AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Pequeños placeres {Privado}
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Pequeños placeres {Privado}
Aquella tarde de enero su padre llegó pronto a casa. Con él traía dos entradas para la obra que se iba a representar esa misma tarde en el teatro de París. Su llegada no pasó desapercibida. Desde su habitación, Fantine pudo oír todo el recorrido, desde el fuerte golpe que dio la puerta de entrada al abrirse hasta el crujir de las maderas del pasillo que llevaba hasta donde se encontraba. Vera, que estaba tumbada a los pies de la cama, alzó la cabeza y las orejas, en posición de alerta. La puerta se abrió de golpe y apareció Jérôme con los brazos en alto y una sonrisa que le abarcaba todo el ancho del rostro. -¡Fantine!- gritó. A pesar de que le había oído llegar, la muchacha se sobresaltó. ¿Qué le había causado tanta alegría? -Oh, Fantine. ¿Recuerdas el hombre al que le vendiste aquella botella de vino ayer? Hoy ha vuelto, y te ha traído un presente- dijo extendiéndole las entradas. La joven las cogió, todavía un poco desconcertada. La obra comenzaba a las ocho de la tarde, así que no tenía demasiado tiempo para prepararse.
Su padre y ella salieron una hora después, ella cogida del brazo de él. Fantine adoraba absolutamente todo del teatro: la pesada tela del telón, su color rojo brillante, la decoración de los palcos, el silencio que se formaba entre los asistentes durante la actuación... no tenía muchas oportunidades de asistir, ya que las entradas tenían un precio algo elevado. Gracias a aquel hombre que acudió a la tienda de su padre podía disfrutar de una noche diferente. El vestíbulo era más grande que su propia casa. El suelo estaba recubierto de alfombras cuidadosamente colocadas para no resultar cargante o vulgar, pero abarcaban todo el suelo de la sala. La actuación se iba a representar en el salón de actos principal, una bonita sala con decorados dorados en forma de flores gigantescas. Las cortinas y el acolchado de las sillas eran de tela de terciopelo granate, tan suave que Fantine se quedaba acariciándolas hasta casi desgastarlas.
La representación duró algo más de dos horas, pero a la joven le pareció la mitad de tiempo. Los actores eran realmente buenos, y la orquesta fue maravillosa. En algún momento de su vida se le pasó por la cabeza intentar entrar a formar parte de ella, pero nunca llegó a atreverse, quizá por miedo, por vergüenza o por la sensación de que no sería capaz de actuar delante de cientos de personas. Admiraba a todos los que estaban encima del escenario en ese momento.
Cruzó la puerta hacia el vestíbulo maravillada. Deseó por un momento poder acudir al teatro varias veces a la semana, pero sabía que eso era un deseo imposible de cumplir, al menos con las condiciones que tenía. Volvía a estar sujeta del brazo de su padre. Si no fuera por el ligero parecido que compartían, podrían pasar por un matrimonio con una gran diferencia de edad entre los cónyuges. De pronto, Jérôme se paró en seco y se giró. -Fantine, cariño, espérame aquí- dijo dándole un beso en la frente. -Vuelvo enseguida, quiero hablar con Monsieur Renan- Fantine se quedó junto a la puerta que daba a un pasillo por donde se llegaba a los bastidores del teatro. No pasó mucho tiempo hasta que los integrantes de la orquesta comenzaron a salir. Fantine se quedó mirándolos con una pequeña punzada de envidia.
Su padre y ella salieron una hora después, ella cogida del brazo de él. Fantine adoraba absolutamente todo del teatro: la pesada tela del telón, su color rojo brillante, la decoración de los palcos, el silencio que se formaba entre los asistentes durante la actuación... no tenía muchas oportunidades de asistir, ya que las entradas tenían un precio algo elevado. Gracias a aquel hombre que acudió a la tienda de su padre podía disfrutar de una noche diferente. El vestíbulo era más grande que su propia casa. El suelo estaba recubierto de alfombras cuidadosamente colocadas para no resultar cargante o vulgar, pero abarcaban todo el suelo de la sala. La actuación se iba a representar en el salón de actos principal, una bonita sala con decorados dorados en forma de flores gigantescas. Las cortinas y el acolchado de las sillas eran de tela de terciopelo granate, tan suave que Fantine se quedaba acariciándolas hasta casi desgastarlas.
La representación duró algo más de dos horas, pero a la joven le pareció la mitad de tiempo. Los actores eran realmente buenos, y la orquesta fue maravillosa. En algún momento de su vida se le pasó por la cabeza intentar entrar a formar parte de ella, pero nunca llegó a atreverse, quizá por miedo, por vergüenza o por la sensación de que no sería capaz de actuar delante de cientos de personas. Admiraba a todos los que estaban encima del escenario en ese momento.
Cruzó la puerta hacia el vestíbulo maravillada. Deseó por un momento poder acudir al teatro varias veces a la semana, pero sabía que eso era un deseo imposible de cumplir, al menos con las condiciones que tenía. Volvía a estar sujeta del brazo de su padre. Si no fuera por el ligero parecido que compartían, podrían pasar por un matrimonio con una gran diferencia de edad entre los cónyuges. De pronto, Jérôme se paró en seco y se giró. -Fantine, cariño, espérame aquí- dijo dándole un beso en la frente. -Vuelvo enseguida, quiero hablar con Monsieur Renan- Fantine se quedó junto a la puerta que daba a un pasillo por donde se llegaba a los bastidores del teatro. No pasó mucho tiempo hasta que los integrantes de la orquesta comenzaron a salir. Fantine se quedó mirándolos con una pequeña punzada de envidia.
Fantine Lefebvre- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/12/2013
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Re: Pequeños placeres {Privado}
Shaw, había despertado esa mañana con la firme intención de tomarse una hora o dos, después de la función en el teatro, para disfrutar de un pequeño placer. No era gran cosa, tampoco podía costearse demasiado, ya que los cuidados que su madre necesitaban eran de por sí costosos y solo le restaba para algo de ropa y los instrumentos. Terminó de colocarse el traje, haciendo luego el nudo de la corbata, mientras se observaba puntilloso en el espejo, de su recamara. Con su mano aliso un poco sus cabellos, en extremo cortos, pero aun así, repasó para que nada dejara de estar en su perfecta ubicación, no se tratara de que fuera temoso o compulsivo, eran aquellos pequeños gestos, los que le ayudaban a no caer en un caos. Su mano pasó del cabello al cuello, donde masajeó suavemente, cerrando los ojos y exhalando, en verdad que aveces pensaba que lo mejor podía llegar a ser colocaba a su madre en una institución mental. Pero solo pensarlo, un sabor amargo inundaba su boca, - no, como podría, ella ha dado todo por mi y ademas la promesa a mi padre... debo cumplirla ¿como podría siquiera pensar en arrojarla como un traste viejo? – caviló mientras abría sus ojos y se contemplaba nuevamente.
Dio un chasquido con su lengua y tomando el sombrero que pendía del perchero, dejó su recamara, para cruzar rápidamente a la sala de estar, donde su madre bordaba, en compañía de la enfermera que vigilaba atenta cualquier posible arranque. Se paró en el filo de la puerta contemplando la escena. Su madre inmersa en una conversación, totalmente segura de que la mujer que le hacía compañía era la Duquesa de Devonshire. Sonrió hacía días que no la veía tan entusiasmada y feliz que le pareció, una maldad sacarla de su equivocación. - Me disculparan las señoras, pero debo partir y no quiero irme sin daros un beso, madre – dijo acercándose a ella y arrodillándose a su lado. La mujer primero lo miró con extrañeza, como si no lograra reconocerlo, pero luego sus ojos se iluminaron, - querido, mi niño, como te has dejado la barba si apenas tienes quince años – lo reprendió, - ¿que dirá tu padre cuando vuelva esta noche? - la sonrisa y la luz en su mirada de pronto desaparecieron, - tu padre – volvió a repetir mientras lo dejaba de mirar para hundirse en sus propias cavilaciones. Algo asustado, Shaw, miró a la enfermera quien a su pregunta de si se encontraba bien, ella afirmó con un gesto, - si, no se preocupe, pronto la prepararé para acostarse, los días están demasiado fríos para salir a pasear y no queremos que se enferme – la sonrisa en el rostro del hombre le mostraba a leguas, que nunca dejaría de ser un hijo preocupado por su madre, - ojalá existieran mas personas como usted – susurró, mientras, el músico se levantaba luego de besar a su madre y se apresuraba a salir por la puerta principal. No le quedaba mucho tiempo, pero por suerte el edificio de apartamentos donde vivian, tenía contrato con la compañía de teatro y eso le permitía costearse una vivienda de buena categoría.
Llegó al teatro, y como siempre fue recibido con afecto, era muy apreciado por sus colegas. Pronto fue momento de salir a escena, hoy le tocaba ejecutar unas piezas para piano, mientras las bailarinas danzaban. La composición delicada, sutil y melancólica le vinieron como anillo al dedo para el tipo de estado de animo que lo envolvía. Cuando sus dedos dejaron de tocar y la última nota murió en el silencio expectante del teatro, todos comenzaron a aplaudir, sus colegas golpeaban suavemente sus instrumentos en un signo que le decían que la interpretación había sido sublime nuevamente. Sonrió con timidez, para luego de una leve inclinación desaparecer tras las bambalinas.
Media hora después el espectáculo había terminado, y se preparaba para salir a caminar un poco por las calles de Paris antes de regresar al apartamento y leer un buen libro mientras esperaba que el insomnio de todas las noches no lo asaltara nuevamente. Un grupo de músicos y actores, lo paró en las puertas que unían la zona de bambalinas con la entrada del teatro, - vamos, no seas aguafiestas, ha sido todo un éxito y debemos festejar, un copa y te vuelves a tu guarida – le dijo uno de los musicos, - no, les agradezco pero en éstos momentos no puedo – intentó excusarse, - déjenlo – dijo uno, con un acento algo malhumorado, - ¿es que no veis que el señorito se siente mas que nosotros? ¿O acaso no sabéis que fue un noble? - todos quedaron sorprendidos, no era algo de lo cual Shaw hablase, ni que se sintiera orgulloso, no por su padre sinó por no haber podido defender sus derechos – pero ahora, eres uno igual que nosotros, me oyes, ya no tienes el abolengo, ni lo pomposo... es más... eres una pobre rata de alcantarilla – le espetó un actor que se había unido al grupo. El músico quedó helado, si hubiera podido le habría hecho comer cada palabra, pero era rebajarse ante un ser despreciable. - Caballeros – susurró, tocándose el ala del sombrero – los dejo pues me esperan – no era verdad, pero necesitaba guardar un poco de su dignidad. Dio media vuelta y salió por la puerta rumbo al lobby del teatro.
Al abrirla casi choca con una señorita que allí se encontraba, aun lo observaban y sin pensar en la reacción que pudiera tener la joven, se acercó a ella, - Que bueno verla por aquí – sonrió dando la espalda a los músicos, y se quedó junto a ella, sonriendole como bobo, tocando levemente su brazo, hasta que comprobó que ya se habían retirado, entonces la miró a los ojos, - disculpe mi atrevimiento, señorita – le dijo bajando su mirada y realizando un movimiento – no quise importunarla – levantó sus ojos hasta unir su mirada a la ajena, inclinando su cabeza hacia el costado y le sonrió, - pero permitame que le confiese... su sonrisa ha alegrado mi día -.
Iñaki Grant- Condenado/Licántropo/Clase Media
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Localización : Paris - Escocia
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