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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fausto Miér Dic 28, 2011 7:21 pm

En los parajes de su memoria empedrada había un problema: estaban demasiado ejercitados, con una barba de chivo digna de mesarse frente a la panorámica que ofrecía la omnipresencia del firmamento. ¿Necesitaba escalar hacia los cielos para colarse en la ventana de Dios y controlarlo todo? No, la insalvable temeridad de Ícaro ya había sido contemplada en sus volátiles y desechables caras, nefasto plan y nefasta ejecución. Y por otro lado, ver las cosas no significaba controlarlas. No al instante, por lo menos, pues Fausto llevaba toda la vida bebiendo de las ventajas que volvían del análisis un poder como para empezar a despreciarlo ahora, pero también llevaba toda la vida enriqueciéndose de los resultados como para seguir apostando por métodos que sólo los obtendrían con más paciencia...

Paciencia. Ésa de la que llegó a liberar sus estribos cuando los restos de saliva de Georgius le cruzaron la cara tan veloces como sus gritos. Escuchar en mitad de la discusión el tono de su mentor con los decibelios arrojándose al vacío era tan desgarrador como recordar la hinchazón del tatuaje de Mefistófeles en la cabeza cuando sus cenizas vampíricas se abrazaron a su silueta arrodillada al compás de las ráfagas matutinas.

Cuán cercenadora fue la luz del sol en el apogeo de aquel instante, pues sintió que no le hacía falta ser un bebedor de sangre para agonizar frente a la luz... Bajo la luz, ¿qué más hubiera necesitado para condenarse a la inmortalidad, además de que se la negaran los de arriba y los de abajo? Anteponerse a ella.

El de París no se parecía en nada a los que frecuentó en la India, mas tampoco era la primera vez que acudía al burdel francés cada vez que se hundía en ese tipo de memorias, otras ocasiones ya se habían entremezclado con la rueca de perfumes caros, lencería y sexo, pero pocas habían dado más allá de la primitiva e insípida necesidad corporal de satisfacer los mecanismos masculinos. Hasta los micos podían fornicar todos los días, incluso burlarse mientras lo hacían, los instintos inevitables de Fausto no buscaban nunca nada parecido y a pesar de todo, hasta entonces había tenido que conformarse con la cháchara hueca de rameras de pocas luces o los gemidos cumplidores que ni siquiera buscaban sonar interesantes. Su espiral milenaria de conocimientos sabía cómo complacer a una mujer y las únicas perras que no gozaron fueron las que él no quiso satisfacer, de modo que no dudaba de su dominio en la cama ni de la veracidad de los jadeos que provocaba. Otra cosa más de la que aburrirse, por supuesto.

Y a pesar de todo, ahí estaba otra noche. Caminando entre remolinos de carne ambulante, humos de toda clase y colorido, machos, hembras y el sonido del alcohol apelotonándose sobre el de la copulación. Fausto pasó a través de manos femeninas que le acariciaban el hombro y las miradas esporádicas de algún que otro hombre, pero la madame, que le reconoció al instante, apareció enseguida, apresurándose a apartar cuantos obstáculos hubieran a su paso y a guiarle hacia una habitación poco concurrida. La mujer empezó a soltar toda una sarta de palabras curtidas en la venta de seducción y las distintas maneras de llamar a un buen polvo nocturno mientras señalaba a las cortesanas que había desperdigadas en torno a la decoración de la sala, cada una metida en su propio papel.

No prestó atención a nada de lo que le decía la dueña del local, para él era un sonido transparente, y analizó la sala por su propia cuenta. La presencia del antifaz sobresalió más allá de la insipidez rimbombante del establecimiento, tal vez por ese detalle descubierto que no podía terminar de ocultarse en una máscara, pero sí que perfilaba la dirección de su mirada de un modo menos accesible en su altanería. La mujer ni siquiera le estaba mirando, al contrario que el resto de sus compañeras, lo que terminó de arrastrarle al otro extremo del rojo chirriante de sus labios, un rojo tenso y predominante, acusador y estimulante. Una impresión que acumulaba más apelativos de los que urgían para un acto tan sencillo y mundano, eso era suficiente para considerarla entre el gentío de la noche y la indiferencia de su recorrido. Y la madame podía seguir hablando.

Sin hacer ni un solo comentario respecto a lo que le estaban diciendo, dejó a la matrona con la palabra en la boca y fue directo hacia la joven en la que había puesto los ojos, deteniéndose a pocos centímetros de la pared donde estaba apoyada y esperando a que girase el garbo de su cuello hacia la disposición de su rostro.

¿Quizá entorpezco tus divagaciones de media noche en el trabajo? -espetó tranquilamente, acomodado en aquella escueta distancia que le permitía un examen más minucioso-. ¿Por qué no me llevas adonde puedas pensar con más calma?


Última edición por Fausto el Jue Ago 30, 2012 11:21 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Eugénie Florit Jue Dic 29, 2011 2:55 pm

La fiesta aquella noche no estaba siendo tan mala, varios amigos de la familia muy cercanos se habían acercado para tomar mi mano, y pedir permiso a mis padres para poder bailar aunque fuera una pieza. No puedo negarlo, disfruto mucho de los bailes, son bastante pintorescos, de hecho, en ocasiones se puede sacar provecho de aquellos que posan los ojos en ti. Un gran ejemplo era aquel hijo de una familia de nuevos ricos: Nicholas. El pobre tiene una cara de reprimido que ni él mismo se lo aguanta, por eso un baile con bastante cercanía nunca esta nada mal ¿O si? La música era completamente tranquila, sin embargo mi cuerpo se restregaba con el suyo. No puedo lamentarlo, es inevitable, mi cuerpo empieza a sentirse necesitado de un cuerpo desnudo sobre el suyo. Cerré los ojos escondiendo mi cabeza contra su pecho de manera "inocente". Mi cuerpo comenzaba a desprender un poco de calor, lo más prudente era quedarme sentada. Fingí tener un ligero dolor de cabeza, disculpándome con él, pero no era un tonto en realidad, había sentido mi deseo, mi necesidad, y a mi lado se sentó. El calor de mi cuerpo se depositó en mis mejillas, las atenciones se fueron hacía mi figura. ¿Qué si estaba bien? Eso me preguntaban. Pues no, no lo estaba necesitaba salir de ahí, ir al burdel, saciar mi deseo, un deseo que comenzaba a sentirse pues la mano de aquel anterior compañero de baile se había adentrado a las faldas de mi vestido. Respingué en un principio por el frío de los dedos, pero poco a poco su temperatura se volvió una con la mía. Mordía con fuerza mis labios, intentando frenar los impulsos de jadear frente a mis padres. Gracioso era ser toda una dama de sociedad frente a ellos, y una prostituta cuando un trozo de tela cubría mi rostro en las noches. Varios minutos estuve así, mirándolo de manera reprochante, hasta que mis padres decidieron levantarse, empezar a despedirse, interrumpieron mi placer, al menos no fui descubierta pero esa noche, tendría que ir al burdel, necesitaba descargar lo que aquel hombre había empezado.

Los velas de la mansión comenzaron a apagarse una a una, los pasos de mi madre se disminuyeron hasta que pude escuchar la puerta de su habitación. Mi padre marcaba un sonido bastante gracioso de sus ronquidos dejando en claro que no sería descubierta de nuevo, aquella noche. Y mientras todos dormían en casa, era hora de salir. El carruaje especial me esperaba en la parte trasera de la casa, me apresuré a tomarlo, en el camino cambié mis ropas, encajes morados con ligeros tonos verdes, una combinación bastante rara pero sin duda especial y única, encima un vestido verde oscuro, y el antifaz… Ese por supuesto tenía que hacer juego con la demás prenda por eso el contorno de los ojos y el contorno del antifaz tenía lineas verdes, y todo lo demás estaba completamente morado. Otra noche, otra historia, necesitaba un cliente diferente, no uno tranquilo, alguien que supiera complacer a una mujer, alguien que estuviera dispuesto a romper paradigmas.Scarlett esperaba ansiosa la llegaba de todas sus chicas joyas, el antifaz ayudaba mucho a ser una de las favoritas, siempre deseando misterio entre las sabanas. Suspiré recorriendo con la mirada el lugar, todos comenzaron a sonreírme, compañeras de trabajo a saludarme, hombres buscando más francos en sus bolsillos. Siempre creían no poder pagar el precio por una noche conmigo, no sabía que podía intimidarlos, por mi parte cualquier pago era suficiente con tal de saciar mis necesidades.

Sentada estuve un buen rato pensando sobre lo ocurrido aquella noche. No podía ser descubierta, y aquella noche casi lo estaba por mis padres. El libido comenzaba a bajarse, pocas personas habían llegado al burdel aquel día, y los hombres que estaban ya habían sido engatusados por mis compañeras, que corrían hacía ellos, como si se tratará de un trozo de pan puesto enfrente de un hambriento. Aquella voz ronca me sacó de mi ensimismamiento, giré con completa tranquilidad, con ciertos movimientos provocadores, al topar mi mirada con la suya una sonrisa burlesca se dibujo en mis labios - Pocas personas vienen aquí a "pensar" - La ultima palabra la recalqué con un tono de voz insinuante. - Un lugar donde pueda hacer que se olvide de sus pensamientos, obligaciones y deberes quizás es a donde pueda llevarlo - Primeramente mis manos se acomodaron en la parte trasera del asiento para poder deslizarme hasta tocar el suelo. Acomodé mis ropas con tranquilidad, con cuidado tomé su mano, enredando sus dedos con los míos en un afán por hacer que siguiera mis pasos, no me soltará, y llegáramos al mismo tiempo a aquel lugar designado como mío desde que había empezado a trabajar en ese lugar. Unas escaleras de caracol se posaron frente a nosotros. Lentamente fui subiendo estás hasta detenernos, girar mi cuerpo y observarlo casi rozando mi pecho con el suyo - La única condición al entrar a este lugar es que el antifaz no se toca - Me había colocado de puntas hasta poder susurrar aquello en su oído. Entendida la indicación. Giré la perilla sin dejar de verlo, la puerta se abrió dejando ver una enorme cama con sabanas de seda color carmín, el ambiente era tenue gracias a la falta de ventanas, y solo se podía por las hermosas y aromatizantes velas. Hasta el fondo la pared llena de antifaces ya utilizados. En realidad no eran muchos, solo estaban bien proporcionados, no es que tuviera mucho tiempo en el burdel. Volví a jalarlo hasta hacer que tomará haciendo en un hermoso sillón del color de las sabanas. - ¿Algo de tomar? - Ofrecí como buena anfitriona. Me senté frente a él, dejando un poco a la vista el color y el grosor de mis piernas, la mercancía se ofrece de esa manera, así al ver, el comprador siente el deseo demás, si está le ha gustado a simple vista.


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Mensaje por Fausto Dom Ene 08, 2012 10:24 pm

Fausto contempló tras un relamido reposo la curiosa majestuosidad de los aposentos a los que la cortesana le había conducido, pomposos como era de esperar para su labor, más todavía si tenía en cuenta que la clientela como él mismo alcanzaba la alta alcurnia. A pesar de todo, aquel habitáculo en concreto tenía cierto aire personal dentro de lo travieso, aspecto que lo volvía algo más especial que el resto de los que había visto hasta entonces. De hecho, aquello estaba sucediéndose de manera muy curiosa desde el primer vistazo e instantánea elección que lo había llevado a destacarla por sobre sus demás compañeras aquella noche. Por el momento, la chica no estaba haciendo nada que no hubieran hecho antes otras; tomarse tantas libertades tan pronto sin comprender que él venía a por un juego mayor, susurrarle al oído, ofrecerle bebida... Y aun así, habían ciertos inescrutables detalles en su gestualidad y su manera de sonreír, tan descarada y plenamente lujuriosa, que conseguían captar su atención, aunque sólo fuera ésa que dormitaba bajo los estímulos entre sus piernas.

Brillantemente delicioso para comenzar la noche.

Vodka.

Le respondió de forma escueta y continuó contemplándola en tanto ella hacía lo propio, con un ensanchamiento de labios muy similar al que la cortesana desprendía. Porque ésa era otra de las cosas que llamaban a su corto interés: que parecía haber algo de contagioso en sus acciones... incluso cuando por dentro, Fausto continuaba maquinando sobre el entorno sin dependencia alguna de lo que mostrara la confiada sonrisa que aquella muchachita le había arrancado. Averiguar qué tenía de embriagante un melocotón más de los frutos que el burdel repartía en maquillados y perfumados cestos... La mente de Fausto ya empezaba a llenarse de aquel liquidillo jugoso, tan fácil de desechar como de disfrutar. Exactamente el uso que le daba él a las rameras. ¿Que las despreciaba a todas? No tenía porqué, eso dependía de la elocuencia de la ramera en cuestión y la que tenía en frente ahora todavía no había hecho gala de la suya, de modo que sólo le faltaba esperar a que dicha joven dispusiera su espectáculo. Si éste acababa siendo una falsa premisa cercana al aburrimiento al que ya le tenían vejatoriamente acostumbrado, siempre le quedaba el mecánico resultado del sexo. Ése que, por el momento, estaba volviéndolo todo más estimulante.

Eso que tendría ella a su favor.

Respecto a lo de tu antifaz... -comentó, haciendo referencia a la condición de no tocárselo que le había puesto antes de entrar... La prohibición le había rasqueteado un poco las tripas, con la sencillez del efecto inverso que causaba en los niños un 'no empieces a comer todavía' o 'no vayas a jugar al bosque'. Entendía que pudiera tratarse de una treta para atraer la curiosidad de un sinfín de clientes, pero apostó porque hubiera algo más interesante e inteligente en sus motivos... Si estaba poniendo demasiadas expectativas o no, eso lo decidiría ella-. ¿Exactamente a qué se debe? ¿Crees que ocultando tu rostro ocultas también tu persona? -divagó, después de aceptar finalmente la copa de vodka- Si consigues que quiera volver a verte, te darás cuenta enseguida de que aunque lleves puestas todas las máscaras de esa pared, a mis ojos vas a sentirte tan descubierta como si estuvieras desnuda -declaró y sin dejar de clavar la intensidad desarmadora de sus pupilas en la figura de la mujer, engulló todo el contenido del alcohol tras un solo y contundente trago.


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Mensaje por Eugénie Florit Mar Ene 10, 2012 1:09 am

No puedo negarlo, y mucho menos puedo hacer que no se note mi confusión, pocas personas eran las que no solo venían a abrirme las piernas, pocos eran aquellos que querían pagar para tener una platica, para saber que siente una cortesana, ¿por qué han llegado a ese punto de su vida? ¿Que las hizo terminar en la cama con un hombre diferente cada día? Solté un suspiro, tenía una mueca bastante notoria en los labios, si no tuviera el antifaz, probablemente se notaría más el temor que tenía al recibir aquellas preguntas echas por un cliente pero, por extraño que pareciera, no me molestaba, al contrario me hacía sentir más, una mujer, alguien que podía ser escuchada, no un simple pedazo de carne. Poco a poco la mueca se volvió una sonrisa clara. Me levanté de mi asiento, me serví una copa de whisky, del mejor que había en Paris, pocos clientes notaban que las bebidas que ofrecía eran las más caras y exquisitas que habían, pocos eran los que les importaba si el rostro de la mujer que tendrían en la cama, estaba de buenas o no, enferma o no, deseosa o no, todos llegan cegados por sus tristezas, por sus perversiones, por su deseo de sentir dominio o poder sobre alguien más, es tan gracioso aprender a ver todo esto, identificar como ponerlos contentos que alguien dispuesto a entablar más de una oración, era algo completamente nuevo, al menos para mi.

Me senté en una silla alado suyo, sonreí con tranquilidad, solté una bocana de aire, y entonces me dispuse a contestar de la manera más sincera posible - Mi persona… Mi verdadera persona es la que en estás cuatro paredes se deja ver, es la que no necesita opresiones para dejar en claro que le gusta la buena compañía, una buena platica, y mucho sexo, estoy enferma de deseo, de más… - Fui sincera, siempre lo he sido o bueno procuro serlo aunque el antifaz deje ver lo patética que es mi vida al ocultarme de los demás - El circulo en el que me muevo no me deja disfrutar de esto que deseo, no puedo ser yo, simplemente tengo que seguir ordenes impuestas por personas que solo me ven como un trofeo para adornar una silla vacía - ¿Acaso el podía entender lo que estaba hablando? Me sentía completamente frustrada en ese momento, estaba removiendo cada una de las cosas que había guardado siempre, que nadie se había detenido a preguntar - Cuando tengo puesto el antifaz es cuando más desnuda esta mi alma señor - Susurré con cierta tristeza, deseaba poder ser como aquellas mujeres que no tenían miedo a mostrar su verdadera cara solo por buscar el pan de cada día. Mi vida en cambio, estaba llena de lujos, lujos que solo me hacían sentir… Menos valiosa.

Bebí de manera prolongada el vaso de whisky, me sentía extrañamente liberada, una sensación de pesadez que había tenido antes de entrar al cuarto se había desvanecido. Pero ahora era mi turno, esto era un dando y dando, si él me preguntaba yo también tenía el derecho de preguntar lo que quisiera - ¿A usted que le hace venir a buscar los servicios de nosotras? ¿Simples deseos carnales? - Si, era así entonces podría pensar que su vida era tan vacía sexualmente que era urgente un poco de visita mas frecuente, de no serlo entonces aquel hombre debía esconder más que esa simple mirada diabólica, lo cierto es que sus ojos devoraban las curvas de mi cuerpo, y esa sensación de deseo que puedo despertar en los demás hace que me vaya excitando, me encanta la manera en que me miran, en que me desean, en que me acarician, pero hoy puedo decir que el querer detenerse a saber que hay detrás del antifaz ya había hecho que deseara sentirlo entre mis piernas.


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Mensaje por Fausto Miér Ene 25, 2012 3:27 am

Deberías pensar que soy terco e insufrible... pero no lo haces.
Y con aquella memoria en concreto, respondía para sí mismo a la cuestión que le había hecho la cortesana, la primera razón por la que cruzaba las portezuelas de lugares como aquel, donde se vendían olores y caricias necesitadas en su complacencia: recordar. Recordar un punto concreto, una urgencia desgraciada y un reclamo banal que lo anclara todavía más en su dolor, desmitificándolo para convertirlo en un deseo mundano, igual al de todas esas personas que llevaban vidas corrientes.

¿Normalizar su sufrimiento? No, ni siquiera aunque se lo propusiera, Fausto llegaría a engañar a la perfección para confundirse con alguien mediocre, pero... ¿Bajar un poco la guardia? ¿Observar desde otra perspectiva lo que por encima de todo, cual vista divina, se hacía demasiado pequeño como para discernirlo? Quizá... Quizá eso sí. En la predisposición de mujeres que ofrecían su intimidad corporal a cambio de seguir existiendo podía encontrar respuestas que lo llenaran de vacío existencial hasta que regresara al pie del cañón. Como había jurado que haría siempre, mientras tuviera fuerzas para empuñar su sable y acabar con la sangre de la inmortalidad en la tierra.

Espérate y verás.

Veo mucho más que enferma pretenciosidad en esa confesión... -informó e incluso se sorprendió al estar haciéndolo. A esas alturas, sabía cuándo merecía la pena reconocer una observación halagadora y cuándo no, pero no siempre conseguía lo que buscaba en sus noches de sexo sin más sensación que el placer mecánico del organismo. Que aquella muchacha empezara a reaccionar de aquel modo tan inusual y más para las de su condición... era una buena señal de que, en aquella ocasión, tal vez vería la búsqueda algo saciada- Y eso me agrada.

Aunque no debía confiarse. Ni la muchacha ni él mismo. Fausto estaba hecho de acero inoxidable, de capas y capas que cubrían una máscara menos accesible que ese antifaz con el que, durante unos instantes, se permitió fantasear. Lo veía por todos lados, en su frente y en sus pies, guiados por los expertos movimientos de su portadora que morían por profanar los recovecos de la piel del cazador, dura y áspera, inabarcable incluso en la repentina lisura de sus cicatrices; la vastedad ubicua de las marcas que le habían dejado la inmerecida irresponsabilidad de sus padres o la inescrutable amenaza a la que se exponía en sus cacerías. ¿Cómo reaccionaría ella al llegar el momento de retirarse la ropa? Las prostitutas anteriores no moderaban su expresividad al horrorizarse con la mirada ante el devastador mapa de su silueta y, alguna que otra, siempre la más profesional o la más acostumbrada a clientela variada, se había estado entrenando de antemano con el trato despectivo de aquel hombre para no cambiar las emociones de su rostro al comprobar el resultado de su desnudez. A veces tan inesperadas y, aun así... tan aburridas. ¿Qué le depararía en esa ocasión el horizonte tras aquella máscara femenina?

Sin embargo, no deberías sincerarte tanto tan rápido -decidió advertirle. Ser considerado, como pocas veces hacía. Prevenir a su alrededor de su capacidad innata para romper todo lo que tocaba. Alejarse cuando veía que los cimientos empezaban a acercarse demasiado a lo que nunca salía a flote... a lo que nunca se permitía sentir a flote-. Mucho menos conmigo. No soy una buena persona.

¿Cuánto tardaría en volver a ser rechazado por otro ser más, encajándose en su imposibilidad para confraternizar con las emociones? No menos de lo que había tardado en reclamar los servicios de aquella dama. Era sencillo, contundente. Su ego suponía la solución a procurarse que el choque entre sus caretas fuera suficiente para que ella se alejara, dedicándole una mirada de desprecio que no se impondría a sus ansias de echarlo de la habitación sólo porque traía dinero. ¿Haría eso? ¿Haría lo contrario? La situación se estaba volviendo un campo de observación, de análisis del entorno y cómo éste continuaría sin sorprender a Fausto en su desdén. Y qué curioso, ¿a veces era el mundo quien le escupía a la cara y no a la inversa? Definitivamente, aquel tipo de noches estaban ahí sólo porque, de vez en cuando, se permitía recordar que algo de él era humano.

No te pagan por hacer preguntas, pero, sin embargo, tienes la suerte de que yo sea libre de decidir responderlas -contestó y prosiguió con el detallado examen de su figura, al tiempo que permitía que el alcohol continuara llenando las purezas orgánicas de su interior-. Vengo porque algunas noches, sencillamente necesito ser un masoquista que deambula por los retales de su pasado.

Le faltaban el opio y la presión de los inicios del tatuaje que le veneraba el cráneo para empezar a buscar a Georgius de regreso a casa.

¿Cómo te llamas? -quiso saber. Porque, en efecto, la muchacha no le estaba decepcionando. Y eso merecía tener un nombre.


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Mensaje por Eugénie Florit Sáb Feb 18, 2012 4:02 am

Ni siquiera lo pensé en realidad, mis piernas fueron las que guiaron mi camino en aquel cuarto. El mundo de las cortesanas suele ser bastante complejo, no es solo placer, cuerpos, dinero. Existían muchos factores que determinaban que esta era una de las profesiones más complejas que existían en esta época, aunque no fuera bien pagada, y sobre todo completamente menospreciada. Mi cuerpo llegó de manera lenta hasta las grandes cortinas negras, estás no dejaban pasar ni siquiera un pequeño indicio de luz, luz ajena a la que había en aquella habitación por las velas. Corrí la cortina con cuidado, bajando la mirada hasta encontrar aquel mundo libertino, donde hombres dejaban sacar aquel animal interno, mujeres sonreían a la fuerza solo para obtener una pequeña cantidad de dinero, y claro la buena música del lugar. - El tiempo nos apremia, a nosotras más que a ustedes caballero - Me atreví a decir sin hacer un pequeño titubeo. - Si me preguntará el porque, es sencillo… Los rostros, los cuerpos, la manera de mirar, de hablar, de tocar, de besar, todo es una enseñanza para saber que el alma de una persona esta marchita o floreciendo. Tengo la sensación que quiere hacerme huir, que se espera que le pida marcharse, ¿Desea eso? Si desea eso ¿porque viene a solicitar nuestros servicios? No venga aquí haciéndose pasar por alguien que no necesita nada, cuando sus necesidades por muy vanas que sean lo ha traído a mi presencia - Una sonrisa burlona, desvara, que haría a cualquiera sentirse lastimado, se apoderó de mi rostro , pero si algo había captado, era que las palabras no surgían el mismo efecto en él, que su ser no era cualquiera, y que por su puesto, no estaba con alguien ignorante, podría incluso asegurar, que mis palabras lo harían pensar, para su bien, para el mío, para el de ambos.

Una de mis cejas se arqueó, volteé a verlo con lentitud, con movimientos sensuales, disfrutando de los privilegios que me daban el antifaz, por extraña razón, este dejaba que aquellos amantes del placer revelaran parte de sus secretos, los revelaban más que si no la tuviera puesta. - ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? ¿Bueno o malo? No le he pedido que me diga su pasado, cuando entró por la puerta de mi habitación dejo de ser todo aquello que muestra a los demás, dejo de ser lo que le ha llevado a moverse entre los humanos, y los no humanos… Ahora es solo mi cliente - La sonrisa permanecía en mi rostro, pero esta vez no era de burla, más bien era apenas perceptible, tranquila, sincera. - Usted no me paga en realidad solo por sexo, usted me paga para complacerle en cualquier cosa, incluso si solo quiere tener esta conversación - Hice una mueca, pequeña. Una de mis manos descansó en mi cadera. Era la verdad, nosotras no éramos solo placer entre sabanas, nosotras éramos lo que siempre buscaban y nunca obtenían en la realidad, nosotras somos lo que ellos, siempre anhelaran por ser un abrazo fuerte, un beso suave, el sexo pasional, o simplemente un juego de miradas. Existen tantos fetiches que no podría terminar de mencionarlos.

Busqué mi bebida con la mirada. Me acerqué para tomarla con rapidez, la orilla de la cama me esperaba. - ¿Qué nombre me pondría? ¿Cual cree que va con esto que le muestro? Algunos nombres son acertados al escogerlos, otros simplemente no van… Dígame… ¿Que nombre puede tener esta su humilde servidora? - Me volví a levantar. Esta vez, rodeé el cuerpo del caballero. Me quedé detrás de él, colocando ambas manos en sus hombros. Mis dedos ejercieron una especie de presión. Como haciendo una especie de masaje. Uno suave, sin querer romper la línea en la que estábamos. Mi enfermedad era grande, la ninfomanía se notaba hasta en las miradas que hacía, sin embargo esta ocasión tenía que controlarme, y si mi carácter era fuerte, toda yo lo era, así que podía controlar mi deseo de sexo hasta que él indicará, a fin de cuentas, el pagaba.

Poco a poco los masajes se fueron haciendo un poco mas pronunciados - Parece tenso, su cuerpo me lo indica - Algunas bolas se notaban en aquellos hombros, bolas que poco a poco se iban desvaneciendo con el paso de mis manos. Me incliné por unos pequeños instantes - Puede decirme Genie - ¿Nombre? ¿De verdad lo preguntaba? Estaba equivocado si creía que le daría el verdadero, ¿No notaba la privacidad con solo mirar el antifaz? Deje sus hombros recargando mi cuerpo en la pared. - ¿Por qué desea revivir las llamas de su pasado? ¿Qué hay en él que no puede desprenderse? - No, en esta ocasión no mentía sobre el interés puesto en un cliente, mi curiosidad se estaba apoderando de mi cuerpo, no me importaba ahora ver su rostro. Ya iría conociendo sus reacciones a lo largo de la noche, me interesaba su historia. - Todos los hombres en este planeta tenemos debilidades caballero, todos… Incluso aquellos seres que son tocados por demonios - No iba a confesar que tenía idea sobre las criaturas de la noche, solo daba pequeñas pistas. La primera vez que supe al respecto fue cuando un vampiro mientras entraba en mi ser bebía parte de mi sangre. No fue tan erótico pues real vampiro era demasiado dulce en sus movimientos, no había llenado mis expectativas. Ahora puedo decir, que cualquier humano es capaz de flaquear, sin excepción alguna. Si el me llegaba a decir lo contrario, entonces perdería todo interés en él, y volvería a ser aquel muñeco movido simplemente por el dinero.


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Mensaje por Fausto Lun Mar 05, 2012 9:59 pm

Por fin, pensó, la mujer daba los síntomas ideales para empezar a interesarse realmente por sus manos experimentadas en el libertinaje. Fausto era selectivo incluso ante el prejuicioso desprecio que se les daba a las prostitutas (no por su parte, aunque siempre fuera una baza sencilla para burlarse de las que quisiera) y a pesar de que las eligiese por motivos mínimamente pensados o intuitivos, andaba con pies de plomo hasta para la más apetecible de todas. No engañaba a ninguna, claro que venía para lo que estaban: follar hasta que el mañana llenara de fluidos toda la cama. Sin embargo, era sólo una de sus prioridades. Porque en noches como aquella, el cazador se rebajaba a la posibilidad de acabar fornicando con un saco de huesos atractivos sin ningún cerebro, mas sin embargo, el alemán sólo disfrutaba de verdad cuando la mente también hacía su presencia. Por lo que siempre que descubría que había elegido bien su pastelito femenino, se debía únicamente a que la ramera acabara de demostrarle que poseía un mínimo de inteligencia. Como aquella vez con aquella muchacha de antifaz. Las reflexiones de ésta resultaban sumamente curiosas… En efecto, las facultades de Fausto seguían siendo imbatibles: no se había equivocado con ella. La eficacia en su capacidad selectiva era lo único que jamás le sorprendería.

Tú misma te dices las cosas, cachorra; por supuesto que una necesidad tan banal como el sexo me ha guiado hasta tus aposentos, no estás descubriendo un mundo. Aun así, no se trata del único motivo y sólo me sitúa en el escenario. Y eso es precisamente lo que me diferencia de cualquier otro muerto de hambre que venga hasta aquí a babearte los tobillos.

Le gustaba que las personas (ésas que conseguían descartar la mediocridad en las descripciones huesudas de sí mismas) supieran tantear sus posibilidades, que lo dispusieran todo ante él con cautela y que, aun así, en ningún momento se despegara la esencia de seguridad que les hacía mínimamente respetables. Y en ámbitos tan juzgados hasta la saciedad como la venta de la carne, incluso cuando se trataba del oficio más antiguo del mundo, en ocasiones podía llegar a ser incluso más intenso, porque también lo tenían más difícil para resaltarse. No difícil a secas, pues nadie que fuera perfecto poseería excusa alguna para no demostrarlo ni siquiera la de aquel ámbito, pero ¿qué más se podía pedir? El primer paso para moldear las mejores obras era no ser demasiado exigente y aunque aquel adjetivo no fuera a despegarse jamás de la forma de pensar de Fausto, tampoco negaría -a su ególatra manera- que aquella chica respiraba aptitudes. Aptitudes… tersas y distinguidas aptitudes cabalgando sobre un olor exquisito y un cuerpo que, conforme más hablaba y más descubría su inteligencia, más delicioso se iba volviendo a sus ojos.

Aunque tienes razón: estamos en tu territorio. Delimitas el terreno para reducirlo todo a estas cuatro paredes y tu perfume barato –'barato' para lo que Fausto estaba acostumbrado, claro. Sonrió de lado ante la delicia de provocarla-. No te culpo, es la reacción natural cuando se tiene a alguien de mi calibre delante. Como decía, estamos en tu terreno. Sin embargo, la batalla corre a cargo de ambos y aunque no vengo aquí con intención siquiera de combatir, yo nunca pierdo. No es una creencia, no es una falacia de mi ego, ni tan sólo una estadística: te concedo la ventaja de una certeza. Aprovéchala -el cazador crujió sus dedos para refrescarlos con la agilidad maestra de sus movimientos e inclinó la espalda hacia atrás para recostarse contra el cuerpo de ella nada más tenerla allí-. No sólo soy tu cliente: tú eres mi puta.

'¿Qué nombre me pondría? ¿Cual cree que va con esto que le muestro? Algunos nombres son acertados al escogerlos, otros simplemente no van… Dígame… ¿Que nombre puede tener esta su humilde servidora?'

Breve filosofía sobre los nombres, ¿eh? Fausto no iba a exponerle la suya (ella ni siquiera había preguntado por el del hombre), aunque nada de ello revelase ni un solo paso de los de su vida anterior a Francia, sí que le continuaba remontando mentalmente a cuando tenía dos padres que escupían discusiones con él en medio y sus cabellos recibían la lluvia de saliva, dada su baja estatura como niño, llamado de tantos nombres que nunca se molestaba en moverse hacia ninguno hasta que él o ella lo estiraban de un brazo. Sólo la magnificencia del bautizo de Georgius le hizo sentirse definido por lo que había deseado desde el primer libro que había tocado o desde la primera ilustración divina que habían alcanzado sus ojos. De modo que era uno mismo el que hablaba de los nombres y no a la inversa. Cualquiera podría referirse a sí mismo de la manera que fuese mientras le hiciera el honor suficiente.

El profesor alemán arqueó una ceja cuando escuchó el comentario de que estaba tenso. Por supuesto, él no descansaba nunca, su cuerpo se hallaba continuamente alerta, incluso en la escasez de sus sueños, pero… ¿tenso? Sin duda, aquellas manos suaves y delicadas no debían de estar hechas para el acero ampuloso de su figura y si a la mujer ya le parecía 'tenso' sin ni siquiera haber llegado a la planicie descubierta de su tosca piel… Todavía no había visto nada, la pobrecita.

Genie…-repitió él calmadamente y volvió a hacer eso de sonreír de lado, en tanto la contemplaba de reojo-. ¿Es un apodo o el diminutivo de un nombre entero? ¿Eres el 'genio' cuyo objetivo es conceder deseos a los hombres o eres 'de buen origen, de noble nacimiento'? –deslizó su ronca voz de un modo más deslizante, haciendo referencia al significado etimológico del nombre de Eugenia. No respondió a la desfachatez de ninguna de sus preguntas personales, ni respondió a esa última afirmación de la búsqueda de todo hombre. Pero únicamente porque, en el último caso, por primera vez, Fausto callaba para otorgar… Y ya que hablábamos de primeras veces, el hombre la cogió del brazo con firmeza, pero sin abandonar una incitante sugerencia que no podía notarse brusca: el primer contacto que se decidía a hacer por su cuenta. Sin dejar de penetrarla con el azul intrigante de sus ojos, la obligó a sentarse sobre sus rodillas y se inclino, en aquella ocasión hacia el frente para poder asestarle más vívidamente la mirada, después de rodearle parte de un muslo con las uñas y hacerle sentir las vibraciones expertas de sus movimientos-. Quizá haya que frotarte también… como a la lámpara de los genios.


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Mensaje por Eugénie Florit Jue Mar 29, 2012 3:14 pm

Observé con detenimiento la postura que el caballero tenía, sus hombros, que ahora acariciaba estaban perfectamente alineados, sus manos doblados hacía enfrente, su espalda lisa, firme y rígida, sus piernas abiertas como cualquier otro hombre, la única diferencia entre el rostro de los caballeros y él, era la notoria inclinación que tenían sus rodillas, también que la planta de sus pies estaban ligeramente dobladas, eso quería decir que su postura era la de un guerrero, como la de historias griegas, donde grandes batallones pasaban tiempo en los campos solitarios, y al escuchar el sonido irregular del silencio interrumpido daban un brinco enfundando su espada, mostrándose en el campo de batalla como si grandes peleas ya hubieran ganado. Así pasaba con Fausto, estaba completamente a la defensiva, listo para sacar algún tipo de arma y atacar a su enemigo, y después de atacarlo volver a enfundar el aparato que le ayudaba a ganar la batalla, y volverse a sentar esperando las caricias que le proporcionaba. ¿Qué habría pasado en la vida del caballero para llegar a esas formas? No lo sabía, y aunque me entraba la curiosidad por saber que mundo había detrás de esos hermosos ojos, guardaría silencio, porque no soy cualquier mujer, no me refiero a la profesión, más bien porque mis modales de sociedad me enseñaban que solo un recuerdo o pensamiento deben ser apreciados y valorados cuando la persona de las que se trata la historia es la que nos comparte las cosas.

Su movimiento fue rápido, tanto que guardé la respiración por ese instante, me encontraba ahora sobre sus muslos, sonreí de manera torcida, solo por unos momentos, esa posición en realidad no me gustaba. Con maestría moví una de mis piernas para atravesarla entre las suyas, la izquierda ya colgaba a un costado, la izquierda ahora se balanceaba por la velocidad, ahora estaba sentada en sus piernas, de manera más cómoda, mirándolo a los ojos, mi pecho aun cubierto por las prendas que más tarde sobrarían y yacerían en el suelo estaba frente al suyo.

Mis manos se estiraron con sensualidad hasta colocarse en aquellos hombros, con delicadeza comencé el pequeño masaje en el que me había quedado - ¿El nombre importa? - Por fin había roto el silencio. Hace mucho tiempo, recuerdo bien que mi familia había sido invitada a una de esas grandes fiestas de sociedad, donde mi cuerpo se sentía encadenado a ese maldito vestido recatado, donde mis deseos de cuerpo se veían frustrados al saber que no haría nada esa noche. El anfitrión de la fiesta había decidido dar un paseo conmigo, mientras caminábamos por los grandes jardines llevábamos una charla bastante agradable y amena, tanto que había olvidado las ganas de sentirlo dentro de mi ser, su pregunta me hizo llegar a pensamientos bastante altos "¿Quién eres?" Se refería a mi nombre claramente, pero mi nombre no me decía quien era. ¿Quién era en realidad? Nadie lo sabía, pero yo sí, no era un nombre, no era una caricia, era una mujer inteligente, segura, hermosa, sensual, llena de pasión, de deseos, de metas, de sueños por alcanzar, eso era, y muchas cosas más, y por eso no importaba mi nombre - No importa la procedencia de un nombre, pero sería un genio en una lampara, deseando recibir una delicada, o una posesiva caricia, dispuesta a no darle solo tres deseos - Me incliné hacía adelante, mis gluteos se elevaron ligeramente.

Mojé mis labios un poco, estaba empezando a ser presa del deseo, de esa enfermedad que sería mi perdición o aquella salvación que tanto anhelaba. Fausto sería el manjar que estaba esperando, porque personas que medían sus palabras, que calculaban cada detalle, y que tanteaban el terreno antes del ataque, se volvían los más creativos, caballeros que proporcionaban un placer interminable, y que los cómplices jadeos se volvían uno solo, no se notaba la diferencia entre una voz masculina, y una femenina, pues el complemento carnal no era simple entrega superficial, y no es que hablemos de un sentimiento de por medio, pero al menos no era uno vació, el conocimiento también se vuelve preciado, alabado, y adorado en la cama.

Mis manos se detuvieron por completo, la yema de mis dedos subieron por el cuello del cazador, acariciaron aquella zona con sugerencia pero con cierta suavidad. - Si pregunto su nombre ¿Me lo dirá? - Ladeé con cuidado el rostro, presionando ahora el pecho con cuidado sobre el ajeno, moviéndolo con suavidad, estimulando el deseo para estar juntos. Una de mis manos se coló con cuidado entre nuestros cuerpos, para eso, di un espacio apropiado, desabrochando los primeros tres botones de su camisa. Era tela fina, lo sabía porque era fácil de acariciar, por que mis dedos no se incomodaban al tacto, y porque fácilmente se quería deslizar por su cuerpo. - Cicatrices de batalla, el cuerpo puede ser una especie de libro abierto, las cicatrices son aquellas que nos marcan historias personales, o historias vanas, ¿cuales son las que más predominan su cuerpo? - Bajé mis labios dejando un beso húmedo en su mentón, la noche no estaba dejando nada que desear, todo iba lento, pero no había prisa para disfrutar de un buen amante.


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Mensaje por Fausto Lun Mayo 21, 2012 11:57 pm

Y una buena amante. Eso era lo que Fausto tenía ahora sobre él. Una buena amante, una veterana de la seducción de la carne, la menor decepción que podría haber escogido aquella noche. Porque sólo los buenos amantes de verdad sabían demostrar que lo eran sin ni siquiera haberlos tastado todavía, lo cual los volvía todavía mejores, más satisfactorios, más dignos, más auténticos. Aquella mujer que únicamente se refería a sí misma como Genie se apoderaba de todos esos atributos y los volvía parte de su terreno, los exprimía hasta la saciedad y sonreía con picardía desde ellos, sólo con depositarle sus caricias, con devolverle el interés de sus preguntas, con reforzar ese contacto que se había afirmado completamente entre ambos al fin, tras la valía que otorgaba la espera y la buena degustación de una pieza artística.

Sé que debes de estar acostumbrada a gustar a todo aquel que pueda pagar por ti… Pero tú también sabes que conmigo no vas a lograr quedarte al margen, eres demasiado valiosa, y no por lo que cuestas como cortesana, sino por lo que cuestas como acompañante de las horas que decido otorgarte –afirmó, a la vez que alzaba más el mentón al recibir allí la boca de ella y su sonrisa se intensificaba a la hora de continuar moviendo las manos por encima de su piel marfileña, sedosa en su deslizante recorrido por el que ahora pasaban las guerreras caricias de Fausto. El cazador también tenía demasiada calidad que desprender de cada uno de los actos que se decidiera a hacer, y si hasta una vulgar y soporífera ramera había llegado a tener derecho sólo a la indiferencia de su desfogo, una persona de las características de Genie no iba a conocer infierno más devastadoramente adictivo que el de su sexo. La perfección estaba ligada a cada uno de los aspectos del alemán, en cuerpo y mente, por lo tanto, él sencillamente tenía la obligación de que el resto fuera consciente de ello. Y ahora ‘el resto’ se remitía únicamente a la mujer allí presente, que se levantaría al día siguiente con el aroma de dicha perfección en cada recoveco de su esbelto cuerpo.

Genie sabía que estaba atendiendo a toda una personalidad, el profesor de teología conseguía ver cómo la muchacha era capaz de apreciar a lo que aspiraban sus orgasmos y aquello animaba la estancia entre esas cuatro paredes, las dotes de la mujer empezaban siendo el plato más jugoso que degustar antes del postre mortal de sus figuras desnudas. A cambio de toda esa eficacia, él le daría algo mucho más útil, más único y más valioso que la mundanidad deficiente del dinero, aburrido y repetitivo: la convertiría en alguien merecedor de contentarle. Y si ella seguía enseñándole que aquel día había encontrado a la primera prostituta que instalar como fija cada vez que decidiera frecuentar la venta de la carne, Genie también encontraría algo más que el hecho de estar gimiendo placer de manera interminable, porque con Fausto la satisfacción conquistaba los límites más allá del simple físico. Con Fausto, Genie sería apreciada como algo más que una cortesana que supiera contentar erecciones. Las del cazador eran demasiado exquisitas para lo contrario.

Expulsó una leve, pero reveladora carcajada ante la respuesta que recibió de su referencia al genio de la lámpara y se relamió poco a poco los labios con la punta de la lengua, mientras permitía que el contacto con el que Genie continuaba friccionando abarcara más y se perdiera entre los escalofríos inquietos de sus pieles todavía cubiertas. Esto último, el hombre comenzó a remediarlo al internar una de sus manos al otro lado de la falda de ella, tanteando la lencería con la candente lentitud de sus yemas… Primero empezaría poco a poco, como en los placenteros preludios a la tormenta, pues cuando la otra persona resultaba lo suficientemente interesante, aquello era lo propio.

Ante esa aplastante teoría de que un nombre no es importante, ¿qué iba importarme a mí darte el mío entonces? –espetó y el azul de su mirada adoptó ese deje diabólico en tanto sus dedos violaban la lencería femenina, palpitando contra lo que ésta protegía, dentro de unos momentos sin éxito alguno-. Para que un nombre signifique algo, hay que ganárselo, hacerlo parte de uno mismo. Sólo en ese momento se deja de malgastar tiempo y saliva en pronunciarlo- dicho aquello, el cazador usó la mano que no tenía escarbando en la silueta de Genie para apresarle de la barbilla y desviar el beso de antes hacia la cúspide de sus bocas. En contraste al resto de sus movimientos hasta entonces, aquel primer intercambio entre sus labios se dio con una escalofriante intensidad que profanó todo lo que era la mujer afortunada de recibirla y aunque no fue de larga duración (como siempre, para ir dilatando el tiempo al gusto de ambos), bastó para erizarle hasta la punta de cada uno de sus largos cabellos, llevarse consigo parte de la respiración de Genie y saborearla profundamente.

Puedes llamarme Fausto- informó, en tanto posicionaba la mano justo en la mitad de sus muslos, cercana a la rebosante entrepierna.

Y él también era un buen amante.


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Mensaje por Eugénie Florit Jue Jun 21, 2012 12:59 am

Muchos habían sido los hombres que había conocido gracias a los trabajos físicos del burdel. Cada uno de ellos tenían historias que contar, sentimientos que dejar salir, fantasías que explotar, perversiones que experimentar, sin embargo, ninguno había llegado a hacer lo que el cazador hacía: Pensar, y hablar. El arte de la seducción tenía parte de eso. Aquellos buenos amantes aprender a seducir la mente, el alma, el corazón, y el cuerpo, y si decimos el corazón, no precisamente amando a alguien, más bien cautivándolo, dejando una grata enseñanza en que cada venidera caricia. Pocos lo saben, quizás por eso las personas tienen a fastidiarse de su vida sexual, quizás también por eso existen los problemas en las familias, en sus matrimonios, por eso recurren a mujeres como yo, para por saciar lo que desean, pero ahora, un hombre viene a cambiar mi panorama, y mis exigencias suben, pues sé lo que es capaz de ofrecerme.

Existimos pocas mujeres que sabemos de nuestro valor, no sólo en la cama, también fuera de ella, pocas somos las que alzamos la voz, no para pelear estar en el poder, pues en estos tiempos ellos son los que mandan, pero existimos aquellas que aprovechamos nuestra inteligencia, y sobre todo nuestra belleza para sacar provecho, y con eso, hacer de nuestro beneficio. Sin duda alguna el hombre que tengo frente a mi, es inteligente, y posee un gran atractivo, sumándole que es un hombre pensante, está noche había ganado sin duda alguna clase de premio. Si aquellos creen que Dios castiga este tipo de acciones, el aprovechar del sexo y convertirlo en lujuria, en este momento Dios me esta aprobando cada hombre que he tenido entre mis piernas, y me ha enviado el premio mayor. Sonreí al sentir su boca firme sobre mis labios, y su lengua filosa adentrarse e inspeccionar cada pequeño rencor de mi cavidad bucal. Solté un pequeño jadeo placentero, pero ¿para qué acelerar el momento? Si lo estaba disfrutando demasiado, y me sentía excitada de sólo sentir su cuerpo cerca del mío. Así funcionaba esto de la seducción, hacer que tú amante desee tenerte a su merced sin haberlo tocado demasiado, y cuando te tiene, desquitar toda tu lujuria en el cuerpo que tienta. Fausto mi tentación, yo la suya, y si de verdad hubiera hecho una inversión en mi, ya hubiera roto mi ropa interior, y adentrado en mi ser mi pudor alguno, pero ambos estábamos disfrutando del sentirnos cerca, y a la vez lejos de empezar con la copulación.

Me quedé en silencio, porque también los silencios deben ser valorados. Estudie su rostro, aquel hombre había formado demasiadas corazas, quizás por eso se cree invencible, sin embargo, he aprendido que en esta vida, quien tiene la creencia de algo puede llegar a crearlo sin problema alguno. La mente humana es poderosa, demasiado, quizás de ahí viene ese dicho "Podrás encadenar mis manos, mis ideas no", quien posea mi cuerpo y quiera creer en una fantasía, estará dentro de mi de manera superficial, pero nunca podrá profanar el templo de Sofía, pues está en lo más alto de mi ser, incluso fuera de él, donde nadie pueda tocarlo, ni siquiera yo misma, pues es tan puro, que no tienen el derecho de pisotearlo. Mi tembló de Sofía ahora estaba siendo investigado por un hombre que no lo pisoteaba, un hombre que simplemente buscaba más conocimiento para el propio, y que, por más cínico, prepotente, y ególatra que fuera, sabía respetar los limites de las personas. O al menos de las personas que valían la pena.

No me moví demasiado, no estaba dispuesta a forzar sus caricias en mi intimidad. El ritmo que habíamos tomado desde el primer cruce de miradas era el correspondiente, pero no estaba demás ponernos cómodos ¿No es así?. Mis manos se deslizaron con cuidado a su camisa, la cual, cedía a mis delicados y alargados dedos. Los botones de fueron desprendiendo poco a poco, y la tela se hizo a un lado, complaciendo al portador, y a la espectadora de poder dejar ver el cuerpo bien formado de Fausto. No lo niego, aquellas marcas me atraen más, son una especie de mapa a un tesoro perdido, quiero tocarlas, y lo hago, paso la yema de mis dedos sobre ellas, las delineo, las disfruto, y siento como ellas van contándome esas historias de guerras, de cacerías sangrientas, sin embargo, no me molesta, no me espanta. ¿Para que tener miedo? El deseo a experimentar lo peligroso aumenta el libido, aumenta la pasión de los encuentros.

La noche estaba por comenzar, su piel expuesta, mi intimidad a punto de ser tomada. ¿Qué más faltaba? Nada, éramos dos amantes listos para dejarnos llevar por los deseos carnales. - Usted no es su nombre ¿Acaso su nombre le dice que tal fuerte es? ¿O que tan poderoso es? No lo creo, así que aunque te ganes un nombre hermoso u horrible, eso no define a tu persona, yo podría decir que Genie suena tan delicado como una flor, y quizás mi piel lo sea, pero la realidad es que, si estoy aquí es porque soy más fuerte de lo que un nombre pueda definirme… - Sonreí de manera triunfal, no decía mentiras, pero en este momento podría haberle dicho otro nombre, podría haberle mentido, y mi nombre no decía nada, simplemente era una especie de distintivo, para no poner la misma etiqueta a todas las personas. Me volví a inclinar, pero está vez no lo besé con el mismo deseo de hace unos momentos, simplemente tomé con los dientes su labio inferior, lo atraje así mi, verlo de esa manera era incluso más erótico, tenerlo a mi merced, aunque supiera que la mente maestra me tenía a mi, a su disposición, para todo aquello que quisiera. - Fausto… - Moví con suavidad la cadera para poder sentir la calidez o frialdad de esos dedos - La noche será nuestra, toda ella… - Porque muchas veces nos limitábamos en tener pequeños encuentros, un simple polvo y atender al siguiente cliente, está vez no sería así, mi tiempo sería suyo, como si verdaderamente le perteneciera, como aquella esclava que esta dispuesta a darle su ser a su amo.

Dos amantes dispuestos a una digna batalla, la batalla del placer.


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Mensaje por Fausto Miér Oct 31, 2012 1:54 pm

En ningún momento, ni siquiera frente aquel hervidero de sensualidad que se vertía paulatinamente entre sus miradas y cada uno de sus gestos, alejó las uñas del espacio que custodiaba la parte baja del vestido de Eugénie. Los dedos de Fausto daban continuamente con su lencería, se enredaban entre los recovecos aterciopelados de una ropa interior que acostumbraba a comprobar en las cortesanas más adineradas, pero que nada habían tenido que ver con el hormigueo que aquella mujer acomodada sobre sus muslos conseguía provocarle en las manos.

Las manos de Fausto jamás se dejaban condicionar por minucias venidas de gente insignificante o por arrebatos que no merecieran la pena de escupir fuego y saciar mordiscos. Sus manos eran un preciado simbolismo que pocos entenderían, incluso si todos los seres humanos (o anteriormente humanos) disponían de unas. En sus manos había más que líneas para delimitar el pasado, el presente o el futuro, salvo porque a éste lo agarraba con ellas y lo zarandeaba hasta embestirle la potencia de sus pupilas y avisarle de que ‘el que tomaba las decisiones era él’. Sus manos representaban el arma desnuda del guerrero que habitaba en su interior, del alemán sin padres que se convirtió en el hombre que mataba con dos dedos y llegaba hasta la cima con la sangre de sus oponentes tatuada en el bien más preciado que tenía: su conocimiento. Y aunque el conocimiento fuera algo tan abstracto y mental, jamás desatendía la naturaleza palpable de su cuerpo físico. Por eso, que en aquel instante las manos de Fausto sintieran aquel hormigueo de ansia pura… hacían de Genie una pasajera privilegiada a las llamas del infierno. Un infierno que jamás le haría daño, si cumplía con su deber como concubina del Diablo.

Dispuestas ya ambas piezas en el tablero que exponían sus siluetas, los dos tenían ya un nombre con el que llamar al otro y aunque Fausto continuaba completamente en desacuerdo con lo que la muchacha pensaba de ellos, se quedó con el fiero carácter que transmitía en su opinión, por muy pretenciosa que pareciera. Ella no necesitaba de ninguna verdad universal para mantenerse en pie y dado que había captado de tal modo la atención del cazador, cierto era que con aquella mentalidad le iba bastante bien. A fin de cuentas, Fausto no estaba allí sólo para embadurnarse de perfume de mujer, así que en mitad del acto le encantaba discutir temas interesantes y de una naturaleza tan compleja que sólo unos entes superiores podrían estar revolcándose con su telón de fondo, perfectos incluso en la banalidad de la carne.

Los nombres tienen mucho más peso del que nos imaginamos, que nos los adjudiquen otros al nacer o que nosotros mismos tomemos el poder de bautizarnos es lo de menos –replicó tranquilamente y tan sólo alejó las manos de la entrepierna de la joven para que la camisa que ésta le había desabotonado se deslizara completamente por sus brazos y la primera zona en respirar desnuda del todo le perteneciera a él-. Todas esas expresiones de ‘las palabras se las lleva el viento’ o ‘lo que importan son los actos’ yerran tanto en su patetismo que no me arrancan ni una carcajada. La esencia ineludible de lo que nombramos está más ligada a nuestras acciones de lo que nos pensamos, lleva allí durante tanto tiempo que la humanidad no sólo la ha olvidado, ni siquiera es consciente de su significado –desde allí, giró levemente el cuello para contemplar con parsimonia su camisa y su abrigo, desplomados suavemente cerca del asiento donde ambos restaban-. Comentas que no crees que un nombre pueda decir tanto, pero ah, cachorra, lo hace, la clave está en saber escucharlo, y eso es tan complicado y reservado a una minoría tan escueta como el hecho de descifrar los pasajes de una lengua muerta –y a continuación, cuando regresó de nuevo la vista hacia el rostro de la cortesana, hizo algo que muy pocas veces había hecho nunca: reconocer que, por una vez, la ignorancia no apestaba-. Pero realmente no es importante que se sepa, lo importante es que se sea y para eso, lo único que entra en conflicto es uno mismo. Un nombre, verdadero o falso, nos habla de quien lo lleva, pero no decide qué es lo que va a hacer ni en qué puede convertirse. No es una ciencia cierta, pero sí una guía. No lo dice todo de nosotros, sólo una parte.

No dejó de penetrar a Eugénie con el azul de su mirada y utilizó una mano para aferrarla de nuevo del mentón, esa vez abriendo del todo la palma para abarcarle más zonas de piel y sin previo aviso empezó a recostarla cerca del borde de la cama que tenían próximo, empezando de una vez a hacer uso de las comodidades que brindaba aquella estancia y el motivo por el que había sido creada.

La noche está siendo nuestra desde el momento en que te escogí por encima de toda la vulgaridad que podría poblar el burdel –afirmó y su lengua se desbordó levemente sobre ella, primero por su labio inferior y después descendió con electrizante lentitud por su cuello hasta caer con un fiero mordisco en uno de sus hombros-. Disculpa –pronunció con media sonrisa y una evidente ironía, mientras sus manos regresaban finalmente al interior de su vestido, pero esa vez para empezar a retirarle sin ningún reparo las capas que todavía seguían allí abajo-, pero si me desnudo, me gusta que sea en igualdad de condiciones.


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Mensaje por Eugénie Florit Mar Nov 06, 2012 4:24 pm

Lecciones de vida que llegan en el momento menos esperado. Me encontraba en un momento de confusión, dónde la parte de la enfermedad, dónde e la cortesana reinaba llegaba a nublar la otra parte de mi mente, la de Eugénie Florit, la jovencita de sociedad, envidiada por algunas, odiaba por otras, y amada por pocos. Aunque eso suena bastante irrelevante, pues son cosas que no me llegan a afectar, pero si me afecta el tener que cambiar de papeles de la noche a la mañana. Pues la parte dónde el cuerpo busca saciar sus deseos, se convierte en la fuente más prevaleciente, la que exige, la que no desea desaparecer para portarse cómo la sociedad manda. La complejidad de manejar dos vidas en realidad no existe, pues por eso se crearon los actores, por la capacidad del humano para poder ponerse otras pieles, lo que si se vuelve complicado es el momento en que el secreto oscuro, el reprochable, le gana a la verdad a medias, no podemos marcar una realidad completa, pues para mi no existe una veracidad plena en la vida, sólo la que muestro cuando me es conveniente, en el momento correcto, y la que selecciona en base a resultados de experiencias pasadas. Fausto es, ahora quien me hace llegar a preguntas que quizás nunca estaría dispuesta a formularme, y que, aunque son de temas quizás muy paralelos, me hacen llegar a la claridad y el balance entre la joven aristócrata y la joven cortesana.

Sé muy bien que mis ojos brillan cuando el placer llena al cuerpo, lo sé porqué en algunas ocasiones he visto mi acto sexual reflejado en un espejo. Algunos clientes buscan reflejar sus movimientos e instintos animales, reflejarlos, y poder presenciar su "masculinidad" al tomarme, pero también puedo apostar a que en éste momento mis ojos brillan hambrientos por más conocimiento. El tiempo invertido, el conocimiento dado, son dos fuentes que deberían ser pagadas de manera exigente, pues el tiempo no vuelve, se desvanece robando alientos de vida; el conocimiento por su parte, aleja al ser humano del dominio, del poder de aquellos que lo tienen en proporciones casi abrumadoras, te desligan de un patrón social en donde existe la explotación, de ahí viene la jerarquía entre las clases sociales, el rico explotando al pobre. Quizás por eso mi familia, precisándome a mi, salgo triunfando en materia de discusiones, o de situaciones, pues la preparación me ha dado el triunfo, el gane.

- Comprendo sus palabras, así cómo hablábamos solamente de los nombres, ahora nos explayamos un poco más en el poder de la palabra - Sonríe de forma amplia, gustosa, sincera, y moderada, soy una cortesana si, pero no puedo olvidar los modales que me han enseñado día con día, y que sin querer, o quizás queriendo aplico también en éste ámbito. - El poder de la comprensión, de las palabras bien dichas, el utilizarlas a favor causan más daños, y dejan estragos a lo largo del tiempo, daños que en ocasiones no se borran, pues suelen ser golpes más profundos que los físicos, estos últimos se vuelven superficiales, y el tiempo los va borrando hasta no dejar marca alguna, que sea digna de recordar, en cambio las palabras, de cierta manera vuelven, retumban y calan - Hice una ligera pausa, simplemente para poder observar al hombre, para poder intentar descifrar si aquello que decía era una comprensión correcta de aquello que acababa de decir - ¿Estoy en lo correcto, o creé que me he equivocado? - Me detuve de nuevo para escuchar ahora sus argumentos.

La grandeza de aquel hombre existe desde que se cree el mismo grande, y contra eso nadie puede, y en lo personal no tengo ganas de ir contra ello, pues a cada palabra que pronunciaba, las cosas me confirmaban su verdad, la de su superioridad ante cualquiera. Ser un hombre, o una mujer no radica simplemente en nacer por las características físicas, va más allá, pero eso pocos lo entienden, él por ejemplo lo hace; mis manos cómplices viajan mientras que el silencio, bendito silencio reina en la habitación. Me gusta cómo se siente el poder tocarle, los relieves de su piel, desde la suavidad, hasta las formas agrupadas de las cicatrices. No me sostengo cuando me inclina, de hecho me siento libre, en confianza de ser movida a su antojo. Un hombre sabio no hace estupideces cómo dejar caer a una mujer por satisfacción morbosa, eso no tiene nada de interesante, más bien declina todo aquello que ha confirmado, pues aunque las palabras sean las armas, los actos van de sus manos, y las coherencias de una y la otra deben ir de la mano.

La espalda ya la tenía completamente recostada en el colchón de la cama. Mi mirada inclinada no se despegaba de la ajena, no podía despegarme de sus ojos azules - No me molesta, me gusta mostrar mi desnudes, que es distinta a la del alma - Mis piernas se separan, no lo quiero lejos de mi, estás se mueven como si se trata de dos víboras a punto de tomar a su presa. Se mueven, y ahora se encuentran enredadas en su cintura. Con un movimiento suave, y al mismo tiempo posesivo y rápido, lo atrapo por la cintura, buscando que ahora su figura se encuentre encima de la mía. Mis manos no pueden quedarse quietas, jalan de forma moderada sus hombros, puedo sentir cómo sus pectorales desnudos rozan mis pechos aún escondidos entre la tela, éstos se erizan, se endurecen mostrando un par de pezones dispuestos a recibir caricias. - No debe existir disculpa alguna, yo estoy para complacerte incluso en los instintos más salvajes - Lo decía en serio. Dispuesta estoy a conocer cada deseo del pensante, por más perverso que sea. - Acércate, Fausto. Deseo probar de nuevo el sabor de tus labios - Una de mis manos se enreda en su cabello castaño y sedoso. La otra lo atrae por la nuca, me es inevitable exigir y tomar sus labios. Mi lengua no se quedo quieta, pues al inclinarme nuestras bocas se habían conectado de forma correcta, incluso cómo dos perfectas piezas.

Sin duda estaba disfrutando de esté encuentro tan distinto, pero la enfermedad que mi cuerpo aprisionaba comenzaba a querer salir. Mi frente dejó ver un hilo de sudor, la desesperación e impaciencia estaban comenzando a darme malas pasadas, se estaban manifestando, pero sabía podía resistir un poco más. No me detuve, mi cadera se movía de arriba hacía abajo ejerciendo más fricción entre nuestros sexos. Deseaba conocer si Fausto era tan bueno en la cama, cómo lo era al escoger sus palabras al expresarse. Ansiosa no solté mis labios de los ajenos, mi lengua seguía bailando de forma erótica, ejercía una guerra contra la de él, pues se habían enredado, y parecían no querer soltarse, al menos no en ese momento.


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Mensaje por Fausto Sáb Mar 02, 2013 8:01 pm

De repente, Fausto descubrió que le gustaba. No ella, que sería ridículo verlo a esas alturas, pues eso lo había sabido desde el primer vistazo, o de lo contrario directamente nada de aquello estaría sucediendo. Para que el alemán se pusiera a rumiar obviedades ya debía de ser aquella revelación una delicia para el paladar de sus pensamientos, y es que la cortesana empezaba a complacerle en un campo más físico, más terrenal, algo que aunque tremendamente ensalzado por el intelecto podía sentir en la carne igual que un adolescente en busca del nuevo mundo.

Ah, sí. De repente, Fausto descubrió que le gustaba ver cómo Eugénie temblaba bajo su torso, cómo a pesar de responder tan gustosamente a sus exigentes expectativas seguía necesitando del calor humano por el que le pagaban. Le gustaba tanto que las motivaciones para ser el mejor amante de muchas de sus noches allí se acumulaban en él, las notaba invadir su ego y traspasar el tacto de sus manos, ahora ocupadas en profanar la ropa de la chica. Preocupante hasta límites que en aquel momento no se permitía sospechar, porque tampoco era su estilo, o más bien su costumbre, que el sexo con una prostituta fuera tan enriquecedor no sólo a un nivel carnal.

Una vez tuvo los labios de la cortesana nuevamente sobre los suyos, no los dejó escapar, ni siquiera cuando el aire se volvió -un poco- más necesario que el sabor de su saliva. Usó la mismísima asfixia como placer de lo sublime, lo volcánico, el desenfrenado huracán que habían estimulado sus palabras, su aroma, su mente. Mientras se besaban, sus dedos prosiguieron con la tarea de ir retirándole el vestido, con un ritmo ágil, ni muy lento ni muy desesperado, incidiendo del modo justo y certero para estimular la proximidad de su desnudez. Sólo se apartó de la boca de Eugénie cuando no tuvo más remedio que incorporarse para quitarle completamente su vestimenta y dejarla sólo en esa ropa interior tan sofisticada como incitante, que no era de extrañar comprobar en una cortesana de su calibre.

Aprovechó que una distancia más ancha se había interpuesto entre ellos para contemplarla con mayor detenimiento. No porque no lo hubiera hecho antes, Fausto podía hablar sin parar y realizar un sinfín de tareas sin dejar por ello de analizar su entorno, sino porque todavía no se había centrado únicamente en el mero acto de mirar a la mujer sin más. Sin retener la expresión que ahora corría a cargo de sus ojos, tan supremos y controladores como era característico en su mirada azul, entonces portadora de un deseo que pocos podrían arrancar de esa figura tan restrictiva para el resto de seres vivos. Sólo contemplando, en silencio, mostrando esa otra cara de la moneda que lejos de abrumar con el lenguaje, sencillamente lo sabía todo, lo veía todo: los apetitosos contornos de aquella silueta femenina y casi expuesta, la expectación de unos hermosos pechos que bajaban y subían acaloradamente, la tonalidad enrojecida de determinadas zonas que ilustraban lo que estaba por llegar y que se alargaría hasta el amanecer, si hacía falta. Todo allí, en el reflejo de sus seguras y feroces pupilas.

Fausto por primera vez no dijo absolutamente nada, ni siquiera le respondió a la pregunta, por muy retórica que ésta fuera, y no porque de repente la conversación hubiera dejado de ser interesante, sino porque de esa manera estaba diciendo muchísimo más que en toda la velada: con eso estaba diciendo que después de haberle mostrado que era un Dios de conocimiento y poder, ella valía lo suficiente como para que alguien así se contentara con los placeres más comunes. No importaba que no conociera su historial de clientes (ni quisiera conocerlo), poco tenía que ver el tiempo que llevaran otros pretendiéndola o contratando sus servicios, ya que ninguno la podía haber halagado con tanta autenticidad como él en aquellos precisos instantes. Así de abrumadoramente especial era el hombre con el que iba a compartir lecho aquella noche.

Después de un tiempo que no se molestó en tener de su parte, el cazador finalmente se movió y colocó las rodillas a sendos costados de las caderas de Eugénie, al tiempo que la tomaba de la cintura y de la espalda para incorporarla junto a él y trasladarla más hacia el centro de la cama. Parte de los largos cabellos de la cortesana rozaron la almohada cuando la cabeza de ésta volvió a estar tumbada y Fausto se cernió otra vez sobre su cuello, pasando finalmente sus dedos por los sitios que había estado devorando con los orbes y elevando una de sus piernas hasta apoyarla cerca del hombro derecho. Mordió su garganta lentamente, empezando a marcarle el cuerpo con recuerdos agarrotados que permanecerían allí incluso cuando los moratones y los bocados desaparecieran, y fue descendiendo la cabeza y los labios, de sus clavículas a su estómago, de su estómago a las inglés, de las inglés hasta la pierna que tenía sujeta... Una vez allí, no sólo clavó la lengua con más fuerza cerca de su muslo, también usó la mano contraria para dirigirla hacia su entrepierna e incidir en el punto álgido de Eugénie tras una sucesión envidiable de ceguera y satisfacción.

No te apures, cachorra, mis disculpas siempre van acompañadas de un tumultoso velo de sarcasmo.


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Mensaje por Eugénie Florit Vie Abr 19, 2013 6:29 pm

El silencio, ¿cómo interpretar el silencio? No, no podía simplemente carencia de sonidos, o de palabras que se otorgaban en un espacio con personas que bien podían hacer que ese estado terminara. Para poder tener en cuenta un poco más del entorno, se tiene que ver que hay detrás del silencio, si es sólo por fastidio de las palabras dadas, si es aburrimiento de la situación realizada, o en su caso, como en ese momento, era la complicidad de dos pensantes, de dos amantes a punto de disfrutar de un encuentro mucho más importante que cualquier banalidad acompañada de vestidos, joyas, y relaciones que se buscan para ejercer algún negocio. Aquel momento aceptaba una cosa, cuando los pensamientos fueron realizados, se convirtieron en forma de palabras con sentido, todo había sido justo a tiempo, ella una mujer pensante, educada, astuta, que en su casa no la habían reprimido, pues por el contrario, sus padres la habían educado para poder tener voz y voto, claro, esa sociedad tan manchada aun no estaba lista para ver a alguien así. Por eso el silencio iba acompañado de un buen sabor de boca, del mejor de todos, ahora sólo se trataba de aceptar y atender el llamado del saber, claro, del que viene del cuerpo, de la pasión, del impulso.

Una sonrisa amplia estaba dibujaba en el rostro de la morocha, mostraba aceptación, no es que la necesitara cuando su función era simplemente servir sin importar nada, lo que diferenciaba ese encuentro al del resto, es que el hombre analizaba, pensaba, hablaba, y disfrutaba del juego previo antes del acto carnal. La mayoría de los amantes simplemente iba a bajarse los pantalones, abrir las piernas y follar hasta el cansancio. Ahí estaba, mostrando que las simplicidades no eran adjudicadas a un hombre de su calibre. Por esa razón y más le dejaba en claro que estaba cediendo no por el dinero, no por la fuerza que él pudiera ejercer para obligarla, ni siquiera se trataba de esa enfermedad que no la dejaba en paz, esa que la había llevado a volverse una prostituta. Se trataba del deseo de un cuerpo movido por el intelecto de ese hombre, había sido como si cada una de sus palabras la fueran arrastrando a un placer difícil de definir, uno distinto a todo aquel que era comúnmente conocido, he ahí otra diferencia, no sólo lo entregada que ella podía mostrarse, también que el placer había comenzado por otras cuestiones. Lo que estaba verdaderamente saboreando, que estaba segura, probablemente el placer sería una oleada que la terminaría por dejar más que cansada, más que eso, buscando poder compartir de nuevo el lecho con aquel amante en turno.

Las caricias que llegaron a continuación no sólo le aceleraron la respiración, también la hicieron vibrar de forma descarada bajo el cuerpo masculino. Ella, quien siempre se había jactado de poder controlar su cuerpo sin problema alguno, ahora lo tenía, pero a esas alturas sus pensamientos se nublaban ligeramente, pues buzaba poder simplemente dejarse llevar por el placer otorgado esa noche. Su pecho subía y bajaba con tanta fuerza, que incluso sus senos ya daban un baile de invitación erótica para ser tomados, cuando su intimidad fue ligeramente expuesta (gracias a la pierna en su hombro), como sino se tratara de una puta su rostro mostró sonrojo, dejando verle al cazador que la idea de tenerlo de esa forma la ponía nerviosa, la hacía delirar. Extraña la manera en que solo un hombre puede cambiar la perspectiva de las cosas, después de ese encuentro, probablemente no querría amantes simples, pero ¿cuáles se asemejarían al actual? La idea podía ser descabellada, la simple idea de buscarle.

La mordida solo fue impulsarla a saber una cosa, él no sería un amante que buscaba palabras de amor en la cama, no es que no lo hubiera sabido de un principio, pero más valía cerciorares del tema, porque una cosa era el deseo de una persona en la cama, y otra como avanzaba y hablaba en el día a día, bien dice el dicho, caras vemos, corazones no sabemos, en ese momento las cosas aplicaban de igual manera, siempre se debe estar a la defensiva. Soltó un suspiró profundo, uno cargado de una mezcla de dolor y al mismo tiempo placer, su espalda se arqueó. Experto como el sólo, pues tocó aquel clítoris que pocos sabían como encontrar, y él de un movimiento a otro ya lo tenía. La cortesana soltó dos gemidos más fuertes, estiró su mano clavándolas en los brazos ajenos, se habían inclinado hacía adelante intentando captar lo que el erotismo de su lengua y sus dedos podían lograr, pero por más flexible que fuera, por más doblada que estuviera, no podría ver, pues el placer le nublaba la vista. Aquello era mejor de lo que pensaba, y apenas estaba empezando.

- Sin duda - La voz salía de forma entrecortada - No sólo es un hombre que emplea bien su inteligencia en el don de la palabra - Tomó una gran bocana de aire para poder concentrarse un poco más, y así seguir con el intercambio de palabras. - También posee la grandiosa virtud de conocer el cuerpo de una mujer, y saber emplear bien los movimientos de sus manos y su figura - Le reconoció, aunque quizás no era necesario decirlo en voz alta, sino que el hombre ya se lo sabía de memoria, de igual forma incrementar su ego no le venía mal. Ella gimió con mucha fuerza, y sus caderas hablaban ahora, pues ellas mismas comenzaron a moverse de adelante hacía atrás, y viceversa, buscando que el dedo se colara más - ¿Acaso sería mucho pedir que su lengua invada lo que su dedo hace por el momento? - Se arqueó y en ese momento su cabeza ya se encontraba sobre la almohada, mientras su boca soltaba gemidos constantes de placer. ¿Qué demonios le hacía? Eso no eran simples caricias.

- Tengo deseos de probar su esencia, de saber si es tan embriagante como su mirada, o sus palabras - Confesó sin dejar que sus caderas quitaran todo ese movimiento constante, ella le soltó los brazos, pero sus dedos se deslizaron, haciendo que solo yema de los mismos fueran viajando hasta sus hombros - ¿Me dejará hacer a mi antojo? ¿Intentar dominar en la cama lo indomable? ¿Dejarme llevar por el deseo? - Le miraba a los ojos de forma suplicante, buscando la manera de poder saber cual era la respuestas a su pregunta - ¿Quiere simplemente que me porte como una cachorra sumisa? - El debía darle luz verde o luz roja, dependiendo sus deseos, así Genie, como se hacía llamar, se portaría con más soltura, o por el contrario, dejaría que el hiciera cuanto deseara, de igual manera, cualquiera de las opciones serían gratas viniendo de él.


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Mensaje por Fausto Vie Mayo 03, 2013 9:33 pm

La incitante tersura de todo el cuerpo de la chica reaccionando a sus movimientos merecía ser recordada en adelante. Sí, incluso por alguien como Fausto, que tanto mimo ponía en su mente, fiera y superior, para ver qué memorias eran merecedoras de almacenarse ahí. La tórrida silueta de aquella cortesana había caído bajo el yugo de las habilidades de su cliente que ella tan inteligentemente sabía valorar, pues esa capacidad para acatar sus palabras sin perder de vista una opinión propia la habían resaltado aquella noche en el burdel, incluso antes de haberse encerrado en la habitación, sólo con un simple vistazo del mismo hombre que ahora la elevaba al séptimo cielo. O mejor dicho, la hundía entre las llamas del mismísimo infierno para abrasarla de un placer que calzaba muchísimo mejor con la naturaleza de Fausto, tan siniestra como orgásmica.

A veces, bastaba una sola mirada de sus ojos para encenderse y caer por el agujero del inframundo. Y eso que el azul era un color frío.

En aquellos momentos, Eugénie no tenía que conformarse únicamente con el contacto visual. El privilegio de suspirar bajo el efecto que también transmitían sus dedos le había sido concedido y montada en aquel vertiginoso carrusel de deseo, ya no había vuelta atrás. Quizá antes o después encontrara amantes capaces de colmarla tanto como él, puede que más, si ella y ellos tenían (mucha) suerte, pero explorar el terreno carnal superaba todos los límites de un modo irrepetible cuando era a manos de Fausto. Y eso no se encontraba en ningún otro sitio, eso sólo pasaba una vez o las veces que él concediera. Las veces que Eugénie estaba a punto de saborear a partir de ese momento.

A medida que escuchaba los halagos de la joven, ésta pudo notar otra de las pérfidas sonrisas que se asomaban a través de los labios del cazador, ahora contra su piel marfileña, y descendió y ascendió por varios rincones de sus piernas y su vientre, todos perfectamente asequibles desde su posición. No la había adoptado por amor al arte, para él todo tenía un motivo de peso hasta en el sexo y su ego se alimentó de algo más que libido mientras saboreaba la carne de la mujer, marcándola con el paso de su boca y sus dentadas, electrizantes y de un instinto predador que hacía perfecto honor a su empleo. Por descontado, no necesitaba que nadie le confirmara lo bien que se le daba hacer gemir de verdad a una mujer en la cama. Daba exactamente igual cuán expertas se creyeran en fingir gusto, Fausto era muchísimo más experto en el lenguaje, a lomos de la forma verbal y corporal (la que interesaba en esos precisos instantes), así que había aprendido a descifrar cualquier cosa referente a los conceptos de verdad y mentira, mucho más si él mismo estaba provocando las reacciones en cuestión. La verdad en cuestión. Aun así, eso no borraba la satisfacción de que los propios 'afectados' se lo reconocieran, y la voz de Eugénie, que tan bien había sabido escoger qué decir y cómo, empezaba a escucharse como una suculenta recompensa.

Su mano continuó escarbando de aquí para allá en la entrepierna de la que se hacía llamar Genie y ejercía una presión diferente con las uñas, llenas de cegadores matices que bien podrían acelerarse, arrancándole el freno al sudor que más rápidamente se apoderaba de sus figuras, o aminorar el ritmo, relamiéndose lentamente en los movimientos precisos que conseguían que arqueara partes del cuerpo, cual hipnótica contorsionista de circo, sólo con una sencilla caricia del pulgar de Fausto.

No debes perder el tiempo en hacer esas preguntas –pronunció finalmente, rompiendo ese silencio que tanto parecía captar la desesperación de la bella prostituta, sin detener la masturbación ni por un instante-. Como bien sabes y, además, me has oído decir, te he escogido a ti antes que a cualquier otra. Y eso es porque me he basado en una serie de criterios que no guardan relación alguna con el acostumbrado 'mete y saca' –eso último lo dijo introduciendo un poco más una de sus uñas en ella, a la vez que volvía a sonreír con una burla que si se hacía insufrible, se debía sólo a que por su culpa, la excitación se descontrolaba el doble-. Sé que lo normal en tu profesión es tratar con cerebros mucho más simples que el mío o únicamente miembros erectos que carecen de dignidad, y esa costumbre te lleva ahora a buscar mi permiso en los asuntos de la cama. Pero de nuevo recuérdalo bien: te he escogido a ti, así que no he venido a acostarme con una marioneta, he venido a acostarme contigo, con 'Genie' –precisó, mientras hablaba y le devolvía la mirada a esos humeantes ojos que pedían una confirmación-. Ser indomable, sumisa… ninguna opción me vale, si no nace verdaderamente de ti. Deja de preocuparte por las cosas que yo te permita o no, lo manifestaré si veo que es necesario. Lo único que quiero es que actúes como actuaría Genie –deslizó la mano contraria por detrás de su espalda y la alzó hacia él levemente para que contemplara con mayor claridad la expresión de su rostro-. Ya que te niegas a desprenderte de ese antifaz, liberaré brevemente al genio de la lámpara para que pase una noche conmigo.

Acto seguido, mordió ávidamente el espacio entre sus pechos y con sus dientes ahí hizo que volviera a recostar su nuca en la almohada, en tanto él iba descendiendo por su tronco hasta detener la cabeza justo en mitad de sus piernas, que había permitido también que se apoyaran ambas sobre el colchón. Desde ahí, se lamió uno de sus propios colmillos y aprovechó ese breve espacio de tiempo para descalzarse las botas y poder asentarse con mayor comodidad en la alcoba. Suavemente, para recrearse todavía en lo mucho que lograba erizar la piel de Eugénie, le retiró aquella zona de la ropa interior que cubría su vagina y una vez la tuvo lo suficientemente destapada, procedió a concederle el deseo que había disfrazado de sugerencia. Su lengua traspasó el interior de su clítoris y aquella vez, se encargó de que más que gemidos o jadeos, la voz de Genie arrojara verdaderos alaridos.


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Mensaje por Eugénie Florit Sáb Mayo 25, 2013 6:50 pm

Hasta dentro del burdel las prostituyes tenían niveles, no se trataba de cuanto podían costar dentro de la cama, pero ninguno de ellos en realidad saben diferenciar a lo hora de entrar al recinto del placer. Los hombres cuando entran a ese lugar simplemente piensan con la cabeza de abajo, y nada más. Se fijan en quien cobre menos, y en quien abre las piernas más rápido. No prestan atención en la tela que porta la mujer, mucho menos en lo limpia que estén, en el color saludable de su cuerpo, en el porte al andar. Nada, simplemente no se fijan en nada de eso. lo cual a la largue termina dándoles enfermedades de transmisión sexual, demasiadas infecciones. A las cortesanas hay que saberlas diferenciar por ser impecables, y también pro aquello que pueden contestarte incluso en una pregunta mínima. Pero no, nadie lo hace, nadie lo hará, solo importa follar, sin importar nada, sin cuidarse propiamente. Fausto ¡Oh querido Faustro, siempre tan perfecto, siempre tan distinto, tan único! Él, sólo él es capaz de diferenciar lo bueno y lo malo. Ella se ha puesto el perfume más caro, las prendas más sedosa y sensuales, todo sin querer, todo se lo ha dado y se lo dará a él, porque así funcionan las cosas. Él está destinado a ser el mejor, a tomar lo mejor.

Su cuerpo se arqueaba creando una perfecta curvatura en su espalda. Ella suspiró, disfrutando de aquellos dedos explorar el rincón más preciado en su interior, tragando saliva a cada tanto, incluso mordisqueando su labio inferior con fuerza buscándola manera de poder privarle a los gemidos la escapatoria. Era delicioso, demasiado y placentero. Tan perfecto como imperfecto porque eran simplemente amantes, sin historia, sin sentimientos, pero para eso existía el burdel, simplemente para pintar el placer de mejor manera. Pero ¿Acaso el acto carnal es bueno nada más con arranques de pasión y desenfreno? No, quizás por eso el intelecto que le cargan aquel par de amantes al unir su cuerpo y su alma. La mujer cierra las piernas por unos momentos, buscando que los dedos ajenos se cuelen con más profundidad, y no salgan de su interior. ¡Es u obsesión! Si, su maldita obsesión poder sentir que le dan el mejor de los placeres, porque lo está recibiendo en ese momento. Fausto sabe que tocarle a la mujer, Fausto sabe que decirle a la cortesana, Faustro sabe a que prostituta seleccionar. Todo se basaba en un hombre, en un nombre, en un momento que simplemente estaba por comenzar. Porque para la dicha de ella, eso apenas era el comienzo.

Ella desea más, el calor de su cuerpo, la enfermedad que posee comienza a manifestarse de una manera más abrumadora. Ella no desea solo dedos, en ese momento ni siquiera necesita palabras de un ser excesivamente pensante, lo que necesita es la carne erecta entre sus piernas ¿Acaso era mucho pedir? Pero tiene que controlarse, por eso dicen que la mente es la mejor arma. Ella no quiere reprimirse, para eso tiene las cuatro paredes de su casa, donde todos le creen una señorita de alta sociedad. El burdel es su verdadera faceta, escondida detrás de un antifaz pero la más cierta. Es dónde ella muestra su interior sin miedo a represarías ¿Por qué tiene que controlar su deseo con un hombre? "¡Basta Eugénie!" Se repite una y otra vez en su cabeza. Demasiado se ha comportado sin duda, ha estado a la altura, como si en la sociedad las mujeres y los hombres no fueran divididos como el sexo dominante y el débil, ahí estaban en igualdad de condiciones, ¿Por qué debía resistirse? ¡Pero por supuesto! Si lo hace obtiene recompensas.

Si el deseaba ver a la mujer del antifaz como de verdad era, entonces se comportaría de esa manera. Mientras el hombre ultrajaba su sexo, ella con una de sus manos pellizcaba ambos pezones, no sólo eso, también daba masajes a la voluptuosa piel, bajó una mano con parsimonia hasta encontrarse sobre los cabellos del cazador, quiso hablar pero las palabras se quedaron escondidas en su garganta, por el contrario, sus dedos se enredaron de tal manera que pudo empujar con fuerza la cabeza masculina para que se adentrara más en su interior. Cuando el hombre pudo encontrar el clítoris, la joven sintió que iba a desfallecer, dejó salir un par de gemidos intensos que se fueron apagando gradualmente. Ella movió con suavidad sus caderas, pero conforme las cosas iban tomando un sabor más dulce y placentero, ella se movía con más violencia, con esa fuerza que no podía sino incrementar. ¡Ella deseaba más, y no se detendría, por el contrario!

- ¿Qué no tenga miedo? ¿Qué no pida permiso? Le gusta domar a la bestia entonces, pues entonces la voy a liberar, juguemos un poco Fausto - Ella tenía luz verde para sus acciones. En ese momento movió sus dos piernas, no sólo eso, las enredó en el pecho masculino, ella se impulso para sentarse - Recuéstese, le daré un poco más de mi, pero recuéstese - La cortesana estiró sus manos para poder colocarlas en los hombros ajenos, le hizo recostarse boca arriba con rapidez, para su buena suerte puedo controlar la situación. De verdad agradecía que el cazador la dejara ser ella, agradecía que no fuera de esos idiotas que creían saber hacerlo de todo en la cama, sino que dejara a la experta, ella colocó su cuerpo boca abajo, no sólo eso, también se apresuró para poner su sexo a la altura del rostro ajeno, la joven dejó que su humedad y los olores de su intimidad invadieran al hombre, porque el tacto y el olfato también eran complementos importantes en la noche.

La joven separó las piernas, colocó ambas rodillas a los costados de su cabeza, su cadera se bajó demasiado, al punto que incluso sintió que la nariz ajena se perdía en su interior, ella movió de adelante hacía atrás con fuerza la pelvis, haciendo que de nuevo le tomara. Sus gemidos se hicieron más fuertes pero sobretodo más claros. Ella deseaba más, y poco a poco fue bajando su cuerpo con la ayuda de sus rodillas, de sus codos, de sus manos. La joven sonrió repetidas veces, incluso ambos pechos terminaron a la altura del rostro ajeno dejando que los tomara de nueva como suyos. Sus senos se friegan con descaro contra el rostro masculino. Y vuelve a bajar lentamente, su rostro queda a la altura ajena, y ella baja la mano para colocarla en la zona del miembro masculino y ahí, ejerce demasiada fuerza.


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Mensaje por Fausto Dom Sep 15, 2013 9:37 pm

Las yemas de los dedos de Fausto subían y bajaban, como si siguieran el ritmo de sus propias pulsaciones, ahora cada vez más aceleradas y al servicio del placer. Sus latidos, la mayor parte del tiempo tranquilos a pesar de estar continuamente alerta, empezaron a desbocarse en pequeñas dosis, a lomos de una continuidad medida y paulatina, deliciosa y catadora. Casi descontrolada, jugueteando con la posibilidad de permitírselo, mostrando a la mujer que era algo que podría llegar a conseguir: que aquel cazador tan impenetrable se dejara llevar, incluso si sólo era en los preceptos mundanos del acto sexual. Un acto compartido, y a veces especialmente ansiado (como en el caso de su fogosa cortesana), por todas los seres de todas las razas animales, habidas y por haber. Igual que comer, beber o dormir (aunque Fausto llevara esa última práctica tan forzosamente), claro que aunque no lo expresara de esa manera, a él le interesaban más las enormes variedades que ofrecía la fornicación a la hora de marcar la diferencia en el modo de ejecutarla, que era lo que volvía único algo tan común. Uno de sus puntillosos propósitos, de sus tantas firmas, pues se llevaba a cabo con la misma objetividad y resolución que al dejar tu seña de identidad. Fuera cual fuera, siempre te pertenecería.

El hombre volvió a hacer eso de sonreír hacia un lado, como si hasta los sucesos que ocurrían a su alrededor existieran sólo gracias al poder de su voluntad, cuando Eugénie respondió a sus designios (curiosa elección de palabras, teniendo en cuenta que le había 'pedido' que se comportara como ella misma quisiera) y se abandonó del todo a la firme espontaneidad que excitaba cada recóndito pelo de su cuerpo, de su apocada silueta femenina que hacía ya mucho rato que se derretía bajo el contacto del profesor de teología más poco ortodoxo que habría conocido París y posiblemente el mundo. Fausto también era una bestia que necesitar domar, por parte de la sociedad que normalmente reaccionaba ante su insolencia con mucho temor o con mucha pretenciosidad, porque resultaba obvio que intentar apaciguarla aseguraba, por lo menos, unos cuantos huesos rotos como agresiva consecuencia. Pero para eso existían las reglas implícitas de mantener relaciones carnales, que a pesar de que muchas fueran acompañadas de toda clase de fetiches y parafilias que apelaran a las mayores morbosidades, no tenían por qué ser una metáfora de sus roles fuera de la cama porque no estábamos hablando de una pelea física (al menos, no en el sentido de una batalla o de una cacería). Ninguno de los dos tendría que acabar herido, no bajo aquellas circunstancias concretas. Fausto no tenía intención de rociar con sangre una piel tan impoluta, ni estropear una figura tan cuidada y apetecible como la que pertenecía a esa mujer de graciosa alcurnia. Y graciosa o no, lo cierto es que ya había contagiado todo su calor al cuerpo alemán que conquistaba la sala.

Sí, el maldito egocéntrico sonrió, pero no pudo mantener ensanchados los músculos de la cara por mucho tiempo debido a los movimientos de la bella prostituta, que le arrebataron la posición de arriba para embestirle, con más ahínco todavía, los húmedos recovecos que desprendía su vagina, ardientemente profanada por la lengua de Fausto que apenas tardó en retomar su tarea y hacerse con la nueva postura. Enseñándole que poco importaba quién estuviera encima o debajo porque él seguiría teniendo el control de su sexo, el manejo absoluto de los escalofríos y las pequeñas descargas que enviaba desde su boca a toda la silueta de la joven, contemplando, tal y como ahora estaban colocados, el modo en que ella echaba el cuello hacia atrás y hacía bailar sus cabellos por entre sus pechos, frenética y cautiva. Fausto siempre tenía una actitud dominante, y la sexual no salía impune a las imposiciones con las que marcaba su existencia, y la volcaba siempre en todo lo que hacía, cual acto reflejo de quien mordía o besaba o lamía. Le divertía también ver cómo la persona con la que se revolcaba podría compartir esa faceta, y como ya mencionaba, las posturas y las posiciones no tenían más fuerza que su obstinación, porque la tenacidad se llevaba siempre, como si fuera un traje, aunque en esos momentos hablar de ropa no tuviera validez alguna. Lo poco que quedaba de ella en sus cuerpos iba a salir volando más rápido que sus orgasmos.

Volvió a centrarse en los pechos de Genie cuando sus labios se alejaron finalmente de su entrepierna, y mientras lidiaba con ellos y sentía las manos de la experta fémina tantear su miembro, se incorporó y la instó a incorporarse también sin que se alejara de él, susurrándole cosas en su idioma nativo, el alemán, manteniéndola ocupada con el acento tan rígido como sensual de sus tierras guturales y aprovechando para desnudarla por completo. Tan sólo dejándole un retal de la ropa interior puesto para ver cómo ella misma se lo arrancaba con la impaciencia que ya la caracterizaba. Con menos capas impidiendo la entrada (y la salida) de más suspiros, la sostuvo de la cintura para colocarla mejor sobre sus caderas y recostarse, como antes le había indicado ella, para observarla desde el colchón y reírse con tentadora malicia al ver cómo la expresión de la muchacha recordaba que a pesar de todo, Fausto seguía con el pantalón de la ropa aún en sus piernas y, por lo tanto, en esa zona que ella pedía a gritos, con el brillo poseído de sus ojos, estimulados y desinhibidos.

Parece que con las prisas, nos hemos olvidado de un detalle tan simple como importante –comentó, con el tumultuoso velo de sarcasmo del que ya le había advertido, porque él no se había olvidado de estar medio vestido todavía, pues era su propia piel, sudorosa y receptiva, la que lidiaba con ese tapón. Y también porque era difícil que el cerebro de Fausto pasara nada por alto-. ¿Me harías el favor? –'preguntó', tras ello embistiendo su pelvis contra la de ella para hacer hincapié a lo que se refería.

Esperó a que la chica se pusiera a la par con él y le librara de sus pantalones, arrojándolos de una vez por todas fuera de la ecuación, aunque le agarró de las manos cuando éstas estaban a punto de acabar también con su ropa interior y estiró para que cayera encima de él y sus rostros quedaran nuevamente próximos, a un milímetro de volver a enjaularse en la jauría de sus salivas.

He dicho que no pidas permiso, pero no que no tengas miedo - declaró, respondiendo a sus preguntas retóricas de antes y elevando un poco el cuello para continuar acuchillándole con su aliento justo en el lóbulo de la oreja-. Puedes tenerlo, querida, pues estás retozándote con el mismísimo rival del Demonio.


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Mensaje por Eugénie Florit Lun Nov 04, 2013 1:21 am

¿Qué es una cortesana? ¿Qué la define? ¿Qué la caracteriza? ¿Qué la resalta del resto? Muchas preguntas, pero ¿Las respuestas son las mismas? Eso dependía, pero en su gran mayoría todos las englobaban. ¿Qué diferenciaba a Eugénie de las demás? Ella prestaba su cuerpo como la mayoría, ella aceptaba monedas como el resto, ella complacía a los clientes buscando hacer el mejor trabajo, pero la diferencia radicaba en su deseo infinito por follar, en la necesidad de tener una polla dentro, en aquel antifaz que escondía sus facciones refinadas, femeninas y perfectas. Si, todo eso era cierto, pero incluso sonaba tan vano como el hecho de fijarse simplemente en un cuerpo curvilíneo por creerlo más apetecible al resto. ¡A ella la diferenciaba la mente! Mujeres cultas escaseaban dada la época, pero tuvo el privilegio de aprender a leer, escribir, contar, pensar, y aquello quedaba en claro en aquel encuentro. No se trataba de un simple costal humano caminando por inercia, cada paso que daba, cada caricia otorgada en su mente era presa de una historia erótica digna de contar, de escribir incluso en libros que serian vendidos como pan caliente, todas esas mujeres incapaces de dar placer a sus maridos sentirían envidia, deseo de formar parte de ese mundo. ¿Para que mentir? Todas ellas quisieran poder desatar su lado femenino, erótico y sensual de la manera en que ella inteligentemente lo hacía. ¿Gracioso no? Lo es dado el lugar donde su mente trabajaba más gracias al Teólogo, pero cierto.

El encuentro entre Fausto y ella no quedaría encerrado simplemente en las paredes de un burdel de mala muerte, porque, ¿para que mentir? En Paris no es que hubieran dignos del calibre de ambos, pero si se habían encontrado no bastaba con disfrutar del momento, sino también revivirlo a base de recuerdos, de deseos irrefutables para volver a traerlos. La mente es la mejor amiga del hombre cuando se trabaja, cuando se le entrena y doma, porque muchos viven sin si quiera conocerla, ella, experimentada en las miles del placer estaría segura que con cerrar los ojos y rememorar el encuentro volvería a sentir el orgasmo invadir cada poro de su cuerpo. Nada de dudas, eso es un hecho futuro. ¿Adelanto a decirse? Claro, es un adelanto cien por ciento seguro. Fausto es digno de rememorar, y cuando ella se saque el disfraz para colocarlos en la pared de las noches memorables, el cazador estaría en la parte alta, junto a Dragos. Sus clientes más interesantes, sus clientes más importantes.

La cortesana moría por poder sentir adentrar la piel masculina en lo más profundo de su cuerpo, pero la cosa no debía por que acelerarse. En esa posición, a horcabas del hombre, con el cuello masculino a la altura de su boca, la lengua salió de entre sus labios para dar caricias suaves en la curvatura masculina. Estás fueron alternadas por sus dientes, quienes daban tirones suaves, lentos, cada vez más fuertes irritando la piel, la cual era aliviada por los besos húmedos que la mujer otorgaba. Su cabeza su descendiendo al igual que todo su cuerpo, reconocía cada pequeño y recóndito lugar que el torso del hombre le dejaba ver, y lo que no también, así estuvo un rato, dándose el tiempo necesario para disfrutar de la sensación, del sabor, del previo a la copulación; cuando se encontró en la pelvis masculina lo volteó a ver alzando una de sus cejas, retando cada palabra pero también ese cuerpo que para ella gritaba seguir atendiendo como era debido, ni siquiera al rey se le daban tales tratos, o se mostraba tanto deseo por poseer y deslumbrar en una velada. ¡Ella misma enloquecía con lo que hacía! Le atendía a él, pero de esa forma se atendía ella. ¿A que sabría? Eso estaba por verse; sus manos delicadas viajaron a los bordes finos de la poca tela que cubría el miembro endurecido. Con cuidado, como si estuviera por descubrir el más grande de todos los monumentos fue quitando la prenda hasta que por fin, la hizo bajar. Se relamió los labios al ver ese falo endurecido, rígido y soberbio que le esperaba ansioso tanto como ella. Gimió sólo para darle el toque especial, como si se tratara de la última cereza y la más apetecible del pastel.

- El demonio mismo tentó a la mujer para hacerla caer en la maldad, en el pecado, es a quien le debo el deseo carnal que me corrompe cada día, y que me transforma cada noche, pero si le hago sufrir por darle lo mejor de mi, a usted, entonces alguna de mis misiones en la tierra se habrán cumplido; que sea una lucha digna Fausto, que el demonio se retuerza por ver como una vez más, sales victorioso - Canturreó la cortesana con su tono de voz aterciopelado, con el aire que salía acelerado de entre su boca, de entre sus orificios nasales, su cuerpo temblaba por la simple idea de tenerlo; Eugénie movió sus manos a cada lado para poder despejarse el terreno, dejó que las ajenas se colocaran en la cama para que ella dominara sólo unos momentos, él podría dominar la noche, pero ella se estaba sintiendo tan cómoda que se atrevería a tomar un poco más. ¡Por qué él le había dado el permiso! ¡Lo merecía! ¡Lo probaría! No habría mejor pago una noche en el burdel que él de meterse con Fausto, el profesor de Teología.

La oscuridad reinó el órgano sexual del hombre, al igual que la humedad y la calidez. La cortesana se metió el falo a la boca con toda la intención de probar si su sabor era tan interesante como todo lo que había visto. Primero dejó que el mismo se quedara quieto en su boca para calarlo, poco a poco fue moviendo la cabeza y no sólo ella, también la lengua quien hacía caricias "dulces" por la zona. De vez en cuando succionaba con tanta delicadeza que incluso para ella se tornaba tortuoso, pero le gustaba. Sus manos se movieron para acariciar la parte de la pelvis así como de su abdomen, Fausto era un hombre que se notaban sus exigencias no sólo se recaían en una simple mamada, sino que también buscaban sonidos, caricias, imágenes; chupándole el miembro de frente, se empinó para dejarle ver la forma de sus caderas que bailaban de un lado a otro, como si fuera un baile suave y erótico que también le invitaba; estuvo así alrededor de cinco minutos, pero cuando sus manos bajaron hasta la zona para repartir caricias se apartó. Sonrió disfrutando del sabor, y se volvió a sentar a horcadas sobre él.

- No hay nada mejor que un hombre que tenga el sabor de sus pensamientos - Musitó con una sonrisa traviesa, obviamente lo estaba halagando. - ¿Ahora que viene? ¿Qué desea? Quizás esa cabeza tenga más para sorprenderme, algo que desee cumplir, estoy para complacerlo, para escucharlo, para hablarle, para chuparlo, para… todo lo que quiera - Y se agachó, dejando de lado su cabello negro azabache para poder llegar a su boca, besarlo y seguir sellando el encuentro de esa noche.


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Mensaje por Fausto Mar Jun 03, 2014 3:07 pm

La boca de Eugénie era capaz de suavizarlo todo, incluso la aspereza territorial de una piel como la de Fausto. Suavizar hacia los lados, por debajo, desde arriba, en esa falsa sensación de superioridad que el cazador otorgaba a todo el mundo según su conveniencia, y más a las personas que pudieran acabar colocándose a horcajadas encima de él y tener a plena disposición todo su miembro viril. Un privilegio reservado a quienes no tenían miedo de acercar la mano al fuego. Un grupo, escaso y selectivo, al que la prostituta ya había demostrado pertenecer. Y con creces, su examen era de nota alta. Deliciosamente alta, parecida a ciertos símiles que se podían palpar en esa situación, embadurnada de fricciones y humedad. Jadeos de un calor corporal que lo calcinaba todo a su paso.

El alemán apoyó todo un brazo sobre el respaldo del enorme camastro que soportaba aquel huracán que salía de sus delirantes siluetas y echó la cabeza hacia atrás con una media sonrisa cuando sintió que la mujer le engullía completamente la entrepierna y procedía a entregarse a las tareas orales, al igual que lo había hecho en lo que a conversación se refería. Ahora, la conversación era absolutamente carnal, burda y tangible. Sentía la lengua de Eugénie recorrer cuanto hubiera de pene y no podía evitar respirar con mayor rapidez cuando notaba la presión de sus dientes profundizando en el placer. Como no podía ser de otra manera, Fausto estaba encantado y al cabo de unos minutos, movió el brazo que tenía libre para hundir la mano en los cabellos de la chica y evidenciar así la comodidad de su agrado. Sus jadeos se escuchaban discretos, pero los acompañaba de unas pequeñas risas complacidas que no hacían más que aumentar el deseo por ambas partes.

Que sea una lucha digna Fausto, que el demonio se retuerza por ver como una vez más, sales victorioso.

Así se decía, así se hacía. Palabras acertadas en mitad de la vorágine sexual, una excelencia digna de valorar al bravo guerrero del que ahora mamaba y además con una sinceridad espasmódica, no con una burda y descarada falsedad propia de los halagos que se decían por cumplir, por dar la mercancía simulada a cambio del dinero de la noche. Sin duda alguna, aquella hermosa enmascarada estaba siendo la mejor consumición que había encontrado en París, tanto que de repente, sus 'compras' anteriores se volvieron vacuas e inmerecidas por parte de ellas, incluso si el motivo principal por el que las buscaba era puramente primitiva. De tanto en tanto, se sacaba algo de utilidad de sus visitas masoquistas a burdeles. Con la reciente aparición de Eugénie, ese inconveniente ya lo tendría solucionado durante varias noches.

Fausto no movió su mano de la cabeza de la joven cuando ésta finalmente dejó de lamer para volver a acomodarse a horcajadas sobre él y de nuevo sus bocas se arrojaron al vacío paradójicamente colmado que había en la del otro para seguir haciendo uso de la humedad y los jadeos, que en ese nuevo ataque parecieron incluso ladridos en celo. El hombre la contempló con aprobación nada más se separaron a recoger aire y empleó la mano en su pelo para acariciárselo con movimientos lentos y contundentes, igual que si acabara de detenerse a evaluar una buena tarea que precisaba de toda su atención. No podría encontrarse nada más endiabladamente halagador en aquellos precisos instantes.

No sufras por la parte de sorprenderte, ahora también estás aquí para eso –afirmó y acto seguido, descendió los dedos de su cabeza a su nuca y rodó encima de ella para regresar a la posición de arriba. Una vez ahí, mordisqueó con lentitud la oreja de Eugénie, donde se explayó unos cuantos segundos hasta conseguir extraerle más de un jadeo al mismo tiempo, y mientras estaba ocupada en retorcerse de gozo contra las sábanas, él lo aprovechó y giró todo su cuerpo de cara al colchón, de manera que la postura acabó con ella boca abajo y Fausto sobre ella-. Sorprender a una cortesana en el campo sexual es todo un reto, y más todavía a una cortesana como tú… -los labios del hombre expulsaron su aliento, que surgió de forma sibilina para deslizarse entre el cuello y los hombros de la prostituta, erizando así cada pelo que fuera desde su espalda a los tobillos- Ve diciéndome lo que te parece, cachorra. ¿Qué se siente después de que alguien como yo te haya escogido para esto?

Fausto sustituyó la estela escalofriante de su aliento por la firmeza de su lengua, que marcó todo el territorio de su piel con una destreza tan impecable como placentera, sin alejarse un solo momento del fuego dominante que caracterizaba todo su ser. Prosiguió con sus lengüetazos y descendió por toda su columna vertebral con una parsimonia propia de las torturas más inciertas. Se detuvo al llegar a los muslos de la morena, que no tardó en amasar sin ningún tipo de reservas a la vez que su boca continuaba el descenso y terminaba con un mordisco en el centro de sus nalgas. Sus manos y sus dientes trabajaron codo con codo en un frenesí inabarcable de saliva y arañazos, que se aseguraron de seguir empapando lo que había al otro lado de lo que tocaban. Eficientes, eficaces y desesperadamente perfectos. Cerciorándose de que Genie no pudiera pensar en nada ni nadie más aunque hubiera compartido lecho con más de la mitad de habitantes de la ciudad.

Después, el hombre volvió a incorporarse y con él, levantó también todo su cuerpo al agarrarla por el cuello y la cintura y tener la espalda de la mujer firmemente apegada a su pecho, con ambos ahora medio arrodillados sobre la cama. En esa posición, Fausto clavó los dientes muy cerca del lóbulo de su oreja donde también alcanzó parte de su mandíbula, notando así el palpitar de su cuello que mordió más y lamió más. Mientras tanto, la mano que tenía aferrada a su cintura bajó hasta volver a perderse en su chorreante entrepierna, que se encargó de volver a estimular junto con la rozadura de sus testículos contra esa zona, ahora tan próximos a su sexo que alcanzó los límites más diabólicamente delirantes.


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Mensaje por Eugénie Florit Mar Ago 19, 2014 12:37 pm

Muchas personas creían que el acto sexual sólo requería del acto físico, y nada más. Se comportaban como animales salvajes que estaban dispuestos a dejar salir todas sus frustraciones a modo de ejercicio, a modo de instintos placenteros. El arte de una cortesana podría desembocar en eso, sí, pero no todo se debía centrar de tal manera. Si se disfrutaba de su profesión, entonces de debía sacar jugo de la misma. Eugénie había aprendido que el sexo era delicioso, sólo cuando se hacía bien. De hecho, para ella, el sentir un miembro dentro no daba motivo para sentirse completa, aunque su enfermedad se lo exigiera. Quizás por eso mismo buscaba más que simples roces.

Si se ponía a recordar a cada amante, se encontraría con encuentros muy desagradables, sus primeras experiencias eran urgentes, de esas dónde ella necesitaba sentirse deseada y perforada, pero sólo eso. Con el transcurso del tiempo notó que necesitaba utilizar las palabras para encantar cualquier tipo de exigencia, ya fuera por mera soledad que sentían los hombres, o por que buscaban palabras sinceras que les hiciera estremecer. El momento más bizarro fue cuando tuvo que actuar cómo una hija que era acosada sexualmente por su padre y al final la habían "violado". O cuando tuvo que usar esa peluca rojiza para satisfacer los deseos de un rey vampiro que no había podido domar a su reina. Sin embargo ese último encuentro le había encantado tanto cómo el que estaba teniendo en ese momento. A diferencia del resto, Fausto no era simplemente sexual, piel con piel, sino distinto, necesitaba caricias, besos, pellizcos, pero sobretodo palabras que estimularan sus pensamientos. Algo sin duda fuera de lo usual.

Al repartir aquellas palabras, Genie, le dejó en claro la procedencia de su cuna, porque no cualquier mujer era pensante, y mucho menos letrada. No le importó que el cazador supiera a diferencia del resto. Las personas eruditas (las pocas que existían), no sacaban provecho con ese tipo de información porque resultaba demasiado superficial para alguien de algo intelecto. A la cortesana le gustaba presumir que aún siendo mujer podía dominar mucho conocimiento, y le encantaba demostrarle al hombre que ella no era cómo el resto. La prostituta estaba segura que a Fausto le gustaba ser el primero, el único y el mejor en cada cosa que hacía, lo podía entender en sus palabras, en sus caricias y en su mirada, y lo entendía porque ella era así. Buscaba constantemente ser la más destacada en el ámbito social al igual que en el terreno de las putas, y en el segundo ya lo había logrado con creces desde hace mucho tiempo. Lo único que faltaba era que él lo reafirmara.

Eugénie disfrutaba otorgando placer. Su cuerpo se sentía orgulloso cuando escuchaba los gemidos ajenos, y la forma en que se movían a su lado, encima o abajo de ella. Segura estaba de que Fausto la estaba pasando bien, porque, el miembro se erguía más alto y duro a cada segundo que pasaba. El sudor humano se mezclaba y estaba segura que el aroma sería un buen estimulante afrodisiaco sí llegaba a concentrarse en pequeños botes; no se sorprendió por la facilidad con que la movió, porque estaba segura de las habilidades del pensante, sin embargo sí se sorprendió cuando sintió sus manos, su lengua, sus dientes y su saliva invadir más allá de su intimidad. La cortesana se arqueó por completo y gimió tan fuerte que sintió que las paredes mismas podrían sentir envidia de lo que estaba experimentando. Todo tan lento y al mismo tiempo rápido. Alargaría el encuentro tanto cómo podía, como pudieran.

Lo necesito dentro — Articuló presa del deseo, de la palpitación constante y fuerte que sentía en su intimidad. Su clítoris estaba a punto de explotar, sentía como sí el corazón lo tuviera en esa zona. Se estaba perdiendo en su ser, en su excitación y en esa enfermedad que le había permitido llegar a ese momento crucial de la noche. — Por favor… — Imploró con desesperación, pero no iba a pedir más, no iba a rogar más. El encuentro era de ambos, y la cama, la habitación, y el burdel eran sus terrenos, así que él debía seguir parte de sus reglas también, en eso ambos ya estaban claros. - Oh, por favor - Repitió por instinto sintiendo cómo las palpitaciones de su intimidad se expandían a cada rincón de su cuerpo; pasaba la corriente sexual por su pelvis, por sus pechos, por sus brazos, por su cuello y cuando esa misma se volvía calurosa, salía en forma de sonido, con gemidos que se volvían suplicas. Las cuales no le daba vergüenza reconocer. La cortesana inclinó un poco su cuerpo hacía el frente, sin importar que el agarre ajeno la lastimara, en ocasiones el dolor le resultaba un fuerte estimulante. Su mano se deslizó entre sus piernas y se acarició sus labios vaginales notando que estaban más que húmedos, chorreaban deseo por él. Bajó un poco más su mano y se encontró con ese pene dispuesto a ser apresado por su carne, y fue con los dedos que lo acarició pero no se detuvo ahí, sino que acarició en esa misma pose vulgar (dado que sus nalgas presionaban más la pelvis masculina), los testículos del hombre, los pellizco con arte, porque no buscaba hacerle daño, sólo intentar que buscara más de ella, cómo ella lo estaba haciendo de él.

Adentro — Susurró después de un momento, y volvió a tomar el miembro para colocarlo primero en su entrada vaginal — Primero por aquí — Susurró con la voz áspera debido a lo que estaba sintiendo. Apenas y podía hablar. — Más tarde invadirás otro espacio, porque no te irás sin habérmelo hecho por todas las partes posibles — No estaba bromeando, lo decía en serio. Genie no sabía sí lo volvería a ver,  y encuentros cómo esos no se tenían todos los días, se debían atesorar, buscar la manera de prolongarlos para sacarle el mayor jugo posible al momento. Bastó un claro movimiento de caderas para dejar que se fuera por completo en su interior, la humedad sirvió de lubricante perfecto. Dejó que su cuerpo cayera hacía el frente y le regaló la mejor vista de ella en cuatro. Antes de que él reaccionara, la mujer ya se estaba deslizando con fuerza de atrás hacía adelante.

El Teólogo había logrado que la muchacha perdiera la razón.


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