AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Los placeres de la realeza
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Los placeres de la realeza
PRIVADO
Cuando vi su rostro la recordé, la última vez que la había visto era solo una niña pero la mujer acompañada que tenia a unos tres metros de distancia ya no pasaba desapercibida. Era natural encontrarse en un medio semejante a aquel a la realeza de otros países, en realidad era inevitable llegar a reconocer a alguno de mis pares y, para mi asombro, la niña era ahora una reina. Poco sabía de su familia al encontrarse mi reino al lado opuesto del suyo, apenas habíamos tenido el placer de encontrarnos un par de veces cada diez años o quizá más, de todas formas no solía presentarme ante los reyes mortales por razones obvias, a cualquiera le extrañaría que un rey que ha visto hace una década no hubiera envejecido ni un día, en ese sentido era mucho más fácil tratar con los monarcas que compartían el atributo de la inmortalidad.
-Invítala a mi mesa- le dije a uno de los guardias que me acompañaba y me quede observándola mientras tanto.
Estábamos en uno de los salones del Palacio Royal donde la realeza y alta sociedad se reunía para sostener esas largas charlas o tertulias dedicadas a comentar sobre los nuevos artistas o escultores que habían hecho un retrato de alguna vanidosa princesa. La moda se imponía fácilmente, si un mono bailaba todos los monos bailaban y, aunque era deleitoso presenciar las cualidades de la mente arcaica de muchos de los presentes, llegaba un momento en el que mis palabras dotadas de un bien escondido sarcasmo ya no me divertían y lo que seguía era retirarse. Hace una hora me había encontrado inmerso en una agobiante persecución hacia mi persona, una de las duquesas de aquel país había venido a ‘venderme’ la imagen de sus hijas en edad de casarse. La desgracia de todo hombre poderoso y rico era ser acosado por los intereses de las familias que solo tenían hijas a las que ya no querían mantener.
En ese momento ella cruzó por la puerta principal acompañada de sus damas de compañía, seguramente, al igual que muchas nobles, se excusara mediante ellas para salir de alguna mala conversación de las que producían mas bostezos que interés. El guardia regreso y me afirmo que ella había recibido y mensaje y en efecto la encontré mirando hacia donde me encontraba. Tome la copa de vino que estaba servida sobre la mesa y le di un sorbo respondiéndole a la mirada sin más gestos añadidos, ni una sonrisa, ni una inclinación de la cabeza, ni nada que pudiera perturbar lo inmutable de mi rostro. No sabía si ella me recordaría de la vez lejana en la que visite su país pero si lo hacía era fácil explicarse ante los mortales, solo se les decía que uno era el descendiente de la persona que había conocido y no se levantaba ninguna sospecha. Obviamente no le diría que la conocía, simplemente era un hombre que se había sentido atraído hacia ella y allí el motivo de la invitación a tomar una copa.
Tras unos minutos de esperar pacientemente su figura se dirigió a mi dirección, era definitivamente una humana portadora de belleza pocas veces admirable, diferente a las muchas mujeres nobles con las que estaba acostumbrado a tratar. Lastimosamente mi fuerte no era la adulación y mucho menos el elevar el ego de una mujer, por increíblemente hermosa que fuera, no podía justificar mi frialdad ante tal comportamiento pero simplemente era así y nada cambiaría mi personalidad. Lo mío era el fingir, solo en el caso en que me encontrara interesado en el objeto con el que tratara, de lo contrario no perdería mi tiempo en vanalidades. Incluso entre los vampiros se cuestionaba mi indiferencia, no era cuestión de modales, era cuestión de saber elegir bien las situaciones y las amistades que de mi parte no podían ser desinteresadas.
-Veo que esta noche ha aceptado hacerme compañía- le dije cuando estuvo parada frente a mi
Hice una seña al guardia y este se acerco a retirarle la silla para que ella se sentara, no me pare a saludarla o a hacerle reverencia, hubiera sido lo correcto pero después de todo era solo una niña que acababa de llegar a ocupar el trono de reina. Esperaba no escuchar los reproches e indirectas de una joven mimada clamando por recibir la atención merecida, de hecho, si la había invitado a acompañarme, era porque ya le había dado mi atención, en adelante tendría que ganársela porque nada me costaba portarme caballeroso y gentil si de un momento a otro decidía despedirme. Sin embargo, no la veía de esa clase, esperaba no decepcionarme. La chica parecía haber madurado y tener un carácter realmente propio, unos minutos de charla, quizá solo dos o tres frases que intercambiar y me daría por satisfecho porque que mas podía esperar de un acto improvisado sino que a partir de este se creara una posibilidad o se desechara irrevocablemente.
AMBIENTE
MUSICA
MUSICA
Invitado- Invitado
Re: Los placeres de la realeza
"Fiestas, festejos, reuniones que servían para pavonearse y presumir de logros y poder, no era nada más que una farsa creada por los burócratas, vestidos, gemas, perlas, de todo, lo más atractivo, hablando de las novedades parisinas y que más si las damas de honor que se me otorgaban eran del tipo ‘cabeza carente de sentido’; interesándose y echando la vista a los más guapos condes, reyes, príncipes y los que fueran, un mundo del cual nunca se sale, lo admito, muy por dentro sé que soy o que al menos se me juzga con ese tenue cristal, de ‘la niña consentida, que vino al mundo envuelta en la más cara seda’, ¡Mentiras!, pero sin hipocresía y demencia no soy la reina que esperan, y me encuentro en esta sagrada noche contemplando belleza infinita, risas hipócritas un circo digno de aplaudir, un espectáculo que por nada del mundo he de perderme, escuchando los murmullos de mis damas de honor, especulando de los chismes de alguna infidelidad, hombres y mujeres por igual.
La música tan amena, el lugar acogedor, que importa si el pueblo esta noche muere de frío, los que importamos somos nosotros, ¡Bravo!, nada interesante que celebrar, parece que la noche y el viento traen lo mismo, solo recuerdos, solo abismos lejos de tierras, lejos de la cuna familiar, me enferma esta gente incluyéndome, mientras, cruzo lentamente los pasillos con pomposo vestido, haciendo reverencias a baronesas, a reinas, o damas que luzcan ‘felices por tener un par de joyas en los dedos’, nada interesante viejo viento, solo una agonía divina, solo un par de miradas lascivas de los caballeros a mi cuerpo, no soy una niña, soy una mujer pero tampoco soy la envidia, comento entre el cerrado circulo que me rodea, cosas sin sentido.
Hasta que llegan a mis oídos aquellas palabras, ¿Invitación?, vaya, vaya, ahí está, enarcando una ceja analizo sus movimientos, atractivo como siempre, imponente y ‘creyéndose diferente’ para llamar la atención, un tipo que evoca mis pensamientos, que arremete contra mis sentidos con una desfachatez que es increíble de admirar, alguien que mantiene los pies sobre la tierra, ¿Sabiduría?, quizá. Comento a mis damas, “¿Qué tal aquel caballero que brinda con su copa y viste de caricias mi cuerpo en su mirada?”, responden entre risas, comentando lo atractivo que es, el puesto que tiene en la realeza y lo ¿Afortunada que soy al ser invitada?, claro, claro, el afortunado ha de ser él, al tenerme en su mesa.
Me acerco con un aire de grandeza fingida, un caparazón que sea como sea podrá romperse, veo al guardia, claro, el no ‘es como los demás’, y no espero nada de gente así, menos dentro de este círculo social, le observo atentamente a esos orbes que me hacen perder la cordura por instantes, el timbre de su voz tan varonil y profundo – Monsieur – pronuncio con lentitud llevándome una mano al regazo – Es todo un placer, sin embargo parece que ambos la necesitábamos – mis labios dibujan una sonrisa casi como si escribiera victoria – Por lo veo es selecto, no es un honor que me haya elegido, más bien es... – me quedo pensando la palabra correcta – interesante, tanto usted esté tan despampanante gente llama mi atención, yo la suya – claro, sarcasmo puro, aunque todo este fingido y disfrazado de demencia, locura y aún más de educación de la más baja.
Que tranquilizante es la música, digna de personas de clase, para un ambiente agridulce, un toque como el vino que beben sus labios, como el de sus ojos, como el de su persona, todo él interesante de pies a cabeza, igual que ese amargo sabor, sin hacer amago de tintar de bueno."
La música tan amena, el lugar acogedor, que importa si el pueblo esta noche muere de frío, los que importamos somos nosotros, ¡Bravo!, nada interesante que celebrar, parece que la noche y el viento traen lo mismo, solo recuerdos, solo abismos lejos de tierras, lejos de la cuna familiar, me enferma esta gente incluyéndome, mientras, cruzo lentamente los pasillos con pomposo vestido, haciendo reverencias a baronesas, a reinas, o damas que luzcan ‘felices por tener un par de joyas en los dedos’, nada interesante viejo viento, solo una agonía divina, solo un par de miradas lascivas de los caballeros a mi cuerpo, no soy una niña, soy una mujer pero tampoco soy la envidia, comento entre el cerrado circulo que me rodea, cosas sin sentido.
Hasta que llegan a mis oídos aquellas palabras, ¿Invitación?, vaya, vaya, ahí está, enarcando una ceja analizo sus movimientos, atractivo como siempre, imponente y ‘creyéndose diferente’ para llamar la atención, un tipo que evoca mis pensamientos, que arremete contra mis sentidos con una desfachatez que es increíble de admirar, alguien que mantiene los pies sobre la tierra, ¿Sabiduría?, quizá. Comento a mis damas, “¿Qué tal aquel caballero que brinda con su copa y viste de caricias mi cuerpo en su mirada?”, responden entre risas, comentando lo atractivo que es, el puesto que tiene en la realeza y lo ¿Afortunada que soy al ser invitada?, claro, claro, el afortunado ha de ser él, al tenerme en su mesa.
Me acerco con un aire de grandeza fingida, un caparazón que sea como sea podrá romperse, veo al guardia, claro, el no ‘es como los demás’, y no espero nada de gente así, menos dentro de este círculo social, le observo atentamente a esos orbes que me hacen perder la cordura por instantes, el timbre de su voz tan varonil y profundo – Monsieur – pronuncio con lentitud llevándome una mano al regazo – Es todo un placer, sin embargo parece que ambos la necesitábamos – mis labios dibujan una sonrisa casi como si escribiera victoria – Por lo veo es selecto, no es un honor que me haya elegido, más bien es... – me quedo pensando la palabra correcta – interesante, tanto usted esté tan despampanante gente llama mi atención, yo la suya – claro, sarcasmo puro, aunque todo este fingido y disfrazado de demencia, locura y aún más de educación de la más baja.
Que tranquilizante es la música, digna de personas de clase, para un ambiente agridulce, un toque como el vino que beben sus labios, como el de sus ojos, como el de su persona, todo él interesante de pies a cabeza, igual que ese amargo sabor, sin hacer amago de tintar de bueno."
Isabell II de Castilla- Realeza Española
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 11/08/2011
Localización : Donde la corona me lleve...
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Re: Los placeres de la realeza
Las mujeres saben cómo coquetear y demostrar sus atributos, en especial cuando la competencia es tan fuerte como en las cortes de Paris. Ya sea duquesa o reina tener un título basta, lo que importa para ellas es, ¿a quién voy a conquistar esta noche?, ya que no se dan el trabajo de buscarse el marido, pues ese ha de tenerlo seguramente el padre, se dan el trabajo de buscarse al amante. Ante un panorama tan sencillo es fácil encontrar una corte llena de damas dispuestas a una aventura. En el lado opuesto, estaba la mujer que acababa de invitar a mi mesa, parecía no tener interés en buscarse la cama por esa noche o por llevar a alguien a la suya; fue este el motivo por el que la encontré peculiar entre las demás asistentes, a lo mejor podría ofrecerme un momento de simple charla olvidándonos de aquel juego del burdo coqueteo.
Se hizo esperar, como toda mujer pero llegó. Parece actuar bajo la influencia de la creencia de que entre más levantes la barbilla más grande que el otro parecerás pero bajo esta posición podría perder la vista de lo que está delante de ella. Sonrío divertido ante su demostración de pertenecer a aquel lugar, por poco la aplaudo pero estaba seguro de que tendría mejores motivos para hacerlo al final de nuestro casual encuentro. Los modales no se olvidan, el saludo, el falso tono amable que quiere demostrar cordialidad en lugar de molestia y la leve inclinación ante alguien del mismo estatus o eso es lo que piensa como todos los mortales que se sientan en un trono u juran que no hay algo más poderoso que ellos.
-La necesidad implica un impulso irrefrenable que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido, ¿debo pensar que madame cree ser la dueña de algo tan grande?, yo creo que la palabra seria más bien curiosidad- respondí en un tono tranquilo como si le explicara a una niña que dos más dos son cuatro
La reina ha aprendido bien a expresarse como una dama de su alcurnia. Vanagloria, cumplidos, un hombre a sus pies, ¿será que eso espera?, quizá me hubiera equivocado en mi creencia de que aquella mujer era tan diferente de las demás pues el carácter era el mismo que el de todas las mujeres de la corte que creían que bastaba un suspiro para inspirar a los poetas de todos los reinos de los hombres. La niña que una vez vi era la mujer delante de mí, habría de reconocer su hermosura incluso después de terminado nuestro encuentro pero no perdura la imagen de una botella de vino más que su sabor cuando se lo prueba y degusta.
-Por favor madame, si entrara corriendo un cerdo llevando una corona en el cuello y corriendo a toda velocidad estoy seguro que la mayoría de los presentes se lanzaría sobre él con el único propósito de coronarse rey del salón. Aquí nadie llama más la atención que una persona que aparentemente no parece interesada en ser el centro de atención, ¿me equivoco?, más desde que se sentó en esta mesa se ha esforzado por ser el centro de mi atención, lo que en realidad me preocupa, ¿Qué opina usted Isabell?- la llame finalmente por su nombre y espere con una sonrisa divertida a lo que me respondiera
Sarcasmo e ironía, cuantos años había vivido en medio de nobles que creían esconder sus palabras dentro de una elaborada sentencia, la verdad no dejaban de divertirme con las demostraciones de uno u el otro. Responder era sumamente sencillo, las cartas sobre la mesa para que quien recibiera el bosquejo se pusiera a sudar y pensar en cómo contraatacar, que decir, que hacer, como actuar, cuando en realidad lo único que era necesario era lo más simple aunque pocos eran los que portaban esa respuesta ya que exigía experiencia de vida.
Se hizo esperar, como toda mujer pero llegó. Parece actuar bajo la influencia de la creencia de que entre más levantes la barbilla más grande que el otro parecerás pero bajo esta posición podría perder la vista de lo que está delante de ella. Sonrío divertido ante su demostración de pertenecer a aquel lugar, por poco la aplaudo pero estaba seguro de que tendría mejores motivos para hacerlo al final de nuestro casual encuentro. Los modales no se olvidan, el saludo, el falso tono amable que quiere demostrar cordialidad en lugar de molestia y la leve inclinación ante alguien del mismo estatus o eso es lo que piensa como todos los mortales que se sientan en un trono u juran que no hay algo más poderoso que ellos.
-La necesidad implica un impulso irrefrenable que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido, ¿debo pensar que madame cree ser la dueña de algo tan grande?, yo creo que la palabra seria más bien curiosidad- respondí en un tono tranquilo como si le explicara a una niña que dos más dos son cuatro
La reina ha aprendido bien a expresarse como una dama de su alcurnia. Vanagloria, cumplidos, un hombre a sus pies, ¿será que eso espera?, quizá me hubiera equivocado en mi creencia de que aquella mujer era tan diferente de las demás pues el carácter era el mismo que el de todas las mujeres de la corte que creían que bastaba un suspiro para inspirar a los poetas de todos los reinos de los hombres. La niña que una vez vi era la mujer delante de mí, habría de reconocer su hermosura incluso después de terminado nuestro encuentro pero no perdura la imagen de una botella de vino más que su sabor cuando se lo prueba y degusta.
-Por favor madame, si entrara corriendo un cerdo llevando una corona en el cuello y corriendo a toda velocidad estoy seguro que la mayoría de los presentes se lanzaría sobre él con el único propósito de coronarse rey del salón. Aquí nadie llama más la atención que una persona que aparentemente no parece interesada en ser el centro de atención, ¿me equivoco?, más desde que se sentó en esta mesa se ha esforzado por ser el centro de mi atención, lo que en realidad me preocupa, ¿Qué opina usted Isabell?- la llame finalmente por su nombre y espere con una sonrisa divertida a lo que me respondiera
Sarcasmo e ironía, cuantos años había vivido en medio de nobles que creían esconder sus palabras dentro de una elaborada sentencia, la verdad no dejaban de divertirme con las demostraciones de uno u el otro. Responder era sumamente sencillo, las cartas sobre la mesa para que quien recibiera el bosquejo se pusiera a sudar y pensar en cómo contraatacar, que decir, que hacer, como actuar, cuando en realidad lo único que era necesario era lo más simple aunque pocos eran los que portaban esa respuesta ya que exigía experiencia de vida.
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