Today Will Be Better, I Swear! [Cassidy A. Cohen]

Había sido una semana especialmente mala para su cosecha de relatos. Estaba en Francia porque se suponía que hasta ahí los fantasmas de su pasado no llegarían, pero se había equivocado. Al principio todo parecía ir bien, de acuerdo a lo planeado, se sentía entusiasmado de iniciar casi desde cero en una ciudad ajena, ¡él!, ¡a su edad!. Sonaba descabellado, pero como siempre en la vida, había decidido hacerlo, hacer lo que la lógica dictaba que no debía, así se había iniciado en las letras de todos modos, cuando su futuro obvio era una carrera como matemático, él simplemente dejó todo de lado y siguió una corazonada.

Y por una corazonada estaba ahí, en París, sabía que ahí se hallaba su gran nueva obra, sólo que tenía que encontrarla.

Luego de unas semanas ese entusiasmo se fue esfumando, y con él se fueron las ideas, y vinieron los estragos de la soledad. No podía dejar que un trágico pasado lo persiguiera hasta ese sitio al otro lado del Canal de la Mancha, tampoco se trataba de olvidar, ¿cómo podría olvidar a los grandes amores de su vida?, era sólo que últimamente las recordaba más de lo que debía, y eso cerraba los caminos de su intrincada mente.

Por eso, aquella tarde decidió que no iría al café que siempre iba a garabatear bocetos de historias que luego lograría amalgamar, cosas nacidas de su brillante cabeza, y otros tantos relatos ágrafos que había escuchado durante su estadía en la capital gala. Recordaba bien a ese joven hombre lobo en el café una mañana, y a dos o tres vampiros con los que ya se había topado, también, por supuesto, con simple humanos como él, no por eso menos interesantes.

Suspiró mientras tomaba asiento en una banca de aquella plaza, iba con las manos vacías así que las colocó sobre sus rodillas y se dedicó a mirar a la concurrencia. Si observaba la arquitectura del lugar, inevitablemente, como por arte de magia, comenzaba a trazar líneas, calcular ángulos, crear planos cartesianos y luego graficar senos y cosenos, cada muro en el lugar se convertía en un plano, y con la perspectiva calculaba inclinaciones y dirección. Si observaba a la gente, de inmediato les creaba historias dentro de su cabeza, a un niño solitario le inventó una historia, parecida a la suya, un genio matemático que lo ve todo en algoritmos y fórmulas, pero que tuvo una hermana gemela a la que perdió. Sonrió de lado, no sonaba mal, ahora se arrepentía de no haber llevado algo para anotar, esperaba recordarlo cuando regresara a casa.

Simplemente le resultaba imposible acallar su mente, si no era aritmética, álgebra y cálculo, eran las letras que se acomodaban en palabras y luego éstas en frases como un acto automático. Suspiró, supuso que no había nada por hacer contra eso, que ese era él, y mejor lo iba a disfrutar, cuando se cansara de hacer cuentas y anotar imaginariamente números, crearía historias efímeras en su cabeza. Mirando a la gente en la plaza, todos ajenos a su presencia.

Entonces, de entre toda la gente miró a una joven, era rubia, no pudo evitar asociarla con su hija, que tendría esa edad más o menos si siguiera con vida, sonrió de lado y como si de una pizarra se tratara, borró números, rectas y ángulos de su mente para comenzar a escribir con una caligrafía algo descuidada, como su propia letra real, sobre ese mismo lienzo. Algo hubo en esa joven que llamó su atención como para crearle todo un cuento, a ella nada más, una historia.

Una chica que se había perdido en un alboroto (incendio, pensó) y fue recogida por alguien, pasado por mucho y luego, rencontrado con su padre, el único que seguía vivo, Rio sin poder evitarlo, a quién engañaba, eso era lo que deseaba que sucediera, después de todo no hubo cadáver que reclamar de su hija, nunca lo encontraron y todo era demasiado doloroso como para investigar, suficiente ya tenía con ver a Joan marchitarse a partir de ese día como para desgastarse en eso, a parte de todo.

Era un observador, y miró con especial atención los dedos de la chica, manchados de negro, carboncillo sin lugar a dudas. Por sus ropas supo que era alguien con poder adquisitivo, así que su contacto con el mineral negruzco debía ser por motivos artísticos y no de necesidad. Se puso de pie, ahí ya tenía algo para acercarse a ella y quizá conocer su verdadera historia y no la que había inventado.

Miró a su alrededor antes de dar el primer paso y luego caminó en línea recta hasta ella, tan recta como pudo, obsesivo como era. Vistió una sonrisa en su rostro, no quería asustarla, ella era muy joven y él, bueno… no tanto.

-Señorita –dijo a unos pocos metros de distancia-, ¿está perdida? –preguntó con cortesía, sonaba plausible, pues estaba en medio de la plaza mirándolo a él y a todo en realidad. No quería sentirse importante como para captar la atención de una dama tan joven y bella.

Que ella no presentara señales de temor ante su presencia, lo tranquilizó. No sabía que era, pero no era la primera vez que le sucedía, algo en su semblante parecía despertar confianza en la gente, cosa que jugaba a su favor, pues era una persona interesada en las demás personas. Debía escuchar con atención lo que otros tenían que decir, para él poder discursar por cuenta propia. Sabía, pero sobre todo, le gustaba escuchar.

Sonrió ampliamente, un gesto cándido y sencillo que ayudaba a reafirmar que sus intenciones no eran las de lastimarla. Nada más alejado de la realidad. Arqueó una ceja al escucharla hablar, parecía algo confundida, pero por cómo estaba diciendo aquello, también sonaba convencida de sus palabras.

-¡Por supuesto! –soltó en medio de una risa afable ante la pura impresión, luego estiró la mano-, Ranald Hrasky a su servicio –se presentó con una reverencia cortés-, y ya que vamos a charlar, me encantaría conocer la identidad de mi compañía vespertina –nunca borró la sonrisa de su rostro.

A pesar de todo, eso no era lo más raro que le había sucedido. No, qué va, él se había topado con vampiros y hombres lobo, una jovencita empeñada en charlar con él no era extraño, aunque debía aceptar, que le alegraba, pues esa era su intención primordial al haberse acercado tan temerariamente a ella.

-Podemos… -dijo y se giró en dirección al lugar donde estaba sentado-, podemos sentarnos allá, si le parece bien –invitó. Que fuese aquel un lugar público lo hacía todo más fácil, estaba seguro que aquella chica no pensaba mal de él, pero estaba acostumbrado a cuidar ese tipo de detalles, siempre abordaba a la gente, parecía un loco para muchos, y no todos se lo tomaban tan bien.

Mientras esperaba una respuesta, miró la punta de uno de sus zapatos, una pequeña mácula de polvo coronaba su calzado, impecable todo el tiempo y se llevó el pie detrás de la pierna para limpiarla con el pantalón. Manías, tenía miles de ellas.