AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
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Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Las luces del teatro destellaban como era habitual entre los gallardos nobles y sus no muy bien nombradas acompañantes, en su mayoría cortesanas y en algunos casos la amante turno, muy habitual en París. Era por eso que el mago no acostumbraba visitar el centro de la ciudad y se refugiaba en su morada en las afueras de la polis, en los límites del bosque, en una mansión cercana al río, en la cual el contacto con la naturaleza se volvía del todo primordial. Las banalidades de la corte eran completamente rechazadas por él, las falsedades en que se envolvían con tal de complacer sus placeres mundanos.
No, no era que Delbaeth se negase los lujos y placeres, pero él prefería no recurrir al doble estándar, decía las cosas de frente sin reparos, aun cuando podía sus palabras podían parecer corteses y caballerosas, iba con la mordaz verdad del frente, con mensajes capaces de quebrar la aparente integridad nobiliaria que le otorgaba los títulos adquiridos por la famosa sangre azul que corría por sus venas, aunque era sencillo suponer que muchos eran hijos bastardos o tenían un regadero de hijos no reconocidos por Francia y Europa. Lo mismo pensaba Formorian de los burgueses, era un crítico de la sociedad, por lo mismo se aislaba, además de protegerse de los mismo inquisidores y cazadores.
Pero hoy, era un día que ameritaba su visita al teatro, todo producto de un impulso que decidió seguir dos días atrás…bajo la excusa de unos materiales para su taller.
Centro de París, días atrás
Sus pasos lo guiaron al Mercado ambulante, donde consiguió algunas antigüedades y piezas de colección, que le serviría para sus secretas actividades de alquimista e incluso otras para sus nuevas piezas de arte. Las miradas curiosas y coqueta de las damas, le causaban risa y enaltecían su ego. Se conocía guapo y aun más por su porte elegante, una mezcla entre sofisticación y rudeza, lo que genera la pretensión de estas pro él, pero ellas no sabían el tipo de hombre con quien se encontrarían. Se trataba de un mujeriego que disfrutaba de las mujeres y la buena vida, pero siempre lejos de su territorio. Su residencia era territorio vetado. Solo una mujer conocía aquel lugar sagrado para él, se trataba una mujer a quien conoció casualmente en Paris, pero que curiosamente era originaria de la misma tierra.
Un joven fría, fría distante y dominante, conocedora del arte y perfecta en muchos sentidos, en la cama era todo un encanto y lo descubrió en aquel encuentro donde se convirtieron en amantes hace ya tres años, pero de aquello nunca paso. Aquel primer encuentro fue casual, en la galería de su familia, ella se convirtió prontamente en su musa y luego en su amante, inspirándole tal confianza que la llego a su residencia. Ella había sido la única, pero no por eso era la mujer para él, demasiado igual que la balanza jamás alcanzaría el equilibrio.
Pero la vida juega con los pasos de los hombres, y aquella tarde en la tornería la encontró, discutiendo con el encargado, pues evidentemente se habían atrasado con alguno de sus encargos. Rió a sus espaldas y tras una mirada fulminante, y algún intercambio de palabras culmino la tarde con una reunión en la, ahora su galería, donde él le retrató a petición de la misma.
Sus pasos lo guiaron al Mercado ambulante, donde consiguió algunas antigüedades y piezas de colección, que le serviría para sus secretas actividades de alquimista e incluso otras para sus nuevas piezas de arte. Las miradas curiosas y coqueta de las damas, le causaban risa y enaltecían su ego. Se conocía guapo y aun más por su porte elegante, una mezcla entre sofisticación y rudeza, lo que genera la pretensión de estas pro él, pero ellas no sabían el tipo de hombre con quien se encontrarían. Se trataba de un mujeriego que disfrutaba de las mujeres y la buena vida, pero siempre lejos de su territorio. Su residencia era territorio vetado. Solo una mujer conocía aquel lugar sagrado para él, se trataba una mujer a quien conoció casualmente en Paris, pero que curiosamente era originaria de la misma tierra.
Un joven fría, fría distante y dominante, conocedora del arte y perfecta en muchos sentidos, en la cama era todo un encanto y lo descubrió en aquel encuentro donde se convirtieron en amantes hace ya tres años, pero de aquello nunca paso. Aquel primer encuentro fue casual, en la galería de su familia, ella se convirtió prontamente en su musa y luego en su amante, inspirándole tal confianza que la llego a su residencia. Ella había sido la única, pero no por eso era la mujer para él, demasiado igual que la balanza jamás alcanzaría el equilibrio.
Pero la vida juega con los pasos de los hombres, y aquella tarde en la tornería la encontró, discutiendo con el encargado, pues evidentemente se habían atrasado con alguno de sus encargos. Rió a sus espaldas y tras una mirada fulminante, y algún intercambio de palabras culmino la tarde con una reunión en la, ahora su galería, donde él le retrató a petición de la misma.
Un encuentro que hoy se repetiría, pero estaa vez en el teatro, bajo las luces del palco privado que él reservo y la melodiosa opera. Ella era una gran admiradora de este arte, y por sobre todo de este tipo de citas. Mire la hora, treinta minutos, ella sin duda llegaría quince minutos antes que iniciase la obra, así subí al palco, todo estaba según lo dispuse, rosas blancas y una botella de vino reservado para él y un bandeja de frutos secos, pues luego la llevaría a cenar.
Con parsimonia engalornado en un traje de noche, tomo asiento y entro en su habitual estado de meditación imprescindible para tolerar tanto tiempo entre los cinismos de la sociedad. Tras quince minutos exactos, miro la hora, pronto ella debería llegar, solo esperaba fuese puntual.
Última edición por Delbaeth E. Formorians el Sáb Dic 31, 2011 2:00 pm, editado 1 vez
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Un día, el sol y la luna se volverán uno
se fundirán creando luz y sombra en consuno.
Esa noche en la luminosidad, encontraré a alguien
que me ame, que me cuide y me proteja bien.
Mientras tanto, seguiré buscando...
se fundirán creando luz y sombra en consuno.
Esa noche en la luminosidad, encontraré a alguien
que me ame, que me cuide y me proteja bien.
Mientras tanto, seguiré buscando...
Las manos dieron los últimos toques al vestido azul cielo con adornos en tonos violáceos que se le ajustaba a la cintura y permitía un escote decoroso, con unos listones alrededor de los brazos, dejando los hombros al descubierto, pero que podrían ser envueltos con los caireles de su peinado. Suspiró mirándose al espejo y se acomodó un mechón del rubio cabello tras la oreja pensativa. Realmente muchas ganas de ir a la ópera no tenía, pero Éire había insistido demasiado que llegó un momento tal -no supo cuál- en que la hastió o la ilusionó, aún no lo sabía.
Así que aceptó esa invitación con un símbolo muy curioso en uno de los extremos como descubrió cuando iba de la galería de Éire hacia su hogar en el carruaje, revisando las entradas que le hizo alzar una ceja y sonreír... algo de alquimia, qué raro en Éire, normalmente ella era más parca en esos temas. Sin embargo, Marianne con tantos amigos sobrenaturales que tenía por su profesión como modista y luego, al ser Duquesa de España, le hubieron otorgado algunas concesiones como el darle algunos datos rápidos sobre los símbolos, de cuáles cuidarse por ejemplo.
Aunque éste no era uno que reconociera... ahora, tras horas después de que Éire le regalase la entrada, mirándose al espejo, suspiró y meditó la situación. Tenía muchos amigos, algunos le atraían más que otros, pero desgraciadamente no tenía una pareja formal con la cual salir a eventos como éste. Tan sencillos, pero que del brazo de un hombre con el cual compartir, eran mucho más divertidos.
Parpadeó y alejó los demonios que tanto la perseguían, tomó su capa y un pequeño bolsito donde metió su dinero, un cuadernito y carboncillos, por si había alguna idea que captar ipso facto y salió con tranquilidad de su casa, con el tiempo justo para llegar al teatro. Subió al carruaje y miró por la ventanilla, pensando en el tiempo pasado, aún era joven, 17 años es una edad muy joven para algunos, así que debía ser fuerte, olvidarse de sus fracasos y mirar al frente.
Everybody knows we live in a world where they give bad names to beautiful things
Everybody knows we live in a world where we don’t give beautiful things a second glance
Heaven only knows we live in a world where what we call beautiful is just something on sale
People laughing behind their hands
As the fragile and the sensitive are given no chance
Everybody knows we live in a world where we don’t give beautiful things a second glance
Heaven only knows we live in a world where what we call beautiful is just something on sale
People laughing behind their hands
As the fragile and the sensitive are given no chance
Miró sus manos en silencio y se preocupó por revisar tras sus uñas, quitándose motas de polvo imaginarias, siempre fue pulcra en su aseo y ese día no era la excepción. Suspiró y su mirada regresó a la calle, observando en total silencio a las personas que paseaban, hasta que sus cejas se juntaron en una mueca molesta. Había un grupo de cuatro personas, tres hombres y una mujer, golpeando a un pequeño que no debía tener más de 7-8 años.
Ordenó de inmediato a Juan que parara el carruaje y sin esperar a que le abrieran, salió a ver qué estaba pasando, encarando a las personas y cuidando de que el pequeño no siguiera siendo lastimado. Escuchó las versiones, ambas. Los adultos hablando que el niño les había robado una bolsa con comida y el niño manifestando que no era así, que fue otro pequeño y que a él le habían encontrado por casualidad y confundido con el primer infante.
Marianne no sabía quién decía la verdad, pero medió entre ellos, les dio el dinero a los adultos para que volvieran a comprar la comida y mientras los calmaba, el niño le arrebató la bolsita con el dinero con tal violencia, que la mano derecha de la Duquesa fue a chocar contra la burda pared, abriéndole la piel. Mientras sacudía su mano, la mujer susurró con voz cargada de veneno:
- Y eso que lo defendía, imagínese si no lo hubiera hecho - rió a carcajadas, algo que crispó los nervios de Marianne que volteó a verla.
- Por personas como usted, sin sentimientos, sin compasión, sin piedad... personas egoístas que no saben desprenderse de lo suyo para dárselo a los demás, es que estos niños sufren, pero qué le he de decir yo, si usted lo sabe todo... ¿No? - le miró con rabia.
- Huy, pues ni que trabajara usted por el dinero - rezongó la otra herida en su orgullo - y ni que fuera de la nobleza para darse esos aires de grandeza, sólo es una mocosa que no sabe de qué habla.
Marianne no quiso discutir más, miró a Juan que ya se apresuraba en pos del niño y negó con la cabeza impidiéndole ir. Quizá el hombre tenía razón en que debían atraparlo, pero mientras se dirigían a su carruaje, Marianne le expresó lo que pensaba: eran niños con ansias de comer, hambre por algo que no tenían y perseguirlo sólo iba a empeorar las cosas. Juan no sabía a dónde le iba a meter y si tenía más amigos que pudieran hacerle daño, por lo que no quería que su guardián se arriesgara.
You strong enough to be..
Have you the faith to be..
Sane enough to be ..
Honest enough to say..
Don’t have to be the same..
Don’t have to be this way
C’mon and sign your name
You wild enough to remain beautiful?
Beautiful
Dentro del carruaje, miró su muñeca e hizo una mueca triste al ver que el vestido estaba arruinado en esa parte, simplemente la tela se había rasgado y no había forma de arreglarla. Suspiró y tomó un pañuelo para vendarse la herida, de momento no era de consideración, pero ahora que la veía bien a la luz de las farolas, seguramente la piel se abrió con alguna piedra filosa y sangraba de una forma abundante, por lo que tras hacerse un torniquete, se ocupó de ocultar el percance arreglando el pañuelo para que pareciera un adorno más del vestido.
Afortunadamente tenía la costumbre de combinarse toda, zapatos, adornos, pañuelo, así que no se veía fuera de lugar. Aunque había perdido un tiempo precioso. Se lamió los labios cuando llegaron al teatro y Juan le dijo que llegaría justita, por lo que tomó las entradas y bajó con rapidez. Conocía ese teatro al dedillo, por lo que fue fácil encontrar el palco número cinco -su número favorito, por cierto- y saludó a algunos clientes, entreteniéndose otro tanto, pero bueno, al menos ya estaba dentro del teatro y no le cerrarían.
De todas formas, se despidió rapidito y sacudió la mano derecha ante el dolor que sentía. Miró con cuidado el pañuelo y notó un poco de sangre en éste, hizo una muequita, pero se conformó pensando que sólo sería la ópera y seguramente tras ello, la sangre coagularía y estaría lista para el intermedio, donde estaba deseando pedir un enorme vaso de té helado o una tacita de chocolate caliente, lo primero que estuviera o ambos, ¿Por qué no?
You strong enough to be..
Why don’t you stand up and say
Give yourself a break
They laugh at you anyway
So why don’t you stand up and be
Beautiful.
Why don’t you stand up and say
Give yourself a break
They laugh at you anyway
So why don’t you stand up and be
Beautiful.
Entró al palco y se quedó sorprendida por las rosas blancas y el vino, pero sobre todo, por la figura sentada del lado izquierdo del lugar. Un varón de cabellos oscuros, de un peinado que luciría juvenil en cualquier hombre, pero que en él, aún de espaldas -y qué espaldas tan anchas, Marianne no había visto jamás unas así- se le veía demasiado masculino y a todas leguas le quedaba muy bien. El lugar olía delicioso, una mezcla que la joven no sabía identificar y que seguramente su amiga Viola sí, pero que le causaba una extraña revolución en el estómago y en el pecho. Un aroma masculino que parecía empatarse con el suyo, acoplarse, equilibrarse...
Parpadeó separando la vista del hombre y miró de nuevo sus invitaciones... sí, no había error, número cinco, ¿Entonces? Hizo una muequita y se acercó un poco a él, para mirar una piel morena, atractiva a la vista y un par de ojos que se fijaron en ella como si quisieran arrebatarle el alma y llevársela a donde quiera que él residiera, atractivos, pero que la inquietaban por la dureza con que la veían, como si quisiera que desapareciera ipso facto. Algo que hizo a la joven tragar saliva y mirar sus entradas.
- Disculpe, palco número cinco, es mi lugar... ¿Se habrá equivoca...? - calló cuando él le arrebató las entradas para revisarlas sin la menor consideración, carente de modales y educación - ¡Oiga, no sea grosero! - si algo no podía soportar la duquesa, eran esos tratos. Ni con ella, ni con nadie. Llevó la mano derecha al interior de uno de los bolsillos del vestido, apretando la insignia que siempre llevaba desprendida, por si tenía que usarla. No la cosía a su vestido porque no le agradaban los tratamientos zalameros, de todas formas, había tenido una mala noche, no quería empeorarla, pero si ese hombre se seguía comportando así, utilizaría todo lo que estaba en sus manos para que lo alejaran de ella... a finales de cuentas, Éire había pagado por el palco.
¿Verdad?
Black, white, red, gold, and brown
We're stuck in this world
Nowhere to go
Turnin' around
What are you so afraid of?
Show us what you're made of
Be yourself and be beautiful
Beautiful
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Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
De pie observo el lugar, poco a poco gente, las parejas comenzaban a llegar, en su mayoría clandestinos, pero que alardeaban tener una perfecta velada romántica - Farsantes- pensó, sabiendo que en su mayoría eran parejas de amantes clandestinos. Golpeteo la barandilla con impaciencia, cinco minutos y ella aun no llegaba, bufó en el preciso instante que una joven de rubios cabellos ingresaba al lugar con completa seguridad. Arquee la ceja, una jovenzuela, eso era con aire elegante y estirado, que le miro recriminatoriamente por unos segundos para luego alegar que era él, quien erro de palco. Sin decir palabra le arrebato las entradas que ella leía como si fuese dueña de la verdad.
Con calma y arrogancia propia del mago leyó la invitación y vio su sello personal en uno de los extremos, una sombra cruzo por su mirada al comprender aquello que Eiré no le dijo aquella tarde, había alguien en su vida y no podía aceptar las invitaciones de quien en antaño fuera su amante. Suspiró, bien como ya estaba allí, no se perdería la función, esperaba que la joven que envió en su lugar fuese lo suficientemente interesante, sino aquella visita a ciudad pasaría a ser una pérdida de tiempo- Bueno, veo que su amiga Eiré no tuvo el decoro de decirle que las invitaciones eran mías- informó, guardándose para sí el hecho que estaban dirigidas a otra persona.
Se la devolvió, intentando retomar la compostura antes perdida, tomo la enguantado mano femenina y la beso en una elegante reverencia - Delbaeth Formorians, Mademoiselle me alegro contar con su presencia-se presentó, haciendo pasar lo anterior por un mal entendido. No se animaba a enfrascarse en una pastosa discusión de modales con una jovencita demasiado estirada para el gusto masculino. Para sus adentros se pregunto si algún hombre había conseguido quitarle lo estirada, en especial tras recordar que ese no era el primer encuentro que tuvo con ella, sino que había sido la jovenzuela entrometida que entro al despacho de Eiré cuando la retrataba días atrás.
Espero a que se presentase para luego proseguir el con as explicaciones pertinentes, pero esta vez cargadas con una pisca de mentira - Veo que nuestra estimada Eiré olvido explicar los motivos de esta invitación- luego le cobraría cuentas a ella por el plantón, pero ahora recurriría a los modales que tan lugar ameritaba - Es un modo de disculparme con usted por el mal entendido de hace unos días, cuando usted irrumpió in golpear al despacho de ella- hasta allí legaron sus modales, pues sin ningún decoro culpaba a la recién llegada de un error compartido.
Ciertamente aquella velada anunciaba ser de constantes fricciones entre la curiosa pareja que se formaba en aquel palco. Pero el irlandés, no cedería ante una niñata con complejo de noble y que evidentemente no sabia como divertirse. Suspiro con cansancio, como odiaba las aglomeraciones de gente y más aun a las damas de corte demasiado estiradas, en especial cuando ellas no superaban los veinte años y se comportaban como si tuviesen treinta y cinco. Pero ahora que la tenía allí lo mejor ra aprovechar el palco y la opera que estaba por comenzar. Sirvió dos copas de vino y tomo una rosa blanca, la segunda se la ofreció en señal e ¿Paz? No era una tregua y la primera para sellar el acuerdo de no agresión, implícito en sus gestos y el hecho que las luces comenzasen a apagarse, signo que la función estaba por comenzar.
- Mademoiselle, una tregua- sugirió antes que las luces se apagasen del todo - Al menos durante la opera, le aseguro no se arrepentirá- prometió refiriéndose a la obra, pues de sus actos, ni él mismo era capaz de responder.
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
See how I'll leave with every piece of you
Don't underestimate the things that I will do
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No sabía qué estaba sucediendo ahí, él le arrebataba las entradas y no conforme con ello, se ponía a revisarlas como gran señor... Marianne era un amor, una alegría andando de un lado a otro, siendo muy franca, vivaracha, con amabilidad trataba a las personas, con tacto intentaba decirles lo que le parecía era incorrecto, pero ese hombre... era la antítesis de absolutamente todo lo que ella prefería en un varón. Era maleducado, era arrogante, era ególatra... los puños se cerraron con fuerza y le miró indignada.
Ahora mismo se sintió como una mocosa ante su presencia, como si fuera ella justamente la que se equivocó al aceptar las invitaciones de Éire. Así que ese era el gato encerrado cuando su amiga se las entregó... fue muy parca y evasiva del por qué no quería ir y prefería irse a ¿Pasear? con Joao. Debió confiar en su instinto, negarse a usarlas y ahora estaba ahí, atrapada con ese sujeto que la hacía sentir peor que limosnera, aunque él no le dijera que las invitaciones no estaban destinadas para ella, Marianne podía sentirlo en la arrogancia de sus palabras "las invitaciones eran mías"... ¿Pues quién se creía?
El beso en su mano le pareció peor que el de Judas a Jesucristo, no se quitó como pensaba por educación, porque ella sí que era una dama y no como él, que ni siquiera se ponía en pie para recibirla, que le dirigía unas palabras que no le llegaban a los ojos, pues se veían contrariados. Marianne, al ser una dibujante, podía ver muchas cosas que las personas comunes y él era como un libro abierto cuando su disgusto estaba a flor de piel como ahora. Se resistió a decirle su nombre, aunque unas frases de su madre llegaron a su mente y se dio por vencida.
- Marianne Louvier, un placer, messié - realizó una reverencia propia de su educación, impecable, para algunos gustos demasiado formal, muy adulta para sus 17 años, pero ¿Qué se esperaba cuando ella sentía la sangre hervir y los músculos tensos? Arrogante, altanero, se sentía dueño del mundo. ¡Cómo le molestaba eso de una persona! Le crispaba los nervios, rechinando los dientes de pura contrariedad. Además, no es que Marianne tuviera una vida como la de Éire o Katra, ella más conservadora, más cuidada por su familia, más femenina y candorosa. Una dulzura de modales bien aprendidos y propios de una mujer criada para ser una buena dama, una ama de casa, no una diseñadora de modas como ahora se catalogaba.
Toda una criatura de contrastes, fascinante y adorable, intrigante y provocadora de reacciones irracionales como el anhelo de protegerla, de conocerla, de querer hundirse en las alegrías y las enormes y optimistas sonrisas llenas de fantasías y esperanzas a cumplir; con un carácter fuerte y aguerrido para justamente alcanzar sus sueños, las estrellas en el firmamento que ella misma dispuso para tocar un día. Pocos veían el cambio que se producía en ella cuando algo la molestaba in extremis, en ese momento sine qua non su alma blasfemaba y buscaba una reparación del daño que se causa en sus pensamientos, en los hostigamientos de su corazón, al instante en que la garganta se cerraba para no soltar un comentario que pudiera romper la alegría de la reunión. Marianne odiaba perder estilo, pero él... él...
- ¿Me permite decirle algo, Messié? - se acercó y le encaró tomando la flor en la mano, dejándola caer con un desprecio impropio en ella -pero que su alma exigía demostrar- sobre la mesa junto a las otras rosas... con otra persona y en otras circunstancias las aceptaría y platicaría con él sobre cosas insignificantes, pero algo en él sacaba lo más primitivo y visceral en la joven, pero de pronto, algo distrajo su atención de las palabras que le ofrecería a su interlocutor y sus ojos viajaron de inmediato al palco enfrente de ellos, en uno de los niveles más privados y exclusivos, dedicados a la realeza donde -la boca se le resecó- estaba él... platicando con una dama de cabellos oscuros...
Sintió un hueco en el estómago y el dolor bajar desde la garganta, como un nudo de clavos y espinas, rasgándolo todo hasta su pecho para depositarse en su estómago. Sus ojos se cerraron un largo instante e inspiró profundamente, llenando sus pulmones de aire para evitar que se ahoguen de la sangre que su corazón está manando por un amor conservado desde su más tierna adolescencia. Un cariño y un romance que siempre su mente compuso de una forma que jamás la vida permitió dar cauce. Las manos le temblaban y le sudoraban sólo de ver cómo reía con ella, la acariciaba la mejilla... seguramente su comida, pero una vez más le había mentido. Le dijo que estaría con su esposa, con su hijo, que no compartiría esa noche con ella, a pesar de lo que significaba para ambos -años de haberse conocido-. Sonrió con amargura y supo que la locura se terminaba ahora mismo. Se lamió los labios obligándose a mantener el tipo. Se volvía pequeña y menuda, la noche se llenaba y se burlaba.
Sus ojos se dirigieron a los azules del mago que la observaban con ese sentimiento de no quererla con él, de no ansiarla a su lado, pero era una ópera... su mirada se transformó de tensa a digna, a altiva, aunque no iban dirigidos esos sentimientos a Delbaeth, si no a aquél que aún reía a carcajadas con su nueva conquista. Tomó asiento con elegancia y cierta sensualidad innata, contestando en silencio a su petición, aceptando tácitamente su compañía, porque ahora mismo lo que necesitaba era un tiempo para tranquilizase, porque si no, haría un papelón, una escena de celos impropia de ella. Colocó las manos sobre el regazo y observó el inicio de la obra con la ansiedad de alguien que quiere olvidar todo lo que le pasó hasta el momento y encontrar un instante de total olvido.
Unos minutos, unos segundos, no importaba. Su acompañante era un ejemplar masculino estúpido y falto de todo tacto, de sentido común y de... lanzó una risa cínica en un momento que la obra estaba en una escena triste, dando a notar que su mente estaba en otro lugar. Y sus ojos volvieron al palco, donde ahora, escondidos entre las sombras y en ocasiones iluminados al azar, una pareja se besaba apasionadamente y el corazón de una española se tornaba pedazos pequeños tras una estrella caía del cielo, fugaz, que no concedía deseos, si no que esta vez su trabajo consistía en destrozar uno...
Su voz aterciopelada en su mente era una constante que transtornaba sus nervios, como el golpeteo en el piso de un zapato o el rasgar una superficie pulida. Sonidos que crispaban la cordura, que la incitaba a la total insanidad. El enorme vacío se tornaba un remolino y una tormenta que lo arrastraba todo, dejando nada en pie. Desquiciado, irracional, destructivo, malicioso... Y una sonrisa en los labios femeninos, mientras tiemblan de dolor, cerrando los ojos, apretándolos y aspirando aire de nuevo, soltándolo en un suspiro. Dejando ir todo.
Pequeña y menuda, desdeñada y desnuda, despreciada y enloquecida... una lágrima resbaló por su mejilla por lo que se le vuelve a escapar de las manos, oculta a las miradas indiscretas de un hombre que jamás lo comprenderá. Apretó los ojos obligando a las lágrimas irse por y para siempre. Alzando la barbilla con orgullo. Era una mujer que siempre peleó, era una joven de 17 años, era... otra lágrima traicionera resbaló acariciando su piel hasta caer... Se concentró en mantener el rostro hacia el escenario, impidiéndole al compañero de palco verla... se burlaría... claro que se reiría de ella, de sus sentimientos y no estaba de humor... no ahora... no hoy...
Aprovechó la obra para recomponer los pedazos de su corazón, para unirlo con un pálido pegamento que sólo durará el tiempo suficiente para llegar a casa y llorar. Era tiempo de ir a con Katra al Sacro Imperio, de desaparecer de París una buena temporada. De recuperarse, de lamerse las heridas lejos de donde pudiera verla, buscarla, incitarla, desquiciarla con sus dulces palabras, sus gestos, sus arrogantes mohines. Tan parecidos a los del hombre que tenía al lado y al mismo tiempo tan diferentes. Porque él era seductor, sensual, coqueto y el señor a su lado era todo lo contrario, todo un patán, grosero, sangrón, incapaz de una palabra amable que no tuviera un doble sentido. Pero... ¿Qué decía?
Su mano acarició su rostro sonriendo de pura mofa, claro que el vampiro quería algo más... su sangre, su cuerpo, sus besos, teñirle el cabello... se lamió los labios y echó hacia atrás la cabeza, mirando el techo, volviendo la mirada al palco, donde él la veía intensamente, sabiendo que ahora lo había descubierto. Marianne sonrió y con la mano derecha, le saludó con un mohín bastante cínico e irónico. Vocalizando al mismo tiempo que lo pensaba: "Hola, creí que estabas con tu familia. No sabía que habías cambiado de esposa". Los aplausos la devolvieron a la realidad, en el momento que las luces iban encendiéndose y la obra había llegado al intermedio. Se puso en pie y sonrió débilmente a Delbaeth.
- Gracias, messié, pero me temo que tengo cosas más importantes por hacer - hizo una reverencia y de reojo veía al vampiro desembarazarse de una pareja débil y salir del palco... iba a por ella, lo sabía, ahora más que había visto a un hombre a su lado y se preguntó si realmente tenía que irse o haría enojar más al que le había roto el corazón. Por un instante, lo segundo le ganó a lo primero, pero luego, la cordura regresó. Era mejor irse...
Ahora mismo se sintió como una mocosa ante su presencia, como si fuera ella justamente la que se equivocó al aceptar las invitaciones de Éire. Así que ese era el gato encerrado cuando su amiga se las entregó... fue muy parca y evasiva del por qué no quería ir y prefería irse a ¿Pasear? con Joao. Debió confiar en su instinto, negarse a usarlas y ahora estaba ahí, atrapada con ese sujeto que la hacía sentir peor que limosnera, aunque él no le dijera que las invitaciones no estaban destinadas para ella, Marianne podía sentirlo en la arrogancia de sus palabras "las invitaciones eran mías"... ¿Pues quién se creía?
El beso en su mano le pareció peor que el de Judas a Jesucristo, no se quitó como pensaba por educación, porque ella sí que era una dama y no como él, que ni siquiera se ponía en pie para recibirla, que le dirigía unas palabras que no le llegaban a los ojos, pues se veían contrariados. Marianne, al ser una dibujante, podía ver muchas cosas que las personas comunes y él era como un libro abierto cuando su disgusto estaba a flor de piel como ahora. Se resistió a decirle su nombre, aunque unas frases de su madre llegaron a su mente y se dio por vencida.
- Marianne Louvier, un placer, messié - realizó una reverencia propia de su educación, impecable, para algunos gustos demasiado formal, muy adulta para sus 17 años, pero ¿Qué se esperaba cuando ella sentía la sangre hervir y los músculos tensos? Arrogante, altanero, se sentía dueño del mundo. ¡Cómo le molestaba eso de una persona! Le crispaba los nervios, rechinando los dientes de pura contrariedad. Además, no es que Marianne tuviera una vida como la de Éire o Katra, ella más conservadora, más cuidada por su familia, más femenina y candorosa. Una dulzura de modales bien aprendidos y propios de una mujer criada para ser una buena dama, una ama de casa, no una diseñadora de modas como ahora se catalogaba.
Toda una criatura de contrastes, fascinante y adorable, intrigante y provocadora de reacciones irracionales como el anhelo de protegerla, de conocerla, de querer hundirse en las alegrías y las enormes y optimistas sonrisas llenas de fantasías y esperanzas a cumplir; con un carácter fuerte y aguerrido para justamente alcanzar sus sueños, las estrellas en el firmamento que ella misma dispuso para tocar un día. Pocos veían el cambio que se producía en ella cuando algo la molestaba in extremis, en ese momento sine qua non su alma blasfemaba y buscaba una reparación del daño que se causa en sus pensamientos, en los hostigamientos de su corazón, al instante en que la garganta se cerraba para no soltar un comentario que pudiera romper la alegría de la reunión. Marianne odiaba perder estilo, pero él... él...
- ¿Me permite decirle algo, Messié? - se acercó y le encaró tomando la flor en la mano, dejándola caer con un desprecio impropio en ella -pero que su alma exigía demostrar- sobre la mesa junto a las otras rosas... con otra persona y en otras circunstancias las aceptaría y platicaría con él sobre cosas insignificantes, pero algo en él sacaba lo más primitivo y visceral en la joven, pero de pronto, algo distrajo su atención de las palabras que le ofrecería a su interlocutor y sus ojos viajaron de inmediato al palco enfrente de ellos, en uno de los niveles más privados y exclusivos, dedicados a la realeza donde -la boca se le resecó- estaba él... platicando con una dama de cabellos oscuros...
"Marianne, ¿Cuándo me complacerás? Quiero verte de cabellera negra...
Marianne, ¿Cuándo me complacerás? Quiero tenerte en mi cama...
Marianne, ¿Cuándo me complacerás?"
Marianne, ¿Cuándo me complacerás? Quiero tenerte en mi cama...
Marianne, ¿Cuándo me complacerás?"
Sintió un hueco en el estómago y el dolor bajar desde la garganta, como un nudo de clavos y espinas, rasgándolo todo hasta su pecho para depositarse en su estómago. Sus ojos se cerraron un largo instante e inspiró profundamente, llenando sus pulmones de aire para evitar que se ahoguen de la sangre que su corazón está manando por un amor conservado desde su más tierna adolescencia. Un cariño y un romance que siempre su mente compuso de una forma que jamás la vida permitió dar cauce. Las manos le temblaban y le sudoraban sólo de ver cómo reía con ella, la acariciaba la mejilla... seguramente su comida, pero una vez más le había mentido. Le dijo que estaría con su esposa, con su hijo, que no compartiría esa noche con ella, a pesar de lo que significaba para ambos -años de haberse conocido-. Sonrió con amargura y supo que la locura se terminaba ahora mismo. Se lamió los labios obligándose a mantener el tipo. Se volvía pequeña y menuda, la noche se llenaba y se burlaba.
Intento abrazarte y te esfumas.
Sus ojos se dirigieron a los azules del mago que la observaban con ese sentimiento de no quererla con él, de no ansiarla a su lado, pero era una ópera... su mirada se transformó de tensa a digna, a altiva, aunque no iban dirigidos esos sentimientos a Delbaeth, si no a aquél que aún reía a carcajadas con su nueva conquista. Tomó asiento con elegancia y cierta sensualidad innata, contestando en silencio a su petición, aceptando tácitamente su compañía, porque ahora mismo lo que necesitaba era un tiempo para tranquilizase, porque si no, haría un papelón, una escena de celos impropia de ella. Colocó las manos sobre el regazo y observó el inicio de la obra con la ansiedad de alguien que quiere olvidar todo lo que le pasó hasta el momento y encontrar un instante de total olvido.
Unos minutos, unos segundos, no importaba. Su acompañante era un ejemplar masculino estúpido y falto de todo tacto, de sentido común y de... lanzó una risa cínica en un momento que la obra estaba en una escena triste, dando a notar que su mente estaba en otro lugar. Y sus ojos volvieron al palco, donde ahora, escondidos entre las sombras y en ocasiones iluminados al azar, una pareja se besaba apasionadamente y el corazón de una española se tornaba pedazos pequeños tras una estrella caía del cielo, fugaz, que no concedía deseos, si no que esta vez su trabajo consistía en destrozar uno...
"Marianne, ¿Cuándo me complacerás? Quiero besarte...
Marianne, ¿Cuándo me complacerás? Quiero desnudarte...
Marianne, ¿Cuándo me complacerás?"
Marianne, ¿Cuándo me complacerás? Quiero desnudarte...
Marianne, ¿Cuándo me complacerás?"
Su voz aterciopelada en su mente era una constante que transtornaba sus nervios, como el golpeteo en el piso de un zapato o el rasgar una superficie pulida. Sonidos que crispaban la cordura, que la incitaba a la total insanidad. El enorme vacío se tornaba un remolino y una tormenta que lo arrastraba todo, dejando nada en pie. Desquiciado, irracional, destructivo, malicioso... Y una sonrisa en los labios femeninos, mientras tiemblan de dolor, cerrando los ojos, apretándolos y aspirando aire de nuevo, soltándolo en un suspiro. Dejando ir todo.
Pequeña y menuda, desdeñada y desnuda, despreciada y enloquecida... una lágrima resbaló por su mejilla por lo que se le vuelve a escapar de las manos, oculta a las miradas indiscretas de un hombre que jamás lo comprenderá. Apretó los ojos obligando a las lágrimas irse por y para siempre. Alzando la barbilla con orgullo. Era una mujer que siempre peleó, era una joven de 17 años, era... otra lágrima traicionera resbaló acariciando su piel hasta caer... Se concentró en mantener el rostro hacia el escenario, impidiéndole al compañero de palco verla... se burlaría... claro que se reiría de ella, de sus sentimientos y no estaba de humor... no ahora... no hoy...
Aprovechó la obra para recomponer los pedazos de su corazón, para unirlo con un pálido pegamento que sólo durará el tiempo suficiente para llegar a casa y llorar. Era tiempo de ir a con Katra al Sacro Imperio, de desaparecer de París una buena temporada. De recuperarse, de lamerse las heridas lejos de donde pudiera verla, buscarla, incitarla, desquiciarla con sus dulces palabras, sus gestos, sus arrogantes mohines. Tan parecidos a los del hombre que tenía al lado y al mismo tiempo tan diferentes. Porque él era seductor, sensual, coqueto y el señor a su lado era todo lo contrario, todo un patán, grosero, sangrón, incapaz de una palabra amable que no tuviera un doble sentido. Pero... ¿Qué decía?
Su mano acarició su rostro sonriendo de pura mofa, claro que el vampiro quería algo más... su sangre, su cuerpo, sus besos, teñirle el cabello... se lamió los labios y echó hacia atrás la cabeza, mirando el techo, volviendo la mirada al palco, donde él la veía intensamente, sabiendo que ahora lo había descubierto. Marianne sonrió y con la mano derecha, le saludó con un mohín bastante cínico e irónico. Vocalizando al mismo tiempo que lo pensaba: "Hola, creí que estabas con tu familia. No sabía que habías cambiado de esposa". Los aplausos la devolvieron a la realidad, en el momento que las luces iban encendiéndose y la obra había llegado al intermedio. Se puso en pie y sonrió débilmente a Delbaeth.
- Gracias, messié, pero me temo que tengo cosas más importantes por hacer - hizo una reverencia y de reojo veía al vampiro desembarazarse de una pareja débil y salir del palco... iba a por ella, lo sabía, ahora más que había visto a un hombre a su lado y se preguntó si realmente tenía que irse o haría enojar más al que le había roto el corazón. Por un instante, lo segundo le ganó a lo primero, pero luego, la cordura regresó. Era mejor irse...
Sin tu luna, Sin tu sol, Sin tu dulce locura
Llorando como un día de lluvia
Mi alma despega y te busca
En un viaje que nunca volverá.
Llorando como un día de lluvia
Mi alma despega y te busca
En un viaje que nunca volverá.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 07/08/2011
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Las luces atenuaban el lugar comenzando un peculiar juego sombras y tonalidades, que no dejaron de llamar la atención del escultor, quizás eso fuese lo que más apreciaba de la ciudad de las luces, la facilidad con que todo cambiaba de un momento a otro. Nada ocurría de acuerdo a los planes, era como si la en Paris alguien jugase a ser titiritero de la vida de quienes pisasen aquella ciudad, todos se conocían de los modos mas curiosos posibles. Miro a la joven quien solo recordaba de aquella ocasión en que salió del despacho de Eiré, como si el diablo se la llevase, pero también le había visto antes en la galería, si mal no recordaba bosquejando las nuevas salas de exposición y lo que sería el salón de la moda, donde si mal no recordaba, Eiré traería a grandes modistas, con sus mejores diseños. En la penumbra le examiné, si tenía un delicado gusto para vestirse y combinar accesorios. Sonrió, para su corta edad ella parecía muy educada refinada y estirada, al menos con esa imagen se quedaba él tras verle en la galería y el modo en que le respondió.
Pero ahora que se fijaba bien, que prestaba real atención en ella y ayudado por la penumbra y un vago recuerdo…
Jardín Botánico, días atrás
La hora propicia para recorrer aquel lugar buscando ciertas hierbas que no se daban en el bosque ni en aquella zona de Europa, pero que curiosamente alguien cultivo en aquel jardín. Los objetivos del mago eran sencillo cortar unos brotes de belladona y llevarlos a u refugio donde los cultivaría. No le fue difícil y menos aun recorrer el lugar en silencio, cuando vio salir entre los laberintos que formaban algunas enredaderas a una joven.
Su semblante, las horas y el modo en que salió de aquel lugar solo era señal que había ido a un encuentro no permitido con algún varón, sin duda casado - hipocresía- pensó, continuando con su recorrido en silencio, un cigarrillo en sus labios y el silencio como única compañía hasta que la vio sentada en una banca, cerca de los tulipanes, curioso aquella flor representaba eternidad y ella evidentemente sufría en desasosiego de un amor imposible. Era casi una niña, eso le pareció, al menos, sin duda clase alta o de la realeza. Un dama que podía tener todo menos al hombre que amaba, sintió lastima por ella, pues no era su culpa que un embustero le prometiese el cielo y solo pudiese cumplir con envolverla en nubes grises que ocultaban sus mentiras.
La observo de lejos, era hermosa, las luces de los faroles acentuaban sus facciones y ocultaban sus lágrimas. Lo medito unos segundos, se acerco a tomar una rosa blanca y tras unas palabras se transformo en una rosa verde, con que esperaba transmitirle algo de esperanza y equilibrio. Sin decir palabra acorte la distancia y deposite la rosa en su regazo y su pañuelo - Valórate y te valoraran- señalo al tiempo que ella me miraba con sus ojos brillantes por las lagrimas, pero cargados de agradecimiento. Era curioso como un simple gesto podía alegrar a una dama.
La hora propicia para recorrer aquel lugar buscando ciertas hierbas que no se daban en el bosque ni en aquella zona de Europa, pero que curiosamente alguien cultivo en aquel jardín. Los objetivos del mago eran sencillo cortar unos brotes de belladona y llevarlos a u refugio donde los cultivaría. No le fue difícil y menos aun recorrer el lugar en silencio, cuando vio salir entre los laberintos que formaban algunas enredaderas a una joven.
Su semblante, las horas y el modo en que salió de aquel lugar solo era señal que había ido a un encuentro no permitido con algún varón, sin duda casado - hipocresía- pensó, continuando con su recorrido en silencio, un cigarrillo en sus labios y el silencio como única compañía hasta que la vio sentada en una banca, cerca de los tulipanes, curioso aquella flor representaba eternidad y ella evidentemente sufría en desasosiego de un amor imposible. Era casi una niña, eso le pareció, al menos, sin duda clase alta o de la realeza. Un dama que podía tener todo menos al hombre que amaba, sintió lastima por ella, pues no era su culpa que un embustero le prometiese el cielo y solo pudiese cumplir con envolverla en nubes grises que ocultaban sus mentiras.
La observo de lejos, era hermosa, las luces de los faroles acentuaban sus facciones y ocultaban sus lágrimas. Lo medito unos segundos, se acerco a tomar una rosa blanca y tras unas palabras se transformo en una rosa verde, con que esperaba transmitirle algo de esperanza y equilibrio. Sin decir palabra acorte la distancia y deposite la rosa en su regazo y su pañuelo - Valórate y te valoraran- señalo al tiempo que ella me miraba con sus ojos brillantes por las lagrimas, pero cargados de agradecimiento. Era curioso como un simple gesto podía alegrar a una dama.
No pregunto su nombre, se guardo aquella mirada en sus recuerdos y regreso a su hogar, con una sola convicción, aquella jovencita estaba más cerca de recuperar la esperanza de lo que imaginaba y él mismo, se sorprendería, pues curiosamente ella, la jovencita de las lagrimas era la misma que ahora le daba la espalda y que se mostraba evidentemente tensa, durante todo el primer acto. Le observo y no pudo evitar notar que su verdadero problema, la pareja del palco de enfrente, un vampiro y una cortesana de la cual se alimentaba, Bufó, conocía a muchos vampiros, pero eran respetables con Clanes y solían alimentarse entre sí, particularmente de aquella que era su pareja. Gruño con enfado, definitivamente la joven Louvier, tenía algo de justificación por su falta de jovialidad.
Finalmente el primer acto termino, y ella mostro prisa por largarse de allí, aunque el joven mago solo pudo volver a compadecerse por ella y una extraña necesidad de hacerle entender que lo mejor era mantener la frente en alto. Sonreí y disfrutar la velada - Mademoiselle Loivier, permitase disfrutar de la opera - insistió tendiéndole un pañuelo, similar al que le entrego hace ya unos días y luego con galantería poco habitual en él, colocar en la solapa de su vestido la misma rosa de hace un momento, pero esta vez en verde. Ella me miro extrañada mientras él colocaba en su chaqueta una rosa de similar color - Sequé esas lagrimas y con la frente en alto acompáñeme a disfrutar de una copa de vino, que vean cuan valiosa es - rara vez recurría a su galantería pero, estaba seguro que ella necesitaba el valor para recomponerse.
Supo que ella reconoció el pañuelo y que dudo si acompañarlo, pero finalmente le siguió con una sonrisa algo forzada - Mademoiselle, prometo no dejarle caer escalera abajo- intento bromear, pero ella apenas le miro.
Suspiró y pidió dos copas de vino mientras ella se sentaba en uno de los sofás del bar y el se sentaba junto a ella, completamente callada y dubitativa, lo que el hombre se dedico a observarla. Si, no era mayor de veinte años, pero su elegancia y sofisticación eran únicas, incluso el modo en que combinaba los accesorios. Pero su mirada se poso en el pañuelo ensangrentado en su mano. Sin decir palabra alguna tomo su mano para ver la herida, quito el pañuelo y beso, instintivamente la piel dañada. - Si fuese su amante quien le acompañase, ya habría bebido de esta herida - sentencio guardándose para sí el pañuelo femenino.
Se tomo su tiempo luego de aquello, sin dejar de mirarla insistentemente, la verdad descaradamente la estaba examinándola, como mujer, si era una jovenzuela demasiado atractiva para su edad - Ahora que observo, sin que me rehúya en los pasillos, sin ese air pedante de una mujer mucho mayor. Comprendo porque su amante no dejo de mirar en todo el primer acto. Pero me pregunto ¿Qué fue lo que negó? Un poco de su sangre o tal vez se negó a quitarse las enaguas cuando la llevo a la cama - finalmente hasta allí le llego la caballerosidad y seguía peor…
Tomo su copa de vino y al alzo ante ella que le miraba furiosa - Brindo por las amantes no complacientes y los amantes despechados- bebió de su copa antes de añadir . - Debería pedirle consejos a su amiga Eiré, ella le podría dar cátedra sobre como complacer bien a sus amantes. - si, podía pasar de la completa caballerosidad al completo desatino - Creo que ella supera a varias cortesanas de Paris - bueno, el hombre era un deslenguado cuando se lo proponía y ahora ofendía o halagaba a quien fuese su amante, era algo difícil de comprender.
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
No fue suficiente vivir traicionándome en silencio por ti
aún así te vas y me quedo hablando sola y hoy ya no me puedo mentir
ahora entiendo bien por qué a tu lado nunca fui feliz,
es que tu único amor era el tuyo por tí.
aún así te vas y me quedo hablando sola y hoy ya no me puedo mentir
ahora entiendo bien por qué a tu lado nunca fui feliz,
es que tu único amor era el tuyo por tí.
Marianne miraba a su compañero de palco, sus ojos intensos, su rostro masculino, vibrante, lleno de arrogancia, pero al mismo tiempo, de una extraña condición que la hacía pensar si no estaría realmente juzgándolo de forma inapropiada. A pesar de la tristeza y decepción que ahora mismo sentía, buscaba por todos los medios que la situación no se le fuera de las manos, que no perdiera los papeles y comportarse de la forma que una dama debía conducirse en todo momento, en especial en estas circunstancias.
Aunque presentía que si salía sola, conociendo al vampiro tal como lo hacía, sabiendo que esta cita (si podía llamarse así) con el amigo de Éire podría hacer con el ego del Conde, se quedó levamente pensativa. La perseguiría, de eso estaba segura, la buscaría hasta que consiguiera estar con ella a solas y eso podría ser muy peligroso. No es que él fuera agresivo o que fuera una amenaza en sí, pero le exigiría que le indicara quién era él, qué era de ella... todo por su ego, por su gran interés en mantenerse como el único en la vida de Marianne. Era como un perro con un hueso, no comía ni dejaba comer, pero la mantenía siempre presa de sí.
- Está bien, me quedaré - dijo tragando saliva, ante las palabras del brujo, quizá tuviera razón, además, mientras más atrasara el momento de estar a solas, sería mejor. Aunque el vampiro era capaz de abordarlos, esperaba... no, confiaba en que el amigo de Éire tenía las agallas y la personalidad necesaria para poner en su lugar al Conde. Sería un duelo de voluntades, pero sobre todo, de egos. Porque ambos parecían tan seguros de sí mismos, que alguien con una ideología parecida, podría mellar la armadura en la que se envolvían, por lo que serían agresivos el uno contra el otro, sólo para demostrar quién era mejor. Hombres a finales de cuentas.
Y algo la sacó de balance en ese momento, el pañuelo entre sus manos, ese bordado tan especial, entre pequeñísimas runas y filigranas en un tono verdáceo. Las iniciales de su nombre, que tanto tiempo estuviera viendo en casa, que ahora su mano izquierda acariciaba con suavidad, recordando a ese varón que se había preocupado por ella en el jardín botánico, que la había consolado con sólo una rosa. De idéntico color al que ahora él colocaba en su vestido... la admiró durante unos instantes y luego, como embrujada, observó la que él ahora ponía en su propia chaqueta.
Sus ojos se fijaron en el rostro masculino y no pudo más que sonreír. Sí, porque entonces lo estaba prejuzgando de una forma equivocada, porque sólo vislumbraba una parte de él y no todo el conjunto. Su mano izquierda fue a acomodar la flor con delicadeza, acercándose a él en un mohín demasiado familiar para las circunstancias que les rodeaban. Impropia para algunas mentes que supieran la verdad, pero en un lugar como el teatro donde poca gente realmente se conocía, daba igual que un gesto como el de la joven española hacía al irlandés tuviera mayor trascendencia. Con la mano derecha alisó las arrugas inexistentes de la chaqueta ahí donde el verde resaltaba contra el negro sonriendo un poco, haciendo a un lado sus tribulaciones.
Aunque la cercanía permitía que él oliera su perfume a cítricos con un toque de canela y muy suave, el de los jazmines. Que observara su peinado del cual se desprendían rebeldes unos cuantos mechones de su rubio cabello. La delicadeza de los gestos de Marianne se hacían sentir en ese momento. Femenina, dulce, frágil, como una hermosa seda envuelta en terciopelo. Delicada, elegante, fascinante. Volteó a mirar sus ojos con la sonrisa aún en los labios y éstos eran más azules que el mismo cielo. Libres de mancha, aunque levemente tristes, denotaban la más grande inocencia.
- Gracias por sus atenciones, las de ese día y las de hoy. Aunque lamento haber sido tan entrometida ese día en la galería, espero me disculpe - hizo una preciosa reverencia ante él, para tomar su brazo, aceptando su propuesta. De todas formas, tenía razón. Que el vampiro viera lo que había perdido. Nunca podría tenerla más, ni tentarla. Marianne no iba a permitírselo, ahora mismo moría el sentimiento de anhelo por él. No era suyo, estaba casado, por lo que jamás podría tenerlo para sí. Aunque no lo dejaría solo porque si lo hacía, capaz de que el Conde se sumía en el giro inexplicable del torbellino de la destrucción y eso no podía permitirlo.
Adentrada en sus pensamientos, recordó las dos veces que había visto al amigo de Éire. Ni siquiera podía atraer al presente su nombre, simplemente era tan raro que se resignó a considerarlo así: El amigo de Éire. El irlandés. Con eso tenía ella y esperaba que él también. Mientras no tuviera que decir su nombre, no se metería en problemas. Sus pasos, curiosamente, se adaptaron de una forma inusitada. Marianne no era de las que seguían a los hombres, los obligaba a caminar a su ritmo, pero... el irlandés... ni siquiera había tenido que esforzarse, simplemente parecía que ambos tenían el mismo tiempo al andar, él lo hacía levemente más lento que cualquier varón que Marianne hubiera conocido. Eso permitía que la joven estuviera a su lado sin ningún problema. ¿Quién era realmente ese hombre? ¿Quién?
Aquélla vez en el Jardín Botánico, fue algo parecido, el vampiro exigiendo algo y ella negándose, para al final, tener una disputa muy fuerte, donde ambos perdieron los papeles y se gritaron un tanto... ella no pudo más por la presión, así que huyó encontrándose en su camino un banco en ese jardín hermoso, sentándose para desahogarse, pensando qué hacía mal, cómo debía proceder. No pasó mucho tiempo hasta que un hombre le entregó una rosa verde y un pañuelo... uno que tenía bien guardado en una cajita que hizo exclusivamente para él, con mucho cariño por alguien que simplemente no la conocía y fue educado, atento con ella.
Entre las sombras y las lágrimas, no vio quién era, no pudo reconocerlo hasta ahora. Entonces no era tan mala bestia a finales de cuentas. Al menos, eso parecía a segunda vista, ahora que podía recordarlo. Qué raro, una rosa verde... nunca había visto una así. A menos que se pintaran, aunque observó la que colgaba de su vestido, por un instante le pareció que no era pintura. qué raro... Aunque mientras caminaban, fue mágica la sincronía entre ellos para evitar al vampiro. Fue perfecto el Conde estaba yendo a pasos agigantados hacia la pareja y Delbaeth fue lo suficientemente ágil para introducirla al bar antes de que los pudieran abordar. De momento, estaban a salvo.
Maravillosamente estupendo. No pudo más que sonreír un poco y aunque en su mente el vampiro deslizó una amenaza velada, la ignoró por completo, dedicando su tiempo a ese hombre que ahora parecía un camaleón. Alguien completamente diferente. Quizá lo había juzgado mal la primera vez. Tomó asiento, aunque la sorprendió que él tomara lugar a su lado y no como la etiqueta indicaba para dos personas que se acababan de conocer, es decir, frente a ella. Era un movimiento muy íntimo, que daba lugar a malinterpretaciones, como el... ¿Sería que intentaba darle celos al vampiro "marcando" su territorio?
El roce de su mano contra la suya cuando la tomó para verla, fue muy suave, delicado, incluso cuando desprendió el pañuelo, dándole un beso en la piel, haciéndola tragar saliva y mirarle con cierta reserva, pero sobre todo, con anhelo. Sintió un cosquilleo por todo el cuerpo que empezaba desde donde él había puesto los labios y terminaba en la punta de los pies. Bajó la mirada con timidez, pero parpadeó cuando él conservó el pañuelo. Quizá buscaba una retribución por los dos que le había entregado ya a ella. Sonrió débilmente, su pañuelo tenía unas curiosas runas que Aitziber le recomendó pusiera en todo alrededor para atraer la buena fortuna y la alegría.
Como las que él tenía en su pañuelo, pero diferentes, vamos. No sabía qué significaban las de él, pero ella siguió las instrucciones de la bruja y esa tela del color de su vestido, no sólo tenía en hilos violetas sus iniciales "M.L." si no también un bordado en forma de una media luna en color azul y plata. Su única herejía: ser amante de la luna. Y dentro de ella, estaba otro símbolo más... uno de protección. Que avisaría a Aitziber en caso de que le sucediera algo a la joven. Así que de momento, estaba a salvo.
- No es mi amante - le tuvo que decir para que comprendiera la situación, que entendiera las circunstancias, que no la juzgara como una casquivana, pero de pronto, el telón cayó mostrando al verdadero sujeto ante ella. Su realidad se trastocó y por un instante no supo qué había pasado en verdad con él. ¿Quién era? ¿Ese joven amable o ese sujeto falto de moral, sentido común y tacto? Y no sólo eso, qué vocabulario, pero ¿Quién se creía hablándole así?
Abrió la boca una vez y la cerró... tragó saliva y le observó como si no creyera lo que salía de sus labios y volvió a abrir la boca azorada ante sus palabras. Las manos le temblaban, el cuerpo mismo, separó todo su cuerpo negando con la cabeza. Era todo un... y un... para colmo un... y no sólo eso, si no que se metió con alguien, tocó a una persona que no debió. Oh no, con Éire no, desquiciado ególatra... tembló más y ni siquiera supo cuándo tomó la copa de vino tinto y sin pensarlo, pero con rabia y furia, le azotó el líquido en la cara.
- So irreverente, - se puso en pie fúrica, llamando la atención de más de una persona, afortunadamente el sillón tenía otra salida a la cual ella fue haciéndose conforme iba diciendo cada adjetivo calificativo que le adornaba al varón - Grosero, petulante, arrogante y falto de principios, cínico, se cree el último chocolate caliente en París, pero ¿Quién se cree o ha pensado que soy? ¡Insolente, lengua floja, patán!
Rechinó los dientes y dio media vuelta, para irse de ahí, fúrica, porque era un sujeto que... pero la desgracia vino de la forma más burda, él habló pidiendo su pañuelo para limpiarse, haciéndola voltear, observándolo... el vino que escurría por su rostro, cayendo hasta su otrora impoluta camisa, la expresión de total molestia por ser tratado así. Marianne suspiró y su conciencia la hizo regresar sacando el pañuelo de su bolsillo, olvidándose que su mano volvía a sangrar, acariciando con él la frente del hombre.
- Lo siento, de verdad, pero es que usted es un insufrible, señor Delthaeb ¿A quién se le ocurre insultar a una mujer así y más teniendo una copa de vino a la mano? - sí, lo regañaba y no sólo eso, si no que se equivocaba en su nombre, pero es que la pobre tenía un karma con eso de los nombres raros y cómo no, él tenía uno imposible de recordar a la primera - de verdad, señor Fomori, debería tener mayor tacto, es que ¿No piensa cuando habla? - pasó el pañuelo por sus mejillas y luego, por su barba, mordiéndose el labio inferior cuando la piel quedó limpia, nunca se había fijado en lo atractiva que era su barba partida... ni en la forma en que esos labios parecían haber sido cincelados - Ande, ya va quedando, señor Delthaeb, por favor, tenga más cuidado la próxima vez - terminó el parloteo mirándole a los ojos.
Aunque presentía que si salía sola, conociendo al vampiro tal como lo hacía, sabiendo que esta cita (si podía llamarse así) con el amigo de Éire podría hacer con el ego del Conde, se quedó levamente pensativa. La perseguiría, de eso estaba segura, la buscaría hasta que consiguiera estar con ella a solas y eso podría ser muy peligroso. No es que él fuera agresivo o que fuera una amenaza en sí, pero le exigiría que le indicara quién era él, qué era de ella... todo por su ego, por su gran interés en mantenerse como el único en la vida de Marianne. Era como un perro con un hueso, no comía ni dejaba comer, pero la mantenía siempre presa de sí.
- Está bien, me quedaré - dijo tragando saliva, ante las palabras del brujo, quizá tuviera razón, además, mientras más atrasara el momento de estar a solas, sería mejor. Aunque el vampiro era capaz de abordarlos, esperaba... no, confiaba en que el amigo de Éire tenía las agallas y la personalidad necesaria para poner en su lugar al Conde. Sería un duelo de voluntades, pero sobre todo, de egos. Porque ambos parecían tan seguros de sí mismos, que alguien con una ideología parecida, podría mellar la armadura en la que se envolvían, por lo que serían agresivos el uno contra el otro, sólo para demostrar quién era mejor. Hombres a finales de cuentas.
Y algo la sacó de balance en ese momento, el pañuelo entre sus manos, ese bordado tan especial, entre pequeñísimas runas y filigranas en un tono verdáceo. Las iniciales de su nombre, que tanto tiempo estuviera viendo en casa, que ahora su mano izquierda acariciaba con suavidad, recordando a ese varón que se había preocupado por ella en el jardín botánico, que la había consolado con sólo una rosa. De idéntico color al que ahora él colocaba en su vestido... la admiró durante unos instantes y luego, como embrujada, observó la que él ahora ponía en su propia chaqueta.
Sus ojos se fijaron en el rostro masculino y no pudo más que sonreír. Sí, porque entonces lo estaba prejuzgando de una forma equivocada, porque sólo vislumbraba una parte de él y no todo el conjunto. Su mano izquierda fue a acomodar la flor con delicadeza, acercándose a él en un mohín demasiado familiar para las circunstancias que les rodeaban. Impropia para algunas mentes que supieran la verdad, pero en un lugar como el teatro donde poca gente realmente se conocía, daba igual que un gesto como el de la joven española hacía al irlandés tuviera mayor trascendencia. Con la mano derecha alisó las arrugas inexistentes de la chaqueta ahí donde el verde resaltaba contra el negro sonriendo un poco, haciendo a un lado sus tribulaciones.
Aunque la cercanía permitía que él oliera su perfume a cítricos con un toque de canela y muy suave, el de los jazmines. Que observara su peinado del cual se desprendían rebeldes unos cuantos mechones de su rubio cabello. La delicadeza de los gestos de Marianne se hacían sentir en ese momento. Femenina, dulce, frágil, como una hermosa seda envuelta en terciopelo. Delicada, elegante, fascinante. Volteó a mirar sus ojos con la sonrisa aún en los labios y éstos eran más azules que el mismo cielo. Libres de mancha, aunque levemente tristes, denotaban la más grande inocencia.
- Gracias por sus atenciones, las de ese día y las de hoy. Aunque lamento haber sido tan entrometida ese día en la galería, espero me disculpe - hizo una preciosa reverencia ante él, para tomar su brazo, aceptando su propuesta. De todas formas, tenía razón. Que el vampiro viera lo que había perdido. Nunca podría tenerla más, ni tentarla. Marianne no iba a permitírselo, ahora mismo moría el sentimiento de anhelo por él. No era suyo, estaba casado, por lo que jamás podría tenerlo para sí. Aunque no lo dejaría solo porque si lo hacía, capaz de que el Conde se sumía en el giro inexplicable del torbellino de la destrucción y eso no podía permitirlo.
Adentrada en sus pensamientos, recordó las dos veces que había visto al amigo de Éire. Ni siquiera podía atraer al presente su nombre, simplemente era tan raro que se resignó a considerarlo así: El amigo de Éire. El irlandés. Con eso tenía ella y esperaba que él también. Mientras no tuviera que decir su nombre, no se metería en problemas. Sus pasos, curiosamente, se adaptaron de una forma inusitada. Marianne no era de las que seguían a los hombres, los obligaba a caminar a su ritmo, pero... el irlandés... ni siquiera había tenido que esforzarse, simplemente parecía que ambos tenían el mismo tiempo al andar, él lo hacía levemente más lento que cualquier varón que Marianne hubiera conocido. Eso permitía que la joven estuviera a su lado sin ningún problema. ¿Quién era realmente ese hombre? ¿Quién?
Aquélla vez en el Jardín Botánico, fue algo parecido, el vampiro exigiendo algo y ella negándose, para al final, tener una disputa muy fuerte, donde ambos perdieron los papeles y se gritaron un tanto... ella no pudo más por la presión, así que huyó encontrándose en su camino un banco en ese jardín hermoso, sentándose para desahogarse, pensando qué hacía mal, cómo debía proceder. No pasó mucho tiempo hasta que un hombre le entregó una rosa verde y un pañuelo... uno que tenía bien guardado en una cajita que hizo exclusivamente para él, con mucho cariño por alguien que simplemente no la conocía y fue educado, atento con ella.
Entre las sombras y las lágrimas, no vio quién era, no pudo reconocerlo hasta ahora. Entonces no era tan mala bestia a finales de cuentas. Al menos, eso parecía a segunda vista, ahora que podía recordarlo. Qué raro, una rosa verde... nunca había visto una así. A menos que se pintaran, aunque observó la que colgaba de su vestido, por un instante le pareció que no era pintura. qué raro... Aunque mientras caminaban, fue mágica la sincronía entre ellos para evitar al vampiro. Fue perfecto el Conde estaba yendo a pasos agigantados hacia la pareja y Delbaeth fue lo suficientemente ágil para introducirla al bar antes de que los pudieran abordar. De momento, estaban a salvo.
Maravillosamente estupendo. No pudo más que sonreír un poco y aunque en su mente el vampiro deslizó una amenaza velada, la ignoró por completo, dedicando su tiempo a ese hombre que ahora parecía un camaleón. Alguien completamente diferente. Quizá lo había juzgado mal la primera vez. Tomó asiento, aunque la sorprendió que él tomara lugar a su lado y no como la etiqueta indicaba para dos personas que se acababan de conocer, es decir, frente a ella. Era un movimiento muy íntimo, que daba lugar a malinterpretaciones, como el... ¿Sería que intentaba darle celos al vampiro "marcando" su territorio?
El roce de su mano contra la suya cuando la tomó para verla, fue muy suave, delicado, incluso cuando desprendió el pañuelo, dándole un beso en la piel, haciéndola tragar saliva y mirarle con cierta reserva, pero sobre todo, con anhelo. Sintió un cosquilleo por todo el cuerpo que empezaba desde donde él había puesto los labios y terminaba en la punta de los pies. Bajó la mirada con timidez, pero parpadeó cuando él conservó el pañuelo. Quizá buscaba una retribución por los dos que le había entregado ya a ella. Sonrió débilmente, su pañuelo tenía unas curiosas runas que Aitziber le recomendó pusiera en todo alrededor para atraer la buena fortuna y la alegría.
Como las que él tenía en su pañuelo, pero diferentes, vamos. No sabía qué significaban las de él, pero ella siguió las instrucciones de la bruja y esa tela del color de su vestido, no sólo tenía en hilos violetas sus iniciales "M.L." si no también un bordado en forma de una media luna en color azul y plata. Su única herejía: ser amante de la luna. Y dentro de ella, estaba otro símbolo más... uno de protección. Que avisaría a Aitziber en caso de que le sucediera algo a la joven. Así que de momento, estaba a salvo.
- No es mi amante - le tuvo que decir para que comprendiera la situación, que entendiera las circunstancias, que no la juzgara como una casquivana, pero de pronto, el telón cayó mostrando al verdadero sujeto ante ella. Su realidad se trastocó y por un instante no supo qué había pasado en verdad con él. ¿Quién era? ¿Ese joven amable o ese sujeto falto de moral, sentido común y tacto? Y no sólo eso, qué vocabulario, pero ¿Quién se creía hablándole así?
Abrió la boca una vez y la cerró... tragó saliva y le observó como si no creyera lo que salía de sus labios y volvió a abrir la boca azorada ante sus palabras. Las manos le temblaban, el cuerpo mismo, separó todo su cuerpo negando con la cabeza. Era todo un... y un... para colmo un... y no sólo eso, si no que se metió con alguien, tocó a una persona que no debió. Oh no, con Éire no, desquiciado ególatra... tembló más y ni siquiera supo cuándo tomó la copa de vino tinto y sin pensarlo, pero con rabia y furia, le azotó el líquido en la cara.
- So irreverente, - se puso en pie fúrica, llamando la atención de más de una persona, afortunadamente el sillón tenía otra salida a la cual ella fue haciéndose conforme iba diciendo cada adjetivo calificativo que le adornaba al varón - Grosero, petulante, arrogante y falto de principios, cínico, se cree el último chocolate caliente en París, pero ¿Quién se cree o ha pensado que soy? ¡Insolente, lengua floja, patán!
Rechinó los dientes y dio media vuelta, para irse de ahí, fúrica, porque era un sujeto que... pero la desgracia vino de la forma más burda, él habló pidiendo su pañuelo para limpiarse, haciéndola voltear, observándolo... el vino que escurría por su rostro, cayendo hasta su otrora impoluta camisa, la expresión de total molestia por ser tratado así. Marianne suspiró y su conciencia la hizo regresar sacando el pañuelo de su bolsillo, olvidándose que su mano volvía a sangrar, acariciando con él la frente del hombre.
- Lo siento, de verdad, pero es que usted es un insufrible, señor Delthaeb ¿A quién se le ocurre insultar a una mujer así y más teniendo una copa de vino a la mano? - sí, lo regañaba y no sólo eso, si no que se equivocaba en su nombre, pero es que la pobre tenía un karma con eso de los nombres raros y cómo no, él tenía uno imposible de recordar a la primera - de verdad, señor Fomori, debería tener mayor tacto, es que ¿No piensa cuando habla? - pasó el pañuelo por sus mejillas y luego, por su barba, mordiéndose el labio inferior cuando la piel quedó limpia, nunca se había fijado en lo atractiva que era su barba partida... ni en la forma en que esos labios parecían haber sido cincelados - Ande, ya va quedando, señor Delthaeb, por favor, tenga más cuidado la próxima vez - terminó el parloteo mirándole a los ojos.
Marianne siempre se consideró única, pero ahora mismo, pecaba de inocente, por Dios.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Un hombre como él pocas veces se permitía ser amable con alguna dama en especial si se trataba de una mujercita como ella, estirada y petulante para su corta edad, que no conforme con aquello se estaba involucrando en sabanas que no eran las apropiadas. Pues podía jurar por la tensión en su gesto que ella se había involucrado, con o sin intención con un hombre que no solo no la respetaba a ella, sino que tampoco se respetaba a sí mismo o a su propia persona. Aunque curiosamente con ella le surgían aquellos arranques de caballerosidad y respeto, incluso llegaba ser compasivo por el evidente dolor que le estaba afectando. Estaba seguro que ella, en cualquier momento se rompería en mil pedazos, tal como si cargase el peso del mundo sobre su hombros. Se dedico a analizarla desde que ella ingreso al palco hasta que reviso su mano ensangrentada.
Se sorprendió a si mismo besando su mano, pero aun más con aquellos comentarios mordaces, si era un hombre que criticaba con fuerza a la sociedad y con mayor ímpetu se burlaba de esta, claro que solo se permitía aquellos comentarios con personas de su máxima confianza. Solo de vez en vez, Eiré era cómplice de aquellas burlas, por lo mismo era su compañera ideal para concurrir a las bohemias noches parisenses, pero había olvidado que ella no estaba presente, sino su amiga, la joven Louvier. Guiado por sus desgarbados comentarios, se burlo abiertamente de aquella supuesta aventura que mantenía con el vampiro del palco del frente, un comentario absolutamente fuera de lugar que le costó caro, insultos fue lo menos que recibió ante las curiosas miradas de los más cercanos para luego…
”Me puedes quemar
con el fuego de tus miedos
me puedes dormir
con un beso en mi frente”
Para luego caer en la cuenta de lo hondo que sus palabras calaron en el honor y el orgullo femenino, pues su mano comenzó a temblar al igual que el líquido borgoña en su copa, clara señal de su nerviosismo. Iluso el hombre que lo asocio solo a eso e ignoró el carmín que teñía no solo las mejillas femeninas, sino todo su rostro, perdiendo del todo la compostura. Claro, le mago tenía si vista fija en una sola cosa, el modo en que ella mordía su labio inferior un gesto demasiado sensual, enmarcado el delicado perfil de una jovencita. Ciertamente verla así, instaba a recorrerlos, se sorprendió a sí mismo imaginando aquello, preparándose para tomar mentón y besarla. Pero solo quedo en su pensamiento, pues un golpe frio lo alejo de sus cavilaciones, su atención recaía en ahora en el agridulce sabor del vino en sus labios, escurriendo por todo su rostro el contenido de la copa y machando del todo su camisa.
Si hubiese sido otra dama, le habría recriminado, pero solo se limito a sonreír con satisfacción, la jovencita mimada, tenía pantalones y coraje, pocas damas lanzaban una copa de vino en público y dejaban que esta azotase contra el piso rompiese por completo. Busco por inercia el pañuelo en su bolsillo, pero descubrió el de ella, ensangrentado, su sonrisa amplio al recordar que ella tenía en su poder ya dos de sus - Mademoiselle Louvier, antes de retirarse .¿Me devolvería mi pañuelo? Creo que su copase aventó por voluntad propia contra mi rostro- se puso de pie mientras hablaba, ironizando en el momento justo que ella regresaba en sí, tan sumisa y calmada a limpiarle personalmente el rostro.
- Mademoiselle Louvier , creo que usted está cometiendo un error- intento que ella se percatase del error que estaba cometiendo con su nombre, pero ello insistía en regañarle, como sí tuviese frente a si a un niño pequeño, se guardo sus palabras atento a la delicadeza de su tacto y la suma dedicación con que intentaba secar los restos de vino del rostro masculino.
Lo que ella no sabía es que entre sus palabras, sus errores de pronunciación, sus mejillas ruborizadas y el modo en que mordía su labio inferior, despertaba en su compañero de palco, solo una cosa “deseos de hacerla callar”, aunque claro los métodos tal vez no fuesen los más adecuados.
” Déjame ser, el silencio en tus labios
déjame ser, el silencio”
Aun se encontraban de pie, uno frente a otro ella respirando inexplicablemente agitada y él, olvidando que estaban en un lugar demasiado público. La tomo por la cintura, del modo en que se aprisiona a una amante o a una conquista en la intimidad - Delbaeth Formorians - susurro cerca del rostro de ella, lo suficiente para que el aliento de él rozase los labios entreabiertos de ella. Su mano libre, delineo las facciones de ella, desde el lóbulo de su oreja, pasando por su barbilla hasta tomarla por su mentón, la tenía demasiado cerca y al borde un colapso nerviosos, lo percibía en el modo en que su mano temblaba posándose sobre su hombro, con el pañuelo antes blanco ahora rosáceo - Delbaeth Formorians, repítalo o no la soltaré- impuso, buscando el modo que ella no se zafase de aquella proximidad.
El mago podía tener demasiados motivos para tenerla así, orgullo herido, sería el inicial, pero no el único ni el más importante, bajando por la escalera principal con paso iracundo aparecía el dichoso vampiro del que estaba seguro, la joven Louvier intentaba mantener distancia. Clavo su mirada en la de ella, dominándola por unos segundos mientras ella tartamudeaba en un intento de llamarle correctamente- - Inténtelo o veré el modo en que corrija su error - así la femina se atrevió pronunciar su nombre, si le dijo bien o no, no le importo, pues su atención bajo de sus ojos a sus labios, carmín.
No lo pensó dos veces, si quiera media vez antes de inclinarse e unir sus labios con los de ella, fue un gesto delicado y suave, conde saboreo no solo el vino en los labios propios, sino la turbación de ella que poco a poco desparecía para corresponderle con timidez. Un beso dulce al principio que el profundizo poco a poco en la medida que le correspondía apegándola a su cuerpo, cuando la cólera del vampiro lo traspaso con la mirada fija en ellos, como si pretendiese reclamar algo. ¿Acaso era problema del mago que aquel ser no supiese acaparar en un beso la atención de la jovencita que ahora tenía entre sus brazos.
” El silencio, el silencio
que hay entre tu y yo
el silencio,
que te calme el dolor.
Tu silencio.”
El amedrentamiento no sirvió para que Delbaeth se detuviese o se comportase, solo sirvió para profundizar el beso que ella correspondía con tanta feminidad y delicadeza, que era casi adictivo permanecer allí. Besándola con tanta curiosidad y anhelo, marcando su presencia en la vida de ella, para ella y ante los observadores, que si bien no eran muchos, pues en su mayoría habían regresado ya a sus palcos, si iba dirigido aquel espectáculo a un solo observador, el acosador de la joven Louvier. Solo cuando él salió del lugar clavando su cólera con las pisadas, y tras prolongar un par de segundo más el beso, el artista soltó a la “princesa de alta moral” - La llevaré a casa sino aquel que pretende hacerla su amante la seguirá - afirmo, ignorando la mano que se marcaría en su rostro y las intenciones de ella de salir corriendo. Lo que para ser sinceros, ocurrió, desde un nuevo arrebato de ella hasta su intento de librarse del brazo que la sostenía de la cintura, que fue el mismo que la guió hasta el exterior del teatro donde aguardaba el carruaje y el entrometido Conde envuelto entre sombras.
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
¿Cuándo el tiempo se congeló y me dejó tiesa de frío
cambiando las circunstancias de mi vida en un instante?
Fue en el momento en que me abrazaste con brío
y buscaste mis labios para dar un beso anhelante.
cambiando las circunstancias de mi vida en un instante?
Fue en el momento en que me abrazaste con brío
y buscaste mis labios para dar un beso anhelante.
El rostro ante ella era realmente hermoso, con líneas tan firmes y decididas que era un pecado no dibujarlo, no inmortalizarlo. Sus ojos fuertes, brillantes, hipnotizantes cual animal salvaje llama la atención del cazador para perseguirlo, sin saber que al final él será la presa. La piel masculina suave a pesar de que no esperaba que lo fuera, aunque la barba de días era levemente rebelde, indómita, hacía lucir a su dueño como lo que era: un hombre capaz, agresivo, petulante, arrogante, pero con un atractivo que no sólo era físico si no también... sexual.
Sus dientes apresaron el labio inferior mientras terminaba de secarle el rostro, entre movimientos suaves y delicados, disculpándose a la vez que actuaba, buscando la forma de agradarle... ¡Sí! Llamarle la atención de alguna forma. ¿Sería acaso el dolor de saberse rechazada por otro hombre y buscar consuelo en alguien completamente diferente? Soltó el aire que sus pulmones contenían y apretó más el pliegue de su boca con las blancas perlas.
No supo cuándo fue que sus pensamientos se tornaron agradables hacia el hombre que ahora mismo tenía ante sí... quizá desde que supo que era el mismo del Jardín Botánico. Podría ser cuando le ayudó a escaparse del vampiro. Lo cierto era que se encontraba en una disyuntiva mil veces peor que alejarse de aquél hombre del palco de enfrente que le causó dolor.
Su cintura fue rodeada en un instante en que su propia mente se fugó, dejando sólo los sentimientos y una mano que acariciaba ahora sin proponérselo la mejilla del hombre que ahora pronuncia su nombre, qué complicado, qué irreverente, qué... sus ojos miraban los masculinos, los suyos llenos de tantos sentimientos contradictorios y culpas por ser tan tonta, por creer en alguien que no la valoraba, que no la entendía, que sólo debió ser un capricho.
Sus propias culpas pagadas en un sinfín de sufrimientos provocados por sí misma, qué buen castigo para ella, una dosis de su propio chocolate, quiso ver qué pasaba, pues ese era el resultado: un corazón roto por segunda vez, sólo que ahora era mil veces peor. Porque tartamudeaba un nombre que moría por pronunciar bien, envuelta en esos brazos que la hacían sentir segura, a salvo, como nunca antes.
No, mentía, su corazón podía desbocarse de formas absurdas, pero su alma... ésta parecía reconocer en el hombre cuyo aliento provocaba el temblor de sus piernas, que lograba que abriera la boca y aspirara intensamente porque algo en ella añoraba ese olor, ese sabor. La caricia le hizo llorar el corazón, estrujándose en una forma inexplicable, pero que le hacía sentir mucho más triste que nunca, con un asomo de lágrimas que no tenían razón de ser.
Tuvo que sujetarse de él, de su hombro para no colapsar en tanto le observaba sin creerlo, sin saber qué parte de él la hacía reaccionar así. ¿Qué era? ¿Por qué el? Volvió a ordenarle y Marianne no supo qué responderle, más que soltar un jadeo en tanto él la acomodaba contra su cuerpo, impidiéndole una escapatoria, pero ¿Quién deseaba huir de él? No ahora que quería saber por qué su alma lloraba tanto al tenerle tan próximo.
¿Por qué lo reconocía? ¿Quién era él en realidad? Tartamudeó a duras penas un intento de... no, ni siquiera fue algo coherente. Sus ojos dominaban los femeninos, hundiéndola en un abismo de recuerdos borrados de su alma, pero de los cuales sólo quedaban sentimientos. Todos encontrados: dolor, alegría... celos, cariño... odio... amor... ¿Amor? Le temblaron más los labios y quiso alejarse de él, pero las manos masculinas se lo evitaron, sujetándola más fuerte contra él, en un abrazo ¿Posesivo?
- De... De... - no pudo, no dijo más cuando vio que él bajaba la cabeza lentamente y ella alzó el rostro, sujeto por los dedos masculinos del mentón, para recibir un beso que hizo explosión en su alma, en su interior, en algún lugar que creyó olvidado y que ahora, como un globo que ha sido pinchado por una aguja, explotaba llenando todo su interior de miles de sentimientos y contradicciones quizá.
Sus labios fueron posesivos con los femeninos, que poco a poco, con todo lo que su corazón estaba experimentando, fue correspondiendo, lento, suave, delicado... acariciando su hombro, su mejilla con ternura; sus labios se acoplaban a los masculinos, aspirando y soltando aire conforme ambos se exploraban... no, más bien se reencontraban porque era irracional, pero Marianne sentía que alguna vez, hace mucho tiempo, ya había besado a ese hombre, a esa alma la tuvo entre sus brazos durante largos instantes.
- Delbaeth - susurró entre sus labios, no podía jamás pronunciar su nombre estando consciente, pero entre sus brazos, no era su mente la que lo pronunciaba, si no su alma. ¿Eran almas gemelas? No sabía, pero quería averigüarlo. Fue cuando en su mente se clavó una duda cual estaca en el costado... ¿Y si sólo se sentía así por sacarse de su mente al vampiro? No, no podía ser, pero... ¿Era justo corresponder a un beso cuando sólo se buscaba vengarse de alguien más? Eso lastimó a Marianne y justamente, el beso se terminó en ese preciso instante. Las palabras del mago la hicieron consciente de lo que sí hizo, abusar de ese hombre. Aunque él hablaba como si estuviera de acuerdo en caer tan bajo.
A pesar de todo lo pasado, pero sobre todo por lo que sintió, su mano hormigueó una y otra vez, hasta que se estampó en el rostro masculino con violencia, una de la que jamás se creyó capaz, dando media vuelta para salir de ahí. ¿Por qué? Estaba muy confundida, alguna vez escuchó que correspondías los besos cuando había química con otra persona, pero ella no sólo había sentido lujuria, no. ¡NO!
¿Qué le pasaba entonces? Gimió de dolor cuando le tomaron la mano lastimada y al voltear, vio a Delbaeth, intentó sacudirla, pero él apretó con más fuerza, haciéndole más sangre. Era mejor el dolor físico que el sentimental. No sólo descubrió al Conde con otra, si no tambíen que parecía interesada en un hombre al que no conocía, pero que un beso y sus brazos la hicieron sentir... en casa.
Ahora mismo se sentía sacudida hasta los cimientos, mientras él la abrazaba por la cintura, la pegaba a su cuerpo como si fuera su pareja, impidiéndole irse sola. Guiándola hasta un carruaje donde la hizo subir, antes de que ella se quedara paralizada afortunadamente ya en el asiento del vehículo, con las cortinas echadas y una voz en su cabeza que reclamaba de forma impresionante. Se llevó las manos a las sienes, en un fútil intento de desterrarlo, de alejarlo para que no leyera, no supiera lo que ahora mismo sentía, pensaba, quería... anhelaba.
El sufrimiento se hizo latente en su rostro, gimió temblando, en un esfuerzo porque él se alejara de su mente, que la dejara en paz, manchándose de sangre sin querer la parte de su rostro cuya mano estaba herida. Los cabellos se soltaron un poco del peinado, cerró los ojos con fuerza y gruñó tensa, hasta que tras una advertencia, desapareció. Temblorosa, tragó saliva y abrió lentamente los orbes azules, jadeando. Se lamió los labios y se acomodó contra el respaldo, cerrando de nuevo los ojos, pero esta vez, para descansar, no sin antes darle la dirección de su casa.
Ojalá Éire estuviera, porque la amenaza del Conde era irrefutable: la iría a ver en cuanto se separara de ese hombre. ¿Quién se creía ella para ignorarlo? ¿Qué se creía él para besarla en público? Se llevó las manos de dedos helados a la sien, a la frente luego, soltando aire, jalándolo con fuerza. Estaba agotada, sólo pensaba en ir a dormir a casa. El día fue provechoso, pero la noche. Sus demonios más grandes se habían materializado y no sólo eso: la habían atacado de una forma que sólo ellos podían hacer.
Destrozándola, haciendo cimbrar sus cimientos.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
El hechicero se sorprendió a si mismo besando a la dama que tan molesta le llegó a parecer, pero que no dejaba de instarle la urgencia de protegerla de las sombras que le atormentaban, incluso la de aquel hombre que sin duda no cabía en sí de la furia al ver como un completo desconocido, pues si Delbaeth era conocido por sus obras, pero no por su rostro, pocos tenían la fortuna o más bien el infortunio de conocerle en persona, así que a ojos de la ciudad parisense él era un nuevo rico, eso sí corría con suerte. Lo que le causaba risa, pues bien sabía él que estaba lejos de ser un ciudadano común, llevaba toda una vida desarrollando sus habilidades, toda una vida escondiéndose de la Inquisición y enfrentándola desde las sombras del secreto familiar.
En un acto protector y casi posesivo guio los paso de la jovencita lejos del salón en dirección a la salida más próxima del teatro donde les espera su carruaje, el carruaje que el dispuso desde antes de conocer a si compañera de palco, le esperase en el entreacto lo más cerca posible de la salida, y así ocurrió. Como el mago previo necesito el carruaje en ese preciso momento, con una joven demasiado atormentada para ser capaz de negarse a la voluntad del completo desconocido que la sacaba a toda prisa de tan concurrido lugar.
Bien supo el artista que el hombre que se infiltraba en los pensamientos e incluso emociones de su mujer que le apremiaba proteger era un vampiro, un recién convertido que en el pasado debió ser demasiado importante en la vida femenina. Aquella le idea le molesto en especial por el estado de ella, al punto que se dio la satisfacción de infiltrar un falso recuerdo en la mente del vampiro, donde se aparentaba un “compromiso” con la malograda Mademoiselle Louvier. Aunque, quien sabe, cuando Formorians caía en los juegos de sus emociones, como ahora, enturbiando la realidad con los juegos de fantasías que el poder adquirido, es difícil prever lo que el destino deparada, pues el hombre dejaba de actuar con racionalidad y a veces, dejaba que los sabios designios de las almas errantes controlasen sus propios actos.
Ahora mismo una sonrisa de superioridad surcaba sus labios antes de cerrar las puertas del carruaje tras de sí, un gesto cargado de significados para el hombre, una señal que él acosador de la dama, ahora estaba fuera de la vida femenina. Ni el mismo minoico era capaz de comprender aquel gesto, pero le urgía marcar lo que él consideraba desde aquel instante SU propiedad. La escucho indicar su dirección, pero al verla en ese estado comprendió que no era buena idea dejarla allí sola, en especial si Eiré no estaba, sabía que debía hacer. Dio una palmada al costado interior del carruaje precedió a las instrucciones - Ian, ya sabes dónde ir - su voz fue clara y sus pensamientos aun más, la joven requería calmarse y en esas condiciones, no su aire paternalista no le permitiría llevarla aun a casa
Le contemplo temblar, le observo llevar sus manos a su rostro e incluso verla manchar su mejilla con sangre, y al expresión de él se endureció con un nuevo sentimiento, aquel infeliz había descompensado por sobremanera a la niña ante él. Al punto incluso de ausentarla del todo de la realidad, pues aunque balbuceo la dirección, no parecía reconocer que ante ella iba su compañero de palco. Gruño y bufo para sus adentros, antes de acercase a ella, tomo su mano ensangrentada y limpio la sangre de su mejilla con otro pañuelo, uno limpio que llevaba de repuesto y luego envolvió la herida con delicadeza, un gesto impropio de él. ¿Dónde quedo Delbaeth Formorians? al parecer se perdió entre el primer acto y el entreacto, o peor aun en el momento en que se dejo llevar para besarla … Si lo segundo era aun peor, pues ahora eran sus emociones las que lo guiaban y no su racionalidad.
Si e había perdido en el limbo aquel que dejan los sentimientos incomprendidos y los actos desmedidos, ahora mismo, tras limpiar la sangre de su rostro acariciaba su mejilla con dorso de su mano, como quien trata de consolar a una niña pequeña en medio de un sueño aterrador. Tras aquello tomo su mano ensangrentada y la volvió a vendar, sus manos acostumbradas a lidiar con materiales pesados resultaban ser delicadas al momento de atender la herida de la jovenzuela. Cuando aquellos movimientos paternalistas acabaron, se supero a sí mismo con un gesto completamente dulce. Aparto la mano femenina de la sien, acomodo los cabellos a un costado y puso su índice y anular en el centro del dolor, apartando los fantasmas que sin duda el vampiro sembraba en ella. - Mademoiselle Louvier , le recomiendo se relaje. Es usted quien le permite el control, ahora es usted quien debe negárselo- su voz resonó firme, pero no estruendosa en el carruaje.
El mago sabia cuan peligroso podía ser un vampiro despechado, y peor aún, cuánto daño pueden causar los juegos mentales de estos. Por lo mismo, antes de entregársela a Eiré la llevaría lejos de aquella tortura, en un camino que solo se permitía cruzar él solo, aunque esta vez haría una excepción. El carruaje se interno en el bosque a pocos metros del rio que cruzaba la ciudad, pero al que pocos tenían acceso. Aquel lugar era un idilio para los ojos de quien sabe apreciar la belleza de las cosas, un paraíso para quien busca contactarse con la energía del universo, y era lo segundo aquello que Delbaeth buscaba de Marianne, que ella pudiese librarse de sus tormentos, pues sino terminaría sumiéndose en la parafernálica función que los aristócratas montaban cada nuevo día, entre caretas de alegrías, entre apariencias de normalidad. Ciertamente Louvier, era demasiado joven para caer en aquello y para su desgracia estaba sumergida hasta el cuello de aquello que suelen llamar “buenos modales”, pero que el irlandés llama “el arte de las marionetas”.
- Mademoiselle Louvier ,espero no se ofenda por no haberla llevado directo a casa- se disculpo mientras extendía su mano para ayudarla a bajar del carruaje y poder enseñarle el lugar - Pero consideré apropiado el contacto con la naturaleza, quizás así pueda librarse de los demonios que la atormentan- Explico guiándola hacia el interior del bosque donde el correr del agua armonizaba con los ruidos nocturnos, si consideraba que la joven se dejaba torturar por recriminaciones sin sentido de un hombre que no la valoraba
Cuando estuvieron cerca del rio se puso de rodillas, empapando el pañuelo con agua, se incorporó con rapidez para limpiar bien todos los rastros de sangre del rostro femenino - Mademoiselle Louvier, le ruego confíe en este desconocido, le puedo asegurar que su “amante” le esperará en su residencia - habló con voz fría, diferente a la pasión con que momentos atrás la besase en medio de un salón lleno de público.
- Se que no le agrada mi compañía, pero menos será de su agrado las torturas de él- Sentenció con cierto recelo del vampiro, pues al menos él conseguía estar en la vida de ella, aunque no lo aceptaría, no necesitaba a una mujer que se sumase a su carga de preocupaciones, menos aun a una jovencita que apenas sabia vivir, la noto tensa, a un paso de dejarle allí y prosiguió - No se alarme, si Éire confía en mí, usted también podría hacerlo- Dispuso con dureza - Le recomiendo, se libere y disfrute del paseo, ignoré sus temores y no me arroje nada, pues solo conseguirá la deje plantada en medio de la nada- Su mirada se poso en los azules de ella, haciéndole entrever que hablaba muy en serio.
Si, Delbaeth era un hombre demasiado agresivo en sus actos, en parte por su determinación, en arte por sus rencores. Ya había perdido a sus padres a causa de quienes le perseguían, no aceptaría tener a alguien más en su vida a quien proteger, pero esa mujer despertaba en él esa urgencía de estar tras sus pisadas, protegerla.
Gruñó recrimiandose por desear besarla nuevamente, al parecer, ambos necesitaban librarse de sus propios fantasmas aquella noche, aunque de momento, ninguno comprendería muy bien aquello que el destino tejía para ellos.
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Hablas de que tengo que estar en paz con mi alma y mi corazón
haciendo a un lado todo lo que atormenta a mi razón.
Sea pues, entre tus brazos todo será un simple borrón
simplemente no te alejes de mí, ni un solo paso, mi amor.
haciendo a un lado todo lo que atormenta a mi razón.
Sea pues, entre tus brazos todo será un simple borrón
simplemente no te alejes de mí, ni un solo paso, mi amor.
Dolor, es lo único que percibía en el interior de su mente. Una fortísima sensación de mareo tras unos largos instantes en que las palabras del varón que alguna vez amó le taladraban el cebero, golpeándosela con un enorme mazo queriendo romper un palillo de madera, creando constantes retumbares, ondas que la hacían temblar y engarrotar el cuerpo, tensarlo hasta lo más impensable al tiempo que gemía sosteniéndose la cabeza, como si supiera que sin sus manos, ésta caería a su regazo de nunca más volvería a alzarse.
¿Por qué? Rió levemente histérica mientras se cubría los ojos con las manos. ¿Por qué tú sí y yo no? ¿Por qué me dañas con tus actitudes, con tus desplantes, tus recriminaciones y yo simplemente tengo que soportarlo todo? ¿Por qué, por qué, por qué, por qué, por qué, por qué? Gruñó ante la imposibilidad de alejarlo de su mente, tiembla ante el dolor de su cerebro, de su corazón, de su alma. Los enormes castillos de naipes en que su vida sentimental estaba posicionada se desgajan haciendo caer hasta el más ínfimo de sus componentes hasta que sólo queda... nada...
Una mano fresca le ayudó a mantener la cordura, unos dedos que se antojaron el consuelo que su ser necesita. Aún con los ojos cerrados, la seda de un pañuelo se deslizó por su piel, tan suave como los pétalos de una rosa... tan delicado que al abrir los ojos no pudo creer quién era el que lo hacía. Por un largo instante se perdió en el carruaje y no supo qué hacía ahora mismo ahí, con él. De camino a quién sabe dónde, porque las formas que a duras penas vislumbraba con los ojos entrecerrados por el dolor de cabeza que la gobernaba, no eran reconocidas para ella. Su voz era dulce, amable, como el pañuelo que limpiaba ¿La sangre? No recordaba tampoco haberse herido el rostro.
Sus palabras le guiaron un poco en la oscuridad de la pérdida temporal de la memoria. Sí... él... se había enojado tanto que sus constantes recriminaciones, ahora en detrimento por la distancia que el carruaje devoraba sin la menor misericordia, provocaron el instante más horrible de su vida. Nunca lo había visto tan furioso, jamás arremetió contra su persona de esa manera. Marianne misma no le reconocía y eso que a pesar de su transformación siempre vislumbró la bondad en él, pero ahora estaba lleno de rabia, buscando destruir sin detenerse siquiera a pensar en las consecuencias.
Unos dedos acariciaron su sien, firmes, pero que sabían exactamente dónde tocar. Suspiró llevando su propia mano lastimada hacia la masculina, en un mohín agradecido, pero que le hizo acariciarle a su vez. Se refugió en él, en ese instante de paz que se le ofrecía, como un pequeño minino que busca el roce de su amo durante el momento que necesita consuelo. Aspiró su aroma, conservándolo en su mente, innecesario para su alma que ya lo reconocía como propio de él: aromos y pino. Tan varonil como delicioso.
Abrió los ojos al escuchar sus palabras, porque su mente aún no podía procesarlas del todo, no entendía de qué hablaba, pero se dejó conducir bajando del carruaje y observando con extrañeza el lugar en el que sus zapatos no era apropiados tomando en cuenta el terreno escarpado e irregular. El bosque, por fin el hilo de luz se hizo en su mente aunque fuera un instante. Guiada por él, llegó hasta un río y observó el correr del agua con una mirada nostálgica. Quién fuera gota para dejarse llevar por la corriente y no pensar, no sentir... Simplemente ser una con la naturaleza.
La frialdad del agua contra su rostro la hizo pensar por un instante que quizá su deseo se había cumplido y ahora mismo podía alejarse para siempre de todo por una vez en su vida. Quizá dos, tomando en cuenta el episodio de su ex-prometido. Mas sin embargo, no todo era tan sencillo... no era una escapatoria fácil, porque ante ella está la figura más enigmática que ha existido en su mundo. Un hombre capaz de la más exasperante conducta irónica, malvada y cruel; cambiando al siguiente segundo para ser la persona más amable y tierna de todas... ¿Quién era realmente ese hombre? ¿Quién...?
Durante unos largos instantes se mantuvo en su lugar, precariamente en pie observándole hablar porque sus oídos no estaban del todo sincronizados con su mente y por lo tanto, no le cuadraban la mayor parte de las palabras que él pronunciaba. Simplemente no las entendía. Su mente del todo estaba embotada, pero de algo estuvo segura... volteó hacia el río y aún en silencio, se levantó las faldas lo suficiente para que sobre el fondo que cubría sus piernas, sin perder la elegancia y la femineidad, pudiera hincarse al no confiar en sus extremidades inferiores. Así, no ensuciaba el vestido y al mismo tiempo, no estaban sus rodillas contra el frío suelo.
En esa posición, fue deshaciéndose lentamente el peinado, guardando las horquillas en un bolsillo oculto del vestido incluídos los prendedores de diamantes, hasta que los mechones cayeron a su espalda en bucles formados a base del esfuerzo de su dama de compañía, adornando su cara con suavidad. Con ojos aún cerrados por el dolor mismo de su cabeza, se abrieron con la finalidad de humedecer el pañuelo de Delbaeth en las aguas del río, sin fallar para exprimirlo sin tanto brío, sólo lo justo para que mantuviera su frescor, pero no por ello las gotas cayeran al piso sin control. Luego de ello, sin pensarlo siquiera, sacó algo de un bolsillo interno, una figura de cruz que colocó sobre la cabeza y encima, el pañuelo extendido, mojando sus cabellos.
Sus manos fueron a cubrir todo su rostro, mientras aspiraba profundamente el aire concentrándose en el correr del río y nada más que en ello. Se lamió los labios, preparándose para decirlo en voz baja, un susurro nada más, pero audible a cualquiera que estuviera cerca, como Delbaeth. Palabras que eran traídas desde sus recuerdos, de una niñez que podría estar olvidada, pero que para ella, estaba grabada en fuego y sangre en su alma.
- Da mihi potestatem, domine, gratiam tuam imaginem tuam usque influit in mala mihi qui tribulanteum, - se lamió los labios - Da mihi potestatem, domine, gratiam tuam imaginem tuam usque influit in mala mihi qui tribulanteum... - tragó saliva sabiendo que se repetía tres veces... - Da mihi potestatem, domine, gratiam tuam imaginem tuam usque influit in mala mihi qui tribulanteum.
Sintió cómo el amuleto empezaba a calentarse, pero no al grado de quemarla, si no todo lo contrario; se llevaba consigo todo lo malo que su cabeza tenía, toda la concentración del poder del vampiro, hasta no dejar absolutamente nada, pidiendo a cambio el agua del pañuelo. Tras unos minutos, pequeños instantes tan solo comparados a la eternidad del universo. Marianne abrió los ojos y soltó un suspiro... tragó saliva quitando el pañuelo y la cruz, que intentó guardar en el bolsillo de su vestido, sintiéndose mucho mejor.
¿Por qué? Rió levemente histérica mientras se cubría los ojos con las manos. ¿Por qué tú sí y yo no? ¿Por qué me dañas con tus actitudes, con tus desplantes, tus recriminaciones y yo simplemente tengo que soportarlo todo? ¿Por qué, por qué, por qué, por qué, por qué, por qué? Gruñó ante la imposibilidad de alejarlo de su mente, tiembla ante el dolor de su cerebro, de su corazón, de su alma. Los enormes castillos de naipes en que su vida sentimental estaba posicionada se desgajan haciendo caer hasta el más ínfimo de sus componentes hasta que sólo queda... nada...
Una mano fresca le ayudó a mantener la cordura, unos dedos que se antojaron el consuelo que su ser necesita. Aún con los ojos cerrados, la seda de un pañuelo se deslizó por su piel, tan suave como los pétalos de una rosa... tan delicado que al abrir los ojos no pudo creer quién era el que lo hacía. Por un largo instante se perdió en el carruaje y no supo qué hacía ahora mismo ahí, con él. De camino a quién sabe dónde, porque las formas que a duras penas vislumbraba con los ojos entrecerrados por el dolor de cabeza que la gobernaba, no eran reconocidas para ella. Su voz era dulce, amable, como el pañuelo que limpiaba ¿La sangre? No recordaba tampoco haberse herido el rostro.
Sus palabras le guiaron un poco en la oscuridad de la pérdida temporal de la memoria. Sí... él... se había enojado tanto que sus constantes recriminaciones, ahora en detrimento por la distancia que el carruaje devoraba sin la menor misericordia, provocaron el instante más horrible de su vida. Nunca lo había visto tan furioso, jamás arremetió contra su persona de esa manera. Marianne misma no le reconocía y eso que a pesar de su transformación siempre vislumbró la bondad en él, pero ahora estaba lleno de rabia, buscando destruir sin detenerse siquiera a pensar en las consecuencias.
Unos dedos acariciaron su sien, firmes, pero que sabían exactamente dónde tocar. Suspiró llevando su propia mano lastimada hacia la masculina, en un mohín agradecido, pero que le hizo acariciarle a su vez. Se refugió en él, en ese instante de paz que se le ofrecía, como un pequeño minino que busca el roce de su amo durante el momento que necesita consuelo. Aspiró su aroma, conservándolo en su mente, innecesario para su alma que ya lo reconocía como propio de él: aromos y pino. Tan varonil como delicioso.
Abrió los ojos al escuchar sus palabras, porque su mente aún no podía procesarlas del todo, no entendía de qué hablaba, pero se dejó conducir bajando del carruaje y observando con extrañeza el lugar en el que sus zapatos no era apropiados tomando en cuenta el terreno escarpado e irregular. El bosque, por fin el hilo de luz se hizo en su mente aunque fuera un instante. Guiada por él, llegó hasta un río y observó el correr del agua con una mirada nostálgica. Quién fuera gota para dejarse llevar por la corriente y no pensar, no sentir... Simplemente ser una con la naturaleza.
La frialdad del agua contra su rostro la hizo pensar por un instante que quizá su deseo se había cumplido y ahora mismo podía alejarse para siempre de todo por una vez en su vida. Quizá dos, tomando en cuenta el episodio de su ex-prometido. Mas sin embargo, no todo era tan sencillo... no era una escapatoria fácil, porque ante ella está la figura más enigmática que ha existido en su mundo. Un hombre capaz de la más exasperante conducta irónica, malvada y cruel; cambiando al siguiente segundo para ser la persona más amable y tierna de todas... ¿Quién era realmente ese hombre? ¿Quién...?
Durante unos largos instantes se mantuvo en su lugar, precariamente en pie observándole hablar porque sus oídos no estaban del todo sincronizados con su mente y por lo tanto, no le cuadraban la mayor parte de las palabras que él pronunciaba. Simplemente no las entendía. Su mente del todo estaba embotada, pero de algo estuvo segura... volteó hacia el río y aún en silencio, se levantó las faldas lo suficiente para que sobre el fondo que cubría sus piernas, sin perder la elegancia y la femineidad, pudiera hincarse al no confiar en sus extremidades inferiores. Así, no ensuciaba el vestido y al mismo tiempo, no estaban sus rodillas contra el frío suelo.
En esa posición, fue deshaciéndose lentamente el peinado, guardando las horquillas en un bolsillo oculto del vestido incluídos los prendedores de diamantes, hasta que los mechones cayeron a su espalda en bucles formados a base del esfuerzo de su dama de compañía, adornando su cara con suavidad. Con ojos aún cerrados por el dolor mismo de su cabeza, se abrieron con la finalidad de humedecer el pañuelo de Delbaeth en las aguas del río, sin fallar para exprimirlo sin tanto brío, sólo lo justo para que mantuviera su frescor, pero no por ello las gotas cayeran al piso sin control. Luego de ello, sin pensarlo siquiera, sacó algo de un bolsillo interno, una figura de cruz que colocó sobre la cabeza y encima, el pañuelo extendido, mojando sus cabellos.
Sus manos fueron a cubrir todo su rostro, mientras aspiraba profundamente el aire concentrándose en el correr del río y nada más que en ello. Se lamió los labios, preparándose para decirlo en voz baja, un susurro nada más, pero audible a cualquiera que estuviera cerca, como Delbaeth. Palabras que eran traídas desde sus recuerdos, de una niñez que podría estar olvidada, pero que para ella, estaba grabada en fuego y sangre en su alma.
- Da mihi potestatem, domine, gratiam tuam imaginem tuam usque influit in mala mihi qui tribulanteum, - se lamió los labios - Da mihi potestatem, domine, gratiam tuam imaginem tuam usque influit in mala mihi qui tribulanteum... - tragó saliva sabiendo que se repetía tres veces... - Da mihi potestatem, domine, gratiam tuam imaginem tuam usque influit in mala mihi qui tribulanteum.
Sintió cómo el amuleto empezaba a calentarse, pero no al grado de quemarla, si no todo lo contrario; se llevaba consigo todo lo malo que su cabeza tenía, toda la concentración del poder del vampiro, hasta no dejar absolutamente nada, pidiendo a cambio el agua del pañuelo. Tras unos minutos, pequeños instantes tan solo comparados a la eternidad del universo. Marianne abrió los ojos y soltó un suspiro... tragó saliva quitando el pañuelo y la cruz, que intentó guardar en el bolsillo de su vestido, sintiéndose mucho mejor.
*off rol: Dame el poder, señor mío, infunde tu gracia en ésta tu imagen y semejanza hasta que te lleves los males que me aquejan.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
- Mensajes : 404
Fecha de inscripción : 07/08/2011
Edad : 30
Localización : París, Francia
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Un hombre critico, aunque no por ello medido, justamente para evitar a las personas suele caer en faltas de etiqueta muy bien conocidas por su parte. Un comentario fuera de lugar, o más bien cargado de verdad sin el tacto del protocolo, suele ser su vía de escape, el modo más rápido de evitar las preguntas insidiosas de las damas de la corte que intentan acaparar su atención. Pocas mujeres se libraron de sus pérfidas palabras, y si lo hicieron fue para una noche de pasión, una amante casual, pero esos encuentros nos superaban el tercer encuentro.
Formorians no era un hombre superfluo, no buscaba solo una mujer bonita con quien desordenar sabanas y a quien presumir entre amigos, pues los amigos del brujo son pocos y no caen en el vicio de la vanidad. Por eso, para él no basta con lucir bien bajo los ataviados vestidos, menos aun con ellos puestos, contrariamente cree que la mujer que se culta tras telas, perfumes, joyas y maquillajes, no es más que una dama vacía. Cuando años atrás, por asuntos de su pasatiempo, la escultura, conoció a la joven Danáan, algunos de sus prejuicios se derrumbaron, la irlandesa no solo hermosa, sino que tenía un carácter decidido y una conversación cautivante, desde ese entonces no solo fueron amantes casuales, sino también amigos.
Ahora en medio de la nada, recordaba esas conversaciones en que ambos negaban sobre ser algo más que amantes, ella argumentando lo iguales que son, el convencido que ella no sería su complemento. Ella buscaba quien le removiese los cimientos, quien no cayese aplastado por su abrumadora personalidad, Delbaeth, buscaba un quiebre en su armadura alguien que lo sacase de su racionalidad. Curioso resultaba que su amiga, le enviase como compañía a la mejor representante de los estereotipos de que él criticaba “un dama de sociedad” que no toleraba salirse del margen. Pero aun más particular resultaba que él sintiese la urgencia de protegerla, de evitar que cascaron que la cubre se rompiese, tal como acaba de hacer al alejarla de su tormento.
Mademoiselle Louvier, desde su llegada con el tiempo en contra y aquel aire pretencioso, creyendo tener la razón sobre quién reservo el palco, fue la demostración que estaba frente al mejor ejemplar de una dama parisense estirada y educada. Pero el recuerdo de aquel furtivo encuentro semanas atrás y el posterior beso, fueron signo que quizás algo en ella no fuese lo que él predispuso, sus reacciones y aquellos fantasmas que le atormentaban, el hacían diferente a ojos del ermitaño brujo. Ahora verla ante él confundida como una niña, lejos de las luces del teatro, bajo la suave llovizna del invierno entrante, desorientada sin decir palabra, lo llevaba nuevamente a otro punto ¿Qué tiene ella de especial? ¿Qué es lo que logro remover en el interior de Delbaeth?
Una meditación extraña que se vio aun más alterada por sus actos, ella alejándose sin decir palabra caminando hacia el rio, dejando a un lado la etiqueta subiendo su falda para arrodillarse frente al este, al borde, aun sin perder la elegancia pero en un acto impropio para la corte. Sus rubios cabellos, antes tan bien peinados fueron cayendo a medida que ella se libraba de las orquídeas, para comenzar, un cantico que dejo helado al hombre que creía perdida su capacidad de sorpresa. Un ritual pagano, propio de las nuevas tierras, donde la fe se fundía en un mestizaje propio de quien intenta imponer su fe y de quien se resiste, un rito que ante los católicos es condenado como acto de brujería.
Cuando ella culmino el hombre le miraba con una ceja arquead siguiendo los movimientos de sus manos, y de su cuerpo hasta, se acerco hasta ella para ayudarla a incorporarse, extendió su mano aquella en que tomo la cruz con anterioridad y la retuvo entre la suya, mirándola fijamente - Si la inquisición la oyese, sería quemada en la hoguera - afirmo, clavando su mirada en los azules ojos de ella, ahora más lucidos que antes, pero no del todo. Ella sin comprender del todo negó con la cabeza, él bufo, molesto pues ella parecía no conocer los riesgos de su acto pagano, que nada tenía que ver con brujería pero que atentaba contra los inquisidores.
Poco a poco, entre que ella recitaba la oración y él la reprendía, lo que comenzó como una llovizna ligera se transformo en una lluvia intensa que los empapo de igual manera a ambos. El cielo nocturno se había nublado desde que ambos se encontraron en el teatro, hasta ahora, una tormenta se presentaba en Paris, y ambos en medio del bosque, lejos de ciudad para regresar en carruaje y evitar enfermar por las ropas mojadas. Aun con el riesgo de encontrarse con el vampiro que la torturase metido largos segundos antes de decidirse, la tomo por la cintura para evitar que resbalase entre el pasto y el lodo, y la guio hasta el carruaje, donde volvieron a abordar estilando agua.
Una orden y partieron, adentrándose aun mas en los parajes del bosque, estaban a escasos kilómetros de la residencia del minoico, donde él pretendía dos cosas, primero averigua quien era ella, porque quebraba sus esquemas, y la segunda, evitar que ella se enfrentase otra vez al desconocido del teatro. Cuando finalmente llegaron, se erguía entre las profundidades del bosque un casa de dos niveles, construida principalmente de rocas, de apariencia rustica y varonil, propio estilo de Delbaeth. Algunos detalles eran propios irlandeses, otros innovación personal. Agradeció al cochero quien se dirigió a la parte posterior de la residencia a las caballerizas y luego a descansar, aquel era los pocos hombres en quienes confiaba.
- No es seguro regresar a su casa Mademoiselle Louvier , además puede pescar neumonía con este frio empapada así como esta- afirmo mientras la guiaba al interior de la casa, hacia el salón, donde la chimenea ya se encontraba encendida y sobre la mesa de centro, listo para servir un jarro con chocolate caliente y algunos bollos. Sonrió complacido para luego tomar un par de toallas que le extendió a la joven - Margaret, le traerá un vestido para que se cambie- informo con inusual caballerosidad, pero con una voz que no daba espacio a reclamaciones. Dichas estas palabras el subió hasta su cuarto donde se cambio, dejando a un lado las ropas de etiqueta, arruinadas no solo por el vino, sino que también por la lluvia.
A los veinte minutos bajo vistiendo unos pantalones negros y una camisa clara, con el cabello aun húmedo, ligeramente alborotado. El salón aun desierto le indicaba que su invitada aun no se encontraba lista, lo que dio tiempo de pensar a solas a su espera.
Formorians no era un hombre superfluo, no buscaba solo una mujer bonita con quien desordenar sabanas y a quien presumir entre amigos, pues los amigos del brujo son pocos y no caen en el vicio de la vanidad. Por eso, para él no basta con lucir bien bajo los ataviados vestidos, menos aun con ellos puestos, contrariamente cree que la mujer que se culta tras telas, perfumes, joyas y maquillajes, no es más que una dama vacía. Cuando años atrás, por asuntos de su pasatiempo, la escultura, conoció a la joven Danáan, algunos de sus prejuicios se derrumbaron, la irlandesa no solo hermosa, sino que tenía un carácter decidido y una conversación cautivante, desde ese entonces no solo fueron amantes casuales, sino también amigos.
Ahora en medio de la nada, recordaba esas conversaciones en que ambos negaban sobre ser algo más que amantes, ella argumentando lo iguales que son, el convencido que ella no sería su complemento. Ella buscaba quien le removiese los cimientos, quien no cayese aplastado por su abrumadora personalidad, Delbaeth, buscaba un quiebre en su armadura alguien que lo sacase de su racionalidad. Curioso resultaba que su amiga, le enviase como compañía a la mejor representante de los estereotipos de que él criticaba “un dama de sociedad” que no toleraba salirse del margen. Pero aun más particular resultaba que él sintiese la urgencia de protegerla, de evitar que cascaron que la cubre se rompiese, tal como acaba de hacer al alejarla de su tormento.
Mademoiselle Louvier, desde su llegada con el tiempo en contra y aquel aire pretencioso, creyendo tener la razón sobre quién reservo el palco, fue la demostración que estaba frente al mejor ejemplar de una dama parisense estirada y educada. Pero el recuerdo de aquel furtivo encuentro semanas atrás y el posterior beso, fueron signo que quizás algo en ella no fuese lo que él predispuso, sus reacciones y aquellos fantasmas que le atormentaban, el hacían diferente a ojos del ermitaño brujo. Ahora verla ante él confundida como una niña, lejos de las luces del teatro, bajo la suave llovizna del invierno entrante, desorientada sin decir palabra, lo llevaba nuevamente a otro punto ¿Qué tiene ella de especial? ¿Qué es lo que logro remover en el interior de Delbaeth?
Una meditación extraña que se vio aun más alterada por sus actos, ella alejándose sin decir palabra caminando hacia el rio, dejando a un lado la etiqueta subiendo su falda para arrodillarse frente al este, al borde, aun sin perder la elegancia pero en un acto impropio para la corte. Sus rubios cabellos, antes tan bien peinados fueron cayendo a medida que ella se libraba de las orquídeas, para comenzar, un cantico que dejo helado al hombre que creía perdida su capacidad de sorpresa. Un ritual pagano, propio de las nuevas tierras, donde la fe se fundía en un mestizaje propio de quien intenta imponer su fe y de quien se resiste, un rito que ante los católicos es condenado como acto de brujería.
Cuando ella culmino el hombre le miraba con una ceja arquead siguiendo los movimientos de sus manos, y de su cuerpo hasta, se acerco hasta ella para ayudarla a incorporarse, extendió su mano aquella en que tomo la cruz con anterioridad y la retuvo entre la suya, mirándola fijamente - Si la inquisición la oyese, sería quemada en la hoguera - afirmo, clavando su mirada en los azules ojos de ella, ahora más lucidos que antes, pero no del todo. Ella sin comprender del todo negó con la cabeza, él bufo, molesto pues ella parecía no conocer los riesgos de su acto pagano, que nada tenía que ver con brujería pero que atentaba contra los inquisidores.
Poco a poco, entre que ella recitaba la oración y él la reprendía, lo que comenzó como una llovizna ligera se transformo en una lluvia intensa que los empapo de igual manera a ambos. El cielo nocturno se había nublado desde que ambos se encontraron en el teatro, hasta ahora, una tormenta se presentaba en Paris, y ambos en medio del bosque, lejos de ciudad para regresar en carruaje y evitar enfermar por las ropas mojadas. Aun con el riesgo de encontrarse con el vampiro que la torturase metido largos segundos antes de decidirse, la tomo por la cintura para evitar que resbalase entre el pasto y el lodo, y la guio hasta el carruaje, donde volvieron a abordar estilando agua.
Una orden y partieron, adentrándose aun mas en los parajes del bosque, estaban a escasos kilómetros de la residencia del minoico, donde él pretendía dos cosas, primero averigua quien era ella, porque quebraba sus esquemas, y la segunda, evitar que ella se enfrentase otra vez al desconocido del teatro. Cuando finalmente llegaron, se erguía entre las profundidades del bosque un casa de dos niveles, construida principalmente de rocas, de apariencia rustica y varonil, propio estilo de Delbaeth. Algunos detalles eran propios irlandeses, otros innovación personal. Agradeció al cochero quien se dirigió a la parte posterior de la residencia a las caballerizas y luego a descansar, aquel era los pocos hombres en quienes confiaba.
- No es seguro regresar a su casa Mademoiselle Louvier , además puede pescar neumonía con este frio empapada así como esta- afirmo mientras la guiaba al interior de la casa, hacia el salón, donde la chimenea ya se encontraba encendida y sobre la mesa de centro, listo para servir un jarro con chocolate caliente y algunos bollos. Sonrió complacido para luego tomar un par de toallas que le extendió a la joven - Margaret, le traerá un vestido para que se cambie- informo con inusual caballerosidad, pero con una voz que no daba espacio a reclamaciones. Dichas estas palabras el subió hasta su cuarto donde se cambio, dejando a un lado las ropas de etiqueta, arruinadas no solo por el vino, sino que también por la lluvia.
A los veinte minutos bajo vistiendo unos pantalones negros y una camisa clara, con el cabello aun húmedo, ligeramente alborotado. El salón aun desierto le indicaba que su invitada aun no se encontraba lista, lo que dio tiempo de pensar a solas a su espera.
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/12/2011
Localización : Agharta
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Entrégate con todo tu ser
podemos el destino juntos componer
y sin límites llegar, dime que lo ves y vendrá.
podemos el destino juntos componer
y sin límites llegar, dime que lo ves y vendrá.
Fue a levantarse, pero no lo hizo sola. Él le ayudó diciéndole lo que su acto podría significar para la Inquisición lo que la hizo mirarle a los ojos, esos orbes verdes que la hicieron negar con la cabeza... Inquisición, hombres que se creían dioses y que ni siquiera tenían dos dedos de frente, que ocultando sus complejos de odio y resentimiento se dedicaban a perseguir a personas que podían hacer mucho bien y eran objeto de las malas actitudes de éstos "hombres de Dios". Gran error, Dios no era oscuridad, odio, rabia, resentimiento, crueldad... Dios era amor, Dios era perdón. Eso le enseñó su nana, sus padres. Sin embargo, se quedó callada al tiempo que pensaba en todas las circunstancias, si Éire la mandó a con él, le dio las invitaciones sabiendo a quién se encontrariá, era porque sabía que se llevarían bien, que Marianne podría confiar en él. Los modales del hombre dejaban demasiado que desear, pero eso no significaba que fuera una mala persona.
Todo lo contrario, conocía gente que a primera vista se conducían de formas reconocidas por la sociedad como impropias, pero que en privado eran mucho más humanas que aquéllos "hombres de Dios". Aún sumida en sus pensamientos y escuchando las palabras del caballero, notó sorprendida que la lluvia les alcanzó con grandes gotas heladas que la hacían lanzar un gemido de asombro, de frialdad pues caían contra su piel calentita, provocando estremecimientos en el cuerpo y siseos divertidos mientras encogía el cuerpo en un acto inútil, gota tras gota la ropa se mojó por completo y no sólo ésta, si no que sus cabellos dejaban que algunas de esas lágrimas del cielo recorrieran la superficie de su cabeza y los rizos hasta caer al vacío.
El hombre en un acto de caballerosidad de esos que no la ayudaban a entenderlo, le tomó la cintura corriendo con ella en pos de un carruaje lejano. En su camino evitaban raíces de árboles, resbalaban con el lodo formado por el agua sin caer por el equilibrio tan perfecto del brujo que le hacía reír a Marianne quien dejó de luchar por no mojarse en el mismo instante que por segunda vez resbalaron, así que en un acto irreverente quizá, ella se detuvo negando para reír alzando el rostro hacia el cielo, que se llevara todo lo que la preocupó durante tanto tiempo.
- Me preocupé todo el día por ser justamente lo que los demás esperan, incluso lo hice con usted - se mofó sonriendo débilmente - Eso me evita ver la maravilla de lo que me rodea... ¿Acaso le tengo que temer a algunas gotitas de agua? ¿Es que el Conde se ha convertido en alguien tan grande que puede dominar mi vida, que se convierte en una tormenta que me apena o que me libera realmente? - rió al tiempo que sin pensárselo, darle la espalda acercándose a un árbol, bajo su resguardo, tomar un pañuelo que tenía de repuesto para desprenderse de todo el maquillaje el rostro hasta que no quedó señal alguna de éste... sacudió la cabeza lanzando gotas de agua liberando su cabeza de todas sus desventuras y tristezas, abriendo los ojos para ver cómo las gotas resbalaban de las hojas de los árboles hasta el piso - un maquillaje no me oculta de los demás, simplemente es una forma de alegrar una vida que en ocasiones se siente demasiado oscura y con él, se le da un poco de color - se recargó contra el árbol y cruzó los brazos contra su pecho parpadeando al tiempo que miraba sus pies en silencio - si algún Inquisidor me ve realizando un rito de ese tipo, si piensa que soy una bruja y me quema... sé que muchos sufrirán y es por ello mismo que me preocupo de cuidar mis espaldas, pero si me atreví a realizar ese rito ante usted es porque lo necesitaba y porque Éire lo conoce, si me mandó con usted a pesar de conocerme y saber de lo que soy capaz... - sacó el pañuelo de Delbaeth y lo observó en silencio, paseando sus manos sobre él, mirándole con cierta complicidad - estos símbolos son mucho más elocuentes que mi propio ritual, son... ¿Qué? El llamado al equilibrio, al... - se calló al escuchar un trueno y rió sonrojándose para ir a donde Delbaeth y tomarle de la cintura como él la había llevado inicialmente - de acuerdo, usted gana, vámonos ya, no quiero quedarme electrocutada... - le sonrió y fue a sostenerse bien de él - perdóneme por mi insensatez y por favor, siga conservando el equilibrio o no sólo estaremos mojados, si no también enlodados.
Se dejó conducir tomada de su cintura hacia donde el vehículo los esperaba aunque de vez en cuando lanzaba un gritito ante algún rayo y reía por su propia cobardía. Cuando por fin lograron subir, tuvo la decencia de sonrojarse y pedir perdón por dejar bien mojado el interior. A pesar de ello, descorrió un poco la cortina cuidando que el aire no entrara demasiado para mirar afuera, sabía que iban a... ¿La casa del hombre? No podía recordarlo correctamente, pero no era algo que la preocupara demasiado. Seguía con el pensamiento de que si Éire confiaba en él, ¿Por qué ella no? A pesar de que la besó en el teatro había algo dentro de su corazón que le decía una y otra vez que estaba en buenas manos. Además, el hechizo había funcionado y ahora mismo su cabeza funcionaba mejor que nunca por lo que le daría otra oportunidad, a finales de cuentas la cuidaba y no sólo eso, si no que le ayudó para no encararse con el vampiro.
Las ropas mojadas, los cabellos húmedos goteando agua, su propio rostro libre de todo maquillaje, sin joyas porque realmente no usaba muchas a diferencia de las mujeres de la nobleza que se ostentaban con demasiadas durante alguna reunión, la hacían intrigante. Su cabeza regresó con rapidez al ver a un ciervo y sonrió porque le recordaba a cuando se iba a cabalgar con José, de todas formas se estremeció de frío al sentir el aire y cubrió todo con movimientos pausados y metódicos, sin perder la femineidad en cada uno de ellos. Acomodó un mechón de cabello tras la oreja colocando las manos sobre su regazo, aspirando y cerrando los ojos, esperando a cuando le dijeran que habían llegado.
Una vez se detuvo el carruaje, ayudada por el caballero, bajó para mirar a su alrededor, entornandolos ojos para admirar la magnífica casa ante ella. Sonrió embelesada con ella, desde la forma en que las rocas estaban moldeadas para darle esa apariencia, la estructura y arquitectura que la hacían no sólo digna de mención en los libros, si no también formaban ¿Un intrincado símbolo? Sonrió al tiempo que asentía sin pronunciar palabra, pero sus ojos se fijaron justo en uno de los más arcanos trazos para atraer la fuerza que estaba oculto entre algunas piedras, decía mucho de su anfitrión, demasiado para su gusto...
La cabecita se ladeó pensativa mirando a su anfitrión con curiosidad. ¿Quién era? Había tantas cosas en él que resultaban tan interesantes y que no lograba desenredar. Era como una maraña de un estambre con la que Granchester jugara y dejara hecha nudos. Tendría que ir nudo a la vez. Tras la voz barítona, asintió ante sus palabras pues era cierto, el Conde no tardaría en ir a buscarla a casa y al menos por esa noche sería prudente evitarlo. Ya luego vería cómo evadirlo o bien, encararlo. Seguro lo segundo porque Marianne no era muy adepta a evitar los episodios amargos por mucho tiempo: mejor antes que después, porque la espera siempre es insoportable.
Entró a la casa, pidiendo disculpas por dejar un rastro de lodo y agua, aunque tomó la toalla agradeciendo al tiempo que se tapaba la espalda y de inmediato utilizó una de las orillas de la prenda para secarse la cara porque ya empezaba a hacer frío. En el agua no se sentía, pero una vez en un lugar seco y con el vientecito que se desató con la tormenta era lo más recomendable el quitarse el agua de encima y estar calentita. Una simpática señora se presentó ante ella, seguramente Margaret y la joven, tras despedirse adecuadamente de su anfitrión, la acompañó con una enorme sonrisa, jamás en su vida fue grosera con la servidumbre y no empezaría ahora. A pesar de ser una Duquesa, las enseñanzas de su padre quedaron muy grabadas en su mente: "Trata a los demás como quieres que te traten". Así que Marianne seguía al pie de la letra ese consejo.
La llevó a una recámara y ahí le indicó que tenía que secarse dándole unas toallas calentitas y húmedas que olían a jazmín para que después de quitarse el vestido se tallara el cuerpo para desprenderse de la suciedad que trajera, luego taparse con otras más calientitas y secas. Una vez ya tibia su piel y su cabello húmedo que no mojado, le hicieron entrega de un bonito vestido, pero que Marianne observó con gran asombro. ¿Cómo podían hacerle algo así a tan bonita tela? Se negó a ponérselo sin hacerle antes algunos retoques. Así que quitó algunos adornos, modificó otros y tras diez minutos después de que Delbaeth hubiera llegado, bajaba al salón con un atuendo más a la moda y que hablaba mucho de la persona que lo portaba. Se había negado a peinarse y sólo cepilló su cabello hasta dejarlo brillante poniéndose un prendedor del lado derecho para dejar libre el rostro.
Llegó al salón haciendo una reverencia a su anfitrión. Las manos unidas frente a ella la hacían parecer una pequeña, los orbes azules intentaron no ser grosera e impertinente, pues no era adecuado ni educado mirar a su alrededor como si tuviera el derecho de fijarse en los detalles de la habitación demasiado masculina; en los tonos verdes y opacos que mostraban una personalidad reservada y sobria. Lo más necesario sin demasiados adornos denotaban que era práctico. Prefirió hacer lo más adecuado y menos ofensivo: ir a la chimenea y ahí colocó las palmas de las manos para recibir el calorcito. Se quedó en silencio unos instantes antes de murmurar.
- Usted es como una extraña unión de símbolos que forman un todo. Voy desgajando parte por parte, pero aún me queda unirlo para saber cuál es la verdadera fuente de su ser, la que dice enunciados como "La inquisición te quemará por hacer brujería" o la que pronuncia "Valórate y te Valorarán"... - suspiró al sentir lo calentito de sus manos, antes de verlo con intensidad - ¿Quién es realmente usted? ¿El caballero agradable o el hombre que no puede sostener una conversación sin ofender a alguien - sus ojos chocaron con las tazas de chocolate y se mordió el labio inferior, sin embargo regresó su mirada al fuego aunque sus pies anhelaban llegar hasta su pasión, el chocolate, sabía que no estaba en su casa y era de mala educación comportarse de esa forma así que esperó con mucha paciencia, algo muy difícil porque el olor de su anhelo llegaba hasta su nariz... Delicioso y apetitoso...
Todo lo contrario, conocía gente que a primera vista se conducían de formas reconocidas por la sociedad como impropias, pero que en privado eran mucho más humanas que aquéllos "hombres de Dios". Aún sumida en sus pensamientos y escuchando las palabras del caballero, notó sorprendida que la lluvia les alcanzó con grandes gotas heladas que la hacían lanzar un gemido de asombro, de frialdad pues caían contra su piel calentita, provocando estremecimientos en el cuerpo y siseos divertidos mientras encogía el cuerpo en un acto inútil, gota tras gota la ropa se mojó por completo y no sólo ésta, si no que sus cabellos dejaban que algunas de esas lágrimas del cielo recorrieran la superficie de su cabeza y los rizos hasta caer al vacío.
El hombre en un acto de caballerosidad de esos que no la ayudaban a entenderlo, le tomó la cintura corriendo con ella en pos de un carruaje lejano. En su camino evitaban raíces de árboles, resbalaban con el lodo formado por el agua sin caer por el equilibrio tan perfecto del brujo que le hacía reír a Marianne quien dejó de luchar por no mojarse en el mismo instante que por segunda vez resbalaron, así que en un acto irreverente quizá, ella se detuvo negando para reír alzando el rostro hacia el cielo, que se llevara todo lo que la preocupó durante tanto tiempo.
- Me preocupé todo el día por ser justamente lo que los demás esperan, incluso lo hice con usted - se mofó sonriendo débilmente - Eso me evita ver la maravilla de lo que me rodea... ¿Acaso le tengo que temer a algunas gotitas de agua? ¿Es que el Conde se ha convertido en alguien tan grande que puede dominar mi vida, que se convierte en una tormenta que me apena o que me libera realmente? - rió al tiempo que sin pensárselo, darle la espalda acercándose a un árbol, bajo su resguardo, tomar un pañuelo que tenía de repuesto para desprenderse de todo el maquillaje el rostro hasta que no quedó señal alguna de éste... sacudió la cabeza lanzando gotas de agua liberando su cabeza de todas sus desventuras y tristezas, abriendo los ojos para ver cómo las gotas resbalaban de las hojas de los árboles hasta el piso - un maquillaje no me oculta de los demás, simplemente es una forma de alegrar una vida que en ocasiones se siente demasiado oscura y con él, se le da un poco de color - se recargó contra el árbol y cruzó los brazos contra su pecho parpadeando al tiempo que miraba sus pies en silencio - si algún Inquisidor me ve realizando un rito de ese tipo, si piensa que soy una bruja y me quema... sé que muchos sufrirán y es por ello mismo que me preocupo de cuidar mis espaldas, pero si me atreví a realizar ese rito ante usted es porque lo necesitaba y porque Éire lo conoce, si me mandó con usted a pesar de conocerme y saber de lo que soy capaz... - sacó el pañuelo de Delbaeth y lo observó en silencio, paseando sus manos sobre él, mirándole con cierta complicidad - estos símbolos son mucho más elocuentes que mi propio ritual, son... ¿Qué? El llamado al equilibrio, al... - se calló al escuchar un trueno y rió sonrojándose para ir a donde Delbaeth y tomarle de la cintura como él la había llevado inicialmente - de acuerdo, usted gana, vámonos ya, no quiero quedarme electrocutada... - le sonrió y fue a sostenerse bien de él - perdóneme por mi insensatez y por favor, siga conservando el equilibrio o no sólo estaremos mojados, si no también enlodados.
Se dejó conducir tomada de su cintura hacia donde el vehículo los esperaba aunque de vez en cuando lanzaba un gritito ante algún rayo y reía por su propia cobardía. Cuando por fin lograron subir, tuvo la decencia de sonrojarse y pedir perdón por dejar bien mojado el interior. A pesar de ello, descorrió un poco la cortina cuidando que el aire no entrara demasiado para mirar afuera, sabía que iban a... ¿La casa del hombre? No podía recordarlo correctamente, pero no era algo que la preocupara demasiado. Seguía con el pensamiento de que si Éire confiaba en él, ¿Por qué ella no? A pesar de que la besó en el teatro había algo dentro de su corazón que le decía una y otra vez que estaba en buenas manos. Además, el hechizo había funcionado y ahora mismo su cabeza funcionaba mejor que nunca por lo que le daría otra oportunidad, a finales de cuentas la cuidaba y no sólo eso, si no que le ayudó para no encararse con el vampiro.
Las ropas mojadas, los cabellos húmedos goteando agua, su propio rostro libre de todo maquillaje, sin joyas porque realmente no usaba muchas a diferencia de las mujeres de la nobleza que se ostentaban con demasiadas durante alguna reunión, la hacían intrigante. Su cabeza regresó con rapidez al ver a un ciervo y sonrió porque le recordaba a cuando se iba a cabalgar con José, de todas formas se estremeció de frío al sentir el aire y cubrió todo con movimientos pausados y metódicos, sin perder la femineidad en cada uno de ellos. Acomodó un mechón de cabello tras la oreja colocando las manos sobre su regazo, aspirando y cerrando los ojos, esperando a cuando le dijeran que habían llegado.
Una vez se detuvo el carruaje, ayudada por el caballero, bajó para mirar a su alrededor, entornandolos ojos para admirar la magnífica casa ante ella. Sonrió embelesada con ella, desde la forma en que las rocas estaban moldeadas para darle esa apariencia, la estructura y arquitectura que la hacían no sólo digna de mención en los libros, si no también formaban ¿Un intrincado símbolo? Sonrió al tiempo que asentía sin pronunciar palabra, pero sus ojos se fijaron justo en uno de los más arcanos trazos para atraer la fuerza que estaba oculto entre algunas piedras, decía mucho de su anfitrión, demasiado para su gusto...
La cabecita se ladeó pensativa mirando a su anfitrión con curiosidad. ¿Quién era? Había tantas cosas en él que resultaban tan interesantes y que no lograba desenredar. Era como una maraña de un estambre con la que Granchester jugara y dejara hecha nudos. Tendría que ir nudo a la vez. Tras la voz barítona, asintió ante sus palabras pues era cierto, el Conde no tardaría en ir a buscarla a casa y al menos por esa noche sería prudente evitarlo. Ya luego vería cómo evadirlo o bien, encararlo. Seguro lo segundo porque Marianne no era muy adepta a evitar los episodios amargos por mucho tiempo: mejor antes que después, porque la espera siempre es insoportable.
Entró a la casa, pidiendo disculpas por dejar un rastro de lodo y agua, aunque tomó la toalla agradeciendo al tiempo que se tapaba la espalda y de inmediato utilizó una de las orillas de la prenda para secarse la cara porque ya empezaba a hacer frío. En el agua no se sentía, pero una vez en un lugar seco y con el vientecito que se desató con la tormenta era lo más recomendable el quitarse el agua de encima y estar calentita. Una simpática señora se presentó ante ella, seguramente Margaret y la joven, tras despedirse adecuadamente de su anfitrión, la acompañó con una enorme sonrisa, jamás en su vida fue grosera con la servidumbre y no empezaría ahora. A pesar de ser una Duquesa, las enseñanzas de su padre quedaron muy grabadas en su mente: "Trata a los demás como quieres que te traten". Así que Marianne seguía al pie de la letra ese consejo.
La llevó a una recámara y ahí le indicó que tenía que secarse dándole unas toallas calentitas y húmedas que olían a jazmín para que después de quitarse el vestido se tallara el cuerpo para desprenderse de la suciedad que trajera, luego taparse con otras más calientitas y secas. Una vez ya tibia su piel y su cabello húmedo que no mojado, le hicieron entrega de un bonito vestido, pero que Marianne observó con gran asombro. ¿Cómo podían hacerle algo así a tan bonita tela? Se negó a ponérselo sin hacerle antes algunos retoques. Así que quitó algunos adornos, modificó otros y tras diez minutos después de que Delbaeth hubiera llegado, bajaba al salón con un atuendo más a la moda y que hablaba mucho de la persona que lo portaba. Se había negado a peinarse y sólo cepilló su cabello hasta dejarlo brillante poniéndose un prendedor del lado derecho para dejar libre el rostro.
Llegó al salón haciendo una reverencia a su anfitrión. Las manos unidas frente a ella la hacían parecer una pequeña, los orbes azules intentaron no ser grosera e impertinente, pues no era adecuado ni educado mirar a su alrededor como si tuviera el derecho de fijarse en los detalles de la habitación demasiado masculina; en los tonos verdes y opacos que mostraban una personalidad reservada y sobria. Lo más necesario sin demasiados adornos denotaban que era práctico. Prefirió hacer lo más adecuado y menos ofensivo: ir a la chimenea y ahí colocó las palmas de las manos para recibir el calorcito. Se quedó en silencio unos instantes antes de murmurar.
- Usted es como una extraña unión de símbolos que forman un todo. Voy desgajando parte por parte, pero aún me queda unirlo para saber cuál es la verdadera fuente de su ser, la que dice enunciados como "La inquisición te quemará por hacer brujería" o la que pronuncia "Valórate y te Valorarán"... - suspiró al sentir lo calentito de sus manos, antes de verlo con intensidad - ¿Quién es realmente usted? ¿El caballero agradable o el hombre que no puede sostener una conversación sin ofender a alguien - sus ojos chocaron con las tazas de chocolate y se mordió el labio inferior, sin embargo regresó su mirada al fuego aunque sus pies anhelaban llegar hasta su pasión, el chocolate, sabía que no estaba en su casa y era de mala educación comportarse de esa forma así que esperó con mucha paciencia, algo muy difícil porque el olor de su anhelo llegaba hasta su nariz... Delicioso y apetitoso...
Créeme solo no estás,
cada alma tiene su oscuridad
búscame y llegaré
yo seré el espejo de tu fe.
cada alma tiene su oscuridad
búscame y llegaré
yo seré el espejo de tu fe.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 07/08/2011
Edad : 30
Localización : París, Francia
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Dicen, que cuando dos almas gemelas se encuentran
lo hacen para complementarse…
Si se esto ocurre, todo el universo confabula para mantenerlas unidas
Si se reconocen es como un estallido,
un estallido de la mas pura energía..
Es allí cuando surge la verdadera magia…
¿Te arriesgas?
lo hacen para complementarse…
Si se esto ocurre, todo el universo confabula para mantenerlas unidas
Si se reconocen es como un estallido,
un estallido de la mas pura energía..
Es allí cuando surge la verdadera magia…
¿Te arriesgas?
El mago medito sobre las actitudes de la joven desde que la dejó al cuidado de Margaret, una mujer de mediana edad y de su absoluta confianza hasta que finalmente se instalo en una butaca a metros de la chimenea. ¡Quien era Marianne Louvier? ¿De dónde saco aquel rudimentario pero acertado conocimiento sobre runas? ¿Por qué Eiré la envió a ella en vez de ir en su lugar? preguntas que solo eran un esbozo de la gran cantidad de marañas que se formaban no solo en la mente del irlandés, sino también en sus emociones.
El común de las damas de sociedad, que han pasado toda su vida manteniendo el protocolo y la buena conducta no cometen el error de desaliñarse ante un desconocido, sin importar quien sea que los presentase, menos aun que una de ellas realizase un ritual de paganismo por el cual fácilmente podría ser llevada a la hoguera, pero contrario a todos los estereotipos de que Delbaeth se formo, ella realizo aquello y más jugo bajo la lluvia, dejándolo totalmente contrariado. ¿Que pretende aquella joven? ¿Qué posee ella que le hace caer en la impulsividad?No estaba en la naturaleza del mago confiar, menos aun invitar a una desconocida a su morada, pero helo allí, atendiéndola y para su propia sorpresa atendiéndola.
Pudo haberla enviado a su residencia, lejos de él, pero se decidió a llevarla con él, agasajarla con un casa cálida y un magnifico chocolate caliente, uno que el mismo arreglo con sus habilidades a que les esperase en el salón. Así como las toallas limpias y ropa seca, que, aunque no serian a la moda o la altura de sus costosos vestidos, sería un simple vestido del gusto de su sirvienta. Delbaeth era un hombre que en apariencia mantenía a todo el mundo a distancia, pero con aquellos que estaba en su círculo de confianza, les entregaba todo, así era con sus dos únicos sirvientes, los que no solo tenían un techo, sino también buena comida y vestuario… pero aun así, los gustos en ropa de Margaret no estaba si quiera cerca de los de Mademoiselle Louvier.
Bajo la perspectiva de sus cavilaciones y la idea de ver a la joven de sociedad con ropas de una mujer de mejor clase, rondaban incansablemente al hombre que daba pausadas caladas a un pipa, un modo de relajarse ante tan peculiar situación. La joven apareció ante él, con sus rubios y húmedos cabellos moldeando su pálido rostro, sus mejillas sonrojadas por el frio y ahora la calidez del hogar, resaltaban los ojos femeninos., enfundada en un vestido de brocato y terciopelo, en tono violáceos. Desde su ubicación, sentado placenteramente con aire relajado, la contemplo desde su delicada reverencia hasta el caminar de ella la chimenea, una gracia poco habitual en alguien de su edad.
Luego de dejarla hablar, de meditar el modo en que ella se expresaba, el brujo hablo con voz grave y serena, llenando la habitación con sus palabras - Me sorprende pocas cosas de este mundo, pocas personas pueden decir que conocen este lugar. Usted, Mademoiselle Louvier, puede sentirse honrada de estar aquí, aunque si me permite ser sincero ni yo mismo se porque la traje- se sincero dejando a un lado el tabaco, para luego incorporarse y recorrer la ya conocida habitación.
- Admito que usted me ha sorprendido, y no consigo comprender que llevo a Eiré a enviarla a usted en su lugar o como es que ustedes pueden ser amigas.- Le miró evadiendo sus preguntas iniciales para enfocarse en sus propias dudas, un fracción de segundos en que sus miradas se encontraron y fue como si finalmente la magia con que el protegió aquella casa se encontrase completa, del mismo modo en que el alma de él se sentía curiosamente plena y cómoda. Ese cruce de miradas, que apenas duro unos segundos ilumino por completo la habitación, con aun mayor intensidad que los relámpagos, si tal cual fue como si dos fuerzas opuestas se encontrasen en el lugar y momento preciso. Uno de los ventanales se abrió de par en par, y apago todas las velas, quedando solo bajo el halo de la chimenea, pero aun así ese instante de reconocimiento se prolongo unos segundos más, antes que Delbaeth con un movimiento de su mano izquierda cerrase el ventanal y con un suave soplido encendiese dos velas.
Horas atrás, más bien minutos se hubiese reprochado por usar magia ante su invitada, pero algo en su interior le calmaba, otorgaba confianza y de un modo curioso lo llevaba a develarse ante ella, aunque sean solo atisbos de la realidad -¿ Eso responde a su pregunta? O es solo una pieza al rompecabezas al que me ha reducido- inquirió deteniendo e contacto visual para cercarse finalmente a la mesa de centro, donde humeaba aquel manjar que tría hipnotizada a la duquesa - Tomé, como que siga derritiéndose por un trago tendré que reanimarla con algún sortilegio- intento bromear, tendiéndole una taza de aquel elixir rozando en aquel gesto accidentalmente sus dedos… fatal distracción, pues ahora la bolsa de cuero donde reposaban sus runas caía desde la repisa para dejar una runa de frente y las otras boca abajo, se trataba de aquella que representa el equilibrio.
Se alejo, dándole la espalda, la excusa recoger aquel desastre, la realidad estaba desorientado ante ese nuevo nivel que mostraba su magia, como si hubiesen aumentado sus capacidad en el momento en que ella puso un pie en su camino.
- Si Eiré la puso en mi camino, tendrá sus motivos, pero lo que ella piense no es del todo compartid por mí. - expreso sin voltear a verle, no aun - Pero usted tiene algo a su favor, que ninguna mujer tiene- su voz ahora parca y profunda, sumado a la escaza luz formada una escena mística que ni el mejor de los brujos hubiese conseguido con intención - Movió aquel hilo llamado protección, que me lleva conservar su bienestar antes que el propio.- volteo a verle -Créame, ha superado mi capacidad de comprensión.-
Dichas estas palabras camino de regreso hasta la butaca donde entes reposaba, aspiro un poco de tabaco y bebió un sorbo de chocolate. Quizás tuviese algo que aprender de aquella jovencita, quizás ella no fuese tan solo la hija consentida de un hombre rico, pero si tenía algo claro ella no era bruja ni tampoco una humana común.
- Podría decirle muchas cosas sobre mí, desde el lugar donde nací hasta cada recóndito lugar del mundo en que he estado. Pero con ello no encontrara sus respuestas, no sabrá quién soy, no tendrá más que nuevas piezas sin sentido y dudas aun más complejas. - parecía estar dando una catedra sobre si, el prologo a un libro cifrado que solo quien tenga la habilidad necesaria lo entenderá - Mademoiselle Louvier, soy todo aquello que usted ve, todo aquello que usted percibe… Pero aun todo un más grande, que no descubrirá con aquellos cautivantes ojos que usted posee- aquellas ultimas cinco palabras no fueron planeadas sino que salieron del alma misma de Formorians.
- Aunque me tomaré la licencia de decir una cosa, usted no es la única que tiene su mente nublada con preguntas que revolotean como pajaritos- sonrió de medio lado, con galantería antes de paladear un nuevo sorbo de chocolate - Confieso que besarla fue emprender un camino muy empinado hacia la comprensión- expreso recordando cuanto le encanto besarla, las ansias de recorrer esos labios, aunque se desatase otra nueva tormenta aun mayor por el descontrol que estaba pasando su magia, la que se incrementaba cada segunda con la duquesa.
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/12/2011
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
¿Qué es el destino si no un hilo rojo que une los meñiques de dos personas?
¿Qué es si no un camino lleno de recodos para explorar sin salirte de él?
¿Qué es si no una serie de lecciones elegidas antes de nacer?
¿Qué es si no lo único que me une a tí, aunque seamos diferentes?
¿Qué es si no un camino lleno de recodos para explorar sin salirte de él?
¿Qué es si no una serie de lecciones elegidas antes de nacer?
¿Qué es si no lo único que me une a tí, aunque seamos diferentes?
El fuego entibió las manos femeninas en tanto ella se mantuvo de pie frente al calor que desprendía la tirantez de sus miembros y cuyas llamas generaban juegos de luz y sombra en su rostro. No tenía razón de ser, quizá fuera un hechizo sin nombre o una sensación incomprensible; de lo único que estaba segura es que tenía una inexplicable placidez que inició en el momento mismo que entró a la habitación y todo era por él. Por el hombre que aún no vislumbraba con exactitud y quizá jamás lo hiciera. Se exigía demasiado quizá, puesto que una persona no se conocía con sólo unas horas de que entrara en su vida.
Era una melodía desencadenada sin una razón aparente, mas sin embargo ahí, en esa habitación tan pobre en decoraciones y un toque femenino que le permitiera un poco de comodidad, de una visión más hogareña donde sus huéspedes (dudaba que tuviera muchos) pudieran disfrutar de su compañía, podía sentir la seguridad de estar en un lugar que para ella, era un refugio. El olor al tabaco se coló por su nariz, llegando hasta las neuronas de la memoria en las que se asentó, accionando el mecanismo por el cual Marianne rememoró las tardes y noches en que su familia se sentaba alrededor del fuego en tanto disfrutaban de café (su padre), té (su madre) y chocolate (Marianne) charlando y rememorando anécdotas que les hacían reír.
Esa escena se le antojó distante, pero no ajena a la que hoy disfrutaba (sí, tenía que reconocerlo) con el señor de la casa. Algo en él la hacía sentir como en su hogar y aunque sus palabras no fueran las adecuadas para una persona tan varonil, gallarda y con tal seguridad en sí mismo y en cambio, denotaran un alma más independiente, agresiva, protectora de su intimidad y razonamientos; eso no evitaba que Marianne se sintiera a gusto con el caballero. Todo lo contrario, pues mientras él se preguntaba por qué la había llevado consigo y caminaba por la habitación; la joven se hacía una interrogante parecida puesto que jamás accedió estar en casa de un caballero a tales horas de la noche y se sentía tan a gusto como en su propio hogar.
Cierto era que tuvo pláticas con Domingo De la Vega, con quien compartía el Ducado; que se desveló con su tutor, que intercambió impresiones con muchos otros vampiros, pero él no era uno. Curioso, pero cierto puesto que no entendía entonces qué hacía con él, por qué permitió que la llevara hasta su casa y peor aún, por qué seguía en ella cuando era tan sencillo pedir su carruaje y a pesar de que el Conde la esperara, dirigirse a cualquier otro recinto para descansar que no fuera el hogar de este hombre que en momentos era agradable y al siguiente segundo se convertía en el ser más odioso e irreverente de todos.
Sus siguientes palabras tensaron su mandíbula sobre el hecho de que pusiera en duda su amistad de Érie, aunque al poco tiempo soltaba una risita baja al corroborar sus pensamientos dirigiéndole una mirada divertida al varón que dominaba con su presencia, con su masculina personalidad todo el lugar haciéndola sentir más pequeña de lo que ya era, más indefensa y frágil aunque una parte de su alma pareció salir a la superficie en el instante en que sus ojos se encontraron. Esos verdes pozos tan profundos como enigmáticos se le hicieron tan conocidos que su corazón dio un brinco al mismo tiempo que la tensión se condensaba y creaba olas que buscaban una salida o más bien, necesitara de algo fuera de la habitación que entrara y consolidara los sentimientos que se manifestaban.
Por fin, como si de un hechizo se tratara, un ventanal cedió a la presión de dos almas que ansiaban encontrarse, envolviéndolos a ambos en un revuelo de aire que alborotó los cabellos masculinos llevando hasta la fémina el olor y la esencia de aquél por quien había esperado tanto tiempo. Una tonada muy conocida por su alma la tocó haciendo que la nariz aspirara profundo el aire que permitió a su esencia vibrar. Él era el poseedor del hilo rojo del destino al cual estaba atada y por fin lo encontraba. Sus labios perfilaron una sonrisa en el instante en que él cerró el ventanal y prendió las velas. Su cabeza asintió tres veces al tiempo que sus ojos brillaron de entendimiento.
Así que era un brujo, las piezas del rompecabezas empezaban a encajar una tras otra, creando un lienzo que ella... sí, que ella quería dibujar. Sus pasos la acercaron a él y sus manos se alargaron para tomar la taza rozándose los dedos, creando un rubor en las mejillas femeninas porque sentía esa caricia como el despertar de una nueva vida, no podía negar su afán de tenerlo consigo. Un pensamiento extraño en la mente de la joven, pero tan entendible para su alma... ansiaba besarlo, estar entre sus brazos y aspirar su aroma, escuchar su voz contra su oído entre un jardín de... Por fortuna, él no veía nada de lo que pasaba por el rostro de la joven en su afán de recoger las runas.
La Duquesa caminó hacia uno de los extremos del sillón y tomó asiento, cuidando las formas para dar un breve trago de la bebida, cerrando los ojos con deleite pues casi era perfecto ese instante meditó mirando el fuego, atraída a él como una polilla a la luz. Su cuerpo relajado, su mente tranquila, su alma sintiéndose protegida desde el momento en que pisó el palco y le encontró dentro, aunque no fuera capaz de razonarlo hasta este momento. Otro trago a la bebida sintiendo cómo el calor recorría su cuerpo hasta depositarse en el corazón. ¿Tanto poder tenía el mago? Sabía que sí, pero que no era la razón de su sentimiento.
Sus palabras la hicieron mirarle con curiosidad, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al saber que él tenía el anhelo de protegerla. Su alma se regocijó en los vocablos porque significaba que él no la olvidó, que él aún sentía el anhelo de abrazarla como ella a él, de estar a su lado y que nada le faltara. De darse mutuamente un hogar. Sonrió un poco antes de beber un poco más de chocolate con la mirada fija en el fuego, su medio de escape a los intensos ojos que parecía querer devorarla y consumirla.
- Sólo hay una forma de resolver mis dudas y quizá las suyas - sus ojos se fijaron en los suyos - cierto es que mis ojos físicos pudieran no ver lo que en realidad es usted, todo lo que engloba, la enormidad de quién realmente es, pero sé de algo que podría ayudarme. Aunque para ello necesitaría carbón y papel. Recuerdo que Éire comentó que usted era un escultor, por lo que me atrevo a pedirle de favor que me obsequie estos elementos que de seguro no faltarán en su hogar. Así ambos tendremos una mejor visión de nuestro interlocutor ¿Le parece?
Bebió un poco más del chocolate al tiempo que lo veía con intensidad entornando los ojos, ladeando la cabeza puesto que le intrigaba. Era un hombre muy guapo y se reconocía atraída por él; aunque muchos eran los contras, los pros iban ganando la batalla. Su bebida casi estaba terminada cuando se le entregó lo que había pedido, durante ese tiempo se mantuvo en silencio observando el chocolate, de vez en cuando a su anfitrión, al fuego o al ventanal que se llenaba de gotas de lluvia. No quiso seguir una plática hasta que no pudiera ver con sus verdaderos ojos quién era él, si era de fiar o no. Su alma gritaba que sí, pero su mente aún estaba confundida y desconfiaba de la persona ante ella.
- Con permiso, pero me gusta estar cómoda cuando dibujo - se sonrojó pero ocultó sus piernas con una frazada para sentarse a lo largo del sillón habiéndose desprendido de sus zapatos y puesto previo a su posición, algunos cojines a la espalda; flexionó un poco las rodillas para sostener el cuaderno y levantó la cabeza para observar al hombre con interés durante un corto intervalo de tiempo. Al bajar la mirada sus manos se movieron con rapidez sobre el papel creando los primeros trazos en un silencio sólo interrumpido por las gotas de agua que golpean el cristal - creo que usted también es de Irlanda, he escuchado su música y me fascina, tiene unas connotaciones vivaces y en algunas ocasiones muy nostálgicas que forman un círculo muy curioso puesto que su pueblo es capaz de las más grandes fiestas y al mismo tiempo toman muy en serio sus tradiciones... ¿Cómo era su familia? Tengo entendido que ya no los tiene a su lado - alzó la mirada un instante al tiempo que el fuego pareció iluminar sus orbes creando un extraño brillo violáceo en ellos, pero quizá fuera sólo su imaginación porque al ella parpadear, ya ese resplandor no estaba.
Era una melodía desencadenada sin una razón aparente, mas sin embargo ahí, en esa habitación tan pobre en decoraciones y un toque femenino que le permitiera un poco de comodidad, de una visión más hogareña donde sus huéspedes (dudaba que tuviera muchos) pudieran disfrutar de su compañía, podía sentir la seguridad de estar en un lugar que para ella, era un refugio. El olor al tabaco se coló por su nariz, llegando hasta las neuronas de la memoria en las que se asentó, accionando el mecanismo por el cual Marianne rememoró las tardes y noches en que su familia se sentaba alrededor del fuego en tanto disfrutaban de café (su padre), té (su madre) y chocolate (Marianne) charlando y rememorando anécdotas que les hacían reír.
Esa escena se le antojó distante, pero no ajena a la que hoy disfrutaba (sí, tenía que reconocerlo) con el señor de la casa. Algo en él la hacía sentir como en su hogar y aunque sus palabras no fueran las adecuadas para una persona tan varonil, gallarda y con tal seguridad en sí mismo y en cambio, denotaran un alma más independiente, agresiva, protectora de su intimidad y razonamientos; eso no evitaba que Marianne se sintiera a gusto con el caballero. Todo lo contrario, pues mientras él se preguntaba por qué la había llevado consigo y caminaba por la habitación; la joven se hacía una interrogante parecida puesto que jamás accedió estar en casa de un caballero a tales horas de la noche y se sentía tan a gusto como en su propio hogar.
Cierto era que tuvo pláticas con Domingo De la Vega, con quien compartía el Ducado; que se desveló con su tutor, que intercambió impresiones con muchos otros vampiros, pero él no era uno. Curioso, pero cierto puesto que no entendía entonces qué hacía con él, por qué permitió que la llevara hasta su casa y peor aún, por qué seguía en ella cuando era tan sencillo pedir su carruaje y a pesar de que el Conde la esperara, dirigirse a cualquier otro recinto para descansar que no fuera el hogar de este hombre que en momentos era agradable y al siguiente segundo se convertía en el ser más odioso e irreverente de todos.
Sus siguientes palabras tensaron su mandíbula sobre el hecho de que pusiera en duda su amistad de Érie, aunque al poco tiempo soltaba una risita baja al corroborar sus pensamientos dirigiéndole una mirada divertida al varón que dominaba con su presencia, con su masculina personalidad todo el lugar haciéndola sentir más pequeña de lo que ya era, más indefensa y frágil aunque una parte de su alma pareció salir a la superficie en el instante en que sus ojos se encontraron. Esos verdes pozos tan profundos como enigmáticos se le hicieron tan conocidos que su corazón dio un brinco al mismo tiempo que la tensión se condensaba y creaba olas que buscaban una salida o más bien, necesitara de algo fuera de la habitación que entrara y consolidara los sentimientos que se manifestaban.
Por fin, como si de un hechizo se tratara, un ventanal cedió a la presión de dos almas que ansiaban encontrarse, envolviéndolos a ambos en un revuelo de aire que alborotó los cabellos masculinos llevando hasta la fémina el olor y la esencia de aquél por quien había esperado tanto tiempo. Una tonada muy conocida por su alma la tocó haciendo que la nariz aspirara profundo el aire que permitió a su esencia vibrar. Él era el poseedor del hilo rojo del destino al cual estaba atada y por fin lo encontraba. Sus labios perfilaron una sonrisa en el instante en que él cerró el ventanal y prendió las velas. Su cabeza asintió tres veces al tiempo que sus ojos brillaron de entendimiento.
Así que era un brujo, las piezas del rompecabezas empezaban a encajar una tras otra, creando un lienzo que ella... sí, que ella quería dibujar. Sus pasos la acercaron a él y sus manos se alargaron para tomar la taza rozándose los dedos, creando un rubor en las mejillas femeninas porque sentía esa caricia como el despertar de una nueva vida, no podía negar su afán de tenerlo consigo. Un pensamiento extraño en la mente de la joven, pero tan entendible para su alma... ansiaba besarlo, estar entre sus brazos y aspirar su aroma, escuchar su voz contra su oído entre un jardín de... Por fortuna, él no veía nada de lo que pasaba por el rostro de la joven en su afán de recoger las runas.
La Duquesa caminó hacia uno de los extremos del sillón y tomó asiento, cuidando las formas para dar un breve trago de la bebida, cerrando los ojos con deleite pues casi era perfecto ese instante meditó mirando el fuego, atraída a él como una polilla a la luz. Su cuerpo relajado, su mente tranquila, su alma sintiéndose protegida desde el momento en que pisó el palco y le encontró dentro, aunque no fuera capaz de razonarlo hasta este momento. Otro trago a la bebida sintiendo cómo el calor recorría su cuerpo hasta depositarse en el corazón. ¿Tanto poder tenía el mago? Sabía que sí, pero que no era la razón de su sentimiento.
Sus palabras la hicieron mirarle con curiosidad, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al saber que él tenía el anhelo de protegerla. Su alma se regocijó en los vocablos porque significaba que él no la olvidó, que él aún sentía el anhelo de abrazarla como ella a él, de estar a su lado y que nada le faltara. De darse mutuamente un hogar. Sonrió un poco antes de beber un poco más de chocolate con la mirada fija en el fuego, su medio de escape a los intensos ojos que parecía querer devorarla y consumirla.
- Sólo hay una forma de resolver mis dudas y quizá las suyas - sus ojos se fijaron en los suyos - cierto es que mis ojos físicos pudieran no ver lo que en realidad es usted, todo lo que engloba, la enormidad de quién realmente es, pero sé de algo que podría ayudarme. Aunque para ello necesitaría carbón y papel. Recuerdo que Éire comentó que usted era un escultor, por lo que me atrevo a pedirle de favor que me obsequie estos elementos que de seguro no faltarán en su hogar. Así ambos tendremos una mejor visión de nuestro interlocutor ¿Le parece?
Bebió un poco más del chocolate al tiempo que lo veía con intensidad entornando los ojos, ladeando la cabeza puesto que le intrigaba. Era un hombre muy guapo y se reconocía atraída por él; aunque muchos eran los contras, los pros iban ganando la batalla. Su bebida casi estaba terminada cuando se le entregó lo que había pedido, durante ese tiempo se mantuvo en silencio observando el chocolate, de vez en cuando a su anfitrión, al fuego o al ventanal que se llenaba de gotas de lluvia. No quiso seguir una plática hasta que no pudiera ver con sus verdaderos ojos quién era él, si era de fiar o no. Su alma gritaba que sí, pero su mente aún estaba confundida y desconfiaba de la persona ante ella.
- Con permiso, pero me gusta estar cómoda cuando dibujo - se sonrojó pero ocultó sus piernas con una frazada para sentarse a lo largo del sillón habiéndose desprendido de sus zapatos y puesto previo a su posición, algunos cojines a la espalda; flexionó un poco las rodillas para sostener el cuaderno y levantó la cabeza para observar al hombre con interés durante un corto intervalo de tiempo. Al bajar la mirada sus manos se movieron con rapidez sobre el papel creando los primeros trazos en un silencio sólo interrumpido por las gotas de agua que golpean el cristal - creo que usted también es de Irlanda, he escuchado su música y me fascina, tiene unas connotaciones vivaces y en algunas ocasiones muy nostálgicas que forman un círculo muy curioso puesto que su pueblo es capaz de las más grandes fiestas y al mismo tiempo toman muy en serio sus tradiciones... ¿Cómo era su familia? Tengo entendido que ya no los tiene a su lado - alzó la mirada un instante al tiempo que el fuego pareció iluminar sus orbes creando un extraño brillo violáceo en ellos, pero quizá fuera sólo su imaginación porque al ella parpadear, ya ese resplandor no estaba.
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Rio,
No tomo rutas correctas,
Un lado de la calle está sangrando,
El otro esconde planetas,
Confundo la distancia con la calma,
Todos duermen en la meta,
Estírame tus manos para verte,
Que la paciencia se quiebra...
Las manos en el aire, que será...
Por una eternidad,
Como estoy comiendo fuego será,
Por una eternidad,
Solo con reconocernos.
No tomo rutas correctas,
Un lado de la calle está sangrando,
El otro esconde planetas,
Confundo la distancia con la calma,
Todos duermen en la meta,
Estírame tus manos para verte,
Que la paciencia se quiebra...
Las manos en el aire, que será...
Por una eternidad,
Como estoy comiendo fuego será,
Por una eternidad,
Solo con reconocernos.
El mago se desconoce a sí mismo a cada Segundo, desde siempre fue muy habil al controlar sus poderes, impidiendo que sus arrebatos afectasen su magia, pero ahora mismo, ante esta mujer tan normal se encontraba ante un incremento de su propio poder, uno que no logra manejar. Revelándose ante ella como el mago que es, un brujo de linaje, una antigua familia que desde sus más remotos orígenes ha practicado las artes ocultas de la magia. Ahora mismo no solo su poder se mostraba pulcro ante la duquesa, sino que los mismos sentimientos del ermitaño irlandés se revelaban con gestos atentos y delicados hacia ella. Desde llevarla a su residencia y ofrecerle protección, hasta averiguar cuál era su bebida favorita, solo para que ella se sintiese como en su casa… Si ese hogar que en lo más profundo de su ser Formorians, deseaba ofrecerle, un sitio seguro y acogedor, donde ella se sintiese con la libertad, esa libertad que el mismo profesa para vivir, omitiendo las reglas sociales.
Aunque Delbaeth podía sentir la tensión en su cuerpo, sabía que su alma estaba en el polo opuesto, placida y complacida por la presencia femenina, como si llevase demasiado tiempo esperándola. El hombre no de aparto sus ojos verdes de los de ella, desde que le entrego el tazón con chocolate, hasta que ella se perdió en contemplar el fuego. Delicada, elegante, femenina y sencilla, saboreando el liquido marrón que humea un delicioso aroma, tentador y excitante a los sentidos. Los ojos azules de ella, iluminados por las llamas, su rostro blanquecino, levemente sonrojados, sus labios curvados en una sonrisa enigmática que solo consiguió que el dueño de casa desease nuevamente besarla. Movió la cabeza negándose a si mismo aquel placer, no aun, no hasta descubrir el enigma de la mujer que tiene ante sí, no hasta estar seguro que ella no huira o peor aun le volteara la bebida caliente sobre si. Rio para sus adentros, esbozando una sonrisa divertida, al recordar aquello, el modo en que una estupenda camisa se vio teñida por un vino aun más lujoso.
Pronto como si ella respondiese al llamado silencioso del mago, volteo a verle, las miradas nuevamente se cruzaron, pero esta vez nada extraño paso, excepto que el mago se sintió radiante de felicidad solo por concretar otro momento de aquella mística conexión. Conexión que genero una descarga eléctrica a las habilidades del mago, un nuevo rayo surco el cielo, iluminando la habitación antes que ella comenzase a hablar. Palabras sencillas cargadas de una sabiduría que a simple vista no se puede imaginar en una mujer como ella, en apariencia tan estirada, una aristócrata como cualquiera, que vive de las superficialidades del aparentar y no en la profundidad del saber. Atiende a su solicitud, sin decir palabra se incorpora y sale del cuarto para dirigirse a mi estudio, allí donde deja que su pasión por el arte fluya y que los lienzos tomen formas antes de ser plasmadas en esculturas. Aquellas Éiree exhibe en Paris y que son muy recibidas en otros lugares del mundo.
Ingreso a su estudio, todo pulcramente ordenado, se acerca al buro para sacar del cajón un cuadernillo de dibujo y algunas barras de carbón, ambos sin usar. El escultor cierra la gaveta, dispuesto a salir, cuando un antiguo cuadernillo cae desde la repisa ms alta, empolvado´por el paso del tiempo. No se da el tiempo de verlo, lo lleva junto al otro, para examinarlo con calma, mientras su invitada se toma el tiempo que necesite para encontrar aquellas respuestas. Sin hacer ruido entro en la sala, camino hasta ella y dejo sobre su regazo su encargo - Espero sea de utilidad- indico, sacándola de su ensoñamiento ese que la estaba perdiendo en el fondo del tazón vacio - Marianne- la llamo por su nombre por vez primera en aquella noche - Por más que mire el fondo, no emanara más chocolate por arte de magia- señalo ates de tomar el jarro, rozando sus dedos y alejarse en dirección a la cocina, no sin antes dejar en la mesa de centro aquel cuadernillo empolvado que a su regreso revisaría.
A los minutos regreso con una bandeja de plata, en ella dos platillos con bollos dulces y salados, además de una tetera de porcelana rebosante de chocolate caliente, el que el mismo le ofreció a la duquesa, atendiéndola con sumo cuidado, como pocas veces atendía a un huésped - Verá, no todo se consigue con magia- añade antes de tomar asiento en su butaca. Toma el cuadernillo, desempolvándolo con curiosidad, pues no recuerda aquellos dibujos. Se ensimisma en revisar sus antiguos trabajos, bosquejos de antaño de mucho antes que abaldonase Irlanda, cuando dibujar era solo una diversión y no una manera de ganarse la vida, lejos de los negocios de la granja.
Trazos simples donde el joven Formorians intento retratar el conocimiento aquel que se le entregaba, mitos antiguos de Irlanda y otras culturas, la creación del mundo de acuerdo a Ysggard era el tema principal de sus primeros dibujos, pero en la medida que pasaba las páginas de sus bosquejos se encontró con nuevos trazos, cada vez más detallados, en su mayoría inconclusos. Perfiles femeninos a medio terminar, en su tiempo inspirados en jóvenes irlandesas, pero que pronto cambio por el rostro de alguien que jamás antes conoció, en un comienzo todos inconclusos, carentes de facciones definida, de expresiones e incluso de sentimientos, pero con el tiempo fueron adquiriendo forma, hasta que dejo aquellos dibujos carentes de sentido. El mago recordó porque razone se cuadernillo estaba olvidado en su estudio, pues en su momento él mismo se vio obsesionado con ese rostro, quedando aquello en el olvido.
Observo en silencio el dibujo final, aquel dejo inconcluso y descubrió la curiosa manera en que el destino jugó con él y con ella, desde hace diecisiete años que comenzó a dibujar aquel rostro, la misma edad de la duquesa, y fue dos años después que abandono la labor de retratar a la mujer que se vislumbraba en su mente. Rio amargamente, ella al parecer acertó al pedir aquellos utensilios de dibujo como medio para encontrar las respuestas olvidadas. Mientras ella hablaba de Irlanda, de su afición por sus tradiciones e incluso se atrevió a preguntar por su familia, él artista paso el carboncillo en aquellos detalles imperfectos, un par de retoques antes de responder a sus preguntas.
- Sin ánimos de ser pretencioso, puedo decir que soy como Irlanda- responde con seriedad antes de dejar sobre la mesa el carboncillo, con el cuadernillo abierto lo extiende ante ella, para que vea el bosquejo, toma su taza de chocolate caliente y bebe un largo sorbo, a espera que ella baje la vista al antiguo dibujo - Fiel a mi s tradiciones, estricto y con un gran misticismo a mis espaldas. Pero aunque le cueste creerlo, si se divertirme- añade acomodándose en su butaca mientras ella saca la vista de su propio cuadernillo y enfoca en aquel que él dejo a su vista.
- Spoiler:
- Breve cronología
- 1771: Nace Delbaeth Elathan Bres Formorians, Conocido en irlanda como Elathan Bress. En 1788, con 17 años y tras la muerte de sus padres cambia su nombre a Delbaeth E. Formorians
1783: Nace Marianne. Delbaeth,a sus 12, comienza a dibujar a una mujer desconocida.
- 1785: Cuando el Mago apenas cumple 14 años es llevado a Agharta, donde asume como Vitrol. Deja aun lado sus obsesivos dibujos para concentrarse en su nuevo cargo.
- 1788: Mueren los padres de Delbaeth a mano de la inquisición y deja Irlanda.
Última edición por Delbaeth E. Formorians el Mar Mayo 01, 2012 6:51 am, editado 1 vez
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
¿Crees en el destino?
Dicen que es un camino ante tí del que no escapas.
Que es tu historia detallada de forma pormenorizada.
Muchos se burlan de ésto, pero yo ya no.
No después de que me unió contigo.
Dicen que es un camino ante tí del que no escapas.
Que es tu historia detallada de forma pormenorizada.
Muchos se burlan de ésto, pero yo ya no.
No después de que me unió contigo.
Lejos de la sociedad, Delbaeth se comportaba de una forma tan... ¿Adorable? Era atento, sonreía, incluso hasta hacía pequeñas bromas como la de su chocolate e iba él mismo a buscar una bandeja con bollitos y más bebida caliente. La consentía, la atendía... ¿Qué le pasaba entonces cuando salía a la realidad? ¿Era acaso que la protección de su casa lo transformaba en alguien muy diferente? ¿Era que se sentía en confianza? Su alma se regocijaba en lo último porque significaba que ella le hacía sentir bien.
Su taza llena, él sentándose de nuevo y sus ojos mirándole para continuar con el dibujo que de vez en vez se detenía para tomar la taza y beber un tanto más... observaba atenta los rasgos antes de devolver el chocolate a su lugar y continuar. Así estuvo un rato mientras él observaba atento los dibujos. Ella le miraba a él, de vez en cuando un rayo iluminaba el lugar y se llevaba consigo el brillo violáceo que en sus ojos aparecía cuando éstos se deslizaban más allá de la simple apariencia física, llegando hasta una parte más profunda. Sólo un sobrenatural podría captar ese brillo. Un ser humano común y corriente jamás lo notaría de tan difuso, discreto que era.
Su mano seguía atenta cuando lo vio de reojo levantarse y dejar algo en la mesa. Supuso que sería su taza de chocolate, pero alzó una ceja cuando le dejó un cuaderno cuyo polvo cayó un poco sobre el trazo que ella hacía. Con paciencia, desprendió la tierra para alzar la mirada hacia Delbaeth que esperaba su reacción bebiendo el líquido. Hizo una muequita y al fijar los ojos en el boceto, tragó saliva con dificultad. Qué bueno era en el dibujo, pero ¿Cómo lo había hecho tan rápido? Iba a decirle eso cuando sus ojos se detuvieron en la fecha. La miró una vez, parpadeó varias veces, alzó la mirada hacia Delbaeth que estaba en silencio, bebiendo su chocolate y regresó al dibujo.
- ¿1785? - estaba incrédula y parpadeó mirando hacia su derecha... hacia donde el ventanal - 1785... yo sólo tenía dos años, no podía saber que mi figura sería así - dijo dejando todo a un lado para caminar hacia donde la lluvia azotaba violenta los cristales - entiendo ahora muchas cosas - acarició la superficie meditando... el que no concretara con Nigel, el que su ex prometido fuera un patán... y luego Sebastián su medio hermano. Rió al recordar a Strykerius y a Urian... ninguno hubo esa perfecta unión que su enamorado corazón esperaba. Se mordió el labio inferior llevando la mano hacia el cristal. Él jamás sabría que ahí se reflejaba su silueta y ella la acariciaba con lentitud. Un brillo violáceo se reflejó al tiempo que un rayo cayó en la tierra.
¿Quién era Delbaeth Formorians? ¿Para qué estaba en su camino? ¿Sería su verdadero y único amor? El brillo de la tormenta iluminó una figura a lo lejos. Ella tragjó saliva y colocó de inmediato la mano en el cristal. Sentía el impulso de salir de inmediato, pero se contuvo cuando de pronto, no la vió más. No puede ser que la hubiera visto, es decir, estaba muerta. ¿O no? Llevó de inmediato la mano al bolsillo y sacó la cruz para mirarla. ¿Cómo entonces se la entregó un día después de que la quemaran?
- Mi nana - dijo bajito en tanto sigue con la mirada buscándola - vi a mi nana afuera - pero no podía ser... ¿O sí? En un impulso, abrió con impaciencia la puerta y salió corriendo sin importarle la lluvia, estaba loca de seguro. Sin dudarlo siguió avanzando, tenía que ver con sus propios ojos el lugar donde ella estaba, donde la había visto y tragó saliva. Sus orbes observaron a su alrededor con impaciencia, con un sentimiento de nostalgia y tristeza por volverla a perder. ¿Acaso fue su imaginación? Pero un brillo le llamó la atención. Se agachó y sus dedos se enredaron en una cadena que la hizo tragar saliva. La reconocía, era el relicario que un día ella le obsequiara a su nana. Le temblaron los dedos mirando a su alrededor ansiosa. Con lágrimas resbalándole por las mejillas - NANAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA - le temblaron los labios mientras le gritaba una y otra vez sin que apareciera por ningún lado... ¿Lo habría soñado? Pero la cadena... ¿Lo habría imaginado?
Caminó hacia el norte sin importarle si la lluvia la mojaba, aferrada a esa joya entre las manos corrió unos cuantos metros para detenerse sin verla, chasqueó la lengua y se dirigió al este... ¿Dónde se habría metido? No logró nada, más que empaparse... Corrió hacia el este sin recordar con quién estaba, obsesionada con la idea de que su nana estaba viva. ¡Viva! La vió, sus ojos no la engañaron ¿Por qué tuvo que reaccionar tan tarde? Sus pies recorrieron una distancia hasta que lo sintió. Un estremecimiento por todo el cuerpo al tiempo que su alrededor cambiaba de golpe hasta transformarse en un lugar como el que ella habitó cuando joven en la Nueva Galicia. El jardín de su casa y supo dónde estaba su nana.
Sus pies aceleraron el paso hasta que llegó a un enorme árbol en cuyas raíces, sentada, estaba la persona que más alegría y dolor le causó. Su nana. Rió feliz ante la visión de la mulata y corrió hacia ella para abrazarla. El gesto fue correspondido y Marianne no supo cómo dejó de llover. Y aunque hubiera preguntado, no le habría interesado en lo más mínimo la respuesta. Lo importante era que estaba con su nana, entre sus brazos. Estaba completa, no le faltaba nada. Absolutamente nada. Porque ya la mujer le cantaba su canción favorita de niña arropándola con ternura. Con ese amor que siempre le tuvo.
- Escucha bien, mi niña - le llamó la atención su nana acunándola mientras continuaba meciéndola - la maldad viene acercándose, no temas. Todo tiene un por qué y todo saldrá bien. Confía, no desesperes, no enloquezcas. Cuando más negro está el cielo, más pronto amanece - miró hacia donde una casa dominaba el norte - Delbaeth es un hombre muy capaz, confía en él. Te parecerá contrario a lo que siempre has buscado, pero es el complemento perfecto para tu alma que lo ha buscado desde hace tanto tiempo - tomó el relicario y lo abrió... Marianne se quedó pasmada al ver su interior... eran ellos... con otras ropas, ella con el cabello negro, él con canas... una pintura de hacía mucho tiempo atrás - están unidos por el destino, son almas gemelas, compañeros de vida del otro... no temas, hija... no le temas... sé paciente porque él debe aprender tanto como tú de él... y sean fuertes. Una prueba viene en camino, tómenla y ten por seguro que saldrán avante.
La imagen va perdiéndose hasta que Marianne escucha la voz de Delbaeth tras ella, parpadea y de pronto, está dentro de la casa del mago. Con la mano colocada sobre el cristal y nada más que eso. La luz de la vela ilumina una cadena de plata que Marianne no trajera consigo antes... un relicario abierto... ese relicario. La duquesa no se había movido de su lugar, al menos no físicamente, pero un brillo violáceo en sus ojos reflejaba que había visto más de lo que planeó.
Su taza llena, él sentándose de nuevo y sus ojos mirándole para continuar con el dibujo que de vez en vez se detenía para tomar la taza y beber un tanto más... observaba atenta los rasgos antes de devolver el chocolate a su lugar y continuar. Así estuvo un rato mientras él observaba atento los dibujos. Ella le miraba a él, de vez en cuando un rayo iluminaba el lugar y se llevaba consigo el brillo violáceo que en sus ojos aparecía cuando éstos se deslizaban más allá de la simple apariencia física, llegando hasta una parte más profunda. Sólo un sobrenatural podría captar ese brillo. Un ser humano común y corriente jamás lo notaría de tan difuso, discreto que era.
Su mano seguía atenta cuando lo vio de reojo levantarse y dejar algo en la mesa. Supuso que sería su taza de chocolate, pero alzó una ceja cuando le dejó un cuaderno cuyo polvo cayó un poco sobre el trazo que ella hacía. Con paciencia, desprendió la tierra para alzar la mirada hacia Delbaeth que esperaba su reacción bebiendo el líquido. Hizo una muequita y al fijar los ojos en el boceto, tragó saliva con dificultad. Qué bueno era en el dibujo, pero ¿Cómo lo había hecho tan rápido? Iba a decirle eso cuando sus ojos se detuvieron en la fecha. La miró una vez, parpadeó varias veces, alzó la mirada hacia Delbaeth que estaba en silencio, bebiendo su chocolate y regresó al dibujo.
- ¿1785? - estaba incrédula y parpadeó mirando hacia su derecha... hacia donde el ventanal - 1785... yo sólo tenía dos años, no podía saber que mi figura sería así - dijo dejando todo a un lado para caminar hacia donde la lluvia azotaba violenta los cristales - entiendo ahora muchas cosas - acarició la superficie meditando... el que no concretara con Nigel, el que su ex prometido fuera un patán... y luego Sebastián su medio hermano. Rió al recordar a Strykerius y a Urian... ninguno hubo esa perfecta unión que su enamorado corazón esperaba. Se mordió el labio inferior llevando la mano hacia el cristal. Él jamás sabría que ahí se reflejaba su silueta y ella la acariciaba con lentitud. Un brillo violáceo se reflejó al tiempo que un rayo cayó en la tierra.
¿Quién era Delbaeth Formorians? ¿Para qué estaba en su camino? ¿Sería su verdadero y único amor? El brillo de la tormenta iluminó una figura a lo lejos. Ella tragjó saliva y colocó de inmediato la mano en el cristal. Sentía el impulso de salir de inmediato, pero se contuvo cuando de pronto, no la vió más. No puede ser que la hubiera visto, es decir, estaba muerta. ¿O no? Llevó de inmediato la mano al bolsillo y sacó la cruz para mirarla. ¿Cómo entonces se la entregó un día después de que la quemaran?
- Mi nana - dijo bajito en tanto sigue con la mirada buscándola - vi a mi nana afuera - pero no podía ser... ¿O sí? En un impulso, abrió con impaciencia la puerta y salió corriendo sin importarle la lluvia, estaba loca de seguro. Sin dudarlo siguió avanzando, tenía que ver con sus propios ojos el lugar donde ella estaba, donde la había visto y tragó saliva. Sus orbes observaron a su alrededor con impaciencia, con un sentimiento de nostalgia y tristeza por volverla a perder. ¿Acaso fue su imaginación? Pero un brillo le llamó la atención. Se agachó y sus dedos se enredaron en una cadena que la hizo tragar saliva. La reconocía, era el relicario que un día ella le obsequiara a su nana. Le temblaron los dedos mirando a su alrededor ansiosa. Con lágrimas resbalándole por las mejillas - NANAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA - le temblaron los labios mientras le gritaba una y otra vez sin que apareciera por ningún lado... ¿Lo habría soñado? Pero la cadena... ¿Lo habría imaginado?
Caminó hacia el norte sin importarle si la lluvia la mojaba, aferrada a esa joya entre las manos corrió unos cuantos metros para detenerse sin verla, chasqueó la lengua y se dirigió al este... ¿Dónde se habría metido? No logró nada, más que empaparse... Corrió hacia el este sin recordar con quién estaba, obsesionada con la idea de que su nana estaba viva. ¡Viva! La vió, sus ojos no la engañaron ¿Por qué tuvo que reaccionar tan tarde? Sus pies recorrieron una distancia hasta que lo sintió. Un estremecimiento por todo el cuerpo al tiempo que su alrededor cambiaba de golpe hasta transformarse en un lugar como el que ella habitó cuando joven en la Nueva Galicia. El jardín de su casa y supo dónde estaba su nana.
Sus pies aceleraron el paso hasta que llegó a un enorme árbol en cuyas raíces, sentada, estaba la persona que más alegría y dolor le causó. Su nana. Rió feliz ante la visión de la mulata y corrió hacia ella para abrazarla. El gesto fue correspondido y Marianne no supo cómo dejó de llover. Y aunque hubiera preguntado, no le habría interesado en lo más mínimo la respuesta. Lo importante era que estaba con su nana, entre sus brazos. Estaba completa, no le faltaba nada. Absolutamente nada. Porque ya la mujer le cantaba su canción favorita de niña arropándola con ternura. Con ese amor que siempre le tuvo.
- Escucha bien, mi niña - le llamó la atención su nana acunándola mientras continuaba meciéndola - la maldad viene acercándose, no temas. Todo tiene un por qué y todo saldrá bien. Confía, no desesperes, no enloquezcas. Cuando más negro está el cielo, más pronto amanece - miró hacia donde una casa dominaba el norte - Delbaeth es un hombre muy capaz, confía en él. Te parecerá contrario a lo que siempre has buscado, pero es el complemento perfecto para tu alma que lo ha buscado desde hace tanto tiempo - tomó el relicario y lo abrió... Marianne se quedó pasmada al ver su interior... eran ellos... con otras ropas, ella con el cabello negro, él con canas... una pintura de hacía mucho tiempo atrás - están unidos por el destino, son almas gemelas, compañeros de vida del otro... no temas, hija... no le temas... sé paciente porque él debe aprender tanto como tú de él... y sean fuertes. Una prueba viene en camino, tómenla y ten por seguro que saldrán avante.
La imagen va perdiéndose hasta que Marianne escucha la voz de Delbaeth tras ella, parpadea y de pronto, está dentro de la casa del mago. Con la mano colocada sobre el cristal y nada más que eso. La luz de la vela ilumina una cadena de plata que Marianne no trajera consigo antes... un relicario abierto... ese relicario. La duquesa no se había movido de su lugar, al menos no físicamente, pero un brillo violáceo en sus ojos reflejaba que había visto más de lo que planeó.
Y alguien le había ayudado... pero ¿Quién?
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Si al mago le preguntasen la razón por la cual hace 15 años realizo aquel dibujo, en ese momento no tiene la respuesta. Si le preguntasen que sentido tenia entregarle el bosquejo a la jovencita hija de aristócratas, no tenía la menor idea, y no precisaba cuestionárselo, por alguna razón desde aquel nefasto incidente, las preguntas no agolpaban su mente, no lo atormenta el error y aun menos la urgencia de rectificarlo… curiosamente se sentía como el joven que hace quince años dejo su vida en Irlanda y se instaló en Agharta como el aprendiz de la Shamballah y Vitrol… En ese instante Delbaeth sentía una extraña y revitalizadora energía, que no solo le otorgaba confort, sino que le hacía sentir una contrariada sensación de sabiduría e inexperiencia.
Delbaeth no es ni pretende ser un hombre común, aquello lo supo desde siempre, desde que sus padres le impartieron las primeras lecciones de magia para luego trasladarse por una temporada a la ciudad subterránea a recibir nuevas lecciones, fue rápido el tiempo en que aprendió todo y se le propuso como futuro Hiperboréano y Vitrol, pero cuando llego el tiempo de asumir como representante de los magos lo rechazo sin dar explicaciones, dejando al puesto a otro mago con mayor experiencia que él. Lo cierto es que no siempre fue el hombre insípido y ermitaño que ahora se esforzaba en mantener aquella imagen, alejando a todo aquel lo intentase siquiera conocerlo, pero hace ya unos años, la muerte de sus padres a manos de inquisidores y un grave error del pocos saben, lo llevaron al esconderse en la amargura.
Ahora, parecía que ese error se hubiese borrado en manos de ella, o que el tiempo hubiese retrocedido hasta 1785, antes que se entregase a sus obligaciones, sintiéndose libre de remordimientos, pero con el conocimiento que en esos 15 años adquirió esa sabiduría que no logra dar respuesta a las dudas que la joven Louvier traía con ella. Sentado desde la poltrona con el chocolate caliente reconfortando su mente con ese extraño placer que esa bebida traída desde los nuevos territorios descubiertos dejaba en quienes la probaban, el joven mago se entrego a los recuerdos de una vida entregada al deber por sobre lo demás, una vida donde su único descanso estaba en el arte. Dibujar, esculpir y dejar que su imaginación volase hacia sus creaciones, dejaba una curiosa satisfacción de omnipotencia, como si el mundo recayese en sus manos, esfuman sus remordimientos.
Formorians dejo que su ente viajase por esos momentos dando espacio a la duquesa que observase el dibujo y sacase sus propias conclusiones, aquellas que el mismo evita alcanzar. Sabe bien que las respuestas llegaran a su tiempo, una lección que la Shamballa insistió en que aprendiese desde lo tomo como pupilo y protegido ”Tiempo al Tiempo” le decía cuando el intentaba adelantar una lección alcanzar una respuesta. Ella le enseño a ser pausado, a dejar que las respuestas se revelasen a cada paso, y a no forzar los hechos, aun cuando esa impaciencia se revelase de vez en vez. Cerró los ojos lo que pareció ser un segundo regresando astralmente a la ciudad de los sobrenaturales a aquel lugar donde las paz invadía el alma, pero ese viaje se vio abruptamente interrumpido por los gritos de ella, llamando a quien debió ser su nodriza.
No lo dudo, se acerco a ella tomando su hombro antes de sentarse a su vera, silente, sabía bien que en su residencia los espíritus suelen presentarse para dar mensajes de los cuales él es el receptor, en su mayoría son noticias relacionadas con la misión a la cual se entregase en alma, pero en otras ocasiones son familiares de sus cercanos quienes buscan dar consuelo a quienes dejaron sin despedirse. Como ocurriese con los padres de su amiga Éire cuando esta lo visito al tiempo de llegar a Paris, ella no fue capaz de escucharlos, pero los percibió, fue Delbaeth quien entrego el recado. Curiosamente era esta joven la que ahora se entregaba esa extrasensorial experiencia, quizás fuese la inocencia de su edad, o algo más en ella que no se relacionaba con poseer dones mágicos.
No dijo palabra alguna, solo la dejo en ese viaje hasta que ella regresase del abismo en que se involucro, un abismo al borde del limbo, de lo razonable y del propio conocimiento humano. Se limito a detallar el rostro femenino, su blanquecina piel sonrojada en las mejillas sus labios entreabiertos y sus ojos azules, creaban un lienzo perfecto enmarcado por su cabellera rubia, una joven hermosa y de rasgos finos. Sonrió al descubrirse admirándola, pocas mujeres acaparan la atención del hombre, pero ella consiguió surcar esa y más barreras en un tiempo record, y no le importaba, por el contrario le agradaba lo suficiente para obviar ese matiz violáceo que no conoció en mujer alguna excepto su maestra en Agharta - Mademoiselle Louvier - la llamo, acariciando instintivamente la mejilla femenina por donde una lagrima bajaba desde esos ojos ausentes, el viaje de la duquesa con los muertos la llevo demasiado lejos.
- Marianne - uso su nombre, dejando nuevamente de lado los protocolos, acortando la distancia hasta que ella parpadeo en un reflejo involuntario por contener el liquido salino, señal que estaba de nuevo allí - ¿Estás bien? -pregunto con amabilidad inhabitual para que ella asintiese con mirada ausentes, una mirada que lo perdió nuevamente.
A diferencia de la vez anterior se tomo el tiempo para inclinarse a recorrer sus labios palidecidos por el frio y la nueva experiencia, saboreo aquella caricia reconociendo el sabor del chocolate mezclado con el sabor de las lagrimas. Fue un beso delicado ya su vez profundo, donde no hubo espacio sin recorrer ni aliento sin saborear, siquiera espacio para las dudas, solo para esa placentera sensación de haber encontrado un puerto donde los errores no existen y el pasado se pierde antes de iniciar un nuevo viaje, uno que se anuncia tras el abandono y la pérdida de seres valiosos que dejaron un gran lección en la vida no solo del mago, sino que de la duquesa.
Los labios de ella le aceptaron temerosos, pero cálidos, reconfortándose mutuamente, ella regresando a la realidad dejo de su ensoñación y el sabiendo que su periodo de metamorfosis había concluido. Rio en el beso como hace años no lo hiciese, reclinándose contra ella siendo el único limite el respaldo del sofá, dejándose llevar por sus deseos, esa mujer lo volvería loco o más bien lo regresaría de la locura, entregando cordura a su atormentada mente. Un beso largo, con pequeñas pausas para darle tiempo de respirar, el encuentro de dos seres que se buscaban a tientas, donde las manos masculinas se dedican a palpar el rostro femenino, hasta enredarse en los cabellos aun húmedos de ella desde donde un suave aroma invade todos los sentidos.
Delbaeth comprende que aquello que en su juventud lo obsesionase era la búsqueda de esta joven desconocida, que el destino preparase para un encuentro casual en el momento en que los astros lo deparase, cuando las almas de ambos se encontrasen a borde de la perdición. Finalmente sobreponiéndose a sus deseo se separo de ella unos centímetros para verla a los ojos y hablar muy cerca de sus labios - Bienvenida -una palabra con demasiados significados…
El destino baila sin pies, sin rencor
El destino baila amor, y lo hace por tí
Demasiada paz … demasiadas cosas muertas
todo a probar
Demasiada paz … se viene la tormenta
no puedo esperar
El destino baila sin pies, sin rencor
El destino no dará perdón
El destino baila amor, y lo hace por tí
Demasiada paz … demasiadas cosas muertas
todo a probar
Demasiada paz … se viene la tormenta
no puedo esperar
El destino baila sin pies, sin rencor
El destino no dará perdón
Última edición por Delbaeth E. Formorians el Mar Mayo 01, 2012 9:31 am, editado 1 vez
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/12/2011
Localización : Agharta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Borra el dolor que al irte me dio
cuando te separaste de mí...
cuando te separaste de mí...
Las sombras se mantenían alrededor de su mente sin que ella pudiera hacer nada, sentía el dolor en su corazón que lento iba asentándose mientras que sus pensamientos iban hacia lugares insospechados para desterrarla del mundo material y llevarla al espiritual dejándole a la vera de alguien que no podía reconocer, de cabellos oscuros ala de cuervo que volteó a verla durante un instante regalándole una mirada cálida, que contenía un gran cariño, un amor inquebrantable... esos ojos violáceos se fijaron en ella y le dieron la fuerza que quizá no tuviera antes. La hicieron consciente de que sí, tal cual su nana había dicho, algo grande se avecinaba y Marianne era la protagonista quizá por el destino o por la elección de alguien más.
Su mano se alargó para alcanzar a la figura y sólo sostuvo el relicario entre las manos al tiempo que su mente fue hundida entre las frías aguas de los recuerdos de una forma que no pudo la joven detener o contener obligada pues a mirar sin hablar... viajando a toda velocidad por el espacio y el tiempo producto de un hechizo tan poderoso al cual una dama en su oportunidad dejó para sus propios herederos, con la finalidad de darles un derrotero al cual seguir, que no se perdieran en la inmensidad del mundo, sobre todo ella... una de sus niñas más queridas y que tanto había sufrido en esa vida que tanto la aniquiló así como al amor de su vida. Ambos se perdieron entre tantas guerras que los marcaron y alejaron hasta que por fin se pudieron reunir. Los ojos de la joven Louvier miraron los de su esposo... los de aquél hombre, aquél hechicero del que estuviera separada durante tanto tiempo antes de que pudieran fusionarse de nuevo...
Aquélla historia de lágrimas, sangre y tristeza ocasionada por odios entre familias de forma inicial, continuando con elecciones erróneas que los alejaron aún más, el amor entre ellos era tan fuerte que imposible era pues, que se apagara a pesar de tantos intentos porque así fuera. Entre grandes jardines se encontraron un día cuando ya muy adultos eran, por azares del destino y de una magia mucho más potente que permite los giros del universo llamada amor. Los hilos de su destino ya no podían estirarse más así que tuvieron que volver a su forma original llevándolos a él frente a ella y a ella ante los ojos de él. Reconociéndose pues entre los orbes llenos de sentimientos y sufrimientos que tanto les había provocado una vida llena de equivocaciones. De orgullos mal utilizados, de egos hinchados que fueron las razones para alejarse demasiado el uno del otro durante tanto tiempo.
Ante ella, él... ante él, ella... y ambos cercanos a la muerte. Poco fue el tiempo que estuvieron el uno al lado de la otra sin querer ahora separarse, entendiendo sus errores hasta que la dama de velos oscuros se llevó a uno de ellos. ¿A quién? ¿Acaso importaba? Uno quedó solo y en su gran sufrimiento rogó por una segunda oportunidad mientras que en algún lugar del espacio y del tiempo el otro suplicaba por lo mismo. Recuperar lo que se había perdido. Regresar al lado del otro. Quererlo de nuevo. Borrar el dolor que al irse les dio cuando se separaron. Y alguien más abogó por ellos. Una dama de cabellos oscuros y ojos violáceos que tomó entre sus manos la tarea de regresarlos a la vida en una nueva rueda, una oportunidad más de que estuvieran por fin juntos, dándoles a sus almas una coyuntura más.
La magia más poderosa fue ofrecida y una vasija de sangre fue el precio a pagar, pero no cualquier líquido vital, el de una hechicera que alguna vez tuviera un poder tan sobrenatural que conseguía ella sola hundir en las arenas del tiempo una gran ciudad. Ese don se perdió, pero ¿Acaso importó? No, la sabiduría es mucho más importante que la ausencia de una habilidad. Tan apremiante como el amor entre ellos que cimbró el corazón de una dama milenaria que ansiaba volvieran a reencontrarse. Y él renació pues en un lugar distante y la mujer de cabellos oscuros de inmediato sintió el cambio tan mínimo entre las cuerdas de su alma... entre los hilos del destino que se marcan cada luna azul. Y años después, la pequeña... al tiempo que el brujo la dibujaba, la sacerdotisa sonreía con maternal cariño. No importaba cuánto tardaran en encontrarse, el día que lo hicieran la magia surtiría su efecto y al pasar la media noche juntos, les devolvería el amor que se tenían el uno por el otro. Una nueva oportunidad...
La voz de Delbaeth la regresó a la realidad y le miró sorprendida durante un largo instante, su corazón lo reconocía, su alma... esos ojos profundos que eran fieles espejos de su ser, de la más entrañable sensación jamás conocida para ella. Y ante su inclinación, la joven no pudo más que sonreír débilmente antes de que sus labios volvieran a unirse como hacía años no lo hacían... un roce más que tierno, más que dulce en tanto ella llevaba sus manos al rostro masculino para acariciarlo con mucha delicadeza, con mucho amor... era su amante, a quien había perdido hacía tanto tiempo y ahora lo recuperaba para tenerlo a su lado por el tiempo que la muerte les entregara. Su contacto era más que delicioso, más que anhelado... deseaba tanto estar así con él, abrazarle como ahora hacía, mantenerlo a su vera...
La risa masculina era maravillosa y correspondida por la femenina, una dama recostada en el mueble que le abrazó manteniéndolo contra ella, no deseando que escapara en tanto sus labios se reconocían y se hacían uno en un beso que robaba los alientos, fundía las almas y devolvía a la vida todo lo que algún día murió. El reconocimiento de él borraba cualquier duda, desprendía su inseguridad para darle la confianza y el bienestar que hacía mucho no sentía. Corrección, que nunca había tenido. No de esta forma, sabiendo que éste era su lugar, su hogar, su futuro entre sus brazos, arropada a su cuerpo, tomados sus labios por los masculinos. Delicado, amoroso, permitiéndole acoplarse a él, a su ritmo, a su baile, un danzar que ella complementaba a pesar de las ocasiones en que jalaba un aire necesario antes de volverse a perder en la inmensidad de ese mar llamado amor.
Le temblaron los pliegues de la boca cuando por fin la abandonó y susurró las palabras de bienvenida que hicieron a su corazón gorjear, latir tan rápidamente que Marianne temió perderse ahí mismo víctima de un paro cardiaco por la actividad tan intensa de su órgano. Sus ojos miraron los verdes de Delbaeth y con dulzura acarició todo su rostro, reconociendo ahora la nueva coraza del alma que tanto amó en el pasado y amaba en este presente. Sonrió con terneza al tiempo que buscaba de nuevo sus labios en pos de otro beso pues no se cansaba de ello, de rozarlo, de tenerlo consigo, de robarle el aliento hasta que se viera necesitado de alejarse y aún así, volver a buscarla. Amor puro, sincero, gigantesco que jamás se pierde, que nunca se disuelve...
- Gracias por devolverme a mi hogar, mi amor - susurró con ese sentimiento deshaciéndole el corazón y permitiéndole solamente vivir si era con él, a su lado, arropándolo entre los brazos para recostarlo a su vera y reír feliz... - ¿Puedes sentirlo? Estamos juntos de nuevo, Delbaeth... juntos como aquélla vez - el relicario quedó entre los pliegues del sofá sin que ella hiciera el menor esfuerzo en recuperarlo... ya luego al siguiente día, Delbaeth pudiera ver su interior, a ellos juntos en su vida pasada habitando en Agharta como muestra de un amor tan perenne como el tiempo, pero sobre todo prueba inexplicable de un sentimiento intenso entre una de las Descendientes de la Shamballah y un hombre que, a todas luces, se parecía demasiado a él.
La joven permaneció entre los brazos de Delbaeth durante largos instantes, sin siquiera hablar. ¿Era necesario poner en palabras lo que se sentía? No para ella. Se conformaba con acariciar con suavidad su cuello, su rostro, besar sus labios en silencio, en esa comunión de dos almas reencontradas que claman de felicidad por el otro. Así se sentía ella mientras que el tiempo pasaba, la lluvia cesaba y daba lugar a los bellos colores del cielo. Entrelazados, Marianne no conocía una felicidad mayor, entre su aroma que le embargaba los sentidos, entre su calor y su dulzura, sus caricias que la arrullaban y durante algunos minutos se contentó con eso: con dormir entre sus brazos como si no hubiera un mañana, como si el tiempo se hubiera detenido y no hubiera nada más importante que él...
Su mano se alargó para alcanzar a la figura y sólo sostuvo el relicario entre las manos al tiempo que su mente fue hundida entre las frías aguas de los recuerdos de una forma que no pudo la joven detener o contener obligada pues a mirar sin hablar... viajando a toda velocidad por el espacio y el tiempo producto de un hechizo tan poderoso al cual una dama en su oportunidad dejó para sus propios herederos, con la finalidad de darles un derrotero al cual seguir, que no se perdieran en la inmensidad del mundo, sobre todo ella... una de sus niñas más queridas y que tanto había sufrido en esa vida que tanto la aniquiló así como al amor de su vida. Ambos se perdieron entre tantas guerras que los marcaron y alejaron hasta que por fin se pudieron reunir. Los ojos de la joven Louvier miraron los de su esposo... los de aquél hombre, aquél hechicero del que estuviera separada durante tanto tiempo antes de que pudieran fusionarse de nuevo...
Aquélla historia de lágrimas, sangre y tristeza ocasionada por odios entre familias de forma inicial, continuando con elecciones erróneas que los alejaron aún más, el amor entre ellos era tan fuerte que imposible era pues, que se apagara a pesar de tantos intentos porque así fuera. Entre grandes jardines se encontraron un día cuando ya muy adultos eran, por azares del destino y de una magia mucho más potente que permite los giros del universo llamada amor. Los hilos de su destino ya no podían estirarse más así que tuvieron que volver a su forma original llevándolos a él frente a ella y a ella ante los ojos de él. Reconociéndose pues entre los orbes llenos de sentimientos y sufrimientos que tanto les había provocado una vida llena de equivocaciones. De orgullos mal utilizados, de egos hinchados que fueron las razones para alejarse demasiado el uno del otro durante tanto tiempo.
Ante ella, él... ante él, ella... y ambos cercanos a la muerte. Poco fue el tiempo que estuvieron el uno al lado de la otra sin querer ahora separarse, entendiendo sus errores hasta que la dama de velos oscuros se llevó a uno de ellos. ¿A quién? ¿Acaso importaba? Uno quedó solo y en su gran sufrimiento rogó por una segunda oportunidad mientras que en algún lugar del espacio y del tiempo el otro suplicaba por lo mismo. Recuperar lo que se había perdido. Regresar al lado del otro. Quererlo de nuevo. Borrar el dolor que al irse les dio cuando se separaron. Y alguien más abogó por ellos. Una dama de cabellos oscuros y ojos violáceos que tomó entre sus manos la tarea de regresarlos a la vida en una nueva rueda, una oportunidad más de que estuvieran por fin juntos, dándoles a sus almas una coyuntura más.
La magia más poderosa fue ofrecida y una vasija de sangre fue el precio a pagar, pero no cualquier líquido vital, el de una hechicera que alguna vez tuviera un poder tan sobrenatural que conseguía ella sola hundir en las arenas del tiempo una gran ciudad. Ese don se perdió, pero ¿Acaso importó? No, la sabiduría es mucho más importante que la ausencia de una habilidad. Tan apremiante como el amor entre ellos que cimbró el corazón de una dama milenaria que ansiaba volvieran a reencontrarse. Y él renació pues en un lugar distante y la mujer de cabellos oscuros de inmediato sintió el cambio tan mínimo entre las cuerdas de su alma... entre los hilos del destino que se marcan cada luna azul. Y años después, la pequeña... al tiempo que el brujo la dibujaba, la sacerdotisa sonreía con maternal cariño. No importaba cuánto tardaran en encontrarse, el día que lo hicieran la magia surtiría su efecto y al pasar la media noche juntos, les devolvería el amor que se tenían el uno por el otro. Una nueva oportunidad...
Devolviéndoles la pasión de sus brazos...
La voz de Delbaeth la regresó a la realidad y le miró sorprendida durante un largo instante, su corazón lo reconocía, su alma... esos ojos profundos que eran fieles espejos de su ser, de la más entrañable sensación jamás conocida para ella. Y ante su inclinación, la joven no pudo más que sonreír débilmente antes de que sus labios volvieran a unirse como hacía años no lo hacían... un roce más que tierno, más que dulce en tanto ella llevaba sus manos al rostro masculino para acariciarlo con mucha delicadeza, con mucho amor... era su amante, a quien había perdido hacía tanto tiempo y ahora lo recuperaba para tenerlo a su lado por el tiempo que la muerte les entregara. Su contacto era más que delicioso, más que anhelado... deseaba tanto estar así con él, abrazarle como ahora hacía, mantenerlo a su vera...
La risa masculina era maravillosa y correspondida por la femenina, una dama recostada en el mueble que le abrazó manteniéndolo contra ella, no deseando que escapara en tanto sus labios se reconocían y se hacían uno en un beso que robaba los alientos, fundía las almas y devolvía a la vida todo lo que algún día murió. El reconocimiento de él borraba cualquier duda, desprendía su inseguridad para darle la confianza y el bienestar que hacía mucho no sentía. Corrección, que nunca había tenido. No de esta forma, sabiendo que éste era su lugar, su hogar, su futuro entre sus brazos, arropada a su cuerpo, tomados sus labios por los masculinos. Delicado, amoroso, permitiéndole acoplarse a él, a su ritmo, a su baile, un danzar que ella complementaba a pesar de las ocasiones en que jalaba un aire necesario antes de volverse a perder en la inmensidad de ese mar llamado amor.
Le temblaron los pliegues de la boca cuando por fin la abandonó y susurró las palabras de bienvenida que hicieron a su corazón gorjear, latir tan rápidamente que Marianne temió perderse ahí mismo víctima de un paro cardiaco por la actividad tan intensa de su órgano. Sus ojos miraron los verdes de Delbaeth y con dulzura acarició todo su rostro, reconociendo ahora la nueva coraza del alma que tanto amó en el pasado y amaba en este presente. Sonrió con terneza al tiempo que buscaba de nuevo sus labios en pos de otro beso pues no se cansaba de ello, de rozarlo, de tenerlo consigo, de robarle el aliento hasta que se viera necesitado de alejarse y aún así, volver a buscarla. Amor puro, sincero, gigantesco que jamás se pierde, que nunca se disuelve...
- Gracias por devolverme a mi hogar, mi amor - susurró con ese sentimiento deshaciéndole el corazón y permitiéndole solamente vivir si era con él, a su lado, arropándolo entre los brazos para recostarlo a su vera y reír feliz... - ¿Puedes sentirlo? Estamos juntos de nuevo, Delbaeth... juntos como aquélla vez - el relicario quedó entre los pliegues del sofá sin que ella hiciera el menor esfuerzo en recuperarlo... ya luego al siguiente día, Delbaeth pudiera ver su interior, a ellos juntos en su vida pasada habitando en Agharta como muestra de un amor tan perenne como el tiempo, pero sobre todo prueba inexplicable de un sentimiento intenso entre una de las Descendientes de la Shamballah y un hombre que, a todas luces, se parecía demasiado a él.
La joven permaneció entre los brazos de Delbaeth durante largos instantes, sin siquiera hablar. ¿Era necesario poner en palabras lo que se sentía? No para ella. Se conformaba con acariciar con suavidad su cuello, su rostro, besar sus labios en silencio, en esa comunión de dos almas reencontradas que claman de felicidad por el otro. Así se sentía ella mientras que el tiempo pasaba, la lluvia cesaba y daba lugar a los bellos colores del cielo. Entrelazados, Marianne no conocía una felicidad mayor, entre su aroma que le embargaba los sentidos, entre su calor y su dulzura, sus caricias que la arrullaban y durante algunos minutos se contentó con eso: con dormir entre sus brazos como si no hubiera un mañana, como si el tiempo se hubiera detenido y no hubiera nada más importante que él...
Sólo él...
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Dicen que cuando dos almas se encuentran se han de producir dos cosas, o el desequilibrio total de la vida de ambos o que ambos alcancen el punto culmine de la perfección, amoldándose y complementándose mutuamente. Ahora mismo que Delbaeth se enfrenta a una peculiar verdad con la joven Louvier entre sus brazos, descubriendo que las diferencias de ambos los han unido por más de tiempo del que la memoria humana es capaz de recordar. El hombre frio y racional en que se convirtiese Delbaeth desde la muerte de sus padres, se pierde entre el dulce e infantil comportamiento de la rubia jovencita que su amiga Éire le enviase, si su amiga y actual Hiperboréana, aun cuando es solo una humana, sabe leer mejor el agua que muchos otros y vio en Marianne esa magia que tanto le urge al Vitrol sentir para continuar con su férrea búsqueda de la Shamballa.
Cuando la joven aristócrata se acuna contra él, el mago siente como su pasado se remueve, como los tiempos se cruzan chocando entre sí, cruzando un umbral vertiginoso de recuerdos y vivencias, algunas demasiado crueles otras por sobremanera felices. Un abismo que puede llevar a la locura, pero que en este instante poco importa pues, ambos se encuentran plenamente felices. Entrelaza su mano derecha con la de ella, al tiempo que deposita un suave beso en su frente y su otra mano dibuja distraídamente runas y símbolos en la cintura de ella.
- Los dioses suelen jugar con la vida de los mortales, pero más gracia les causa jugar con la vida de sus descendientes -expresa ausente, dispuesto a contarle una historia que pocos conocen sobre los Formorians, Fomorians o simplemente Fomóraig todas deshabituaciones de la misma palabra, Fomori un término irlandés con que se conoce a los predecesores de los dioses irlandeses, aquellos que representan el caos y la naturaleza salvaje, habitantes de los mares tras derrotados y desterrados de las verdes tierras por una nueva raza.
- ¿Sabes quienes son los Formorinas de acuerdo a la tradición irlandesa? - pregunto tras unos minutos de largo silencio, donde solo el compas de dos corazones latiendo al mismo tiempo osaba interrumpir la suave melodía de dos almas que se encuentran bajo el suave tintinear de la lluvia que golpea la ventana. El silencio de la joven le hace entender que no sabe bien de lo que habla, y es que aun cuando se conocen de otras vidas u otras muertes… El alma de Marianne aun es joven, mientras que Delbaeth es un espíritu errante en la tierra casi desde el principio de los tiempos.
- Fomori o Formorians - comienza a hablar - Es el nombre con se conoce en el mundo greco-romano a los Titanes, el caos y el desequilibrio- siente como ella se acomoda para oírle mejor, al tiempo que el aspira el aroma de sus cabellos, una suave inspiración para revelar milenios de mitos, pero que él reducirá a lo más importante y aquello que por ahora puede revelar - Su tiempo en Irlanda no fue ni tan caótico ni tan indolente como en el caso de los Titanes, pero las invasiones sucesivas los llevaron a ser errantes habitantes de los mares, corsarios-señala riendo ante esa idea, pues no estaba lejos de la verdad imaginarse a un descendiente de los Fomori resguardando tesoros en altamar ¿Acaso no es aquello lo que hace Delbaeth por Agharta? Sí, eso hace, cuida el tesoro más grande de la ciudad subterránea, el Vitrol.
- Pero aun en el destierro, jamás se abandono Irlanda. Dice la leyenda que Elatha Fomorian y Éiru de los Tuatha Dé Danann se unieron para concebir un hijo Bres, el peor Rey en la historia de los Fomorian- explico aquello a espera ella comprendiese la similitud de nombres -Un alianza que debió traer paz fue la perdición de un linaje, y reiteración del mismo error. Finalmente, el destierro en altamar se extendió aun más, y con ello perdieron su calidad de dioses para convertirse en brujos. -
- Luego de varias generaciones y de un exilio demasiado extenso, regresaron a sus verdes a tierras, reclamando lo que le pertenecía. El tiempo indolente paso por todos, este no perdona y el ciclo de la vida se cumplio. Vida y muerte, y con ello descendencia. Los que regresaron a Irlanda, ya no eran ni tan caóticos ni tan salvajes, pero lo seguían siendo brujos respetados por aquellos que conociesen la tradicion - Una risa lo interrumpió en s relato, la joven Louvier parecía tener un comentario en la punta de la lengua, uno que él acalló con un beso delicado, un método que poco le costó aprender para que ella quedase paralizada unos momentos.
- Ganaderos y pescadores en apariencia, pero brujos. - susurro alejándose de sus labios para luego acomodar el rostro de ella en su hombro - Los Fomorians, jamás perdieron la esperanza de recuperar su condición y con ello surgió una nueva leyenda, donde al aparecer encajamos tu y yo-especifica, acaparando aun más la atención de ella - Entre amor tormentosos debía surgir un amor puro y de allí nacería nuevamente Elatha para enmendar sus errores. Mis padres se veneraban mutuamente, por eso cuando nací y en honor al pasado, como ofrenda a los dioses que ellos tanto adoraban me llamaron “Delbaeth Elathan Bres Formorians” en Irlanda se me conocía como “Elathan Bres” - revelo su nombre real, Marianne había conseguido revelase buena parte de la historia que tras el mago se esconde.
Ella le mira curiosa, pero aun así prosiguió, siendo consciente que clarea el alba y que todo debe ser dicho antes que acabe la noche y deba regresarla a su casa - Hace 12 años, mis padres fueron muertos a manos de la inquisición, torturas de las que me salve, ya que providencialmente me encontraba lejos de Irlanda. Desde ese día pase a ser “Delbaeth E. Formorians” - concluye aliviado por un parte, pero seguro que en toda esa historia se le ha escapado más de un detalle… detalles que han de ser trascendentales
Finalmente el enigmático mago ha revelado a una, en apariencia, desconocida, el peso de un pasado familiar de su tradición , y aunque aquella no es toda la historia y ha omitido todo lo referente al presente, a los últimos doce años entre el Agharta y los mundanos, su labor como Vitroler y el hechizo de las arenas. Nada de eso fue mencionado, no por desconfianza sino porque ya era demasiada información para una joven de diecisiete años. El mago cerro los ojos buscando el centro como suele hacer en los días de lluvia, mientras la respiración de la mujer entre sus brazos se acompasa, el cansancio los ha vencido a ambos - Marianne amada, despierta… es tiempo de ir a casa - susurra en su oído, antes de tomarla en brazos y llevarla al carruaje, uno que su fiel sirviente tenia listo desde hace unos minutos.
El viaje en carruaje fue silencio con ella adormilada aun, pero complacida en bazos del hombre que desempolvase una historia demasiado lejana, pero a su vez muy vivida. Un historia de amor que ha trascendido en el tiempo.
- A salvo - susurra en el oído de ella, antes de besar su cuello, su mejilla y finalmente sus labios - El día para pensar, la noche para narrar - añade sin apartarse, un gesto demasiado intimo, dos amantes que se han encontrado- Vendré por ti esta noche - afirma con sus manos aferrándose a la cintura femenina - Trata de no voltear el vino en mi durante la cena -se burla antes de aprisionarla en un beso que le roba el aliento a ambos y tiñe de carmín la mejillas de ella, uno que demuestra cuan anhelante el mago se encuentra de ella. No es una conquista más es la mujer que le acompañara por el tiempo que los dioses determinen.
- Ahora ve -ordena cuando se separa de ella y se embelesa con al expresión femenina - Mis saludos y agradecimientos a Éire - se rie de aquel curioso modo en que ambos coincidieron el teatro hace apena unas horas.
Cuando la joven aristócrata se acuna contra él, el mago siente como su pasado se remueve, como los tiempos se cruzan chocando entre sí, cruzando un umbral vertiginoso de recuerdos y vivencias, algunas demasiado crueles otras por sobremanera felices. Un abismo que puede llevar a la locura, pero que en este instante poco importa pues, ambos se encuentran plenamente felices. Entrelaza su mano derecha con la de ella, al tiempo que deposita un suave beso en su frente y su otra mano dibuja distraídamente runas y símbolos en la cintura de ella.
- Los dioses suelen jugar con la vida de los mortales, pero más gracia les causa jugar con la vida de sus descendientes -expresa ausente, dispuesto a contarle una historia que pocos conocen sobre los Formorians, Fomorians o simplemente Fomóraig todas deshabituaciones de la misma palabra, Fomori un término irlandés con que se conoce a los predecesores de los dioses irlandeses, aquellos que representan el caos y la naturaleza salvaje, habitantes de los mares tras derrotados y desterrados de las verdes tierras por una nueva raza.
- ¿Sabes quienes son los Formorinas de acuerdo a la tradición irlandesa? - pregunto tras unos minutos de largo silencio, donde solo el compas de dos corazones latiendo al mismo tiempo osaba interrumpir la suave melodía de dos almas que se encuentran bajo el suave tintinear de la lluvia que golpea la ventana. El silencio de la joven le hace entender que no sabe bien de lo que habla, y es que aun cuando se conocen de otras vidas u otras muertes… El alma de Marianne aun es joven, mientras que Delbaeth es un espíritu errante en la tierra casi desde el principio de los tiempos.
- Fomori o Formorians - comienza a hablar - Es el nombre con se conoce en el mundo greco-romano a los Titanes, el caos y el desequilibrio- siente como ella se acomoda para oírle mejor, al tiempo que el aspira el aroma de sus cabellos, una suave inspiración para revelar milenios de mitos, pero que él reducirá a lo más importante y aquello que por ahora puede revelar - Su tiempo en Irlanda no fue ni tan caótico ni tan indolente como en el caso de los Titanes, pero las invasiones sucesivas los llevaron a ser errantes habitantes de los mares, corsarios-señala riendo ante esa idea, pues no estaba lejos de la verdad imaginarse a un descendiente de los Fomori resguardando tesoros en altamar ¿Acaso no es aquello lo que hace Delbaeth por Agharta? Sí, eso hace, cuida el tesoro más grande de la ciudad subterránea, el Vitrol.
- Pero aun en el destierro, jamás se abandono Irlanda. Dice la leyenda que Elatha Fomorian y Éiru de los Tuatha Dé Danann se unieron para concebir un hijo Bres, el peor Rey en la historia de los Fomorian- explico aquello a espera ella comprendiese la similitud de nombres -Un alianza que debió traer paz fue la perdición de un linaje, y reiteración del mismo error. Finalmente, el destierro en altamar se extendió aun más, y con ello perdieron su calidad de dioses para convertirse en brujos. -
- Luego de varias generaciones y de un exilio demasiado extenso, regresaron a sus verdes a tierras, reclamando lo que le pertenecía. El tiempo indolente paso por todos, este no perdona y el ciclo de la vida se cumplio. Vida y muerte, y con ello descendencia. Los que regresaron a Irlanda, ya no eran ni tan caóticos ni tan salvajes, pero lo seguían siendo brujos respetados por aquellos que conociesen la tradicion - Una risa lo interrumpió en s relato, la joven Louvier parecía tener un comentario en la punta de la lengua, uno que él acalló con un beso delicado, un método que poco le costó aprender para que ella quedase paralizada unos momentos.
- Ganaderos y pescadores en apariencia, pero brujos. - susurro alejándose de sus labios para luego acomodar el rostro de ella en su hombro - Los Fomorians, jamás perdieron la esperanza de recuperar su condición y con ello surgió una nueva leyenda, donde al aparecer encajamos tu y yo-especifica, acaparando aun más la atención de ella - Entre amor tormentosos debía surgir un amor puro y de allí nacería nuevamente Elatha para enmendar sus errores. Mis padres se veneraban mutuamente, por eso cuando nací y en honor al pasado, como ofrenda a los dioses que ellos tanto adoraban me llamaron “Delbaeth Elathan Bres Formorians” en Irlanda se me conocía como “Elathan Bres” - revelo su nombre real, Marianne había conseguido revelase buena parte de la historia que tras el mago se esconde.
Ella le mira curiosa, pero aun así prosiguió, siendo consciente que clarea el alba y que todo debe ser dicho antes que acabe la noche y deba regresarla a su casa - Hace 12 años, mis padres fueron muertos a manos de la inquisición, torturas de las que me salve, ya que providencialmente me encontraba lejos de Irlanda. Desde ese día pase a ser “Delbaeth E. Formorians” - concluye aliviado por un parte, pero seguro que en toda esa historia se le ha escapado más de un detalle… detalles que han de ser trascendentales
Finalmente el enigmático mago ha revelado a una, en apariencia, desconocida, el peso de un pasado familiar de su tradición , y aunque aquella no es toda la historia y ha omitido todo lo referente al presente, a los últimos doce años entre el Agharta y los mundanos, su labor como Vitroler y el hechizo de las arenas. Nada de eso fue mencionado, no por desconfianza sino porque ya era demasiada información para una joven de diecisiete años. El mago cerro los ojos buscando el centro como suele hacer en los días de lluvia, mientras la respiración de la mujer entre sus brazos se acompasa, el cansancio los ha vencido a ambos - Marianne amada, despierta… es tiempo de ir a casa - susurra en su oído, antes de tomarla en brazos y llevarla al carruaje, uno que su fiel sirviente tenia listo desde hace unos minutos.
El viaje en carruaje fue silencio con ella adormilada aun, pero complacida en bazos del hombre que desempolvase una historia demasiado lejana, pero a su vez muy vivida. Un historia de amor que ha trascendido en el tiempo.
- A salvo - susurra en el oído de ella, antes de besar su cuello, su mejilla y finalmente sus labios - El día para pensar, la noche para narrar - añade sin apartarse, un gesto demasiado intimo, dos amantes que se han encontrado- Vendré por ti esta noche - afirma con sus manos aferrándose a la cintura femenina - Trata de no voltear el vino en mi durante la cena -se burla antes de aprisionarla en un beso que le roba el aliento a ambos y tiñe de carmín la mejillas de ella, uno que demuestra cuan anhelante el mago se encuentra de ella. No es una conquista más es la mujer que le acompañara por el tiempo que los dioses determinen.
- Ahora ve -ordena cuando se separa de ella y se embelesa con al expresión femenina - Mis saludos y agradecimientos a Éire - se rie de aquel curioso modo en que ambos coincidieron el teatro hace apena unas horas.
Delbaeth E. Formorians- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 14/12/2011
Localización : Agharta
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Re: Encuentros y desencuentros de dos desconocidos....
Si el destino me ha unido a tí, no hay nada que pueda separarnos.
¿Verdad que no?
¿Verdad que no?
Las caricias masculinas no eran más que un preludio de lo que se avecinaba, sus vidas unidas, selladas por el destino, creadas para volver a la realidad que alguna vez perdieron. Ella entre sus brazos no podía más que sentirse en la gloria de la plenitud, en un lugar que durante tanto tiempo su alma anheló y jamás recuperó, pero por fin sentía ese calor tan conocido y al mismo tiempo tan extrañado. Delbaeth podría ser muchas cosas, desde un arrogante, hasta un hombre sin sentido común en lo referente a las clases sociales altas, pero algo que jamás podría echarle en cara era esa forma de tratarla y de mimarla, con esos extraños símbolos que hacía en su cintura marcándola como uno de sus pergaminos de magia, posesionándose de la pequeña Marianne que sólo atinaba a apretar la mano que tenía entrelazada con la del hombre. Diferencias incluso en éstas, puesto que la de la española era mucho más pequeña y estilizada en comparación a la del brujo. Y aún así ella sonrió al verlas, porque se complementaban. Su fuerza contra su fragilidad, su bronceado contra su palidez. Lo largo contra lo grueso. Llevó esa mano a su boca y le dio un suave beso en el dorso con cariño para sonreír enternecida.
Sus palabras la interrumpieron, pero sus ojos se alzaron hacia los de él intrigada, sin decir palabra alguna. Delbaeth le confesaría algo importante al parecer, por lo que debía darle su tiempo y eso mismo hizo. Se acurrucó contra el cuerpo masculino besando de nuevo su mano y esperando hasta que él continuó. Negó porque no sabía quiénes eran los Formorians, sabía que eran su familia, pero nada más. Parpadeó al escucharle... Titanes... seguramente si eran brujos en la Grecia antigua, se entendería por qué les habían dado ese nombre, aunque rió con él cuando mencionó a los corsarios. Así que pirata, no lo dudaría ni por un segundo, Delbaeth tenía ese aire salvaje a pesar de toda su educación y su porte de caballero. Hasta que escuchó los nombres.
Elatha... Danaan... tragó saliva y sus ojos se alzaron hacia él, ¿Qué acaso Delbaeth no era Elathan? Y su amiga Eire... Eire Danáan... se mordió el labio inferior sin comprenderlo del todo, pero al mismo tiempo entendiendo lo que jamás su amiga le había confesado y que ahora se mostraba ante ella como un enorme muro... ellos habían sido amantes, pero ¿Por qué no había funcionado? Su corazón dio un brinco y su mente lo consoló. Si él siguiera enamorado de su amiga, no estaría con ella. Él no era hipócrita, decía las cosas tal cual las sentía y eso, a pesar de su duda, la tranquilizó. Cerró los ojos escuchando el resto de la historia, pero ahora con mayor atención.
¿No eran tan caóticos ni tan salvajes? Alzó la carita de nuevo y gruñó un poco, claro que lo eran, no había más que... que... calló las palabras que le picaban en la lengua en el instante que sus labios se unieron, Marianne se derritió en el beso, jadeando y dejando emerger un dulce gemido contra el hombre que adoraba, que se había robado cual pirata su corazón. Acarició su rostro paladeando su sabor, guardándolo en su memoria para cuando no lo tuviera. Soltó el aire contenido y rió al escuchar que él continuaba con su historia, del comentario ya no quedaban recuerdos sobre él. La joven sólo elevó los brazos y rodeó su cuello con ellos, recargando ayudada por las manos masculinas la cabeza en el hombro del brujo mientras siguió escuchando. Qué interesante era su historia familiar. Se preguntó si la suya era igual de intrigante y se prometió preguntarle a su madre, escarbar en su árbol familiar hasta encontrar los orígenes, incluso hasta preguntarle a Domingo al respecto. Seguro que él sabía.
Sus pensamientos se detuvieron al escuchar las últimas palabras de Delbaeth. ¿Encajaban? Su verdadero nombre fue un tabú para la joven. ¿Era cierto que con los nombres podrían embrujar a una persona? Le observó con miedo en lo profundo de las pupilas que de pronto, tan azules por la alegría tornaban verdáceas por la preocupación. Ella se quedó pensativa, mientras que tragaba saliva. Si la Inquisición supiera de que Delbaeth era... por algo habían matado a sus padres ¿No? Se lamió los labios y se acurrucó contra él, abrazándole fuerte la cintura, como si no quisiera que se fuera, pero al mismo tiempo esperando ser tan hábil como él para no hablarle a nadie sobre lo que su amado representaba entre los Formorians. Tan difícil peso, pero podría con él porque el amor que le tenía le auxiliaría en esos momentos complicados.
Lento, entre el aroma de su amado, su calor y su abrazo, quedó dormida tan a gusto, como hacía mucho no estaba. Sus manos acariciaban la cintura y la espalda de Delbaeth, reproduciendo inconscientemente las runas que él había dibujado en su cintura. ¿El propósito? Todas eran protectoras, no había una sola que distara de ello. Los ojos violáceos se abrieron una sola vez en medio del sueño de ambos y mordiendo el pulgar de su dedo medio, sangró para colocar lento, pero de forma indeleble una sola runa en la camisa del Brujo. La del recuerdo. Su lado mágico, el que jamás despertaba por completo y dormía siempre, sentía ese dique que debía ser disuelto para el bienestar de su amado. Y como tal, la runa le haría el favor cuando él durmiera. Le permitiría el acceso a lo que estaba prohibido desde hacía tiempo...
El brillo violáceo de los ojos de la Duquesa desapareció dando paso al descanso total... ni siquiera el despertar del brujo la trajo de nuevo a la conciencia. Sus palabras entraron en su mente adormilada y suspiró al ser tomada en brazos, acomodándose contra él, buscando su calor, uno del que se había acostumbrado con tan pocos minutos de disfrutarlo. Besó su cuello, susurró su nombre a su oído dejando que la llevara consigo. No desconfiaba, sólo no quería irse de su lado. El trajinar del carruaje la adormeció un tanto más, pero las caricias de Delbaeth y sus susurros fueron suficientes para atraerla al mundo de los vivos y mirarle con una sonrisa dulce.
Tras ella, en la mansión Formorians, había dejado el cuaderno donde lo dibujara a él, a los 17 años, en un semicírculo sentado frente a una figura que usaba una túnica, cuyos cabellos ocultaban su rostro, pero que para el brujo era indiscutiblemente reconocible. En el sillón, el relicario donde se veían ellos dos abrazados, en una pintura cuyo fondo era indiscutiblemente Agharta, una joya tan antigua como la propia alma de la joven. Tan increíble como la inscripción que rezaba "Juntos por siempre". En el alféizar de la chimenea, la cruz y el pañuelo que usara para cubrirse los cabellos y tranquilizarse en el río. ¿Acaso fueron olvidos? No. Realmente no lo eran. Fue su propio inconsciente quien buscaba protegerla de la verdad que podría enloquecer su mente porque ¿De dónde había sacado todo eso? ¿Cómo podía ser tan exacto? Hubo quedado ahí como un firme testimonio y una llamada de atención a Delbaeth sobre su verdadera estirpe.
Los besos en su cuello, mejilla y labios le soltaron un gemido dulce, cariñosa, acarició el rostro masculino antes de abrir esos ojos que, por un instante se tornaron violáceos para luego tomar su color azulino... sonrió feliz y ella misma le robó un beso tierno asintiendo ante las palabras del hombre que le ha quitado más que la razón. El corazón mismo le dejó entre sus manos mientras suspiraba y se estiraba lánguidamente como un gatito. Rió ante la idea de volverlo a ver en la noche y gruñó haciendo un pucherito por la indicación del vino, pero todo se perdió ante su beso apasionado que la hizo sonrojar acariciándole el rostro.
Asintió ante sus palabras tomando fuerzas para separarse de él. Un beso más, corto que le deje su sabor en los labios para bajarse del carruaje cubriéndose la cabeza con la capucha. De inmediato su guardián Juan la acompañó dentro, sin que ninguno de los dos enamorados se diera cuenta de la figura que esperaba paciente en una de las ventanas. Una mano diminuta de color blanquecino, más tornando a violáceo y azul se plantó contra la superficie del vidrio dejando un rastro de hielo tras ella. Negó al ver al joven brujo y luego, siguió con la mirada la carroza hasta que se perdió.
¿Cómo decirle que era la última vez que verá a la joven que acababa de despedir? ¿Que quizá no la tuviera en sus brazos nunca más? Los ojos muertos del niño voltearon hacia donde Marianne subía las escaleras con paso rápido y la visión de Granchester, el gato de la joven se posó en la entrada siseando al notar la presencia del fantasma.
- Ya, ya - dijo Marianne tomando a su gato entre los brazos - no te enojes - le puso ante ella para reír y acariciarlo - sé que no vine a dormir, pero shhh guárdame el secreto, ahora acompáñame, tenemos mucho que hacer, tengo que bañarme, vestirme y... - otra expresión de miedo en su felino la obligó a mirarlo seria - ¿Qué pasa? - se asomó hacia la habitación, pero sus ojos mortales no veían a la figura que estaba ante ella y a la que Granchester siseaba intentando que se alejara de su dueña, que no le hiciera daño - Bah, no hay nadie corazón - besó la joven la cabeza del gato - anda, mira que tenemos que... - sus pasos se perdieron por el pasillo mientras que el niño la miraba irse.
La figura fantasmal la siguió con la mirada y sus labios sólo enunciaron la sentencia sobre la joven:
Sus palabras la interrumpieron, pero sus ojos se alzaron hacia los de él intrigada, sin decir palabra alguna. Delbaeth le confesaría algo importante al parecer, por lo que debía darle su tiempo y eso mismo hizo. Se acurrucó contra el cuerpo masculino besando de nuevo su mano y esperando hasta que él continuó. Negó porque no sabía quiénes eran los Formorians, sabía que eran su familia, pero nada más. Parpadeó al escucharle... Titanes... seguramente si eran brujos en la Grecia antigua, se entendería por qué les habían dado ese nombre, aunque rió con él cuando mencionó a los corsarios. Así que pirata, no lo dudaría ni por un segundo, Delbaeth tenía ese aire salvaje a pesar de toda su educación y su porte de caballero. Hasta que escuchó los nombres.
Elatha... Danaan... tragó saliva y sus ojos se alzaron hacia él, ¿Qué acaso Delbaeth no era Elathan? Y su amiga Eire... Eire Danáan... se mordió el labio inferior sin comprenderlo del todo, pero al mismo tiempo entendiendo lo que jamás su amiga le había confesado y que ahora se mostraba ante ella como un enorme muro... ellos habían sido amantes, pero ¿Por qué no había funcionado? Su corazón dio un brinco y su mente lo consoló. Si él siguiera enamorado de su amiga, no estaría con ella. Él no era hipócrita, decía las cosas tal cual las sentía y eso, a pesar de su duda, la tranquilizó. Cerró los ojos escuchando el resto de la historia, pero ahora con mayor atención.
¿No eran tan caóticos ni tan salvajes? Alzó la carita de nuevo y gruñó un poco, claro que lo eran, no había más que... que... calló las palabras que le picaban en la lengua en el instante que sus labios se unieron, Marianne se derritió en el beso, jadeando y dejando emerger un dulce gemido contra el hombre que adoraba, que se había robado cual pirata su corazón. Acarició su rostro paladeando su sabor, guardándolo en su memoria para cuando no lo tuviera. Soltó el aire contenido y rió al escuchar que él continuaba con su historia, del comentario ya no quedaban recuerdos sobre él. La joven sólo elevó los brazos y rodeó su cuello con ellos, recargando ayudada por las manos masculinas la cabeza en el hombro del brujo mientras siguió escuchando. Qué interesante era su historia familiar. Se preguntó si la suya era igual de intrigante y se prometió preguntarle a su madre, escarbar en su árbol familiar hasta encontrar los orígenes, incluso hasta preguntarle a Domingo al respecto. Seguro que él sabía.
Sus pensamientos se detuvieron al escuchar las últimas palabras de Delbaeth. ¿Encajaban? Su verdadero nombre fue un tabú para la joven. ¿Era cierto que con los nombres podrían embrujar a una persona? Le observó con miedo en lo profundo de las pupilas que de pronto, tan azules por la alegría tornaban verdáceas por la preocupación. Ella se quedó pensativa, mientras que tragaba saliva. Si la Inquisición supiera de que Delbaeth era... por algo habían matado a sus padres ¿No? Se lamió los labios y se acurrucó contra él, abrazándole fuerte la cintura, como si no quisiera que se fuera, pero al mismo tiempo esperando ser tan hábil como él para no hablarle a nadie sobre lo que su amado representaba entre los Formorians. Tan difícil peso, pero podría con él porque el amor que le tenía le auxiliaría en esos momentos complicados.
Lento, entre el aroma de su amado, su calor y su abrazo, quedó dormida tan a gusto, como hacía mucho no estaba. Sus manos acariciaban la cintura y la espalda de Delbaeth, reproduciendo inconscientemente las runas que él había dibujado en su cintura. ¿El propósito? Todas eran protectoras, no había una sola que distara de ello. Los ojos violáceos se abrieron una sola vez en medio del sueño de ambos y mordiendo el pulgar de su dedo medio, sangró para colocar lento, pero de forma indeleble una sola runa en la camisa del Brujo. La del recuerdo. Su lado mágico, el que jamás despertaba por completo y dormía siempre, sentía ese dique que debía ser disuelto para el bienestar de su amado. Y como tal, la runa le haría el favor cuando él durmiera. Le permitiría el acceso a lo que estaba prohibido desde hacía tiempo...
El brillo violáceo de los ojos de la Duquesa desapareció dando paso al descanso total... ni siquiera el despertar del brujo la trajo de nuevo a la conciencia. Sus palabras entraron en su mente adormilada y suspiró al ser tomada en brazos, acomodándose contra él, buscando su calor, uno del que se había acostumbrado con tan pocos minutos de disfrutarlo. Besó su cuello, susurró su nombre a su oído dejando que la llevara consigo. No desconfiaba, sólo no quería irse de su lado. El trajinar del carruaje la adormeció un tanto más, pero las caricias de Delbaeth y sus susurros fueron suficientes para atraerla al mundo de los vivos y mirarle con una sonrisa dulce.
Tras ella, en la mansión Formorians, había dejado el cuaderno donde lo dibujara a él, a los 17 años, en un semicírculo sentado frente a una figura que usaba una túnica, cuyos cabellos ocultaban su rostro, pero que para el brujo era indiscutiblemente reconocible. En el sillón, el relicario donde se veían ellos dos abrazados, en una pintura cuyo fondo era indiscutiblemente Agharta, una joya tan antigua como la propia alma de la joven. Tan increíble como la inscripción que rezaba "Juntos por siempre". En el alféizar de la chimenea, la cruz y el pañuelo que usara para cubrirse los cabellos y tranquilizarse en el río. ¿Acaso fueron olvidos? No. Realmente no lo eran. Fue su propio inconsciente quien buscaba protegerla de la verdad que podría enloquecer su mente porque ¿De dónde había sacado todo eso? ¿Cómo podía ser tan exacto? Hubo quedado ahí como un firme testimonio y una llamada de atención a Delbaeth sobre su verdadera estirpe.
Los besos en su cuello, mejilla y labios le soltaron un gemido dulce, cariñosa, acarició el rostro masculino antes de abrir esos ojos que, por un instante se tornaron violáceos para luego tomar su color azulino... sonrió feliz y ella misma le robó un beso tierno asintiendo ante las palabras del hombre que le ha quitado más que la razón. El corazón mismo le dejó entre sus manos mientras suspiraba y se estiraba lánguidamente como un gatito. Rió ante la idea de volverlo a ver en la noche y gruñó haciendo un pucherito por la indicación del vino, pero todo se perdió ante su beso apasionado que la hizo sonrojar acariciándole el rostro.
Asintió ante sus palabras tomando fuerzas para separarse de él. Un beso más, corto que le deje su sabor en los labios para bajarse del carruaje cubriéndose la cabeza con la capucha. De inmediato su guardián Juan la acompañó dentro, sin que ninguno de los dos enamorados se diera cuenta de la figura que esperaba paciente en una de las ventanas. Una mano diminuta de color blanquecino, más tornando a violáceo y azul se plantó contra la superficie del vidrio dejando un rastro de hielo tras ella. Negó al ver al joven brujo y luego, siguió con la mirada la carroza hasta que se perdió.
¿Cómo decirle que era la última vez que verá a la joven que acababa de despedir? ¿Que quizá no la tuviera en sus brazos nunca más? Los ojos muertos del niño voltearon hacia donde Marianne subía las escaleras con paso rápido y la visión de Granchester, el gato de la joven se posó en la entrada siseando al notar la presencia del fantasma.
- Ya, ya - dijo Marianne tomando a su gato entre los brazos - no te enojes - le puso ante ella para reír y acariciarlo - sé que no vine a dormir, pero shhh guárdame el secreto, ahora acompáñame, tenemos mucho que hacer, tengo que bañarme, vestirme y... - otra expresión de miedo en su felino la obligó a mirarlo seria - ¿Qué pasa? - se asomó hacia la habitación, pero sus ojos mortales no veían a la figura que estaba ante ella y a la que Granchester siseaba intentando que se alejara de su dueña, que no le hiciera daño - Bah, no hay nadie corazón - besó la joven la cabeza del gato - anda, mira que tenemos que... - sus pasos se perdieron por el pasillo mientras que el niño la miraba irse.
La figura fantasmal la siguió con la mirada y sus labios sólo enunciaron la sentencia sobre la joven:
"Lo siento, pero así debe ser... Lo lamento, pero todo tiene que hacerse, aunque en el camino te pierdas o mueras..."
Marianne Cromwell- Realeza Escocesa
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