AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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dormida en el bosque {Libre}
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dormida en el bosque {Libre}
Era una mañana cualquiera, donde las hojas de los arboles aun continuaban cayendo al suelo, formando alfombras de diversos colores otoñales, y donde aun la primera nevada de invierno aun no había caído. No había excusa alguna para continuar encerrada en su habitación, sin hacer nada. Katerina siempre había sido una chica activa, y por ello esa mañana decidió cabalgar un rato por los bosques.
Antes de salir de su casa, se aseguró de tomar uno de sus libros favoritos y lo colocó en su bolso, al igual que una manta para sentarse en los suelos, además de pedirles a sus sirvientas de que le empacaran alguna merienda. Teniéndolo todo preparado, la joven condesa decidió buscar su yegua, Atenea e irse a cabalgar.
Su fallecido hermano Stephan le había regalado la hermosa yegua negra cuando ella había cumplido los doce años. Stephan era un fanático de la mitología, por ello le había recomendado colocarle el nombre de Atenea, en honor a la diosa de la sabiduría griega, él por su parte había llamado a su caballo Apolo, en honor al dios del sol.
No había nada mejor que cabalgar, al menos así pensaba Katerina, mientras el viento revoloteaba su cabello castaño y el viento golpeaba suavemente su rostro. Atenea galopó por los prados, antes de dirigirse a los bosques, cubiertos de hojas rojizas por el otoño. La joven condesa observó maravillada el paisaje tan hermoso que estaba ante sus ojos.
Encontrando un lugar, que para ella parecía seguro, Vodianova se desmontó de su yegua y la amarró a uno de los arboles, el que estaba cerca de una cantidad considerable de hierba para que se alimentara. La joven sacó de su bolso una manta rosada y la extendió en el suelo, para luego sentarse sobre ella. Tomando su libro predilecto, “Orgullo y Prejuicio”, se acostó en el suelo, elevando el libro sobre su rostro para impedir que los molestosos rayos de sol le dieran en su rostro.
Katerina adoraba el libro que tenía entre sus manos. Le parecía una idea magnifica de Jane Austen, y a pesar de que su madre no le agradaba para nada el libro, su padre le había parecido una gran idea el que ella lo hubiera comenzado a leer. Pero a pesar de que la joven Vodianova si estaba involucrada en su lectura y de que estaba muy interesada en saber que ocurriría entre Elizabeth y Flitzwilliam, la joven no pudo combatir el sueño, quedándose profundamente dormida, con el libro sobre su pecho.
Antes de salir de su casa, se aseguró de tomar uno de sus libros favoritos y lo colocó en su bolso, al igual que una manta para sentarse en los suelos, además de pedirles a sus sirvientas de que le empacaran alguna merienda. Teniéndolo todo preparado, la joven condesa decidió buscar su yegua, Atenea e irse a cabalgar.
Su fallecido hermano Stephan le había regalado la hermosa yegua negra cuando ella había cumplido los doce años. Stephan era un fanático de la mitología, por ello le había recomendado colocarle el nombre de Atenea, en honor a la diosa de la sabiduría griega, él por su parte había llamado a su caballo Apolo, en honor al dios del sol.
No había nada mejor que cabalgar, al menos así pensaba Katerina, mientras el viento revoloteaba su cabello castaño y el viento golpeaba suavemente su rostro. Atenea galopó por los prados, antes de dirigirse a los bosques, cubiertos de hojas rojizas por el otoño. La joven condesa observó maravillada el paisaje tan hermoso que estaba ante sus ojos.
Encontrando un lugar, que para ella parecía seguro, Vodianova se desmontó de su yegua y la amarró a uno de los arboles, el que estaba cerca de una cantidad considerable de hierba para que se alimentara. La joven sacó de su bolso una manta rosada y la extendió en el suelo, para luego sentarse sobre ella. Tomando su libro predilecto, “Orgullo y Prejuicio”, se acostó en el suelo, elevando el libro sobre su rostro para impedir que los molestosos rayos de sol le dieran en su rostro.
Katerina adoraba el libro que tenía entre sus manos. Le parecía una idea magnifica de Jane Austen, y a pesar de que su madre no le agradaba para nada el libro, su padre le había parecido una gran idea el que ella lo hubiera comenzado a leer. Pero a pesar de que la joven Vodianova si estaba involucrada en su lectura y de que estaba muy interesada en saber que ocurriría entre Elizabeth y Flitzwilliam, la joven no pudo combatir el sueño, quedándose profundamente dormida, con el libro sobre su pecho.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Re: dormida en el bosque {Libre}
John había tenido una buena caza aquella mañana. Sus internadas en el bosque, a pesar de ser más frecuentes, no estaban despertando sospechas en los ciudadanos ni los cazadores, precio que debía agradecer pues podía permitirle cazar cada dos o tres días en el bosque sin problemas. Aquella mañana, John había conseguido cazar dos ardillas y una liebre. No era una gran comida pero serviría como desayuno. Caminaba con sus trofeos colgando de una de las manos mientras en la otra sostenía el arma mortal que les había quitado la vida: un cuchillo de caza muy afilado con el mango tallado a mano.
Entonces John oyó un relincho de un animal. Sin duda, el relincho de un caballo. Podría ser un humano que iba de mensajero a otra ciudad, o algún viajero que cruzaría el bosque para llegar a su destino. O incluso algún cazador rezagado que no le apetecía madrugar con el canto de los gallos al alba. En una primera impresión, John decidió esconderse e ir por caminos distintos pero oyendo que el caballo no se movía sintió curiosidad y se aproximó al lugar desde donde provenían aquellos relinchos para observar.
Pudo ver al caballo atado en uno de los troncos de los árboles, cerca de un lugar con algo de pasto. Tenía silla de montar, por lo que el dueño no andaría muy lejos. Viendo que no era muy peligroso, John decidió acercarse para ver al estupendo animal. Era una yegua negra muy hermosa. Se le veía que estaba muy bien cuidada y gozaba de buen salud. Sin duda su dueño era alguien que admiraba tal montura y velaba por ella.
Pasaron los minutos y John no vio aparecer al dueño, con lo que estaba a punto de retirarse, pues ya se había demorado demasiado en sus tareas matutinas, cuando sin darse cuenta sintió pisar algo tras un árbol. Era una manta rosa. John rodeó el árbol y allí tumbada se encontraba una joven dormida. Sostenía algo entre sus manos. John se inclinó para verlo bien. Era un libro que no había leído nunca. John se incorporó para irse pero justo entonces un leve suspiro le impidió moverse de aquel lugar.
Entonces John oyó un relincho de un animal. Sin duda, el relincho de un caballo. Podría ser un humano que iba de mensajero a otra ciudad, o algún viajero que cruzaría el bosque para llegar a su destino. O incluso algún cazador rezagado que no le apetecía madrugar con el canto de los gallos al alba. En una primera impresión, John decidió esconderse e ir por caminos distintos pero oyendo que el caballo no se movía sintió curiosidad y se aproximó al lugar desde donde provenían aquellos relinchos para observar.
Pudo ver al caballo atado en uno de los troncos de los árboles, cerca de un lugar con algo de pasto. Tenía silla de montar, por lo que el dueño no andaría muy lejos. Viendo que no era muy peligroso, John decidió acercarse para ver al estupendo animal. Era una yegua negra muy hermosa. Se le veía que estaba muy bien cuidada y gozaba de buen salud. Sin duda su dueño era alguien que admiraba tal montura y velaba por ella.
Pasaron los minutos y John no vio aparecer al dueño, con lo que estaba a punto de retirarse, pues ya se había demorado demasiado en sus tareas matutinas, cuando sin darse cuenta sintió pisar algo tras un árbol. Era una manta rosa. John rodeó el árbol y allí tumbada se encontraba una joven dormida. Sostenía algo entre sus manos. John se inclinó para verlo bien. Era un libro que no había leído nunca. John se incorporó para irse pero justo entonces un leve suspiro le impidió moverse de aquel lugar.
John Cena- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 08/11/2011
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Re: dormida en el bosque {Libre}
Katerina no era una chica que tuviera un sueño pesado. Era muy sencillo despertarla en las mañanas, porque de una sola llamada ella ya estaba de pie. A pesar de ser una chica algunas veces fantasiosa y que muchas veces se perdía en sus pensamientos, la joven condesa poseía un buen oído. Y por ello, no le fue tan difícil despertarse ante el ruido de pisadas cerca de ella.
Ella había colocado una manta rosada en el bosque, donde se había acostado a dormir una siesta, con el libro de Jane Austen en sus manos. Su yegua Atenea estaba atada a uno de los árboles y todo parecía estar en normalidad, a excepción de un caballero que estaba a pocos pasos de su manta.
La primera reacción que paso por la mente de Katerina era la de gritar. Nunca había visto al joven hombre, por lo que no conocía si sus intensiones eran buenas. Su segunda reacción fue observar el filoso cuchillo que él tenía entre sus manos y eso no era bueno. Por eso mordió su lengua y se calló. No era una decisión prudente gritar cuando la otra persona poseía un arma.
¿Y si la asesinaban en medio del bosque? La joven de cabello castaño negó la cabeza ante la nueva oleada de pensamientos negativos y que la estaban poniendo nerviosa, que llegaban a su mente. Ella tenía que pensar, no comenzar a actuar como una demente.
La joven condesa respiró hondo, antes de preguntar con voz temblorosa —¿Quién eres?—.
Ella había colocado una manta rosada en el bosque, donde se había acostado a dormir una siesta, con el libro de Jane Austen en sus manos. Su yegua Atenea estaba atada a uno de los árboles y todo parecía estar en normalidad, a excepción de un caballero que estaba a pocos pasos de su manta.
La primera reacción que paso por la mente de Katerina era la de gritar. Nunca había visto al joven hombre, por lo que no conocía si sus intensiones eran buenas. Su segunda reacción fue observar el filoso cuchillo que él tenía entre sus manos y eso no era bueno. Por eso mordió su lengua y se calló. No era una decisión prudente gritar cuando la otra persona poseía un arma.
¿Y si la asesinaban en medio del bosque? La joven de cabello castaño negó la cabeza ante la nueva oleada de pensamientos negativos y que la estaban poniendo nerviosa, que llegaban a su mente. Ella tenía que pensar, no comenzar a actuar como una demente.
La joven condesa respiró hondo, antes de preguntar con voz temblorosa —¿Quién eres?—.
Katerina Vodianova- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/11/2011
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Re: dormida en el bosque {Libre}
John clavó en la joven muchacha quien era la que la había hablado. Por andar fisgonenando la había despertado y en aquel momento podía ver el miedo en sus ojos. John se alejó unos pasos de ella pues resultaría intimidatorio estar tan cerca de un extraño y observó como los ojos de ella bajaban hasta su mano. Entonces recordó lo que en ella llevaba. -Lamento asustarla señoria, soy un cazador mostró la liebre y las ardillas para que las viera en alto.
Había tenido suerte de que estuviese tan asustada que no le era posible ni gritar para pedir auxilio. En aquellas condiciones, John sabía que si una dama pedía auxilio de pocas palabras bastaran para que todos le apuntasen. Bajó nuevamente sus trofeos de caza y guardó su cuchillo en el cinto pareciendo tranquilo. -Llegaba del interior del bosque y oí el relincho de su yegua, muy hermosa por cierto John relataba a su manera lo sucedido omitiendo y transformando la historia según conveniese -noté que tenía duello y al rodear el árbol, me topé con vos, señorita.
John le había dado todas las explicaciones de por qué estaba allí, sin embargo, no había respondido a la pregunta que le había formulado en primer lugar la joven muchacha. Intentaría no hacerlo pues el encuentro era fortuito y quizás la joven no apreciaría tanto tal encuentro, más por ver a un tipo musculoso frente suya con un cuchillo sangrante. La mirada de ambos estaban fija en el otro pues no estaban claras las intenciones y no se fiaban.
Había tenido suerte de que estuviese tan asustada que no le era posible ni gritar para pedir auxilio. En aquellas condiciones, John sabía que si una dama pedía auxilio de pocas palabras bastaran para que todos le apuntasen. Bajó nuevamente sus trofeos de caza y guardó su cuchillo en el cinto pareciendo tranquilo. -Llegaba del interior del bosque y oí el relincho de su yegua, muy hermosa por cierto John relataba a su manera lo sucedido omitiendo y transformando la historia según conveniese -noté que tenía duello y al rodear el árbol, me topé con vos, señorita.
John le había dado todas las explicaciones de por qué estaba allí, sin embargo, no había respondido a la pregunta que le había formulado en primer lugar la joven muchacha. Intentaría no hacerlo pues el encuentro era fortuito y quizás la joven no apreciaría tanto tal encuentro, más por ver a un tipo musculoso frente suya con un cuchillo sangrante. La mirada de ambos estaban fija en el otro pues no estaban claras las intenciones y no se fiaban.
John Cena- Licántropo Clase Baja
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