AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La noche hace aflorar lo peor de cada uno. [Nadine]
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La noche hace aflorar lo peor de cada uno. [Nadine]
Sábado 20 de Enero
20:45 pm
20:45 pm
El sol se debilitaba sucumbido por la noche como las personas que paseaban tranquilamente por las calles de París. Es un día como otro cualquiera, quizás más frió que los anteriores y el vaivén de gente mezclado con las diferentes risas contagiosas que había en el camino afloraban una picara sonrisa en mi rostro. Si bien es sabido que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas o prestar atención a temas que no involucren personalmente. Un chismoso podría llamarme pero no creo que sea apenas recriminable cuando la gente alza la voz más de lo debido. Las calles se estrechaban, algunas calesas de policías patrullaban las calles a un lado un borracho gimoteaba arropado con una piojosa manta, en su mano un botella verde de absenta que podía olerse a millas de distancia hacían arder sus mejillas. A medida que los borrachos y el olor a alcohol se palpaba en el aire me di cuenta de que hasta el más recatado detalle de las baldosas del suelo, o los adoquines sueltos seguían como la última vez que llegué a la taberna.
Ante mi y con todas sus luces encendidas se encontraba la taberna. Supongo que se asentaba en las dos plantas de una pequeña casa, cómoda a mi ver; había suficientes mesas y sitios para tomar algo discretamente, sillones holgados y cómodos para descansar con el periódico en compañía de alguien y raras veces algún que otro artista, brindaba al lugar una acogedora melodía de fondo que animaba a cualquier persona a sonreír, escuchar o entretenerse. Quizás mi paso por las tabernas es más frecuente de lo que me habría gustado imaginar pero las malas costumbres no cambian.
Me decidí a estirar el brazo y coger el picaporte de la entrada cuando una fuerza tiró en mi dirección, la casualidad tantas veces en la misma situación de coincidir con alguien que salia. Como era de educación sonreí y dejé salir, para mi sorpresa a dos mujeres a las que saludé dándoles un buen día. Algo propio en mi.
Adecenté mi presencia a medida que me aproximaba a la barra, pasaba inadvertido y era uno de los lugares que más me gustaban, sobrio austero y el ambiente cargado un lugar donde no importaba lo que hicieras con quien lo hicieras. Muchos otros como yo se dejaban caer allí por la noche evadirse un poco de todo lo que les rodeaba y centrarse tan solo en el oscuro líquido para que se apoderara de los males que oscilan. Cuando llegué a la barra vislumbré el que era mi sitio predilecto; al final de la barra que es donde me escondo del oscuro mundo que me rodea.
La noche ya ha sucumbido en tinieblas a la ciudad y lo que trae la oscuridad y la noche es un manto que hace aflorar lo peor de cada uno. Cuando los deseos se desvelan y desbordan los burdeles o en las camas de maridos infieles.
Ahí estaba yo deleitándome con el néctar acaramelado y oscuro que me brindó el camarero nada más ocupar mi sitio, suponiendo que en el fondo del vaso se haya lo que aspiro a encontrar en un Bourbon de 12 años. Su aroma a tierra fresca y recorrida, las ascuas de carbón que embriaga el paladar nada más posar mis labios sobre el borde. Es ese primer trago que entra quemando cada centímetro cada paso que emerge en mi boca y mi cuerpo se cuando cierro los ojos para saborearlo.
Tan solo una cosa es capaz de sacarme de ese mundo y es la voz sedosa en mi oído de alguien conocido. Una buena charla antes de que salga el sol, antes de que se acabe la noche, o al menos lo que mi mente decía cuando subí la mirada delicadamente hasta encontrarme con los ojos de la voz que me arrancó de mis pensamientos- Buenas noches a usted también- dije con voz calmada y dedicando una amable y fugaz sonrisa.
Ante mi y con todas sus luces encendidas se encontraba la taberna. Supongo que se asentaba en las dos plantas de una pequeña casa, cómoda a mi ver; había suficientes mesas y sitios para tomar algo discretamente, sillones holgados y cómodos para descansar con el periódico en compañía de alguien y raras veces algún que otro artista, brindaba al lugar una acogedora melodía de fondo que animaba a cualquier persona a sonreír, escuchar o entretenerse. Quizás mi paso por las tabernas es más frecuente de lo que me habría gustado imaginar pero las malas costumbres no cambian.
Me decidí a estirar el brazo y coger el picaporte de la entrada cuando una fuerza tiró en mi dirección, la casualidad tantas veces en la misma situación de coincidir con alguien que salia. Como era de educación sonreí y dejé salir, para mi sorpresa a dos mujeres a las que saludé dándoles un buen día. Algo propio en mi.
Adecenté mi presencia a medida que me aproximaba a la barra, pasaba inadvertido y era uno de los lugares que más me gustaban, sobrio austero y el ambiente cargado un lugar donde no importaba lo que hicieras con quien lo hicieras. Muchos otros como yo se dejaban caer allí por la noche evadirse un poco de todo lo que les rodeaba y centrarse tan solo en el oscuro líquido para que se apoderara de los males que oscilan. Cuando llegué a la barra vislumbré el que era mi sitio predilecto; al final de la barra que es donde me escondo del oscuro mundo que me rodea.
La noche ya ha sucumbido en tinieblas a la ciudad y lo que trae la oscuridad y la noche es un manto que hace aflorar lo peor de cada uno. Cuando los deseos se desvelan y desbordan los burdeles o en las camas de maridos infieles.
Ahí estaba yo deleitándome con el néctar acaramelado y oscuro que me brindó el camarero nada más ocupar mi sitio, suponiendo que en el fondo del vaso se haya lo que aspiro a encontrar en un Bourbon de 12 años. Su aroma a tierra fresca y recorrida, las ascuas de carbón que embriaga el paladar nada más posar mis labios sobre el borde. Es ese primer trago que entra quemando cada centímetro cada paso que emerge en mi boca y mi cuerpo se cuando cierro los ojos para saborearlo.
Tan solo una cosa es capaz de sacarme de ese mundo y es la voz sedosa en mi oído de alguien conocido. Una buena charla antes de que salga el sol, antes de que se acabe la noche, o al menos lo que mi mente decía cuando subí la mirada delicadamente hasta encontrarme con los ojos de la voz que me arrancó de mis pensamientos- Buenas noches a usted también- dije con voz calmada y dedicando una amable y fugaz sonrisa.
Última edición por André L. Cartier el Lun Feb 13, 2012 3:17 pm, editado 1 vez
André L. Cartier- Licántropo Clase Alta
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Re: La noche hace aflorar lo peor de cada uno. [Nadine]
Aquel sábado había sido perfecto, el día que solía por simple costumbre pasar sin la compañía de varón alguno se había terciado lento y dulce como queriendo asi permitirme la relajación propia de cualquier dama parisina. Durante todo el día había paseado entre la gente sin hacer más que analizar cada olor que percibía y tratar de retener en mi memoria todos los detalles que aparecían ante mis ojos. Las compras, una de mis pasiones, fueron de maravilla teniendo el cuenta la pequeña fortuna de la que me desprendí para conseguir vestidos, adornos para el pelo, guantes de encaje, maquillaje y un perfume con un olor peculiar pero que a mi personalmente me había cautivado. Tenía una mezcla entre flores silvestres y las más mimadas rosas, me sentía identificado con él. Mezcla ideal de perfección y naturalidad en estado puro. Y la comida, puros manjares los que ingerí en aquel restaurante que se encontraba junto al río Sena. La terraza llena de parejas cogidas de la mano y familias cuidando desde la mesa los juegos de sus niños, contrarrestaban con mi silueta alejada de todos en uno de los extremos del interior del local desde donde tenía unas vistas esplendidas que no hacían sino animarme a continuar pidiendo platos hasta quedar más que saciada con el regusto a chocolate y champagne aún en mis labios.
El camino hacia mi casa había sido de la misma manera tranquilo, aunque ya por la tarde se empezaba a notar la debilidad de los rayos del sol sustituidos por la brisa fría que cortaba mis mejillas a cada paso. Las puertas de madera de mi casa me recibieron con un crujido ya típico en ellas, cada vez que hacía mucho frío o calor, que me evadió de los sonidos y la temperatura de la calle para transportarme a la temperatura acogedora que siempre me envolvía en casa. Subí escalón a escalón hasta la puerta de la más grande de todas las habitaciones de la casa, la mía. Los tonos claros, beige mezclados con marrones, daban un toque de elegancia y de calidez que agradecía en mis noches allí sola. Coloqué el abrigo en una percha fuera del armario para usarlo más tarde cuando saliera a tomar una copa en alguna de las cantinas que había conocido en mi tiempo por París.
Tras darme un baño cargado de espuma que cubrió mi piel con un olor dulcey la dejó tan suave como me gustaba dejé unas gotas del nuevo perfume caer por mi cuello y mi escote, puse las manos en mi cadera mirando los posibles vestidos que escogería para la copa nocturna. Me decanté por uno rojo, llamativo con un corsé marcado y escotado, dejando así mi pecho a la vista, sin llegar a lo soez. Por lo que escogí mi ropa interior, como siempre, a juego. El sujetador de un tono algo más oscuro que el vestido, era del mismo tono que la braga, con el ligero sujetando las medias hasta la mitad del muslo y los tacones negros como el pincho con el que recogí mi melena en un moño alto.
Ya sentada en el tocador, maquillé mis ojos con un tono oscuro y alargué las pestañas con un producto especial para ello que intensificó mi mirada al máximo, un ligero rubor en las mejillas contrarrestó la dureza que el color negro daba a mis ojos, dulcificando mi rostro. Sonreí satisfecha con el resultado y me volví a poner el abrigo de pelo antes de pisar la calle, cubriendo hasta mi cuello. Cogí el mismo camino que noches anteriores dirigiéndome a un local que había descubierto recientemente. Estaba algo alejado de la vida social parisina, al menos de los locales de moda, pero era tranquilo y no tan ruidoso como las tabernas que solían estar llenas de borrachos babosos.
Estiré mi mano enguantada para abrir la puerta recibiendo de golpe el olor a alcohol, tabaco y hombres. Pasé mi mirada por el lugar recibiendo así mismo todas las miradas de los presentes, casi en su totalidad hombres que se centraron en aquel momento en mi, más aun cuando dejé el abrigo en el perchero y dejé mi vestido a la vista de todos, con una sonrisa que solo pretendía ser un saludo caminé hacia la barra ignorando con buena cara a los hombres que se levantaban a mi paso para invitarme a una copa o simplemente lanzarme un piropo.
Cuando llegué a la barra pedí una copa de champagne que no tardó en llegar a mis manos, le di al camarero las monedas como pago y miré a donde se dirigía cuando se alejaba de mí para servir a otra persona. Agudicé la vista al creer haber reconocido al hombre que se encontraba al final de la barra algo escondido de la luz que nos cubría a los demás. Cogí la copa para dirigirme hacia allí, fue dibujando una sonrisa dulce en mi rostro sabiendo que se trataba de él. André, uno de los pocos, si no el único, que me había hecho disfrutar verdaderamente del sexo mientras trabajaba para él en la cama, un hombre que había mantenido como amigo tras nuestro encuentro en su casa. Y además de rico y amigable, era tremendamente atractivo, un hombre que volvería loca a cualquier dama que él quisiera.
-Buenas noches caballero, un placer encontrarle por aquí- Posé mi copa en la barra para dejar dos besos cálidos sobre sus mejillas que hicieron protestar a más de uno que seguía observándonos. -Si está solo, le invito yo a la siguiente, que no sirva de precedente- dije con la voz cargada de picardía a medida que me alejaba hacia la zona de sofás donde me acomodé en uno esperando con la copa sobre mis labios. Tras todo el día sola me alegraba realmente verle allí, era el único al que podía llamar amigo de mis conocidos en Paris. Cuando se hubo puesto a mi lado, guardando la distancia al estar demasiado observados le sonreí de nuevo -Me alegra verle, algo de compañía para acabar la noche será perfecto-.
El camino hacia mi casa había sido de la misma manera tranquilo, aunque ya por la tarde se empezaba a notar la debilidad de los rayos del sol sustituidos por la brisa fría que cortaba mis mejillas a cada paso. Las puertas de madera de mi casa me recibieron con un crujido ya típico en ellas, cada vez que hacía mucho frío o calor, que me evadió de los sonidos y la temperatura de la calle para transportarme a la temperatura acogedora que siempre me envolvía en casa. Subí escalón a escalón hasta la puerta de la más grande de todas las habitaciones de la casa, la mía. Los tonos claros, beige mezclados con marrones, daban un toque de elegancia y de calidez que agradecía en mis noches allí sola. Coloqué el abrigo en una percha fuera del armario para usarlo más tarde cuando saliera a tomar una copa en alguna de las cantinas que había conocido en mi tiempo por París.
Tras darme un baño cargado de espuma que cubrió mi piel con un olor dulcey la dejó tan suave como me gustaba dejé unas gotas del nuevo perfume caer por mi cuello y mi escote, puse las manos en mi cadera mirando los posibles vestidos que escogería para la copa nocturna. Me decanté por uno rojo, llamativo con un corsé marcado y escotado, dejando así mi pecho a la vista, sin llegar a lo soez. Por lo que escogí mi ropa interior, como siempre, a juego. El sujetador de un tono algo más oscuro que el vestido, era del mismo tono que la braga, con el ligero sujetando las medias hasta la mitad del muslo y los tacones negros como el pincho con el que recogí mi melena en un moño alto.
Ya sentada en el tocador, maquillé mis ojos con un tono oscuro y alargué las pestañas con un producto especial para ello que intensificó mi mirada al máximo, un ligero rubor en las mejillas contrarrestó la dureza que el color negro daba a mis ojos, dulcificando mi rostro. Sonreí satisfecha con el resultado y me volví a poner el abrigo de pelo antes de pisar la calle, cubriendo hasta mi cuello. Cogí el mismo camino que noches anteriores dirigiéndome a un local que había descubierto recientemente. Estaba algo alejado de la vida social parisina, al menos de los locales de moda, pero era tranquilo y no tan ruidoso como las tabernas que solían estar llenas de borrachos babosos.
Estiré mi mano enguantada para abrir la puerta recibiendo de golpe el olor a alcohol, tabaco y hombres. Pasé mi mirada por el lugar recibiendo así mismo todas las miradas de los presentes, casi en su totalidad hombres que se centraron en aquel momento en mi, más aun cuando dejé el abrigo en el perchero y dejé mi vestido a la vista de todos, con una sonrisa que solo pretendía ser un saludo caminé hacia la barra ignorando con buena cara a los hombres que se levantaban a mi paso para invitarme a una copa o simplemente lanzarme un piropo.
Cuando llegué a la barra pedí una copa de champagne que no tardó en llegar a mis manos, le di al camarero las monedas como pago y miré a donde se dirigía cuando se alejaba de mí para servir a otra persona. Agudicé la vista al creer haber reconocido al hombre que se encontraba al final de la barra algo escondido de la luz que nos cubría a los demás. Cogí la copa para dirigirme hacia allí, fue dibujando una sonrisa dulce en mi rostro sabiendo que se trataba de él. André, uno de los pocos, si no el único, que me había hecho disfrutar verdaderamente del sexo mientras trabajaba para él en la cama, un hombre que había mantenido como amigo tras nuestro encuentro en su casa. Y además de rico y amigable, era tremendamente atractivo, un hombre que volvería loca a cualquier dama que él quisiera.
-Buenas noches caballero, un placer encontrarle por aquí- Posé mi copa en la barra para dejar dos besos cálidos sobre sus mejillas que hicieron protestar a más de uno que seguía observándonos. -Si está solo, le invito yo a la siguiente, que no sirva de precedente- dije con la voz cargada de picardía a medida que me alejaba hacia la zona de sofás donde me acomodé en uno esperando con la copa sobre mis labios. Tras todo el día sola me alegraba realmente verle allí, era el único al que podía llamar amigo de mis conocidos en Paris. Cuando se hubo puesto a mi lado, guardando la distancia al estar demasiado observados le sonreí de nuevo -Me alegra verle, algo de compañía para acabar la noche será perfecto-.
Nadine la Roselle- Mensajes : 40
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Re: La noche hace aflorar lo peor de cada uno. [Nadine]
Y fue de la nada que embriagado por el néctar acaramelado y ardiente que se deslizaba por mi esófago, cuándo la voz de Nadine, mi querida Nadine entornó mis oídos como si se tratara de una danza entre la armoniosa y suave voz, algo dulce y delirante que se precipitaba por los labios carnosos que había deseado en más de una ocasión. Sin poder hacer nada más que sonreír-No puedo rechazar una copa de ti, pero no puedo pasar la ocasión de deleitarla con la mejor compañía que pueda y más tarde una buena copa del mejor champagne francés que haya aquí-agradecí con una ligera reverencia, algo fingida y forzada antes de levantarme del taburete y aunque miles de miradas, exageradas, puritanas; se posaran en nosotros cuando mis manos firmes y felices envolvían la menuda cintura de ella estrechándola en un cálido abrazo que fue colmado por el olor de su perfume. Olor de mujer.
¿Qué queda después de ese olor? Mi perdición, las mujeres que huelen como deberían oler, la satisfacción de pureza, de claridad y lo sana que estaba la daba el aspecto más deseable que existía. Era dulce, decidida y sobretodo atractiva. Hacía de su persona algo digno de admiración aunque trabajara en algo tan denigrante como eso. A pesar de todas los días que había pasado junto a ella y la importancia que había conseguido en mi vida estaba impasible entre mis brazos y mis ojos cerrados, sin ser conscientes del tiempo que había estado en esa postura y decidí liberarla del abrazo colocándola un taburete para que se acomodara- Ya sabes que soy más de barra que de mesa…-susurré apurando el trago que me quedaba para así sonreí al camarero con gracia y esperar a que la sirviera a ella y a mi aprovechando el mismo viaje- Tengo algo para ti-expliqué mirando una pequeña cesta de mimbre entrelazado que estaba a mi lado; cubierto por una pequeña y fina tela que a veces se movía, inapreciablemente para los humanos corrientes- creo que te gustará-me agaché y lo coloqué donde antes había posado mi trasero reteniendo la emoción sin despegar la mirada del rostro de Nadine.
Al destapar la cesta de su interior salió algo pequeño, de pelo despuntado y diferentes colores amarronado y blanco por la zona del cuello que parecía excesivamente poblado, los ojos pequeños como su hocico y además de unas orejas torcidas que caían hacia delante. El pequeño cachorro salió y movió la cola inquiero lamiéndose el hocico antes de soltar algún que otro llanto con intención de salir de la cesta- Un macho apenas tiene un mes….y algo-dijo algo inseguro sin dejar de mirar el rostro de Nadine, absorto en su sonrisa y en su reacción- Espero que te guste…
¿Qué queda después de ese olor? Mi perdición, las mujeres que huelen como deberían oler, la satisfacción de pureza, de claridad y lo sana que estaba la daba el aspecto más deseable que existía. Era dulce, decidida y sobretodo atractiva. Hacía de su persona algo digno de admiración aunque trabajara en algo tan denigrante como eso. A pesar de todas los días que había pasado junto a ella y la importancia que había conseguido en mi vida estaba impasible entre mis brazos y mis ojos cerrados, sin ser conscientes del tiempo que había estado en esa postura y decidí liberarla del abrazo colocándola un taburete para que se acomodara- Ya sabes que soy más de barra que de mesa…-susurré apurando el trago que me quedaba para así sonreí al camarero con gracia y esperar a que la sirviera a ella y a mi aprovechando el mismo viaje- Tengo algo para ti-expliqué mirando una pequeña cesta de mimbre entrelazado que estaba a mi lado; cubierto por una pequeña y fina tela que a veces se movía, inapreciablemente para los humanos corrientes- creo que te gustará-me agaché y lo coloqué donde antes había posado mi trasero reteniendo la emoción sin despegar la mirada del rostro de Nadine.
Al destapar la cesta de su interior salió algo pequeño, de pelo despuntado y diferentes colores amarronado y blanco por la zona del cuello que parecía excesivamente poblado, los ojos pequeños como su hocico y además de unas orejas torcidas que caían hacia delante. El pequeño cachorro salió y movió la cola inquiero lamiéndose el hocico antes de soltar algún que otro llanto con intención de salir de la cesta- Un macho apenas tiene un mes….y algo-dijo algo inseguro sin dejar de mirar el rostro de Nadine, absorto en su sonrisa y en su reacción- Espero que te guste…
André L. Cartier- Licántropo Clase Alta
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