AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Polos opuestos se atraen
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Polos opuestos se atraen
Tú, la bomba que explota cada vez que algo te enoja.
Yo, la tranquilidad en todo momento, cuidando el estilo.
Sacro Imperio Romano, seis meses atrás.
La habían mandado para una misión diplomática. Había hecho sus pininos con los Reyes de España (más propiamente con José que era un amor - y Dios, qué guapo era... (ahhhh...) - que con su hermana que se daba unos aires que ni para contar, era de esas mujeres que se había subido a un ladrillo y se había mareado toda, banal, arrogante, petulante, con unas ínfulas que bufff, para voltear y mejor platicar con José y escaparse con él por enésima vez a cabalgar) y el regalo de sus relaciones había sido que, una vez que el Rey había convencido a su hermana "La Reina de Corazones" que no fueran al Sacro Imperio Romano a una misión diplomática, si no que Marianne, como futura Duquesa y Grande de España que era, les representara allá.
Se había quedado helada cuando había oído a José hablar tan campante de eso mientras compartían unos panecitos con chocolate caliente, tirados ambos en una enorme manta sobre el pasto, mirando un brillante y hermoso lago mientras el sol les mostraba un delicioso atardecer. Había volteado a ver a su mejor amigo y había negado, pero José había debatido todos sus argumentos (¡Claro, cómo no, si lo que quería era zafarse del compromiso!), incluso Marianne le había pedido que su hija Catalina le acompañara o fuera la representante y José, categóricamente había sido claro:
- No, no sería bien vista tomando en cuenta su origen y el hecho de que aún no se corona. En cambio, tú eres perfecta, tu padre es un famoso escribano, un consejero del Duque, tiene un honor intachable. Anda, sirve que conoces otros lugares y... otras modas - le había sonreído de esa forma que, el grosero, sabía que la ponía tonta.
Arrggghhhh y ahora estaba ahí, mirando todo el hermoso Palacio - Palazzo, se corrigió, Palazzo, es italiano - y envuelta en una marejada de gente que la atendía como si fuera ella la "Reina de Corazones" - suspiro profundo - que la dejaba más que mareada y empezaba a entender por qué la otra se ponía taaaan loca. Ser "Embajadora de España" era un título que le parecía rimbombante, pero tras escuchar cómo le anunciarían en cuanto tuviera su título de Duquesa, empezó a meditar el aceptarlo o no, pero ya todo estaba hecho, ya sólo faltaba que lo protocolizaran ante un Escribano, por lo que no tenía más escapatoria.
Al menos, el lugar era bellísimo y ya se escaparía cuando pudiera - eso le recordó a José y sonrio, ahora entendía un poco al Rey - iría a explorar lo que pudieran enseñarle y luego de ello, regresaría a casa; claro, tras la fastuosa fiesta que se haría en honor de los Príncipes mellizos: Katra y Apostolos Di Alessandro. Aún hacía muequitas pensando que le hubiera gustado mucho que estuviera ahí José, al menos tendría con quien bailar, de todas formas, esperaba que alguien con educación le hiciera el honor de llevarla a la pista al menos una vez.
Marianne no tenía suerte con eso, normalmente la figura de su padre impresionaba tanto a los varones que preferían irse por jovencitas más... ejem... bueno, eso... y si no era su padre el que la sacaba a bailar, ella se quedaba siempre sentadita con su madre, platicando de los vestidos y los arreglos que parecían haber salido de moda. Bajó la cabeza resignada y se lamió los labios.
Sus vestidos, todos ellos creaciones suyas, venían adecuadamente envueltos y Marianne había puesto especial cuidado en que nada les sucediera durante todo el viaje. Había conocido maravillosos paisajes, incluso los había dibujado, modas de otros lugares que había pasado, personas amables, hasta llegar ahí. La ama de llaves se había asegurado de recibirla y le informó que los Reyes - no, Emperadores, ahí eran Emperadores - estaban muy ocupados, por lo que les disculpara si no iban personalmente a recibirla, - lo cual agradeció, porque estaba realmente agotada - por lo que la llevarían a sus habitaciones y en la noche, se daría una cena en honor de Marianne.
La española no sabía para qué tantas cosas, pero era el protocolo, así que asintió y tras una sonrisa, fue dejada en una lujosa habitación, con una enorme cama con dosel y cuatro postes en cada esquina. La decoración era muy hermosa, femenina y agradable, la hacía sentir como en casa, la de sus padres, porque ella no le daba tanta importancia a los lujos. Sin embargo, el buen gusto del decorador se hacía visible, haciéndola sentir bienvenida. Los vestidos y sus prendas fueron acomodados en los enormes roperos que al efecto había, mientras ella se acercaba a mirar intensamente una hermosa estatua, pasando un dedo por su perfil romano.
Bueno, al menos José tenía razón, iba a disfrutar su estancia. Volteó hacia la puerta cuando escuchó unos pasos firmes y decididos avanzar y tuvo ante ella a una joven de cabellos castaños claros, con paso sensual y elegante al mismo tiempo, pero también, con unos movimientos que "La Reina de Corazones" jamás podría imitar en su vida. Porque son los de una mujer que ha vivido en una cuna de oro, pero ha tenido la mejor educación, los mejores tutores, consejeros.
Marianne le sonríe y voltea a mirarla, observando la toga romana con curiosidad no exenta de emoción, porque jamás ha visto algo así y le agrada, las líneas y la forma en que cae son excepcionales, así que le entusiasma eso de la joven. Ella, en cambio, trae un vestido de color amarillo pálido, con arreglos en color azul rey, con un escudo sobre el mismo, que denota su carácter de Embajadora. Hace una reverencia y le sonríe con franqueza, esperando que la señorita se presente.
Sus ojos se entrecruzan con los de la romana y le observan durante un instante, encontrando un carácter fuerte y decidido, vibrante y lleno de intensidad, completamente diferente al suyo, que es más alegre, entusiasta, optmista, lleno de bondad y ternuras, de una innata sensación de confianza que la rodea. Aunque el rostro de la española parece cansado, sus ojos brillan intensamente, esos ojos profundamente azules que muestran tanto su alma.
Un alma impoluta, llena de bondad...
Eso era Marianne... La otra dama ¿Qué sería?
Yo, la tranquilidad en todo momento, cuidando el estilo.
Sacro Imperio Romano, seis meses atrás.
La habían mandado para una misión diplomática. Había hecho sus pininos con los Reyes de España (más propiamente con José que era un amor - y Dios, qué guapo era... (ahhhh...) - que con su hermana que se daba unos aires que ni para contar, era de esas mujeres que se había subido a un ladrillo y se había mareado toda, banal, arrogante, petulante, con unas ínfulas que bufff, para voltear y mejor platicar con José y escaparse con él por enésima vez a cabalgar) y el regalo de sus relaciones había sido que, una vez que el Rey había convencido a su hermana "La Reina de Corazones" que no fueran al Sacro Imperio Romano a una misión diplomática, si no que Marianne, como futura Duquesa y Grande de España que era, les representara allá.
Se había quedado helada cuando había oído a José hablar tan campante de eso mientras compartían unos panecitos con chocolate caliente, tirados ambos en una enorme manta sobre el pasto, mirando un brillante y hermoso lago mientras el sol les mostraba un delicioso atardecer. Había volteado a ver a su mejor amigo y había negado, pero José había debatido todos sus argumentos (¡Claro, cómo no, si lo que quería era zafarse del compromiso!), incluso Marianne le había pedido que su hija Catalina le acompañara o fuera la representante y José, categóricamente había sido claro:
- No, no sería bien vista tomando en cuenta su origen y el hecho de que aún no se corona. En cambio, tú eres perfecta, tu padre es un famoso escribano, un consejero del Duque, tiene un honor intachable. Anda, sirve que conoces otros lugares y... otras modas - le había sonreído de esa forma que, el grosero, sabía que la ponía tonta.
Tú, la adrenalina al tope, siempre lista para ir y venir.
Yo, la timidez que a veces gana corazones y sonrisas.
Yo, la timidez que a veces gana corazones y sonrisas.
Arrggghhhh y ahora estaba ahí, mirando todo el hermoso Palacio - Palazzo, se corrigió, Palazzo, es italiano - y envuelta en una marejada de gente que la atendía como si fuera ella la "Reina de Corazones" - suspiro profundo - que la dejaba más que mareada y empezaba a entender por qué la otra se ponía taaaan loca. Ser "Embajadora de España" era un título que le parecía rimbombante, pero tras escuchar cómo le anunciarían en cuanto tuviera su título de Duquesa, empezó a meditar el aceptarlo o no, pero ya todo estaba hecho, ya sólo faltaba que lo protocolizaran ante un Escribano, por lo que no tenía más escapatoria.
Al menos, el lugar era bellísimo y ya se escaparía cuando pudiera - eso le recordó a José y sonrio, ahora entendía un poco al Rey - iría a explorar lo que pudieran enseñarle y luego de ello, regresaría a casa; claro, tras la fastuosa fiesta que se haría en honor de los Príncipes mellizos: Katra y Apostolos Di Alessandro. Aún hacía muequitas pensando que le hubiera gustado mucho que estuviera ahí José, al menos tendría con quien bailar, de todas formas, esperaba que alguien con educación le hiciera el honor de llevarla a la pista al menos una vez.
Marianne no tenía suerte con eso, normalmente la figura de su padre impresionaba tanto a los varones que preferían irse por jovencitas más... ejem... bueno, eso... y si no era su padre el que la sacaba a bailar, ella se quedaba siempre sentadita con su madre, platicando de los vestidos y los arreglos que parecían haber salido de moda. Bajó la cabeza resignada y se lamió los labios.
Sus vestidos, todos ellos creaciones suyas, venían adecuadamente envueltos y Marianne había puesto especial cuidado en que nada les sucediera durante todo el viaje. Había conocido maravillosos paisajes, incluso los había dibujado, modas de otros lugares que había pasado, personas amables, hasta llegar ahí. La ama de llaves se había asegurado de recibirla y le informó que los Reyes - no, Emperadores, ahí eran Emperadores - estaban muy ocupados, por lo que les disculpara si no iban personalmente a recibirla, - lo cual agradeció, porque estaba realmente agotada - por lo que la llevarían a sus habitaciones y en la noche, se daría una cena en honor de Marianne.
La española no sabía para qué tantas cosas, pero era el protocolo, así que asintió y tras una sonrisa, fue dejada en una lujosa habitación, con una enorme cama con dosel y cuatro postes en cada esquina. La decoración era muy hermosa, femenina y agradable, la hacía sentir como en casa, la de sus padres, porque ella no le daba tanta importancia a los lujos. Sin embargo, el buen gusto del decorador se hacía visible, haciéndola sentir bienvenida. Los vestidos y sus prendas fueron acomodados en los enormes roperos que al efecto había, mientras ella se acercaba a mirar intensamente una hermosa estatua, pasando un dedo por su perfil romano.
Tú, la fiereza en la batalla, decidida a tomar y no ser vencida.
Yo, la dibujante que mira más allá de los rostros y ve la verdad.
Yo, la dibujante que mira más allá de los rostros y ve la verdad.
Bueno, al menos José tenía razón, iba a disfrutar su estancia. Volteó hacia la puerta cuando escuchó unos pasos firmes y decididos avanzar y tuvo ante ella a una joven de cabellos castaños claros, con paso sensual y elegante al mismo tiempo, pero también, con unos movimientos que "La Reina de Corazones" jamás podría imitar en su vida. Porque son los de una mujer que ha vivido en una cuna de oro, pero ha tenido la mejor educación, los mejores tutores, consejeros.
Marianne le sonríe y voltea a mirarla, observando la toga romana con curiosidad no exenta de emoción, porque jamás ha visto algo así y le agrada, las líneas y la forma en que cae son excepcionales, así que le entusiasma eso de la joven. Ella, en cambio, trae un vestido de color amarillo pálido, con arreglos en color azul rey, con un escudo sobre el mismo, que denota su carácter de Embajadora. Hace una reverencia y le sonríe con franqueza, esperando que la señorita se presente.
Sus ojos se entrecruzan con los de la romana y le observan durante un instante, encontrando un carácter fuerte y decidido, vibrante y lleno de intensidad, completamente diferente al suyo, que es más alegre, entusiasta, optmista, lleno de bondad y ternuras, de una innata sensación de confianza que la rodea. Aunque el rostro de la española parece cansado, sus ojos brillan intensamente, esos ojos profundamente azules que muestran tanto su alma.
Un alma impoluta, llena de bondad...
Eso era Marianne... La otra dama ¿Qué sería?
Juntas, imparables.
Juntas, indestructibles.
Juntas, temibles.
Juntas... siempre.
Juntas, indestructibles.
Juntas, temibles.
Juntas... siempre.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
- Mensajes : 404
Fecha de inscripción : 07/08/2011
Edad : 30
Localización : París, Francia
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Re: Polos opuestos se atraen
Hace ya unas semanas que las noticias sobre la llegada de una Embajadora del reino de España, rondaba por cada rincón del Sacro Imperio, al parecer todos tenían diferentes opniones sobre aquela visita y no todos la miraban con buenos ojos. Por un lado, los Magistrados se habían deshecho en interrogantes sobre los motivos políticos de aquella visita y que era exactamente lo que la emperatriz, su madre, buscaba obtener de ello. A lo que en mi rol de Princesa, no uve reparos en responder en plena sesión, si me encontraba ofuscada por su constante desconfianza y paranoia, injustificada. O más bien justificada, ellos habían buscado por todos los medios que mi madre dejase el trono, y que sus herederos, Apostolos y Yo llegásemos a la edad apropiada para tomar plena potestad de nuestros cargos . Y el hecho que una embajadora de España llegase precisamente en nuestro vigesimoprimer cumpleaños, les carcomía las entrañas. Así qie tras una larga e intermnibale cantidad de preguntas y teorías sin sentido me puse de pie, a o que todos guardaron silencio, quizás porque a mis espaldas estaba mi padre o por respeto - Señores Magistrados, vuestra actitud fuera de impertinente, me resulta del todo descortés, pues estáis cuestionando una decisión de vuestra emperatriz. - mi voz clara y fuerte resonaba en aquel salón respeto - La embajadora de España, ha venido desde su tierra para afianzar la estabilidad del imperio, bien sabéis que desde el reino de Italia y desde el Vaticano, nuestras tierras son un manjar al que con ansias darán un zarpazo si nos descuidamos. - Argumente con desplante, aquel era mi regalo de cumpleaños, permitirme opinar abiertamente en una sesión del Senado respeto - El tema se por cerrado con o sin su aprobación, pues los acuerdos serán discutidos entre los soberanos y sus embajadores, no entre los consejeros, la cual viene ser su única función - Concluí, dando por cerrada la discusión y saliendo de allí airosa.
Grandeza y ensueño nuestra razón pueden nublar,
pero nuestro corazón debe ser leal
pero nuestro corazón debe ser leal
Aquellas palabras resonaron en mi mente cuando a medida que caminaba por los pasillos rumbo a la habitación de nuestra invitada, claras habían sido las instrucciones, yo sería su anfitriona y mi deber, tras acallar al Senado en aquel momento era darle la bienvenida a la joven que venía desde territorio español, claro que como era ya habitual, las instrucciones incluyeron una fiera advertencia por parte de mi padre, palabras que rondaban mi mente “no la espantes, no la entrometas en tus locuras, Katra compórtate” Acaso mi padre pensaba que dejaría en vergüenza mi pueblo, o que no seguiría el protocolo. Bien sabía que mi pueblo, que el Imperio era a quien más lealtad le debía, aun cuando solía ser intempestiva, sabía cómo comportarme y ser una excelente anfitriona.
Vestía una elegante túnica de seda color violeta, la cual dejaba uno de mis hombros al descubierto y mostraba mis piernas al caminar, ya que si bien era larga poseía a los lados dos cortes, que facilitaban el desplazamiento. Así me presente en el cuarto habilitado para ella, seguida de dos de mis escoltas, aunque ellos mantenían una distancia prudente. Cuando llegue a aquel lugar, la puerta del cuarto estaba abierta y la joven embajadora, si una joven que no debía superar los diecisiete o dieciocho años, volteo a verme. Su mirada me analizo de pies a cabeza, del mismo modo en que lo lo hice, clavando mis fríos ojos en ella - Duchessa Louvier, benvenuti nel Sacro Impero Romano - Salude con una reverencia a la espera que ella comprendiese el idioma, pues si no era así, debería recurrir a mí español. Por fortuna ella comprendió mis palabras y continúe con aquella presentación protocolar - Alessandro Di Katra, principessa dell'impero. E 'un onore averla qui -
Observe cada detalle de su vestimenta, tan ataviada pro telas y accesorios, ropajes sin duda algo incomodos, pero no por ello menos elegantes. Sin duda la jovencita, debía tener una muy buena asesora en moda, o un exquisito gusto. Tan distintas, nuestros mundos, nuestras culturas e incluso nuestro idioma, en que más ella y yo podríamos discrepar. Como podría ser anfitriona de una joven que seguramente preferiría ir de compras en vez de un entrenamiento de batalla, de una dama que vestían tan pesados ropajes, mientras yo prefería sentir la libertad al caminar. Una doncella que parecía ver la bondad del mundo, mientras yo anteponía la espada, para enfrentar una traición.
Tarea difícil, donde urgía encontrar un interés común
Vestía una elegante túnica de seda color violeta, la cual dejaba uno de mis hombros al descubierto y mostraba mis piernas al caminar, ya que si bien era larga poseía a los lados dos cortes, que facilitaban el desplazamiento. Así me presente en el cuarto habilitado para ella, seguida de dos de mis escoltas, aunque ellos mantenían una distancia prudente. Cuando llegue a aquel lugar, la puerta del cuarto estaba abierta y la joven embajadora, si una joven que no debía superar los diecisiete o dieciocho años, volteo a verme. Su mirada me analizo de pies a cabeza, del mismo modo en que lo lo hice, clavando mis fríos ojos en ella - Duchessa Louvier, benvenuti nel Sacro Impero Romano - Salude con una reverencia a la espera que ella comprendiese el idioma, pues si no era así, debería recurrir a mí español. Por fortuna ella comprendió mis palabras y continúe con aquella presentación protocolar - Alessandro Di Katra, principessa dell'impero. E 'un onore averla qui -
Observe cada detalle de su vestimenta, tan ataviada pro telas y accesorios, ropajes sin duda algo incomodos, pero no por ello menos elegantes. Sin duda la jovencita, debía tener una muy buena asesora en moda, o un exquisito gusto. Tan distintas, nuestros mundos, nuestras culturas e incluso nuestro idioma, en que más ella y yo podríamos discrepar. Como podría ser anfitriona de una joven que seguramente preferiría ir de compras en vez de un entrenamiento de batalla, de una dama que vestían tan pesados ropajes, mientras yo prefería sentir la libertad al caminar. Una doncella que parecía ver la bondad del mundo, mientras yo anteponía la espada, para enfrentar una traición.
Tarea difícil, donde urgía encontrar un interés común
No es fácil elegir,
dos mil formas de sentir,
dos mil formas de vivir.
Tendrás que aprender a escuchar
al duende que está ahí, en ti.
dos mil formas de sentir,
dos mil formas de vivir.
Tendrás que aprender a escuchar
al duende que está ahí, en ti.
Mi mente divago rápidamente pensando en una manera de mantener a aquella joven interesada en el imperio y que se sintiese cómoda. Estaba preparada con el respectivo itinerario, para recibir a una mujer mayor, que le bastase con recorrer los jardines y escuchar informes sobre la estabilidad del imperio, no a una niña jugando a ser duquesa. Así mi mente divago rápido, pensando en cómo pasaría yo un día de visita en un reino ajeno, que fuese visitando modistas o tomando el té con mujeres que alardeaban títulos de nobleza. Y allí, cruzo una idea alocada pero interesante, que quizás su padre desaprobase, pero que a ella le resultaba perfecta - Duquesa Louvier, espero no se encuentre muy cansada por el viaje. Pues me gustaría llevarla a recorrer el Palazzo y sus alrededores- sugerí apenas ella respondió mi saludo, espere su respuesta, la que por fortuna fue afirmativa.
- En tal caso… - se detuvo a analizarla de pies a cabeza, si, tenía una talla similar a la de ella - Duquesa Louvier, deberá ponerse ropa más adecuada. No es que sus ropajes no sean elegantes y hermoso, pero aquel vestido le será incomodo- expliqué, esperando no ofender a la invitada - Estoy segura podrá lucir sus vestidos esta noche en el baile, pero hoy le ofrezco uno de los míos, que estoy segura le sentará de maravilla-
Palmeé las manos y una de mis doncellas apareció de inmediato - Danae, trae uno de mis vestido para nuestra invitada. El azul cielo, estoy segura le quedara de maravilla y ordena alisten los caballos, que sean Hydor y Saiph -señale, se trataban de los dos mejores caballos y los más rápidos. Pronto, estábamos las dos cabalgando por el Imperio, el destino, el campo de entrenamiento donde veríamos a los gladiadores entrenar y seguramente a Apostolos.
- En tal caso… - se detuvo a analizarla de pies a cabeza, si, tenía una talla similar a la de ella - Duquesa Louvier, deberá ponerse ropa más adecuada. No es que sus ropajes no sean elegantes y hermoso, pero aquel vestido le será incomodo- expliqué, esperando no ofender a la invitada - Estoy segura podrá lucir sus vestidos esta noche en el baile, pero hoy le ofrezco uno de los míos, que estoy segura le sentará de maravilla-
Palmeé las manos y una de mis doncellas apareció de inmediato - Danae, trae uno de mis vestido para nuestra invitada. El azul cielo, estoy segura le quedara de maravilla y ordena alisten los caballos, que sean Hydor y Saiph -señale, se trataban de los dos mejores caballos y los más rápidos. Pronto, estábamos las dos cabalgando por el Imperio, el destino, el campo de entrenamiento donde veríamos a los gladiadores entrenar y seguramente a Apostolos.
*Duquesa Louvier, Bienvenida al Sacro Imperio Romano
*Katra Di Alessandro, Princesa del Imperio. Es un honor contar con vuestra presencia
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Fecha de inscripción : 12/10/2011
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Re: Polos opuestos se atraen
Tú, lo indomable de la vida, levantándote a cada caída, sin cesar, ni claudicar
Yo, la entereza y voluntad para conseguir mis propósitos, sin dudar, ni aguardar.
Yo, la entereza y voluntad para conseguir mis propósitos, sin dudar, ni aguardar.
Curioso era ver a una mujer tan indómita ser custodiada por hombres más fuertes. Sola, la Princesa imponía por sí misma, pero acompañada y resguardada por ellos, parecía femenina e indefensa. Los contrastes eran muy marcados y completamente interesantes. Una nueva cara del mundo que no conocía y del que no estaba para nada acostumbrada a ver se mostró ante la joven española. Por primera vez, sonrió y agradeció a José el haberla enviado porque aprendería mucho y, quién sabe, quizá lograra hacer alguna amistad.
Sus palabras en italiano si bien la sacaron un poco de balance, la hicieron sonreír cuando entendió si no todo, al menos la idea básica. Además, se había aprendido los nombres de todos, excepto ese apellido tan raro del Emperador Acherón Parte... Para... Postanti... no, mejor decirle Emperador, sí... no quería ofenderlo, aunque LO BUENO era que TODOS ahí eran Di Alessandro. Así sería más fácil. De todas formas, tenía ante ella a la famosa rebelde, altanera, arrogante Princesa Katra y la verdad, imponía lo suyo, pero Marianne aspiró profundamente y le ofreció la más agradable de sus sonrisas.
No se iba a acobardar, era una futura Duquesa (aunque la Princesa hiciera como si ya lo fuera), por lo que cosas así, vería todos los días. Tenía que ser fuerte y llevar en alto el nombre de su país y en esa visita incluso, el de José, que la "Reina de Corazones" no importaba tanto, pero el de José... ese sí. De forma tal que tras hacer una reverencia perfecta, le miró con las manos unidas al frente de su vientre y asintió.
- El honor es todo mío, Princesa Di Alessandro, le agradezco vuestras atenciones en esta, mi primera - y esperaba que no última - visita al Sacro Imperio Romano.
La Princesa Di Alessandro la observaba con crítica mirada, sobre todo su vestido, que tanto esfuerzo le había costado diseñar, quería ir lo más presentable posible y se preguntó si no había sido inadecuado, pero pudo controlar los nervios. No era la primera vez que salía de casa sola, ni que se codeaba justamente con la nobleza en un país extraño, pero José siempre había sido muy diferente de como la Princesa se comportaba y Marianne se preguntó si no era demasiado ambicioso el hecho de haberla mandado a ella como Embajadora a un lugar donde las rencillas y la constante determinación de echar abajo el reinado de los Emperadores era el pan de cada día.
Sin embargo, si José la había enviado era justamente porque confiaba en ella, como su Consejera que era, creía en su criterio, en la forma que Marianne resolvía las cosas. Si estaba ahí, era porque nadie más podría con la empresa o al menos, el Rey de España lo pensaba así. Pues bien, no se iba a dejar vencer, por lo que de inmediato accedió a recorrer el Palazzo, sería una experiencia nueva y podría contarle a su madre tantas cosas sobre el Sacro Imperio Romano. ¡Sí, vamos, podía con la empresa, saldría avante y triunfante de esta prueba. Con la frente en alto!
Aunque ante el ofrecimiento de la Princesa se quedó más que sorprendida. Vio sus ropajes y tragó saliva, porque eran mucho más livianos que los suyos y sobre todo, sobre todo, no tenían tantas capas que cubrirían adecuadamente su cuerpo. Se sonrojó sólo de pensar el lucir un trozo de su pantorrila o peor, toda la espalda. Pronto, no pudo más que dejarse hacer, la bañaron, perfumaron y engalonaron con una túnica que se abrochaba a la nuca, dejando los hombros y los brazos al descubierto; la tela, pura seda en ese color azul que hubiera mencionado la Princesa, caía de forma espectacular hasta el piso, donde unas sandalias le fueron puestas.
El atuendo se completó con un brazalete en su brazo derecho y el cabello recogido en un sofisticado peinado que llevaba entre trenzas y caireles, permitiéndole ver a Marianne una imagen completamente diferente al espejo. Se veía... adulta... la mujer que siempre ocultaba bajo los diseños a veces, aniñados de sus vestidos, se descubría ahora ante sí. Desde el hermoso cabello, el rostro, un cuello de cisne, el cuerpo delgado, pero poseedor de un busto si bien no excesivo, perfectamente redondeado... su cintura se la veía pequeña con las prendas y las caderas eran un recordatorio de que... sí... ya no era una niña.
Volteó a ver a la Princesa Di Alessandro quien con un movimiento de la cabeza, le daba a ella el visto bueno. Luego habló de ir a las caballerizas y tuvo que tomar de la mano a Marianne para "despegarla" del espejo, caminando con determinación hacia donde los corceles, mostrándole el interior del Palazzo, al menos un poco, donde las enormes columnas se elevaban y los pisos pulidos eran fieles testigos de la magnificencia del lugar y de las personas que lo habitaban.
¡La montada! Esa sí que fue "traumante", porque Marianne en toda su vida había aprendido a montar como toda una dama, con ambas piernas al lado del caballo, por lo que los movimientos bruscos pues no eran tan contínuos y si no, montaba tras José o en alguna ocasión, tuvo oportunidad de montar tras Nigel, pero llevar ella a un brioso caballo así sentada... Fue uno de sus problemas más visibles.
- ¿Qué, no puedes? - le resonó en los oídos la voz de la Princesa Di Alessandro y volteó a mirarla - Ya se me hacía a mí que eras toda una dama - ¿Por qué le sonaba a insulto? Marianne hizo una muequita y miró al caballo (alto por cierto) y aspiró aire profundamente... si se caía, vamos, que de un buen moretazo no se salvaba y MUCHO MENOS el bajarse con los muslos adoloridos como alguna vez hiciera, intentando seguir los consejos de Nigel sobre cómo "adueñarse" del caballo, lo único que había logrado era no poderse sentar con las piernas juntas tres días y casi, casi, caerse del animal.
Sin embargo, chasqueó la lengua y fue a montarse como amazona, aunque se lamía los labios, rogando que el córcel no fuera brioso, no corriera rápido y... (Por favor, Dios) no la tirara... si no, buena iba a hacerla frente a la señorita "Princesa Guerrera", seguramente sería la comidilla de la familia Di Alessandro toda su vida. No, no podía permitirlo. Así que cerró los ojos, aspiró profundamente y siguió todas las indicaciones de José que en su cabeza, aún continuaban fijas cuando ella le preguntó cómo hacía para mantenerse en el caballo sin caerse... Se lamió los labios y en el momento que el animal dio el primer paso, sólo pudo pensar "Dios mío, recuerda que soy buena niña, cuídame por favor".
Afortunadamente la "Princesa Guerrera" no espoleó demasiado su caballo, mostrándole con mucho orgullo las tierras de su familia que eran bastante extensas, aunque Marianne tenía la mitad de la mente en lo que la romana le decía y la otra mitad... bueno, dividida entre tener bien agarradas las riendas, no soltarlas mucho, no apretarlas mucho, no pensar en que durante los primeros cinco minutos le dolía el coccix con cada movimiento del animal y los otros cinco minutos restante, le seguía doliendo porque ya se había resentido un poco con los primeros cinco; en apretar bien los muslos contra el animal, para que no la fuera a tirar y no irse tampoco de lado, mantener la espalda recta, sonreír y de paso, ser amable e interesarse en la conversación de la "Princesa Guerrera" y hacer preguntas adecuadas.
Y todo para que la "Princesa Guerrera" no se burlara de ella, la viera como una igual o por lo menos, no tan abajo. Así que cuando llegaron al campo de entrenamiento y Marianne vio al grupo de hombres combatiendo se sonrojó toda, de los pies a la cabeza, incluyendo las pequitas de sus hombros. Volteó a ver a la Princesa Di Alessandro con ojos de: "¿A dónde me ha traído?" Aunque afortunadamente no dijo absolutamente nada al respecto. Menuda sujeta estaba hecha esa Di Alessandro.
Y menuda era ella, Marianne, porque la vista se le fue en un joven bastante atractivo, de cabellera rebelde y bronceado perenne... de musculatura nunca antes vista por Marianne, porque estaba desnudo de la cintura para arriba, con una sonrisa de esas que demuestran los hombres cuando saben que están por ganar mientras combatía con otro de sus subordinados. Movimientos ágiles, fuertes y firmes que hicieron a la española suspirar profundamente.
Sus palabras en italiano si bien la sacaron un poco de balance, la hicieron sonreír cuando entendió si no todo, al menos la idea básica. Además, se había aprendido los nombres de todos, excepto ese apellido tan raro del Emperador Acherón Parte... Para... Postanti... no, mejor decirle Emperador, sí... no quería ofenderlo, aunque LO BUENO era que TODOS ahí eran Di Alessandro. Así sería más fácil. De todas formas, tenía ante ella a la famosa rebelde, altanera, arrogante Princesa Katra y la verdad, imponía lo suyo, pero Marianne aspiró profundamente y le ofreció la más agradable de sus sonrisas.
No se iba a acobardar, era una futura Duquesa (aunque la Princesa hiciera como si ya lo fuera), por lo que cosas así, vería todos los días. Tenía que ser fuerte y llevar en alto el nombre de su país y en esa visita incluso, el de José, que la "Reina de Corazones" no importaba tanto, pero el de José... ese sí. De forma tal que tras hacer una reverencia perfecta, le miró con las manos unidas al frente de su vientre y asintió.
- El honor es todo mío, Princesa Di Alessandro, le agradezco vuestras atenciones en esta, mi primera - y esperaba que no última - visita al Sacro Imperio Romano.
La Princesa Di Alessandro la observaba con crítica mirada, sobre todo su vestido, que tanto esfuerzo le había costado diseñar, quería ir lo más presentable posible y se preguntó si no había sido inadecuado, pero pudo controlar los nervios. No era la primera vez que salía de casa sola, ni que se codeaba justamente con la nobleza en un país extraño, pero José siempre había sido muy diferente de como la Princesa se comportaba y Marianne se preguntó si no era demasiado ambicioso el hecho de haberla mandado a ella como Embajadora a un lugar donde las rencillas y la constante determinación de echar abajo el reinado de los Emperadores era el pan de cada día.
Sin embargo, si José la había enviado era justamente porque confiaba en ella, como su Consejera que era, creía en su criterio, en la forma que Marianne resolvía las cosas. Si estaba ahí, era porque nadie más podría con la empresa o al menos, el Rey de España lo pensaba así. Pues bien, no se iba a dejar vencer, por lo que de inmediato accedió a recorrer el Palazzo, sería una experiencia nueva y podría contarle a su madre tantas cosas sobre el Sacro Imperio Romano. ¡Sí, vamos, podía con la empresa, saldría avante y triunfante de esta prueba. Con la frente en alto!
Aunque ante el ofrecimiento de la Princesa se quedó más que sorprendida. Vio sus ropajes y tragó saliva, porque eran mucho más livianos que los suyos y sobre todo, sobre todo, no tenían tantas capas que cubrirían adecuadamente su cuerpo. Se sonrojó sólo de pensar el lucir un trozo de su pantorrila o peor, toda la espalda. Pronto, no pudo más que dejarse hacer, la bañaron, perfumaron y engalonaron con una túnica que se abrochaba a la nuca, dejando los hombros y los brazos al descubierto; la tela, pura seda en ese color azul que hubiera mencionado la Princesa, caía de forma espectacular hasta el piso, donde unas sandalias le fueron puestas.
El atuendo se completó con un brazalete en su brazo derecho y el cabello recogido en un sofisticado peinado que llevaba entre trenzas y caireles, permitiéndole ver a Marianne una imagen completamente diferente al espejo. Se veía... adulta... la mujer que siempre ocultaba bajo los diseños a veces, aniñados de sus vestidos, se descubría ahora ante sí. Desde el hermoso cabello, el rostro, un cuello de cisne, el cuerpo delgado, pero poseedor de un busto si bien no excesivo, perfectamente redondeado... su cintura se la veía pequeña con las prendas y las caderas eran un recordatorio de que... sí... ya no era una niña.
Volteó a ver a la Princesa Di Alessandro quien con un movimiento de la cabeza, le daba a ella el visto bueno. Luego habló de ir a las caballerizas y tuvo que tomar de la mano a Marianne para "despegarla" del espejo, caminando con determinación hacia donde los corceles, mostrándole el interior del Palazzo, al menos un poco, donde las enormes columnas se elevaban y los pisos pulidos eran fieles testigos de la magnificencia del lugar y de las personas que lo habitaban.
¡La montada! Esa sí que fue "traumante", porque Marianne en toda su vida había aprendido a montar como toda una dama, con ambas piernas al lado del caballo, por lo que los movimientos bruscos pues no eran tan contínuos y si no, montaba tras José o en alguna ocasión, tuvo oportunidad de montar tras Nigel, pero llevar ella a un brioso caballo así sentada... Fue uno de sus problemas más visibles.
- ¿Qué, no puedes? - le resonó en los oídos la voz de la Princesa Di Alessandro y volteó a mirarla - Ya se me hacía a mí que eras toda una dama - ¿Por qué le sonaba a insulto? Marianne hizo una muequita y miró al caballo (alto por cierto) y aspiró aire profundamente... si se caía, vamos, que de un buen moretazo no se salvaba y MUCHO MENOS el bajarse con los muslos adoloridos como alguna vez hiciera, intentando seguir los consejos de Nigel sobre cómo "adueñarse" del caballo, lo único que había logrado era no poderse sentar con las piernas juntas tres días y casi, casi, caerse del animal.
Sin embargo, chasqueó la lengua y fue a montarse como amazona, aunque se lamía los labios, rogando que el córcel no fuera brioso, no corriera rápido y... (Por favor, Dios) no la tirara... si no, buena iba a hacerla frente a la señorita "Princesa Guerrera", seguramente sería la comidilla de la familia Di Alessandro toda su vida. No, no podía permitirlo. Así que cerró los ojos, aspiró profundamente y siguió todas las indicaciones de José que en su cabeza, aún continuaban fijas cuando ella le preguntó cómo hacía para mantenerse en el caballo sin caerse... Se lamió los labios y en el momento que el animal dio el primer paso, sólo pudo pensar "Dios mío, recuerda que soy buena niña, cuídame por favor".
Afortunadamente la "Princesa Guerrera" no espoleó demasiado su caballo, mostrándole con mucho orgullo las tierras de su familia que eran bastante extensas, aunque Marianne tenía la mitad de la mente en lo que la romana le decía y la otra mitad... bueno, dividida entre tener bien agarradas las riendas, no soltarlas mucho, no apretarlas mucho, no pensar en que durante los primeros cinco minutos le dolía el coccix con cada movimiento del animal y los otros cinco minutos restante, le seguía doliendo porque ya se había resentido un poco con los primeros cinco; en apretar bien los muslos contra el animal, para que no la fuera a tirar y no irse tampoco de lado, mantener la espalda recta, sonreír y de paso, ser amable e interesarse en la conversación de la "Princesa Guerrera" y hacer preguntas adecuadas.
¿Cómo hacía todo eso?
Nunca lo sabría.
Nunca lo sabría.
Y todo para que la "Princesa Guerrera" no se burlara de ella, la viera como una igual o por lo menos, no tan abajo. Así que cuando llegaron al campo de entrenamiento y Marianne vio al grupo de hombres combatiendo se sonrojó toda, de los pies a la cabeza, incluyendo las pequitas de sus hombros. Volteó a ver a la Princesa Di Alessandro con ojos de: "¿A dónde me ha traído?" Aunque afortunadamente no dijo absolutamente nada al respecto. Menuda sujeta estaba hecha esa Di Alessandro.
Y menuda era ella, Marianne, porque la vista se le fue en un joven bastante atractivo, de cabellera rebelde y bronceado perenne... de musculatura nunca antes vista por Marianne, porque estaba desnudo de la cintura para arriba, con una sonrisa de esas que demuestran los hombres cuando saben que están por ganar mientras combatía con otro de sus subordinados. Movimientos ágiles, fuertes y firmes que hicieron a la española suspirar profundamente.
¿Quién le diría que se estaba fijando en Apostolos Di Alessandro?
Sufre "Princesa Guerrera", sufre el picor de los celos...
Te lo mereces...
Te lo mereces...
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 07/08/2011
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Re: Polos opuestos se atraen
La inocencia del despertar,
La fiereza, por domar
La fiereza, por domar
Debo admitir que mi intención jamás fue ridiculizar a la embajadora de España, solo esperaba se sintiese cómoda en un territorio, en un pueblo, completamente desconocido para ella, que sintiese en la piel la magia del Sacro Imperio. Pero por cómo iban las cosas pronto me ganaría un regaño de Acheron y Sabrina, la razón, muy sencilla la expresión facial de la Duquesa que señalaba estar desconcertada. Aun así no me arrepentía, cada vez que yo visitaba tierras extranjeras, debía acoplarme a sus costumbres, usando aquellos ataviados y molestos vestidos, cabalgando a la usanza inglesa y dejando mis armas en manos de mis guardias. Ahora, yo recibía a nuestra invitada con las costumbres Romanas, que lejos de ser bárbaras, eran de lo más normales, la esencia misma de la naturaleza humana. Preferíamos una espada a un revolver, cabalgar con libertad a escondernos entre los carruajes, la sencillez de la madre tierra y no la imposiciones de la sociedad.
No pude evitar burlarme y desafiarla cuando vi su rostro al verme montar, como amazona y sin el menor repudio, al parecer ella si era una jovencita de sociedad que jamás se había atrevido a montar así. Pero ella la “correcta duquesa” acepto el desafió, aunque no podía dejar de reír para mis adentros al ver su rostro, una expresión entre terror y dolor. Parecía estar siendo sometida a una tortura, que jamás admitiría como tal, pues el protocolo y el mismo orgullo le impedían reconocer que estaba incomoda. Por los Dioses, me estaba ganando una reprimenda épica, pero lo valía, la joven española jamás olvidaría su visita al Sacro imperio y jamás pondría en duda la fiereza de sus nobles. Aun así fui buena, y no espolee al caballo le mostré las tierras alardeando sobre sus virtudes y lo extenso del territorio, como las tierras eran entregadas en concesión a las familias romanas, sobre las festividades y lo briosos que eran nuestros corceles, como aquel que ella montaba ahora, que era el más veloz de todos, aunque el más dócil. Pues el mío, Laguz, era mucho más veloz e indomable que los caballos que aquella mañana ordené preparasen, Hydor y Saiph, eran caballos nobles y mucho más dóciles, aunque no dejaban de ser veloces.
El trayecto que solía recorrer en no más de quince minutos desde el Palazzo hasta el campo de entrenamientos, tardo el doble, demora que valió, pues llegamos allí en el preciso instante en que mi mellizo, mi espejo, estaba por ganarle al más fuerte de los gladiadores, aquel que nunca era vencido en la arena. Sonreí socarronamente, al recordar las malditas apuestas que el realizaba contra mi cada vez que entrenábamos, que se apostaba, un maldito beso. Nosotros, tan iguales en apariencia, tan intempestivos y narcisistas, llevábamos un incestuoso e infantil idilio, si de niños donde a escondidas nos besábamos bajo la escusa de un desafío. Aquello casi era una secreto a voces, pero que nosotros negaríamos hasta el final, a fin de cuentas tarde o temprano, ruego a los dioses que más tarde que temprano, mi madre arreglaría una matrimonio, una alianza por poder y ambición.
Suspiré al contemplar al escena y luego con agilidad y destreza desmonte, acto al que siguió mi guardia, Una burla interna surco mi mente al ver a la “correcta duquesa” embelesarse con la figura de mi hermano, mil ideas, miles de comentarios y todos morían allí, pues una burla de aquel tipo sería demasiado para la correcta mente de una dama española. Así, trague mis palabras y ordene la ayudasen a desmontar, pues evidente, tenía todo el cuerpo adolorido - Dichosa Dama, que jamás en su vida a montado a un animal- pensé y una carcajada interna se ahogo cuando mis palabras dejaron de medirse y hablé.
- Signorina Louvier- le llame cuando ya estuvo en suelo firme y con uan evidente incomodidad muscular - Perdone mi intromisión ¿Acaso es la primera vez que monta así?- pregunto con evidentes dobles intenciones, a lo que recibió una inocente respuesta que la dejo en bandeja de plata para seguir con una burla aun mayor, pues si ante su pregunta el rubor se asentó en sus mejillas, su siguiente frase la dejaría petrificada.
- Si me encuentro bien - mintió evidentemente la invitada para luego responder a su pregunta - No Su Majestad, no es la primera vez que monto, pero es la primera vez que permanezco tanto sobre el caballo- inocente, la pobre cayó en el juego de Katra, en mi juego, me tuve que guardar la risa unos segundos más antes de sorprenderla con una frase aun más deshonrosa.
- Entonces Signorina Louvier, ha venido al lugar correcto para aprender a montar a la romana- respondí sonriente, con la amabilidad encubriendo la broma- observe a su alrededor y escoja a quien será su bestia a domar- solté, señalando a los gladiadores que a pesar de estar entrenando, no nos quitaban la vista de encima.
Y así con aquellas palabras los colores se acomodaron en el rostro de la “correcta duquesa” quien paso por todos los colores del arcoíris antes de instalarse en un color carmín, solo comparable con el color de sus labios. Dios, que deseos de reírme en su cara, pero solo esboce una sonrisa de satisfacción. Mientras mi adorado hermano, caminaba hasta nosotras con aire decidido y con la burla en los ojos, seguro venía a presentarse y a fastidiar.
No pude evitar burlarme y desafiarla cuando vi su rostro al verme montar, como amazona y sin el menor repudio, al parecer ella si era una jovencita de sociedad que jamás se había atrevido a montar así. Pero ella la “correcta duquesa” acepto el desafió, aunque no podía dejar de reír para mis adentros al ver su rostro, una expresión entre terror y dolor. Parecía estar siendo sometida a una tortura, que jamás admitiría como tal, pues el protocolo y el mismo orgullo le impedían reconocer que estaba incomoda. Por los Dioses, me estaba ganando una reprimenda épica, pero lo valía, la joven española jamás olvidaría su visita al Sacro imperio y jamás pondría en duda la fiereza de sus nobles. Aun así fui buena, y no espolee al caballo le mostré las tierras alardeando sobre sus virtudes y lo extenso del territorio, como las tierras eran entregadas en concesión a las familias romanas, sobre las festividades y lo briosos que eran nuestros corceles, como aquel que ella montaba ahora, que era el más veloz de todos, aunque el más dócil. Pues el mío, Laguz, era mucho más veloz e indomable que los caballos que aquella mañana ordené preparasen, Hydor y Saiph, eran caballos nobles y mucho más dóciles, aunque no dejaban de ser veloces.
El trayecto que solía recorrer en no más de quince minutos desde el Palazzo hasta el campo de entrenamientos, tardo el doble, demora que valió, pues llegamos allí en el preciso instante en que mi mellizo, mi espejo, estaba por ganarle al más fuerte de los gladiadores, aquel que nunca era vencido en la arena. Sonreí socarronamente, al recordar las malditas apuestas que el realizaba contra mi cada vez que entrenábamos, que se apostaba, un maldito beso. Nosotros, tan iguales en apariencia, tan intempestivos y narcisistas, llevábamos un incestuoso e infantil idilio, si de niños donde a escondidas nos besábamos bajo la escusa de un desafío. Aquello casi era una secreto a voces, pero que nosotros negaríamos hasta el final, a fin de cuentas tarde o temprano, ruego a los dioses que más tarde que temprano, mi madre arreglaría una matrimonio, una alianza por poder y ambición.
Suspiré al contemplar al escena y luego con agilidad y destreza desmonte, acto al que siguió mi guardia, Una burla interna surco mi mente al ver a la “correcta duquesa” embelesarse con la figura de mi hermano, mil ideas, miles de comentarios y todos morían allí, pues una burla de aquel tipo sería demasiado para la correcta mente de una dama española. Así, trague mis palabras y ordene la ayudasen a desmontar, pues evidente, tenía todo el cuerpo adolorido - Dichosa Dama, que jamás en su vida a montado a un animal- pensé y una carcajada interna se ahogo cuando mis palabras dejaron de medirse y hablé.
- Signorina Louvier- le llame cuando ya estuvo en suelo firme y con uan evidente incomodidad muscular - Perdone mi intromisión ¿Acaso es la primera vez que monta así?- pregunto con evidentes dobles intenciones, a lo que recibió una inocente respuesta que la dejo en bandeja de plata para seguir con una burla aun mayor, pues si ante su pregunta el rubor se asentó en sus mejillas, su siguiente frase la dejaría petrificada.
- Si me encuentro bien - mintió evidentemente la invitada para luego responder a su pregunta - No Su Majestad, no es la primera vez que monto, pero es la primera vez que permanezco tanto sobre el caballo- inocente, la pobre cayó en el juego de Katra, en mi juego, me tuve que guardar la risa unos segundos más antes de sorprenderla con una frase aun más deshonrosa.
- Entonces Signorina Louvier, ha venido al lugar correcto para aprender a montar a la romana- respondí sonriente, con la amabilidad encubriendo la broma- observe a su alrededor y escoja a quien será su bestia a domar- solté, señalando a los gladiadores que a pesar de estar entrenando, no nos quitaban la vista de encima.
Y así con aquellas palabras los colores se acomodaron en el rostro de la “correcta duquesa” quien paso por todos los colores del arcoíris antes de instalarse en un color carmín, solo comparable con el color de sus labios. Dios, que deseos de reírme en su cara, pero solo esboce una sonrisa de satisfacción. Mientras mi adorado hermano, caminaba hasta nosotras con aire decidido y con la burla en los ojos, seguro venía a presentarse y a fastidiar.
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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Re: Polos opuestos se atraen
Tú, te burlas de los demás de forma constante.
Yo, me mantengo paciente, buscando detenerte.
Yo, me mantengo paciente, buscando detenerte.
La aventura las llevó a donde los Gladiadores y de todos, uno sobresalía, con un aura arrogante, pero seguro de sí mismo y tras ver cómo combatía y ganaba, a Marianne no le quedó la menor duda de que hacía honor a ese ego. Era uno de los hombres más agresivos físicamente que había visto jamás, pero no sólo él, si no todos los que les rodeaban en esa arena. Interesante por un lado, por el otro su mente dudó en si era normal en todos los países y no lo había notado o sólo propio del Sacro Imperio Romano.
De reojo notó que su anfitriona desmontaba y suspiró, bueno, uno de los martirios iba a terminar, pero empezaba otro. Con ayuda de uno de los guardias, puso sus pies en tierra y cerró los ojos un instante, al sentir el dolor en ambas piernas, completamente desacostumbradas a montar así y por supuesto, estar tanto tiempo en esa posición.
- Signorina Louvier - escuchó decir y volteó a ver a la princesa que le veía intensamente - perdone mi intromisión ¿Acaso es la primera vez que monta así?
No sabía por qué, pero su instinto le decía que no respondiera a esa pregunta, pero su educación era mayor, además, era una Princesa. Decir la verdad era lo mejor que podía hacer, así que sacó fuerzas de flaqueza (estaba agotada del viaje y el venir a cabalgar y en esa posición, la tenía realmente a punto de caer rendida en cama), sonrió y aspirando aire, se acercó lo más que pudo, ignorando el dolor, comportándose como toda una dama.
. Sí, me encuentro bien - mintió procurando no importunar a su anfitriona con tonterías como el no estar acostumbrada a montar un caballo así, parecía que la Princesa por fin olvidaba su lapsus malcriado y se comportaba como toda una dama - Y no, Su Majestad, no es la primera vez que monto, pero es la primera vez que permanezco tanto sobre el caballo - le confesó encogiéndose de hombros, porque era la verdad. Nunca había aguantado estar más de tres minutos montada como amazona.
- Entonces Signorina Louvier, ha venido al lugar correcto para aprender a montar a la romana, observe a su alrededor y escoja a quien será su bestia a domar.
Esas palabras la dejaron blanca inicialmente y lentamente, su rostro fue cambiando al rojo y luego de todos colores, por la vergüenza de ser exhibida así, de esa forma tan brutal, altanera y falta de modales de la que, se suponía, era la Princesa del Imperio Sacro Romano, si eso era ella ¿Qué podía esperar de los demás subalternos? Esa visita de pronto, se hizo insoportable... no sólo se burlaba por su vestimenta, por su forma de montar, si no que ahora, la trataba de una mujer sin modales, de cascos ligeros, vamos, la comparaba con una cortesana. ¿Quién se creía ella?
Los puños se apretaron y a su mente intentó llegar la coherencia, la tranquilidad, la paciencia, pero fue desechada cuando algunos de los gladiadores miraron de pies a cabeza a la joven como nunca había sido objeto de ese escrutinio y rechinó los dientes. Sus ojos se tornaron oscuros, como nunca antes y sabía, lo sabía, que iba a perder el estilo. Su barbilla se levantó, arrogante, sus hombros se echaron hacia atrás, manteniendo el tipo, pero al mismo tiempo, como una bestia, alistándose a atacar.
- Ah, perdone - dijo con una sonrisa fingida - crei que la Princesa era usted y veo que trato con la dueña del prostíbulo, porque esas palabras no salen de una dama, ni siquiera una tan bruta como usted, que parece más animal que persona - y miró al caballo y le acarició - con perdón de los animales, claro - miró a Katra de nuevo y parecía boquiabierta de que la correcta Duquesa pudiera decir semejantes palabras, así que continuó - creí que venía a una reunión protocolar, que iba a ser atendida como a usted la tratan en mi país y discúlpeme, pero no creo que nadie en mi terruño la haya tratado de prostituta por no saber montar de la forma que una dama no lo hace, si en su Imperio son tratadas las mujeres como basofia, bien... pobre de usted, pero yo no permitiré que me trate así. Será muy la Princesa, pero estoy segura que Su Majestad, Don José Alfonso de Castilla no permitiría que se me trate así. De tal forma - le miró con dureza y la otra abría los ojos enormes como digiriéndolo todo - cuando sepa tratar a una Embajadora, podrá enviar una carta de nuevo - se montó a la inglesa con una presteza increíble para el dolor que sentía, pero la adrenalina evitaba que sintiera más - mientras tanto, puede ser usted la portavoz que le diga a los Emperadores por qué me marché de su Imperio - dijo tomando las riendas del caballo - porque yo me retiro y si ésto termina en una guerra, bueno... - se encogió de hombros - que le sirva de lección a su tutriz, porque ha hecho de una Princesa - miró a los gladiadores - alguien con tan pocos modales, que recuerda a todos y cada uno de los hombres que pelean sólo por ver quién es el más fuerte... - sonrió.
Había dejado a la Princesa boquiabierta con sus palabras, sin reaccionar, seguramente porque nadie la ponía en su lugar. Marianne arreó al caballo y sonrió al ver que conocía el camino, retirándose lo más orgullosa que se podía... Ella no iba a permitir que alguien le tratara como la Princesa tenía por costumbre hacer con los demás. Que lo hiciera en su tierra, pero con ella no. Ya hablaría con José al respecto.
Sólo esperaba que su actitud tampoco desembocara en algo más grande...
De reojo notó que su anfitriona desmontaba y suspiró, bueno, uno de los martirios iba a terminar, pero empezaba otro. Con ayuda de uno de los guardias, puso sus pies en tierra y cerró los ojos un instante, al sentir el dolor en ambas piernas, completamente desacostumbradas a montar así y por supuesto, estar tanto tiempo en esa posición.
- Signorina Louvier - escuchó decir y volteó a ver a la princesa que le veía intensamente - perdone mi intromisión ¿Acaso es la primera vez que monta así?
No sabía por qué, pero su instinto le decía que no respondiera a esa pregunta, pero su educación era mayor, además, era una Princesa. Decir la verdad era lo mejor que podía hacer, así que sacó fuerzas de flaqueza (estaba agotada del viaje y el venir a cabalgar y en esa posición, la tenía realmente a punto de caer rendida en cama), sonrió y aspirando aire, se acercó lo más que pudo, ignorando el dolor, comportándose como toda una dama.
. Sí, me encuentro bien - mintió procurando no importunar a su anfitriona con tonterías como el no estar acostumbrada a montar un caballo así, parecía que la Princesa por fin olvidaba su lapsus malcriado y se comportaba como toda una dama - Y no, Su Majestad, no es la primera vez que monto, pero es la primera vez que permanezco tanto sobre el caballo - le confesó encogiéndose de hombros, porque era la verdad. Nunca había aguantado estar más de tres minutos montada como amazona.
- Entonces Signorina Louvier, ha venido al lugar correcto para aprender a montar a la romana, observe a su alrededor y escoja a quien será su bestia a domar.
Esas palabras la dejaron blanca inicialmente y lentamente, su rostro fue cambiando al rojo y luego de todos colores, por la vergüenza de ser exhibida así, de esa forma tan brutal, altanera y falta de modales de la que, se suponía, era la Princesa del Imperio Sacro Romano, si eso era ella ¿Qué podía esperar de los demás subalternos? Esa visita de pronto, se hizo insoportable... no sólo se burlaba por su vestimenta, por su forma de montar, si no que ahora, la trataba de una mujer sin modales, de cascos ligeros, vamos, la comparaba con una cortesana. ¿Quién se creía ella?
Los puños se apretaron y a su mente intentó llegar la coherencia, la tranquilidad, la paciencia, pero fue desechada cuando algunos de los gladiadores miraron de pies a cabeza a la joven como nunca había sido objeto de ese escrutinio y rechinó los dientes. Sus ojos se tornaron oscuros, como nunca antes y sabía, lo sabía, que iba a perder el estilo. Su barbilla se levantó, arrogante, sus hombros se echaron hacia atrás, manteniendo el tipo, pero al mismo tiempo, como una bestia, alistándose a atacar.
- Ah, perdone - dijo con una sonrisa fingida - crei que la Princesa era usted y veo que trato con la dueña del prostíbulo, porque esas palabras no salen de una dama, ni siquiera una tan bruta como usted, que parece más animal que persona - y miró al caballo y le acarició - con perdón de los animales, claro - miró a Katra de nuevo y parecía boquiabierta de que la correcta Duquesa pudiera decir semejantes palabras, así que continuó - creí que venía a una reunión protocolar, que iba a ser atendida como a usted la tratan en mi país y discúlpeme, pero no creo que nadie en mi terruño la haya tratado de prostituta por no saber montar de la forma que una dama no lo hace, si en su Imperio son tratadas las mujeres como basofia, bien... pobre de usted, pero yo no permitiré que me trate así. Será muy la Princesa, pero estoy segura que Su Majestad, Don José Alfonso de Castilla no permitiría que se me trate así. De tal forma - le miró con dureza y la otra abría los ojos enormes como digiriéndolo todo - cuando sepa tratar a una Embajadora, podrá enviar una carta de nuevo - se montó a la inglesa con una presteza increíble para el dolor que sentía, pero la adrenalina evitaba que sintiera más - mientras tanto, puede ser usted la portavoz que le diga a los Emperadores por qué me marché de su Imperio - dijo tomando las riendas del caballo - porque yo me retiro y si ésto termina en una guerra, bueno... - se encogió de hombros - que le sirva de lección a su tutriz, porque ha hecho de una Princesa - miró a los gladiadores - alguien con tan pocos modales, que recuerda a todos y cada uno de los hombres que pelean sólo por ver quién es el más fuerte... - sonrió.
Había dejado a la Princesa boquiabierta con sus palabras, sin reaccionar, seguramente porque nadie la ponía en su lugar. Marianne arreó al caballo y sonrió al ver que conocía el camino, retirándose lo más orgullosa que se podía... Ella no iba a permitir que alguien le tratara como la Princesa tenía por costumbre hacer con los demás. Que lo hiciera en su tierra, pero con ella no. Ya hablaría con José al respecto.
Sólo esperaba que su actitud tampoco desembocara en algo más grande...
Tú, la boquifloja que nunca piensa cuando habla.
Yo, la cabezota que busca siempre decir lo que piensa.
Yo, la cabezota que busca siempre decir lo que piensa.
Sí, somos iguales...
Por eso nos complementamos...
Por eso nos complementamos...
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Polos opuestos se atraen
Esta soy yo, esta soy yo
Con mis colores, que se corren
Esta soy yo, esta soy yo
Con mis dolores y mis quejas
Siento que, hay que cambiar
Esta soy yo, esta soy yo
Con mis extremidades y mis complejidades
Así soy yo, así soy yo
Con mis sensibles y extrañas verdades
Dime si las quieres conocer…
Con mis colores, que se corren
Esta soy yo, esta soy yo
Con mis dolores y mis quejas
Siento que, hay que cambiar
Esta soy yo, esta soy yo
Con mis extremidades y mis complejidades
Así soy yo, así soy yo
Con mis sensibles y extrañas verdades
Dime si las quieres conocer…
Ciertamente mi humor no era el más apropiado, quizás no para dos mujeres que se acababan de conocer, no para dos mujeres cuyas vidas eran polos opuestos, tan opuestos como el día y la noche. Observe como ella apretaba los puños y cambiaba de color su rostro, cuando los gladiadores volteaban a observarnos, en especial a ella, que poseía un atractivo innato, pero que insistía en ocultar entre sus vestidos aniñados, que parecían más de una jovencita de quince años y no los de una mujer de casi dieciocho años. Suspiré dispuesta enmendar mi error y disculparme, pero ella comenzó a hablar con tal ímpetu que solo pude, guardar silencio y escuchar cada palabra que de su boca salía - Signorina Louvier…- intente calmar su verborrea, pero ella no dejaba de hablar y decir una serie de palabras que de algún modo tenían sentido, pero que a ella no le parecían del todo apropiadas.
Perpleja la observé acercarse a su caballo pero di la orden que lo detuviesen, basto tan solo que alzase la mano para que detuviesen al caballo y la embajadora se voltease a verme - Signorina Louvier, si yo me he permito escucharla y no mandarla a callar, le ruego a usted se detenga y escuche mis palabras, pues ahora quien actúa arrebatadamente y sin pensar es usted.- mis voz era serena, calmada y sin atisbo de enfado, simplemente era la misma voz melodiosa de siempre - Signorina Louvier, ciertamente creo que usted a mal entendido mis intenciones y las costumbres de mi Imperio. Lamento que usted se sintiese incomoda por el paseo, pero fue su decisión montar como amazona, pero acá aquello no es mal visto, cada quien monta como más le acomode- expresé comenzando por aquello que más le había incomodado - Mis intenciones fueron mostrarle los territorios y el entrenamiento de nuestros mejores guerreros. Ahora, si le incomodo le ofreciese vestir como una mujer de mi pueblo, de la realeza, lo lamento, simplemente creí que sus ataviados vestidos le serían incómodos, considerando el clima. Ciertamente solo esperaba hacer su estancia más cómoda - Si, había arruinado aquel primer encuentro, pero sus intenciones eran las mejores y si sus padres se enteraban como mínimo la colgarían.
Por fortuna la joven se estaba serenando o al menos tenía el decoro de prestarme atención, quizás fuesen mis palabras o los guardias, pero ella no hacia intento alguno por moverse. Esperaba que fuesen mis palabras las que lo disuadían y no el amedrentamiento, tome aire y me acerque a ella, no para intimidarla, sino para que comprendiese estaba tratando de arreglar las cosas - Puede en su Reino, las mujeres sean un mero adorno decorativo, pero en mi tierra las mujeres no solo nos limitamos a sentarnos en los bailes de la corte, sino que también somos valoradas por ser guerreras.
- No es mal visto que una mujer monte como un guerrero y tenga voz de mando, le recuerdo que mi madre lidero la batalla que la regreso al trono. Si a usted aquello le molesta lo lamento, pero son nuestras costumbres, mujeres con carácter, firmes y que se hacen respetar ante los guerreros. Si la traje hasta acá es para que vea cuanto se respeta a las mujeres del imperio. Podrán escudriñarnos con la mirada, pero nunca darán un paso más del que nosotras le permitamos - Clave mis ojos en los de ella buscando que comprendiese mis palabras - Quizás sea mi último comentario el motivo de este mal entendido y por ello me disculpo. Pero era una broma que usted puede interpretar como le plazca, pero montar a romana, es el termino que utilizo para referirme a la capacidad de una mujer de dominar a un hombre y marcar los límites.
Finalmente había terminado de dar mis explicaciones y de solucionar aquel mal entendido, al menos por mi parte y esperaba que por parte de ella también, me sabia intempestiva y arrebatada, pero también era capaz de reconocer mis errores y demostrar mi hidalguía, extendí mi mano a la joven - Signorina Louvier, os ruego disculpe mis palabras mal medida y acepte quedarse a ver el entrenamiento que esta por terminar- Respiré con alivio cuando ella extendió su mano y acepto mis disculpas, sonreí con amabilidad y la guie hasta las gradas en las cuales podríamos acomodarnos, pero ni tiempo nos dio, pues mientras arreglábamos nuestras diferencias Apostolos había culminado su entrenamiento y se acercaba a saludarnos con una sonrisa socarrona, seguramente había escuchado toda aquella palabrería y la usaría para burlarse de mí.
Así fue ante una embobada y confusa Marianne y mi evidente enfado por su intromisión, dio instrucciones cual si fuese el mismo Emperador, arqueé una ceja y lo de je marchar, para luego observa r la invitada y con mayor sutileza que aquella mañana sugerí regresásemos al palacio a elegir que usaríamos para aquella noche - Como vera Signorina Louvier, mi hermano Apostolos estará encantado de recibirnos esta noche en el baile que se realizara en honor a nuestro nacimiento y a su llegada, así que deberemos lucir como diosas bajadas del Olimpo, claro ello si no le incomoda vestir algo más jovial y acorde a nuestras costumbres.
Al parecer ella no se sentía tan incómoda tras mis disculpas y explicaciones y acepto regresar al palacio, para mi sorpresa montando a la romana, y con evidente más soltura de cuerpo, sonreí para mis adentros, pero evidentemente necesitaría un baño relajante antes de alistarnos y elegir que prenda llevar, Apenas puse un pie en el palacio me dedique a dar instrucciones, a diestra y siniestra, pedí trajesen a la modista a la brevedad y que viniese preparada para un trabajo exhaustivo, ordene nos preparasen un baño de rosas azahar, para que la tensión de la mañana se fuese y que encendiesen velas e inciensos en el cuarto de baño y que pidiesen me enviasen un brebaje para darle a la Embajadora, y que dejase de sentir las molestias musculares de montar a la romana.
Mi plan era sencillo, era evidente que la joven española conocía de moda y tenía muy buen gusto, pero sus vestidos requerían de cierta holgura que solo poseían los vestidos romanos, por eso la modista nos ayudaría a modificar uno de los mejores vestidos de la joven, si aquello no resultaba la modista traería al menos 6seisdiseños de vestidos que solo necesitaban ser ajustados y agregarle los detalles necesarios para quien los fuese a usar. Además mande a pedir joyas para ella, eran parte del regalo que él imperio le entregaría a ella en su honor y esperaba luciese aquella noche.
Perpleja la observé acercarse a su caballo pero di la orden que lo detuviesen, basto tan solo que alzase la mano para que detuviesen al caballo y la embajadora se voltease a verme - Signorina Louvier, si yo me he permito escucharla y no mandarla a callar, le ruego a usted se detenga y escuche mis palabras, pues ahora quien actúa arrebatadamente y sin pensar es usted.- mis voz era serena, calmada y sin atisbo de enfado, simplemente era la misma voz melodiosa de siempre - Signorina Louvier, ciertamente creo que usted a mal entendido mis intenciones y las costumbres de mi Imperio. Lamento que usted se sintiese incomoda por el paseo, pero fue su decisión montar como amazona, pero acá aquello no es mal visto, cada quien monta como más le acomode- expresé comenzando por aquello que más le había incomodado - Mis intenciones fueron mostrarle los territorios y el entrenamiento de nuestros mejores guerreros. Ahora, si le incomodo le ofreciese vestir como una mujer de mi pueblo, de la realeza, lo lamento, simplemente creí que sus ataviados vestidos le serían incómodos, considerando el clima. Ciertamente solo esperaba hacer su estancia más cómoda - Si, había arruinado aquel primer encuentro, pero sus intenciones eran las mejores y si sus padres se enteraban como mínimo la colgarían.
Por fortuna la joven se estaba serenando o al menos tenía el decoro de prestarme atención, quizás fuesen mis palabras o los guardias, pero ella no hacia intento alguno por moverse. Esperaba que fuesen mis palabras las que lo disuadían y no el amedrentamiento, tome aire y me acerque a ella, no para intimidarla, sino para que comprendiese estaba tratando de arreglar las cosas - Puede en su Reino, las mujeres sean un mero adorno decorativo, pero en mi tierra las mujeres no solo nos limitamos a sentarnos en los bailes de la corte, sino que también somos valoradas por ser guerreras.
- No es mal visto que una mujer monte como un guerrero y tenga voz de mando, le recuerdo que mi madre lidero la batalla que la regreso al trono. Si a usted aquello le molesta lo lamento, pero son nuestras costumbres, mujeres con carácter, firmes y que se hacen respetar ante los guerreros. Si la traje hasta acá es para que vea cuanto se respeta a las mujeres del imperio. Podrán escudriñarnos con la mirada, pero nunca darán un paso más del que nosotras le permitamos - Clave mis ojos en los de ella buscando que comprendiese mis palabras - Quizás sea mi último comentario el motivo de este mal entendido y por ello me disculpo. Pero era una broma que usted puede interpretar como le plazca, pero montar a romana, es el termino que utilizo para referirme a la capacidad de una mujer de dominar a un hombre y marcar los límites.
Finalmente había terminado de dar mis explicaciones y de solucionar aquel mal entendido, al menos por mi parte y esperaba que por parte de ella también, me sabia intempestiva y arrebatada, pero también era capaz de reconocer mis errores y demostrar mi hidalguía, extendí mi mano a la joven - Signorina Louvier, os ruego disculpe mis palabras mal medida y acepte quedarse a ver el entrenamiento que esta por terminar- Respiré con alivio cuando ella extendió su mano y acepto mis disculpas, sonreí con amabilidad y la guie hasta las gradas en las cuales podríamos acomodarnos, pero ni tiempo nos dio, pues mientras arreglábamos nuestras diferencias Apostolos había culminado su entrenamiento y se acercaba a saludarnos con una sonrisa socarrona, seguramente había escuchado toda aquella palabrería y la usaría para burlarse de mí.
Así fue ante una embobada y confusa Marianne y mi evidente enfado por su intromisión, dio instrucciones cual si fuese el mismo Emperador, arqueé una ceja y lo de je marchar, para luego observa r la invitada y con mayor sutileza que aquella mañana sugerí regresásemos al palacio a elegir que usaríamos para aquella noche - Como vera Signorina Louvier, mi hermano Apostolos estará encantado de recibirnos esta noche en el baile que se realizara en honor a nuestro nacimiento y a su llegada, así que deberemos lucir como diosas bajadas del Olimpo, claro ello si no le incomoda vestir algo más jovial y acorde a nuestras costumbres.
Al parecer ella no se sentía tan incómoda tras mis disculpas y explicaciones y acepto regresar al palacio, para mi sorpresa montando a la romana, y con evidente más soltura de cuerpo, sonreí para mis adentros, pero evidentemente necesitaría un baño relajante antes de alistarnos y elegir que prenda llevar, Apenas puse un pie en el palacio me dedique a dar instrucciones, a diestra y siniestra, pedí trajesen a la modista a la brevedad y que viniese preparada para un trabajo exhaustivo, ordene nos preparasen un baño de rosas azahar, para que la tensión de la mañana se fuese y que encendiesen velas e inciensos en el cuarto de baño y que pidiesen me enviasen un brebaje para darle a la Embajadora, y que dejase de sentir las molestias musculares de montar a la romana.
Mi plan era sencillo, era evidente que la joven española conocía de moda y tenía muy buen gusto, pero sus vestidos requerían de cierta holgura que solo poseían los vestidos romanos, por eso la modista nos ayudaría a modificar uno de los mejores vestidos de la joven, si aquello no resultaba la modista traería al menos 6seisdiseños de vestidos que solo necesitaban ser ajustados y agregarle los detalles necesarios para quien los fuese a usar. Además mande a pedir joyas para ella, eran parte del regalo que él imperio le entregaría a ella en su honor y esperaba luciese aquella noche.
Katra Di Alessandro- Realeza Germánica
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