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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lucien Greymark Sáb Dic 10, 2011 3:41 pm

Los años pasan. Aun después de todo el tiempo que llevaba no conseguía hacerme a la idea. Era curioso pero a pesar de haber cumplido ya más de cincuenta seguía teniendo las mismas dudas y preguntas que cuando tenía los veinte y no es que las cosas fuesen más fáciles ahora para pensar ni mucho menos, todo se había vuelto más complicado con el tiempo. ¿Alguna vez fui humano? ¿Tuve una vida normal? Ya sinceramente no lo recuerdo, los vampiros parecían no percibir el tiempo como los humanos pero si se parecía remotamente a lo que me estaba ocurriendo a mi… otro motivo más por el que deberían sentirse desgraciado. Incluso ahora, por fin viendo la luz del sol después de tanto tiempo encerrado, podía darme cuenta de que las cosas eran diferentes. Mi cautiverio durante estos nueve meses me había enseñado dos cosas: que sigo siendo alguien ignorante en muchos aspectos; y que tengo una capacidad para salir de situaciones mortales que empieza a rayar en lo absurdo. De todas maneras ya lo echo, hecho estaba. El imperio se había ganado un enemigo como jamás debieron haberse buscado, yo en su lugar me habría metido una bala de plata en la cabeza desde el primer momento en lugar de ponerse a jugar al doctor psicópata. Lástima que las cosas hubiesen salido de aquella manera, había tenido grandes planes para el Imperio y ahora no eran más que papel mojado. Un vago consuelo seguía siendo que, al menos de momento, para ellos seguía estando muerto, y pretendía que fuese así durante al menos un tiempo más. Hasta que pudiese estar en posición de actuar.

Los árboles se hacían cada vez menos esperas, el haber llegado a aquella zona de Francia sin haber llamado la atención me había costado muchísimo, no solo por el esfuerzo físico sino también por el problema que representaba moverme en un territorio vampírico. Afortunadamente, y también en parte desgraciada, mi apariencia actual no tenía absolutamente nada que ver con lo que había sido hacía apenas un año. El pelo me había crecido hasta puntos que me costaba recordar, eso sin mencionar la poblada y densa barba castaña que me daban un aspecto increíblemente desaliñado y pobre. No había nada de malo en aquel aspecto teniendo en cuenta como había estado anteriormente, pero aun así para cualquiera que me mirase ahora mismo no vería nada del Conde que fui hace tiempo. Quien lo hubiese dicho pero echo de menos aquellas tardes eternas en las que mi única ocupación consistía en firmar papeles. Allí no había conspiraciones, no había dolor ni problemas, solo algunos dolores de cabeza sin importancia. – Me estoy haciendo demasiado viejo para esto. – Y encima la peor de las partes, ahora me daba por hablar solo. Eso no ayudaba demasiado en mi situación actual.

Las últimas ramas se disiparon para dejar a la vista la imponente mansión… o lo que por lo menos había sido la mansión. La casa solariega Greymark, donde hacía solo un año había estado viviendo, un lugar al que había llegado a considerar un hogar por vez primera en muchísimo tiempo prácticamente había dejado de existir. Las enredaderas trepaban por las pareces que aún se mantenían en el ala este de la casa, mientras que la pared oeste estaba completamente derruida a la altura del segundo piso. Estaba prácticamente irreconocible.- Erin… - Solté el rollizo bastón de madera que había usado como punto de apoyo y corrí hacia los restos de la casa. Día tras día me había preguntado que habría sido de Erin, si seguiría viva o si los vampiros habrían intentado hacerle lo mismo que a mí. Ahora ese temor se había convertido en una oscura sombra que apretaba mi corazón, amenazando con destruir por completo a la única familia que me quedaba. La puerta cedió rápidamente a mi fuerza, por menguada que esta estuviese, y corrí escaleras arriba hacia la que había sido la habitación de mi hija adoptiva. No estaba, ni ella ni ninguna de sus pertenencias. Lo más probable es que se hubiese marchado en cuanto se dio cuenta de que no volvía. Quizás fuese mejor así, al menos estaría a salvo de momento.

Camine por la casa contemplando aquel desastre, lo que no había sido destruido por alguna especie de tormenta había sido saqueado por los bandidos, no quedaba prácticamente nada que fuese de provecho salvo algo de mi ropa y unos muebles que, obviamente, resultaban demasiado grandes y pesados como para sacarlos de la casa. Eso me hizo pensar en la que había sido mi más preciada posesión de aquella casa. Camine hasta la parte norte del segundo piso y llegue a mi antiguo despacho. El armario cerrado bajo llave que había detrás de cuadro seguía allí, y al abrirlo contemple con alivio lo que tanto había echado de menos. – Gracias a Dios… sigues aquí. – Por un momento temí que el cuadro hubiese sido destruido o robado, pero ahí estaba, como si el tiempo no hubiese pasado para él.

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Mensaje por Charlotte Schreiber Sáb Dic 17, 2011 2:09 pm

"Había una vez en una granja de chanchos, un chanchito de color verde. El animal era feliz siendo único y distinto al resto. Comía y se divertía con los otros chanchos aceptándose por cómo era. Pero un día, el granjero cansado de tener un animal tan particular decidió pintarlo con una tinta rosada impermeable al agua. El chanchito ahora era uno más, pronto la tristeza y el desconsuelo lo inundaron porque ya no era diferente. Pidió a Dios que todo volviera a ser como antes, y sus lágrimas no fueron en vano. A la mañana siguiente las nubes se juntaron para que comenzara a caer gotas de lluvia de color verde sobre todos los chanchos. Cuando el chanchito los vio, todos estaban de color verde a excepción suya. Y fue así como al ser distinto volvió a ser feliz, el único chanchito de color rosa."


Vivimos solos, morimos solos. Todo lo demás es una ilusión. Entonces ¿Por qué deberíamos pasar el resto de nuestras vidas trabajando, luchando y sudando solamente por una ilusión? Porque nada, incluido eso que algunos llaman amor, amistad, va a evitar que cumplamos nuestro destino, y hay mejores formas de ocupar el tiempo. Se puede ser único simplemente por ser diferente, o por ignorar al resto y crear las propias reglas pero realmente ¿Qué mierda importa la ilusión cuando estamos solos? ¿Cuándo somos excepcionales? La motivación es la conciencia de la mortalidad, no el miedo a la muerte sino a la vida. Todo parecía sin sentido, incluido lo que implica mantener esa ilusión. Todos somos esclavos de nuestros actos, más vale darles moralidad y no librarlos al azar del mundo. Ser auténtico implica aceptar las cosas como son, ser el chanchito verde es estar orgulloso de serlo. Ser alguien es algo en lo que te conviertes cuando aceptas que no eres nada. Algunos dicen que eso pasa porque el amor o algo que sientas y le dé sentido a tu vida cambia tu perspectiva, pero cuando decides que eso no va a ocurrir, es cuando todo dependerá de uno mismo.

Eran…habían sido 17 años, todo comienza con un acto fallido, es ahí cuando la verdadera idea nace. Virgen en un mundo que lucha por corromperla y asesinarla. Luego, es una lucha por la supervivencia. Si es buena, sobrevivirá y se impondrá. Si es mala, volverá al círculo transformándose en otro acto fallido. Lotto era un acto fallido detrás de otro. Un error opaca fácilmente mil logros. En su mente la idea de la ilusión era obsoleta, al igual que el buscarle sentido a las cosas ¿O era que el hacerlo solo le haría darse cuenta de su propia insignificancia?

Podía sentir como su peso sellaba cada hierba del pasto todavía cubierto por rocío acarreado por el viento cuando daba un paso, eso era lo que todavía le indicaba que estaba allí. El pelo desorbitado tras ráfagas de viento en una lucha feroz que podría haber sido en vano, pero el carácter lo obligaba a plantarse frente a todo. ¿Y ella? De lejos hubieras pensado que una mirada podría quebrarla, pero fue solamente hasta que tus ojos hallaron la tumba sepulcral de su mirada. La vida la había abandonado hacía tiempo. Era hermosa, hermosa en el sentido más sombrío que podría encontrarse. Las telas obligadas por el viento, cubrían hasta sus rodillas, remarcando los huesos de sus extremidades. Frío, pequeñas pulsaciones sobre su piel obligaron a la joven a ladear su cabeza hacia las nubes. Gris y movimiento, luces. Su mirada cual pincel sobre lienzo comienza a bajar sobre sí misma. De las puntas de sus yemas, una cadena de gotas se sustituía escurriendo hasta cortar el vínculo con ella para caer sobre el pasto ¿Hacía cuanto que caminaba?

¿Dónde diablos estoy? ¿Cómo puede ser que ya hayas olvidado a donde íbamos?

Discernir cuerpo de mente era algo propio de los hombres y de Charlotte. Pero no en tono sexual en su caso sino que su cuerpo respondía a órdenes pasadas, pero su mente a veces volvía a una etapa previa a esa. Estaba desencontrada en un mundo que no tenía ganas de vivir. Frente a ella, había un castillo de aspecto abandonado. La gloria y orgullo lo habían dejado hacía tiempo.

Como a nosotras, para que camino a un destino si el mío ya está escrito en piedra. Para qué perder el tiempo cuando puedo malgastarlo con gusto. Para que sufrir obligada cuando puedo disfrutar del maldito placer de lo prohibido. Para que ser otra cuando soy yo. Mierda ¿Qué hacemos aquí?

Entonces comprendió. Odiaba hacer cosas que no recordaba haber querido hacer, las uñas clavaban rasgando su piel en desprecio a los malditos músculos que la llevaban a hacer cosas. Quería desgarrarlos, quería cortarlos, quería…No. Las gotas que antes resbalaban translúcidas ahora tenían un pequeño tinte rosado ¿Llovía de color rosa? No ¿Su cuerpo lloraba sangre? Demasiado poético ¿Era la ira de sí misma? No, era la pérdida del control dominando cada neurona de su ser.

Buscábamos techo. A veces soy demasiado humana como para recordarlo.

El otro lado del cuento es algo oscuro, el chanchito verde también era egocéntrico y egoísta. Es el precio de ser único.

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Mensaje por Lucien Greymark Mar Dic 20, 2011 1:02 pm

El tiempo pasaba demasiado rápido. En ocasiones, cuando la noche estaba entrada, y podías escuchar el latido del mundo me daba cuenta de lo mayor que me hacía. Para un humano la idea de cumplir los cincuenta era el paso para la vejez, el comienzo del asentamiento. Supongo que la idea de seguir pareciendo humano hacia que el tiempo transcurriese del mismo modo para mí. El tiempo era algo extraño, desde el primer momento en que llegábamos al mundo él nos gobierna, lo medimos y lo señalamos pero no podemos vencerlo, es algo que he aprendido y que siempre he esperado me diese respuestas, respuestas al porqué de mi conversión, a porque me vi apartado de mi vida en aquella época por alguien a quien consideraba más que un amigo, más que un profesor. A pesar de lo que la gente pueda pensar, todos acabamos siendo esclavos de los actos del mundo, unos actos que a veces pueden ser rudos, egoístas, perversos y con muy poco sentido de lo que es la humanidad. En realidad lo único humano que quedaba de mí, lo único que me demostraba que en alguna ocasión aquel cuerpo que ocupaba ahora mismo fue más que un simple recipiente para un corazón vacío era el cuadro que tenía delante. Alyssa era todo mi mundo, lo único que realmente había echo bien en mi vida, descontando quizás a Erin. Nunca lo admitiría delante de ella pero en cierto modo me alegraba de haberla convertido, sabía que no era un pensamiento que debiese tener, en realidad no era un pensamiento que debiese de tener nadie, pero Alyssa… cada noche seguía deseando poder dormir para al menos soñar con ella una vez, pues todos los días la extrañaba, todos sin excepción.

El resto del despacho permanecía prácticamente como antes, salvo por el desorden y parte de la pared derruida todo estaba en su sitio, parecía que los ladrones que habían aprovechado para desvalijar la casa no se habían dado cuenta de que los propios muebles eran lo mas importante. En cualquier caso ya vería que hacer con ellos, lo más importante era poner a salvo lo poco importante que me quedase en aquella casa, hacía tiempo que había estado pensado sobre qué hacer, a donde ir, y me avergonzaba decir que no tenía demasiados lugares donde estar acogido, por lo menos no donde pudiese afirmar que las personas que me acogiesen estuviesen a salvo. Ese era precisamente el problema, los vampiros no se darían por vencidos así como así, no se sería bastante para ellos este año que me habían tenido cautivo… volverían. Fue entonces cuando capte se olor. Era un aroma extraño, sin duda era el de un humano pero era extraño. Los efluvios humanos siempre me resultaban claros, delineados como líneas perfectamente paralelas, pero este era diferente, como si una pequeña parte del todo que lo componían estuviese grabado en mi memoria, aunque no lograse identificar del todo su procedencia.

No había cabida para riesgos, al menos no ahora. Cogí a toda prisa el cuadro y lo guarde en uno de los huecos que había detrás de los estantes, al menos allí estarían a salvo de momento. Acto seguido saque la pequeña pistola de mecha que había logrado robar de un transeúnte armado de camino a Paris, la pistola era rudimentaria y de un solo disparo, pero en estas condiciones era mejor que nada y serviría para el objetivo. Si esa persona resultaba ser alguien non grato no dudaría en emplearla. Rodee la habitación hasta llegar a donde antiguamente estaba el balcón que daba al patio central de la casa, el olor provenía de aquella parte. Salte desde la sala derruida y caí al suelo con ligereza y silencio, propios de un cazador en su territorio. Avance hasta el pasillo que comunicaba con el patio, allí fue donde la vi. Era una mujer rubia, de ropas un tanto ajadas y con un andar que resultaba sospechoso, como si llevase días andando sin rumbo fijo y llegase a todos sus destinos de casualidad. A pesar de ello no me dejaría llevar por la primera impresión, eso solía suponer que te matasen antes de que pudieses reaccionar ante la hostilidad.

El camino sigiloso hacia su espalda me pareció eterno. ¿De dónde venía ese olor? En alguna parte lo había sentido, pero por alguna razón mi memoria se resistía a reconocerlo, como una especie de barrera. Además de eso la mujer también olía a otras cosas: tierra, sangre y… ¿Magia? Se lo que pensáis, la magia no tiene olor y es cierto, pero lo que si tiene son emociones pues la magia proviene de una intensa emoción, y es precisamente esa emoción lo que se nota, lo que se siente y una bruja no solía ser una buena idea. – Quieta. – Dije ya lo bastante cerca y una vez habiendo amartillado el arma. – Con cuidado y lentamente, dese la vuelta. – Así lo hizo y la sorpresa de aquel rostro hizo que la memoria volviese a mí de forma casi alarmante. - ¿Miranda? - De ahí el olor, conocí a aquella bruja hacia lo que ahora me parecen siglos, pero su olor persistía, al menos en parte.
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Mensaje por Charlotte Schreiber Lun Dic 26, 2011 11:19 pm


Los locos no mienten, solo dicen la verdad

Las locuras que más se lamentan en la vida de un hombre son las que no se cometieron cuando se tuvo la oportunidad. A veces el tiempo no es relativo. Todo en la vida consume cuotas de ese valioso período, personas, sentimientos, vicios. Pérdidas de tiempo en la razón, cuando podrías gastarlo siendo feliz, cometiendo el pecado de hacer lo que se quiera. Sin embargo, a veces la locura es la razón, pero pocas veces un demente es tomado en serio. Ingrato mundo, discriminan el camino que abre un loco, pero que luego será recorrido por sabios.

¿Charlotte era un genio? No, Charlotte abría y cerraba caminos, los recorría hasta la mitad y luego retrocedía sobre sus propios pasos. No era el miedo lo que la empujaba, sino olvidar el origen del todo ¿Y va a ser tan hipócrita de admitir que nada de curiosidad le engendra el por qué de hacer las cosas? Para el resto, sí. Para ella, a veces. Solo las suficientes que no le hagan recordar el inicio, ese maldito momento en que olvidó que camino debía seguir.

¿Dónde estaba? Recordaba la motivación, esa es la parte fácil de recordar dado que es lo que actúa como combustible, pero ¿La causa? ¿Era tan insignificante que no perduró, o tan malversada que prefirió olvidar? Olvidar lo importante y recordar detalles efímeros, no era falta de medios sino un desencuentro con la maldita vida en sí. El frío, las sensaciones y el dolor. Ella era una puta de ese dolor. Ser puta no en el sentido físico, esas son meramente mercenarias del sexo, sino en la idea de simular el goce, disminuyendo el infinito en un solo punto, en un solo lugar. Cuando no tienes nada, a veces el dolor pasa a serlo todo. Cristalinas, sin ser un óvalo perfecto cada gota era la esencia en sí misma. Ideal, con una vida en picada para destruirse al tacto. Su destrucción era lo único más hermoso luego de la individualidad de cada esfera similar al cristal blanco reluciente bajo la luz de una arrogante araña. No era una, sino miles las gotas que caían para perderse en el cabello, ahora de tono más oscuro, y piel nívea de Charlotte. Pese a que la porcelana era frágil, las gotas no ofrecían resistencia. Demasiado auténticas para sobrevivir a un mundo cruel rompían en gotas más pequeñas, quedando rezagadas, pero no por ello con un menor esplendor sobre aquel terciopelo.

El clima tempestuoso comenzaba a erizar la piel de la joven, las gotas que antes rompían aisladas, ahora cubrían su cuerpo y su ropaje, haciéndole sentir el peso de las telas atentando contra su poca estabilidad. Podría haber sido una estatua, podría haber sido un árbol, podría haber sido tantas cosas sin tan solo pudiera recordar aquello que no deseaba ser. Pero no era el caso. Charlotte esta allí, como así también su pasado cercano quejándose ¿Quejándome?

¿No es eso lo que haces? La culpa es mía por algo que tú me obligas a hacer.
Agujas clavadas en un dolor agudo que trepaba por sus brazos hasta activar su cerebro. Era placentero sentir, ver el origen y comprender de donde venían las cosas. A veces la simpleza era tan estúpidamente gratificante que se avergonzaba de sí misma.

¿Querías que recordara? Solamente te dejaba una nota mental.
Hacer las cosas y luego verlas de otra perspectiva. Charlotte se odiaba en esos momentos, la sangre hervía bajo el congelamiento del gélido clima que la cercaba desde lo alto. Las uñas buscaban más el lugar de transformar más cristales blancos en rojos. Eran más raros, eran más bellos y eran más…más… ¿Más qué? ¿De qué estoy hablando? ¿Por qué me duele? ¿POR QUÉ?

La bruja baja su mirada hasta el lugar que la esclavizaba tanto al pasado hacía unos segundos como al ahora. Sus manos sangraban ¿Qué había hecho Charlotte? ¿Qué hice? Entonces algo irrumpió su propio camino. Podía escuchar como las gotas rompían contra algo más. Estaba demasiado cerca como para que antes hubiera podido sentirlo.

Sus talones se deslizan sobre un mismo eje aplastando en su camino hierbas inocentes que padecen bajo la lluvia. Era un hombre, era uno de mil entes con un rostro que no se gastaría en recordar ¿Charlotte lo recordaba? Tampoco. No siente en sus entrañas los rasguños del pasado luchando por resurgir. Cuarenta años podría decirse, barbudo, seguro tenía historias que contar. Cuentos que no podrían interesarle menos a nadie como a ella. Cuentos de amor, de locura y de muerte, nada llamaba su atención lo suficiente como para que ambas Charlotte concordaran en escuchar sin moverse del sitio mismo en el que se encontraban. Los ojos de la joven se enfilan contra los del ser. Estaba acostumbrada a la reacción de todos, era la cara que pondrían al verse al espejo dentro de mil años. Una mirada penetrante, tan fiera como si pudiera violar tu libertad con ella. Tan impasible que ni su pena podría revivir. Tan carente de vida, de alma que los escalofríos de terminar como ella recorrían tu piel. Estaba muerta en vida. Sin caminos, sin espíritu. Estaba perdida en el mismo tiempo.

¿QUÉ?
Una risa cínica. Desgarradora. No era la voz de Charlotte. Tampoco el movió labio alguno más que al escuchar una voz en Off ¿Miranda? ¿QUIÉN ES ELLA? La Charlotte de hacía unos minutos estaba demasiado alterada, demasiado enojada, ella podía sentirlo ahora en las uñas clavadas cada vez más contra sus yemas. Sus ojos desorbitados se clavaron en los de él.

-No sé de que hablas.

Gruñe, reprimiendo su voz contra sus labios. Sintiendo como las gotas pesadas recorrían la perfección de un rostro poco digno de un cadáver. Las alas de su nariz antes salvajes por la respiración agitada, en un instante se calmaron.

-No sé quien es Miranda. No me importa quién eres tú.

Olvidaste decir “No sé quién soy yo”. Basta Charlotte. Ya pasó ¿Qué pasó? ¿Quién es él?

-¿Llueve?

Un sonido firme pero a la vez confuso y violento, contradictorio para sí misma. Tenía frío, se sentía mojada y en un segundo olvido la razón de toda la puta situación. Los caminos pueden cruzarse o dividirse hasta desembocar en el mismo mar. Pero nadie recuerda aquellos que se desdibujaron en el trayecto. Lo dije, una pérdida de tiempo.

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Mensaje por Lucien Greymark Jue Ene 19, 2012 4:15 am

Durante mucho tiempo conocí a un hombre. Todos le decían que era un loco, una persona que no tenia ni el mas mínimo concepto de la realidad y cuya mente se perdía en los aspectos banales del mundo, ajenos por completo a lo que venia siendo importante: su propia vida. Era curioso pero, a pesar de que aquel hombre se olvidaba siempre hasta de comer, que apenas dormía y que además no veía a nadie salvo a la hija que lo visitaba con frustración una vez por semana, resulto ser uno de los mejores músicos que jamás he visto. En la vida diaria su concentración era superada hasta por el niño mas lento de su curso, pero cuando se sentaba al piano… parecía que era el propio Dios el había bajado para inspirarle, fue el quien me enseño a tocar. ¿Significaba eso que todos los locos eran genios? Yo diría mas bien que todos los locos eran incomprendidos, personas con un mundo propio diseñado por sus mentes del cual eran incapaces de escapar, a menos que quisieran y dispusiesen de la voluntad necesaria para hacerlo. Aquella misma sensación que la que compartía con mi maestro me recorría la espalda en ese momento. No había una explicación plausible de porque pero, aquella joven que hablaba sola sin ningún tipo de compañía con la que comunicarse, y que miraba a medias entre la lluvia que nos inundaba y la mansión que había sido mi casa… era como si toda comprensión careciese de importancia.

El olor de la sangre llegaba a mí, sus manos se desplazaban por sus brazos haciendo pequeñas heridas ¿el objetivo? Lo ignoraba. No obstante, para bien o para mal, no podía dejar que alguien que estaba relacionado con Miranda se dejase ahogar así sin más. – Pero que demonios… - Aquella chica no era normal, por lo general los efluvios de las personas cambiaban cuando ocurría un cambio de humor lo bastante fuerte como para captarlo, pero lo de ella era increíble. Era como si dos personas estuviesen discutiendo, disgusto, frustración, ira, desesperación y dolor… Si hubiese sido otra persona podría haber dicho que me estaba equivocando pero aquella mujer olía igual que Miranda, y ella nunca fue una persona corriente, me costó mucho entender exactamente como combatían sus personalidades, puede que esta vez fuese algo parecido. – Puede que no te importe quien es Miranda, pero esta es mi casa, y tu estas aquí. – No se había dado cuenta de que llovía, es como si su mente estuviese completamente desconectada de la realidad. Baje el arma, no me parecía que fuese alguien que viniese a destruir algo, estaba demasiado preocupada con destruirse a si misma. No obstante mantendría la guardia, la última vez que la baje acabo bastante mal para mí, mejor evitar nuevos conflictos. – Si llueve… - Con paso seguro y firme guarde el arma y me acerque a la joven, su mirada era fría y perdida, como si no le importase absolutamente nada. Me quite el abrigo degastado que había usado en mi viaje y lo coloque por encima de sus hombros, puede que a ella no le importase nada pero ahora a mi me había despertado la curiosidad, curiosidad por ver de donde salía una dama como esta, y lo que era mas importante, ver si realmente su corazón era tan frio como daba a entender. – En cualquier caso, será mejor que entres en la casa, puede que acabes enferma si sigues aquí fuera, podrás darte un baño y cambiarte de ropa, creo que queda algo de ropa de mi hija. – Empecé a caminar hacia la puerta de la casa y antes de entrar me vire de nuevo para mirarla. – No tienes que hablar si no quieres…pero es mejor que quedarse aquí fuera.

Estando por fin dentro me di cuenta de cuanto llovía, la ropa estaba completamente empapada y el pelo me caía sobre los ojos goteando pequeños cristales translucidos. ¿Por qué la dejaba entrar? Habría sido muy fácil matarla, solo necesitaba apretar el gatillo y sin embargo, la había dejado con vida. “Me estoy haciendo viejo.” Un pensamiento amargo pero no por ello equivocado, en el pasado las cosas resultaban mas fáciles, ahora parecía que todo tenia una segunda connotación, un sentido diferente de interpretación que no podía obviarse, y curiosamente esas cosas eran las que me habían llevado a donde estaba ahora. Camine por los pasillos de camino a la cocina, dejando un reguero de agua por donde pasaba, hace un tiempo me había molestado pero aquella ya no era mi casa, solo un reducto del pasado que había quedado atrás, nada mas. Una vez en la gran sala de piedra empecé a buscar, no había comida claro pero si condimentos y algunos de los utensilios de cocina básicos. Saque la poca comida que me quedaba en la bolsa, entre las que había un par de conejos y algo mas que había podido conseguir y empecé a hacer algo de comer. Aun seguía percibiendo el olor de aquella chica, seguía parada en mitad del patio, solo esperaba que tomase una decisión, una que fuese propicia para ella misma y fuese capaz de aceptarla.
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