AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
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La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
... Entonces, con perpetua ambigüedad, rota, y sin sus alas, caminó por oscuros abismos, objetivo grabado por aquel fuego eterno...
Era tenue la luz de las extravagantes y escasas lamparas de gas que en la enorme sala dejaba entrevere más sombras que la propia luz. El misterio, lo oculto... Era lo que en aquel club parisino ahora abierto para todos los públicos, deseaban conseguir con tan escasa iluminación y un cuidado decorado.
Los curiosos iba invadiendo cada espacio de aquella enorme sola, aquel tipo de reuniones estaban muy de moda en las capitales de los países vecinos, y París no iba a ser de menos. “Espectáculos” que ofrecía un elenco de lo sobrenatural, sesiones de hipnotismo, videntes que eran capaces de entrar en contacto con los muertos, invocaciones de estas mismas entes, y luego el comercio constante de todo tipo de objetos hechizados traídos del exótico oriente.
Aquella conocida como Lakme, no estaba dispuesta a perderse una reunión como aquella, le encantaba ver una y otra vez aquella necesidad perpetua por los mortales por rozar “su mundo” de algún modo, por dejarse llevar una y otra vez por las miles de supersticiones existentes en aquel momento y tal vez dejasen de existir en un futuro. Alcanzar lo inalcanzable, el anhelo y curiosidad lo misterioso e impenetrable de la mente, el deseo de rozar con sus dedos un más allá que tal vez no fuese lo que ellos imaginaban, el mundo de aquellos que ya les dejaron... Un mundo que Lakme nunca percibió como hermoso, es más ella mismo lo había calificado como un “lugar de tinieblas”, ya que como la niebla densa era difícil ver dentro de ella, y lo poco que había visto le había hecho crear esa idea de oscuridad y confusión que tenía en su mente.
De pie junto al diván sus dedos enguantados se entrelazaban sobre su regazo, ya le habían ofrecido asiento al menos tres veces distintos caballeros, pero ella los había rechazado, prefería contemplar aquella burla a la muerte de pie. Lo llamaba burla porque en aquel silencio inquebrantable, en aquella expectación donde podía sentir el latir de cada uno de los corazones de aquellos humanos detenerse ante la actuación de la “vidente”, solo podía ver una pantomima que daba falsas esperanza al mundo. ¿Dónde estaban esos famosos entes? ¡Cuánta imaginación tenía aquella chica! ¡Que graciosa le parecía aquella actuación de una posesión!
Lakme se llevo enseguida su mano enguantada a aquellos labios ahora teñidos por el carmín de la vida para reprimir una risa, sus hombros no pudieron evitar moverse ante la risa y su pecho que se balanceaba por la acción de sus pulmones pudo notar la presión del ajustado corsé. Ese era el estado que poseía cuando estaba completamente satisfecha en su sed de férrea ambrosía. Su piel volvía a poseer el rubor típico de la humanidad, sus ojos tan verdes brillaban contrarios al hieratismo típico de su estado vampírico, el corazón latía proporcionando vida a sus venas, el aire penetraba en sus pulmones como un soplo que activaba aquel mecanismo complejo que era el cuerpo mortal, incluso sus poros eran capaces de desprender calor. Era como si nunca hubiese muerto, como si el tiempo no se hubiese detenido en aquel aspecto de una simple jovencita de unos veintitantos, como si el tiempo continuase recorriendo aquella estancia de sostenida en huesos.
“Si ellos supieran lo carente de teatralidad que es vivirlo...” Pensó recordando sus ataques en vida, el despertar entre escalofriantes espasmos tras sentir la presión desgarrada de las propias entrañas doloridas tras luchar con desenfreno por no ser un recipiente.
Los aplausos estallaron y su mente volvió a la realidad tras perderse en el arcón de los lejanos recuerdos, borrosos recuerdos que le parecían a veces confusos y sinsentido, dándole la sensación de haber sido una espectadora pasiva de éstos mismo, ya que a veces nos lo vinculaba con su propia “vida”, eran tantos los milenios...
Las horas nocturnas se veían bien penetradas en horas, los curiosos poco a poco regresaban a sus hogares, los espectáculos finalizaban dejando paso al pequeño comercio, la sala iba quedando más u más vacía, el dinero era lo que corría entre los supersticiosos, aquello simplemente era otro negocio variopinto.
La inmortal con pasos lentos se paseaba por pequeños puestos dispuestos, el sonido del largo vestido al rozar era más notable que sus imperceptibles pasos.
Símbolos que para muchos eran extraños, ella los reconocía todos, incluso los falsos, había demasiadas baratijas sin autenticidad y algunos objetos que seguro que habían sido robados como muchos otros tesoros en la época napoleónica...
Un bostezo fingido de aburrimiento, había que actuar con normalidad, ser uno de ellos, el cansancio es típico de los vivos y en aquellas horas muchas eran las caras cansadas. Con insistencia un hombre le mostraba colgantes traídos de las “tierras orientales”, ¡más falsificaciones! ¡Y halagos por su juventud y apariencia! Un vendedor demasiado insistente, y el elevar sus cejas indicaba el desinterés.
-Estas moscas son de oro auténtico, dicen que son contra el mal de ojo y si una jovencita como usted la dispone bajo su almohada al dormir, dicen que en sueños reconocerá a su futuro amante.
“No me hagas reír” Pensó al ver el colgante de moscas de oro. Aquel vendedor parecía conocer los gustos de las chicas jóvenes de su “edad”, las cuales estaba ahora en edades casaderas y tenían metidas en sus cabezas esas historias de amor que ahora vendían en los libros.
Apunto estuvo de hacer gesto de ignorancia cuando sus ojos se detuvieron con detalle en el colgante. Inclinando el rostro con un creciente interés repentino, Lakme se quito uno de sus guantes y tomó directamente la pieza con sus dedos.
Aunque no lo creyese era autentico, “Moscas de Honor”, se las había visto como condecoraciones militares a aquellos hombres que visitaban el templo en busca del “favor” de la diosa, se las había visto a...
No deseo pronunciar su nombre en su mente, un mechón de aquel cabello negro y bien recogido se escapo cayendo sobre su rostro, ella había enmudecido en un extraño gesto indescifrable.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Aquel resultaba el problema de permanecer tanto tiempo seguido en una misma ciudad: las exposiciones públicas que, en teoría, engrandecían el conocimiento y la cultura, tanto de los eruditos como de los llanamente curiosos. Cada día lo descubría y redescubría más y mejor y más molestamente, al perder sus incansables pasos entre la insulsa friolera de tiovivos exóticos que se presentaban de la manera comercial digna del patetismo de la época; al pasear a través de las enredaderas de gente vendiendo el tiempo de la humanidad en cajas de polvo y expositores de dudoso decoro. Eran aquel tipo de establecimientos morbosos en su exhibicionismos, insignificantes ante la totalidad del universo del que presumían estar haciendo gala, los que cada vez le confirmaban con mayor ahínco que 'visto uno, vistos todos'. El mismo repertorio del año pasado, sólo que perfilado de manera distinta para quienes coleccionaban un conformismo del que ni siquiera eran conscientes a causa de la ignorancia que se les pudría por dentro. Pobrecitos seres, mortales o inmortales, humanos o criaturas infernales -podía haber de todo vagando por ahí-, experimentar lo que suponía vivir dormido a pesar de andar erguido y tener los ojos abiertos era una de las poquísimas cosas que no quería conocer mientras él sí continuara estando despierto.
Sonrió de lado al cruzar un puesto de antigüedades sobre la India y negó con la cabeza al divisar la especie de faquir que dormitaba sobre lo que penosamente trataba de hacer pasar como una cama de clavos.
'¡Este hombre lleva meses sin comer ni dormir!'
Fausto se detuvo durante unos instantes entre el gentío apelotonado que contemplaba la supuesta e inaudita proeza y con la bocanada burlona de superioridad llamando desde el otro lado de su lengua, el alemán tuvo que destrozar el cometido de una persona más en su recorrido por la Tierra.
Cualquiera puede llevar meses sin comer ni dormir el primer día.
Dicho aquello, incluso el farsante estuvo apunto de caer desde su propia pantomima y el cúmulo de carcajadas del resto de presentes terminó de adornar la humillación que él mismo se había procurado y que Fausto sólo había andado lo suficientemente aburrido como para acribillarle con ella.
Continuó sus andares sin rumbo y recordó una escena parecida que había acontecido años atrás con Georgius. Cuando todavía era un crío insignificante recién salvado de la mediocridad de unos padres inútiles, su mentor le llevó a un club nocturno de la India, precisamente. ¡Ah, cuánto tenía que envidiar el de entonces a los que siempre se había encontrado en aquel lugar! Allí siempre eran distintos, pero todos igual de excitantes y productivos. Se volvió a ver perdiéndose a través de la fragancia del cultura auténtica, real en su sabia senectud y esas fuerzas todopoderosas que no únicamente se burlaban de la actualidad, sino que provocaban que te sintieras colmado bajo la fascinación que te avergonzaba de ser tan novato en los parajes de la vida... Aquello sí que era enriquecimiento, aquello sí que era aprovechar la mirada y los pies y el dinero... Y no lo de esos instantes parisinos, rodeados de palabrería y copias deplorables de un espíritu superior al que calumniaban. Sería hasta insultante, si los que lo ejecutaran todo no tuvieran la mente del tamaño de un guisante pasado.
Curiosamente, algo terminó frenando sus pasivas maldiciones internas cuando el azul abusivo de sus ojos deambuló hasta posarse en la discusión de un comerciante y una mujer. Los moscardones que mostraba brillaron frente a la metafórica y fría luz de la noche y no pudo más que enarcar ligeramente las cejas al tener que poner fin a su incredulidad. Vaya, las baratijas eran auténticas, completamente lejanas a las bravuconerías merecedoras de una muerte entre el pantano y su sable con las que se había ido encontrando. Las examinó con atención a sólo unos pasos y tras fijarse en el precio que bramaba el vendedor, se trasladó a la visión de la joven... o joven podía indicar su apariencia al más ajeno de los mortales, más no a sus experiencias de profesional reconocimiento. Porque no sólo el lánguido mirar de la chica destilaba el cansancio propio de los viejos desengañados, sino que para más inri su expresión daba señales de estar apreciando también el valor de aquella joya egipcia. ¿Y sus rasgos no eran también egipcios, acaso? Pero qué interesante... No sólo un objeto auténtico de golpe y porrazo, también una posible alma inmortal que se le había adelantado para reconocerlo.
Tan sólo sería necesario confeccionaros un collar con tres y este antro, de repente, habría revivido a Ahhotep -comentó como primera intromisión a la escena-. Y más irónicamente creíble que todo lo que se ha presenciado hasta ahora- torció la ligereza de su sonrisa con arrogancia, burlándose también de sí mismo al percatarse de lo inconsciente y poéticamente galán que había sonado. Como si fuera ésa la verdadera intención que se tejía tras la mirada por encima de su cruento estómago- ¿Cuánto por ellas, habías dicho? -inquirió al vendedor respecto a las moscas, abandonando la forma respetuosa para dirigirse a él, pero sin apartar en ningún momento sus pupilas de la mujer.
Sonrió de lado al cruzar un puesto de antigüedades sobre la India y negó con la cabeza al divisar la especie de faquir que dormitaba sobre lo que penosamente trataba de hacer pasar como una cama de clavos.
'¡Este hombre lleva meses sin comer ni dormir!'
Fausto se detuvo durante unos instantes entre el gentío apelotonado que contemplaba la supuesta e inaudita proeza y con la bocanada burlona de superioridad llamando desde el otro lado de su lengua, el alemán tuvo que destrozar el cometido de una persona más en su recorrido por la Tierra.
Cualquiera puede llevar meses sin comer ni dormir el primer día.
Dicho aquello, incluso el farsante estuvo apunto de caer desde su propia pantomima y el cúmulo de carcajadas del resto de presentes terminó de adornar la humillación que él mismo se había procurado y que Fausto sólo había andado lo suficientemente aburrido como para acribillarle con ella.
Continuó sus andares sin rumbo y recordó una escena parecida que había acontecido años atrás con Georgius. Cuando todavía era un crío insignificante recién salvado de la mediocridad de unos padres inútiles, su mentor le llevó a un club nocturno de la India, precisamente. ¡Ah, cuánto tenía que envidiar el de entonces a los que siempre se había encontrado en aquel lugar! Allí siempre eran distintos, pero todos igual de excitantes y productivos. Se volvió a ver perdiéndose a través de la fragancia del cultura auténtica, real en su sabia senectud y esas fuerzas todopoderosas que no únicamente se burlaban de la actualidad, sino que provocaban que te sintieras colmado bajo la fascinación que te avergonzaba de ser tan novato en los parajes de la vida... Aquello sí que era enriquecimiento, aquello sí que era aprovechar la mirada y los pies y el dinero... Y no lo de esos instantes parisinos, rodeados de palabrería y copias deplorables de un espíritu superior al que calumniaban. Sería hasta insultante, si los que lo ejecutaran todo no tuvieran la mente del tamaño de un guisante pasado.
Curiosamente, algo terminó frenando sus pasivas maldiciones internas cuando el azul abusivo de sus ojos deambuló hasta posarse en la discusión de un comerciante y una mujer. Los moscardones que mostraba brillaron frente a la metafórica y fría luz de la noche y no pudo más que enarcar ligeramente las cejas al tener que poner fin a su incredulidad. Vaya, las baratijas eran auténticas, completamente lejanas a las bravuconerías merecedoras de una muerte entre el pantano y su sable con las que se había ido encontrando. Las examinó con atención a sólo unos pasos y tras fijarse en el precio que bramaba el vendedor, se trasladó a la visión de la joven... o joven podía indicar su apariencia al más ajeno de los mortales, más no a sus experiencias de profesional reconocimiento. Porque no sólo el lánguido mirar de la chica destilaba el cansancio propio de los viejos desengañados, sino que para más inri su expresión daba señales de estar apreciando también el valor de aquella joya egipcia. ¿Y sus rasgos no eran también egipcios, acaso? Pero qué interesante... No sólo un objeto auténtico de golpe y porrazo, también una posible alma inmortal que se le había adelantado para reconocerlo.
Tan sólo sería necesario confeccionaros un collar con tres y este antro, de repente, habría revivido a Ahhotep -comentó como primera intromisión a la escena-. Y más irónicamente creíble que todo lo que se ha presenciado hasta ahora- torció la ligereza de su sonrisa con arrogancia, burlándose también de sí mismo al percatarse de lo inconsciente y poéticamente galán que había sonado. Como si fuera ésa la verdadera intención que se tejía tras la mirada por encima de su cruento estómago- ¿Cuánto por ellas, habías dicho? -inquirió al vendedor respecto a las moscas, abandonando la forma respetuosa para dirigirse a él, pero sin apartar en ningún momento sus pupilas de la mujer.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/11/2011
Localización : En tu cara de necio/a
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Sus dedos acariciaban con fragilidad la joya que aun sostenía, el comerciante había continuado con su fastidiosa chachara, ella había dejado hacía rato de escucharle.
-¿Cuánto por la pieza? -Había preguntado tras cerrar sus dedos en torno a ella, de repente era interés lo que mostraban sus ojos. Con la mano sobrante comenzó a buscar la pequeña carterita que entre sus ropas usaba para guardar las monedas, de repente se detuvo en un gesto de fastidió, el comerciante seguía sus movimientos con descaro. Ella detuvó su busqueda y alzando aquellos ojos verdes le dedico una sonrisa ángelical. En su mente había sonado un blasfemía no muy delicada, no llevaba ni un franco encima, ¡qué poco acostumbrada estaba a adquirir por mano propia bienes materiales, y a necesitarlos! Ahora lamentaba no llevar a aquel humano que usaba como tapadera para aquella nueva identidad, a su "representante". -Mmm... Pensándolo bien, será mejor que me mande la pieza al teatro. -Su gesto fue decidido, intentaría usar la fama que había adquirido en pocas semanas en París y sus artes femeninas. -¡Es precioso! -Dijo mientras la alzaba con ambas manos para contemplarlo como si fuese ya suyo. -Será perfecto para lucirlo en mi próximo espectáculo. -Sus ojos ahora se dirigieron con aire distraído a las demás piezas de menos valor que también vendía. -Mandaré a algunas de mis bailarinas a adquirir piezas similares.
-Sin dinero no hay venta. -Dijo de mala manera el comerciante, éste alargo su mano para recuperar el collar, Lakme frunció el ceño e introdujo en su mente la imágen de aquellos miles de carteles que había bien repartidos por la ciudad de su espéctaculo.
-¡Oh! ¡Me ofende, monsieur! -Una mirada indignada y de reproche infantil, su papel como veinteañera era perfecto a la hora de ser interpretado. -¿No reconocé mi rostro? -Deshaciéndose del único guante que aun le quedaba puesto, la joven descubrió su mano teñida aun por la tibia henna, la decoración era similar a la que usaban las novias en la India. Un gesto teatral con su mano junto a aus mejilla imitando a la imágen de su propio cartel.
-¡Ajam! Es usted, la bailarina exótica de esa que no paran de hablar estos... -"Si ibas a decir ricachones" Pensó Lakme quieta en su postura. -... En las altas esferas, si. -El hombre, ya un poco anciano carraspeó, aunque no por necesidad sino más bien por disimulo. Luego con gesto pensativo continúo con su habladuría, estaba claro que la había reconocido. -Un espectáculo muy bonito por lo que he oído, muchachas con ropa "ligera" bonitos movimientos de... -Se quedo señalo su propia cintura pero no finalizó la frase. Lakme hizó gesto de desagrado al ver aquella lasciva sonrisa. -Al parecer a las señoras no le agradan ese espectáculo tanto como a los hombres, si, he escuchado que se mueve sus cabellos como si estuviese poseída por el mismísimo diablo... -La joven continuaba sosteniendo aquella cortes sonrisa casi forzada, había conseguido su interés y aquello podía asegurarle el éxito en su compra. Al menos aquel hombre era sincero.
En cuanto escuchó aquellas palabras pudo identificar que se refería al "zaar", un danza que ella no permitía que nadie practicase en su compañía, un tipo de baile que pocos comprendían por sus exagerandos movimientos de cabeza y actitudes pocos decorosas. Decían que quienes lo practicaban, solo a las mujeres le era permitido, eran capaces de entrar en un trance similar al del "derviche", que permitía borrar todos los pecados de aquellos que rodearan a la bailarina, y que éste finalizaba cuando ésta caía fátiga o simplemente desmayada.
-¿Entonces, monsieur? ¿Se encargará de enviar la pieza al teatro? -Su voz era un educado terciopelo bien fingido de la amabilidad humana.
-Repito, sin dinero, no hay venta. -Firme a su palabras, parecía que aquel hombre tenía la cabeza bien dura.
Suspirando suavemente, Lakme se veía forzada en usar sus artes persuasivas más alejadas de su mortalidad. Sus pupilas clavadas en la del anciano comenzaron a dilatarse de un modo exagerado oscureciendo con su negrura al verde del iris, pero en cuanto fue a entrar en la mente de éste una voz masculina a su lado le interrumpió, otro comprador interesado.
Al principio no se volteo para ver al hombre que hablaba de la pieza, parecía saber de ella lo suficiente para ver que una falsificación, es más parecía saber de lo que se trataba realmente aquel collar. Lakme continuaba lanzándole aquella mirada intimidatoria y ofendida al comerciante.
-Monsieur, ha llegado tarde la pieza esta practicamente vend... -Sus ojos verdes se voltearon por fin ante el recien llegado, dirigiendose directamente a ellos, con la intención de hacer un breve lectura superficial de sus pensamientos. -... ndida. -Terminó la palabra con voz muy bajita, había dejado de respirar por un instante en cuanto se encontró con unos ojos azules, si, un azul que le iba que ni pintado porque al penetrar en las primeras estancias de su mente, curioseando, tuvo que refrenar sus pasos al encontrar solamente dura e inescrustable escarcha.
La joven inmortal sintió un escalofrío, "¿de qué emociones se vale ciertos mortales humanidad?", los latidos del corazón de aquel desconocido golpeaban fuertamente en el interior de su cabeza.
El recuerdo de que llevaba demasiado tiempo sin respirar le hizó volver en sí, no era una acción necesaria para la supervivencia pero aquel reflejo era otra de sus perfectas armas para su máscara de mortalidad.
Sus mejillas se ruborizaron por la sensación asfixiante de aquel latido, Lakme agacho su mirada fingiendo timidez e inocencia, muy apartados del por qué de aquel leve rubor.
-Ahhotep lo tendría dificil para despertar, no es contemporánea con ésta joya. -Aquella mano decorada por la henna le mostro el collar de moscas al posible comprador. -Observad, monsieur. -Sin decoró alguno tomó la mano del recién llegado para entregarle el collar, su gesto parecía descuidado pero aquella anciana con cuerpo de veinteañera, a pesar de ser a veces despistada, poseía más malicia de la que podía apreciarse. -Éstas muescas. -Su voz había dejado de sonar infantil, era firme como si hubiese adquirido los de la madurez humana, con cada palabra se detenía pensativa. Su gesto era indescifrable. -En el ala, es una firma. ¿Lo ve? Como las flechas típicas de un arquero o "cazador". -La palabra cazador no fue nombrada por azar, en lo poco que había podido pasear por su mente había visto que él sabía lo que era, pero ella no estaba dispuesta a revelarse, continuaría siendo aquella muchachita curiosa que desea un hermoso collar que "brilla". -Esta tipografía es más antigua, incluso si ve su elaboración, el oro ha sido manipulado con herramientas más rudimentarias. Esta pieza no sería entregada a alguien de la realeza.
Finalizó su discurso apartando sus dedos de la mano de aquel hombre. Había sido un gesto arriesgado, si aquel hombre era lo que ella pensaba que era, estaba en una situación de peligro. Más le valía huir.
-Si no le compran la pieza, mandaré mañana a alguien a recogerla. -Parecía que el interés hacía el collar había sido trasladado a la curiosidad ante aquel humano. -Disculpen. -Ella inclinó su rostro con gesto cortés y se retiró de aquel puesto para alejarse a otro, disimulando que le interesaban otras piezas, aunque realmente su intención era llegar a las calles, era un medio más seguro y discreto.
-¿Cuánto por la pieza? -Había preguntado tras cerrar sus dedos en torno a ella, de repente era interés lo que mostraban sus ojos. Con la mano sobrante comenzó a buscar la pequeña carterita que entre sus ropas usaba para guardar las monedas, de repente se detuvo en un gesto de fastidió, el comerciante seguía sus movimientos con descaro. Ella detuvó su busqueda y alzando aquellos ojos verdes le dedico una sonrisa ángelical. En su mente había sonado un blasfemía no muy delicada, no llevaba ni un franco encima, ¡qué poco acostumbrada estaba a adquirir por mano propia bienes materiales, y a necesitarlos! Ahora lamentaba no llevar a aquel humano que usaba como tapadera para aquella nueva identidad, a su "representante". -Mmm... Pensándolo bien, será mejor que me mande la pieza al teatro. -Su gesto fue decidido, intentaría usar la fama que había adquirido en pocas semanas en París y sus artes femeninas. -¡Es precioso! -Dijo mientras la alzaba con ambas manos para contemplarlo como si fuese ya suyo. -Será perfecto para lucirlo en mi próximo espectáculo. -Sus ojos ahora se dirigieron con aire distraído a las demás piezas de menos valor que también vendía. -Mandaré a algunas de mis bailarinas a adquirir piezas similares.
-Sin dinero no hay venta. -Dijo de mala manera el comerciante, éste alargo su mano para recuperar el collar, Lakme frunció el ceño e introdujo en su mente la imágen de aquellos miles de carteles que había bien repartidos por la ciudad de su espéctaculo.
-¡Oh! ¡Me ofende, monsieur! -Una mirada indignada y de reproche infantil, su papel como veinteañera era perfecto a la hora de ser interpretado. -¿No reconocé mi rostro? -Deshaciéndose del único guante que aun le quedaba puesto, la joven descubrió su mano teñida aun por la tibia henna, la decoración era similar a la que usaban las novias en la India. Un gesto teatral con su mano junto a aus mejilla imitando a la imágen de su propio cartel.
-¡Ajam! Es usted, la bailarina exótica de esa que no paran de hablar estos... -"Si ibas a decir ricachones" Pensó Lakme quieta en su postura. -... En las altas esferas, si. -El hombre, ya un poco anciano carraspeó, aunque no por necesidad sino más bien por disimulo. Luego con gesto pensativo continúo con su habladuría, estaba claro que la había reconocido. -Un espectáculo muy bonito por lo que he oído, muchachas con ropa "ligera" bonitos movimientos de... -Se quedo señalo su propia cintura pero no finalizó la frase. Lakme hizó gesto de desagrado al ver aquella lasciva sonrisa. -Al parecer a las señoras no le agradan ese espectáculo tanto como a los hombres, si, he escuchado que se mueve sus cabellos como si estuviese poseída por el mismísimo diablo... -La joven continuaba sosteniendo aquella cortes sonrisa casi forzada, había conseguido su interés y aquello podía asegurarle el éxito en su compra. Al menos aquel hombre era sincero.
En cuanto escuchó aquellas palabras pudo identificar que se refería al "zaar", un danza que ella no permitía que nadie practicase en su compañía, un tipo de baile que pocos comprendían por sus exagerandos movimientos de cabeza y actitudes pocos decorosas. Decían que quienes lo practicaban, solo a las mujeres le era permitido, eran capaces de entrar en un trance similar al del "derviche", que permitía borrar todos los pecados de aquellos que rodearan a la bailarina, y que éste finalizaba cuando ésta caía fátiga o simplemente desmayada.
-¿Entonces, monsieur? ¿Se encargará de enviar la pieza al teatro? -Su voz era un educado terciopelo bien fingido de la amabilidad humana.
-Repito, sin dinero, no hay venta. -Firme a su palabras, parecía que aquel hombre tenía la cabeza bien dura.
Suspirando suavemente, Lakme se veía forzada en usar sus artes persuasivas más alejadas de su mortalidad. Sus pupilas clavadas en la del anciano comenzaron a dilatarse de un modo exagerado oscureciendo con su negrura al verde del iris, pero en cuanto fue a entrar en la mente de éste una voz masculina a su lado le interrumpió, otro comprador interesado.
Al principio no se volteo para ver al hombre que hablaba de la pieza, parecía saber de ella lo suficiente para ver que una falsificación, es más parecía saber de lo que se trataba realmente aquel collar. Lakme continuaba lanzándole aquella mirada intimidatoria y ofendida al comerciante.
-Monsieur, ha llegado tarde la pieza esta practicamente vend... -Sus ojos verdes se voltearon por fin ante el recien llegado, dirigiendose directamente a ellos, con la intención de hacer un breve lectura superficial de sus pensamientos. -... ndida. -Terminó la palabra con voz muy bajita, había dejado de respirar por un instante en cuanto se encontró con unos ojos azules, si, un azul que le iba que ni pintado porque al penetrar en las primeras estancias de su mente, curioseando, tuvo que refrenar sus pasos al encontrar solamente dura e inescrustable escarcha.
La joven inmortal sintió un escalofrío, "¿de qué emociones se vale ciertos mortales humanidad?", los latidos del corazón de aquel desconocido golpeaban fuertamente en el interior de su cabeza.
El recuerdo de que llevaba demasiado tiempo sin respirar le hizó volver en sí, no era una acción necesaria para la supervivencia pero aquel reflejo era otra de sus perfectas armas para su máscara de mortalidad.
Sus mejillas se ruborizaron por la sensación asfixiante de aquel latido, Lakme agacho su mirada fingiendo timidez e inocencia, muy apartados del por qué de aquel leve rubor.
-Ahhotep lo tendría dificil para despertar, no es contemporánea con ésta joya. -Aquella mano decorada por la henna le mostro el collar de moscas al posible comprador. -Observad, monsieur. -Sin decoró alguno tomó la mano del recién llegado para entregarle el collar, su gesto parecía descuidado pero aquella anciana con cuerpo de veinteañera, a pesar de ser a veces despistada, poseía más malicia de la que podía apreciarse. -Éstas muescas. -Su voz había dejado de sonar infantil, era firme como si hubiese adquirido los de la madurez humana, con cada palabra se detenía pensativa. Su gesto era indescifrable. -En el ala, es una firma. ¿Lo ve? Como las flechas típicas de un arquero o "cazador". -La palabra cazador no fue nombrada por azar, en lo poco que había podido pasear por su mente había visto que él sabía lo que era, pero ella no estaba dispuesta a revelarse, continuaría siendo aquella muchachita curiosa que desea un hermoso collar que "brilla". -Esta tipografía es más antigua, incluso si ve su elaboración, el oro ha sido manipulado con herramientas más rudimentarias. Esta pieza no sería entregada a alguien de la realeza.
Finalizó su discurso apartando sus dedos de la mano de aquel hombre. Había sido un gesto arriesgado, si aquel hombre era lo que ella pensaba que era, estaba en una situación de peligro. Más le valía huir.
-Si no le compran la pieza, mandaré mañana a alguien a recogerla. -Parecía que el interés hacía el collar había sido trasladado a la curiosidad ante aquel humano. -Disculpen. -Ella inclinó su rostro con gesto cortés y se retiró de aquel puesto para alejarse a otro, disimulando que le interesaban otras piezas, aunque realmente su intención era llegar a las calles, era un medio más seguro y discreto.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Qué delicioso era ver el resultado de su presencia en una faz tan intacta como la que portaba aquella muchacha. Cuánto le gustaban los soportes que permanecían ajenos por fuera a la antigüedad de su sabio contenido. Podría haber reunido un sinfín de reflexiones acerca de lo que le sugería aquel rostro y aquella figura, encajada en ese ambiente que buscaba más allá del conocimiento y se quedaba a mitad de una idea que captara su atención; la de Fausto. Pero el entorno ya daba exactamente lo mismo, pues su interés había encontrado por fin un objetivo: la mujer inmortal que tenía en frente. Y si todavía no había acabado de asegurarse de que fuera o no inmortal, sin duda aquella criatura terminó de delatarse de la manera más irónicamente humana: el impactado desaliento de su expresividad. ¿Habría tenido la ocurrencia de leer en su mente, pobre infeliz? Georgius le había enseñado cómo prepararse para ese tipo de situaciones y aunque no había sido uno de los entrenamientos en los que más profundizaron, Fausto meditaba lo suficiente al día como para amueblar los recovecos de su cabeza de una manera o de otra, a su antojo hasta cuando lo abstracto seguía escapando a los dedos de él y de cualquiera.
La mujer pasó por alto su cruenta insinuación y comenzó a hablarle de cultura egipcia, incluso se atrevió a provocar un contacto entre sus pieles que terminaran de traspasar las intenciones de Fausto sobre su tacto idílico y la lisura carnal que llamaba a las puertas de la ceguera. El hombre profundizó todavía más su sonrisa al ver que trataba de darle lecciones de historia a él, mas a su vez y si para colmo trataban de temas eruditos y milenarios como las sociedades antiguas, eso también provocaba que el interés del cazador no hiciera otra cosa que cebarse de satisfacción tanto como su acolchonado ego.
Os confundís, mi referencia a Ahhotep únicamente se centraba en la expresión artística de este tipo de joya y de vuestra naturaleza femenina, no estaba insinuando de manera literal que éstas en cuestión le hubieran pertenecido –aclaró, en la entonación de una elegante prepotencia.
Permaneció unos segundos contemplando a su interlocutora en un relamido silencio que continuara haciendo que la chica temblara, ya fuera literal o metafóricamente. Fausto dudaba que de miedo, más bien sería algo parecido a la ‘incomodidad’… pues aunque no lo pasaba mal cuando comprobaba que una presa se atemorizaba, el aura de ilustrada serenidad que le impregnaba aquella también indicaba que todavía era pronto para decidir subestimarla.
En cualquier caso, parece que entendéis mucho del tema…
Y si era tan inteligente como prometía, sabría de igual forma lo que Fausto quería decir con eso: ya estaba completamente seguro. Y no pudo más que asomar un poco los colmillos tras una curvatura viperina de sus labios cuando la mujer le dio la espalda con una apresurada excusa para alejarse de su posición. No le fue complicado suponer que con la única intención de alejarse del club nocturno. Una idea espléndida, pues él tendría más espacio para maniobrar a su antojo, mientras se recreaba en las características de su nueva víctima antes de proceder a ejecutar su inmortalidad.
Volteó hacia el comerciante, y sin intercambiarle ni una sola palabra (el hombre tampoco se vio con el valor de empezar a abrir siquiera la boca), depositó una bolsa con más dinero incluso del que pedía y agarró la pieza de oro antes de dirigir sus pasos pausada, pero firmemente hacia los de la supuesta vampiresa. Cruzaron aquella especie de mercado, perfectamente conscientes el uno del otro, y sólo cuando las pisadas adelantadas de la mujer estuvieron situadas entre la acera de las calles y la zona todavía ajardinada de la Plaza Tertre, Fausto aprovechó que la soledad del páramo era propicia y habló en voz alta, bien entonada hasta para los metros que los separaban.
¿Tenéis mucha prisa? Creía que estabais interesada… –le espetó, y cuando se aseguró de que había hecho que se detuviera finalmente para volver la mirada hacia él, le mostró ‘la mosca de honor’ que había comprado para que supiera de lo que estaba hablando- O quizá lo estuvisteis cuando os tocó mirar una de cerca… y de lejos respecto a este tiempo –Continuó aproximándose a ella, aunque dejando todavía un margen de distancia considerable para una huída o para un ataque- A decir verdad, vuestro rostro me resulta familiar… Sin duda, debido a que os aprovecharéis de vuestro exotismo para daros a conocer en cualquier tipo de representación al público –especuló y, por fin, se detuvo a unos cinco metros para propulsar la inminente mirada que desdibujó de su rostro cualquier sonrisa anterior-. Claro que no es esa clase de exotismo la que a mí me interesa de vos.
La mujer pasó por alto su cruenta insinuación y comenzó a hablarle de cultura egipcia, incluso se atrevió a provocar un contacto entre sus pieles que terminaran de traspasar las intenciones de Fausto sobre su tacto idílico y la lisura carnal que llamaba a las puertas de la ceguera. El hombre profundizó todavía más su sonrisa al ver que trataba de darle lecciones de historia a él, mas a su vez y si para colmo trataban de temas eruditos y milenarios como las sociedades antiguas, eso también provocaba que el interés del cazador no hiciera otra cosa que cebarse de satisfacción tanto como su acolchonado ego.
Os confundís, mi referencia a Ahhotep únicamente se centraba en la expresión artística de este tipo de joya y de vuestra naturaleza femenina, no estaba insinuando de manera literal que éstas en cuestión le hubieran pertenecido –aclaró, en la entonación de una elegante prepotencia.
Permaneció unos segundos contemplando a su interlocutora en un relamido silencio que continuara haciendo que la chica temblara, ya fuera literal o metafóricamente. Fausto dudaba que de miedo, más bien sería algo parecido a la ‘incomodidad’… pues aunque no lo pasaba mal cuando comprobaba que una presa se atemorizaba, el aura de ilustrada serenidad que le impregnaba aquella también indicaba que todavía era pronto para decidir subestimarla.
En cualquier caso, parece que entendéis mucho del tema…
Y si era tan inteligente como prometía, sabría de igual forma lo que Fausto quería decir con eso: ya estaba completamente seguro. Y no pudo más que asomar un poco los colmillos tras una curvatura viperina de sus labios cuando la mujer le dio la espalda con una apresurada excusa para alejarse de su posición. No le fue complicado suponer que con la única intención de alejarse del club nocturno. Una idea espléndida, pues él tendría más espacio para maniobrar a su antojo, mientras se recreaba en las características de su nueva víctima antes de proceder a ejecutar su inmortalidad.
Volteó hacia el comerciante, y sin intercambiarle ni una sola palabra (el hombre tampoco se vio con el valor de empezar a abrir siquiera la boca), depositó una bolsa con más dinero incluso del que pedía y agarró la pieza de oro antes de dirigir sus pasos pausada, pero firmemente hacia los de la supuesta vampiresa. Cruzaron aquella especie de mercado, perfectamente conscientes el uno del otro, y sólo cuando las pisadas adelantadas de la mujer estuvieron situadas entre la acera de las calles y la zona todavía ajardinada de la Plaza Tertre, Fausto aprovechó que la soledad del páramo era propicia y habló en voz alta, bien entonada hasta para los metros que los separaban.
¿Tenéis mucha prisa? Creía que estabais interesada… –le espetó, y cuando se aseguró de que había hecho que se detuviera finalmente para volver la mirada hacia él, le mostró ‘la mosca de honor’ que había comprado para que supiera de lo que estaba hablando- O quizá lo estuvisteis cuando os tocó mirar una de cerca… y de lejos respecto a este tiempo –Continuó aproximándose a ella, aunque dejando todavía un margen de distancia considerable para una huída o para un ataque- A decir verdad, vuestro rostro me resulta familiar… Sin duda, debido a que os aprovecharéis de vuestro exotismo para daros a conocer en cualquier tipo de representación al público –especuló y, por fin, se detuvo a unos cinco metros para propulsar la inminente mirada que desdibujó de su rostro cualquier sonrisa anterior-. Claro que no es esa clase de exotismo la que a mí me interesa de vos.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Dedos que se paseaban con aire distraído por las piezas de los otros puestos, todo un electo de amuletos para la superstición. Su rostro mostraba un cierto interés por las habladurías de los vendedores,por todo aquello que le mostraba, pero si con detalle podía ser observada podía verse como sus ojos carecían del brillo de la atención, era como si en su interior existiese una clase de abstracción, como si un trocito de su alma la hubiese abandonado para viajar a miles de kilómetros de allí, ¿dónde se situaba su mente exactamente? Ella asentía como un autómata a las palabras de una mujer que le mostraba un hermoso guardapelo “encantado”.
La inmortal movida por la total curiosidad continuaba concentrada en la mente de aquel extraño, seguía paseándose en la inescrutables puertas heladas, observando la mera superficie que el hielo permitía vislumbrar con su reflejo de espejo. Era extraño, en aquel complejo mundo que era la mente humana, había sido demasiado fácil penetrar en los diversos pasillos encontrar toda la información deseada sobre la persona, violar aquel lugar interno y bien escondido del alma, para simplemente descifrar su mecánica. Pero aquel laberinto le cerraba una y otra vez las puertas de lo cognoscible, era como caminar ciega entre las sombras sin una luz que te alumbrase.
En aquella sala se veía rodeada de miles de luces como velas, farolas, lamparas... Todas diferentes, todas accesibles, pero aquel hombre era como una vela apagada por una ráfaga de viento, un farol cuyo calor indicaba que no estaba extinto pero cuya luz no era capaz de hacer vislumbrar ningún camino.
Lakme con gesto lánguido y delicado movió sus hombros en suspiró, de nuevo el latir del corazón ajeno en su cabeza la estaba mareando, decidió desistir por ahora. El descodificar de aquel mecanismo oculto en un grueso entramado, iba a tener que hacerlo de otra modo. Otros caminos había para ello.
Sin darse cuenta sus pies ya se había posado sobre las empedradas calles de parisinas, el frío había chocado contra su rostro con su gélido aliento invernal, era una sensación agradable que apenas dañaba su piel de tibio rubor humano.
Era tan diferente el mundo cuando la nocturna devoraba al Sol, era como si la ciudad cambiase por completo en su existir. La calles quedaban vacías, como si de la nada hubiese surgido un miedo colectivo que se apoderase de todo ser viviente obligándoles a refugiarse de la oscuridad de la noche, en sus hogares cálidos e iluminados. Incluso la peligrosidad era latente en aquella altas horas, la faceta humana se metamorfoseaba a una naturaleza bien diferente a la mostrada en su día a día, caras nuevas que despertaban en actividades ocultas para el resto del mundo, otro tipo de supervivencia más escondida y menos aceptada por la que siempre, ha sido una hipócrita sociedad, el tiempo del “pecado”, la considerada inmundicia humana se aprovechaba de estas sombras para engañarse a sí mismo, pero al fin y al cabo... Para sobrevivir.
Para Lakme era un escenario muy bien conocido, más bien, no había conocido otro tipo de luz en unos milenios, pero aunque la ausencia del Sol nunca estuviese presente en su vida, ella al menos se conformaba con el hecho de que la Luna no era tan monótona en su alumbrar.
Su cuerpo se movía con una extraordinaria ligereza, como si aquellos huesos que sostenía aquella estructura física estuviesen huecos por dentro, haciendo volar a sus pies ocultos bajo el vestido, un centímetros sobre el suelo, o al menos era la impresión que daba.
Detrás suya ella iba notando de nuevo aquellos pequeño puntos iluminados seguir algunos de sus pasos, y más en cuanto empezó a deshacerse de aquella apretadas horquillas que sujetaba su cabello. Los pocos descarriados que veían aquella piezas brillantes se detenía a recoger el pequeño tesoro. Molestas horquillas ornamentadas ricamente que tiraban de sus sienes de un modo fastidioso. El ébano quedo esparcido salvajemente sobre sus hombros aliviando aquella sensación de tirantez, la moda de aquella época ciertamente no era su preferida.
La luces desaparecían entreteniéndose con sus nuevas adquisiciones, quedándose bien lejos, y de nuevo pudo notar la mecha apagada de aquel farol.
Su voz rompió el silencio de la “Plaza du Tertre”, ella se detuvo repentina dándole la espalda al principió, observando con una sonrisa de satisfacción el mecer de las ramas desnudas de la arboleda, luego se dirigió directamente a éste.
Aquella muñeca muda cuyo labios se habían curvado en una sonrisa casi indescifrable, tardó bastante en contestar. Su reacción primeriza al ver aquel colgante fue ladear levemente su rostro en un gesto lento y felino.
-Mi interés cambió de un modo caprichoso en cuanto sus dedos rozaron la pieza, monsieur. -Sus ojos que estaba posado sobre la pieza dorada se dirigieron repentino directamente a los ojos de aquel hombre, que cautela se aproximaba a ella. Podía percibir que en sus gesto existía un cuidado sin igual, él sabía perfectamente a que tipo de ser se enfrentaba y ella era consciente de ello, ¿por qué continuar fingiendo? Si no estaba en peligro él lo estaba ella... ¿quién sabía? Ya era una necedad continuar con aquella pantomima cuando el pastel estaba más que descubierto. -Es hermosa la luz que suele desprender el ardor de un simple escenario... -La mirada del extraño continuaba creando aquella agitación en su interior, pero su cuerpo seguía siendo la reencarnación de la serenidad misma, ni su sonrisa se borraba, es más su curva se hizo un mueca en conjunto con sus cejas de interés e ironía. -¿Qué tipo de exotismo le interesa? ¿Qué será esta vez? -Su voz natural, sin desdobles teatrales, era exquisito terciopelo acariciador del mismo aire que la transportaba.
La inmortal movida por la total curiosidad continuaba concentrada en la mente de aquel extraño, seguía paseándose en la inescrutables puertas heladas, observando la mera superficie que el hielo permitía vislumbrar con su reflejo de espejo. Era extraño, en aquel complejo mundo que era la mente humana, había sido demasiado fácil penetrar en los diversos pasillos encontrar toda la información deseada sobre la persona, violar aquel lugar interno y bien escondido del alma, para simplemente descifrar su mecánica. Pero aquel laberinto le cerraba una y otra vez las puertas de lo cognoscible, era como caminar ciega entre las sombras sin una luz que te alumbrase.
En aquella sala se veía rodeada de miles de luces como velas, farolas, lamparas... Todas diferentes, todas accesibles, pero aquel hombre era como una vela apagada por una ráfaga de viento, un farol cuyo calor indicaba que no estaba extinto pero cuya luz no era capaz de hacer vislumbrar ningún camino.
Lakme con gesto lánguido y delicado movió sus hombros en suspiró, de nuevo el latir del corazón ajeno en su cabeza la estaba mareando, decidió desistir por ahora. El descodificar de aquel mecanismo oculto en un grueso entramado, iba a tener que hacerlo de otra modo. Otros caminos había para ello.
Sin darse cuenta sus pies ya se había posado sobre las empedradas calles de parisinas, el frío había chocado contra su rostro con su gélido aliento invernal, era una sensación agradable que apenas dañaba su piel de tibio rubor humano.
Era tan diferente el mundo cuando la nocturna devoraba al Sol, era como si la ciudad cambiase por completo en su existir. La calles quedaban vacías, como si de la nada hubiese surgido un miedo colectivo que se apoderase de todo ser viviente obligándoles a refugiarse de la oscuridad de la noche, en sus hogares cálidos e iluminados. Incluso la peligrosidad era latente en aquella altas horas, la faceta humana se metamorfoseaba a una naturaleza bien diferente a la mostrada en su día a día, caras nuevas que despertaban en actividades ocultas para el resto del mundo, otro tipo de supervivencia más escondida y menos aceptada por la que siempre, ha sido una hipócrita sociedad, el tiempo del “pecado”, la considerada inmundicia humana se aprovechaba de estas sombras para engañarse a sí mismo, pero al fin y al cabo... Para sobrevivir.
Para Lakme era un escenario muy bien conocido, más bien, no había conocido otro tipo de luz en unos milenios, pero aunque la ausencia del Sol nunca estuviese presente en su vida, ella al menos se conformaba con el hecho de que la Luna no era tan monótona en su alumbrar.
Su cuerpo se movía con una extraordinaria ligereza, como si aquellos huesos que sostenía aquella estructura física estuviesen huecos por dentro, haciendo volar a sus pies ocultos bajo el vestido, un centímetros sobre el suelo, o al menos era la impresión que daba.
Detrás suya ella iba notando de nuevo aquellos pequeño puntos iluminados seguir algunos de sus pasos, y más en cuanto empezó a deshacerse de aquella apretadas horquillas que sujetaba su cabello. Los pocos descarriados que veían aquella piezas brillantes se detenía a recoger el pequeño tesoro. Molestas horquillas ornamentadas ricamente que tiraban de sus sienes de un modo fastidioso. El ébano quedo esparcido salvajemente sobre sus hombros aliviando aquella sensación de tirantez, la moda de aquella época ciertamente no era su preferida.
La luces desaparecían entreteniéndose con sus nuevas adquisiciones, quedándose bien lejos, y de nuevo pudo notar la mecha apagada de aquel farol.
Su voz rompió el silencio de la “Plaza du Tertre”, ella se detuvo repentina dándole la espalda al principió, observando con una sonrisa de satisfacción el mecer de las ramas desnudas de la arboleda, luego se dirigió directamente a éste.
Aquella muñeca muda cuyo labios se habían curvado en una sonrisa casi indescifrable, tardó bastante en contestar. Su reacción primeriza al ver aquel colgante fue ladear levemente su rostro en un gesto lento y felino.
-Mi interés cambió de un modo caprichoso en cuanto sus dedos rozaron la pieza, monsieur. -Sus ojos que estaba posado sobre la pieza dorada se dirigieron repentino directamente a los ojos de aquel hombre, que cautela se aproximaba a ella. Podía percibir que en sus gesto existía un cuidado sin igual, él sabía perfectamente a que tipo de ser se enfrentaba y ella era consciente de ello, ¿por qué continuar fingiendo? Si no estaba en peligro él lo estaba ella... ¿quién sabía? Ya era una necedad continuar con aquella pantomima cuando el pastel estaba más que descubierto. -Es hermosa la luz que suele desprender el ardor de un simple escenario... -La mirada del extraño continuaba creando aquella agitación en su interior, pero su cuerpo seguía siendo la reencarnación de la serenidad misma, ni su sonrisa se borraba, es más su curva se hizo un mueca en conjunto con sus cejas de interés e ironía. -¿Qué tipo de exotismo le interesa? ¿Qué será esta vez? -Su voz natural, sin desdobles teatrales, era exquisito terciopelo acariciador del mismo aire que la transportaba.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Fausto permaneció sin moverse en el mismo lugar donde había decidido su estratégica posición, mas el alcance impoluto de su mirada siempre penetraba en el rostro desafortunado que hubiese llegado a parar a su interés, de tal forma que aquel adjetivo tan puro perdía automáticamente cualquier valor que lo alejara de las brasas del inframundo. El cazador sentía, como un intruso perdido en su confusión, la intromisión de aquella criatura por el interior de sus pensamientos, algo que suponía una cueva repleta de mitos y leyendas incluso entre los logros de su propia cabeza, a veces tan inabarcable para él mismo como para que ahora la presencia de una herejía insolente pudiera siquiera empezar a leer cuanto había inscrito en ella.
No sabía si el mero intento llegaba a ser más un insulto preparado que una llana estupidez, pero sabía, al menos, que no le interesaba. El fallido resultado hablaba mejor que él, lo cual ya era decir mucho (nunca mejor expresado), y la exquisitez regodeada con la que pasó a explorar a la vampiresa por todos sus rincones, incluso los que restaban dentro de ella, le entretuvo lo bastante como para sustituir cualquier conclusión despectiva por algo extrañamente inaudito que aumentaba por momentos.
Y esa afirmación demuestra una lucidez de mente lo suficiente loable, incluso de antemano -contestó respecto a la primera frase insinuante que recibió de su accidental acompañante y paseó lentamente el pulgar de sus dedos por la joya que sostenía en la mano, única y exclusivamente a causa de aquella mujer-. Por otro lado, la perspectiva más sana indicaría un carácter pesarosamente temerario. Aunque supongo que ese tipo de romanticismo masoquista no se hace precisamente grotesco ligado a lo que irradia vuestra esencia.
No se equivocaba al permitir que revoloteasen los incomprensibles brotes de aquella labia poética que parecía surgir frente a la aparente joven, pues no siempre percibía aquel tipo de impresiones tan afines cuando centraba su atención en una nueva presa de la que sorber inmortalidad, muchísimo menos si era de pura casualidad. Aunque si lo reflexionaba mejor a través del análisis de aquel cuerpo femenino y espíritu arraigado, cruzando los breves espacios entre sus propios sesos donde residían sus conocimientos de armas y la agilidad que se apoderaría de él en el preciso instante que decidiera convertir el escenario al antojo de sus cacerías… Fausto descubría que el azar, de tanto en tanto, se creía especialmente ingenioso y le reservaba destinos más interesantes y decisivos que un plan ceñido a una frialdad predeterminada. Pues aunque de ambas maneras él siempre acabase asumiendo el control, pulir el reto de la improvisación con un espécimen digno de sus habilidades no sólo ocurría de decenio en decenio, sino que también colaboraba en su camino hacia la perfección.
Y ni siquiera estaba refiriéndose a las habilidades físicas de aquel otro ser (todavía no era momento de conocerlas… todavía), porque aunque de forma lamentable, aquella criatura de la noche no hubiese podido disponer de una rendija por la que asomarse a su cabeza, no era un detalle que le hiciera parecer alguien mediocre. Lo sabía por el impacto que le entregaba su mera presencia casi innata, casi etérea. La tersa elegancia con la que se deslizaba a través de sus pasos y que poseía tal verosimilitud en su extraña belleza que su figura delineada parecía haberse despegado de algún cuadro predecesor de los impresionistas que se amontonarían en Francia a mitad de siglo. Lo que más le hacía sorprenderse no era su apariencia física en sí (los vestidos necesitaban algo más que unas piernas bonitas para demostrar que eran resistentes), sino el hecho de que a pesar de no dejar de recrearse en ella, continuase viendo algo que merecía no ser infravalorado.
Algo, por supuesto, relacionado con el campo más importante.
Sin embargo, el ardor no yace en el escenario –fue su sencilla respuesta, enteramente más reveladora en su forma tajante que a lomos de cualquier discurso pomposo.
Algo íntegramente mental, efectivo. Poderoso.
¿Qué será otra vez? –repitió, pasando a dar entonces los siguientes pasos que bordearon la silueta de la vampiresa a una distancia algo más cautiva. Habló con una entonación que rebuscaba en lo que esa tipa creía que sabía de él, lo que iba implícito entre los sentidos de ambos que se había disparado desde el primer vistazo- Alguien que ha visto tanto como yo no desvaloriza la palabra 'exotismo'.
Pero si Fausto temiera al poder, ni siquiera haría honor a su nombre.
No sabía si el mero intento llegaba a ser más un insulto preparado que una llana estupidez, pero sabía, al menos, que no le interesaba. El fallido resultado hablaba mejor que él, lo cual ya era decir mucho (nunca mejor expresado), y la exquisitez regodeada con la que pasó a explorar a la vampiresa por todos sus rincones, incluso los que restaban dentro de ella, le entretuvo lo bastante como para sustituir cualquier conclusión despectiva por algo extrañamente inaudito que aumentaba por momentos.
Y esa afirmación demuestra una lucidez de mente lo suficiente loable, incluso de antemano -contestó respecto a la primera frase insinuante que recibió de su accidental acompañante y paseó lentamente el pulgar de sus dedos por la joya que sostenía en la mano, única y exclusivamente a causa de aquella mujer-. Por otro lado, la perspectiva más sana indicaría un carácter pesarosamente temerario. Aunque supongo que ese tipo de romanticismo masoquista no se hace precisamente grotesco ligado a lo que irradia vuestra esencia.
No se equivocaba al permitir que revoloteasen los incomprensibles brotes de aquella labia poética que parecía surgir frente a la aparente joven, pues no siempre percibía aquel tipo de impresiones tan afines cuando centraba su atención en una nueva presa de la que sorber inmortalidad, muchísimo menos si era de pura casualidad. Aunque si lo reflexionaba mejor a través del análisis de aquel cuerpo femenino y espíritu arraigado, cruzando los breves espacios entre sus propios sesos donde residían sus conocimientos de armas y la agilidad que se apoderaría de él en el preciso instante que decidiera convertir el escenario al antojo de sus cacerías… Fausto descubría que el azar, de tanto en tanto, se creía especialmente ingenioso y le reservaba destinos más interesantes y decisivos que un plan ceñido a una frialdad predeterminada. Pues aunque de ambas maneras él siempre acabase asumiendo el control, pulir el reto de la improvisación con un espécimen digno de sus habilidades no sólo ocurría de decenio en decenio, sino que también colaboraba en su camino hacia la perfección.
Y ni siquiera estaba refiriéndose a las habilidades físicas de aquel otro ser (todavía no era momento de conocerlas… todavía), porque aunque de forma lamentable, aquella criatura de la noche no hubiese podido disponer de una rendija por la que asomarse a su cabeza, no era un detalle que le hiciera parecer alguien mediocre. Lo sabía por el impacto que le entregaba su mera presencia casi innata, casi etérea. La tersa elegancia con la que se deslizaba a través de sus pasos y que poseía tal verosimilitud en su extraña belleza que su figura delineada parecía haberse despegado de algún cuadro predecesor de los impresionistas que se amontonarían en Francia a mitad de siglo. Lo que más le hacía sorprenderse no era su apariencia física en sí (los vestidos necesitaban algo más que unas piernas bonitas para demostrar que eran resistentes), sino el hecho de que a pesar de no dejar de recrearse en ella, continuase viendo algo que merecía no ser infravalorado.
Algo, por supuesto, relacionado con el campo más importante.
Sin embargo, el ardor no yace en el escenario –fue su sencilla respuesta, enteramente más reveladora en su forma tajante que a lomos de cualquier discurso pomposo.
Algo íntegramente mental, efectivo. Poderoso.
¿Qué será otra vez? –repitió, pasando a dar entonces los siguientes pasos que bordearon la silueta de la vampiresa a una distancia algo más cautiva. Habló con una entonación que rebuscaba en lo que esa tipa creía que sabía de él, lo que iba implícito entre los sentidos de ambos que se había disparado desde el primer vistazo- Alguien que ha visto tanto como yo no desvaloriza la palabra 'exotismo'.
Pero si Fausto temiera al poder, ni siquiera haría honor a su nombre.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Apariencia de efigie pétrea adoptaba cada vez que sus labios dejaban de pronunciar palabra alguna, de exhalar en aquel frío el aire que ya no necesitaba. Él se aproximaba unos pasos... La distancia daba señal de precaución, algo normal de contemplar, y ella, era la estatua de piel templada cuyos ojos verdes le seguía a cada paso sin disimular la curiosidad que aquel mortal había creado en ella.
-¿Tanto? Es poco para un ciego que aun le falta mucho por discernir. -Sus palabras eran las misma que había oído en miles de bocas durante todo su recorrido, pero dichas de otro modo. Y eso le cansaba, ella había visto demasiado, más de la cuenta, pero no llegaba a estar satisfecha del todo y aun se tachaba de ignorante. Si insatisfacción ante el beber de lo eterno del mundo, de sus conocimientos, sus misterios, aquellos que habitaban en éste, le proporcionaban cuestiones que a su vez eran contestadas con más y más cuestiones creando aquella tela de araña sin final que la enredaba en el desconcierto. Tal vez eso fuese lo que aun la mantenía en pie... Las incógnitas sin resolver. -Todos deseamos algo, todos nos aproximamos a otros individuos buscando algo en ellos. -Un suspiro suave y aburrido, junto con un gesto coqueto que revivía su aspecto a la juventud de su reflejo. -Y puedo desear algo de usted, monsieur. Pero, y repito, ¿qué es lo que puede desear de mí?
Ahora ella era la había iniciado su paso, el espectro volvía a deslizarse con sus ligeros pies por el suelo frío. Sus zapatos quedaban atrás, y su altura disminuyo ante aquel hombre que ya era de por sí más alto que ella. Todo le molestaba, todo le sobraba. Aquella facha solo era una pantomima en una sociedad reprimida y de valores encorsetados, aquel mundo era demasiado diferente al que había vivido apenas una siglos atrás.
-Mmm... -A mitad del camino, se detuvo. El gesto fruncido, sus parpados ocultaban su reflejo bajo esas pestañas, una delicada mano fue llevaba a su frente, como si le doliese la cabeza, en un gesto demasiado teatral. -Se me pueden ocurrir varias cosas, pero... -Su mirada y sus labios se convirtieron en un divertido gesto. -No soy adivina. Por su condición lo primero que a mi mente puede venir, que su deseo puede ser. Mmm... ¡Ah! Acabar con mi vida para liberar a este mundo infecto de otro engendro. -Una risa suave. -Ha sonado demasiado heroico. No... Eso no es. -Su índice en sus labios, la mirada hacia el cielo y el gesto dubitativo. Era como si aquello fuese una divertida adivinanza que desvelar. -¿La inmortalidad? No, tampoco. ¿El poder? ¿Conocimientos? ¡Oh probaré otra vez! ¿Deseas lo que tiene mi sangre en particular? -Una carcajada que enseguida se apago con un gesto serio, con un susurro. -Últimamente es lo que parece estar creando interés...
Silencio, y ella volvió a caminar. El circulo acechante que se iba cerrando poco a poco continuaba, en su examen de lo físico, y su mente a veces vibraba intentando asomarse a aquel mundo de hielo. No lo consideraba una amenaza, ella no iba a ser una amenaza... Pero las cosas siempre podía entornarse.
La maldita se había aproximado demasiado, su gesto antes divertido se había vuelto reflexivo e hierático. Uno de sus dedos índices rozo el hombro de aquel hombre creando una línea recta por su espalda hasta finalizar en su otro hombro. En cuanto el contacto quedo roto, Lakme tocó levemente su propio oído, como si aquello le aliviase de alguna clase de sonido desagradable, un pitido o algo similar
Sus pies desnudos iban dejando en el frío suelo un rastro de calor que se desvanecía con su rastro.
De repente se detuvo bruscamente, un gesto sorprendido en el verde que se tiñó efímeramente en escarlata para regresar a su estado natural. Un paso hacia atrás y de nuevo se sitúo frente a él clavando sus orbes directamente en los suyos.
-¿Qué es ese olor? -Como si de un animal se tratase, ella olisqueo el aire. -¿Y ese olor? “Polvo viejo”. -Insistió. Sus labios finos y teñidos por el carmín de su maquillaje, se vieron devorados por su propio mordisco. Algo parecía haberla enervado, no había temor en su gesto solo preocupación. Aquel hombre olía a marcas de “anciano”, alguien similar a ella ya había rozado su piel. ¿Otro maldito siervo? No era posible, aquello era una contradicción. ¿Un cazador-siervo? -Rápidamente aparto aquello de su mente. -Me pregunto si... ¿es el ciego desprovisto de identidad el que verdaderamente desea algo, o es simplemente un enviado? Tiene marcas, le han tocado. -El corazón desprovisto de vida se vio de nuevo latir a un ritmo menos parsimonioso que antes. A lo mejor aquel encuentro no era producto del azar, pensó, a lo mejor él sabía quien era ella y era un mero mensajero de otro, o simplemente al saberlo él también quería lo que era suyo. -No... No pienso volver a caer en ese juego, no volveré a “dejarles” entrar en mí de nuevo... -Lakme se llevó la mano en el pecho, de repente parecía hablar con ella misma, parecía como si la presencia de aquel hombre se hubiese desvanecido ante ella efímeramente. -No pienso volver a perder el control... -Repentina la enervación desapareció y en su lugar volvió a aparecer ante ella aquel mortal ignorado en aquellos minutos. Ella le miraba con un gesto indescifrable, como si un pensamiento rondase su cabeza, como si algo hubiese cambiado, y así lo era. Aquel hombre había atraído a un anciano, estaba segura de ello, ¿y si ese anciano sabía sobre su don? ¿Y si éste podría llevarla hasta..? Solo sabía de una persona que en los últimos siglos se había dedicado a contar su historia, así ella lo supo, así fue consciente de la pequeña parte de la que estaba hecha la verdad de su conversión. Un pieza minúscula que aun debía de encajar en las desconocidas.
-¿Tanto? Es poco para un ciego que aun le falta mucho por discernir. -Sus palabras eran las misma que había oído en miles de bocas durante todo su recorrido, pero dichas de otro modo. Y eso le cansaba, ella había visto demasiado, más de la cuenta, pero no llegaba a estar satisfecha del todo y aun se tachaba de ignorante. Si insatisfacción ante el beber de lo eterno del mundo, de sus conocimientos, sus misterios, aquellos que habitaban en éste, le proporcionaban cuestiones que a su vez eran contestadas con más y más cuestiones creando aquella tela de araña sin final que la enredaba en el desconcierto. Tal vez eso fuese lo que aun la mantenía en pie... Las incógnitas sin resolver. -Todos deseamos algo, todos nos aproximamos a otros individuos buscando algo en ellos. -Un suspiro suave y aburrido, junto con un gesto coqueto que revivía su aspecto a la juventud de su reflejo. -Y puedo desear algo de usted, monsieur. Pero, y repito, ¿qué es lo que puede desear de mí?
Ahora ella era la había iniciado su paso, el espectro volvía a deslizarse con sus ligeros pies por el suelo frío. Sus zapatos quedaban atrás, y su altura disminuyo ante aquel hombre que ya era de por sí más alto que ella. Todo le molestaba, todo le sobraba. Aquella facha solo era una pantomima en una sociedad reprimida y de valores encorsetados, aquel mundo era demasiado diferente al que había vivido apenas una siglos atrás.
-Mmm... -A mitad del camino, se detuvo. El gesto fruncido, sus parpados ocultaban su reflejo bajo esas pestañas, una delicada mano fue llevaba a su frente, como si le doliese la cabeza, en un gesto demasiado teatral. -Se me pueden ocurrir varias cosas, pero... -Su mirada y sus labios se convirtieron en un divertido gesto. -No soy adivina. Por su condición lo primero que a mi mente puede venir, que su deseo puede ser. Mmm... ¡Ah! Acabar con mi vida para liberar a este mundo infecto de otro engendro. -Una risa suave. -Ha sonado demasiado heroico. No... Eso no es. -Su índice en sus labios, la mirada hacia el cielo y el gesto dubitativo. Era como si aquello fuese una divertida adivinanza que desvelar. -¿La inmortalidad? No, tampoco. ¿El poder? ¿Conocimientos? ¡Oh probaré otra vez! ¿Deseas lo que tiene mi sangre en particular? -Una carcajada que enseguida se apago con un gesto serio, con un susurro. -Últimamente es lo que parece estar creando interés...
Silencio, y ella volvió a caminar. El circulo acechante que se iba cerrando poco a poco continuaba, en su examen de lo físico, y su mente a veces vibraba intentando asomarse a aquel mundo de hielo. No lo consideraba una amenaza, ella no iba a ser una amenaza... Pero las cosas siempre podía entornarse.
La maldita se había aproximado demasiado, su gesto antes divertido se había vuelto reflexivo e hierático. Uno de sus dedos índices rozo el hombro de aquel hombre creando una línea recta por su espalda hasta finalizar en su otro hombro. En cuanto el contacto quedo roto, Lakme tocó levemente su propio oído, como si aquello le aliviase de alguna clase de sonido desagradable, un pitido o algo similar
Sus pies desnudos iban dejando en el frío suelo un rastro de calor que se desvanecía con su rastro.
De repente se detuvo bruscamente, un gesto sorprendido en el verde que se tiñó efímeramente en escarlata para regresar a su estado natural. Un paso hacia atrás y de nuevo se sitúo frente a él clavando sus orbes directamente en los suyos.
-¿Qué es ese olor? -Como si de un animal se tratase, ella olisqueo el aire. -¿Y ese olor? “Polvo viejo”. -Insistió. Sus labios finos y teñidos por el carmín de su maquillaje, se vieron devorados por su propio mordisco. Algo parecía haberla enervado, no había temor en su gesto solo preocupación. Aquel hombre olía a marcas de “anciano”, alguien similar a ella ya había rozado su piel. ¿Otro maldito siervo? No era posible, aquello era una contradicción. ¿Un cazador-siervo? -Rápidamente aparto aquello de su mente. -Me pregunto si... ¿es el ciego desprovisto de identidad el que verdaderamente desea algo, o es simplemente un enviado? Tiene marcas, le han tocado. -El corazón desprovisto de vida se vio de nuevo latir a un ritmo menos parsimonioso que antes. A lo mejor aquel encuentro no era producto del azar, pensó, a lo mejor él sabía quien era ella y era un mero mensajero de otro, o simplemente al saberlo él también quería lo que era suyo. -No... No pienso volver a caer en ese juego, no volveré a “dejarles” entrar en mí de nuevo... -Lakme se llevó la mano en el pecho, de repente parecía hablar con ella misma, parecía como si la presencia de aquel hombre se hubiese desvanecido ante ella efímeramente. -No pienso volver a perder el control... -Repentina la enervación desapareció y en su lugar volvió a aparecer ante ella aquel mortal ignorado en aquellos minutos. Ella le miraba con un gesto indescifrable, como si un pensamiento rondase su cabeza, como si algo hubiese cambiado, y así lo era. Aquel hombre había atraído a un anciano, estaba segura de ello, ¿y si ese anciano sabía sobre su don? ¿Y si éste podría llevarla hasta..? Solo sabía de una persona que en los últimos siglos se había dedicado a contar su historia, así ella lo supo, así fue consciente de la pequeña parte de la que estaba hecha la verdad de su conversión. Un pieza minúscula que aun debía de encajar en las desconocidas.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Fausto lograba modificar mucho más que algo de sus reposados parámetros, anticipándose como modelo de cuadros exaltados o lagunas fantasmagóricas de la inspiración de los grandes, no por vivir mejor ni por ser más reconocidos, sino sencillamente, por haber tenido la oportunidad de retratar lo perfecto. Porque, a veces, que la perfección no fuera apreciada la hacía incluso más redundante, porque bendecía con los restos de su gloria ubicua a todos aquellos que sí la reconocían.
El cazador no estaba hablando de cosas tan inicialmente simples, como su persona en sí o lo que ahora sería capaz de aplicarle a esa moradora de la noche, si decidiera perder su interés tan rápido como era común en su día a día, soporífero y con montes repletos del mismo orégano de siempre, con dientes afilados y una inmortalidad con la que desengañarse a la hora de analizar al profesor de teología. De hecho, si todavía podía presumir de sí mismo como en el primer día de su gestación era precisamente porque quizá no habría perfección en su cuerpo mundano e impuro (aunque los convencionalismos fueran a señalarlo como suculento, tanto por su agilidad como por su imagen al descubierto), pero sí en lo que decidía emplearlo, en lo que llevaba siendo su búsqueda desde el mismísimo principio, empezando por el simple hecho de que no había desperdiciado ni un solo instante de su existencia: todo él era un cúmulo andante de certeza, pues su auténtico poder residía en ella. No todo, pues otra cosa que definía su superioridad era que jamás se estancaba en nada, ni siquiera en el propio Fausto, porque uno de los hechos más importantes que llevaba experimentando durante los recorridos empíricos a los que se había abandonado era que se renovaba en cada nuevo gesto o intuición o contemplación. Por eso, no importaba que trataran de leerle la mente o se creyeran que volvían a tener ante sí a otro soberbio de ego seboso que se creía alguien por saber aniquilar cualquier forma de vida… De egocéntricos estaba lleno el mundo, por supuesto, él daría fe de ello, pero la diferencia se hallaba nuevamente en la certeza, en que a través de tanto narcisismo insufrible hubiera algo a la par de la verdad misma que lo hiciera todavía más detestable a ojos del resto.
Y si con Fausto sólo hubiera algo… mas con Fausto siempre lo había todo.
Fuera como fuera su próxima víctima, el alemán siempre se tomaba su tiempo (a no ser que la criatura sobrenatural fuera tan patana como ya hubiera intuido previamente y sólo pretendiera arrancarle la cabeza antes que él), ya que la suerte podía tenerla hasta el más inepto de los brutos y aunque de vez en cuando su sentimiento de superioridad llegase a cegar sus inescrutables parámetros, no siempre se permitía ese lujo. Fausto no caería ni por el insignificante detalle de no analizar una piedrecilla más antes de aplastarla. No obstante, la posible presa en cuestión que estaba ocupando su atención con un gusto incluso refinado; la imaginería gestual y expresiva de aquella vampiresa… no podían empezar a ser normales, por eso comenzaban a alejarle de la cotidianidad insípida a la hora de saborear lo que iba a centrar la magnificencia de su cacería, no siempre (y sobre todo últimamente) logrando que mancharse las manos de sangre fuera un placer, además de una obligación.
Con aquella bailarina, su intuición, una vez más, no había fallado, pero lo realmente remarcable no era ese hecho que tan acostumbrado le tenía, sino que, congelándose secretamente entre el hielo de su máscara cetrina, se fijara esencialmente en cómo aquella criatura aplicaba la soltura líquida de su presencia para exhibirla frente a la boca del lobo, rozando sus encías con sensualidad y atreviéndose a preguntar por qué la tenía abierta. Aquella muestra tan insolente que le ofrecía, en contraste a la prudencia altanera que avisaba de una experiencia considerable, le hizo sonreír de medio lado… Si aquel ser que algún día tuvo latidos plenos dormitando en su corazón consideraba que había encontrado un perro igual a los otros con distinto collar, entonces Fausto podía llegar a pensar que todo ese derroche de brillantez que había estado extrayendo de ella era una falsa premisa, que esa ocasión sería exactamente idéntica a las otras y una hedonista más le habría ayudado a recordar porqué quería matar vampiros (y no precisamente en el buen sentido, ése que embellecía la vorágine de su cometido desde el punto de vista romántico).
Si Fausto era una amenaza o no, sólo él tenía el poder –y el derecho- a decidirlo. Y justamente por eso, a ella no le convenía andar haciendo conclusiones al respecto, mucho menos si era para bajar la guardia o atravesar la línea entre la cautela y la desfachatez.
No pretendáis seguir por esa vía –respondió tranquilamente-. Para eso, necesitáis mucho más que un primer encuentro, aunque vengáis de un recorrido circular de verdades y hechos. Os equivocáis, si pensáis que os va a ayudar a hacer un primer borrador sobre quién soy y qué pretendo, no lo estropeéis tan rápido...- suspiró con divertida condescendencia y pasó a mirarla (todavía más) fijamente cuando la mujer desvió sus movimientos y palabras hacia algo que olía más a sí misma… quizá demasiado-. Si os da por hablar de marcas –chistó después de escucharla, entonces serio, entonces con una expresión que se dejaba de formalidades para ceñirse a su propia oscuridad a la hora de volver a comprimir la distancia y situarse cara a cara frente a ella, alzando la mano donde aún residía la mosca dorada para rememorarle su olvidado papel y engancharla poéticamente entre los mechones de su cabello, como bizarro presente. No alejó los dedos de sus mechones, ni dejó en ningún instante de profanarla con la mirada-, quizá debiéramos empezar a tocar ya ese tema…
Respetaba que la vampiresa se valiera de sus experiencias, pero por eso mismo, ella estaba en la absoluta obligación de reconocer una cuando la tenía delante.
El cazador no estaba hablando de cosas tan inicialmente simples, como su persona en sí o lo que ahora sería capaz de aplicarle a esa moradora de la noche, si decidiera perder su interés tan rápido como era común en su día a día, soporífero y con montes repletos del mismo orégano de siempre, con dientes afilados y una inmortalidad con la que desengañarse a la hora de analizar al profesor de teología. De hecho, si todavía podía presumir de sí mismo como en el primer día de su gestación era precisamente porque quizá no habría perfección en su cuerpo mundano e impuro (aunque los convencionalismos fueran a señalarlo como suculento, tanto por su agilidad como por su imagen al descubierto), pero sí en lo que decidía emplearlo, en lo que llevaba siendo su búsqueda desde el mismísimo principio, empezando por el simple hecho de que no había desperdiciado ni un solo instante de su existencia: todo él era un cúmulo andante de certeza, pues su auténtico poder residía en ella. No todo, pues otra cosa que definía su superioridad era que jamás se estancaba en nada, ni siquiera en el propio Fausto, porque uno de los hechos más importantes que llevaba experimentando durante los recorridos empíricos a los que se había abandonado era que se renovaba en cada nuevo gesto o intuición o contemplación. Por eso, no importaba que trataran de leerle la mente o se creyeran que volvían a tener ante sí a otro soberbio de ego seboso que se creía alguien por saber aniquilar cualquier forma de vida… De egocéntricos estaba lleno el mundo, por supuesto, él daría fe de ello, pero la diferencia se hallaba nuevamente en la certeza, en que a través de tanto narcisismo insufrible hubiera algo a la par de la verdad misma que lo hiciera todavía más detestable a ojos del resto.
Y si con Fausto sólo hubiera algo… mas con Fausto siempre lo había todo.
Fuera como fuera su próxima víctima, el alemán siempre se tomaba su tiempo (a no ser que la criatura sobrenatural fuera tan patana como ya hubiera intuido previamente y sólo pretendiera arrancarle la cabeza antes que él), ya que la suerte podía tenerla hasta el más inepto de los brutos y aunque de vez en cuando su sentimiento de superioridad llegase a cegar sus inescrutables parámetros, no siempre se permitía ese lujo. Fausto no caería ni por el insignificante detalle de no analizar una piedrecilla más antes de aplastarla. No obstante, la posible presa en cuestión que estaba ocupando su atención con un gusto incluso refinado; la imaginería gestual y expresiva de aquella vampiresa… no podían empezar a ser normales, por eso comenzaban a alejarle de la cotidianidad insípida a la hora de saborear lo que iba a centrar la magnificencia de su cacería, no siempre (y sobre todo últimamente) logrando que mancharse las manos de sangre fuera un placer, además de una obligación.
Con aquella bailarina, su intuición, una vez más, no había fallado, pero lo realmente remarcable no era ese hecho que tan acostumbrado le tenía, sino que, congelándose secretamente entre el hielo de su máscara cetrina, se fijara esencialmente en cómo aquella criatura aplicaba la soltura líquida de su presencia para exhibirla frente a la boca del lobo, rozando sus encías con sensualidad y atreviéndose a preguntar por qué la tenía abierta. Aquella muestra tan insolente que le ofrecía, en contraste a la prudencia altanera que avisaba de una experiencia considerable, le hizo sonreír de medio lado… Si aquel ser que algún día tuvo latidos plenos dormitando en su corazón consideraba que había encontrado un perro igual a los otros con distinto collar, entonces Fausto podía llegar a pensar que todo ese derroche de brillantez que había estado extrayendo de ella era una falsa premisa, que esa ocasión sería exactamente idéntica a las otras y una hedonista más le habría ayudado a recordar porqué quería matar vampiros (y no precisamente en el buen sentido, ése que embellecía la vorágine de su cometido desde el punto de vista romántico).
Si Fausto era una amenaza o no, sólo él tenía el poder –y el derecho- a decidirlo. Y justamente por eso, a ella no le convenía andar haciendo conclusiones al respecto, mucho menos si era para bajar la guardia o atravesar la línea entre la cautela y la desfachatez.
No pretendáis seguir por esa vía –respondió tranquilamente-. Para eso, necesitáis mucho más que un primer encuentro, aunque vengáis de un recorrido circular de verdades y hechos. Os equivocáis, si pensáis que os va a ayudar a hacer un primer borrador sobre quién soy y qué pretendo, no lo estropeéis tan rápido...- suspiró con divertida condescendencia y pasó a mirarla (todavía más) fijamente cuando la mujer desvió sus movimientos y palabras hacia algo que olía más a sí misma… quizá demasiado-. Si os da por hablar de marcas –chistó después de escucharla, entonces serio, entonces con una expresión que se dejaba de formalidades para ceñirse a su propia oscuridad a la hora de volver a comprimir la distancia y situarse cara a cara frente a ella, alzando la mano donde aún residía la mosca dorada para rememorarle su olvidado papel y engancharla poéticamente entre los mechones de su cabello, como bizarro presente. No alejó los dedos de sus mechones, ni dejó en ningún instante de profanarla con la mirada-, quizá debiéramos empezar a tocar ya ese tema…
Respetaba que la vampiresa se valiera de sus experiencias, pero por eso mismo, ella estaba en la absoluta obligación de reconocer una cuando la tenía delante.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Volvió a ser apaciguador el latir que se había volcado sin tener sentido alguno, ya que ¿qué necesidad tenía un inmortal de poseer tal órgano? Solo el sentido de impulsar el férreo alimento que solía deslizarse por sus venas renovando, con aquella extraña magia, los tejidos que pudrían el cuerpo conservado de un cadáver bello y eterno.
Lakme aparto aquel gesto indescifrable de su rostro, ya no había tensión en sus músculos, de un modo extraño se relajo y volvió a adquirir el gesto que la acercaba más a su humanidad que al monstruo. Si era veraz o no aquella fachada era difícil de entrever, ella era la perfecta actriz en su propia vida, sabía que si mostraba una mínima fisura de la debilidad latente en “ese” tema, su fortaleza construida en los siglos se desquebrajaría y todos la buscarían para aprovecharse de su don.
Pocos eran lo sabedores de su capacidad más oculta, de a lo que llegaban sus conocimientos y no solo por lo vivido, sino por todo a lo anterior a aquel estado de no-muerto, si, de aquello incomprensible para el ser humano más allá de este mundo, y menos se hacía perceptible en una sociedad religiosa como aquella. Si alguien se acercaba a ella por aquella verdad que hoy en día le daba más preguntas que respuestas, su destino estaba claro… La muerte.
-Desde mi regreso esta ciudad me ha llevado a adoptar feas costumbres. –Aquello sonó como una falsa disculpa, ya que poco le importaba en aquel momento las cavilaciones que él estaba haciendo sobre el primer lienzo en sus pensamientos de su persona. Más ahora le importaba más aquella marcas que él poseía que nada más, sabía el tema de la noche. -Siempre me irritaron aquellos que aspiran a esta despreciable vida y son muchos los que abundan por París, o será que se ven atraído por ciertos rumores. – Decía aquello como queriendo quitarle importancia al gesto anterior, su mirada por un momento se desvió de la suya. Sin quererlo había perdido por unos segundos aquel duelo de miradas.
Cuando dijo “rumores” se refería a viejas historias centenarias que aun continúan circulando por algunas calles de la iluminada capital, historias sobre su misma persona con otro nombre y sobre la presencia de cierta criatura de ojos ciegos, y que ambos habían podido por una noche levantar de su tumba a los putrefactos muertos del que era ahora el cementerio del Père-Lachaise. De aquel rumor, era extendido entre aquellos que conscientes de aquel submundo, quedaba una pequeña parte la cual se veía más influida por la fantasía que por la veracidad. Se podía afirmar que si habían conseguido infundir la vida por un instante a un cadáver humano con bastantes años a su espalda, pero eso no significaba que lo hubiesen resucitado, había algo más oscuro detrás de toda aquella trama… Algo demasiado peligroso y con lo que no se debía jugar, pero mucho se veían seducidos por aquella clase de poder.
-La inmortalidad solo debería servir para… -Sus palabras se detuvieron, tuvo que buscar la adecuada en aquel idioma que no era el suyo pero que tan fluidamente hablaba. -“Conservar”, no para alagar la vida. –Otro enigma, otro sinsentido con gran significado.
Una curva enigmática que en sus labios formaban una cortés sonrisa, sus ojos verdes volvieron al duelo de sus ojos. Aquel que se hacía llamar Fausto no se refrenaba en su paso, no había precaución entre ambos y casi distancia. Apenas él parpadeaba al dirigirle su mirada firme, su voz le parecía a veces neutra mientras apartaba el ébano y el dorado símbolo entraba en contacto con la piel pálida. Desde aquella distancia Lakme podía notar el calor que emanaba de un cuerpo vivo, podía percibir la respiración y un corazón que parecía pasivo ante su condición.
Los labios rojos apretados en un gesto de reproche, sus dedos continuaban entre sus mechones, el gesto fue firme la mirada se endureció. Un agarrón por parte de la mano pálida de la inmortal, con delicada pero a la vez fuerza, tomo aquella mano del mortal que se había atrevido a contactar con ella. No hubo contraste, más la piel de ella era templada y blanda como si su humanidad nunca se hubiese marchado.
Lakme frunció el ceño, sus oídos se ensordecieron al igual que seguramente los de él, pero no del mismo modo. Aquel tipo de hechicería o como quisiese que se le llamase era impredecible, para ella eran voces cercanas, para él, seguramente un simple susurro de entremezcladas palabras.
-Toquemos el tema entonces. –Soltó el leve agarre, las voces cesaron. Distraída tomó la mosca entre sus dedo, fue un gesto efímero que paso de la congoja a la aversión ante el objeto. Suspiró por un momento cansada, aquel gesto la hizo parecer anciana y cansada. -¿Con qué nombre debo de llamarte? ¿Fausto? Puedes plantear tus preguntas si las tienes…
Lakme aparto aquel gesto indescifrable de su rostro, ya no había tensión en sus músculos, de un modo extraño se relajo y volvió a adquirir el gesto que la acercaba más a su humanidad que al monstruo. Si era veraz o no aquella fachada era difícil de entrever, ella era la perfecta actriz en su propia vida, sabía que si mostraba una mínima fisura de la debilidad latente en “ese” tema, su fortaleza construida en los siglos se desquebrajaría y todos la buscarían para aprovecharse de su don.
Pocos eran lo sabedores de su capacidad más oculta, de a lo que llegaban sus conocimientos y no solo por lo vivido, sino por todo a lo anterior a aquel estado de no-muerto, si, de aquello incomprensible para el ser humano más allá de este mundo, y menos se hacía perceptible en una sociedad religiosa como aquella. Si alguien se acercaba a ella por aquella verdad que hoy en día le daba más preguntas que respuestas, su destino estaba claro… La muerte.
-Desde mi regreso esta ciudad me ha llevado a adoptar feas costumbres. –Aquello sonó como una falsa disculpa, ya que poco le importaba en aquel momento las cavilaciones que él estaba haciendo sobre el primer lienzo en sus pensamientos de su persona. Más ahora le importaba más aquella marcas que él poseía que nada más, sabía el tema de la noche. -Siempre me irritaron aquellos que aspiran a esta despreciable vida y son muchos los que abundan por París, o será que se ven atraído por ciertos rumores. – Decía aquello como queriendo quitarle importancia al gesto anterior, su mirada por un momento se desvió de la suya. Sin quererlo había perdido por unos segundos aquel duelo de miradas.
Cuando dijo “rumores” se refería a viejas historias centenarias que aun continúan circulando por algunas calles de la iluminada capital, historias sobre su misma persona con otro nombre y sobre la presencia de cierta criatura de ojos ciegos, y que ambos habían podido por una noche levantar de su tumba a los putrefactos muertos del que era ahora el cementerio del Père-Lachaise. De aquel rumor, era extendido entre aquellos que conscientes de aquel submundo, quedaba una pequeña parte la cual se veía más influida por la fantasía que por la veracidad. Se podía afirmar que si habían conseguido infundir la vida por un instante a un cadáver humano con bastantes años a su espalda, pero eso no significaba que lo hubiesen resucitado, había algo más oscuro detrás de toda aquella trama… Algo demasiado peligroso y con lo que no se debía jugar, pero mucho se veían seducidos por aquella clase de poder.
-La inmortalidad solo debería servir para… -Sus palabras se detuvieron, tuvo que buscar la adecuada en aquel idioma que no era el suyo pero que tan fluidamente hablaba. -“Conservar”, no para alagar la vida. –Otro enigma, otro sinsentido con gran significado.
Una curva enigmática que en sus labios formaban una cortés sonrisa, sus ojos verdes volvieron al duelo de sus ojos. Aquel que se hacía llamar Fausto no se refrenaba en su paso, no había precaución entre ambos y casi distancia. Apenas él parpadeaba al dirigirle su mirada firme, su voz le parecía a veces neutra mientras apartaba el ébano y el dorado símbolo entraba en contacto con la piel pálida. Desde aquella distancia Lakme podía notar el calor que emanaba de un cuerpo vivo, podía percibir la respiración y un corazón que parecía pasivo ante su condición.
Los labios rojos apretados en un gesto de reproche, sus dedos continuaban entre sus mechones, el gesto fue firme la mirada se endureció. Un agarrón por parte de la mano pálida de la inmortal, con delicada pero a la vez fuerza, tomo aquella mano del mortal que se había atrevido a contactar con ella. No hubo contraste, más la piel de ella era templada y blanda como si su humanidad nunca se hubiese marchado.
Lakme frunció el ceño, sus oídos se ensordecieron al igual que seguramente los de él, pero no del mismo modo. Aquel tipo de hechicería o como quisiese que se le llamase era impredecible, para ella eran voces cercanas, para él, seguramente un simple susurro de entremezcladas palabras.
-Toquemos el tema entonces. –Soltó el leve agarre, las voces cesaron. Distraída tomó la mosca entre sus dedo, fue un gesto efímero que paso de la congoja a la aversión ante el objeto. Suspiró por un momento cansada, aquel gesto la hizo parecer anciana y cansada. -¿Con qué nombre debo de llamarte? ¿Fausto? Puedes plantear tus preguntas si las tienes…
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
El interpelado negó lentamente con la cabeza ante el parecer de la fémina y suspiró con cierto deje de condescendencia. Si aquella criatura sobrenatural había detenido sus pasos para acortar su destino a manos de Fausto y no retrasar el momento de abrir sus bocas para entablar la conversación que precedería al momento final, debía significar que la vampiresa tenía un criterio curtido, unas tendencias suicidas que además desprendían desfachatez o directamente no había comprendido nada. Ni lo iba a comprender en adelante…
¿Significaba eso que la sensación que hasta ahora había conseguido embargarle gracias a ella sólo se trataba de una falsa premisa? ¿Que la exótica y sibilina bailarina sería otra simple presa que tachar en la más aburrida de sus listas? Por el momento, significaba que cada paso que diera, todavía estaba por corroborarle sus expectativas o no… Y aunque a Fausto le encantaba deleitarse cuando lo consideraba digno, nadie merecía el placer de que su análisis fuese regodeado, si no era mínimamente correspondido por su contrincante. Por lo menos, tenía asegurada la oportunidad de sacar provecho de la cansada senectud de la vampiresa, incluso si sólo se trataba de saber cómo reaccionaba a sus palabras o a sus gestos.
Hasta la más mínima gota que chorreara entre sus cuerpos serviría para llenar la cantidad de frascos que transportaba él en su mente.
Estaba precipitándose en las conclusiones por vez primera desde que sus ojos se habían topado con la moradora de la noche. O quizá ‘conclusiones’ no fuera el término adecuado para referirse a esa necesidad de que no lo decepcionaran en su, inusual, acto de apreciar una perita en dulce que adornara la monotonía de sus cacerías. Ni siquiera tenía premeditado cuáles iban a ser sus movimientos, ni sus decisiones, obviando su sentido siempre implícito y alerta que evitaría cualquier ataque de buenas a primeras. Por el momento, el interés de averiguar más sobre la persona desbancaba al de aniquilar al hedonismo de la bestia, y no lo había negado en ningún momento. Sus fichas en aquel tablero eran claras, pero quedaban tantas por enseñar todavía que la mujer jamás encontraría un final a su descubrimiento, y ni siquiera podía considerarse un engaño por parte del hombre.
Por ello, no le hizo demasiada gracia que metiera mano de sus habilidades vampíricas para sacar en claro cómo se llamaba. Porque obviando la esencia demoledora de Fausto (que no escapaba a nadie en absoluto, no importaba si mortales o criaturas sobrenaturales, pues bastaba sólo con poseer alguno de los cinco sentidos), la forma de referirse a él con un nombre propio sería lo único que podría sacar a relucir ella y cualquier iluso con la capacidad de rastrear entre pensamientos ajenos. No sólo Georgius le había entrenado en ese campo mental, además el propio Fausto se alimentaba muchas veces sólo de su psique, llevando sus meditaciones a un punto más allá de las necesidades básicas como comer, beber o dormir. No soportaba cuando esos murciélagos se decidían a emplear ese ‘don’, le parecía de un mal gusto inconmensurable y, por descontado, los situaba en un puesto que no importaba si eterno o no, pues carecía absolutamente de mérito, era un ahorro deliberado de esfuerzo que los reducía a no ser nadie antes de acabar alimentándose de sangre, mucho menos después. ¿O acaso no jugaban con ventaja así? ¿Qué mostraba a su favor que les hiciera falta leer la mente, ya fuera por curiosidad, impulso o táctica? Patético, sin duda. Dejaría de proteger su cabeza sólo para que la mujer pudiera ver lo que pensaba al respecto, palabra por palabra y sin tapujo alguno, pero no estaba ahí para ser considerado, y menos todavía si el trato que recibía a cambio era ése.
Sí, ya veo lo mucho que te hastía ese peso que lleva los siglos sobre tu alma –respondió, no siendo él menos cuando ella se trasladó al tuteo-. Yo siempre ‘conservo’ cada partícula de quien perece en mis brazos, si así te consuelas. Para afirmar eso que acabas de decir no veo que hayas hecho nada por dejar de ‘prolongar la vida’… -el sadismo en su sonrisa se acomodó de medio lado cuando la hechicería cesó en sus oídos y el azul de sus ojos embistió todo posible cansancio en el rostro de la vampiresa- Hasta ahora, claro.
Sin más dilación, permitió que se escuchara el sonido del metal cuando el sable quedó desenfundando en el interior de su abrigo, mas siguió sin extraerlo de allí y sin hacer amago de querer atacarla.
Disculpa que no sepa por qué nombre llamarte yo, muestro un respeto mayor dándole a la otra persona la oportunidad de presentarse.
Se tomaría su propio y deseado tiempo para esas preguntas.
¿Significaba eso que la sensación que hasta ahora había conseguido embargarle gracias a ella sólo se trataba de una falsa premisa? ¿Que la exótica y sibilina bailarina sería otra simple presa que tachar en la más aburrida de sus listas? Por el momento, significaba que cada paso que diera, todavía estaba por corroborarle sus expectativas o no… Y aunque a Fausto le encantaba deleitarse cuando lo consideraba digno, nadie merecía el placer de que su análisis fuese regodeado, si no era mínimamente correspondido por su contrincante. Por lo menos, tenía asegurada la oportunidad de sacar provecho de la cansada senectud de la vampiresa, incluso si sólo se trataba de saber cómo reaccionaba a sus palabras o a sus gestos.
Hasta la más mínima gota que chorreara entre sus cuerpos serviría para llenar la cantidad de frascos que transportaba él en su mente.
Estaba precipitándose en las conclusiones por vez primera desde que sus ojos se habían topado con la moradora de la noche. O quizá ‘conclusiones’ no fuera el término adecuado para referirse a esa necesidad de que no lo decepcionaran en su, inusual, acto de apreciar una perita en dulce que adornara la monotonía de sus cacerías. Ni siquiera tenía premeditado cuáles iban a ser sus movimientos, ni sus decisiones, obviando su sentido siempre implícito y alerta que evitaría cualquier ataque de buenas a primeras. Por el momento, el interés de averiguar más sobre la persona desbancaba al de aniquilar al hedonismo de la bestia, y no lo había negado en ningún momento. Sus fichas en aquel tablero eran claras, pero quedaban tantas por enseñar todavía que la mujer jamás encontraría un final a su descubrimiento, y ni siquiera podía considerarse un engaño por parte del hombre.
Por ello, no le hizo demasiada gracia que metiera mano de sus habilidades vampíricas para sacar en claro cómo se llamaba. Porque obviando la esencia demoledora de Fausto (que no escapaba a nadie en absoluto, no importaba si mortales o criaturas sobrenaturales, pues bastaba sólo con poseer alguno de los cinco sentidos), la forma de referirse a él con un nombre propio sería lo único que podría sacar a relucir ella y cualquier iluso con la capacidad de rastrear entre pensamientos ajenos. No sólo Georgius le había entrenado en ese campo mental, además el propio Fausto se alimentaba muchas veces sólo de su psique, llevando sus meditaciones a un punto más allá de las necesidades básicas como comer, beber o dormir. No soportaba cuando esos murciélagos se decidían a emplear ese ‘don’, le parecía de un mal gusto inconmensurable y, por descontado, los situaba en un puesto que no importaba si eterno o no, pues carecía absolutamente de mérito, era un ahorro deliberado de esfuerzo que los reducía a no ser nadie antes de acabar alimentándose de sangre, mucho menos después. ¿O acaso no jugaban con ventaja así? ¿Qué mostraba a su favor que les hiciera falta leer la mente, ya fuera por curiosidad, impulso o táctica? Patético, sin duda. Dejaría de proteger su cabeza sólo para que la mujer pudiera ver lo que pensaba al respecto, palabra por palabra y sin tapujo alguno, pero no estaba ahí para ser considerado, y menos todavía si el trato que recibía a cambio era ése.
Sí, ya veo lo mucho que te hastía ese peso que lleva los siglos sobre tu alma –respondió, no siendo él menos cuando ella se trasladó al tuteo-. Yo siempre ‘conservo’ cada partícula de quien perece en mis brazos, si así te consuelas. Para afirmar eso que acabas de decir no veo que hayas hecho nada por dejar de ‘prolongar la vida’… -el sadismo en su sonrisa se acomodó de medio lado cuando la hechicería cesó en sus oídos y el azul de sus ojos embistió todo posible cansancio en el rostro de la vampiresa- Hasta ahora, claro.
Sin más dilación, permitió que se escuchara el sonido del metal cuando el sable quedó desenfundando en el interior de su abrigo, mas siguió sin extraerlo de allí y sin hacer amago de querer atacarla.
Disculpa que no sepa por qué nombre llamarte yo, muestro un respeto mayor dándole a la otra persona la oportunidad de presentarse.
Se tomaría su propio y deseado tiempo para esas preguntas.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
-No pongo en duda que seas capaz de conservar cada “partícula” de aquello a lo que arrojas al abismo, pero ¿estarías seguro de querer conservar algo similar a lo que yo poseo? –Palabras extrañas, llenas de preguntas, llenas de enigma indescifrable. ¿A qué podría referirse. –Si me dejases entrar en ti… Solo hallarías TÚ perdición. –Oscuras sonaban, envueltas en aquel misterio, parecía como si arrastrase una maldición más terrible que la que traía consigo la inmortalidad del vampiro. ¿Amenaza? ¿Advertencia? Sonaba a consejo más que nada, a consejo que suelen dar los buenos amigos para evitar el daño de quienes aprecian, pero en la oscuridad de aquella pequeña placita no había amigos.
Los hilos enroscados en la mente del mortal, buscando la voz de su mente, fueron poco a poco destruyéndose por la voluntad. Ella había dejado de buscar en una mente que aparentemente no era frágil, una mente que al final le había dado acceso a asomarse levemente solo para mostrar su aversión a lo que ella podía representar, o al arquetipo en el que se había convertido su “especie”. Más tarde o más temprano, ¿el fin no iba a ser el mismo? ¿Sus intenciones acaso cambiarían? Pero porque tomarse molestias.
Lakme acaba de rechazar aquella apertura, ¿le estaba retando? ¿Le quitaba importancia a lo que él pudiese mostrarle? No. “Que sus palabras sean las puertas que el desee mostrar”.
-Fui muchos nombres en antaño y a la vez, tan… Indefinible, puede ser la palabra. –Ella continuaba serena en su proximidad, no había ni un atisbo de temor, y no era temeridad lo que había jugar a ser la polilla que se aproximaba al calor de la llama. –Mi nombre es Lakme, hoy. Como la ópera que escribirán. Pero quien sabe de lo voluble del mañana, a lo mejor soy otra, en otro lugar muy distinto a éste.
Él había sonreído con saña, y ella extraordinariamente no le mostraba aversión es más sus labios se curvaron con dulzura, algo muy paradójico para la tensión que debía vivirse en aquellos momentos.
La inmortal constantemente se veía advertida por aquellos que ignoraba, por su don innato que por mucho que la muerte la hubiese cambiado había decidido conservar en su estado vampírice, ese era todo el sentido que tenía el que permaneciese con los pies sobre la tierra, de ahí surgían más preguntas que respuestas.
Quien conocía de su existencia, o más bien, de alguien como ella, sabían de era un mero recipiente que atraía a los del otro lado con la insistencia de un imán potente, con su nigromancia latente, y no elegida. Eran los más ancianos quienes querían unirse al son de su música con ansias de usar su don de un modo desconocido, pero ella era demasiado huidiza, si no existían las respuestas adecuadas a sus preguntas. Y no solo eran ancianos, ¡mortales! También caen en la tentación de aquel “poder”.
El sonido del metal le pareció una amenaza innecesaria, es más ni sus ojos verdes se dieron el deleite de buscar la procedencia de ello, más solo se permitió el desafiarle con el jade bruñido y divertido.
-Llevo mis galas de boda desde hace demasiado tiempo, Fausto… -Con gesto delicado había tomado su vestido sobre levantándolo levemente una reverencia elegante, y una sonrisa irónica ante su incredulidad. -…la muerte tiene paciencia en el altar, acepto lo desconocido que me espera. –Sus hombros se había movido delicadamente cuando volvió a la postura inicial, el desafío contradicho por la dulzura continuaba en su gesto relajado. -Pero no hay puerta que me conduzca a la desconocida capilla. Si es alma humana lo que aun poseo en mi interior, ella es la que me impide acceder a ese otro lado sin respuestas, porque yo no nací para ser compañera, yo no resurgí de entre la podredumbre y lo caduco por un capricho. Me creerás igual que el resto, no creerás ni mis “mentiras” ni mis “verdades”, pero tú esta noche no serás mi verdugo Fausto. Lo siento mucho –Lakme se mordió los labios apenas sin darse cuenta, en un gesto demasiado humano. Parecía lamentarlo realmente. –Muchísimo, cazador. Ahora mismo no hay presas, porque aun tendré que aguantar hasta el final otro milenio. –Hablaba con demasiada seguridad, con si tuviese fe ciega en sus palabras, no era una verdad que temblase en la cuerda floja, aquello que pronunciaba era y como lo hacía era “la verdad”, tan segura, inquebrantable. –Mi tiempo está cerca, me espera impaciente, me llama noche tras noche, su ofrecimiento desconocido, con su razón de ser. Me lo “suelen” recordar últimamente muy a menudo.
Sus pestañas negras se habían movido en la danza de las mariposas, aparto un mechón rebelde ébano y con gesto meditabundo aparto sus ojos directo de los suyos.
-Te parecerá patética, mi existencia, mis palabras sin importancia que el mañana se llevará a los inexistente, pero por mucho que hayamos bebido del conocimiento del mundo… -Alzó sus ojos de un modo inesperado, con gesto indescifrable, miraba directamente a aquellas esquirlas de hielo del cazador, algo cambio en su meditación. -¿Qué preguntas mueven tu camino, Fausto? Puede que haya errado, a lo mejor no buscabas como los demás respuestas, a lo mejor solo una presa… Debo de admitir que hay en oscuro en tu interior que inquieta.
Los hilos enroscados en la mente del mortal, buscando la voz de su mente, fueron poco a poco destruyéndose por la voluntad. Ella había dejado de buscar en una mente que aparentemente no era frágil, una mente que al final le había dado acceso a asomarse levemente solo para mostrar su aversión a lo que ella podía representar, o al arquetipo en el que se había convertido su “especie”. Más tarde o más temprano, ¿el fin no iba a ser el mismo? ¿Sus intenciones acaso cambiarían? Pero porque tomarse molestias.
Lakme acaba de rechazar aquella apertura, ¿le estaba retando? ¿Le quitaba importancia a lo que él pudiese mostrarle? No. “Que sus palabras sean las puertas que el desee mostrar”.
-Fui muchos nombres en antaño y a la vez, tan… Indefinible, puede ser la palabra. –Ella continuaba serena en su proximidad, no había ni un atisbo de temor, y no era temeridad lo que había jugar a ser la polilla que se aproximaba al calor de la llama. –Mi nombre es Lakme, hoy. Como la ópera que escribirán. Pero quien sabe de lo voluble del mañana, a lo mejor soy otra, en otro lugar muy distinto a éste.
Él había sonreído con saña, y ella extraordinariamente no le mostraba aversión es más sus labios se curvaron con dulzura, algo muy paradójico para la tensión que debía vivirse en aquellos momentos.
La inmortal constantemente se veía advertida por aquellos que ignoraba, por su don innato que por mucho que la muerte la hubiese cambiado había decidido conservar en su estado vampírice, ese era todo el sentido que tenía el que permaneciese con los pies sobre la tierra, de ahí surgían más preguntas que respuestas.
Quien conocía de su existencia, o más bien, de alguien como ella, sabían de era un mero recipiente que atraía a los del otro lado con la insistencia de un imán potente, con su nigromancia latente, y no elegida. Eran los más ancianos quienes querían unirse al son de su música con ansias de usar su don de un modo desconocido, pero ella era demasiado huidiza, si no existían las respuestas adecuadas a sus preguntas. Y no solo eran ancianos, ¡mortales! También caen en la tentación de aquel “poder”.
El sonido del metal le pareció una amenaza innecesaria, es más ni sus ojos verdes se dieron el deleite de buscar la procedencia de ello, más solo se permitió el desafiarle con el jade bruñido y divertido.
-Llevo mis galas de boda desde hace demasiado tiempo, Fausto… -Con gesto delicado había tomado su vestido sobre levantándolo levemente una reverencia elegante, y una sonrisa irónica ante su incredulidad. -…la muerte tiene paciencia en el altar, acepto lo desconocido que me espera. –Sus hombros se había movido delicadamente cuando volvió a la postura inicial, el desafío contradicho por la dulzura continuaba en su gesto relajado. -Pero no hay puerta que me conduzca a la desconocida capilla. Si es alma humana lo que aun poseo en mi interior, ella es la que me impide acceder a ese otro lado sin respuestas, porque yo no nací para ser compañera, yo no resurgí de entre la podredumbre y lo caduco por un capricho. Me creerás igual que el resto, no creerás ni mis “mentiras” ni mis “verdades”, pero tú esta noche no serás mi verdugo Fausto. Lo siento mucho –Lakme se mordió los labios apenas sin darse cuenta, en un gesto demasiado humano. Parecía lamentarlo realmente. –Muchísimo, cazador. Ahora mismo no hay presas, porque aun tendré que aguantar hasta el final otro milenio. –Hablaba con demasiada seguridad, con si tuviese fe ciega en sus palabras, no era una verdad que temblase en la cuerda floja, aquello que pronunciaba era y como lo hacía era “la verdad”, tan segura, inquebrantable. –Mi tiempo está cerca, me espera impaciente, me llama noche tras noche, su ofrecimiento desconocido, con su razón de ser. Me lo “suelen” recordar últimamente muy a menudo.
Sus pestañas negras se habían movido en la danza de las mariposas, aparto un mechón rebelde ébano y con gesto meditabundo aparto sus ojos directo de los suyos.
-Te parecerá patética, mi existencia, mis palabras sin importancia que el mañana se llevará a los inexistente, pero por mucho que hayamos bebido del conocimiento del mundo… -Alzó sus ojos de un modo inesperado, con gesto indescifrable, miraba directamente a aquellas esquirlas de hielo del cazador, algo cambio en su meditación. -¿Qué preguntas mueven tu camino, Fausto? Puede que haya errado, a lo mejor no buscabas como los demás respuestas, a lo mejor solo una presa… Debo de admitir que hay en oscuro en tu interior que inquieta.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Aquello se estaba volviendo tedioso. Tan tedioso como expectante, ligeramente expectante. La paciencia de Fausto era inabarcable, en ocasiones ni siquiera él mismo se daba cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que se había sentado a meditar con los ojos cerrados para que al día siguiente el sol le abofeteara en la cara. Y aun así, a veces no bastaba para hacerle devolver su intensa mirada añil a la superficie de la tierra, tan sumergida en el propio Fausto, encajando aquí y allá, recolectando pedazos de sus recuerdos, de sus sueños, de sus visiones... Por eso, llegaba el momento de echar a los pobres ilusos que pretendían perturbar su profundo pozo de pensamientos y era como espantar una mosca sin alas. Detestaba que lo intentaran y dado que ya había quedado claro, se limitó a sacudir levemente la cabeza y enarcar una ceja por enésima vez, ya no sabía si divertido o cansado de lo mismo. Y mira que eran dos extremos bien diferentes.
Escúchame bien, Lakme –dijo, sin ni siquiera mirarle a los ojos, ocupado en la nada, que de momento le parecía incluso más interesante que sus intentos de réplica-. ¿Quieres hablar de perdición, del paso del tiempo, de tu cansada sabiduría de carcamal? Perfecto, estoy seguro de que no seré el encargado de negarte ninguna de esas cosas, a fin de cuentas son un hecho y no por nada he puesto mis ojos en ti –suspiró con condescendencia y volvió a acecharle el rostro directamente con sus implacables orbes azules-. Eres única, sí, pero no definitiva, mucho menos para mí.
No le ponía nervioso que sus palabras ni siquiera parecieran alterarla, acostumbrada como debía de estar ella a las amenazas provenientes de personas con el mismo oficio que el alemán, él también lo estaba a todo tipo de reacciones por parte de los de su raza. De hecho, mostrarse serenos y sin ninguna intención de escabullirse de él era tan típico como cualquier arquetipo anteriormente descrito por Aristóteles, así que por esa parte, más que irritado, Fausto estaba decepcionado. Tal vez había sido un error dejarse embriagar tanto por la esencia de su interlocutora… O tal vez no, la magnética sensación con la que había conseguido captarle entre un millar de patanes dentro del mercado no había desaparecido, a pesar de todo, y de todas maneras, el teólogo tampoco quería desistir. Podía hacer caso de su instinto, cosa que ya no le había fallado al escogerla, pero en cuanto a conversaciones, no era nada ansioso, al contrario, lograba exprimirlas de tal modo que mientras él se sostenía en su paciencia, los demás la perdían por completo. No parecía que la mujer fuera a pertenecer a este soporífero apartado, así que seguía sin perder las papeletas para permanecer en su descarnado interés. Casi se había librado, la pobrecita.
Lakme no entendía, o si lo hacía no parecía saber cómo darle una mísera utilidad, que si aquella noche la rodeaba incesantemente la innegable posibilidad de perecer a manos de él, no se debía a que Fausto fuera cazador, si no a que era simple y llanamente Fausto. El Fausto al que la muerte de su maestro había cambiado para impulsarle a un sinfín de destinos entre los cuales la caza de criaturas sobrenaturales sólo era un mero pasaje que lo aproximaba al culmen más perfecto de todos. Aquél exclusivamente reservado para él, porque la perfección se diseñaba para unos pocos, pero siempre había más de una, amueblada de manera distinta en base a cada recorrido y cada mente. Cada objetivo. Aunque no lo quisiera reconocer, al menos no con esas mismas palabras, la razón por la que, según su criterio, debía eliminar a cuantos vampiros fueran posibles se encontraba mucho más relacionada con él mismo que con los moradores de la noche en sí, de ahí que para empezar siquiera a comprender su retorcido sadismo, había que acceder a demasiadas de sus puertas. Y en cuanto a lo de adivinar cuál era más segura de profanar… Mejor no tocar ese tema por ahora.
El hombre continuó acortando distancias y lo próximo que hizo fue aferrar a la fémina del cuello, con la fuerza suficiente para retenerla y aplicándola de forma tan metódica que incluso se hizo elegante. Paseó lentamente el dedo pulgar desde su garganta hasta el centro de su barbilla, procurándole unos escalofríos que nada tenían que envidiar al pulso congelado de su innata inmortalidad y le habló muy cerca de la mandíbula, con todo el cuerpo alerta para cualquiera de sus posibles movimientos, ya provinieran de sus garras o de sus colmillos. Presionaba sobre una zona clave en las enseñanzas de su arte marcial y dependiendo de cómo decidiera actuar la vampira, podía afectar a muchas de las articulaciones de su cuerpo, estuvieran vivas o no.
Estando tan de vuelta de todo, te comportas más como esos jóvenes existencialistas que se desviven por ser tan temerarios como puedan en su insignificante recorrido por la tierra –susurró muy cerca de su piel-. Para que yo no me convierta en tu verdugo esta noche, como dices, vas a tener que trabajártelo en exceso y créeme, eso implica muchísimo más que estar ahí parada como si no pudiera cercenar tu cabeza en menos de tres segundos –incidió con la uña y elevó así su mentón para continuar hablándole prácticamente encima de sus labios-. Habrá que llegar a un punto de inflexión, ¿no te parece? Y cuando llegue, me replantearé si formularte, aunque sólo sea, una de esas preguntas que tanto te interesan -y desenvainó completamente su sable con la mano que tenía libre, blandiéndolo sin apuntar todavía a ninguna dirección en concreto.
Escúchame bien, Lakme –dijo, sin ni siquiera mirarle a los ojos, ocupado en la nada, que de momento le parecía incluso más interesante que sus intentos de réplica-. ¿Quieres hablar de perdición, del paso del tiempo, de tu cansada sabiduría de carcamal? Perfecto, estoy seguro de que no seré el encargado de negarte ninguna de esas cosas, a fin de cuentas son un hecho y no por nada he puesto mis ojos en ti –suspiró con condescendencia y volvió a acecharle el rostro directamente con sus implacables orbes azules-. Eres única, sí, pero no definitiva, mucho menos para mí.
No le ponía nervioso que sus palabras ni siquiera parecieran alterarla, acostumbrada como debía de estar ella a las amenazas provenientes de personas con el mismo oficio que el alemán, él también lo estaba a todo tipo de reacciones por parte de los de su raza. De hecho, mostrarse serenos y sin ninguna intención de escabullirse de él era tan típico como cualquier arquetipo anteriormente descrito por Aristóteles, así que por esa parte, más que irritado, Fausto estaba decepcionado. Tal vez había sido un error dejarse embriagar tanto por la esencia de su interlocutora… O tal vez no, la magnética sensación con la que había conseguido captarle entre un millar de patanes dentro del mercado no había desaparecido, a pesar de todo, y de todas maneras, el teólogo tampoco quería desistir. Podía hacer caso de su instinto, cosa que ya no le había fallado al escogerla, pero en cuanto a conversaciones, no era nada ansioso, al contrario, lograba exprimirlas de tal modo que mientras él se sostenía en su paciencia, los demás la perdían por completo. No parecía que la mujer fuera a pertenecer a este soporífero apartado, así que seguía sin perder las papeletas para permanecer en su descarnado interés. Casi se había librado, la pobrecita.
Lakme no entendía, o si lo hacía no parecía saber cómo darle una mísera utilidad, que si aquella noche la rodeaba incesantemente la innegable posibilidad de perecer a manos de él, no se debía a que Fausto fuera cazador, si no a que era simple y llanamente Fausto. El Fausto al que la muerte de su maestro había cambiado para impulsarle a un sinfín de destinos entre los cuales la caza de criaturas sobrenaturales sólo era un mero pasaje que lo aproximaba al culmen más perfecto de todos. Aquél exclusivamente reservado para él, porque la perfección se diseñaba para unos pocos, pero siempre había más de una, amueblada de manera distinta en base a cada recorrido y cada mente. Cada objetivo. Aunque no lo quisiera reconocer, al menos no con esas mismas palabras, la razón por la que, según su criterio, debía eliminar a cuantos vampiros fueran posibles se encontraba mucho más relacionada con él mismo que con los moradores de la noche en sí, de ahí que para empezar siquiera a comprender su retorcido sadismo, había que acceder a demasiadas de sus puertas. Y en cuanto a lo de adivinar cuál era más segura de profanar… Mejor no tocar ese tema por ahora.
El hombre continuó acortando distancias y lo próximo que hizo fue aferrar a la fémina del cuello, con la fuerza suficiente para retenerla y aplicándola de forma tan metódica que incluso se hizo elegante. Paseó lentamente el dedo pulgar desde su garganta hasta el centro de su barbilla, procurándole unos escalofríos que nada tenían que envidiar al pulso congelado de su innata inmortalidad y le habló muy cerca de la mandíbula, con todo el cuerpo alerta para cualquiera de sus posibles movimientos, ya provinieran de sus garras o de sus colmillos. Presionaba sobre una zona clave en las enseñanzas de su arte marcial y dependiendo de cómo decidiera actuar la vampira, podía afectar a muchas de las articulaciones de su cuerpo, estuvieran vivas o no.
Estando tan de vuelta de todo, te comportas más como esos jóvenes existencialistas que se desviven por ser tan temerarios como puedan en su insignificante recorrido por la tierra –susurró muy cerca de su piel-. Para que yo no me convierta en tu verdugo esta noche, como dices, vas a tener que trabajártelo en exceso y créeme, eso implica muchísimo más que estar ahí parada como si no pudiera cercenar tu cabeza en menos de tres segundos –incidió con la uña y elevó así su mentón para continuar hablándole prácticamente encima de sus labios-. Habrá que llegar a un punto de inflexión, ¿no te parece? Y cuando llegue, me replantearé si formularte, aunque sólo sea, una de esas preguntas que tanto te interesan -y desenvainó completamente su sable con la mano que tenía libre, blandiéndolo sin apuntar todavía a ninguna dirección en concreto.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Fue quieta su aptitud, su respuesta... La Nada.
Él había roto las distancias, él había roto la ¿calma? Calma aparente más bien. ¿Y ella qué hizo? Nada.
Si hubiese estado en otros tiempos, no hubiese dudado en haber atacado, en haberse mostrado amenazante y peligrosa. Pero aquellos eran otros tiempo, y ella ya no era la criatura salvaje y descontrolada de antaño... ¿O si?
Su actitud continuaba siendo relajada, su cuerpo se dejaba hacer, y en cuanto sintió la punzada de su dedo simplemente respondió mordiéndose sus propios labios lentamente.
El aliento cálido del vivo incidió sobre la piel templada, mientras las palabras cortaban el aire más se ensanchaba la sonrisa de la inmortal. ¿Su gesto era irónico? ¿Había seguridad en su mirada?
Sus ojos verdes no se apartaron ni un momento del hielo, es más pareció que la distancia en la que ahora se situaban no era suficiente cuando ella decidió pegar por completo su cuerpo al de él, sintiendo las pulsaciones del corazón latir en su pecho. Sus manos se aferraron a su ropa para atraerle más, sin temor al filo cercano.
-Erras de nuevo, Fausto. Si piensas que lo que hago es jugar con mi vida, o darle emoción, te equivocas. Si crees que estoy intentando convencerte para que no lo hagas, no es así. ¡Hazlo por favor si te es satisfactorio! -Parecía una invitación de cortesía, ¿dónde estaba el truco? El tono de su voz había bajado al grado del susurro, dándole un tono más intimo como si solo quisiera que lo que ella dijera fuera escuchado por ambos. Pero... ¿Para qué? Allí no había nadie. -Son distintas las maneras que un Cachorro tiene para llamar a su Madre. -Una caída de sus ojos dirigida a los labios del Cazador y luego un largo suspiro hizo que sus hombros se movieran con delicadeza. Sus manos aflojaron la atadura con sus ropas.
Si la noche ya de por si era oscura entre aquellas calles, más se hicieron las sombras cuando los faroles en un aire seco comenzaron a apagarse sumiéndoles en las sombras y el desconocimiento. Y de nuevo aquel zumbido tan familiar para ella.
-Creo que el tiempo de las preguntas se acabo. Es tarde... -Su voz no era lánguida, aun continuaba con el susurro, pero se había endurecido. -...Muy tarde.
Penumbra, tanto que apenas podían apreciarse sus rostros. Era como si la Luna misma se hubiese apagado del cielo en conjunto con las estrellas, y estaba ese olor... ¿A flores? ¿A frescor?
El mundo parecía haber cambiado, era como si hubiese dejado de existir, era como si el aire apenas corriese pero si lo hacía, como si el silencio incluso hubiese dejado de existir, era como si hubiesen caído en un abismo sin haber movido un pie como si estuviesen en un Vacío.
¿Pero que brujería era aquella?
Susurros lejanos que se aproximaban y entremezclaban con lenguas que llegaban al entendimiento y algunas muy alejadas de ello. ¿Había alguien más allí? ¿Les hablaba a ellos?
-He sido necia, he de admitirlo. -De nuevo sus manos se había aferrado a las ropas de Fausto, parecía más que ser una amenaza, una sujeción. -Creía te habías aproximado a mí, buscando lo que todos...
¿Quién hay ahí? Por favor, contestad.
Su sangre tiene el... el nombr...
Si se arrepiente no es por santidad, sino por impotencia...
Los susurros aumentaban su volumen, tanto que la voz de la inmortal se veía mezclada con ellas mismas.
¿Eran dedos, manos, dientes o garras afiladas lo que podían sentir bajos sus ropas perforar la piel?
-...Todos me piden lo mismo, independiente de mi naturaleza. Es irrelevante. Es... -Pauso.- .Creo que lo ignoras. -Ella hablaba como si ignorase todo aquello que les rodeaba, las voces, la oscuridad, el extraño tacto que desgarraba la piel haciéndola escocer. Y de algún modo así lo hacía, ella simulaba que todo aquello no ocurría, a pesar de que sus dedos aun continuase aferrados al cazador.
Y de repente el silencio fortuito y la luz los deslumbro, fue fugaz y muy rápido lo que la luz ilumino. Los edificios de aquella calle eran muy distintas a las que antes estaban, había demasiada gente en la calle, y vehículos demasiado ruidosos... Incluso en aquel efímero flash sus ropas no eran las que portaba, ella llevaba pantalones de hombre...
Y de nuevo la oscuridad, el vacío y la nada... Y el susurro... Las garras desgarraron la piel de Cazador sinuosamente, los colmillos ajenos penetraron sin piedad. Y a pesar de todo no hubo ni un jirón ni roto en su ropa.
-...una Cruz -Había terminado Lakme la frase casi al mismo tiempo que la voz en cuanto el mundo volvía a ser el de antes. No era la primera vez que lo escuchaba, estaba cansada de oír aquel enigma de su vida. La inmortal empujo con fuerza a Fausto para retirarlo de su distancia. -No acabéis con su vida. -Dijo con firmeza, observando como la leve sangre mancillaba a través de la ropa incorrupta del Cazador.
Y el mundo volvió a ser el que era. Ya no había penumbra que ocultase rostros.
La piel de la inmortal era muy pálida, como si hubiese perdido algún reducto de su calidez anterior y energía. Miraba directamente al Cazador. Su rostro tenía las mismas heridas que él, la sangre también mancillaba su piel, pero poco a poco y gracias a aquel tipo de magia tenía el vampirismo comenzaron a cerrarse, un gesto de sorpresa en su rostro, al ver que las del cazador imitaba a sus heridas.
"¿Cómo? -Pensó mientras mordía su propia mano con fuerza y veía como la misma mano del cazador se sometía al mismo resultado y padecer. Otra vez las heridas se curaron al momento.
Él había roto las distancias, él había roto la ¿calma? Calma aparente más bien. ¿Y ella qué hizo? Nada.
Si hubiese estado en otros tiempos, no hubiese dudado en haber atacado, en haberse mostrado amenazante y peligrosa. Pero aquellos eran otros tiempo, y ella ya no era la criatura salvaje y descontrolada de antaño... ¿O si?
Su actitud continuaba siendo relajada, su cuerpo se dejaba hacer, y en cuanto sintió la punzada de su dedo simplemente respondió mordiéndose sus propios labios lentamente.
El aliento cálido del vivo incidió sobre la piel templada, mientras las palabras cortaban el aire más se ensanchaba la sonrisa de la inmortal. ¿Su gesto era irónico? ¿Había seguridad en su mirada?
Sus ojos verdes no se apartaron ni un momento del hielo, es más pareció que la distancia en la que ahora se situaban no era suficiente cuando ella decidió pegar por completo su cuerpo al de él, sintiendo las pulsaciones del corazón latir en su pecho. Sus manos se aferraron a su ropa para atraerle más, sin temor al filo cercano.
-Erras de nuevo, Fausto. Si piensas que lo que hago es jugar con mi vida, o darle emoción, te equivocas. Si crees que estoy intentando convencerte para que no lo hagas, no es así. ¡Hazlo por favor si te es satisfactorio! -Parecía una invitación de cortesía, ¿dónde estaba el truco? El tono de su voz había bajado al grado del susurro, dándole un tono más intimo como si solo quisiera que lo que ella dijera fuera escuchado por ambos. Pero... ¿Para qué? Allí no había nadie. -Son distintas las maneras que un Cachorro tiene para llamar a su Madre. -Una caída de sus ojos dirigida a los labios del Cazador y luego un largo suspiro hizo que sus hombros se movieran con delicadeza. Sus manos aflojaron la atadura con sus ropas.
Si la noche ya de por si era oscura entre aquellas calles, más se hicieron las sombras cuando los faroles en un aire seco comenzaron a apagarse sumiéndoles en las sombras y el desconocimiento. Y de nuevo aquel zumbido tan familiar para ella.
-Creo que el tiempo de las preguntas se acabo. Es tarde... -Su voz no era lánguida, aun continuaba con el susurro, pero se había endurecido. -...Muy tarde.
Penumbra, tanto que apenas podían apreciarse sus rostros. Era como si la Luna misma se hubiese apagado del cielo en conjunto con las estrellas, y estaba ese olor... ¿A flores? ¿A frescor?
El mundo parecía haber cambiado, era como si hubiese dejado de existir, era como si el aire apenas corriese pero si lo hacía, como si el silencio incluso hubiese dejado de existir, era como si hubiesen caído en un abismo sin haber movido un pie como si estuviesen en un Vacío.
¿Pero que brujería era aquella?
Huele a... !Carne!
Si, si, si... Es carne...
Si, si, si... Es carne...
Arde el fuego...
¿Dónde estoy?
Su... Su... sangre tie...
Su... Su... sangre tie...
¡Hay huesos, hay huesos!
Deliciosa carne.
Vivos, vivos
Deliciosa carne.
Vivos, vivos
Su san... sangre tie... tiene...
¿Quién lo ha marcado?
¿Quién lo ha marcado?
Susurros lejanos que se aproximaban y entremezclaban con lenguas que llegaban al entendimiento y algunas muy alejadas de ello. ¿Había alguien más allí? ¿Les hablaba a ellos?
-He sido necia, he de admitirlo. -De nuevo sus manos se había aferrado a las ropas de Fausto, parecía más que ser una amenaza, una sujeción. -Creía te habías aproximado a mí, buscando lo que todos...
Es para nosotros... ¿Nosotros?
...Manchados por la sangre.
...Manchados por la sangre.
Su sangre tiene el... el nombr...
No están aquí, ni allí...
Tengo hambre
Vivos, vivos
Su... sangre tiene el nombr... nombre de...Tengo hambre
Vivos, vivos
Si se arrepiente no es por santidad, sino por impotencia...
Los susurros aumentaban su volumen, tanto que la voz de la inmortal se veía mezclada con ellas mismas.
¿Eran dedos, manos, dientes o garras afiladas lo que podían sentir bajos sus ropas perforar la piel?
-...Todos me piden lo mismo, independiente de mi naturaleza. Es irrelevante. Es... -Pauso.- .Creo que lo ignoras. -Ella hablaba como si ignorase todo aquello que les rodeaba, las voces, la oscuridad, el extraño tacto que desgarraba la piel haciéndola escocer. Y de algún modo así lo hacía, ella simulaba que todo aquello no ocurría, a pesar de que sus dedos aun continuase aferrados al cazador.
Y de repente el silencio fortuito y la luz los deslumbro, fue fugaz y muy rápido lo que la luz ilumino. Los edificios de aquella calle eran muy distintas a las que antes estaban, había demasiada gente en la calle, y vehículos demasiado ruidosos... Incluso en aquel efímero flash sus ropas no eran las que portaba, ella llevaba pantalones de hombre...
Y de nuevo la oscuridad, el vacío y la nada... Y el susurro... Las garras desgarraron la piel de Cazador sinuosamente, los colmillos ajenos penetraron sin piedad. Y a pesar de todo no hubo ni un jirón ni roto en su ropa.
Su sangre tiene el nombre de una... una... una...
-...una Cruz -Había terminado Lakme la frase casi al mismo tiempo que la voz en cuanto el mundo volvía a ser el de antes. No era la primera vez que lo escuchaba, estaba cansada de oír aquel enigma de su vida. La inmortal empujo con fuerza a Fausto para retirarlo de su distancia. -No acabéis con su vida. -Dijo con firmeza, observando como la leve sangre mancillaba a través de la ropa incorrupta del Cazador.
Y el mundo volvió a ser el que era. Ya no había penumbra que ocultase rostros.
La piel de la inmortal era muy pálida, como si hubiese perdido algún reducto de su calidez anterior y energía. Miraba directamente al Cazador. Su rostro tenía las mismas heridas que él, la sangre también mancillaba su piel, pero poco a poco y gracias a aquel tipo de magia tenía el vampirismo comenzaron a cerrarse, un gesto de sorpresa en su rostro, al ver que las del cazador imitaba a sus heridas.
"¿Cómo? -Pensó mientras mordía su propia mano con fuerza y veía como la misma mano del cazador se sometía al mismo resultado y padecer. Otra vez las heridas se curaron al momento.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: La sangre pesa más que el agua... [Fausto]
Y tras volverlo a intentar, Fausto seguía decepcionado, sí, más por la actitud de su lánguida interlocutora que por cómo iba transcurriendo aquel encuentro en concreto. Si fuera un inconsciente de tomo y lomo que obedecía a sus actos reflejos más sinceros, como un niño, ya haría mucho rato que habría bajado la guardia ante ella, y aun así, dudaba que eso hubiera supuesto cambio alguno en el laboratorio de expresiones y frasecitas de su femenina interlocutora. Se repetía como el ajo, había escuchado decir a algunos mediocres transeúntes para referirse a aquel tipo de escenas que ya no aportaban ningún interés, o que cada vez aportaban menos.
Lakme le agarraba, le soltaba, le hablaba y sonreía siempre con su habitual parsimonia, con esa tranquilidad tan errónea de la que estaban hechos sus congéneres bebedores de sangre, y a ese paso las únicas ganas que prevalecerían en el cazador al que no ofrecía nada de provecho serían las de acabar con ella, las de aplicarle eso que tan poco original le sabría, aniquilarla, pero a causa del motivo más inesperado, cruento y puede que triste. Pero la lástima de aquella mujer le significaba tan poco como su vida, puesto que un sentimiento así estaría tan nublado e incompleto como el resto de criterios que usaba para comportarse frente a él. Haber sabido lo que a ella le inspiraba pena y lo que no sin duda habría derivado en un doble retortijón de estómago que ni los dulces más empalagosos, así que prefería seguir así, apresándole el cuerpo y dispuesto a rajar por la mitad todas las esperas del mundo. Puestos a librarse de historias sin sabor, las mandaría muy lejos de allí, adonde ni la rapidez sobrehumana de sus habilidades pudiera llegar.
La moradora de la noche tuvo suerte, de nuevo, pues otro suceso mostró una mayor consideración hacia los dos: hacia ella porque la salvó de tener que enfrentarse físicamente a una máquina de cazar y despreciar vampiros entrenada por la sabiduría más añeja y letal, y hacia él porque finalmente le ostentó con el entretenimiento tan intenso que pedía… 'Entretenimiento' como eufemismo más visceral de la velada, por supuesto.
De repente, el mundo pareció pelearse con la realidad, combatirla con un sadismo equiparable al que poblaba el raciocinio de aquel teólogo de sangrienta historia. Lo escalofriantemente inexplicable hizo acto de presencia y conforme las voces y la oscuridad incidían en su piel y en su cabeza, sintió a Lakme más, mucho más cerca, confundiendo aquellos susurros ilógicos con sus propios pensamientos, que clamaban una respuesta rápida por parte de sus reflejos. No les mandó ninguna orden, no obstante, y decidió presenciar aquella experiencia con todos los sentidos manando de sus ojos azules, de su acechadora atención y con los murmullos de Lakme decorándolo todo.
'¿Qué acababa de pasar?' era la gran pregunta. Y justamente por ser una pregunta contundente que ni uno ni otro podrían explicar, Fausto consiguió estabilizar sus intenciones y contemplar finalmente a su recién compañera de aventuras (o desventuras, visto lo visto) en una mezcla de reclamación y desafío. Puro desafío. Sabía perfectamente que el suceso acababa de ser igual de sorprendente para ella, pero aún así, escucharla responder a esas voces y tener que soportar aquellos cuchicheos sin rostro ni procedencia que parecían hablar de él no le había gustado nada. Y si aquello no le había gustado nada, pasar a comprobar cómo sus cuerpos habían quedado conectados le gustó muchísimo menos. Rebasó todos los límites.
Tú –pronunció, con una ira tan sumamente tranquila que se hizo más espeluznante que si acabara de rajar el aire con un grito. Se volvió a aproximar a ella, y esa vez la agarró del cuello sin ninguna consideración, levantando todo su cuerpo mientras seguía fulminándola con los ojos-. ¿Qué brujería es ésta? ¿Quién te han hecho creer esas voces ilusas que soy yo? Debí haberte cortado la garganta sin mediar palabra, maldita insolente.
No le dio tiempo a intentar zafarse y enseguida la lanzó por los aires con la misma eficacia que si hubiera tirado un papel y estuviera surcando las leyes más básicas de la física, y aprovechó aquellos breves segundos para hacer la misma prueba que Lakme: con su sable, se hizo lentamente un corte en el dorso de la mano, que a los pocos segundos desapareció, a tiempo de que la vampira cayera al suelo, sin rastro ya de la misma herida que Fausto.
Hija de puta, hijos de puta. Le daba lo mismo. Sin saberlo, acababan de privarlo de uno de sus pasatiempos más enfermizos y trascendentales: contemplar cómo las heridas sangraban. Si ya le molestaba la rapidez tan insatisfactoria con la que muchas de las criaturas sobrenaturales curaban sus cuerpos en combate, nadie quería imaginarse lo que le provocaría ese mismo destino en el suyo propio. Después de ser víctima de su abyecta ambición y de lo que sus únicos impulsos como niño causaron en el transcurso de su vida, ya no buscaba la inmortalidad, la condenaba, se dedicaba a matar con los días contados a quienes ya no les hacía falta tenerlos en cuenta para vivir. Y presenciar su mortalidad, la vulnerabilidad biológica de su organismo con la que cada día subía un peldaño más sin dejarse empujar por nadie, se había hecho un hueco, el más insignificante en comparación (pues sus problemas de verdad eran mucho, mucho más preocupantes y macabros), en sus patologías mentales. Le gustaba el rojo líquido surcando su piel, lejos del alcance de quienes necesitaban absorberla o quienes jamás podrían derramarla del todo, le gustaba mirarlo hasta transportarse con él y entrar en tantas disertaciones que afilaban todavía más su conocimiento, llegando incluso a ser el preámbulo de sus férreas meditaciones.
Espero que esto sea sólo temporal. O si no, me encargaré de perseguir y pisotear cada paso que des hasta que tu vagar errante de no-muerta te parezca alegre –rugió, entonando su voz grave de manera que ella pudiera sentirla como si saliera de sus propias entrañas. Fausto cogió aire y dio uno de sus estratosféricos saltos del kalaripayattu hasta colocarse sobre una de las farolas que allí había y repetir el punzante proceso de antes, esta vez creándose cortes en las yemas de sus dedos, una a una-. Yo mismo me enfrentaré a los enigmas de mi cuerpo, nuestro encuentro acaba aquí, así que aléjate de mi vista. Largo.
Lakme le agarraba, le soltaba, le hablaba y sonreía siempre con su habitual parsimonia, con esa tranquilidad tan errónea de la que estaban hechos sus congéneres bebedores de sangre, y a ese paso las únicas ganas que prevalecerían en el cazador al que no ofrecía nada de provecho serían las de acabar con ella, las de aplicarle eso que tan poco original le sabría, aniquilarla, pero a causa del motivo más inesperado, cruento y puede que triste. Pero la lástima de aquella mujer le significaba tan poco como su vida, puesto que un sentimiento así estaría tan nublado e incompleto como el resto de criterios que usaba para comportarse frente a él. Haber sabido lo que a ella le inspiraba pena y lo que no sin duda habría derivado en un doble retortijón de estómago que ni los dulces más empalagosos, así que prefería seguir así, apresándole el cuerpo y dispuesto a rajar por la mitad todas las esperas del mundo. Puestos a librarse de historias sin sabor, las mandaría muy lejos de allí, adonde ni la rapidez sobrehumana de sus habilidades pudiera llegar.
La moradora de la noche tuvo suerte, de nuevo, pues otro suceso mostró una mayor consideración hacia los dos: hacia ella porque la salvó de tener que enfrentarse físicamente a una máquina de cazar y despreciar vampiros entrenada por la sabiduría más añeja y letal, y hacia él porque finalmente le ostentó con el entretenimiento tan intenso que pedía… 'Entretenimiento' como eufemismo más visceral de la velada, por supuesto.
De repente, el mundo pareció pelearse con la realidad, combatirla con un sadismo equiparable al que poblaba el raciocinio de aquel teólogo de sangrienta historia. Lo escalofriantemente inexplicable hizo acto de presencia y conforme las voces y la oscuridad incidían en su piel y en su cabeza, sintió a Lakme más, mucho más cerca, confundiendo aquellos susurros ilógicos con sus propios pensamientos, que clamaban una respuesta rápida por parte de sus reflejos. No les mandó ninguna orden, no obstante, y decidió presenciar aquella experiencia con todos los sentidos manando de sus ojos azules, de su acechadora atención y con los murmullos de Lakme decorándolo todo.
'¿Qué acababa de pasar?' era la gran pregunta. Y justamente por ser una pregunta contundente que ni uno ni otro podrían explicar, Fausto consiguió estabilizar sus intenciones y contemplar finalmente a su recién compañera de aventuras (o desventuras, visto lo visto) en una mezcla de reclamación y desafío. Puro desafío. Sabía perfectamente que el suceso acababa de ser igual de sorprendente para ella, pero aún así, escucharla responder a esas voces y tener que soportar aquellos cuchicheos sin rostro ni procedencia que parecían hablar de él no le había gustado nada. Y si aquello no le había gustado nada, pasar a comprobar cómo sus cuerpos habían quedado conectados le gustó muchísimo menos. Rebasó todos los límites.
Tú –pronunció, con una ira tan sumamente tranquila que se hizo más espeluznante que si acabara de rajar el aire con un grito. Se volvió a aproximar a ella, y esa vez la agarró del cuello sin ninguna consideración, levantando todo su cuerpo mientras seguía fulminándola con los ojos-. ¿Qué brujería es ésta? ¿Quién te han hecho creer esas voces ilusas que soy yo? Debí haberte cortado la garganta sin mediar palabra, maldita insolente.
No le dio tiempo a intentar zafarse y enseguida la lanzó por los aires con la misma eficacia que si hubiera tirado un papel y estuviera surcando las leyes más básicas de la física, y aprovechó aquellos breves segundos para hacer la misma prueba que Lakme: con su sable, se hizo lentamente un corte en el dorso de la mano, que a los pocos segundos desapareció, a tiempo de que la vampira cayera al suelo, sin rastro ya de la misma herida que Fausto.
Hija de puta, hijos de puta. Le daba lo mismo. Sin saberlo, acababan de privarlo de uno de sus pasatiempos más enfermizos y trascendentales: contemplar cómo las heridas sangraban. Si ya le molestaba la rapidez tan insatisfactoria con la que muchas de las criaturas sobrenaturales curaban sus cuerpos en combate, nadie quería imaginarse lo que le provocaría ese mismo destino en el suyo propio. Después de ser víctima de su abyecta ambición y de lo que sus únicos impulsos como niño causaron en el transcurso de su vida, ya no buscaba la inmortalidad, la condenaba, se dedicaba a matar con los días contados a quienes ya no les hacía falta tenerlos en cuenta para vivir. Y presenciar su mortalidad, la vulnerabilidad biológica de su organismo con la que cada día subía un peldaño más sin dejarse empujar por nadie, se había hecho un hueco, el más insignificante en comparación (pues sus problemas de verdad eran mucho, mucho más preocupantes y macabros), en sus patologías mentales. Le gustaba el rojo líquido surcando su piel, lejos del alcance de quienes necesitaban absorberla o quienes jamás podrían derramarla del todo, le gustaba mirarlo hasta transportarse con él y entrar en tantas disertaciones que afilaban todavía más su conocimiento, llegando incluso a ser el preámbulo de sus férreas meditaciones.
Espero que esto sea sólo temporal. O si no, me encargaré de perseguir y pisotear cada paso que des hasta que tu vagar errante de no-muerta te parezca alegre –rugió, entonando su voz grave de manera que ella pudiera sentirla como si saliera de sus propias entrañas. Fausto cogió aire y dio uno de sus estratosféricos saltos del kalaripayattu hasta colocarse sobre una de las farolas que allí había y repetir el punzante proceso de antes, esta vez creándose cortes en las yemas de sus dedos, una a una-. Yo mismo me enfrentaré a los enigmas de mi cuerpo, nuestro encuentro acaba aquí, así que aléjate de mi vista. Largo.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/11/2011
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