El sorbo de la Muerte (Diétrich)

Nueve horas, cincuenta y tres minutos, y doce segundos: ese era el espacio temporal que me separaba de aquél lecho en el que me removía incómodo del altar en el que esperaría impaciente la llegada de mi futura esposa Corinne.

Las sábanas se pegaban a mi torso desnudo y sudoroso, creándome una sensación de asfixia que no me permitía naufragar en el mar de los sueños. Ladeé mi cabeza y miré a través del cristal de la ventana, contemplando la media luna sonreírme y devolviéndole ese gesto amistoso, como si firmáramos así una tregua. Suspiré pesadamente y decidí ir a la cocina a prepararme un té, pues quizás el insomnio era producido por los nervios antes del enlace. Al llegar, encendí una vela y busqué y rebusqué por los armarios y cajones algo que llevarme a la boca. Nada. Meneé la cabeza y ya desvelado, sentí la necesidad de respirar aire fresco. Así, regresé a mi alcoba en penumbra y me vestí con lo primero que encontré, que fue justamente la ropa del día anterior. Algo tambaleante por el cansancio acumulado, cerré la puerta de la residencia tras de mí sin darle un último vistazo, sin tan siquiera asegurarme que había apagado la vela de la cocina.

Deambulé con las manos en los bolsillos por las calles, apeteciéndome incluso un cigarrillo cuando nunca antes había fumado. Sí, aquella era la prueba irrefutable de lo nervioso que me encontraba. Tropecé de pronto con un cartel que anunciaba la taberna. Vacilé unos segundos, prometiéndome antes de entrar que sólo sería un trago y volvería a la cama. Pero fallé. Me dejé llevar por el lado más irracional y quizás cobarde de mí, llegando a pedir botellas enteras de whisky. Maldición... la noche empezaba mal y nada me aseguraba como terminaría.

Me acurruqué en la esquina del local, sentado en el suelo y rodeado de botellas vacías mientras seguía tomando de otra, cantando de vez en cuando, gritando en otras. Estaba solo, marginado, ebrio y con la noción espacio-temporal desmoronada. Fue entonces cuando alguien ensombreció las luces del local. Alcé la vista quejándome, pues se interpuso entre una prostituta que flirteaba con un cliente de la taberna y la verdad es que la escena era bastante entretenida, por no añadir morbosa. Pero, como decía, mis ojos tropezaron con el rostro severo de un hombre calvo, con actitud contenida y un deje que me inspiraba desconfianza. Sin mediar palabra, le lancé una de las botellas vacías a la cabeza y solté una carcajada, doblegándome sobre mí mismo hasta tumbarme completamente en el suelo del bar, realmente ebrio y sin dejar de reír.

Una noche más…Mi labor como espía me llevaba a pequeños antros de la ciudad, donde el alcohol fluía con libertad ante las miradas ensombrecidas y brillantes de aquellos que... compran la felicidad en una botella.
Aquella noche, vestido con unas ropas sencillas y holgadas de pueblerino, solo acompañandome de una capa con capucha. me inmiscuí en aquel bar como si fuese un simple trabajador mas, cansado de un día ajetreado y necesitando un trago con todas sus fuerzas.
Esa era la actitud y la idea. Pero en realidad, había ido a que me pasaran información.

Entré y fui recibido por la mirada del tabernero y alguna que otra mirada curiosa por parte de algunos hombres. Resulta que al parecer, no me ayudaba mucho ser más alto que la mayoría, porque eso hacía que impusiese bastante y llamase la atención, pero no podía hacer nada al respecto. Así que sin hacer caso me acerque a la barra, me pedí un whiskey y lo deje allí. No tenia intensión ni de olfatearlo, yo prefería un té, pero seguro que el tabernero se reia en mi cara si le pedía algo así, además... me había acostumbrado ya a los que preparaba Aya. Esperaba que mi sierva no se quedase toda la noche en vela esperándome como la ultima vez, en otra ocasión le dejaría instrucciones estrictas de que durmiese unas doce horas, y no pudiese levantarse hasta que no llegase yo antes a casa… no pude evitar negar con la cabeza de solo pensarlo. Ella se negaría en rotundo.

De pronto una de las “prostitutas” del lugar se acerco a la barra situándose a mi lado.

-Dios santo…como necesitaba una copa…comente moviendo el whiskey en su copa intacta, fingiendo que lo que decía lo sentía de verdad. -Dicen que una copa cura todos los males…

La chica con una sonrisa picara muy bien ensayada se apoyo en la barra guiñándole el ojo a otro hombre que estaba cerca.

Los males del alma solo los cura una cosa…y no se encuentra en una botella. No deseáis mejor la compañía de una dama a la de una copa?

Esa ultima frase que me dijo sobraba, le mire alzando una ceja, dispuesto a replicarle pero entonces un hombre se puso delante de ella y comenzó a susurrarle algo, claramente interesado en sus servicios. Pero me puse en medio del fornido hombre apartándole con una mano para poner distancias entre ella y él.

-Eh amigo, ella está conmigo.

El hombre claramente ebrio me gruño mostrándome sus dientes amarillentos mientras se acercaba a mi rostro mirándome hacia arriba. Yo deslice suavemente el abrigo a un lado para que el hombre pudiese ver lo que tenia dentro y de esa forma cayó en el arsenal de armas que llevaba dentro del mismo. Así que tan rápido como apareció, se fue sonriendo como un bobalicón perdiéndose entre las sombras del mismo local.
Me apoye en la barra y la prostituta se posiciono a mi lado mostrando una sonrisa contenida.

-Te encanta meterme en problemas eh Sarah? Le susurre a la espía disfrazada. Ella se retoco el pelo y se acerco con gesto meloso tomándome de las solapas d la camisa que se entreveía, deslizando con sus dedos un pequeño sobre negro entre mis ropajes con una destreza propia de nuestra profesión.

Oh vamos encanto…Deberías relajarte un poco y disfrutar de la vida yo podría ayudarte…Siempre se te ve tan tenso…
Le mire sin entender a que diantres se referia, iba a responderle que tenia cosas más importantes que hacer…pero una botella paso rozando mi cabeza, estando a punto de darme. La espía me soltó y yo me puse delante de ella instintivamente. Mire hacia la dirección en la que había venido aquella botella, percatándome en la sombra de aquel rincón. Camine hacia aquel que reía en el suelo ante su “fechoría”
Me acerque a él dispuesto a darle un zarandeo pero al verle reír a carcajadas, con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes por el alcohol, supe que era un caso perdido…

-que desperdicio de vida y de tiempo…Que dios se apiade de tu alma de borracho…comente dándome media vuelta, percatándome de que ya no había ni rastro de la “prostituta”.
Salí del bar, agradecido del aire frio que al contrario de aquella taberna, se percibía fresco y menos agobiante. Me acomode los ropajes, deslizando aquel pequeño sobre con información hasta un bolsillo interior. Negué con la cabeza al pensar en lo fácil que era dejar que el alma se corrompiese por el simple líquido que reposa en una botella.
Hasta que de pronto alguien salió del bar creando alboroto, dando un gran portazo para hacer alarde de su presencia…

El muy cretino me había mirado de forma casi repugnante antes de dirigirse a mí, hablándome como un sacerdote que oficiaba una plegaria a un alma errante como la mía. En mi estado cuerdo, me hubiese reído de él y simplemente le hubiera dejado ir, pero ahora, con el alcohol a flor de piel y la parte racional enterrada bajo llave en las entrañas de mi cerebro extasiado, me empujaron a ponerme en pie, arrastrándome con dificultades hasta una mesa, tomando una de las botellas que aun adornaban el suelo, rompiéndola contra el borde de la madera y sonreí desquiciadamente en cuanto atisbé un trozo de cristal perfecto para aquella ocasión.

Tambaleándome de forma visible, tropezando con mesas, sillas y personas que vociferaban cosas a las que ni siquiera atención presté, busqué casi a tientas la puerta por la que le hombre había salido momentos atrás, sin importarme si gritaba demasiado, pues para mí todo a mi alrededor era ruido y caos.

- ¡Eh! ¡Tú! ¡Poco-pelo! ¡Don Larguirucho! ¿Qué pasa, ahora haces ver que no me ves? ¡Cobarde! ¡Gallina!- vociferé hasta acercarme por la espalda y, sin mediar más palabra, le clavé la botella quebrada con intención de herirle con el cristal verde que ahora centelleaba al mancharse de su sangre, aunque mi fuerza había flaqueado y tan sólo le había herido muy superficialmente.

Parpadeé confundido al tener un momento de lucidez, percatándome que había atacado a un ciudadano por el simple hecho de dirigirme la palabra en mi trance ebrio. ¿Qué clase de policía era yo? ¿Cómo podía defender el Bien… si luego era yo quién causaba disturbios? Fue en ese momento en el que lancé la botella lejos de mí mientras buscaba las palabras para disculparme, no pudiendo decir nada al atragantarme con el oxígeno que entraba ansiosamente a mis pulmones. Me llevé las manos a la cabeza y con los labios temblando ante lo acontecido, alcé la mirada hacia el hombre que ahora se giraba hacia mí, fulminándome con sus ojos de anfibio. Y tras su cabeza calva, una densa nube desapareció, dando paso a la reluciente luna llena. Tragué saliva ruidosamente y con espasmos como fieros latigazos, mi anatomía empezó la transición hacia lo salvaje…