Día de sorpresas (Dante)

por **Judith M. Illumise** Miér Jun 30, 2010 12:53 pm

Estaba en la catedral rezando como cada día, vaya, como siempre hasta que llego el atardecer y con él la noche, por lo que tenía que salir de ese lugar para dirigirse a otro, donde más o menos hacía la misma faena que en el principal, curar en el hospital de la capital francesa, o sea, París.

La chica rubia salió de la catedral con el hábito puesto, no fuese el caso que le pillase el sacerdote el obispo por la calle y sin llevar el "traje de trabajo", por lo que la monja suele llevarlo siempre encima y debajo de éste siempre lleva, lo que sería la ropa casual, la de cada día, la ropa con la que gente "normal" suele salir a la calle para pasear, hacer visitas a los amigos o a los conocidos, etc... Todo lo que una persona habitante en parís sería capaz de hacer sino perteneciese a una orden religiosa, lo que limita, y mucho, las posibilidades y las acciones de una misma en frente de la sociedad.

La monja novicia pasaba por delante de un teatro, el cual no sabía si era de los ricos, de los pobres, de los malditos o de los puros, pero realmente no le importaba ya que estaba a pocos metros de alcanzar su destinación final, el hospital... Pero por eso, tenía que pasar por un callejón que travesaba dos edificios por la mitad, era una forma más rápida, eficaz y... segura de llegar más rápido.

por Invitado Miér Jun 30, 2010 2:54 pm

Sus pisadas no llegaban a alzar sonido alguno, de modo que el silencio de esas tristes calles de una durmiente ciudad francesa era total y completo. En la cabeza de esa dantesca figura surgida del infierno, un certero violín dejaba escapar una melodía que lograba condicionar el ritmo de sus pisadas, haciendolas ciertamente elegantes y casi danzantes. Sus brazos colgaban inertos a ambos lados de su alto y delgado cuerpo, balanceándose a un lado y otro de forma melodiosa y pendular. La suave brisa nocturna acariciaba su pálida figura de peculiar apariencia, ondeando sus castaños cabellos como si de crines de salvajes sementales se trataran. La lenta melodía de su cabeza se volvió más veloz y sus pasos no quedaron atrás, conviertiendo su elegante paseo en un visual baile exclusivo.

Los largos dedos de pianista que adornaban sus inmortales manos se movieron, bailoteando o dirigiendo la orquestra que tocaba la banda sonora de su miserable existencia. Sus pisadas se alargaron y sus movimientos se volvieron más toscos a medida que ese invisible violín de su cabeza marcaba el destino de sus cavilantes pasos. Sus pupilas se dilataron al ser iluminadas por la ténue luz de la luna menguante. Sus irises color asfalto, color desengaño y color contaminación peinaron la zona de un modo casi desganado, ensimismado en sus mudos pensamientos. Nada estaba planeado... ¿o era al revés y todo estaba planeado al dedillo? La respuesta carecía de interés en ese día, y el siguiente, y el otro. El azar decidía su suerte... ¿o era él el que decidía la suerte del azar?

Otra respuesta igual de inteligente o igual de estúpida. Su mundo se dividía en esa dualidad única y exclusiva entre locura o genialidad. El violín acalló sus reflexiones sigilosas y dejó paso a un rumor que lo incordió. El puente de su larga y perfecta nariz de inmortal se arrugó ligeramente, señal de desagrado. Odiaba el sonido de las susurrantemente chillonas voces de los humanos, totalmente. Torció a la derecha y entró en un tugurioso callejón estrecho. Al otro lado, una monja. - Deliciosa criatura. - Murmulló esbozando una media sonrisa enfermizamente atractiva. Comida, y fresca.

por **Judith M. Illumise** Vie Jul 02, 2010 9:15 am

La monja seguía caminando lentamente y con mucha precaución por ese callejón oscuro y estrecho, apenas iluminado, ya que no había suficiente para una lampara de aceite, o bien una lámpara de pie, no, todos lo que pasaban por ese lugar tenían que pasar rápidamente porque además de ser estrecho y oscuro, llevaba a otros calles, como por ejemplo, al barrio de burdeles y zona poca recomendable, que cuando ibas por la mitad del trayecto se dividía en otro caminillo a tu derecha que llevaba a dicho lugar, pero la monja, ya pasó por ese trayecto un día, cuando recién acababa de empezar y el sacerdote le recomendó que fuese por el camino más corto posible, ya que muy temprano por la mañana ya empezaban a dar misa y todo el rollo y claro, una monja no podía faltar a tan importante evento religioso, así que, inocente y ingenua, la monja se adentró en ese caminillo para no volver hasta la mañana siguiente, hacia el atardecer.

Ahora, Judith no es tan ilusa, ingenua e inocente como antes, pero aún le queda un cierto deje de estas tres características pero con una novedad, ella sabe que tiene que ir tirando recto si quiere llegar al hospital a tiempo, si quiere cumplir el horario que se le está asignado, por lo que se dio prisa en llegar al otro lado, una carretera amplia, con varias farolas de aceite, bien iluminada pero con una cosa extraña, un hombre que parecía estar detrás mío y hablándome.

- Gra...cias.. -dijo temorosa para darse la vuelta sigilosamente y encarar al desconocido de pelo oscuro y piel pálida, bastante pálida. - ¿Quién eres y qué quieres? -preguntó "más segura" la monja.

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