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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lakme Dom Ene 08, 2012 3:28 pm

(1487, tierras del norte europeo)

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"Gélidos aullidos"


Aquella época Media nombrada como oscuridad en la vida de los hombres, iba consumiéndose por sus propios ideales. Atrás quedaban las tierras habitadas por los hijos temerosos de un Dios cruel que los condenaba a padecer en ésta vida, dándole la esperanza de otra más placentera, hijos corruptos en su poder que habían hecho arder a su hermosa y última creación.

Pero el deseo del olvido y el desengaño le habían llevado a continuar con su eterno viaje en búsqueda de sus eternas respuestas.
Ahora el norte con aquellos bosques que nunca acababan, y su nevar nunca se apaciguaba. En aquellas oscuras y gélidas tierra llegó el día en el que Sol nunca salía, oculto durante días, sus habitantes que se sumían en aquella tinieblas adoraba la luz con la misma valoración que a una deidad.
Escasa era la vida entre las altas montañas, el alimento poco a poco se acababa y en sus días de caminar sin descanso tan solo los árboles helados la acompañan. No le daba importancia al alimento ya que su pensamiento solamente iba vinculado en el viaje sin fin, hasta que uno de aquellos largos días de noche notó la debilidad de la falta de éste.
La ventisca era enorme, los días sin probar bocado debilitaba sus poderes, y no solo esto la debilitaba la acción del sol oculto también tenía su influencia, ella aun lo notaba continuar su ciclo sin descanso en algún lugar escondido del mundo.
Sus ojos se había vuelto pálidos y su piel tibiamente azulada, lo que indicaba que sus venas poco a poco se secaban sintiendo la carencia de la sangre el circular, su apreciado alimento.
Viento fuerte arrastrando su el albo polvo la cegaba y movía con furia sus oscuras vestiduras en la nieve, se sentía cansada y demasiado débil. Sobre el suelo blanco, dormitando, decidió descansar y una manta gélida de nieve decidió ser su lecho, cubriendo por completo todo su cuerpo.

Nadie podría librarse de las fuerzas naturales, incluso un no-muerto, y más si es el alimento el que le falta. Tan solo unos pocos tienen el poder sobre esas fuerzas y saben los hechizos adecuados para pronunciar su nombre y pedir su obediencia.
Los parpados pesados en la criatura vampirice, la realidad se habían vuelto blanca y fría, y bajo su tumba helada podía escuchar a lo lejos los aullidos de los cánidos, lejano y en conjunto con el viento embravecido.
La oscuridad nubló todo sus sentidos, el mundo parecía haber detenido al tiempo, la consciencia quedo reducida a la… Nada…

Y de nuevo el calor y la luz, los parpados había dejado de pesar y en su revoloteo se abrieron levemente en la confusión de la oscuridad y el leve sonido del chasquido del cercano fuego. La única luz que había en aquel lugar era la procedente de una enorme chimenea iluminadora, y el silencio volvía a romperse por los agudos aullidos.
La inmortal dio un respingo al despertar, un mundo lustroso le rodeaba en aquella habitación de corte gótico. Paredes de piedra que daban aspecto sombrío a todo aquel lujo, una fortaleza helada la había aprisionado en forma de castillo. Fuera la ventisca seguía insistente como antes, aunque ahora se dedicaba a golpear las hermosas ventanas de miles de colores entre el gris pétreo
Aun estaba débil, cada paso se volvía tambaleante en sus piernas, la joven no muerta recogió la capa de aquella especie de diván y luego se dirigió hacía la puerta dispuesta a marcharse de aquel extraño castillo.
Los oscuros pasillos la envolvían en su recorrido lleno de tortuosos pasos, la salida no deseaba aparecer en aquel laberinto de piedra y cada vez se sentía más desfallecer. Entre los aullidos melodiosos uno resonó con fuerza lastimera entre todos, éstos se aproximaban peligrosamente.
Ocultos ojos que la observaban, el miedo comenzaba a invadirle, sobre todo por sentir la carencia de sus fuerzas ante su voluntad de defenderse.
Los torpes pasos con desesperación se veían agilizados, el laberinto no terminaba, y las paredes parecía ser más y más estrechas, era como si el mundo exterior hubiese dejado de existir. El viento aullaba con fuerza entre aquellos pasillos, parecía como si éste deseara atraparla con su gélido aliento. Corrió y corrió hasta alcanzar un patio central en aquella fortaleza de hielo, hasta que algo la obligó a frenar de golpe.

El furioso viento se calmó.

Miles de ojos perdidos en la ventisca la observaban en silencio, los aullidos había cesados, los dueños de aquellas miradas eran lobos.
Un paso tras otro retrocediendo, aquellos canes no era normales. Serenos la observaban en su examen curioso, parecían calmados por algo o más bien por alguien, quietos parecía esperar alguna clase de orden.
-Ya veo que mi corte te ha recibido con el debido respeto. –Una voz masculina y potente sonó a su espalda. La no muerta se giró descubriendo a un hombre de una fornida constitución. Aunque no era capaz aun de distinguir su rostro, su instinto le indicaba que no era un simple mortal, su apariencia era humana, pero sus ojos brillaban ambarinos en la oscuridad de un modo sobrenatural.

Incómodo y largo silencio, los lobos con sus pasos inapreciables se retiraron del lugar.
Los sentidos de la joven vampiro de repente se agudizaron, sintió flaquear, era el olor de la sangre de aquel hombre la que hizo que su instinto depredador despertase. Hambrienta e hipnotizada comenzó a dar torpes pasos hacía éste mismo.
Llevaba demasiado tiempo sin probar bocado, el hambre podía con ella, sus colmillos quedaron mostrados en un gesto amenazante y casi animal, su cuerpo se movía sigiloso y su pensamientos derivaban a las artimañas. Todo por la supervivencia, ya que aquel hombre ahora mismo se había convertido en sangre fresca para ella.

Como animal desesperado por llevarse alguna pieza a la boca, la inmortal se abalanzó contra el con las pocas fuerzas que poseía. Poco sirvió su imprudente acción, ya que él ahora mismo parecía tener el doble de fuerzas que ella y tomándola por las muñecas el ataque quedo en un mero gesto patético. Frágil ella se dejó caer de rodillas jadeante, aun con sus fauces bien al descubierto.

El hombre consciente de su poder se agacho junto a ella, y tomándola en sus brazos se la llevo al interior de la fortaleza.

-¿Con qué un no-muerto? Bien, tu aspecto mortal me engaño, cómo no pude olerlo antes. –La voz de aquel hombre resonó en el castillo mientras regresaban a la habitación.

De nuevo la tumbó sobre aquella cama llena de pieles, y  sentado a su lado le ofreció su muñeca como de un bocado cualquiera se tratase. Insaciable, ella rápido entendió aquella señal, y hundiendo con urgencia sus colmillos en la blanda y cálida piel bebió con ansias desesperadas de férreo elixir, elixir extraño, ya que en cuanto la primera gota de su sangre había rozado su lengua pudo sentir el estallido estrepitoso que en su interior quebró, aquel hombre poseía una fuerza increíble para ser humano.
Escasos fueron los minutos, escaso el alimento. Bruscamente el desconocido retiró su muñeca de los labios de la vampiro.
-Suficiente. Con ésto podrás mantenerte con vida por ahora, no deseo que recuperes aun todo tu poder. -Abriendo y cerrando el puño con gesto molesto, el hombre comenzó a hablarle con aquella fría voz. La herida poco a poco se cicatrizo por sí sola. -No me fió aun de ti, podrías ser una amenaza.

La inmortal de miles de nombres se tumbó sobre la cama siendo su respiración jadeante, un quejido fue pronunciado entre sus labios teñidos del rojo, le había dejado la miel en éstos mismos. Sus fuerzas continuaban siendo limitadas, su  cuerpo, aunque había borrado aquellas venas azuladas que indicaba su sequedad interna, aun no había recuperado el suficiente poder vampírice que le permitiese huir de aquel lugar. Al menos la sed se había apagado, por ahora.

-Puedes llamarme Abbadón, hijo directo de Licaón, al menos en éstos tiempos me conocen con ese nombre. -Su voz se suavizo levemente con la cortesía, a pesar de que él la había nombrado como una “amenaza” había más curiosidad en sus ojos ámbar que otra cosa.

El que se volviesen a afinar sus sentidos y la luz de la chimenea hizo que pudiese ahora ver con más claridad el rostro del su extraño “salvador”.
Su tez era tibiamente morena para ser un hombre del norte, aunque contrastaba levemente con el oscuro caoba de sus cabellos cortos y desordenados.  No muy exagerado crecía el vello sobre la comisura de sus labios en conjunto con la larga perilla le daba un toque ciertamente salvaje, pero que le dotaban de gala a sus atractivas facciones. Y sus ojos ámbar, brillaban sobrenaturales con el fuego de la chimenea. Si se comparaba con cualquier hombre normal, Abbadón era bastante grande.

-¿Entonces soy tu prisionera? -Susurro muy bajito, la joven con ojos gachos. -La prisionera de un... licántropo. -Dudo en si nombrarlo así, ya que era ignorante de ese campo, solo sabía de esas criaturas por las leyendas, es más pensaba que los licántropos eran simples lobos gigantes. - Pero no un licántropo normal, ¿me equivoco? -Sus ojos verdes que brillaban tras recuperar su vida se dirigieron directos a los de él mientras se incorporaba quedando sentada. -Controlaste la ventisca... El viento te obedeció.

Abbadón se levantó de aquella cama, ni una mirada ni contestación, un simple gruñido. Salió de aquella habitación dejándola.


I


Las horas había pasado sin descanso y en una tierra como aquella poco se podía saber si el solo estaba alto o no, ya que la oscuridad sumía los bosques níveos y yermos. Pero ella sabía que la noche había vuelto a ser la reina en el cielo, en su interior algo se lo decía, es más sus fuerzas se veían renovadas y fortalecidas en aquella horas de la noche, incluso el animo era diferente.

Despertar en el lecho en sombras, las ascuas de la chimenea estaban apagadas y fuera la nieve no dejaba de caer en su empeño de crear un albo paisaje. El silencio daba señal de su soledad, ni un aullido más que pronunciar, el castillo estaba abandonado, todos se había marchado y los deseos de curiosear eran latentes en la inmortal, aunque en su interior sabía que debía de ser precavida en cuanto sus pasos se iniciaron entre los angostos pasillos, aquel licántropo le había mostrado una señal absoluta de desconfianza  limitando sus poderes con su sangre y haciéndola prisionera sin motivo de aquella fortaleza. A pesar de que le estaba agradecida por haberle salvado la vida veía que en la situación en la que se situaba no podía cantarse victoria a sentirse a salvo, sino todo lo contrario pensaba que su vida pendía de un hilo porque las intenciones de aquel hombre no estaban muy claras.

Un sable cruzado con otro decoraba los pasillos, de puntillas tiro de uno de ellos y armada continuo con su pequeño paseo. Más y más sinuosos pasillos, tapices que cubrían con su manto lleno de miles de historias las frías paredes de piedra y miles de puertas cerradas para ella, hasta que llegó a un patio interno bien diferente al que había conocido, más que un patio aquel paraje era como un jardín.
El tiempo parecía haberse detenido en aquel lugar, una verde vegetación forrada del blanco dormía en un largo invierno, las flores no estaba marchitadas sino heladas en un letargo eterno. Aquel lugar no era normal, debía de poseer alguna clase de encantamiento o algo similar que lo conservaba de aquel modo, mezclando el color vivo de las plantas con el albo níveo.

La eterna joven bajo unas pocas escaleras que le llevaba al centro del encantado jardín, una clase de monumento con una triste efigie se situaba allí. De aspecto andrógino, un ángel de largos cabellos ondulados fijaba su triste mirada de quebrada piedra a su posesión más preciada, un corazón de oro era mostrado por sus duros dedos, que con celo parecía guardarlo.
Como motas de polvo blanco la nieve no cesaba en su aburrido y lánguido caer, cuando esta se deslizaba sobre el rostro ángelical extrañamente se derretían concediendo de lágrimas al rostro torturado.

La vampiresa se apoyó levemente sobre el pedestal de sus piernas, alzando sus ojos verdes intentando descifrar aquel misterio que guardaba el guardián de piedra. Aquel extraño corazón era destacable entre el gris duro, su dorado parecía convertirlo en un sol cálido entre tanto hielo.
Suspiró calmado, y los dedos de la inmortal se apoyaron sobre el pedestal cubierto por la nevisca, una letra se dejo entrever en la piedra, un nombre oculto bajo la nieve.
Una breve mirada echo al ángel, parecía como si este la observara desde su pedestal.

“Anímie” –Reveló la gélida piedra.

Volviéndose bruscamente al sentir su presencia, esta se sintió de repente sorprendida por Abbadón que a su espalda la observaba.
Su gesto era duro a pesar de que su mirada ambarina brillase ígnea, la hija de las tinieblas sintiéndose amenazada y en riesgo de  pensar que había hecho algo mal se precipitó en desvelar aquel sable que había tomado anteriormente.

Abbadón dio un paso hacía atrás mostrando la palma de sus manos, señal de que no era ninguna amenaza. Un paso tras otro y el hombre se acercaba precavido hacía ella, el puó del arma alzada fue apretada con más fuerza por su mano.

-Sinceramente te agradezco que me hayas salvado la vida, incluso que me hayas proporcionado unas pocas “fuerzas” y alimento. -Comenzó a decir sin dejar de vigilar cada uno de sus gestos con la mirada. -No sé donde me encuentro, me has hecho prisionera sin motivo... ¿Puedo estar segura de que mi vida no corre peligro?

-No correrá peligro si tú no lo deseas, no cometas una falta ante mi “hospitalidad”. -Su voz era más amable que la primera vez que había cruzado palabra. -Te has dado cuenta de que te he limitado, que ahora poseo control sobre ti, ya que mi sangre es el único sustento que puedes encontrar para continuar con vida, y no estoy dispuesto a devolverte tu poder hasta que no averigüe  quien eres, no-muerta, qué eres exactamente. Ya que eres la primera que contemplo con mis propios ojos.

Dos especies bien diferentes, la falta del entendimiento, el miedo a lo desconocido, la curiosidad que impedía que ambos se diesen muerte, esa era la barrera que ambos separaban y que quedaba impuesta como una clase de protección personal.

Abbadón agarró el filo de la espada produciéndose el corte tras tirar de ella con un gesto extraordinariamente veloz y ágil, las fuerzas fallaron en los dedos de la vampiro que no pudo evitar soltar el arma junto con una blasfemia, ella era consciente de que él era el más fuerte en aquel momento.
Ahora las tornas se habían cambiado, el licántropo empuñaba la espada y dirigía su filo al cuello de la joven, las pupilas de ésta ahora estaba dilatadas y su respiración se había agitado, de nuevo el olor a la sangre la alteraba.

-Dime tu nombre. -Le ordeno con firmeza. Ella le miraba desafiante, sin mostrar temor por su amenaza, no lo dudo ni un momento y en cuanto pudo echo a correr al lado contrario de donde él se situaba, Abbadón movió sus labios pronunciando extrañas palabras y el viento se alzó violento creando un muro para la vampiro, que derribada por su fuerza cayó golpeándose contra el suelo. El viento se calmó. -Repito, tu nombre no-muerto.

-Nebt Mefkat, o Hathor, como me llaman a mí también en estos tiempos.

Abbadón bajó el arma y ofreciéndole su mano para levantarse se agacho, ella despreció el gesto y con dificultad se puso de pie.

-Tú misma lo dijiste, no soy un licántropo normal. -Ella le miro ofendida, él sin querer no pudo evitar sonreír por aquel gesto, había de algún modo golpeado su orgullo. -Eres una extraña criatura. Vamos necesitas alimentarte.

Tras decir aquello la condujo de nuevo dentro del castillo, ella dócilmente le siguió.


"Mil años de historia han pasado frente a mis ojos" [Lakme Flashbacks] 17-09-2008_5238347243
"Hijos de Licaón"

II


Bastantes días pasarían y las palabras casi no eran cruzadas entre aquellos desconocidos, ella se mostraba esquiva y arisca con respecto a él, evitaba todas sus preguntas, podía notarse su ferviente curiosidad hacia ella, la misma que ella poseía pero su orgullo podía más y ella tan solo le mostraba indiferencia. Simplemente se acercaba a él como cualquier animal que se acerca a su dueño en busca de una única cosa... Alimento.

Una noche como otra cualquiera Hathor estaba acurrucaba en el diván mirando con gesto con cierta hipnosis el fuego de la enorme chimenea, sumida en sus propios pensamientos y recuerdo, cavilando de vez en cuando en planes de huida.
De nuevo pudo sentir la presencia de aquel hombre que al principio le pareció hosco y frío, el cual, últimamente la trataba con más amabilidad de la cuenta.

-Esta tranquila la noche, ¿verdad? -Dijo el señor del castillo mientras se levantaba a su lado, ciertamente sus conversaciones se veían en soledad, ella no se esforzaba en contestar sus preguntas, el ya no esperaba las respuestas.

-¿Quién es exactamente Licaón? Dijiste que eras uno de los hijos de éste. -Sorprendente, y sin dirigirle mirada ella respondió, el fuego aun parecía más interesante para sus ojos que el licántropo. A pesar de su indiferencia había una cosa que no podía evitar, y era el sentirse insaciable ante su curiosidad, cuando ella vivió en la anciana Roma había oído aquel nombre en la boca ancianos procedentes de otros países.

Abbadón con cierta satisfacción sonrió al ver como las cosas parecían avanzar lentamente, la posibilidad de que una conversación en condiciones se iniciase le alegraba bastante. Una persona como él acostumbrado a las pocas palabras y a compartirla agradecía cualquier tipo de conversación, ya que en aquellos lejanos paramos la soledad era la única que le había contestado a sus preguntas, ciertamente agradecía que la casualidad la hubiese enviado allí.

-Licaón fue el primero de mi especie, el inició de la maldición de la luna llena. Como sabrás los hombres lobos poseemos cualidades inimaginables relacionadas con al bestia, ventajas como la cicatrización de las heridas, la longevidad en nuestras vidas y... la posibilidad de metamorfearnos en el demonio cánido que en nuestro interior mora. Pero como todos saben, tenemos que responder todas los plenilunios a la llamada de éste mismo, el control es lo último que poseemos. -Pauso, lo mismo que él poseía poco conocimientos sobre los “no-muertos”, ella seguro que también se encontraba en situación similar, por si acaso le proporcionó aquellos breves detalles. -Un tirano, un asesino, mi padre nunca santifico a mi estirpe y cambio los detalles de su historia, sus errores no debía de ser los nuestros. -Tomó por un instante el suficiente aire para narrar aquella historia que no iba a ser tan breve. -Licaón fue un rey arcadio en los tiempos donde los viejos dioses dominaban el mediterráneo. Sediento por el poder, Licaón no sentía que nada lo limitaba así que las normas de los dioses eran lo de menos, se jactaba de la inexistencia de éstos, y por ello fue nombrado como cruel pecador entre los suyos...
>>A los oídos de los dioses llegaron las atrocidades del tirano, y Zeus como padre del panteón decidió comprobar la verdad de los actos. Invitado a la mesa del rey arcadio, bajo un disfraz Zeus probaría la sangre humana ofrecida por el rey. El canibalismo era un acto horrible que el hombre no debía de cometer. Encolerizado el padre de los dioses castigó al rey con la maldición del lobo. Nunca envejecería, sufriría viendo como aquello que amaba se marchitaría con el poder del tiempo, su corazón se volvería negro y la locura aparecería en arrebatos haciéndole perder el control, cada luna llena cambiaría su piel por la del feroz lobo, asesinaría a inocentes, a aquellos de su propia sangre y tan solo la soledad le quedaría traída por aquella maldición. Y no solo él sufriría el castigo, sus muchos e impíos hijos también viviría con la piel del lobo.

-Entonces, ¿Tu padre era el tirano de la historia? -Hathor quedó pensativa, e insistente preguntó.

-Licaón fue el primero de nuestra especie, el punto que inició éste tortuoso camino. Pero realmente todos los de su sangre nos hacemos llamar Licaón, con la única diferencia de que un segundo nombre nos distingue. No soy el único Licaón que vive en la tierra, son muchos mis hermanos y muchos los lugares por donde habitan. Nuestra estirpe nunca muere, somos descendientes de un asesino, ya ves.

El silencio de nuevo se había hecho, con aquella historia había respondido algunas preguntas que en ella surgía sobre lo “qué era” exactamente aquel ser, sobre los licántropos, de los cuales había escuchado miles de cuentos, de los cuales creía como simples lobos gigantes sedientos de sangre, como aquella criaturas débiles a la plata. Si, esa sería su próxima pregunta, aunque dudaba que se la contestase, era de necios destacar tu propia debilidad... Pero no sería en aquella noche, para ella la conversación había terminado y a pesar de que había dado un poco su brazo a torcer, su orgullo continuaba bien alto, al fin y al cabo era su prisionera y por ello, él su enemigo.

Una breve mirada a los ojos, y ella se levantó del diván, retirándose de la sala. La conversación había sido dada por finalizada.


III

A día siguiente, Hathor volvió al lugar donde se había producido su primera y más extensa conversación, la sed estaba matándola por dentro, el recibir tan poco cantidad de sangre día tras día se hacía una tortura cuando llegaba ciertas horas del día, ya que sus sentidos se volvía más torpes y sus fuerzas flaqueaban. Era como sentirse eternamente enfermo y febril.

Abbadón llegó a la habitación más temprano de la cuenta, la noche aun no se había hecho según percibió la inmortal, pero allí estaba. Sentado junto a ella, no le dirigió ni una palabra, incluso evito mirarla. Parecía estar de mal humor o algo por el estilo, ella movió los labios para decir algo, para preguntar pero no sé atrevió, además había que añadir que continuaba con su cabezonería de seguir muda a no ser que él iniciase la conversación.
Como todos aquellos días el licántropo le tendió su muñeca para que ella recibiera su alimento, de nuevo ella se abalanzó bebiendo con ansiedad el deseado líquido. Sus labios succionaban con toda la velocidad que podía, para tomar más de la cuenta, siempre lo hacía así, ya que pronto el retiraría su brazo y ella quedaría de nuevo hambrienta.
Pero aquella noche fue diferente, el lobo no retiraba su muñeca, y ella comenzaba a sentir como su piel pálida se teñía por el rubor humano, como la sangre con abundancia palpitaba en sus propias venas, como sus fuerzas se recuperaba por completo y su poder. Era extraño, ya que él le proporcionaba un límite, la controlaba con las pequeñas dosis y ahora le proporcionaba de algún modo todo lo que ella necesitaba.

Sin dejar de aprovechar aquella oportunidad sus manos se aferraron con fuerza en el brazo del licántropo bebió y bebió, sin reparo de tal modo que incluso los recuerdos del hombre penetraron sin querer en su mente.

Miles de imágenes que se mezclaba entre sí en un cúmulo de confusión, pudo ver a una joven mortal de cabellos rizados y rojizos llamaba al viento con palabras que ella no entendía desde las almenas de aquella fortaleza helada, la ventisca helada la obedecía y acariciaba sus ropas que se movía con fuerza... Más tarde el mundo cambio entre los recuerdos y la joven yacía muerta en un gélido manto de nieve mancillada por la tibia sangre, su cuerpo estaba frío sus ojos fijos a la nada.... Luego pudo ver al mismo Abbadón su mano acariciaba el nombre de aquel pedestal custodiado por el ángel lánguido y pétreo....

La sangre la había satisfecho, sus labios relamidos fueron retirados de la herida. Tal era su plenitud que incluso pudo sentir que la cabeza le daba levemente vueltas, ahora tenía las fuerzas suficientes para marcharse de aquel lugar si ella lo deseaba, estaba a la misma altura que el licántropo.

-¿Quién era “Anímie”? -Preguntó la inmortal enseguida, rompiendo su promesa de silencio.

Una mirada que se mezclaba entre la herida y la frialdad, que era capaz de atravesar a cualquiera como cuchillas en el alma. El señor del castillo se levanto del diván sin mediar palabra, abandonando de nuevo aquella sala, dejándola sola en la penumbra iluminada por al enorme chimenea.

En toda la noche no supo nada de él, los lobos aullaron más que nunca en las afueras del castillo, sus lamentos eran tan desgarradores en el bosque que rompían el silencio invernal de aquel lugar.

Aquella noche era Luna Llena.


IV


Tres días pasaron en soledad, la inmortal no echaría demasiado de menos la sangre, ya que había adquirido suficiente sustento para más días, pero la duda asomó en cuanto si, aprovechar o no aquella oportunidad de marcharse, de huir lejos. Podría continuar con su búsqueda, las tierras del norte no estaban hechas para ella y dudaba que su “Hacedor” habitase en ellas.

Un portazo en el interior de la fortaleza, un estruendo en los aposentos de Abbadón, la vampiro se dirigió allí enseguida.
Callada pegó su cuerpo en la puerta, su oído afinado intentaba descifrar lo que estaba ocurriendo en el interior de la estancia. Solo un leve quejido doloroso, era la voz de Abbadón.

Ésta entró en la habitación y allí estaba, tumbado boca abajo sobre el lecho, completamente desnudo, su cuerpo presentaba magulladuras y cortes por todos lados, el lecho se veía salpicado por la sangre, al girarse el lobo un trozo de metal partido descubrió hundido sobre su piel.

“Un arma de plata...” Pensó, al parecer en aquellas tierras yermas también abundaban aquellos necios que cazaban “demonios”, aquellos fanáticos de un Dios cruel que había juzgado a anterior y hermosa vástago.

Sobre el lecho la vampiro se situó de un modo precavido, sus dedos suavemente pasaron por la piel cálida del licántropo, un gélida capa de sudor cubría con su brillo señal de fiebre. El grito doloroso, y Hathor pudo sacar aquel enorme trozo de metal de plata de su piel, enseguida las heridas más leves comenzaron a cicatrizarse, aquella grande tardaría algo más estaba segura.

Abbadón gruño al intentar incorporarse, su mano fuerte se aferro en el brazo de ella, su cuerpo recayó sobre el lecho, sus ojos indicaban que su mente sufría el delirio, la respiración era agitada, la plata lo había hecho enfermar.
-”Anímie”... -Susurró mientras sus brazo se alargado aproximando sus dedos al rostro de la inmortal, sus ojos se cerraron y el brazo cayó derrumbado a mitad del camino, se había quedado inconsciente.

Tres noches de plenilunio, aquello era obra de su “maldición” y de un mal encuentro.


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"Arriesgarse"


V


-Aunque no haya dado esa impresión, suelo ser agradecida. -Hacía pocos minutos que ella había despertado junto a él en el leño, con aquellos cabellos de ébano esparcidos y desordenados, hacía pasado varios días en los que ella se dedico a cuidarle con los pocos recursos que pudo encontrar, y viejas fórmulas que la bruja rumana le había enseñado a preparar con secas raíces. -Podía haber escapado y no lo hice, siempre saldo mis deudas, una vez tú me salvaste y yo ahora te devuelvo las acciones.

Abadón le había vuelto a preguntar como miles de veces lo había hecho en aquellos días sobre el porqué de que se hubiese quedado allí velando, el que le hubiese cuidado con tanto celo. Sus fuerzas poco a poco volvían a ser las de siempre, las heridas estaban totalmente cicatrizadas por la acción milagrosa del poder del lobo.

La habitación volvía estar en la penumbra, en aquella inhóspitas tierras parecía que el Sol nunca salía, pero ambos estaban acostumbrados a tener conversaciones entre las sombras, tumbados sobre aquel lecho desordenado, últimamente las preguntas iban más dirigidas a los rasgos de ambas especies, la curiosidad y el querer entender lo qué era cada uno, era el tema que más salía a relucir. Hathor le contaba relatos de sus viajes, de como la epidemia había llegado a su tierra natal, tierras de cálidos vientos y dioses dorados, a cambio, él le hablaba de su hermanos, de los demás Licaones que existían sobre al tierra, y ella aprendió así demasiado sobre su especie.

-¿Quién era ella? ¿”Anímie”? -Dijo con suavidad, sabía que aquel era le momento para preguntarle aquello. -La nombrabas entre los delirios de fiebre, vi su sepultura en el patio...

-Es una larga historia. -Los ojos ambarinos de lobo se desviaron, significaba con ello que el tema quedaba por finalizado.

-Tengo todo el tiempo del mundo, recuerda soy inmortal. -Ella le sonrió con amabilidad  mientras jugaba con uno de sus propios mechones de pelo. -¿Era tu “hermana”, tu esposa verdad? -Ella la llamaba “hermana”, simplemente porque en su tierra así se llamaban los amantes. -No si no deseas contarme nada, dímelo simplemente, no insistiré más en el tema.

-La encontré en mis tierras, al igual que a ti. Hambrienta, débil, el frío la consumía, pero ella tan solo era una simple humana, una humana excepcional, ya que conocía el poder del viento, sabía su nombre secreto y era capaz de que éste la obedeciera. Pero al parecer aquel poder no le sirvió de mucho para sobrevivir en éstas tierras.
>> La acogí aquí, rescatándola de una muerte segura. Era amable conmigo, me enseño a controlar el viento, los días pasaron junto con los meses y ya te puedes imaginar el resto... Terminamos siendo algo más que simples amantes.
>>Anímie era consciente de mi maldición, nunca la importó ni temía aquella parte de mí que me incitaba día tras día a probar su sangre. Al principio fue fácil podía controlar mis instinto mi fuerza sobrehumana, pero aquella bestia que en mi interior habita estaba ansiosa por probar tal tierno bocado humano, en otro tiempos lo hacíamos constantemente, pero en aquella tierras apartadas el lobo tuvo que conformarse con poco ya que no hay humanos por aquí. Por ello temí por su vida, mi humor se volvía cambiante, a veces le hacía daño sin quererlo. Y ya ves, ella continuaba aferrada a mí y a la idea de que compartir mi maldición con ella, cosa de la que me negué por completo.
>>Unos días próximos al plenilunio mí humor volvió a empeorar y temiendo el dañarla la incité a que se marchase de aquel lugar, no sabía cuanto tiempo más podría aguantar aquellas ansias. Ella asustada se marchó, y yo arrepentido fui a buscarla a la caída de la noche. Solo basto unas pocas palabras para que ella volviese a mi lado.
>> Las cosas empeoraban, ella continuaba con su ruego y yo le hacía daño, estaba enloqueciendo. Hasta que las atalayas crujieron con el viento en uno de esos días y encontré su cuerpo cubierto por la nieve, dormida para siempre, muerta. Había terminado con su vida. -El silencio se hizo en la sala, la inmortal desvió sus ojos de Abbadón, no sabía si había hecho bien en obligarle a contarle aquella historia, ella estaba seguro que era mucho más fuerte que una simple mortal, que aquella nunca le ocurriría, y no solo eso, sabía lo que era enloquecer por aquellos sentimientos tan necios y humanos. -Te pareces tanto a ella...

Los dedos demasiados cálidos de Abbadón acariciaron el rostro frío de la inmortal con una suavidad y delicadeza increíble. Hathor sintió un respingo en su interior que enervaba a su muerto corazón.

- No es tu pelo, ni tus rasgos, no. Esos son cosas que os hacen tan diferentes. -Tomándola por la barbilla le obligó a mirarle directamente a los ojos. -Es la forma en la que me miras, ella lo hacía igual... Me miraba como si me amara, ¿tengo razón o no?

Un suspiró profundo y Hathor salió del lecho huyendo hacía... ninguna parte, en aquel lugar no había nada ni un lugar a donde huir, pero ella lo hizó. No quería verle ni hablarle, estaba demasiado confusa, ¿había sentido lo mismo que había experimentado con su “Hacedor”, allí dentro?




VI


Los días continuaron y más que nunca ella volvía a ser arisca y esquiva con el lobo, ésta intentaba evitarle lo máximo posible y pasaba las horas curioseando por las estancia, devorando escritos demasiados antiguos y valiosos que guardaba en algunas estancias.
Las dudas la acusaban, se sentía asustada por las resurgidas emociones humanas, sentimientos que pensaba que había muerto en cuanto ella había resucitado de entre los muertos, en cuanto había cambiado su condición. ¿Era eso cierto? La verdad no sabía como calificar a aquella obsesión que poseía sobre Eleazar, su Hacedor, el cual había amado con todo su ser en vida, el cual le había dejado una herida profunda y le había dado motivos para continuar con su existencia, debía de encontrarle para que su alma se quedase tranquila con sigo misma para saber si aquella vida, si aquella existencia, era merecedora de seguir su continuo caminar.

Una noche se cansó de sus remordimientos, el aire gélido, en la derruida atalaya que le recordaba a las tierras rumanas donde había habitado antes, azotaba sus cabellos de ébano de un modo incontrolable y salvaje, allí lo decidió por fin. Había sufrido demasiado por un hombre que la había abandonado condenándola al vampirismo sin motivo, había cerrado su corazón y alma al mundo por temor a que la real fragilidad de éste lo partiese. Allí era feliz, el lobo le hacía sentirse dicha, aquel lugar podía llamarlo hogar, podría darle sentido a aquella existencia tortuosa junto a un alma similar a la suya, ¿por qué no... arriesgarse?

Cansado fue a buscar al lobo, de nuevo lo encontró en la sala de la chimenea y al entrar ella, éste se levantó del diván.

-¿Por qué me esquivas? -Tan solo le preguntó, él parecía tan cansado como ella de aquella situación.- ¿Tan equivocado estuve ante mi afirmación? ¿Tan ofendida te sientes? ¿Se supone que los no muertos carecéis del sentir? Pongo en duda vuestras leyendas...

Hathor no le contesto en ningún momento, sus ojos verdes se clavaban en los de él con mirada retadora. Era demasiado grande la carga que reposaba sobre su ser, el temor de dar un paso, de olvidar el motivo de su vida de que otra herida se hiciese en su interior la hacía tan invulnerable. Las consecuencias tan graves, ¿y si terminaba con Animíe, enloquecida por el lobo? No, ella era más fuerte y poderosa.

“Ya es hora de arriesgarse…” Pensó la joven mientras tomaba el rostro del  hombre y sus labios rozaban lo de él en un ígneo beso apasionado, que fue suficiente respuesta para las preguntas del licántropo.
Aquella noche, la joven encontró la calidez en su lecho, aquella calidez que había experimentado ya hace siglos en vida. Y esa noche no sería la única, miles de noches le sucederían


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"La frialdad del lecho"


VII


Las estaciones se sucedían y la inmortal no se equivocaba en cuanto pensó que en aquel lugar parecía que el tiempo se había detenido, no supo los años en los que estuvo viviendo en aquel tipo de gélido edén, pero la noche y día no se hacía de notar, la vida no renacía en aquella tierras yermas y el sustento continuaba siendo la sangre del licántropo, ya que por respeto a su corte de cánidos nunca pudo beber de otra sangre que no fuese la suya. A pesar de la dicha, la plenitud de sus fuerzas nunca estaba satisfechas y aun continuaba arrastrando aquella sensación continua de enfermedad, aquello no era suficiente para ella, aquel mundo se había convertido en una auténtica prisión de piedra que la hería día tras día, una prisión voluntaria que había robado su propia espíritu y alma.

Echaba de menos las tierras que la vieron nacer, la calidez de los climas, el ver otros rostros humanos, el descubrir en conocimiento del mundo... Ella era insaciable en aquel aspecto, era eterna y sabía que el tiempo transcurría esperándola para ofrecerle miles de vidas a su paso.
En sus sueños volvía a ver el rostro de su Hacedor, podía sentir su cabello trenzado rozar con calidez su piel humana, podía ver sus ojos grises de piedra que proporcionaba tantos escalofríos, sus labios gélidos hacerla arder...

¿Qué debía de hacer cuando todo aquello comenzaba a enloquecerla? Solo podía renunciar a la dicha de sentir de nuevo aquellos sentimientos humanos para volver a cobrar un juicio que se situaba en una dudosa situación.
La idea de marchase de aquel lugar no dejaba de rondarle, no había sido ni la primera ni última vez en la que en aquellos años le había planteado el abandonar aquel lugar a Abbadón, pero él siempre le respondía con lo mismo, aquella corte de lobos le necesitaba, aquel era su reino, su padre se lo había asignado.
No dejaba de pensar en su antigua ocupación las revelaciones de sus sueños no le proporcionaban la paz que necesitaba, allí estaba siempre él, Eleazar con aquella voz aterciopelada, era como si el verdadero la llamase para acudir a su lado desde otro punto de la tierra, y de algún modo ella comenzaba a pensar en aquella posibilidad teniéndo en cuenta que ella era su vástago y seguro que él sabría donde estaba ella en todo momento, si lo deseaba. Con aquel anhelo se dio cuenta de todo, no era el amor lo que la había mantenido en aquel castillo junto a Abbadón, sino su roce y su compañía. El ya no estar sola, el que alguien se preocupase por ella, ese era el verdadero sentimiento, el querer, pero el no amar.

La última noche de su estancia tuvo un nuevo sueño, extraño y único, nunca había visto lugares como aquellos… Un eclipse, un templo en un mundo muy alejado de éste, y la sangre no escarlata, sino negra de un demonio de ojos de hielo… “Su nombre es Cruz…” Le habían dicho sobrenaturales voces desde su interior.
Al despertar se dio cuenta de  aquel era el momento, Abbadón no estaba allí, era la hora de marcharse para siempre.

Sin equipajes ni lujos, tan solo los recuerdos y envuelta en la capa con la que había llegado, sus pies la llevaron por un níveo y yermo paraje, el aullido de los lobos al igual que la había recibido parecían también despedirla, pero de otro modo ya que el señor del castillo haciéndose consciente de su ausencia, mando a su corte para devolverla junto con la tempestad blanca y furiosa, con deseos de arrastrarla de nuevo a la fortaleza.
Pero un error había cometido en aquellos años, revelar el nombre del viento con su sangre, sus fuerzas no era lo suficiente para usar tal brujería pero ahora nada le impedía tomar el bocado necesario.

Y aquella última helada el señor de los lobos con su furia y tristeza había sentenciado a los de su especie, cientos de cadáveres de canes malditos fueron dejados a su paso por la inmortal, que para satisfacerse bebía de su sangre sin escrúpulos, así recuperando su viejo poder y ordenando al viento que llevase de vuelta a su tierra.

Así la maldita volvió a sus antiguos pasos, volvió a su razón de ser, a la búsqueda eterna ya que al parecer no conseguía librarse de un momento de la llamada de su “maestro”…




Nota aclaratoria de User: Pedido (para saciar la curiosidad de algun user), editado y subido éste capítulo fue escrito en 2007, y lo que ésta colgado solamente es una versión resumida de lo que es una etapa del personaje. Podeís reconocer al personaje por sus otros nombre Nebt Mefkat o Hathor, aunque el nombre que ahora usa es Lakme.


Última edición por Lakme el Dom Abr 02, 2017 8:14 am, editado 1 vez
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"Mil años de historia han pasado frente a mis ojos" [Lakme Flashbacks] Empty Re: "Mil años de historia han pasado frente a mis ojos" [Lakme Flashbacks]

Mensaje por Lakme Jue Mar 23, 2017 7:27 am

"Quieras o no quieras,
mi cuerpo, no ha dejado aun de llorar,
no te miento,
siempre sido buena jugando a este juego..."




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Domingo, 16 de diciembre 2007





La alarma vuelve a sonar, y son unos 5 minutos más lo que se concede desordenada en la cama. Aún no ha amanecido, pero pronto lo hará. Sabe que llegará a tiempo, lo tiene calculado y desde que su mundo cambio, en los domingos no se pierde ni uno.

Desayuno con el que se deleita con sus sabores y olores, últimamente se detiene demasiado en pequeños placeres, pero es que son mil años a sus espaldas y llevaba demasiado tiempo sin disfrutarlo.

Busca en un mueble y abre con una llave una pequeña nevera, toma uno de los botecitos y bebe de “su sangre.” Ya queda poco en la reserva, y no sabe ni cuándo volverá. Él se ha largado otra vez sin decir nada, y se supone que debe mantenerse vivo por ambos. Últimamente se siente más jodida de la cuenta, hay algo que ha cambiado.

Una relación extraña y no definida, desde que la encontró, la despertó de su letargo, y se reconocieron de algún modo, aunque son verdaderos desconocidos.
Él a veces viene, hablan y luego se acuestan, para luego largarse; y luego, al contrario. A veces ven alguna película, o incluso pasean, desean sentirse normales, aunque no hay respuesta a todas sus preguntas y misterios, se supone que él se larga porque le van a regalar información. Pero claro era antes, lo habitual ahora es que el timbre suene ni se cruzan palabras, otra noche de revolcones, en la cama o donde les apetece. Y él se larga, y a ella le toca los ovarios soberanamente, tiene que velar por su frágil vida. Necesita su sangre.

No son pareja, no se han dicho “te quiero” ni “te amo”; ella no sabe ni su verdadero nombre, ni su color preferido… No sabe nada, solo sabe que tiene una rosa negra marcando su piel en tinta, y también sabe, que hay esperanza.

El agua de la ducha resbala por su piel, tiene que apresurarse, el amanecer esta pronto.
Otro predictor positivo que cae a la basura, ya son cuatro y los que vengan, se ha llevado media farmacia. Esta jodida, literalmente jodida.
Se mira al espejo, “Nebt, Hathor, Lakme, … Son muchos mis nombres. Más de mil años de vida, y esto tiene que ocurrir justo en el mejor momento”, sonríe con sarcasmo; no le preocupa estar sola, es más no le ha dicho nada. Tampoco ha podido, ese maldito imbécil se ha largado a “buscar respuestas”. Está preocupada porque sabe que su sangre le da temporalmente esa vida, es dependiente y es un milagro, al fin y al cabo.

Ropa cálida y suave, botas cómodas para una gran caminata. Es invierno en Granada, el frío es seco pero gélido. Mientras camina por sus calles vacías, nota la punta de la nariz colorada. Agradece las sensaciones y se frota las manos enguantas.
Por un momento se detiene delante de la heladería cerrada, será invierno y hará frío, pero se tomaría un maldito helado de eso tan caros.

Farolas que empiezan a apagarse, y pasos que resuenan en la empedrada Carrera del Darro, sonido del río, deja atrás los puentes y el maullido de los gatos. Parte del Paseo de los Tristes atravesado. Se pierde entre las callejuelas y las enormes cuestas, todo estrecho, todo es viaje en el tiempo. Sé conoce bien todos esos rincones tan secretos.

El amanecer esta pronto, y ella quiere llegar pronto a su cita, rostro escondido en la bufanda. El cielo se tiñe del morado, y las nubes parecen convertirse de repente en fuego, empieza el espectáculo de hermosos colores que acarician los rojos ladrillos de la majestuosa Alhambra. Esta enamorad de ese paisaje, no falta a su cita de todos los domingos, el mundo le regala día tras días esas sensaciones. Hay serenidad, y de repente uno incluso se podría sentirse muy pequeño en el escenario que se sitúa. Es único, lo disfruta, lo respira…

A pesar de ser temprano, es domingo y en el Mirador de “San Nicolás” algún romántico y madrugador ha tomado el trípode y la cámara para no perderse tampoco la escena.
La nieve de la sierra lejana, se tiñe de la rosada aurora, y en su conjunto con los ladrillos rojos el majestuoso palacio nazarí que parece no haber alterado su estado a pesar de que el tiempo se le ha echado encima.

Son mil años a sus espaldas, y ahora puede ver el amanecer. Los rayos del sol son una caricia deliciosa en su piel, lo ha echado de menos y ahora no se quiere perder ninguno. Cierra los ojos para disfrutar sintiéndose acoger.

- ¿Has vuelto a enfadarte? -El rubio arrogante se sienta a su lado, con su chaqueta de cuero y su sonrisa ladina.

Ella ni le contesta, sus pestañas siguen ocultando aquellos ojos, finge no notar su presencia; solo se baja la bufanda descubriendo su rostro y respirando el aire frío, un rastro de vaho anuncia el calor en su cuerpo.

-Sí, estas cabreada. Te conozco demasiado. -Él reafirma, y ella vuelve su rostro sin decir nada. Lo mira mal.

- ¿Cuatro meses? -Le suelta con frialdad, le dedica una de esas miradas afiladas que podría cortarle en dos.

-Te conozco lo suficiente para saber que tienes más de mil años, y que si te muerdo aquí te pones como una moto. -Un tirón de oreja, y ella lo aparta. Es joven, tienen mucho en común pero no lleva ni un cuarto de lo que ella vivido.

-Eres un cabrón, ¿lo sabes? Vete a la mierda… Ya podías haber sido otra persona, y tuviste que ser tú. Cabrón y engreído… -Se reafirma, lo es, y punto. Hubiese preferido una persona con más sentido común, y que se arriesgase menos.

- ¿Lo ves? Tienes un cabreo monumental. -El de ojos azules se ríe, todo le parece una broma, para ella no lo es.

-Siempre te largas, y me escondes algo, no me lo cuentas todo… Sabes más. Tengo miedo que esto se termine y lo sabes.

-Terminará. Está paz, pronto terminará. Porque ella nos quiere a los dos.

-Porque ella nos quiere.  -Suspira reafirmando mientras abraza sus piernas flexionadas, muerde el borde de la bufanda pensativa, un gesto un tanto infantil.

-Deberías decidirte y hacer esas llamadas, necesitamos amigos y aliados. Se acerca lo peor.

-Lucciano y Lilith estará aquí para año nuevo, tienen que arreglarse entre ellos, tomarán un vuelo. Pero estará aquí muy pronto…  -Su voz se torna con seriedad, hay pocas personas con vida a las que acudir.

- ¿Y ese amigo del que me hablaste? Mil ochocientos y pico, sur de los Pirineos…

- …No estoy segura que éste vivo.  -Le interrumpe, se lleva las manos a los labios meditabunda y le aspira calor. Ahí está, bajo su piel, esa marca candente que él dejo grabada en lo profundo de su alma. -Si es así, sé que él me encontrará… Es su destino.

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