Desconocidos habituales [Libre]

Días que pasaban, angustias que crecían, espera que se hacía cada vez más patente, cómo un poderoso deseo que no desaparecía, que crecía cada día más y más de un modo incontrolable, y que seguiría creciendo durante mucho tiempo, hasta que finalmente llegara a un punto culminante en el que la desesperación se adueñaría de ella y dejaría escapar su más oscuro secreto. O en su caso, sus más oscuros secretos.
Selene no tenía por costumbre dedicar mucho tiempo a hacer estas salidas. Nunca le habían gustado mucho los bailes de sociedad, ni las fiestas en las que se bailaba o esperaba a que el duque de nosequién o el noble de un reino lejano se acercara a hablar o se dignara a perdirle a tu abuela que le diera permiso a visitarte, o dónde algunas damas con tocados hasta el techo o atrevidos vestidos de satén harían comentarios sobre quién era mejor que quién o sobre quién se casaría con cuántos. No, nunca le habían gustado, sobre todo porque le habían obligado a asistir a muchas desde que era pequeña. Al igual que tampoco le gustaban esas salidas obligadas a otros lugares de la ciudad. El teatro le recordaba demasiado a esas fiestas, y dependiendo sobre todo de la obra que se estuviera representando...
Pero tampoco podía quejarse. Algunas de esas obras eran interesantes, eso era cierto. Otras dejaban volar la imaginación, pero la mayoría daban valores que no le gustaban nada, por eso normalmente Selene era partidaria de la improvisación. Y por eso desde que estaba en París no solía salir al teatro o a otros lugares de vicio o de ocio a no ser que estuviera con algún amigo. Como Chris. Por él haría muchas cosas, haría lo que fuera.
En cambio, aquella noche...quería seguirle la pista a alguien, o más bien a algo. Tenía ganas de divertirse un rato, de caminar cual sombra por las calles y contemplar la obra para luego discutir con alguien sobre ella. Discutir con alguien sobre una mera obra, discernirla, buscarle el significado, ésos eran los pasatiempos de Selene cuando vivía en la lejana y amada Suiza. Pero también leer. Y otras muchas cosas. Otras tantas cosas.
Aquella noche, tras la caía del sol, se las arregló para ir bien atrevida. Elegante, atrevida, sofisticada, otros dones que son imposibles de encontrar. No quería que la gente se diera cuenta de su ocupación, de lo que era, que ella era la muerte, una dama en las sombras que acechaba en la esquina, así que se vistió con un atuendo muy delicado. No era un tono pastel. Era un tono verde clarito, el vestido que llevaba. Tafetán, muy sencillito, uno de los mejores que tenía.
El cabello más rojo que nunca suelto, con tirabuzones rojos cómo la sangre, sueltos. Menos mal que Selene no tenía criadas ahora, porque en cualquier otro caso habría sido imposible que se hubiera dignado a ponerse algo cómo un recogido estúpido. Cuando al fin estuvo lista para disfrutar de un poco del teatro, salió y con una carta guardada en aquel estúpido ridículo en el que guardaba también sus pociones. Hacia el teatro, y caminando, sumeorgida en uno de los más grandes entendimientos de la noche.
Y finalmente llegué al teatro. Pero tarde. La función había acabado. La gente iba aplaudiendo y yo no hice nada. Me quedé allí, mirando la gente que se levantaba, qué salía. Y entonces alguien me llamó la atención. Aquella dama de cabellos rubios con una voz bastante extraña...era un poco etérea. Esto me hizo fruncir el ceño, junto con cierta desconfianza por mi parte. Miré hacia dónde estaba esa mujer que me había llamado la atención y mis ojos se entrecerraron

Era extraño, curioso, e incluso podría decir que era casi hipnotizante. Una sensación la mar de curiosa, cómo si estuviera así cómo de repente en uno de esos sueños que confunden con tanta facilidad. No esos sueños que normalmente acaban en pesadilla, o aquellos tan vívidos que aparecen en el bosque o en algún lugar feliz, e incluso aquellos que no parecen otra cosa más que meras premoniciones...no, no tenía nada que ver con eso. Era cómo cuando, de pequeña, oía tocar a su tía Bellatrix el piano, esa música suave, de otro mundo, que transmitía paz al ambiente, esa delicia que en la infancia es algo recordado con un resplandor que sólo se puede recordar del mundo de los sueños, cómo algo idealizado . O al menos eso es lo que parecía, pues la paz en aquel lugar era algo que nunca había existido. La paz, por lo general, es algo que no existe en el mundo, porque una paz completa, cómo todo el mundo sabe (y quién dice que no lo sabe es que no lo admite) una total y absoluta paz no significa otra cosa más que la muerte. Muchos no entiende, ni siquiera lo entendía muy bien ella, ni lo haría años más tarde cuando viera la hoguera a la que se tendría que enfrentar, pero parte de esa idea seguía presente, en alguna parte, esperando el momento más adecuado para salir.
Para tener que enfrentarse a ello.
Trató de apartar este pensamiento de su cabeza, y lo logró mucho antes de lo que ella creía posible. No le gustaba evocar sus recuerdos de la infancia. Los pocos que de vez en cuando se escapaban eran aquellos, todos los relacionados con la música,aunque tía Bellatrix había terminado un poco mal. Al igual que todos los demás. Pero la música seguía presente en sus recuerdos. Esa canción, sobre todo.
Las preguntas de aquella mujer eran extrañas. Volcanes, manzanas, sobre todo esto último. La voz era etérea, cómo salida de otro mundo. Le tomó un mechón de pelo y lo miró con curiosidad, cómo si fuera sorprendente ver a alguien de cabellos rojos cómo los de la bruja. Casi podría decirse que lo era. Había heredado ese color de su abuela, no de sus padres, al igual que había heredado de ella y de su tía esa otra capacidad. Al igual que todo lo demás, para su desgracia, excepto por un mero detalle que se alegraba mucho de no haber heredado de ella: su orgullo, su desmesurado orgullo, que tantos problemas había traído. Y que tantos problemas traería. Selene no quería recordar esas cosas, pero al mismo tiempo no las echaba de su cabeza. Pero el fuego era algo que había sustraído muchas incertidumbres a lo largo de los años, motivo bía por el cual mucha gente había llegado a ese punto de las creencias.
-El rojo simboliza la vida. La sangre que viene y va por los rostros de los mortales que de veras lo desean. El negro, la muerte, pero aquello que hay tras la muerte posee colores imposibles. Blancos, hielo, invierno...estaba perdida en una especie que jamás saldrá a la luz. Yo soy quién soy, la que llama a las puertas el infierno.-me agaché para poder contemplarla mejor-¿Y vos, etèrea dama?