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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fausto Miér Dic 28, 2011 7:21 pm

Recuerdo del primer mensaje :

En los parajes de su memoria empedrada había un problema: estaban demasiado ejercitados, con una barba de chivo digna de mesarse frente a la panorámica que ofrecía la omnipresencia del firmamento. ¿Necesitaba escalar hacia los cielos para colarse en la ventana de Dios y controlarlo todo? No, la insalvable temeridad de Ícaro ya había sido contemplada en sus volátiles y desechables caras, nefasto plan y nefasta ejecución. Y por otro lado, ver las cosas no significaba controlarlas. No al instante, por lo menos, pues Fausto llevaba toda la vida bebiendo de las ventajas que volvían del análisis un poder como para empezar a despreciarlo ahora, pero también llevaba toda la vida enriqueciéndose de los resultados como para seguir apostando por métodos que sólo los obtendrían con más paciencia...

Paciencia. Ésa de la que llegó a liberar sus estribos cuando los restos de saliva de Georgius le cruzaron la cara tan veloces como sus gritos. Escuchar en mitad de la discusión el tono de su mentor con los decibelios arrojándose al vacío era tan desgarrador como recordar la hinchazón del tatuaje de Mefistófeles en la cabeza cuando sus cenizas vampíricas se abrazaron a su silueta arrodillada al compás de las ráfagas matutinas.

Cuán cercenadora fue la luz del sol en el apogeo de aquel instante, pues sintió que no le hacía falta ser un bebedor de sangre para agonizar frente a la luz... Bajo la luz, ¿qué más hubiera necesitado para condenarse a la inmortalidad, además de que se la negaran los de arriba y los de abajo? Anteponerse a ella.

El de París no se parecía en nada a los que frecuentó en la India, mas tampoco era la primera vez que acudía al burdel francés cada vez que se hundía en ese tipo de memorias, otras ocasiones ya se habían entremezclado con la rueca de perfumes caros, lencería y sexo, pero pocas habían dado más allá de la primitiva e insípida necesidad corporal de satisfacer los mecanismos masculinos. Hasta los micos podían fornicar todos los días, incluso burlarse mientras lo hacían, los instintos inevitables de Fausto no buscaban nunca nada parecido y a pesar de todo, hasta entonces había tenido que conformarse con la cháchara hueca de rameras de pocas luces o los gemidos cumplidores que ni siquiera buscaban sonar interesantes. Su espiral milenaria de conocimientos sabía cómo complacer a una mujer y las únicas perras que no gozaron fueron las que él no quiso satisfacer, de modo que no dudaba de su dominio en la cama ni de la veracidad de los jadeos que provocaba. Otra cosa más de la que aburrirse, por supuesto.

Y a pesar de todo, ahí estaba otra noche. Caminando entre remolinos de carne ambulante, humos de toda clase y colorido, machos, hembras y el sonido del alcohol apelotonándose sobre el de la copulación. Fausto pasó a través de manos femeninas que le acariciaban el hombro y las miradas esporádicas de algún que otro hombre, pero la madame, que le reconoció al instante, apareció enseguida, apresurándose a apartar cuantos obstáculos hubieran a su paso y a guiarle hacia una habitación poco concurrida. La mujer empezó a soltar toda una sarta de palabras curtidas en la venta de seducción y las distintas maneras de llamar a un buen polvo nocturno mientras señalaba a las cortesanas que había desperdigadas en torno a la decoración de la sala, cada una metida en su propio papel.

No prestó atención a nada de lo que le decía la dueña del local, para él era un sonido transparente, y analizó la sala por su propia cuenta. La presencia del antifaz sobresalió más allá de la insipidez rimbombante del establecimiento, tal vez por ese detalle descubierto que no podía terminar de ocultarse en una máscara, pero sí que perfilaba la dirección de su mirada de un modo menos accesible en su altanería. La mujer ni siquiera le estaba mirando, al contrario que el resto de sus compañeras, lo que terminó de arrastrarle al otro extremo del rojo chirriante de sus labios, un rojo tenso y predominante, acusador y estimulante. Una impresión que acumulaba más apelativos de los que urgían para un acto tan sencillo y mundano, eso era suficiente para considerarla entre el gentío de la noche y la indiferencia de su recorrido. Y la madame podía seguir hablando.

Sin hacer ni un solo comentario respecto a lo que le estaban diciendo, dejó a la matrona con la palabra en la boca y fue directo hacia la joven en la que había puesto los ojos, deteniéndose a pocos centímetros de la pared donde estaba apoyada y esperando a que girase el garbo de su cuello hacia la disposición de su rostro.

¿Quizá entorpezco tus divagaciones de media noche en el trabajo? -espetó tranquilamente, acomodado en aquella escueta distancia que le permitía un examen más minucioso-. ¿Por qué no me llevas adonde puedas pensar con más calma?


Última edición por Fausto el Jue Ago 30, 2012 11:21 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Fausto Vie Ene 02, 2015 9:29 pm

Y toda razón perdida, debe ser recuperada. Salvo si al despojarse de ella, se obtiene una razón a cambio mucho más placentera y menos esquiva, como en el caso de entonces. Fausto, preso de su propio pasado y de los hechizos de la memoria, acudía al burdel para saciarse de carne de mujer a cambio de dinero, igual que en los vicios parásitos de los que se embriagó aquella noche en la India. Y en lugar de una simple recreación del momento, hecha de carne y de meras satisfacciones biológicas, aquella noche en París ocho años después, había acabado fornicando con una auténtica delicia de cortesana y oradora, no precisamente en el sentido burdo que se le asociaría a su empleo (que de eso también tenía un estupendo dominio, pero a fin de cuentas era lo mínimo que podía esperarse de alguien como ella, curtida en los placeres del cuerpo físico). Había ido en busca de algo y lo había encontrado mucho más interesante de lo que se pensaba. La joven y hermosa Genie podía vanagloriarse de haber superado las expectativas del mismísimo Fausto.

La cabalgó con el mismo vigor que le había mostrado ella a la hora de introducirlo en su cuerpo, con la misma excitación que le producía pensar cómo la mujer había conseguido cambiar los roles que se asocian al coito, en los que el hombre es el que 'técnicamente' introduce su órgano sexual en los orificios pertinentes de la fémina. Ahí, había conseguido desesperar tanto a su compañera de cama, que había sido ésta y no otra, la encargada de poner punto y final a esa primera cópula de la noche. O más bien, de iniciarla, pues obviamente no se acabó todo sólo con entrar en su cuerpo y profanar al mismo tiempo cada extensión del placer de la carne, sino que una vez asegurado el acto, Fausto se encargó de llenar a Genie una y otra vez de lo que había estado ansiando desde el primer vistazo en el condenado prostíbulo. Como premio a que los vicios sexuales de la prostituta no hubieran sido tan fuertes como para ocultar su agudeza mental, el cazador no escatimó en energías ni en las mil y una formas que conocía para satisfacer a las hembras, y más si hablábamos de una como la que ahora penetraba en aquella postura tan aparentemente vulgar, que a él sólo se le antojó ideal para acabar de enloquecer cada uno de sus pelos, cada poro de su piel y cada arruga de su cuerpo.

Cuando finalmente ya no pudieron contener más lo que habían estado acumulando dentro del otro, lo dejaron ir todo tras la primera explosión del encuentro en manchar las sábanas del lecho resistente que aún no había cedido al peso de semejante huracán. La maraña de jadeos ocupó el espacio, entonces muy escaso, entre sus siluetas, una encima de la otra; Genie respirando sobre la cama y Fausto respirando sobre la espalda de Genie. Ni siquiera tras aquella bacanal de sentidos, ese hombre podía darse un respiro y tras un par de resuellos más, volvió a sonreír de medio lado, de manera tan insondable que hasta la chica logró verlo aunque en aquella posición no pudiera mirarle a la cara.

Me temo que te olvidaste de atender a mis directrices, cachorra, te indiqué que fueras diciéndome lo que te parecía, que comentaras cada cosa que te hiciera –recordó, mientras se lo susurraba contra los cabellos, un poco más arriba de su oreja-. No pasa nada, por esta vez voy a dejártelo pasar. He conseguido rebasar el límite de tus ansias enfermizas y eso debe de ser atronador para alguien tan acostumbrado a que le monten como tú. Un halago verdaderamente intenso, todo hay que decirlo –apuntó, y paseó sus dedos lentamente por el sostén de su antifaz, sin quitárselo en ningún momento, pero con una clara y controladora mención al poder que tenía de hacerlo y, por consiguiente, de elegir respetar la única regla que ella había impuesto al llegar a ese lugar-. Eres una cortesana especial, Genie, sin duda ya has conseguido destacar entre el enorme repertorio que se ofrece en esta cloaca de terciopelo y fluidos.

Así era, no cualquier cliente podía conseguir que una prostituta a la que pagaba deseara acostarse con él y además se lo suplicara, y a pesar de que ya había tenido tiempo de sobras para comprobar que parte de la desesperación carnal de su nueva amante era patológica, el logro no dejaba de ser tan simbólicamente complaciente como el orgasmo corporal. Disfrutar de este modo era típico de Fausto, quien no perdía el control ni descontrolándose, ávido de paradojas y absoluto experto en la realidad más abstracta. Por eso, no tardó en proseguir con aquel encuentro de instintos básicos y elegancia pura, donde la lujuria y la inteligencia habían empezado a fornicar mucho antes que sus propios cuerpos, y continuó premiando el impecable servicio de aquella muchacha. Esa vez, por sus agallas a la hora de exigir al comprador que consumiera su compra hasta gastarla por completo… Efectivamente, su deseosa demencia resultaba más y más halagadora por momentos.

Con que ahora invadiré otro espacio de ti, ¿eh? –repitió lo que ella había farfullado, pero en forma de pregunta, y después, le hizo darse la vuelta sobre el colchón para tenerla nuevamente cara a cara, a la vez que abría aún más sus piernas, sin dejar de mirarla directamente a los ojos ni dejar de mover su mano por todo el perímetro que alcanzaba, de sus muslos a su vello púbico… y más allá del centro de sus nalgas, que pudo toquetear perfectamente desde ahí- ¿Cuál te gustaría que fuera, después del espacio de tu mente y el de tu vagina?


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Mensaje por Eugénie Florit Miér Ene 07, 2015 5:20 pm

Lamentablemente eso era lo que ella necesitaba. Perderse en el deseo, en sus instintos más básicos e incluso salvajes. Su enfermedad avanzaba a pasos agigantados, cada día la exigencia subía grandes niveles, incluso escalones que para algunos llegaba a ser imposible. Más de una vez dudo de su cordura, en infinidad de ocasiones estuvo tentada a decir la verdad, claro que eran esos momentos donde creía que estaba haciendo mal, aunque segundos después todo remordimiento se perdía. Ella, la cortesana del antifaz, la prostituta solicitada, la mujerzuela pensante estaba teniendo lo que quería, por lo que iba, lo que sin duda merecía. Nadie antes le había dado un calentamiento previo tan eficaz, por esa razón su cuerpo temblaba maleducado, por eso aquel orgasmo había sido intenso, largo, excesivamente prolongado. Estimular la mente, los sentidos y cada rincón tenía grandes recompensas sin duda.

No sólo la razón o los instintos carnales reinaban en ese momento. La elegancia que desbordaban ambos llegaba a chocar con sus acciones. Si te tomaba en cuenta la educación estricta de la época, aquello era una actividad vulgar, reprobable e incluso un pecado imperdonable, sí se dejaba de lado ese detalle, lo que quedaba claro es que ambos danzaban con tal sincronización, que aquello podría parecer la mejor obra de arte. El erotismo rayaba en lo ideal, las sensaciones te embriagan y entonces descubrías porque existían las adicciones. Todo en ellos podía ser prueba y demostración de grandes investigaciones. Si se mantenía la mente abierta se podía dejar en claro que el cuerpo gobierna incluso más que el conocimiento. Incluso el ser con menos deseo (carnal por supuesto), llega a sucumbir en algún tipo de placer distinto. ¡Elegancia y sensualidad! Que combinación. Y si se le suma el erotismo y el orgasmo ¡Que perdición. En medio de su encuentro debía ocurrir el milagro de la representación, del retrato guardado. Se debía compartir ese encuentro para la ilustración de los ajenos, incluso de las próximas generaciones. ¡Vaya obra tan contradictoria que sería! Tan ellos.

Los sentidos de la cortesana se perdieron al igual que su razón. Había llegado ese punto cúspide que te perdía de la realidad, y te transportaba a ese estado que se buscaba en permanencia, el orgasmo aún lo saboreaba, y su cuerpo se encontraba tan sensible que apenas pudo comprender y escuchar las palabras ajenas. No lo hacía a propósito, pero todo acto tiene una consecuencia, un resultado y una reacción, cuando todo desemboca en una actividad física, en ocasiones el cuerpo busca descanso, y con el descanso viene la tranquilidad, el razonamiento y regresa la energía para seguir adelante. Ella estaba volviendo de a poco.

Genie arqueó una ceja al tenerlo frente a ella. Debía reconocer que le había fascinado la forma en que la tomó. No sólo eso, el manejo perfecto que había tenido el cazador con su cuerpo. Pudo aún saborear rastros de aquella sonrisa que el hombre le había otorgado. Parecía que los dos estaban colocando ese momento cómo uno de los memorables. Ya no era un simple encuentro carnal. ¡Había más! Y ella estaba segura que podían repetir, no sólo el coito, sino también las charlas. Definitivamente más de lo segundo. Su pecho aún subía y baja pero ya no de forma tan apresurada. Sus pechos danzaban frente a los ojos del Teólogo por culpa del placer. La chica quitó el cabello de su cara y volvió a moverse para hacer que ambos órganos sexuales chocaran. Mera provocación, nada más. La joven estaba segura que después de aquella explosión, incluso el cuerpo más resistente, guiado por la razón, llega a volverse sensible.

¿Alguna vez ha analizado algún caso cómo el mío? Mi adicción, mi deseo, mi necesidad, mis enfermizas ganas de tener placer sin importar nada — No sabía que tantos temas podía ser Fausto capaz de digerir, de llevar, ella estaba segura que si se trataba de investigación, de conocimiento, todo lo podría aceptar, aunque también dependía del tema ¿No? — Me interesa saber más de mi padecimiento — Comentó estirando una de sus manos para tomar una de él y descansarla en su rostro, en sus labios. La joven saboreó los dedos del hombre con tranquilidad, incluso con lentitud pero lleno de sugerencia, de vez en cuando ligeras succiones acompañaban la acción — Podría usarme cómo objeto de prueba, ya sabe que estaría encantada más aún si es usted quien pudiera estudiarme, tratarme — No se detuvo. Estaba siendo coqueta, pero la coquetería dejaba en claro la invitación a ser invadida. Se encogió de hombros antes su respuesta y sólo movió un poco las nalgas aplastadas (por la posición), para que los dedos ajenos pudieran sentir aquella zona estrecha suya.

¿Para que responderle lo que es evidente? El placer será incluso más grande para usted, al principio doloroso para mi, pero ¿qué es de la vida sin un poco de sufrimiento para poder gozar en plenitud? — Ella sabía más que cualquier otro sobre eso. No sólo por el acto sexual, sino por su vida, su enfermedad, y su diario juego de escondite para no ser descubierta en la alta sociedad.


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Mensaje por Fausto Lun Feb 02, 2015 4:06 pm

La vida sin dolor, no era vida, pues incluso al llegar a ella se hacía con dolor. Dolor que nadie recordaría como bebé y empapado de las entrañas de su madre biológica, dolor que probablemente sí recordaría ésta al preservar el ciclo de la vida. El mundo no dejaba de girar una y otra vez hacia el mismo dolor, sus gentes nunca aprendían de los errores y la historia se había vuelto un cúmulo de sangre y villanía, que conseguía cambiar de tanto en tanto gracias a la aportación de unos pocos en la sociedad que intentaba ser civilizada en vano. Hasta el contexto de la mismísima cópula humana se veía sucumbida a aquella unión entre dolor y satisfacción, en cualquiera de sus formas, posturas y orificios. No siempre, por supuesto, muchos ya estaban acostumbrados a las lubricaciones y los espasmos del cuerpo, pero la relación iba implícita y a pesar de su existencia, valía la pena justamente por lo que había dicho Genie: el resultado final, el clímax orgásmico de cuantas satisfacciones proveía esa dolorosa vida.

Fausto movió sus dedos con la misma lentitud con la que la que chica los había engullido y le acarició los incisivos, tanteó el interior de su boca, deslizante y caliente, y el estímulo empezó a llegarle desde ahí una vez tuvo las yemas contra la suave mordedura de sus dientes, que conforme más incidían, más le gustaba. De nuevo, aquella certeza, aquel círculo insondable que sólo acabó (fue momentáneamente interrumpido, mejor dicho) cuando ella le dio el bocado más firme, y él abrió su propia boca como respuesta, no para reflejar que le había hecho daño, sino más bien para todo lo contrario. Para evidenciar que le divertía su fogosidad, además de muchos otros verbos menos sutiles que el de divertir.

El umbral del deseo sexual y sus límites es algo mucho más ambiguo de lo que pueda parecer a simple vista –afirmó, a la vez que su otra mano se movía entre el espacio que obtenía de sus nalgas, a cada instante, más abarcable-. Dependiendo de su portador y del entorno que le rodea, se convierte en una cuestión muy, muy subjetiva que todo experto todavía trabaja en descubrir. Lo que para algunas personas puede ser un exceso, para otras, es una cantidad perfectamente digerible, y varía más todavía si eres mujer, que entonces las opiniones que obtendrás serán más hipócritas y severas. Si lo que queremos es hablar de patologías, entonces, entraríamos en un tipo de comportamiento muy específico. ¿Tu pregunta es si alguna vez he analizado un caso como el tuyo? No, siempre que lo he hecho, ha sido de forma genérica. Diría que no es 'mi campo', pero tampoco sería cierto, ya que supondrás que un hombre como yo no se detiene en uno solo, incluso si únicamente se ha especializado de manera formal en algo como la Teología.

Había una cosa que no reconocería nunca, y si lo hacía, tendría que ser en unas circunstancias sumamente excepcionales, pero si había algo que el alemán admirase de las mujeres, como colectivo general, sin detenerse a conocer el caso concreto de cada uno de sus miembros femeninos (algo que también era difícil que le ocurriera con el grupo de los hombres) era su capacidad sexual. Independientemente de la personalidad o el aguante que tuvieran, que fuesen recatadas o intensas, expertas o principiantes, había que concederles un reconocimiento especial por saber desenvolverse en el arte de los intercambios carnales y, a la vez, vivir en un mundo que siempre las juzgaría, obraran del modo que obraran en la cama. A ojos de la sociedad, no tenían salvación en un hecho espeluznantemente natural y básico del ser humano y aun así, allí estaban, siendo prostitutas, damas y vagabundas. Genie se estaba convirtiendo en una de las hembras más interesantes con las que se había ido topando entre sus consumiciones de la venta sexual en París (y en el mundo, lo cual era peor). Por muy rematadamente hijo de perra que fuera, la lógica de Fausto albergaba pareceres que la humanidad desechaba para seguir involucionando (y después dirían que el malo era él), y aunque no reivindicaba ideas feministas (ni machistas, ni de nada que no llevara su propio nombre), él nunca había hecho distinciones de sexos, edades o rangos. Por lo que, una fémina contraria al sistema y totalmente alejada de aspectos impuestos (como la degradante finalidad conyugal) merecía, por lo menos, parte de su atención.

¿Usarte como objeto de estudio? ¿Por qué no? Seguro que eres igual de interesante que lo que has demostrado aquí, pero si te interesa saber más de tu padecimiento, como dices, entonces debes estar preparada para hablarme de ti misma. Y no sé hasta qué punto es eso contraproducente en una cortesana cuya única norma es no desvelar su rostro ni su verdadera identidad –dijo, y extrajo suavemente sus dedos llenos de la saliva de la chica para después, agarrarla del mentón y seguir obteniendo la mirada directa de sus ojos-. El estudio requiere más tiempo, más espacio, más intimidad y no siempre bajo la protección que te da este burdel… ¿Estarías dispuesta a cumplir con todo eso o tal vez te ha hecho cambiar de idea?

Dirigió la mano húmeda hasta su propia boca, antes de lamer sobre los restos ya lamidos de Genie, en un intercambio indirecto, y acto seguido, la usó para empezar a preparar el centro de sus nalgas, junto con los fluidos que aún restaban cerca de la última cópula. Al mismo tiempo, apretó más su silueta desnuda contra la de ella, y así provocó una fricción tan abrupta como placentera, que terminó de humedecer todavía más el enjuto espacio que les quedaba.


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Mensaje por Eugénie Florit Vie Mar 20, 2015 9:40 pm

Genie conocía toda clase de deseos, no solamente se le podía relacionar con el sexual. La joven cortesana desde muy temprana edad había exigido aquello que deseaba, siempre se le otorgaba, y quizás por esa razón se encontraba en búsquedas constantes de cosas más exigentes. Los niveles que escalaba caminando de la mano de caprichos que cualquiera podría pensar no se podrían cumplir, pero alguien que había aprendido a reconocer su propia belleza, está consciente de las armas a su favor que tiene, y por eso ella todo lo tiene, todo lo logra. En ese momento su deseo iba incrementando debido al estimulo mental, ese que ella aprendió, que le impulsaron a fortalecer por medio de libros, y lecciones con institutrices. ¡Una mujer retrata! Vaya escándalo, uno que ofendería a la raza masculina, pero que ella lograba poder dominar para hacer que ellos sintieran más intriga por su persona.

Nunca antes había pensando en buscar la cura para su “mal”. La cortesana, se sentía sana, y además, siempre creía que eso que le ocurría era un don, una bendición. Tener una vida normal nunca fue su deseo. Muchas veces le plantearon esa idea: crecer con la mejor educación, buscar un prometido que tuviera una fortuna incluso más alta que la suya, no sólo con grandes cantidades de francos, sino también con un buen atractivo, los nietos de sus padres debían ser hermosos. Casarse, y después de casarse procrear, tener una gran cantidad de hijos, mientras más fueran los retoños, mejor. Y después verlos crecer, envejecer alado del hombre que la había escogido. En esa linea, obedeciendo lo que le dijeran, sin ni siquiera opinar sobre el nombre de aquellos a los que daría a luz. ¡Que aburrido! La idea de ser descubierta le comenzaba a parecer llamativa, quizás sí la desheredaban ella no tenía porque pensar en cubrir expectativas que no fueran suyas, sin embargo salir de lo seguro nunca era bueno, no cuando una vida llena de comodidad le aguardaba. ¿Se estaba comportando cómo una egoísta?

Su pensamientos estaban claros, porque la practica hace al maestro, mismo que le permitía poderse dar un rato de reflexión en medio de una actividad sexual cómo esa. Sin duda aquella noche terminaría más que rendida, y tendría que tomarse días de descanso para poder regresar al ruedo. Una cosa era cansar su cuerpo, y otra su mente. Si se le sumaba que los dos componentes podrían salir agotados, ella no tendría demasiada energía para llegar a contar lo que fuera que terminará por pasar en aquel instante. No lo lamentaría, para nada, pero en casa sospecharían.

Regresó entonces a la realidad de ese momento. Su cuerpo tembló presa de las caricias que le estaba repartiendo. Ella agradecía en demasía su naturaleza femenina, podía aguantar un largo rato más de aquello, eso sin problema, en cambio el hombre, por más preparado que estuviera, no tenía mucha duración, más valía que el Teólogo buscara la forma de estimularle, sino la dejaba satisfecha sería toda una decepción para la jovencita. ¡Sumar la temprana edad! Los años que poseía le ayudaban a incluso dar una batalla más salvaje, claro que eso dejaba en desventaja a cualquiera más a su cliente de ese momento. Las orejas se le remarcaban un poco más, y su mirada parecía tan apagada cómo el tiempo que ya se había consumido en vida. No importaba, para ella seguía siendo igual de apetitoso que cualquier jovenzuelo, y es que la experiencia ayudaba, pero también los volvía más engreídos. ¡Hombres! Siempre creían que el camino recorrido les daría experiencia para cualquier mujer. Tontos ¡ilusos! Ninguna mujer poseía los mismos gustos, por eso muchas terminaban amargadas e insatisfechas. ¿Así terminaría ella esa noche? Esperaba que no. Al menos tenía las expectativas bastante elevadas.

Quizás podríamos acordar otros puntos de reunión — Articuló mientras su cuerpo desnudo seguía frotándose con aquel hombre que volvía a mostrar su intimidad erecta. — Siempre lugares claves, estratégicos, puedo contarte de mi, desnudar mi interior tanto cómo te he desnudado el cuerpo, pero sólo de forma en que pueda convenirnos a ambos — Su sonrisa se ensanchaba mientras su respiración se alteraba de nuevo. Su cuerpo tembló presa de la ceguera que le causaba el saberse lista para poder a disfrutar del placer extremo. El sexo siempre le vuelve loca, no lo va a negar, jamás; dejar de pensar parece sencillo para cualquiera, pero para ella no, no cuando existe algo más poderoso en su interior que la nuble. Para un erudito aquello podría parecer ilógico, para una cortesana podría parece tan cotidiano.

La mujer tomó el miembro ajeno con su mano izquierda, mientras con la derecha jugueteaba con la espalda del cazador. Masturbar también es un arte que no a cualquiera se le puede dar , se necesita practica, pero sobretodo, unas ganas inmensas que poder otorgar el placer que se quiere recibir.


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Mensaje por Fausto Vie Oct 23, 2015 8:21 pm

Ruidos. Sonidos. Derivados de toda reacción de dentro afuera. Impulsos del interior que traspasaban las fronteras del aire para desprenderse entre las carnes y colmar la urgencia del contacto. La unión se volvía a cada instante más agobiante, pero también más necesaria, más inevitable. No había otra forma de comunicación que no fueran los mordiscos y los arañazos, las pruebas efímeras de la propia satisfacción que volvía una y otra vez a la escena del crimen. Pasional, abusivo, insaciable. Las escapatorias al dominio carnal de Fausto habían quedado completamente hechas trizas, y en su lugar, ya sólo había fuego. Brasas chispeantes desparramadas en torno a sus cuerpos y que la chica no sería capaz de apagar. Precisamente ella, con sus características tan inflamables; la menos indicada para tal cometido.

Y qué sabroso era engullir las llamas que se derramaban sobre su inquieta figura.

El hombre no se detuvo en ningún momento, incluso cuando jadeaba lo hacía sin dejar de mirarla, ni de penetrarla con aquellos ojos indescifrables que parecían controlarlo todo sin necesidad de moverse. Pero se movía, ya lo creo que se movía, como si fuera una maquinaria rota que había perdido el control y no podía pararse, con la diferencia de que él no había perdido nada, ni tampoco estaba roto. Todo lo contrario, así que cada comparación que pudiera ocurrírsele a la cortesana no sería suficiente para describir la forma en la que su cliente estaba a la altura de sus expectativas. Más bien, había superado cualquier altura posible y de hecho, así se lo confirmó en todo momento con el estado de su propio miembro.

No, ni siquiera la arrogancia se la daba la edad, y menos cuando su mente llevaba años y años dándole ventaja sobre su cuerpo, que ahora que había dejado de ser un jovenzuelo, se mantenía tan resistente y mortífero como el de un jaguar recién independizado de la manada. No en vano continuaba matando a miles de criaturas, naturales o sobrenaturales. Llegados a ese punto, ¿la prostituta todavía creía que su perfección estaba sujeta a cambios? ¿Que algo de su placer era una opción? Querida y exultante Genie, el mismísimo diablo te quería como concubina y lo sabías de sobras. No podías dudar de su capacidad a esas alturas, porque un amante de tal magnitud no perdería el tiempo con quien todavía no había asimilado el alcance de su poder. ¿Todavía no lo habías asimilado, pues?

Ya te lo he dicho antes –murmuró con una voz ronca, que barrió con sus cabellos y su piel blanquecina hasta incrustarse en sus oídos, mientras el lóbulo de su oreja quedaba calcinado por la paradoja de los escalofríos que propulsaba la garganta del cazador-. 'Si consigues que quiera volver a verte, te darás cuenta enseguida de que aunque lleves puestas todas las máscaras de esa pared, a mis ojos vas a sentirte tan descubierta como si estuvieras desnuda' –se citó a sí mismo, al tiempo que el nuevo agujero por colonizar de Eugénie quedaba completamente preparado por sus dedos húmedos-. Y adivina qué –expulsó, justo a tiempo de que notara lentamente la cabeza de su pene allí abajo-: Lo has conseguido.

Y así se retomaron las embestidas, los gruñidos, el éxtasis en forma de gritos y fricciones. La danza de piernas retorcidas en la que había convertido a Genie pudo confirmárselo de aquí a cuantas vidas, pasadas y futuras, llegara a tener. Porque si en algún momento había pensado que aquel teólogo la decepcionaría, paradójicamente estaba a punto de lamentarlo a través de la interminable marabunta de orgasmos que se avecinaba, todos para ella y su sed de éxtasis. Él saciaría a la insaciable, colmaría a quien ya había sido colmada varias veces, pero nunca como aquélla. Como aquéllas, pues Fausto la exprimió durante toda la noche y se lo hizo por todas las partes posibles en honor a la 'petición' que ella misma arrojara antes. Se follaron hasta que la única oscuridad que quedó fue la de la mirada de aquel hombre, con esos ojos tan misteriosos e inabarcables como se habían presentado horas atrás al escogerla para su gusto y disfrute.

Las ventanas del burdel comenzaban a ser reprendidas por los primeros fulgores del amanecer, y ni una sola compañera cortesana, ni personal del burdel a las órdenes de la madame, ni tan sólo la propia madame, les habían molestado. Estaban familiarizados con el protocolo de aquel curioso cliente que eventualmente se aparecía para usar la mercancía a su antojo. Pero hasta los peones más irrelevantes de ese antro comprenderían lo extraño que sería verle mostrar preferencia por una meretriz en particular.

Fausto había aprovechado los escasos minutos en los que Genie había caído presa del sueño (detalle escalofriantemente íntimo viniendo de una prostituta) para volver a vestirse de cintura para abajo, cubierta la zona de arriba sólo por su camisa blanca, aún sin abotonar. Sentado sobre una pequeña mesa que había frente a la cama, bebía vodka en silencio, mientras fijaba la vista sobre el cuerpo recostado de la joven, desnudo, enrojecido y perlado de sudor por culpa de él. Esperó allí tranquilamente hasta que las pupilas de ella, por fin, se despegaron y entonces le habló, con la copa a pocos centímetros de sus labios:

Aún estás a tiempo de echarte atrás y que ésta sea la última vez que me veas. Si por el contrario, sigues empeñada en corromper tu masoquismo, no saldré de aquí sin que me des un día, un lugar y una hora para el reencuentro. Uno muy lejos del beneplácito de tu querido burdel.


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Mensaje por Eugénie Florit Dom Mayo 28, 2017 9:03 am

Ni siquiera la intensidad del placer, mucho menos su insaciable deseo por seguir experimentando esas sensaciones, le permitió seguir despierta. Había sido demasiada actividad física. Horas que probablemente pocos lo creerían, pero la realidad es que el sexo no dependía simplemente de la penetración, el sexo necesitaba de un juego previo dónde incluso la mente debía jugar un papel importante, esa era la ventaja de Eugénie por encima de las demás cortesanas.

Nacer en cuna de oro tiene grandes ventajas, muchas que probablemente le traerían grandes consecuencias si sus demás compañeras lo supieran. Sólo un par tenía conocimiento de su procedencia, aunque no sabían bien su nombre y apellido. Genie supo entrar en aquel mundo, supo que probablemente estaba cometiendo el peor de sus errores, pero también estaba dispuesta a correr riesgos por su deseo insaciable. Intentó curarse con el apoyo de la lectura, cosa que nunca funcionó, de hecho no existe historial de libros que hable del tema. ¿Algún día saldría de tal desastre?

Genie soñó, no fue algo placentero, en sus pesadillas se reflejó uno de sus miedos más grandes: ser descubierta. Su familia lo descubrió y fue como perdió todo. En aquella ilusión escuchaba las lágrimas de sus padres, pero más de su hermano Áédan, un hombre que poco demostraba lo que sentía. Tanto fue el dolor de la chica por aquello que se despertó casi sollozando. Si la interpretación la tomaba positiva, entendería que era una señal para huir de aquel mundo como pudiera, que al menos lo intentara.

Alterada, pero sopesando que se encontraba aún en el burdel, la joven no tardó en recobrar la compostura. Incluso bastaron unos pocos segundos para poder regularizar su respiración. Genie notó el momento, la media desnudez del hombre y la suya completa. Se dio cuenta del amanecer poniéndose de pie de inmediato para no perder tiempo; se vistió con rapidez.  

En tres meses te haré llegar una misiva. Sabrás entonces de dónde vengo y a donde me quiero dirigir. — Se encogió de hombros sonriendo, le bastaban tres meses para que su hermano llegara y se fuera de París, él que era la única persona que sería capaz de descubrir su secreto. Cuando su hermano se encontraba en París, debía ser cuidadosa, incluso no acudía al burdel, aunque terminaba por bajar sus deseos con el cochero.

Tengo que marcharme ya, sino la actuación que realizo será descubierta — Sonrió, eso no sería posible — Tu pago lo dejas con Antonela, ella sabe qué hacer con mis ganancias. — Ganancias que las chicas creían las necesitaba tanto como ellas, pero no, nada de eso.

Las putas salen por la puerta trasera — Le guiñó un ojo antes de salir. El cochero, cómplice de sus aventuras, y quien también formaba parte de algunas, lo estaba esperando por la parte trasera, escondido entre árboles. Ambos se saludaron de forma burlesca y Eugénie se adentró al carruaje para poder cambiarse y dirigirse a casa. Aún era el tiempo correcto para no ser descubierta.

Fausto no sólo fue una noche de placer. Fausto ya era parte de su presente, y el liberador de su futuro.


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