba. Se repitió en la cabeza hasta que perdió el sentido que no se debía meter en asuntos de metafísica y menos desperdiciarlos en la sefardita. Si estaba ahí era por curiosidad, sí, eso, para conocer los alcances de la doctora necia y testaruda (hermosa pasó por su cabeza como calificativo y lo descartó antes de poder articularlo en su proceso mental.) Asintió e hizo un ademán con la mano como para que se callara, como diciéndole que sólo parloteaba sinsentidos que le quitaban el tiempo; él tenía mejores cosas que hacer y sin embargo, sentía que en ese preciso instante, ese era su sitio, pocas veces tenía epifanías de naturaleza personal, normalmente éstas eran referentes a la Física, así que emocionalmente se tambaleó, comprobando así que esa mujer lo trastocaba más de lo que le gustaba admitir.

Rio con burla ante las palabras que continuaron, si bien el sonido fue amortiguado y quedo, no lo hizo con la intención de no ser escuchado, sino de acentuar el gesto, de escucharse más socarrón y humillarla más, aunque en su único encuentro, anterior a ese, había confirmado que no era una mujer que se amedrentara con sus groserías (y era tal vez eso lo que tanto le gustaba), pero no le dio oportunidad de hacer notar el desafortunado uso de palabras. Es decir, entre ellos dos era evidente que todo lo que se dijera podía ser usado en su contra.

-Coraje –pero no se iba a quedar con las ganas-, algo que a usted le sobra ¿no? –a pesar de lo que decía, seguía sonando terriblemente malvado, irónico, hiriente y cruel, su risa anterior se transformó en una sonrisa permanentemente zumbona-, me sorprende que mantenga una virtud –en su boca aquello sonó a insulto –como esa incluso cuando los suyos se han encargado de arrancarla de usted, de educarla para ser una esposa sumisa, modelo y desdichada –se sintió orgulloso de sus palabras, se notó en su mirada triunfal y luego se echó andar.

-Vamos –apresuró –no tengo todo el tiempo del mundo –se jactó y continuó caminando una vez que ella lo acompañó. Iban cada uno por su lado, hasta parecía que no se conocían, Gregor se dedicó a observar su alrededores, a estudiar el lugar aun no comprendiendo el motivo de esa visita pero algo le concedía a Ayelet, sabía lo que hacía. Observó al jardinero que les regresó la mirada y no le prestó más atención, pero se detuvo súbitamente y se giró en dirección a su guía.

-Deje el misterio para luego, ¿qué carajo hacemos aquí? ¿Para qué demonios sacó a un pobre lisiado de su cómoda casa? Y si creía que iba a mandar a un sirviente, se nota que no me conoce, no confío en nadie, no se necesita ser un genio para darse cuenta de eso, este tipo de cosas las tengo que hacer yo mismo, cualquier otro lo arruinaría, cualquier otro… -se detuvo en aquella verborrea granuja, como si lo hubiesen abofeteado para hacerlo, como si Calum, su padre, lo hubiese callado como cuando era adolescente –cualquier otro no conoce el dolor que padezco, no sabría qué hacer, qué decirle a usted al respecto, no tienen idea –era por eso que tuvo que inflexionar, su tono cambió, se hizo más obscuro y hermético, miró al suelo por unos segundos. Recibió una bofetada de algún modo; ese dolor que tanto apreciaba como anclaje al mundo material, era en realidad el causante de su aislamiento, no es que quisiera ser el más sociable, pero junto a la mujer hija de Abraham, sentía una necesidad de acercamiento a otro nivel.

-¿Me dirá entonces qué hacemos aquí? –su lapsus fue breve pero suficiente para notar el cambio, ahora regresaba a ser el mismo de antes, exigente, desesperado, gruñón.
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